Premio Celestino
Anuncian en Holguín ganador de XXIV Premio Celestino de Cuentos
El Premio Celestino de Cuentos en su edición 24 ya tiene ganador. El jurado que preside Senel Paz e integran Atilio Caballero y Eugenio Marrón, ha seleccionado de entre los 23 cuadernos en concurso y de forma unánime, a tres títulos que merecen menciones. Se trata de Los iguales, de Reineris Betancourt, de Guantánamo; Gestalt, de Miguel Montero, de Holguín, y El Alondra, de Lisbeth Lima, de Santiago de Cuba.
El premio, según se declara en el acta del jurado, se otorga al libro que logró: “un conjunto de siete cuentos que se distingue por su unidad, tan eficaz como precisa, no exenta de un aliento poético que se asienta en su estilo, tanto en lo afectivo como en lo doliente de asuntos y personajes, para ofrecer un mosaico de historias en el que la memoria, el paisaje, la familia, el amor, la muerte y la escritura expanden sus querencias.” Tales son las cualidades que han detectado en La figura en el puente, de la matancera Náthaly Hernández Chávez.
La joven narradora es también periodista y promotora literaria. En 2021 fue ganadora del Premio David de ciencia ficción con el libro Las azules colinas de Europa.
El Premio Celestino de Cuentos este año ha estado dedicado a Ítalo Calvino, Sergio Pitol, Reinaldo Arenas y Roberto Bolaños en su 100, 90, 80 y 70 años respectivamente. El evento que se organiza desde Ediciones La Luz con el coauspicio del Centro Provincia del Libro y la Literatura de Holguín y la Dirección Provincial de Cultura, ha tenido un intenso programa de lecturas de narrativa, presentaciones de novedades editoriales de sellos invitados y del anfitrión, paneles dedicados a la vida y obra de los autores homenajeados.
Igualmente, otras expresiones artísticas como las artes visuales y el audiovisual han encontrado espacio en la programación, con la inauguración de la muestra de carteles Pedazos de nube, de Alejandro Zaldívar, y la proyección del documental Cosme: un enorme juego con el tiempo, de Alejandra Rodríguez Segura.
Las voces de Celestino
La presentación del audiolibro Un cuento diferente cada noche. Voces de Celestino constituyó una de los momentos significativos del programa del XXVI Premio Celestino de Cuento, organizado por Ediciones La Luz, sello de la AHS en Holguín, hasta el próximo día 10.
Este material, una de las novedades de esta reconocida casa, está dedicado al 80 aniversario del natalicio de Reinaldo Arenas, autor de la novela Celestino antes del alba, que da nombre al evento fundado en 1999; y reúne una cifra representativa de varios autores premiados en el certamen, quienes leen un relato perteneciente a su cuaderno ganador.
En las palabras del material leemos que si bien este “no se aproxima a una antología, es por mucho, una muestra exquisita de la joven literatura cubana que contiene los presupuestos más altos de la narración”. Por lo que integran este volumen 24 pistas de audio en la voz de los escritores Rubén Rodríguez, Marvelys Marrero, Luis Yuseff, Martha Acosta, Rafael A. Inza, Ariel Fonseca, Evelyn Queipo, Robert Ráez, Elaine Vilar Madruga y Héctor Leandro Barrios.
Publicado en la colección Quemapalabras, Un cuento diferente…, con dirección general de Luis Yuseff, editor jefe de La Luz, y selección de textos de Elizabeth Soto, acerca al público además a fragmentos de la insigne novela de Arenas, en la voz del locutor y periodista Aniel Santiesteban. Asimismo participaron en la realización de este material Amalio Carralero, en la grabación y edición de voces, diseño del joven artista visual Alejandro Zaldívar y música de DJ Whisper, como artista invitado, quien creó la música para esta producción.
Como parte de la colección Quemapalabras, Ediciones La Luz ha editado unos quince audiolibros que materializan, en las voces de jóvenes escritores holguineros y otros autores, la obra de figuras consagradas de la literatura, como 10×10 Huevos de dinosaurio. Cuentos de Augusto Monterroso, Una cantidad misteriosa. Selección de poemas de Cintio Vitier y Quiero escribir con el silencio vivo. Poemas de Fina García Marruz en la voz de José Adrián Vitier.
