Reynaldo Zaldívar
Jornadas para florecer en Ciego de Ávila (dosier)
La entrega del Premio Poesía de Primavera, en su edición XXII, que conquistó el joven escritor holguinero Reynaldo Zaldivar Osorio, fue quizás el momento más esperado en estos tres días de Juegos Florales 2023. Sin embargo, como los aguaceros de mayo, sobre la filial de la Asociación Hermanos Saíz de Ciego de Ávila, cayeron también los más frescos versos, las atrevidas lecturas, los sorteos de libros… y los amorfos pétalos de las coronas.
Y tan ansiado era descifrar, este 27 de mayo, el nombre del ganador, que tuvo como rivales al guantanamero Reineris Betancourt y a la avileña Liuma Rodríguez, como recibir (oficialmente) a los nuevos miembros de la organización. De esta forma, el pasado 24, apenas el Dúo Alma “soltó el alma” dentro del Centro Cultural Café Barquito, el carné de la AHS fue a parar a manos de Amanda Beatriz Ortega Rodríguez, una de sus voces.
En cada jornada, más que cercenarse una rosa, se plantaba un rosal. Y cada poema, como anillo al dedo, perfumaba el contorno y más allá. Posiblemente la ropa de Leidy López Pérez de Corcho, otra joven que creció en Crítica e investigación este año, posea todavía el fijador de su bienvenida en la primera noche floral del evento. Porque unos se consagran, ganan premios, mantienen su buen ritmo y otros siguen llegando para construirse.
Como baño de agua tibia después de la humedad, llegaron las lecturas de poesías. Decir noche floral es resumir, brevemente, algo inmenso y mágico, que puede no parecerse a sus etapas fundacionales, pero se resisten a marchitar.
La magia comenzaba con prender un incienso en el mismísimo incensario del escritor avileño, organizador de este certamen y Premio Poesía de Primavera 1997, Arlen Regueiro Mas, quien recibió todo el tiempo el homenaje de sus colegas y amigos. Difícil es superar su muerte, tan reciente, pero fácil es invocarle entre letras que, también, se resisten a morir.
Los ganadores de las noches florales (Reineris Betancourt, Yamara Pereira Rey y Ellen Cuebas, en ese orden) llevaban una corona, pero antes de portarla sobre sus cabezas debieron conquistarla a fuerza de aplausos del público con la lectura de un poema (de su autoría o no), si bien el reto era “irle con ganas” a esos versos y despedazarlos en el aire.
Pero, eso no terminaba ahí. Se pasaba un caldero y quien lo deseaba echaba una prenda, dinero, un libro, un lapicero e, incluso, su imaginación. De la voluntad de los asistentes surgía un premio para el que conquistara la corona.
Asimismo, una iniciativa llamada “Cadáver exquisito” buscaba construir colectivamente un poema, a partir de colocar un verso en una hoja que recorría el espacio. Al rato, verso a verso, palabra a palabra, se leía a los asistentes el resultado, en una tan coherente como disparatada conexión. Así, en espera de lo inesperado, se envolvía en risas el momento.
Las horas de sol siempre alimentaban el jardín. Con ellas, las presentaciones de los libros de poesía “Apnea”, de Rubiel González Labarta, ganador del XXI Premio Poesía de Primavera, en 2021; “Restos”, del espirituano Ariel Fonseca Rivero, y de la colección de textos digitales “Primavera Digital”, único de su tipo ganador de la beca El Reino de este mundo y expuesto en la Feria Internacional del Libro 2023.
Hubo mesa de opinión “La poesía joven en Cuba y su relación con las editoriales”, con Carmen Hernández Peña, Vasily Mendoza y Ariel Fonseca; y el Rincón para “Poesía con Mas”, dedicado a Arlen Regueiro Mas. Se habló, más allá de los ratos para beber café e intercambiar locuras, sobre los Juegos Florales, la creación literaria, de los más de 20 años de historia y también de futuro.
