Teatrología
«La literatura es un ritual de sanación»
A Isabel Cristina López Hamze la he llamado siempre Isabelita, desde aquellos tiempos en que ambas coincidimos en el ISA: ella, ya maestra; yo todavía alumna. Lo primero que se descubre en Isabelita es su sonrisa. Es amable. Es buena persona. Y nada de eso es postura, ni cartulina, ni confeti. Tardé años en descubrir a Isabel Cristina en su rol de escritora. La conocía, claro que sí, como una joven mente teatrológica, como investigadora y, ya lo he dicho, como profesora. Sus publicaciones en Facebook me hicieron seguir cada vez más sus letras y, luego de leer su primera obra, Estática milagrosa, le pedí esta entrevista, en un afán por descubrir más que su sonrisa amable o su pensamiento teatral. Este es el viaje de Isabelita a través del ritual de sanación de la escritura.
¿Cómo ocurre el tránsito entre Isabel Cristina, teatróloga, e Isabel Cristina, escritora? ¿En qué difieren, si acaso difieren, tus procesos de creatividad y pensamiento cuando debes enfrentarte al oficio crítico y luego al oficio creativo?
Siempre quise ser escritora. Aún guardo libretas de la escuela de cuando tenía 10 años que son un documento surrealista. En una página hay una clase de matemática o de español y en la otra hay dibujos rarísimos y descripciones de mis compañeritos del aula, un párrafo sobre las telenovelas, las cucarachas alemanas o cualquier otro tema cotidiano. Después, cuando estaba en la secundaria, ya no solo escribía en las libretas de la escuela, escribía sobre la gente, y luego mi mamá y mi papá me imprimían la hojita y yo se la entregaba a la persona que me había inspirado. Recuerdo cuando le llevamos la hojita impresa al primer violín de la Orquesta Sinfónica de Oriente. De aquello hace más de veinte años, pero todavía me acuerdo de la cara que puso Marco Tulio Niño Wong cuando salió de la Sala Dolores y se leyó mi poema que, visto desde ahora, era una especie de crítica impresionista de su brillante ejecución musical. Yo escribía mucho y además leía mis cuentos y mis poemas a la gente. No tuve pena, en mi infancia y adolescencia, de mostrar las cosas que escribía. Esa pena llegó después, con la Teatrología.
Siempre me gustó escribir sobre la realidad, pero no tanto como para ser periodista. La otra opción que valoré fue Filología, pero uno de mis mejores amigos me dijo que esa carrera era para eruditos y yo nunca he sido tan buena con las letras así que no opté por ella. Mi amigo estudió Derecho y se hizo Doctor en Ciencias a los 27 años; yo estudié Teatrología, la mejor carrera del mundo.
En el ISA leí los clásicos de la literatura y el teatro, aprendí sobre los genios de las artes visuales, sobre los talentos musicales más grandes. El fuerte vínculo con la teoría, la investigación y el conocimiento del arte y la literatura que me proporcionó la carrera inhibieron mis ganas de crear. Yo creo que cuando niña era una escritora en potencia y luego me convertí en teatróloga. Claro que los teatrólogos también crean, pero desde otra perspectiva. Desde que entré al ISA hasta el 2016 escribí decenas de reseñas críticas, artículos, ensayos y dos tesis: una de licenciatura y otra de maestría, pero no escribí nada que no estuviera asociado a mi trabajo como crítica e investigadora teatral. Mis ganas de ser escritora se despertaron gracias a que un día mi primo Abraham Hamze, que también es teatrólogo, me abrió una cuenta de Facebook.
Actualmente sigo escribiendo críticas, ensayos teatrales y una tercera tesis, esta vez de doctorado. Para esas labores intelectuales debo usar un lenguaje académico y cuando escribo sobre las cosas de la vida, entonces uso un lenguaje coloquial. Sentarme a escribir sobre teatro es estresante, casi tortuoso, sentarme a escribir un cuento o una crónica es muy relajante y divertido. Sin embargo, creo que ambos ejercicios de escritura se complementan. Muchas de mis reflexiones sobre el teatro están permeadas por esa mirada a lo cotidiano, a lo que parece insignificante, pero tiene gran relevancia para algunos. Así mismo, los textos que escribo sobre otros temas tienen una aparente liviandad, porque así los concibo desde el lenguaje y los abordajes, pero en realidad están calzados por una invisible densidad que vive en mi parte teatrológica.