Pedazos de nube para iniciar el Celestino
El XXIV Premio Celestino de Cuento inició en Holguín con la apertura de la exposición de carteles Pedazos de nube de Alejandro Zaldívar y la presentación del jurado de esta edición, que se extenderá hasta el próximo día 10 con un amplio programa de actividades.
Las piezas de este joven artista digital, quien tiene a cargo además la visualidad de la campaña de promoción del libro y la lectura de Ediciones La Luz y la del propio Premio, constituyen una evocación a la novela Celestino antes del alba, de Reinaldo Arenas, a quien este año se dedica, junto con otros autores, el Premio al celebrarse su 80 natalicio.
El escritor holguinero Eugenio Marrón, en las palabras de presentación de la muestra, abierta al público este lunes en la sede de La Luz, destacó que lejos de ser un mero reproductor del libro a través de figuraciones más proclives a colocar en un espejo frente a las páginas, Alejandro se adentra en lo temerario de otras vías a través de su personal elección.
Además, convierte la lectura figurativa del texto en la reconstrucción imaginativa del mismo, y en ese rumbo, se adentra en la novela no con los ojos del lector, sino con los del artista que se apropia de todo lo refulgente –aves, flores, cuerpos, centelleos, pálpitos– para entregar su Celestino personal, desde lo viable del arte digital, añadió Marrón.
Por su parte, el jurado está presidido por el narrador y guionista de cine Senel Paz, y compuesto por Atilio Caballero y el propio Marrón, quienes deliberarán entre las más de 20 obras en concurso, para, como cada año, finalizando el evento, entregar el Premio Celestino.
Como parte de esta jornada inaugural se presentó el documental Cosme. Un enorme juego con el tiempo, de Alejandra Rodríguez Segura, como homenaje al artista de la plástica Cosme Proenza, colaborador del Premio, al entregar un grabado suyo al ganador.
Hasta el próximo día 10 esta cita literaria, una de las más esperadas en el país por los jóvenes escritores, desarrollará un variado programa que incluye conferencias, paneles, presentaciones, homenajes, exposiciones y lecturas. Además de los 80 años de Arenas, el certamen dedica sus jornadas al centenario del natalicio del escritor italiano nacido en Cuba Italo Calvino, a los 90 años del mexicano Sergio Pitol y al 70 del chileno Roberto Bolaño.
Varios paneles abordarán aspectos de la vida y obra de estos reconocidos narradores, moderados por los escritores Erian Peña Pupo y Adalberto Santos, y con la presencia de varios autores cubanos como Manuel García Verdecia, Marbelis Marrero, Mariela Varona, Irela Casañas, Rubén Rodríguez y Eugenio Marrón. Además se rendirá homenaje a Eduardo Heras León, escritor y maestro de numerosas generaciones de narradores cubanos, a quienes impulsó a través del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso.
Organizado por Ediciones La Luz y la AHS, el Celestino contará con la presentación de varias novedades editoriales, como Girasoles en el fin del mundo, de Elaine Vilar Madruga, galardonado del XXI Celestino; el audiolibro Un cuento diferente cada noche. Voces de Celestino, y el libro infantil Cuentos nuevos que parecen antiguos, de Luis Caissés.
Auspiciado además por el Centro Provincial del Libro y la Literatura y la Dirección Provincial de Cultura, el Premio Celestino surgió en 1999 como homenaje a la importante novela de Reinaldo Arenas Celestino antes del alba, y su primera edición lo recibió el narrador y periodista holguinero Rubén Rodríguez González con “Flora y el ángel”.
En su XXIV edición, Celestino alucina
La vigésimo cuarta edición del Premio Celestino de Cuento reserva una serie de homenajes. La conferencia realizada en horas de la mañana en el salón Abrirse las Constelaciones en la propia sede de Ediciones La Luz, anunció a la prensa que el evento que sesionará del 5 al 10 de junio, estará dedicado a los aniversarios 70 de Roberto Bolaños, 80 de Reinaldo Arenas, 90 de Sergio Pitol, y 100 de Ítalo Calvino.