Se sumaron las lecturas de poesía de los escritores locales Lioneski Buquet, Heriberto Machado, Yanarys Valdivia, Yasmani Rodríguez Alfaro, Carmen Hernández Peña, Eduardo Pino, Vasily Mendoza y Masiel Mateos, así como las vivencias del diseñador Yaudel Estenoz, miembro del equipo de “Primavera Digital”. Se juntaron, al mismo tiempo, los textos en voz de los finalistas del concurso.
Obviamente, un jurado de talla y con “tremenda talla” no podía quedarse fuera de este derroche de versos libres y rimados, por lo que, en la noche última, mostraron por qué fueron escogidos para seleccionar uno entre 24 aspirantes al Premio Poesía de Primavera 2023. El santiaguero Yunier Riquenes (desde la capital) y el santaclareño Sergio García Zamora (desde España), enviaron sus videos, mientras el avileño Eduardo Pino lo hizo presencialmente.
Junto con el “plato fuerte” de los Juegos Florales, la buena literatura hecha por creadores noveles cubanos, sonaron las guitarras y el violín, en una suerte de descargas con el camagüeyano Dúo Mantra (Manuel y Rocío) y la guantanamera Annalie López Caballero, quienes pusieron a bailar a los finalistas, escritores del patio e invitados y el público en general. Sus canciones, además de hacer sudar y suspirar, fueron luces sobre un mar de recitaciones.
Los Juegos Florales 2023 tuvieron como sedes el Centro Cultural Café Barquito, la Galería Nexos y el Patio de la Casa del Joven creador; la filial universitaria Manuel Ascunce Domenech y la Facultad de Ciencias Médicas de Ciego de Ávila, estas últimas un gran esfuerzo por sobreponerse a las carencias de estos tiempos, que parecen no intimidar a la filial avileña de la AHS.
Así cerró la edición, que saludó al 4to. Congreso de la AHS y homenajeó a José Martí en el 170 aniversario de su natalicio, a partir de la colaboración entre el Centro Provincial del Libro y la Literatura, la Dirección Provincial de Cultura, el Gobierno Provincial y el Comité Provincial de la Unión de Jóvenes Comunistas. Así cerró la edición 2023 de un evento que anda, desde junio de 1994, por caminos no exentos de espinas. Pero, ahí va, regando flores.
El Premio Poesía de Primavera, desde hace algunos años, alterna con el Premio de Narrativa La Llave Pública, cuya convocatoria ya quedó abierta para el año 2024. El ganador ve publicada su obra bajo el sello de Ediciones Ávila.
Sabor a primavera
Por: Vasily Mendoza
No recuerdo exactamente cuándo comenzó a ser Ciego de Ávila un fuerte exponente de la poesía nacional. Quizás fue cuando ya la piña se empezaba a perder, y algunos portales se fueron derrumbando.
Lo cierto es que quiero creer que desde que en 1994 se iniciaron de manera institucional los Juegos Florales, la vida poética avileña avileña cambió para siempre.
Y en este 2023, los que asistimos a esta nueva edición del evento poético, pudimos sentir la ausencia de una buena parte de sus rescatadores, Ileana Álvarez, Francis Sánchez, Otilio Carvajal, el poeta Lugones, Elsa Burgos, José Rolando Rivero; y los herederos más enérgicos como el insustituible Arlen Regueiro Mas.
Los tiempos cambian, como cambian las poéticas y los poetas.
No todas las ediciones tienen que ser espléndidas. Hay que dar espacio, también, a lo que está “bien”, pero no te pases.
Ahora se gesta la poesía desde otras angustias y son más los escritores foráneos a los que se acuden para armar este convite de tradiciones, porque ya las huestes simbólicas del patio han ido menguando en demasía.
Desde una intención que tiene poco de poética y mucho de práctica y salvadora, Leo Buquet, jefe de la sección de Literatura de la AHS avileña, tuvo a bien preparar un programa con 14 actividades, y otros espacios alternos como las visitas promocionales a la radio y televisión.
Si bien la asistencia de público no fue toda la esperada, desde el punto de vista del pueblo volcado hacia la literatura, no cabe duda de que la Casa del Joven Creador es la vanguardia en la gestión de espacios para la formación de públicos. Y es activista, en amplio sentido, por excelencia.