¿Qué te aporta tu conocimiento del teatro a tu concepción de la escritura?
Ya te dije que para mí la Teatrología es la mejor carrera del mundo. Siempre digo que soy teatróloga, en todos los espacios, aunque la gente no entienda bien qué significa. Ese es uno de los encantos de mi carrera. Tuve la suerte de tener profesores excepcionales. También tuve la suerte de ser una estudiante aplicada y tener compañeros aplicados con los que compartir lecturas y puntos de vista. Me leí casi todos los libros que mandaron en el ISA y no solo los de teatro, sino también los de filosofía, historia, literatura, estética, psicología… Mi concepción de la escritura y mi concepción de la vida están atravesadas por el teatro. Más bien por la manera de entender la escena.
En el teatro hay muchos planos de significación: plano gestual, objetual, espacio-temporal, lingüístico, verbal, representacional, ficcional, intertextual, simbólico, metafórico… Todos esos niveles de sentido también pueden coexistir en otras esferas de la vida. Haber aprendido a descifrar los códigos del teatro y transpolar esa experiencia a otros escenarios de la vida me ha permitido ver lo que otros no pueden ver a simple vista. Ese es un talento que tenemos los teatristas. Mi trabajo como crítico también me ha enseñado a ponerme en el lugar del creador, a atender con igual interés las más disímiles estéticas. Esos son aprendizajes válidos para la escritura, para la creación y también para ser una mejor persona.
Si tuvieras que definir tu estilo en pocas palabras, ¿cuáles eligirías?
No creo que tenga ningún estilo aún, pues llevo muy pocos años escribiendo de manera sistemática. Lo que más la gente conoce son las crónicas que escribo para las redes sociales, pero escribo otras cosas que no muestro. Hasta ahora solo he estado como los pitcher, “calentando el brazo”, como me dijo un día Francisco López Sacha cuando le conté que yo quería escribir novelas. “¡Oh, pá eso hay que calentar bastante el brazo!”
Me gustaría tener un estilo que para mi papá era el mejor: “Todos los estilos y ningún estilo, he ahí el estilo.”
Las redes sociales han servido, al menos para ti, como un cimiento de posibilidades no solo comunicativas, de asociación y conexión, sino también creativas. ¿Cambia el lenguaje de la creación cuando lo concibes para ser pensado y comunicado desde la inmediatez de la red, o apuestas por un lenguaje universal que se adapte a las particularidades de cada proceso receptor?
Gracias al Facebook yo volví a interesarme por la creación. Al principio era un juego divertido, una forma de expresarme diametralmente opuesta a la crítica teatral. Con el tiempo, ese juego se fue poniendo serio, pues la gente me escribía cuando dejaba de publicar, me llamaban a la casa, me exigían de alguna manera que escribiera algo nuevo. Con los años se ha convertido en una especie de experimento. He descubierto qué cosas les gustan a la gente de Facebook. Por ejemplo, un texto cotidiano sobre mi perrita o sobre el pan de la bodega gusta más que un poema escrito por mí. Gustan las historias personales, los temas como las cosas de niños, los viejitos, las muertes, los nacimientos, los cumpleaños, la política… Y también gusta una manera determinada de narrar.
Yo escribo textos muy diferentes a los que publico en Facebook. Textos más abstractos, o más densos, con otro estilo y cuando he publicado alguno, a pesar de tener ya a mucha gente que me sigue, no les ha parecido bueno. Me gusta tensar esa cuerda y de vez en cuando subir algo rarísimo que descontrola a la gente. Eso forma parte del experimento.
Escribir para la inmediatez de las redes es una estrategia de lenguaje, un estudio de los gustos y de los deseos de la gente. Es muy interesante ver dónde se unen los gustos, las experiencias, las tristezas y las alegrías de un público tan diverso como el de mi perfil de Facebook. Tengo amigos de todo tipo: peluqueras, funcionarios, periodistas, artistas, músicos, viceministros, campeones panamericanos, estudiantes, maestros, premios nacionales, raperos, caricaturistas, torneros, disidentes, evangélicos, campesinos, héroes. Tengo amigos en China, Japón, Dinamarca, Estados Unidos, en casi todos los países de América. Es increíble, pero en un punto toda esa gente diferente se conecta. Es muy lindo cuando uno escribe algo sin grandes pretensiones y ves a personas de muchos lados identificadas con tu historia. También me gusta descubrir que hay temas que mueven a determinadas personas o grupos y otros que no causan ese efecto. Ambas reacciones de los lectores son parte de mi experimento, que es una manera de buscar ese lenguaje universal, una manera de “calentar el brazo” para cuando pueda escribir novelas, que es mi sueño.