La apertura prevista para el día 5 de junio a las 6:00 p.m. contará con la presentación del jurado que para esta ocasión honran los prestigiosos escritores Senel Paz, Atilio Caballero y Eugenio Marrón. Con la proyección además del documental Cosme: un diálogo infinito con el tiempo, de Alejandra Rodríguez Segura, y la exposición personal Pedazos de Nube, del artista visual Alejandro Zaldívar, inician las actividades de uno de los certámenes literarios más importantes del país.
El editor, poeta y director del sello holguinero de la AHS en Holguín, Luis Yuseff, anunció además que esta semana estará cargada de sorpresas con la presentación de libros muy esperados: Cuentos nuevos que parecen antiguos, de Luis Caisés, y Girasoles en el fin del mundo, de Elaine Vilar Madruga, quien resultara ganadora del Premio Celestino en la edición vigésimo primera.
Sesionarán paneles, conferencias, en alusión a los aniversarios de los reconocidos escritores antes mencionados con debates y polémicas en torno a la política cultural, y no faltará como es habitual, el espacio dedicado a las editoriales invitadas, Editorial El Mar y la Montaña, Ediciones Holguín, y los sellos colombianos Editorial Avatares y 9 Editores.
El evento mantiene la gráfica acostumbrada, este año extrapolando códigos de marcada trascendencia visual, donde se patinan espectros y referentes a la inteligencia artificial que hacen del collage una manera muy fresca de representar a un Celestino que este año alucina.
La presentación del audiolibro Un cuento diferente cada noche. Voces de Celestino, bajo la dirección general de Luis Yuseff y Elizabeth Soto, y el dosier digital que incluirá artículos para un merecido homenaje a los escritores recientemente fallecidos Antón Arrufat y Eduardo Heras León, circularán en las diversas plataformas por las que navega la editorial.
Los paneles, moderados por el escritor Erian Peña Pupo y con la presencia de varios autores cubanos como Manuel García Verdecia, Marbelis Marrero, Mariela Varona, Irela Casañas, Rubén Rodríguez y Eugenio Marrón, abordarán la vida y obra de los reconocidos escritores a quien se dedica esta cita.
Como cada año, finalizando el evento, se entregará el Premio homónimo, luego de que el jurado delibere entre más de 20 obras en concurso; y se tiene previsto además la visita a Gibara, la Villa Blanca de los cangrejos, con una lectura de autores egresados del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso.
Auspiciado además por la Uneac en Holguín y el Centro Provincial del Libro y la Literatura, el Premio Celestino de Cuento surgió en 1999 como homenaje a Reinaldo Arenas y su primera novela, Celestino antes del alba, por iniciativa de Ghabriel Pérez. En su primera edición lo recibió el narrador y periodista Rubén Rodríguez, con el cuento “Flora y el ángel”.
“Celestino” convoca en Holguín
Vuelve Ediciones La Luz y la sección de Literatura de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) en Holguín, a convocar al prestigioso Premio Celestino de Cuento, esta vez en su edición 22.
Podrán participar todos los escritores cubanos, residentes en el país, miembros o no de la AHS, menores de 36 años de edad, con un cuaderno inédito con una extensión mínima de 45 cuartillas y 70 como máximo que deberán enviar a la dirección electrónica: 22premiocelestinodecuento@gmail.com.
Los interesados podrán encontrar más detalles de esta convocatoria en la página oficial de la editorial:
https://edicioneslaluz.cubava.cu/2021/02/convocatoria-xxii-premio-celestino-de-cuento-video/
El evento, que se desarrollará desde el 15 al 18 de junio, de forma virtual atendiendo a las dificultades resultantes de la COVID-19, está dedicado al centenario de Augusto Monterroso y al aniversario 35 de la AHS.
Las obras serán recibidas hasta el 1 de junio de 2021 y el ganador obtendrá un diploma acreditativo, 1000 pesos, una obra de arte y la publicación del cuaderno premiado a cargo de Ediciones La Luz, a ello se añadirá el pago del respectivo Derecho de Autor.
El jurado lo integrará como es habitual figuras de prestigio en las letras cubanas y darán a conocer su fallo el 18 de junio.