Lecturas poéticas, mesas de opinión, presentaciones de libros, asaltos literarios a las sedes universitarias, trova y hasta repentismo, fueron algunas de las acciones que se llevaron a cabo y conformaron la praxis de estos Juegos.
No olvidemos que el evento cultural se remonta a los inicios del siglo XX, cuando algunas familias se reunían en casa para leer poesía entre ellos, trovar, beber algo de vino y otras cosas, y premiar, entre todos, al mejor poeta y el más exquisito poema, con una corona de flores.
Eran veladas hermosas a las que no pude asistir, por supuesto. Pero cuando en el año fundacional de su primer rescate, 1994, desde el Centro Provincial del Libro, sí pude ser parte de esa velada, no tuve ni la sospecha del alcance y la importancia que evento tendría en el panorama literario de la nación.
Para muchos poetas, recibir la corona de flores que los acredita como Mejor Poeta, o el más aplaudido por los espectadores, es algo que rozaba con la popularidad. Porque no siempre coincidía esta con la calidad poética y, mucho menos, con la calidad de la lectura del poeta.
Ya después, sobre los inicios del 2000, cuando se agregó la confesión del cadáver exquisito y el caldero para echar la ponina con la colaboración del público, vendría a ser el premio material a lo lírico.
La entrega del XXII Premio Poesía de Primavera recayó en el joven holguinero Reynaldo Zaldívar Osorio, con su poemario Perforaciones. Recibieron menciones los poetas Liuma Rodríguez (Ciego de Ávila), con el cuaderno Galería de rostros, y Rey Nerys Betancourt Colás Guantánamo) con el volumen Hijos de nadie.
Para cerrar la noche, nada mejor que las canciones de Annalie López en concierto, y sus invitados. Con toda la fuerza de su carisma, talento, y poderoso encanto. El olor a flores inundó el recinto ferial.
Los participantes en esta fiesta de la poesía juvenil han de sentirse tocados por la tradición de una ciudad que es conocida por sus portales y poetas. Y que ha conseguido, a fuerza de tradición, mantener viva la poesía de sus calles.
Capítulo #13: La carne de Reynaldo
(notas sobre el libro Carne Roja de Reynaldo Zaldívar)
I
El poeta conoce el peregrinaje de su labor. Así aprende la historia de cada una sus sombras y establece el encuentro sensorial con los elementos externos que completan su biografía.
El poeta ante lo sórdido (del mundo humano) es un ente transformador. Tiene el poder de convertir en paisaje simbólico la experiencia colectiva. No es un simple expectante del entorno, su necesidad radica en la búsqueda del conocimiento y la verdad cósmica. La verdad humana es solo un indicio equívoco de la verdad que busca el poeta.
¿Dónde termina el trayecto del poeta?
¿Cómo es la carne de un individuo que se expone a ese trayecto?
Ediciones La Luz en 2019, publicó el cuaderno de poesía Carne roja de Reynaldo Zaldívar. El libro es una de las apuestas que todos los años esta editorial hace en función de promover a los escritores jóvenes, cuya obra merece un llamado de atención en el panorama literario cubano. Vale resaltar el diseño de Roberto Ráez y Armando Ochoa, así como la edición a cargo de Luis Yuseff.
Seleccionar este libro para su publicación fue un acierto de Ediciones La Luz y todo su equipo de trabajo. Se trata de un poemario donde su autor se desplaza entre dos puntos esenciales: el cómo y el ser. Hay una singular complejidad en cada traslado realizado por el individuo, que a la ves es un poeta/un hombre/una vaca/ o un árbol. En estas páginas acudimos a un concierto nostálgico donde la convicción y la percepción de sujeto-objeto, nos convierte en espectadores de una verdad creadora.
Zaldívar ha construido aquí (francamente) un material simbólico invaluable. Cada palabra es el reflejo del subconsciente, imágenes extraídas de la memoria que rechazan lo superfluo. Cada palabra seleccionada para este libro, atraviesa todos los registros culturales que definen a su autor. La autoconciencia poética moldea las formas divergentes de su yo, y subvierte el hábitat natural de los objetos circundantes. ¿A qué se debe semejante autoridad?
