Prodanza


Entre piruetas y pliés: Una danza por los sueños

Desde sus primeros pasos en el campo de fútbol hasta su inesperado encuentro con el ballet en el Teatro Nacional de Cuba, Isaias Rodríguez Peña nos lleva en un viaje de epifanía personal. Recuerda claramente aquella tarde cuando, fascinado con “Don Quijote”, sintió un cambio sutil pero profundo en su percepción del arte. “¿Qué tiene el ballet que cautivó su corazón? ¿Quiénes son los bailarines detrás de estos personajes envolventes?”, se preguntaba –quizás– aquel chiquillo de unos ocho años, quien desde ese momento soñó con pirouettes y chaînes y otros tantos movimientos en ese entonces para él incomprensibles.

Es así que su amor por la danza floreció. Después de aprobar los exámenes para ambas disciplinas de la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso, su madre, con visión y apoyo inquebrantables, lo guio hacia un nuevo camino, donde tuvo que enfrentar una elección crucial. Con determinación, eligió el ballet clásico.

Así, de pasos de baile populares, en los que se divertía con sus amigos, a elegantes movimientos, Isaias se convirtió en un bailarín en crecimiento. Su historia es un testimonio del poder transformador del arte.

En pointe: Un joven hacia la excelencia

Isais interpretando el mercader en el Pas de deux “La Esclava y el Mercader”, del ballet El Corsario, con el cual ganaría la medalla de oro en el «Ballet Beyond Borders». / Cortesía del entrevistado.

A medida que avanzaba en su formación, tuvo que enfrentarse a una preocupación constante: su peso. Con el apoyo de su familia se embarcó en una travesía psicológica para controlar sus hábitos alimenticios y adoptar un enfoque más saludable hacia la comida.

A lo largo de este proceso, tres bailarines se convirtieron en fuentes de inspiración. En primer lugar, Carlos Acosta, cuya técnica, calidad de movimiento y presencia escénica dejaron una profunda impresión en él. Además, el consejo de observar cómo se movía e interactuaba con sus compañeros resultó invaluable para su desarrollo personal.

Es así que comenzó a estudiar videos de ballet con una nueva perspectiva; buscar aprender de los estilos, pero sin perder su propia identidad artística.

“Gracias a ProDanza, de la maestra Laura Alonso, es que he adquirido poco a poco esa calidad de movimiento en escena y profesionalismo. Laura, no sé, ella vio en mí un rayito de luz, de talento. Me propuso el papel de Sigfrido en el Lago de los cisnes y yo le dije: ʻMaestra, ¿usted está segura? Yo acabo de salir de la escuelaʼ; y solo me respondió que confiaba en mí. Hicimos una gira internacional, donde también interpreté el protagónico en El Corsario y otras representaciones del Cascanueces.

“Estoy muy agradecido, no solamente con Laura, también con los demás maestros Romelio Frómeta, Lourdes Álvarez, Sayli Lamadrid, Moraima Rodríguez… Todos me han apoyado y han dejado caer en mí su granito de arena para ir construyendo la montaña”.

–En tu presentación en el «Ballet Beyond Borders», ¿cómo te conectaste con la pieza desde el punto de vista emocional?

Me fui adentrando en el personaje de una nueva manera; en este caso, en el papel del mercader al interpretar el Pas de deux “La Esclava y el Mercader”, del ballet El Corsario. Primero busqué todas las características y luego las incorporé a mi personalidad, impregnando mi sello. Recuerdo que no hubo muchos ensayos, porque coincidía con la gira en Pinar del Río. Pero indagué, estudié y asumí la interpretación desde otra forma a como la había hecho anteriormente.

–En la danza, cada actuación y competición presenta desafíos. ¿Puedes compartir algún momento retador?

Recientemente, con mi compañera de ProDanza, Rachel Mendoza, interpretamos el tercer acto de Don Quijote y tengo que decir que fue estresante para mí. Ese fue el primer ballet que presencié por el Nacional de Cuba. En los ensayos me concentraba tanto que llegué a frustrarme cuando no me salía como quería. Cuando me fallaba algo mínimo, lo que es lógico porque es un ensayo, me molestaba y no me daba cuenta que lo único que hacía era ponerle piedras a la evolución de nosotros dos.

La maestra se me acercó y me dijo que cuando uno baila no tiene que hacerlo perfecto, lo más importante es que se disfrute. Y gracias a sus palabras fui saliendo del laberinto que había creado.

Digo con sinceridad que la mejor sensación es divertirse en escena; simplemente tener la certeza de que bailaste e hiciste lo que has hecho toda una vida.

–La danza tiene el poder de transmitir emociones y conectar con el público. ¿Cómo manejas ese vínculo mientras te presentas en el escenario?