El Premio Celestino es de los más importantes concursos para jóvenes autores cubanos. Sus ganadores más recientes fueron Elaine Vilar Madruga y Robert Ráez.
Con el arte en vena (+Fotos, tuits y videos)
Tal vez en los últimos tiempos cada vez eran menos los momentos de destellos, pero cuando una tropa de jóvenes artistas y escritores desembarcaba en la casa marcada con el número 41 en la calle Martí, Esther Montes de Oca, la eterna maestra de San Juan y Martínez, acopiaba todo el brillo para sus ojos ya casi grises y toda la lucidez del mundo para recibirlos con evidente alegría, como si por unas horas su cuerpo frágil olvidara que cargaba con más de un siglo de avatares.
Confieso que cuando la veía sentada en su sillón en la salita de estar pegada a la cocina no podía evitar preguntarme cómo había podido soportar por tantos años la ausencia de sus dos hijos amados, Luis y Sergio Saíz Montes de Oca. Cómo una madre, toda corazón, logra sobrevivir la muerte prematura de sus vástagos cuando, casi niños, son vilmente asesinados por la tiranía batistiana.
Aquel 13 de agosto de 1957 no lo olvidaría nunca. Ese dolor terrible se instaló para siempre en cada partícula de un ser de profundas raíces patrióticas, que llena de pena consiguió entender que «morir por la Patria es vivir». Frase inmortal de nuestro Himno nacional que adquirió más sentido para Esther no solo en la medida en que los diferentes espacios de su hogar, habitados por historias de amor a una Cuba libre, se fueron convirtiendo en sitios de veneración para los hijos de esta tierra, sino, sobre todo, después de que surgiera, en 1986, la organización que empezó a portar como bandera la poesía y el testamento político de Luis y Sergio. Esa que, bautizada con sus heroicos nombres, se fundara un 18 de octubre, hace justo hoy 34 años: la Asociación Hermanos Saíz (AHS).
Orgullosa de la obra de cientos de asociados que quiso como si todos hubieran salido de su vientre, Esther nos dejó a los 105 años de edad, sabiendo que la muerte de sus dos únicos descendientes no había ocurrido en vano. Lo más común del mundo es que les dijera: «Ustedes también son mis hijos, parte de mi ser; sin ustedes no hubiera podido vivir… Sean siempre buenos, dignos herederos…», cuando muy jóvenes poetas y narradores, músicos, pintores, cineastas, actores, bailarines, investigadores, promotores culturales… se aparecían con ramos de flores a la casita ubicada entre las calles Libertad e Isabel Rodríguez de aquel pueblo pinareño eminentemente tabacalero, para darle una vuelta y abrazarla. «Todo está bien —les insistía— cuando se da cariño, cuando se da amor… Cuiden la Patria. Hay que luchar por ella, vivir por ella. Eso honra…».
De voluntad utópica
La AHS se fundó gracias a la unión del Movimiento de la Nueva Trova con las brigadas Hermanos Saíz y Raúl Gómez García. Por tanto, se trata del cumpleaños de una organización que ha abrazado a varias promociones de artistas cubanos que comenzaron a mostrar su obra al mundo incluso mucho antes de 1986. Evolucionó como «un espacio de legitimidad para la experimentación dentro del proyecto cultural revolucionario», como asegurara el ahora titular del Cultura, Alpidio Alonso Grau, cuando esta cumplió dos décadas y el poeta se desempeñaba entonces como su presidente a nivel de país.
Mercucho se suma a los festejos por el Aniversario 34 de la Asociación Hermanos Saíz. !FELICIDADES¡#ElArteNosUne
Publicada por Niurbis Santomé Cudeiro en Sábado, 17 de octubre de 2020
Corría el año 2006. Entonces Alonso Grau se refirió a la significación de su ya fructífera existencia, empleando unas palabras que parecen dichas en este instante. «(…) por encima de la efeméride, lo que realmente celebramos es el triunfo de una voluntad utópica que por 20 años nos ha permitido participar de la cultura con un sentido crítico y una energía que van siendo cada vez más raros en este mundo. Un estado de vigilia intelectual que nos ha mantenido activos y fieles dentro de una vocación que hemos sabido salvar sin permitir que se extinguiera aun en los momentos de mayores dificultades. Más bien ha sido todo lo contrario: mientras más arreciaban las carencias y los obstáculos, más profundizaba entre quienes hemos asistido a este aprendizaje, la conciencia de afirmarnos en una actitud de pensamiento que nos mantuviera en alerta y a la ofensiva frente a cualquier fatalismo desmovilizador; en particular, frente a la aparente candidez con la que progresivamente ha buscado acomodarse entre nosotros el pregón desmoralizante del mercado».