La poesía como resultado final de la conexión individuo/mundo posee contenidos intangibles en cada suceso o experiencia concreta. Esos contenidos a la vez, arrastran consecuencias profundas para el cómo y el ser. Ambas unidades de conflictos pueden llegar a ser deshumanizantes, pero también ahí, se encuentran aquellas nociones de mayor validez estética del poeta.
II
Reynaldo Zaldívar nos propone en Carne roja, una estructura externa donde hay cuatro unidades de conflicto: Vaca /Yo, el animal /Acéfalas / y Tiempos de bestias. En estos cuadros el poeta presenta distintos síntomas de su investigación. En Vaca, cuadro inicial integrado por cinco poemas, nos adelanta sus estrategias del discurso para todo el libro. Su lenguaje se sostiene a partir de la experiencia habitual. Algunos elementos poseen una representación de testimonio, dotando al texto de un tejido viviente.
Llevo dentro una ciudad perversa.
Yo quería llevar dentro una ciudad perversa.
(P. 11)
En Planes, poema que abre el libro, el poeta acude a la identificación de una realidad que se renueva y que existe como discurso. Una realidad que proyecta sentidos como la ciudad.
Llevo dentro una ciudad perversa
Y el tatuaje de una vaca.
(P. 11)
En este poema inicia el tejido urbano que luego muta a elementos rurales, o que forman parte de un pueblo que no es ni urbano ni rural en una comprensión más demográfica o sociológica. Entonces aparece la ciudad, sus habitantes, sus deseos, y el abordaje de lo posible como negación social.
Estos aspectos vinculan al siguiente poema: Generación. Un texto que reitera a la “vaca” como símbolo y nos dice que en lo adelante será parte de la semiótica del libro. Algo que justifica desde el título del cuaderno: Carne roja.
¿Qué sería de esta generación
sin las vacas que pueblan sus campos?
(P. 12)
El poema pregunta para hablar de la tentación. El poema pregunta para generar dudas. ¿Por qué introducir la duda? ¿Por qué las vacas? ¿De qué color será la carne de Reynaldo? Las anteriores preguntas nos conlleva a establecer la relación del poeta con los textos siguientes: Intercambio, El mejor poema y Vaca.
Las posesiones son materia de significados diferentes para el poeta según su peregrinaje. El poeta busca el amor y reconocer el contexto a través de la poesía. Mira a sus semejantes como hombres condenados que no saben definir sus circunstancias. La resignación para el poeta es una vaca gigante que pasta a orillas de una ciudad perversa.
A veces quiero ser una vaca,
tener el olor de una vaca,
las tetas de una vaca.
(P. 15)
La metáfora poética de la vaca posee el milagro del equilibrio de las tenciones producidas por la realidad de Reynaldo Zaldívar. Por momentos la idealización de la Vaca como símbolo de liberación y de veneración, y al mismo tiempo un animal social-sagrado (un político-un poeta).
Ser una vaca sagrada
como un político sagrado
u otro animal semejante:
dígase, por ejemplo, un poeta.
(P. 15)
Zaldívar siente no encontrarse con el cuerpo de un poeta. Su inscripción en la naturaleza sagrada del poeta-Dios lo pone en el territorio del poder ser y el deber ser.
La búsqueda de la interpretación del otro sobre su estatus es una de las corrientes investigativas de la segunda parte del libro: Yo, el animal. Este segmento es conflictivo. Varias líneas de acción nacen aquí: el poeta y el padre, el poeta y la tierra, el poeta y la memoria, el poeta y el cuerpo, el poeta y el camino.
Pachamama es un texto don Zaldívar declara que su tierra es el papel subvertido por el poema que no alcanza para comprar arroz. Declara la necedad del padre sobre su labor o condena. Su padre lo identifica como fracaso familiar. Es entonces cuando aparece el poema Árboles y declara lo que lo asfixia: la maldición del lenguaje.
Me levanto temprano. Talo árboles.
Un bosque me nace dentro del pecho.
