Yeilén Delgado Calvo
Aclaraciones necesarias para entender por qué es ingrato predicar
Que una mujer no es un receptáculo para la vida nueva, aunque a veces lo sea. Que no son sus manos un diseño perfecto para levantar del suelo trastes, poner juguetes en su sitio, enjugar la lágrima del hijo, calmar dolores, aunque continuamente lo hagan, y sea hermoso verlas enmendar lo roto, acallar el llanto.
Que no hay un único modo de “maternarâ€. Que no esteriliza el intelecto parir, amamantar, cambiar pañales. Que la creación no espera a que acabe el desorden, a que se aquiete el caos, a que sea el tiempo perfecto porque la idea llega y debes tomarla de la mano y apuntar el poema, que es criatura salvaje, se espanta fácilmente si no le miras directo a las palabras.
Que también los relojes de las madres marcan 24 horas para delimitar el dÃa, no, no se multiplican; que sà nos cansamos, que amamos el paso de nuestros hijos por el mundo, su huella, que tememos se tropiecen y acompañamos en un acto de valentÃa su andar, dejándoles libres, pero mirando atentas.
Que puedes llamar hijo a la criatura libro, y entender como un parto el hecho de escribir la poesÃa, pero no sabrás, cabalmente hasta que sostengas esa mano, esas manos, que son cosas distintas, cada una en su sitio, cada una con su valor singular.
Que hay honestidad en quien desnuda las cicatrices propias, en la poeta que vuelca en su escritura las vidas, las muertes, las certezas, los bandos, las orillas.
Alguien me dijo que no debÃamos seguir intentando desacralizar la maternidad, porque está en ella lo sacro. Es su naturaleza.
Mirémoslo de nuevo.
Por normal que sea dar la vida no deja de ser extraordinario, por frecuente que resulte leer versos y estremecerse, no deja de ser extraordinario. Entonces, hacer ambas cosas, resulta, cuando menos, admirable.
Y asà lo muestra Yeilén Delgado en su cuaderno La ingratitud de predicar. El libro que nace tras haber resultado ganadora del certamen de poesÃa El árbol que silva y canta en 2021, un compendio de nueve poemas atravesados por la fuerza de la voz femenina que los engendró y donde encuentro todas estas verdades antes dichas.
Se puede escribir poesÃa sobre lo habitual, mientras ordeno y no agonizo, mientras mis manos se parecen cada vez más a las manos de mi madre, como le ocurre a esta matancera amiga, periodista, narradora.
Se puede eliminar la aparente distancia entre lo doméstico y la belleza, entre lo supuestamente pedestre, vacÃo de vuelo y lo inasible. Helo aquÃ.