El escenario es mi lugar seguro. Siento que puedo ser yo en mi totalidad; expresar mis sentimientos a través de movimientos corporales.

Hay una sensación extraña que me sucede a cada rato; antes de salir estoy un poco nervioso, es normal, la adrenalina, pero una vez que termino de bailar y voy directo al camerino, me entran unos deseos enormes de regresar a escena e interactuar con el público; seguir bailando.

Siempre relaciono todos los personajes con las personas que asisten a apreciar la función. Por ejemplo, Sigfrido en El lado a los cisnes. A la hora de buscar el cisne paso mi mirada por el teatro, simulo que les pregunto a ellos si lo han visto o si me puede ayudar a encontrarlo, porque bailamos para todos los que presencian la obra.

Isaias junto a Melisa Solorzano nos regalan estas imágenes danzando sobre adoquines. / Jorge Luis Sánchez Rivera.

–Después de este éxito, ¿cuáles son tus metas y aspiraciones futuras en el universo danzario?

Mis objetivos siempre han sido los mismos desde que salí de la escuela. Quiero que las personas en Cuba y el mundo en general me conozcan ¿Quién es Isaias Rodríguez? Espero que por el arte que transmito, por la forma de bailar, las interpretaciones… sepan quién soy.

Por eso, a los que empiezan, solo les sugiero que nunca abandonen sus sueños si realmente lo que desean es bailar.

–Finalmente, ¿cómo ha impactado el ballet en tu vida más allá del escenario y las competiciones?

Cuando en octavo grado decidí que quería ser bailarín, mi vida dio un giro de 180 grados.

En vez de ir al parque a jugar fútbol o béisbol, me iba a mi cuarto o a la sala de mi casa a hacer ejercicios de estiramiento, hacer plan de abdominales… Ya no tenía mucho tiempo para compartir con los amigos del barrio; estaba centrado en un propósito.

Mi mamá siempre ha confiado mucho en mí. Fue la primera que me dijo: ʻ¿No te gustaría hacer las pruebas?ʼ Gracias a esa pregunta hoy estoy en el mundo del arte. También mi abuela ha sido una persona muy recta y fuerte, sobre lo que podía o no comer, aunque a veces escondida me daba un chocolatico (risas). Mi padre era el que más se movía conmigo para los ensayos, los lugares de las actividades…

En sí, la familia ha estado luchando a mi lado, impulsándome. Por eso digo que cuando bailo en el escenario, ellos están conmigo. Son de los que nunca han tirado la toalla ni tampoco me han permitido hacerlo.

En momentos me han preguntado si quiero dejar el ballet, que me van a apoyar en cualquier decisión. Pero si realmente te hace feliz, dicen, no lo dejes. Es el mismo consejo que les doy a los demás: Si te gusta, lucha hasta el final.

El «Ballet Beyond Borders HAVANA 2024» deviene oportunidad para que bailarines de todos los niveles y géneros de varias partes del mundo muestren sus habilidades y creatividad. / Cortesía del entrevistado.


Romances de una Fille mal gardee… en Pinar del Río

Sin descorrerse el telón, la melodía de la centenaria partitura musical creada por Peter Ludwig Hertel genera una sensación de plenitud y tranquilidad. Pero nadie se llame a engaños. La fille mal gardée de Jean Dauverbal, en versión coreográfica de Laura Alonso, es algo más que una historia bucólica, apacible. Posee los elementos, la picardía, la dinamita necesaria para provocar al espectador más incólume. Así sucedió cuando se estrenó a fines del siglo XVlll y así acontece en el presente.

Charles Maurice en su Histoire Anecdotique du Théâtre señala que Jean Dauverbal (1742), el magnífico bailarín y maestro formado en la Académie Royale de Musique (Opera de París), se inspira en un grabado colorido que observara en una tienda de lacas –en el que se muestra a un joven campesino huyendo de un granero, mientras una señora que le lanza un sombrero y una joven llora– para componer La fille mal gardée.  

Estrenada 1 de julio de 1789 en el Teatro de Burdeos, la obra en sí misma constituyó una revolución. Dauverbal la erige rompiendo con la estética creativa de su tiempo. En La fille… muy acertadamente se arriesga a materializar el pensamiento danzario que expresa en las famosas Lettres sur la danse et sur les ballets, su maestro Jean Jorge Noverre desarrolla una acción lógica, con un planteamiento, un desarrollo y un cierre; representa la realidad del contexto para el que crea, conforma un vestuario según la época; presenta seres humanos y no dioses en escena.  