Aquí se puede respirar la corteza y el sudor y el hacha.
(P. 20)
Sentenciado a su sueño, Reynaldo asume que su suerte es la autodestrucción poética de su vida. Su rutina no depende de las cosas que prefiere hacer sino de las que necesita hacer.
Pero si un bosque te nace dentro del pecho
no queda más que talarlo
o dejar que poco a poco los árboles te asfixien.
(P. 20)
En lo adelante, los elementos de la naturaleza como significantes de la construcción semiótica del cuaderno. Estos se entrelazan en el tejido urbano para crear un territorio crítico y conflictivo. Estos poemas son: Recuerdas, Olec, En una pared de Alcatraz, Dolor a comida, A, Nacimiento, Billy, A contrasombra, Gólgota, y Prohibido escupir sobre el puente Howah.
Los arboles como un elemento sobrenatural a fin con las emociones y vivencias del poeta, es reflejo de su mundo interior. En Olec, el cuerpo es tragado por la oscuridad. Hay un paralelismo inusual entre Olec y un poeta (Reynaldo), ambos no dejan de golpearse la cabeza.
El individuo es mostrado como espacio de auto-represión. Los animales y los arboles como elementos a fin que superan la percepción humana del hombre-ciudad. Una condición reservada para el poeta como ser de luz capaz de contagiar a los otros.
Al herrero le ha nacido un hijo.
Hay el sonido de música de cuerdas
y danzan las jóvenes
alrededor del asado.
(…)
«Démosle el pésame al herrero
Porque le ha nacido un poeta».
(P. 26)
Hay un marcado énfasis en su necesidad por mostrar al poeta como frustración familiar. Como un cuerpo que nunca podrá sanar por el don maldito de la palabra.
Está condenado a caer
por el borde caótico
de la palabra.
(P. 27)
Es evidente su postura contra las viejas costumbres destinadas al fracaso. La ausencia de poesía lo deprime. El padre defraudado/negado ante las posibilidades del hijo, es su mayor crisis. Tal vez por eso imagina la muerte del hijo.
El respeto a la vida en resistencia lo hace escupir antes de llegar y después de del puente. Nunca en el puente. El respeto a los ideales del otro (su amigo) le genera compasión y admiración.
Mi amigo nació en 1989 y está cayendo.
Lleva veintinueve años cayéndose sobre una isla.
Tal vez deje de escupir por respeto a mi amigo.
Alguien que lleva cayéndose tantos años y continúa vivo
merece que yo deje de escupir.
(P.32)
III
Acéfalas es la tercera parte del libro. Aquí la figura femenina es explorada desde su aspecto físico hasta los distintos significados que puede tener tanto cultural como en relación con su contexto (específicamente al mundo de los objetos).
Una mujer desnuda
y una fuete de lotos,
qué gran vanidad.
(P. 35)
Algunos aspectos son comunes a los poemas que siguen en esta tercera parte: Palabras de apertura, Matrioska, Independentistas, Aprieto los puños y recuerdo tu nombre, Era negra y escribía novelas, Descabezados y Para leer en las noches de trova. La figura femenina es madre, pasado, fracaso, dignidad y tiempo mejor. La mujer que conversa con otra figura femenina como si fuera un dios, es una mujer que ha parido un poeta. Un hombre que en algún momento será padre a pesar de su oficio.
El poeta no quiere cometer los mismos errores de sus padres y busca en el bosque y en la tala del bosque su propósito.
IV
El último segmento del libro se titulado Tiempos de bestias es un resumen filosófico de las tres partes anteriores, donde aún es posible seguir imágenes de la realidad humana del poeta.
Ser algo más que la cuerda
tensa entre los dedos del cazador.
(P. 47)
Reynaldo ahora asume al ser sin importar el cómo. Sabe que puede representar algo más. Sabe que ser poeta representa algo más.
La cabeza se reafirma como símbolo en esta parte del libro. Aunque es un dispositivo cuya fuerza proviene de la parte número tres: Acéfalas.
Levantar la cabeza
y verbal cazador apuntándote.