Y si de algo se ha encargado la Asociación, que hasta la fecha ha convocado tres congresos, es de mantener bien activos a sus miembros. En su empeño, además, de promocionar la obra de los noveles creadores, su principal misión, se ha valido, a lo largo de estos 34 años, de intensas jornadas de programación y de reconocidos eventos distribuidos en toda la geografía nacional.
Guantánamo aporta la Jornada de la Canción Política y Titereando en la ciudad; Santiago de Cuba, el Taller y Concurso de la Radio Joven Antonio Lloga in Memoriam; Granma, encargada del ascenso al Pico Turquino, el Rock de la Loma; Holguín, las Romerías de Mayo, el Festival Nacional de Teatro Joven y el Premio Celestino; Las Tunas, Entre música y el Concurso Portus Patris; y Camagüey, el Almacén de la Imagen, la Cruzada literaria…
Ciego de Ávila organiza, por su parte, Trovándote; Sancti Spíritus, Lunas de invierno y Voces cruzadas; Cienfuegos, Al sur de mi mochila, el Premio Reina del Mar Editores y la Cruzada artístico-literaria; y Villa Clara, los festivales Longina canta a Corona y A tempo con Caturla, el Encuentro Hispanoamericano de Escritores además del Premio Sed de Belleza.
Muchas felicidades a todos los miembros de la Asociación Hermanos Saíz, a quienes la han ayudado a crecer a lo largo de…
Publicada por Yasel Toledo Garnache en Sábado, 17 de octubre de 2020
Orgullosas se sienten Matanzas, Mayabeque, Artemisa y la Isla de la Juventud por acoger, respectivamente, el Atenas Rock, el Puente Sur, el Arte en proceso y El Mangle Rojo, entre tanto Pinar del Río se muestra feliz «enredada» con la Jornada 13 de Agosto, el PinaRock y el Pinar Hip-Hop.
Como sede nacional, el ajetreo del Pabellón Cuba es grande durante los 365 días del año. Allí, en el recinto ferial del Vedado, lo mismo tiene lugar la Feria Internacional del Libro, donde se otorgan los premios Calendario, y el Encuentro de jóvenes escritores de Iberoamérica y el Caribe, que el Taller y Concurso de Periodismo Cultural Rubén Martínez Villena, el festival Patria grande, los espacios Pensamos Cuba y Dialogar, dialogar, la entrega de becas y premios…
Cuenta la organización, asimismo, con cinco editoriales: Sed de Belleza (Villa Clara), Reina del Mar (Cienfuegos), Áncoras (Isla de la Juventud), Aldabón (Matanzas) y La Luz (Holguín), dirigida por el multipremiado poeta y editor Luis Yuseff, quien no se esconde para afirmar que la suya publica preferentemente a autores jóvenes.
Publicada por Asociación Hermanos Saíz en Viernes, 31 de julio de 2020
«Alguna vez se me sugirió que yo “inventaba autores”. Ahora, pensando un poco más detenidamente en el asunto, creo que las personas que dicen eso de nuestro trabajo realmente lo que hacen es reconocer, veladamente, la eficacia de un trabajo de promoción de esos autores noveles que, de pronto, ven publicado su primer libro y a las pocas semanas su nombre puede aparecer cientos de veces en el buscador de Google… Y, si las cosas salen mejor, esos 500 ejemplares de su libro terminarán agotados en unos pocos meses, e invitados a varios de los eventos que genera la AHS para la socialización del hecho literario».