Pero desde nuestro punto de vista, lo más significativo en este ballet es que no aborda el universo de la nobleza, sino el de la pujante burguesía que en nombre de la libertad, igualdad y fraternidad protagonizara la legendaria Revolución Francesa: examina parte de sus principales búsquedas, comportamientos y fundamentalmente, sus contradicciones.

Laura Alonso, que es un pilar de nuestra cultura, como gran maestra que es, conoce el valor de la tradición, de los fundamentos técnicos, estilísticos, temáticos sobre los que se erige el repertorio balletístico nacional y el internacional. Quizás por eso cuando el espectador se topa con su versión de La fille… llega a sentir que esta maestra tuvo bien claro el porqué, el cómo y dónde volvía a invocar la pieza de Dauverbal (más allá de lo importante que pueda ser regresar sobre un clásico).

Respaldada por disímiles voces –Aumer, Lev Ivánov y Marius Petipá, Bronislava Nikjinska, Alicia Alonso, Frederick Ashton– que han ofrecido miradas disímiles sobre La fille mal gardée, Laura Alonso vuelve sobre este ballet y toma muy atinadamente la decisión de expedirlo. Si el original estaba compuesto en dos actos y tres escenas, la versión coreográfica de Alonso es en tres actos, lo cual propicia una cuidadosa resolución de la trama danzaria.

Y aunque para algunos pueda ser cuestionable, la gracilidad de la coreografía ideada por Laura Alonso no reside en golpes de efecto acostumbrados en ballets ya clásicos: figuras, diseños, complicados pasos, giros artificiosos. Aquello verdaderamente agradecible se encuentra en el certero desarrollo temático y en la coherente conjunción, aprovechada al máximo, del elemento danzario y el teatral, como soportes que sostienen el despliegue del relato escénico.

Hilvana, Laura Alonso, una escritura coreográfica impregnada teatralidad en la cual recursos como el uso deliberado de lo grotesco, lo burlesco, la caricatura acentúan la comicidad de la situaciones escénicas. La pantomima clásica –un elemento por el que se debe continuar abogando por su correcta conservación en nuestros escenarios– es un potencial narrativo que en La fille…, conecta sucesos, despeja brumas, genera humorismo, que contribuye grandemente definir el carácter de los personajes, los objetivos que persiguen, cuáles son sus contracciones, los puntos de giro que modifican su comportamiento: la danza de Mamá Simone y Don Tomás, en el campo (segundo acto) o la escena en que esta da su consentimiento para que Collin y Lisette se unan (tercer acto), son una muestra de creatividad.

Por lo cual la coreografía de Laura Alonso es capaz de mantener un tono, un estilo muy coherente, cercano al que demandaban para su construcción de los llamados ballets de acción; y que es el sello de La fille mal gardée (de la que como se sabe, solo se conserva su tema original).

Por otra parte, no menos atendible es el efecto que causa La fille mal gardée en el espectador. Si bien es un privilegio degustar del segundo ballet más longevo de la historia de la danza[1], mucho más lo es ser testigo de la profundidad, de aquello que invoca esta pieza vista desde la mirada de la Alonso.

Aunque los bailarines, los personajes visten a la manera del siglo XVlll, no se experimentan tan lejanas las situaciones, sus conflictos, ambiciones y anhelos. La evocación de una lejana Francia, donde habitaban distintos estratos sociales, con sus búsquedas y obsesiones, en que subsistir era una cuestión dura del día a día; en la que quien tenía más se llevaba la mejor tajada, habitaba las mejores fiestas y tabernas, obtenía los mejores favores, de alguna rara manera no resulta tan incongruente, tan distante al público de este momento.

Hay en esa realidad recreada verdades eternas, zonas todavía discutibles. Los arreglos que establece Mamá Simone para casar a su hija con el descendiente de Don Tomás, intereses de medio por supuesto, fueron tan tristemente legítimos en aquellos tiempos como lo pueden ser en este minuto.

Las adversidades que debe franquear un Collin, dado su bajo estatus, para alcanzar a su pretendida, fueron en la Francia dieciochesca y aún son una perenne realidad que se renueva en estos difíciles días marcados por las precariedades y las urgencias de todo tipo. Como también es una realidad que pese a las adversidades, ante muchas situaciones y circunstancias, vence el amor.

Asistir a La fille…, de la Compañía de Ballet “Laura Alonso”, es mucho más que ir a ver un frío mosaico de época (tal vez por eso uno llega sentir más vivo este ballet que otros que le siguen en el tiempo y que se alejan de toda la realidad). Es de algún modo una forma de participar, que se borren los linderos temporales, de saber que también pueden ser nuestras aquellas circunstancias que vivieron los personajes que se dieron cita en Burdeos unos días antes de la Toma de la Bastilla. 