(P. 48)
Todas sus angustias recaen en la figura del cazador. Al que prefiere mirar de frente con la cabeza erguida para convertirlo en presa. En esa dualidad también yace su condición de poeta y su carga. Está en ambos las dos: es cazador y presa y presa/el poeta en ambos polos, es bosque y ciudad, así comprende la tragedia de la vida.
La moda es lo que sigue
cuando en la cabeza no queda nada más.
(P. 51)
Por último, Zaldívar nos dice que las libertades son reducidas tras la formación intelectual del individuo. Ha sido un animal y sabe lo que es imaginar el mundo desde el pasto verde de la colina. La vaca no tiene sueños prohibidos, eso es humano, igual que las carencias de la ciudad.
Por eso he decidido dejar de ser un animal:
por respeto a mi cabeza.
(P. 51)
Ediciones La Luz sigue de fiesta de las letras en diciembre (programación)
Prepárense para lo que trae Ediciones La Luz esta semana. Se continúa homenajeando a poetas y presentando novedades editoriales.
Martes, 8
Oda a la joven luz
Dedicada a las escritoras Dulce María Loynaz y Emily Dickinson
Invitados: Belkis Méndez y Aylene Rodríguez
10:00 am
Miércoles, 9
Abrirse las constelaciones (especial)
Celebra el 75 cumpleaños del escritor Delfín Prats.
Se presentará el libro, El brillo de la superficie. Poesía reunida, Delfín Prats
Presenta: Adalberto Santos
5:00 pm
Jueves, 10
Abrirse las constelaciones
Desequilibrio, de Reynaldo Zaldívar (Ganador del Premio El árbol que silba y canta)
Colección Analekta
Presenta: Luis Yuseff
5:00 pm
Viernes, 11
Entrada de Emergencia
Lectura de poemas de Dulce María Loynaz
Presentación de Los poemas de Tor House, de John Robinson Jeffers.
Presenta: Javier L. Mola
Lectura de asociados: José Alberto Pérez e Idania Salazar
Si vas a comer carne roja, espera por Reynaldo
Acabo de leer, por segunda vez, el poemario Carne roja, primer libro de Reynaldo Zaldívar (Fray Benito, Holguín, 1993), publicado por Ediciones La Luz, importante sello de la AHS en la provincia. Ha resistido, como no suele suceder con todos los textos, a una segunda lectura y sé que puede hacerlo con las sucesivas por varias razones: el libro tiene poemas memorables –de esos que uno se dice haber querido escribir–; porque la voz poética de Reynaldo se me antoja una de las más sinceras y libres de su generación, alejada de influencias lastrantes o gestos; y porque Carne roja es en sí una obra unitaria, sólida, desde la propia estructura del libro.
La carne roja en este texto es una metáfora nacional: su ausencia/presencia ha condicionado varias generaciones. De ella, metáfora también lírica, parte Reynaldo para hablarnos del país y sus días, de pérdidas y ganancias, de adaptación (también adaptabilidad) y resistencia, de sueños y ausencias, de amores, de la vida y sus intensidades, desde la altura de su primer cuarto de siglo.
A veces, nos dice Reynaldo, ha querido ser una vaca, “tener el olor de una vaca/ las tetas de una vaca. / Nacer con las pezuñas divididas/ y que me peinen a lengüetazos/ Y digo vaca porque no puedo ser vaco. / La palabra buey nunca me ha gustado. / Ser una vaca sagrada/ como un político sagrado/ u otro animal semejante: / dígase, por ejemplo, un poeta” (“Vaca”). Y como mismo ha deseado ser una vaca, ha pensado comerse una y sonreír: “Yo me comí una vaca y estuve quince años tristes. Llevo dentro una ciudad perversa/ y el tatuaje de una vaca. / Yo quería llevar dentro una ciudad perversa. / Nunca planifiqué lo del tatuaje” (“Planes”).