¿Cómo transcurre tu proceso creativo? ¿Cuánto tiempo le dedicas a la escritura?
Escribo mucho en el celular, quizás porque no tengo tanto tiempo para sentarme delante de una computadora. Antes escribía en las guaguas, en las paradas, caminando. Escribía a mano en las reuniones y en las clases cuando los estudiantes se demoraban demasiado en hacer la tarea. Ahora, desde que nació mi segundo hijo, escribo mucho en la mente, pues paso casi todo el tiempo con él. Cuando duerme en mis brazos durante el día escribo en el celular, con una sola mano. Rezo para que se quede dormido en el lado izquierdo y poder escribir con la derecha, sino, me toca escribir en la mente. Muchas veces voy escribiendo por pedacitos en el teléfono de mi hijo grande, en el de mi esposo, en el de mi madre, en un tablet, en lo que esté cargado en ese momento. En las noches, cuando el bebé duerme, unifico todos los picotillos que escribí durante el día y los paso a la computadora. Después edito y a veces desecho lo que quedó.
Como mi mente va más rápido que mis manos, siempre tengo una lista grande de temas para escribir. Escribo de las cosas que me pasan, por eso hay temas que nunca se tachan de la lista y se van quedando eternamente ahí. Yo hablo de lo que quiero escribir. Una vez un amigo me dijo que eso era muy malo, que cuando uno habla de lo que quiere escribir nunca lo escribe. Quizás me ha pasado con algún que otro texto que se quedó en la oralidad, pero casi todas las ideas llegan a ser escritas.
Generalmente Jorge Ricardo, mi compañero de vida, y yo trabajamos juntos. Como él es fotógrafo siempre hacemos foto y texto. A veces hacemos el texto primero y él crea la imagen en función de la escritura, pero muchas veces la foto viene primero y escribo para complementar la imagen. Es muy divertido trabajar de esa manera.
Escribo todos los días de mi vida. Hago textos para Facebook, escribo cuentos para completar un libro que ya va por su séptima versión, escribo crónicas sobre maternidad, escribo parte de mi tesis de doctorado, escribo cartas a mis amigos, escribo para mis estudiantes del ISA, escribo informes de tutoría y oponencia, escribo guiones para un programa de televisión.
Con Estática milagrosa. Listas para vencer y no para ser vencida apuestas por una estructura externa que bebe, sin lugar a dudas, de la relación de tus textos con las redes, ¿hasta qué punto te preocupa lo novedoso en tu escritura?, ¿has pensado la medialidad propia de un libro físico en relación o comparación con la medialidad propia del mundo del Facebook, espacio natural en el que fue concebido el libro?
Lo novedoso no es algo que yo busque de forma arbitraria. Para mí es más importante lo genuino que lo novedoso. Creo que en el caso de las listas hay cierta novedad en la estructura, pero no tanto, ya que otras personas han escrito listas antes que yo. Cuando escribí la primera lista no pensé en si era novedoso o no, fue algo espontáneo. Un día quería subir un montón de fotos a mi perfil y como la conexión estaba tan lenta hice una lista con la descripción de las fotos. Así surgió la idea de las listas en casa de mi amiga, la actriz y dramaturga Eileen López Portilla. No fue algo muy pensado. Luego vino un análisis clave: las listas son dinámicas, se leen rápido, su estructura es buena para las redes. Pero ya te digo, ese análisis vino después.