Por otra parte podemos referir que ha sido una decisión muy sabia y también por qué no, arriesgada –todo buen maestro toma sus riesgos–, que Laura Alonso haya dado la posibilidad a jóvenes recién egresados de la academia que asumieran, en su visita a Pinar del Río, los rostros de los personajes que conforman La fille mal gardée. Esta estrategia permite que los más novicios pulan sus herramientas, que se sientan probados en escena, que se les impongan retos y se sientan ese relevo necesario que necesita la Compañía de Ballet “Laura Alonso” y el Centro ProDanza.

Y si bien quedó demostrado que el team todavía necesita ganar en seguridad, despejar tensiones, disfrutar más la expansión de la ficción en escena, prestar atención a destalles como su apariencia física en función de la contextualización de los personajes en época (peinados masculinos); no es menos cierto que el trabajo de conjunto fue muy digno.

Aplaudible sin dudas es la labor de Antoine González. Se luce en su mamá Simone. Asume con un desenfado admirable este rol. Sin manierismos, pero tejiendo un serie de rasgos que conforman la feminidad de su personaje, va bordando una partitura física, gestual, en la cual su pantomima, que a veces explora lo grotesco premeditadamente, es correctísima. Demás está decir que su trabajo ha sido como sal de la puesta, le ha dado un sabor peculiar e irremplazable.

No menos valía tiene la interpretación de Alin, por Alex. W. Navarro. Moviéndose en el borde de la caricatura, pero sin ser vulgar; es capaz de dar con su mirada –otros se hubiesen valido de recursos más convencionales y más facilistas–, con su peculiar forma de moverse, la ingenuidad superlativa de su personaje.

Una que no incomoda, que no genera pena, sino que es matizada con un cuidado que uno llega a querer a este personaje. Llega a sentirlo más humano.

Más cuando el bailarín despunta brillantemente en los momentos en que se le presentan complejidades técnicas como los saltos y los giros complejos. Demás está decir que es muy digna de reconocer su valentía cuando surca el espacio prendido de un accesorio al final del segundo y tercer acto de La fille…

Las tres jóvenes, Tahlia Pérez, Alejandra Rodríguez y Jeannette L. Estrada, que asumen a Lisette, ofrecen, desde sus individualidades, un color distinto y brillante a este personaje. No obstante, destacable en particular es la huella trazada Jeannette que debuta por lo alto en dicho rol. Esta joven llena de delicadeza, picardía, frescor juvenil a su Lisette.

Menos dicha quizás tuvo alguno de los muchachos que asumieron a Collin. Todavía les falta ganar en seguridad en la parte técnica. Perfilar su caracterización, dotar al personaje de la energía que requiere. No reducir su presencia a la del mero porteur de la bailarina. Collin es un personaje que reclama más que esto.

Con todo, sería injusto dejar de reconocer la asunción de Collin, por Yoan C. Rodríguez. Logra este, ser más certero, salir ileso de impresiones técnicas y sobre todo, ofrece una caracterización más sólida que sus compañeros.

La fille mal gardée, los tres días que se presentó en el teatro Milanés, logró conquistar al público pinareño. La mano certeza de Laura Alonso conformó una fábula escénica que dura por casi dos horas, pero que este tiempo no se hecha a ver, dado que posee la calidad coreográfica los ingredientes de teatralidad, la dinámica, sabia comicidad, que seducen al espectador.

La Alonso lleva en sus venas la amplia experiencia de vida, el eco de los aprendizajes de los diálogos familiares, aquellos que frente a ella protagonizaron su madre, Alicia, su padre, Fernando y su tío, Alberto, responsables de la conformación de la técnica de la Escuela Cubana de Ballet y de gran parte de las obras que habitan no solo en el repertorio del Ballet Nacional de Cuba, sino de prestigiosos elencos del orbe. Por eso, este encuentro con La fille mal gardée no fue solo una experiencia estética o vano divertimento. Fue más allá.

Fue el encuentro con la tradición, con la relectura atenta y juiciosa de un clásico. Devino un espacio para que el público también encontrara en el ballet, más allá los criterios tradicionales que solo se esperan cuotas de virtuosismo en escena, un espacio de reflexión ante el espejo de la ficción, un lugar de auto reconocimiento, y por qué no, provocación. 

Gracias pues a La Compañía de Ballet de Laura Alonso, al Centro Prodanza y su directora, Laura Alonso, que regaló a Vueltabajo la posibilidad de ver por primera vez y de forma completa una obra tan significativa para la danza como lo es La fille mal gardée.

 

Nota:

[1] Dado que el más antiguo que se conoce es Los caprichos de cupido y el maestro de ballet (1786), de Vicenso de Galeotti.