De ello pueden dar fe escritores que aunque en la actualidad ya no integren las filas de la AHS estarán enlazados a ella de por vida, como son los casos de Idiel García, quien permanece al frente de la editorial Sed de Belleza; Yunier Riquenes García, quien fundó estando en su seno, junto a Naskicet Domínguez, Claustrofobias Promociones Literarias, y de Eldys Baratute Benavides, el mismo de Marité y la hormiga loca, Cucarachas al borde de un ataque de nervios y Retoños de almendro, la selección que le pidió Yuseff para La Luz y recoge la obra de 35 voces de todo el país y de 19 ilustradores, también jóvenes.
Ellos hubieran sido como nosotros; nosotros hubiéramos sido como ellos. En nombre de la Presidencia de la Asociación…
Publicada por Rafael González Muñoz en Sábado, 17 de octubre de 2020
A Baratute le encantará siempre la Asociación, porque es el lugar en el que «me retroalimento. Un sitio lleno de jóvenes, mucho más jóvenes que yo, con locuras, deseos de hacer, pero también con distintas realidades que merecen ser reconocidas. En medio de todo eso me siento feliz y trato, desde mi trabajo de promotor, de impulsarlos.
«¿Qué le debo? Mucho de lo que soy hoy como creador y como persona. En las máquinas de la Casa del Joven Creador (CJC) pasé mis primeros libros, después del Premio Calendario y la beca La Noche los lectores comenzaron a interesarse por mis textos.
«En esos años descubrí la importancia de tener un buen líder, con sensibilidad, al frente de las instituciones culturales. Por eso luego traté de hacer lo mismo con los jóvenes con talento que se acercaban a mí.
«¿Qué le falta? Mucho, muchísimo. Y cada día le faltará más, teniendo en cuenta que cada generación de jóvenes es distinta a la otra, y que no podemos seguir perdiendo terreno frente a la banalidad, el facilismo y la acefalia. Tenemos que ser brujos, inventar varitas mágicas, diseñar sombreros con conejos, todo lo que haga falta para subvertir los patrones seudoculturales y para eso tenemos/debemos estar más cerca de los que se hallan lejos de los círculos de artistas y no vienen a nuestras instituciones, estamos obligados a salir a las calles y traerlos».
Gracias al Presidente de la República Miguel Díaz-Canel Bermúdez y al Viceprimer Ministro Roberto Morales Ojeda, por…
Publicada por Asociación Hermanos Saíz en Domingo, 18 de octubre de 2020
Otro guantanamero, Daniel Ross, es de los que no esconde su satisfacción por haber sido el primero de los que estudiaban en la Academia Profesional de Artes Plásticas, en unirse a la organización, «que me atraía porque todo el tiempo intentaba mezclar las diferentes manifestaciones en sus actividades. Me encantaba aquella mezcolanza. Veía a la AHS como una gran mesa donde me podía servir libremente lo que quería y necesitaba. Y me nutrió muchísimo. Bueno, todavía lo hace, ofreciéndonos siempre esos espacios diversos para crear, para participar como artistas».
Hermanados en llanos y montañas
Hubo un momento alrededor del año 2011 en la vida de Indira Fajardo, actual presidenta del Instituto Cubano de la Música, en que se convirtió en toda una «experta» alcanzando el Pico Turquino, en representación de sus compañeros de la sección de Crítica e Investigación.
«Recuerdo que la primera vez, que se escogió la ruta de Granma, fue demoledora. Tuvimos que caminar ocho kilómetros por carretera desde el campamento de pioneros hasta Alto del Naranjo; un recorrido que usualmente se hace en camión, lo cual sumó un deterioro prematuro a nuestros cuerpos «vírgenes» todavía. Para colmo, parte del descenso hacia la Aguada de Joaquín, tras admirar el busto del Maestro que señorea en el cielo, hubo que enfrentarlo de noche y bajo la lluvia, así que las caídas eran bastante seguidas y solo podíamos avanzar alumbrándonos con celulares y adivinando las barandas a cada lado. Quien las veía primero gritaba: “¡baranda derecha!” o “¡baranda izquierda!”. Llegamos con un hambre tan rabioso que nos comíamos lo que se nos pusiera delante.