Si comparo el Facebook y una publicación impresa, puedo decirte que no es común que un mismo contenido coexista en ambos universos. El mundo de las redes es tildado de banal, de tonto, de vanidoso y un libro es un libro. Internet aguanta todo lo que le pongan, aguanta más que el papel. A pesar del impacto inmenso que hoy en día puede tener un contenido en las redes sociales, no se acerca al que puede tener un libro impreso en el ámbito profesional de la literatura. A pesar del alcance de lo virtual, creo que la gente nunca va a dejar de creer en los libros. A mí nadie me dijo que era escritora hasta que Ediciones La Luz editó mi primer libro. Es muy simpático porque las listas fue lo primero que escribí y después de eso he transitado por varios estilos, he madurado, he aprendido a lidiar mejor con las palabras. Pero lo que me legitima como escritora es ese libro, no importa cuánto escribí antes o cuánto escribo ahora para las redes, cuántos comentarios, compartidos o likes, hace falta un libro para que la gente diga: “¡Oh, es escritora!”
Quisiera que me comentaras un poco cómo nació la idea de convertir tus listas de Facebook en un libro. ¿Qué tal el trabajo editorial con Ediciones La Luz?
Cuando escribía las listas nunca pensé que serían un libro, aunque mucha gente me decía que las reuniera para publicar. La persona que me dijo: “manda tus listas a La Luz” fue mi amigo, el dramaturgo, narrador y poeta Roberto Viña, que ya había publicado con ellos y quedó encantado con el trabajo de la editorial. A mí me gustan mucho los libros de La Luz. Tengo en mi casa una pequeña colección de libros editados por ellos y en dos ocasiones he presentado publicaciones de amigos. Que mi primer libro sea editado por Ediciones La Luz es un sueño. Para mí fue una sorpresa que la propuesta fuera aceptada para el plan editorial y una sorpresa aún más grande que saliera tan rápido. Tú sabes que los libros pueden pasan años en los planes editoriales y otros años más en la imprenta. Tuve la suerte de ser bien aconsejada por mi amigo Bobby y también el impulso de mi mamá que me dijo: “manda, niña, manda, que no pierdes nada”.
El trabajo con la editora Liset Prego fue muy bueno. Primero, ella se conectó con el libro desde el punto de vista emocional y eso fue maravilloso. Creo que se hizo un cuidadoso trabajo de edición y de diseño. Fue un proceso muy profesional, muy colaborativo y no sé hasta qué punto sea así, pero yo sentía que Luis Yuseff, el director de la editorial, estaba muy al tanto de todo, de cada detalle. Eso es algo admirable.
Después de que el libro salió yo comencé a descubrir la mujer extraordinaria que es Liset Prego, todos los puntos que tenemos en común y me siento muy privilegiada de que ella haya sido la editora.
La maternidad, Cuba, la familia, el amor, la crítica social, la ilusión por el futuro, incluso cuando todo parezca desmoronarse alrededor, son algunos de los leitmotivs que he encontrado en tu opera prima. ¿Crees que este libro habla, precisamente, de la esperanza? ¿Ves o entiendes a la literatura como un camino que ha de conducir hacia la felicidad? ¿O hacia dónde, si no?
Tal vez el libro hable de la esperanza, no sé. No me planteé que hablara de nada específicamente. Esas listas son una especie de registro de los paisajes a mi alrededor, que a mí me gusta verlos como paisajes esperanzadores a pesar de los derrumbes. Me encantaría que muchos lo vieran como un libro sobre la esperanza.
La literatura es para mí un ritual de sanación. Escribir es analgésico para mí. Cuando extraño mucho a mi papá escribo sobre él y me siento más cerca, más feliz con su otra presencia. Cuando me molestan cosas del pasado, escribo cambiando los sucesos y con esa nueva versión fabulada me siento más contenta. Cuando algo me hiere o me mortifica, solo tengo que sentarme y escribir sobre eso. Inmediatamente pasa a otro plano de la realidad donde todo o casi todo está sublimado, desacralizado, burlado, trasgredido, entonces ya no duele, sino que causa sentimientos encontrados y, en esa contradicción, está el progreso. En el equilibrio entre lo triste y lo alegre, lo serio y lo ligero, lo profundo y lo llano, lo vivo y lo muerto, lo hermoso y lo feo está, para mí, la felicidad a la que la literatura puede conducirte a veces.
Si tuvieras que anunciarle a un potencial lector los temas de Estática Milagrosa, si tuvieras que adelantarle un poco de la esencia del libro, ¿qué le dirías?
