Rafael de Jesús Ramírez


Los umbrales de la desaparición o Mateo Mordeccai, antologador advenedizo (+ video)

Conocí a Mateo Mordeccai a fines de 1998, cuando llegó al Nuyorican Poets Café con paraguas, capa y un ukelele en mano. Me pregunté qué hace este hombre aquí, precisamente aquí, con ese extraño instrumento… y como si me hubiese escuchado comentó: “Intento apaciguar al monstruo…”. O lo conocí una tarde lluviosa de 2006, cuando ensayaba con su banda de low-rock-blues The Royal Bakunin Orchestra, el clásico “Sinner Man”, un cover del conocido tema espiritual que Nina Simone grabara para la Philips Records y fuera incluido en su disco Pastel Blues de 1965. O quizás fue a inicios de 2008, en los días en que entrevistaba a Nicolás Dorr y al equipo técnico que participó en el rodaje de Filmar Pedro Páramo, el extraño documental de Vinicio Ferreira. Poco después, su vida y la del proyecto umbralista se disolvieron en la bruma de la “intrahistoria” de Unamuno, y nada o casi nada supimos de Mordeccai.

Pero poco importa la fecha en que nos conocimos, pues el Umbralismo no es más que una poética de la desaparición… Mateo Mordeccai –lo supe apenas lo vi, lo noté en sus ojos escudriñadores aquella mañana en el Nuyorican Poets Café– era un advenedizo: trataba de salvar algo de cuyo valor dudaba, pero aun así (obstinado, perspicaz) se empeñaba en salvarlo: antologar los escépticos umbrales de la nada y los límites de una escritura reinventada llamada Umbralismo, una tendencia que tiende al vacío escudándose en el jazz como única literatura posible. Aunque Mordeccai (amante empedernido del desenfreno de Ornette Coleman) no incluyó ninguno de sus textos en el primer volumen de la antología umbralista que entregó, poco antes de morir en Frankfurt am Main, a la Heldon Editors en Liverpool.

Todo antologador es un advenedizo, aunque no necesariamente un escéptico, me dijo, cuando le pregunté, con los acordes de “Sinner Man” de fondo, por qué no incluía textos de sus libros La noche de los cuchillos largos y Un tercio de la vida extraña (escritos bajo un extraño influjo umbralista) en la mencionada antología. Mordeccai estaba atraído por los blancos espacios de la nada, o sea, por el vacío. Le interesaba trabajar con textos incompletos que recordaban un palimpsesto, con textos que simulaban una mala traducción… Y aquí aparece la necesidad de olvidar los argumentos umbralistas, una necesidad que se vuelve destino en la vida de Mateo Mordeccai y que nos conduce, finalmente, a la concreción, paradójica al fin y al cabo, de Umbralismo: una antología.

Mordeccai traza en su selección el devenir del Umbralismo partiendo de los precursores Demetrio Souza y Vinicio Ferreira; los llamados ortodoxos Stanislaw Bauert y Julius Maynard y los heterodoxos Joaquín Manila, Juan Laprida y Maura Samprini. Él, como sabemos, es un advenedizo que escribía a la sombra del movimiento… El libro, solo una fracción de los textos umbralistas, muestra parte de la obra de Souza, Manila y Julius Maynard, un total de 14 cuentos.

En los cuentos del bayamés Demetrio Souza, Borges es estilísticamente una influencia pop, pero no metafísica… Escribir, por desgracia, no salva a nadie de la muerte: Souza acabó paralítico en las revueltas de los Independientes de Color en 1912 y cuando murió, en 1950, fue enterrado en el cementerio de Jiguaní. Como toda escritura es una conspiración, toda acción que multiplica la realidad atenta contra su pureza, y tarde o temprano es castigada, y eso bien lo sabía el iniciador del Umbralismo.

Joaquín Manila es un autor casi desconocido que detestaba el realismo de los escritores cubanos de los noventa. En Broadway, luego de trabajar como tramoyista, creó, junto a otros umbralistas heterodoxos, un vasto proyecto de “la literatura que pudo ser”, pero no fue, como el Museo de la Novela Eterna del argentino Macedonio Fernández, y en el que se vislumbraban unas cuantas obras que nunca serían a menos que ellos, los umbralistas, hicieran algo al respecto. O que Mordeccai las antologara…

Julius Maynard es, quizás, el último de los umbralistas: su fecha de nacimiento de pierde en el tiempo, pero sabemos que saltó desde lo alto de su edificio en octubre de 2001, poco después del desplome de las Torres Gemelas (Oriana Fallaci lo contó como pocos). Él odiaba la realidad. Si había alguna forma de sintetizar sus ideas sobre la literatura era esa: negar la mansedumbre de lo real, y el derrumbe de aquellos gigantes del World Trade Center le pareció “demasiado real”…

Por primera vez en Cuba –antes lo hizo la Heldon Editors en Liverpool y la Minion Publishers en New York– y gracias al empeño de Ediciones La Luz, sello holguinero de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), y al Premio Celestino de Cuento, parte de los textos umbralistas seleccionados por Mordeccai (los de Souza, Manila y Maynard) aparecen publicados en 2013 en un mismo libro, con la seguridad –la misma antología lo advierte– de que esta es una escritura dactilar que tienta al vacío y contiene en sí la forma ideal para olvidarla.

Rafael de Jesús Ramírez: «La literatura es un arte privado y por eso mismo es más terrible, pues la batalla es silenciosa y nadie te juzga en el silencio de tu habitación, excepto el Gran Arquitecto.» (En entrevista que le realizara Andy Muzalf)/ foto tomada de su perfil de facebook

El azar –nuevamente paradójico respecto a los escritores umbralistas y al propio Mordeccai– y el éxito editorial que resultó reunirlos en un mismo cuerpo, le otorgó al libro el reconocimiento La Puerta de Papel y quiso que en 2016 Umbralismo: una antología volviera a estar al alcance de los lectores para mostrarnos, como dijera la narradora Mariela Varona, “parajes, seres, objetos, cuya existencia sospechábamos en los sueños y en ciertas horas mágicas de alucinación [y] que descubrimos con sorpresa conviviendo en estas páginas”; aunque el posible valor de la escritura de los umbralistas es el de escribir con la seguridad de ser olvidados: pero todos sabemos que cada uno de ellos añoraba lo contrario. Mordeccai lo sabía: desde el vacío de los altos espacios nos contempla y desde ese mismo vacío observa, como presagio de lo asombroso, a un inmenso dirigible acercarse a la villa de Gibara una vez más.