Sabiendo, casi bíblicamente, que no hay nada nuevo bajo el sol, que la poesía es uno mismo (el poeta) y sus circunstancias, y que el verso viene realmente a cobrar vida, a exorcizarse del autor y sentirse libre por una vez, en el encuentro cuerpo a cuerpo con la experiencia ajena, con el sentir del otro, Reynaldo reúne veintinueve poemas, divididos en las secciones “Vaca”, “Yo, el animal”, “Acéfalas” y “Tiempos de bestias” (“Somos”, obra de Lisandra López en la portada).
“Árboles”
Me levanto temprano. Talo árboles.
Un bosque me nace dentro del pecho.
Aquí se puede respirar la corteza y el sudor y el hacha.
Nada como respirar esta trilogía:
corteza/ sudor/ hacha.
Otro golpe y otro árbol.
Preferiría pastorear vacas,
hornear panes.
Pero si un bosque te nace dentro del pecho
no queda más que talarlo
o dejar que poco a poco los árboles te asfixien.
Muchos de estos poemas funcionan como aldabonazos, como toques en la puerta/pecho ajeno. Como círculos concéntricos que se explayan en el estanque de los días y de la memoria. No es un libro de tanteos, de aprendizajes, aunque el poeta mañana se arrepienta de estos versos y salve apenas algunos de las llamas del olvido, a la par que otros libros van cobrando vida. No lo es: Reynaldo nos entrega un cuaderno sólido para ser prístino, sincero y soñador también. No hay experimentación más allá de la que naturalmente germinan, no hay rejuegos (apenas repeticiones que refuerzan el ritmo en varios poemas) ni bucolismo. El joven poeta ha leído lo necesario, absorbiendo vorazmente, muchas veces de forma indistinta, sin pautas ni orden más que las que él mismo se crea, sin seguir modas, ni autores claves, académicos para otros, solo por el placer de la lectura, y por la acumulación del sedimento vital, esa semilla que, después de las estaciones de lluvia, el sol, la labranza y los cuidados, germina en poesía.
“Último tiempo”
Por años fui un animal y eran pocos
los animales en esos años.
Pero era gustoso marcar la diferencia:
barba, camisa, pantalones rotos
y una estudiante de psicología por novia.
Pero ahora todos quien
hacer de esto la moda.
La moda es lo que sigue
cuando en la cabeza no queda nada más.
Por eso he decidido dejar de ser un animal:
por espeto a mi cabeza.
Ser una cosa sin pelos
y sin camisa y sin pantalones.
Todo esto es una excusa, una metáfora (las vacas, el ganado, el país). Una metáfora cárnica, podría pensarse. Una metáfora roja, también. Una metáfora cruel, además. Reynaldo, en cambio, prefiere explorar la vida, las relaciones familiares (la madre aquí como un péndulo vital, en poemas como “Matrioska” o como “Pachamama”) y las amorosas, aunque sabe que él, Reynaldo Zaldívar, “está condenado a caer/ por el borde caótico/ de la palabra” (“Nacimiento”), pues sencillamente “somos bestias acostumbradas a la carne. Hace tiempo olvidamos morder/ el cuerpo desnudo. (…) …somos bestias/ que levantamos piedras” (“Billy”).
“Pachamama”
Mi hijo es el colmo de los poetas –dice– y la lengua silva cuando pronuncia poetas y se le cae del rostro una mueca. Mi hijo es una suerte de animal idiomático. Allí está tirado entre los papeles como un papel más. hijo-papel tirado al que le nace un poema que no alcanza para comprar arroz. Mi hijo se morirá de hambre por escribir (escribirse) poesía y nos matará de hambre por escribir (escribirse) poesía. Mi hijo es el colmo de los poetas –dice– y la lengua silva cuando pronuncia poetas y se le cae del rostro una mueca.
Hay su poco de sabiduría, de salmo y salterio, de vieja pieza de jazz en estos poemas, escritos quién sabe bajo qué sol o bajo qué noche insular, en qué jardines invisibles de la literatura. Y sobre todo hay mucho de poesía en Carne roja, con edición de Luis Yuseff; libro con el cual Reynaldo Zaldívar desbroza la maleza desde una sinceridad lírica sin miramientos y se sienta, tranquilo, a la mesa, servidos y humeantes los platos, listo para enfrentarse de nuevo a la palabra.