Le diría que es un libro de cosas pequeñas. Un libro para leer en un viaje en guagua. Un libro apto para todas las edades. Un libro que cabe en un bolsillo de atrás del pantalón, que se puede doblar como una libreta de la secundaria. Un libro de aprendizaje. Un libro que trata sobre la vida de una muchacha cubana que se parece a la vida de otras personas en el mundo, porque es un libro de cosas pequeñas y esas cosillas tristes o alegres son las que conectan a la gente. Es un libro de listas, que puede retratarte en alguno de sus puntos.
¿Has pensado escribir teatro o poesía?
Teatro nunca. Poesía sí. Pero me han convencido varios amigos poetas de que siga haciendo crónicas o intentos de narrativa. En mi experiencia creo que hacer poesía es muy complejo, aunque es muy fácil hacer una mala poesía.
Provienes de una familia de artistas. Tu padre fue un gran y querido poeta. ¿Hasta qué punto sientes que esa herencia genética, ese legado, está presente en tu trabajo creativo?
Mis abuelas cantaban y declamaban, se sabían muchas historias. Una fue maestra Normalista y la otra estudió en un colegio de señoritas. Así que sus cuentos y sus experiencias eran muy diferentes. Una era católica y la otra espiritista. Una vivió en Carretera del Morro y la otra en Pinarito de Cambute. Una pintaba paisajes al óleo y la otra era una artista de la cocina. Mis abuelas murieron hace muchos años, pero ellas influyen de forma determinante en mi personalidad creativa.
Por otro lado, mi mamá no es una artista, pero es una mujer muy culta, ha leído mucho, lo mismo clásicos de la literatura que obras contemporáneas. Ella está muy al tanto de todo lo que pasa en el mundo, sabe de un golpe de estado en algún país, de los más recientes descubrimientos arqueológicos, de las investigaciones de la NASA, del último disco de Bad Bunny. Ella es mi brújula, mi Internet con corazón y mi más ferviente crítica. Y mi papá era mi socio, mi hermano, mi amigo, mi amor más grande. Mi papá era un tipo muy genial, muy creativo, muy inventor, muy simpático. En todo lo que escribo está su marca, no me refiero a su impronta poética, sino a su condición de papá, a su personalidad. Estática Milagrosa, mi primer libro, está dedicado a él y los otros que aún no he escrito también están dedicados él.
En tu opinión, ¿cuáles son las principales necesidades de los artistas jóvenes en la Cuba de hoy? ¿Y los principales desafíos creativos y sociales de estas mismas voces?
Hace unos años participé en Santa Clara en el Magdalena sin Fronteras, un evento organizado por Roxana Pineda, una de las artistas que más admiro. Allí conocí a muchas mujeres increíbles. Conocí a Julia Varley, actriz del Odin Teatret, una mujer extraordinaria con una sabiduría y una belleza admirables. De ella aprendí la importancia de hablar en primera persona. Creo que después de ese Magdalena no he vuelto a hablar en nombre de otros. Hablo de mi experiencia, de mi pequeñísimo entorno familiar y profesional. Las necesidades de los jóvenes artistas son muy disímiles, como disímiles son las realidades de la Cuba de hoy. Algunos demandan más conexión a Internet, otros un piano de cola, otros piden libertad de expresión, otros la posibilidad de presentar su obra en espacios de primera línea. Las necesidades pueden variar, incluso pueden ser materiales, estéticas o espirituales. Pero yo considero que todas, si provienen de un artista joven de la Cuba de hoy, deben considerarse como necesidades legítimas.
Mi necesidad parte, esencialmente, de defender lo bello, lo inspirador, lo enaltecedor. Son valientes los que denuncian los horrores, los que alzan su voz nombrando las injusticias, pero también hay valentía en defender la belleza, porque ya lo feo, lo injusto y el horror andan sueltos por el mundo. Son también valientes los que pintan a la luna asomándose, tímida y hermosa, detrás de un árbol mientras estallan las bombas en el Medio Oriente. Son también valientes los que siembran árboles mientras las ballenas blancas son atravesadas por el arpón. Creo que, como el resto de las necesidades posibles, la mía también es legítima, sin embargo, he sufrido en varias ocasiones de una extraña especie de censura, porque no suelo mostrar las cosas malas, lo criticable. O tal vez mi manera de cuestionar la realidad es otra, menos directa, menos ácida, más esperanzadora.
