Tiempo Joven
¡Larga vida para una obra que bien lo merece!
Abrazo. Me es imposible asistir a la presentación del libro de José. Desde el regreso este domingo de Villa Clara me he visto obligado a estar en cama con malestar general, fiebres y otros síntomas, que parecerían dengue. No estaré presencialmente, aunque emocionalmente no podría evitarlo.
Sentía un cariño y una admiración muy profunda por quien mereció que le llamáramos La Figura. Estuve entre sus primeros editores en la plataforma Juventud Rebelde. Fui testigo de su llegada, con esa timidez propia de casi todo el que comienza a descubrir un mundo profesional nuevo.
Siempre nos reíamos al recordar su desembarco en Juventud Rebelde junto a otros colegas, de los que llamábamos «reorientados», porque se habían formado en otras carreras y se les había dado una preparación básica y rápida para suplir el déficit de profesionales del sector. Estábamos entonces en una de nuestras recurrentes crisis con el dengue, con Fidel, como era común, al frente de la campaña, y los recién llegados fueron nuestros batalladores principales en una escaramuza epidemiológica tan larga como agotadora.
Él siempre cuestionaba que yo lo había relegado en los días iniciales, y hasta pensó que lo hacía por discriminación, porque había descubierto sus apetencias sexuales personales. Solo lo había perdido de vista en el duro ajetreo hasta las madrugadas. Fue un grupo muy talentoso el que llegó, que de alguna manera haría historia en el diario, y poco a poco fui descubriendo las cualidades excepcionales de José.
Él, que un día llegó como apoyo a la Redacción, e iría asumiendo sobre la marcha las ideologías profesionales, se convirtió en uno de sus más apasionados y necesarios editores y columnistas. La historia de un período importante de la publicación está marcada especialmente por su nombre. El libro que con tanto cariño ustedes presentan hoy, es una parte muy pequeña de su tremenda obra periodística en defensa de la cultura, la espiritualidad y la identidad nacionales. José tuvo el privilegio de entrevistar, y hacerlo con hondura y belleza singulares, a buena parte de los más notorios exponentes de nuestra cultura.
Su carrera inicial le había dotado de una energía nuclear para el trabajo. Era como si la Santísima Trinidad encarnara en él. Llegaría a ostentar un gran liderazgo entre nuestros editores y colegas y se convertiría en crítico consecuente de nuestros vacíos y debilidades profesionales y en impulsor de los más lúcidos y atrevidos proyectos. Al morir no solo perdíamos a un amigo, que había inventado los espacios más increíbles para unirnos y compartir, sino además a una de las «figuras» clave, entre las más necesarias de la multiplataforma.
En mensaje que envié a Morlote —quien muy acertadamente presenta este libro— le decía que una llamada de José, desde su cama del hospital para felicitarlos, anticipadamente, casi como una triste premonición, por los 60 años de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), la veía como una señal hermosa: nos recuerda cuánto nos une a intelectuales —que también lo somos—, artistas y periodistas.
Si repasamos bien quienes nos juntábamos en su casa en sus cumpleaños, era como si aquellas fueran una fiesta y una sede mixta de la Unión de Periodistas de Cuba, la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y la Uneac. Con su maravilloso sentido de la amistad, de la alegría y del cariño Jose nos advertía cómo debemos andar cuando otros solo pretenden cultivar entre los cubanos el enconamiento, la insidia, el desaliento y el odio.
Intelectualidad, periodismo y arte fueron siempre una trinidad fecundante en la historia cubana. Sin esa confluencia habría sido imposible esta lucha que todavía nos desvela por un proyecto de nación con independencia, justicia y libertad. Gracias a la AHS por este texto y todos los que lo hicieron posible. La obra de José merece lo que él no tuvo: larga vida.