Cuando yo era niña Antonia Eiriz, Ñica –como popularmente y de modo afectuoso era reconocida por muchos–, todavÃa vivÃa. Era amiga de mi abuela. Intercambiaban broches para alguna labor de costura, historias y sobre todo memorias. Sin embargo, yo no la recuerdo. De niña quise ser pintora, pero no como ella, sino como una artista mexicana de otro tiempo, y todavÃa dibujo muy de vez en vez. Se fue cuando yo era niña. La conocà luego, al pasar los años, en un documental que contaba su historia en Juanelo.
Un dÃa cualquiera de noviembre, nos acercamos a su casa en Juanelo –Pasaje Segundo entre Piedra y Soto–, hogar dónde la notoria pintora cubana naciera en 1929 y viviera la mayor parte de su vida. Dicen que en el desvencijado Pasaje ha de erigirse un bulevar que celebre a la artista y su huella en la barriada. TodavÃa ninguna señal permite anticipar tal hecho.
No obstante, la humilde casita de madera, también azul, como la de Coyoacán de Frida, ha sido reparada desde hace algún tiempo y se preserva como suerte de museo. La bordea un muro donde el arte popular ha dejado su huella de colores en flores y mariposas. Es justo que una de las salas de la casa acoja cursos y talleres que estimulen la creación popular. También se realizan en años alternos, dos salones, uno de Expresionismo, y otro de Papier Maché, con muestras que se mantienen buena parte del año, en otro de los cuartos, ahora sala de exposiciones.
No debe olvidarse la labor comunitaria emprendida por Antonia Eiriz, en que se formaron diversos creadores populares, en la artesanÃa del Papier Maché, de todos quizá el más conocido –aunque no suficientemente reconocido–, Papo. La artesanÃa si bien muchas veces es tenida como arte menor genera obras únicas y de sutil valor. Ninguna pieza se parece a otra y he ahà parte de su encanto. El impacto de la labor sociocultural de Ñica brindó a la zona un sentido afectivo de comunidad, unida en una tarea creativa y común. El pueblo reconoció su dedicación, surgida espontáneamente de los deseos de hacer y de ver hacer; de ayudar a «crecer» también a los otros. Â
Al fondo de la casa, en la última habitación, se agrupan objetos personales de Antonia. Algunos muebles, fotografÃas, una vitrina con accesorios –collares, sortijas–, incluso sus espejuelos, pinceles, o medallas. Cuelgan de las paredes varias reproducciones de sus obras más famosas, como La anunciación, que actualmente se preserva en el Museo Nacional de Bellas Artes. Apenas si hay piezas suyas en este que fuera su espacio de constante creación. Algunos pequeños cuadros exhiben quizá los primeros trabajos de sus tiempos de estudiante en San Alejandro. Llaman la atención entre estos, los bocetos con vestuarios para Coriolano de Shakespeare, quizá muestra de una faceta menos abordada de esta creadora, que como tantos grandes pintores, Da Vinci, Picasso, tuviera sus coqueteos con el diseño para teatro. Son tempranos y sencillos figurines delineados en pluma, coloreados con acuarelas, en los que sin embargo es posible intuir ya un estilo, un modo de expresión que muchos han querido tildar de expresionista, y que tal vez lo sea o no, tanto como surrealista podrÃa ser la obra de la Kahlo. Lo cierto es que estas obras, que afortunadamente ningún Museo ha acaparado, sorprenden, deleitan.
Hoy la barriada no es ya la misma en que la artista viviera. Nadie puede bañarse dos veces en el mismo rÃo y los años no han pasado en vano. Sin embargo, pienso que todavÃa puede subsistir en la zona el impacto de Ñica. Y sÃ, ahà queda su casa, la memoria de su nombre, el saber, que también gracias a ella, Juanelo logró tener un pedacito de historia y de arte, que alcanzó a colocarse en el mapa del mundo.
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