Esa es mi necesidad: defender la vida, la belleza, la armonía de nuestras almas con el alma de la naturaleza. Y mi desafío creativo es que no se banalice lo lindo, lo bueno, lo suave, lo alegre. Mi desafío es que no se desvalorice mi visión porque me guste sacar el lado más positivo a las cosas. Mi desafío es que la gente siga viendo la estrellita tintineante en medio de la noche más oscura, que no se pierdan las ganas de bailar, de cantar, de amar, de jugar, de ser feliz, aunque el mundo esté lleno de injusticias. Para eso escribo y para eso vivo.
¿Existe un diálogo profundo, de intercambio y creación, entre los creadores de una misma generación, y entre los jóvenes y los veteranos?
Los creadores de una misma generación, aunque tengan intereses artísticos diferentes, comparten modos de producción, referentes, modos de vida. El contexto provoca una empatía inevitable, aunque no siempre conduce a un diálogo profundo. En el mejor de los casos las alianzas creativas entre los artistas de una misma generación dan lugar a movimientos, procesos y experiencias colectivas que marcan el ritmo de los tiempos. Así ha sucedido y así ha quedado en la Historia. Sin embargo, tal vez no han sido visibilizados de igual forma los vínculos entre artistas de diferentes generaciones. Muchas veces oigo hablar de los jóvenes y de los viejos, como dos extremos irreconciliables. Te puedo contar que una de las personas con las que más me conecto, que ha leído todo lo que escribo es mi amiga Ivette Vian, que ya pasa de los setenta. Ella es mi estrella. Creo en los aprendizajes mutuos que brotan del diálogo intergeneracional, en el deseo de unos y otros de encontrarse, en la voluntad de superar el estéril dilema entre lo viejo y lo nuevo. Del intercambio profundo entre generaciones solo puede salir un arte joven. Como cuando vemos en el teatro a un maestro como Carlos Díaz montando textos de Rogelio Orizondo o Agnieska Hernández. O a Fernando Pérez dirigiendo una película coral en la que intervienen seis directores noveles.
Coméntame un poco de tu libro de crónicas y fotos en coautoría con Jorge Ricardo, titulado A Baracoa me voy…, el cual se encuentra en proceso de edición en México por la Editorial Rosa Luxemburgo.
Ese libro, al igual que el documental “El lenguaje de la montaña” estrenado en 2019, es el resultado del viaje más maravilloso que hemos hecho. Jorge Ricardo y yo nos fuimos juntos a Guantánamo a participar en la 28 edición de la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa con el objetivo de hacer un documental. Convivimos 34 días con los artistas y los pobladores de las comunidades intrincadas de la serranía. Dormimos en casas de campaña, nos bañamos en los ríos, nos dimos unos sustos de muerte sobre el camión, vimos más de ochenta funciones, nos asombramos ante las bellezas naturales de una Cuba hasta entonces desconocida. Hicimos muchos amigos actores, campesinos y pescadores. Jorge y yo nos hicimos muy amigos viviendo en condiciones extremas de campaña, nos enamoramos y regresamos a La Habana con muchos planes: un documental, una exposición fotográfica, un libro y un hijo. Todos los planes fueron cumplidos. El libro A Baracoa me voy… tiene esa energía. Es un cuaderno de viaje con más de cien fotografías que relata el descubrimiento de paisajes y gentes increíbles. Cuando los textos parecen demasiado inverosímiles, las fotos son la hermosa evidencia de que lo que vivimos es real. Fue una suerte tremenda que la Fundación Rosa Luxemburgo publicara nuestro libro. Cuando la pandemia lo permita se podrá presentar y podremos llevarle algunos ejemplares a los cruzados en Guantánamo y eso nos hará muy felices, porque está dedicado a ellos.
Más allá de la página en blanco, ¿quién es Isabel Cristina?
Soy una muchacha feliz con una familia maravillosa. La familia que siempre soñé construir y para la que mis padres me prepararon toda la vida. Este año cumplo los 33 y dicen que esa es la edad de cambiar el mundo. Yo sé que no voy a lograrlo porque no tengo habilidades sobrehumanas, pero seguiré intentando sacar el lado alegre de las cosas, seguiré llevando una semilla en la cuenca de la mano y confiando plenamente en la promesa de la germinación.