«Con esa experiencia debía haber rechazado la propuesta cuando me convocaron por segunda vez, mas no dudé ni un segundo. Tampoco la tercera… Y es que no he querido perderme por nada del mundo esta iniciativa de la Asociación que persigue, sobre todo, propiciar un encuentro cercano entre jóvenes escritores y artistas de todo el país, que además nos conecte como generación, no solo con la cultura más auténtica, sino también con nuestra rica historia.
«En lo personal, observar con los ojos del corazón al Martí de la cima de Cuba es también saldar una deuda que había asumido conmigo misma en el orden familiar. Mi bisabuela ayudó a Celia Sánchez a esconder ese mismo busto antes de llevarlo a la Sierra. Por ello para mí se trata también de rendirle un tributo diferente al Apóstol iluminado, a quien siempre contemplo en espera de alguna sabia señal».
A una cantante ya reconocida como Annie Garcés le parece genial que exista una organización que agrupe a artistas jóvenes. El primer regalo que recibió de ella fue convidarla a escalar el Pico Turquino, «una experiencia inolvidable que me descubrió unos nuevos amigos supertalentosos, que están diseminados por toda la geografía nacional entregando su arte maravilloso. A mi regreso opté por la beca El reino de este mundo, un proyecto de DVD, que recogería un concierto de canciones interpretadas por mí pero escritas por jóvenes compositores, y otra vez recibí un apoyo inmenso… Como si fuera poco, luego me convocó para que me sumara a otros intérpretes en el video de Con un poco de amor, de Silvio Rodríguez, tema con el que saludamos el aniversario 30. Así comenzó mi camino y desde ese primer año resultó tan intenso que me asustó».
El artista camagüeyano de la plástica Leonardo Pablo Rodríguez Martínez la considera su segunda casa. «Mi otra gran familia. La AHS ha sido un ancla y un peldaño fuerte en mi carrera. Me ha ayudado mucho, al ofrecerme las posibilidades de realización, de crecimiento, de superación, que no he encontrado en ninguna otra parte. En la AHS puedo decir que estoy en el lugar correcto», dice.
Frank Martínez Oliva también le estará eternamente agradecido, asegura, «por su apoyo constante y por contribuir a hacer realidad aquel sueño de recoger parte de mis creaciones en un soporte que me sirviera para promocionar mi obra», confiesa este joven nacido en Contramaestre que llegó a la trova por medio de la poesía y por las necesidades espirituales que en él potenció la entonces muy activa célula de la organización de vanguardia de los noveles artistas y escritores en aquel municipio de Santiago de Cuba.
Intensa forma de vida
Fue su propia madre quien se lo entregó a Freddy Emir Tejeda, líder del proyecto Baúl del Trasgo, de la Casa de Cultura de esa parte de la ciudad de Cienfuegos que todos llaman la CEN (Central Electronuclear) —devenido luego en el grupo Teatro de la Fortaleza comandado por Atilio Caballero—, antes de que el mismo actual presidente de la Asociación se probara, por ejemplo, en My Clown, donde no solo actuó sino que escribió sus primeros versos, para ver si su pequeño conseguía lo que ella no pudo: adentrarse en serio en el universo del arte. Así se encontró con la escena Rafael González Muñoz, el autor de Por el terraplén, Federico y María, Un reino medio(ocre), Medea en el jardín, La cocinerita adorada. Breve historia de Clarita Mazorca…, egresado de Teatrología y Dramaturgia en el Instituto Superior de Arte.
Instructor de arte de alma, González Muñoz se unió a la AHS en 2009 «en un momento en que se gestaron muchos proyectos que marcaron la labor de la organización en la Perla del Sur. Recuerdo la peña Con jugo de tamarindo, centrada por Pharos Teatro, en el barrio de Reina, donde hallé la complicidad de Frank Armando Pérez Aguado (el payaso Colorete), quien conduce los pasos de la Asociación en el territorio; de Niurbis Santomé Cudeiro (Chispita)… Yo era Pito Pito…», rememora quien ya fuera elegido vicepresidente nacional en el 2do. Congreso.
«Cuando llegué al Pabellón Cuba, sede nacional de la AHS, traía el conocimiento de cómo funciona la organización en una provincia, lo cual constituyó una ayuda enorme a la hora de llevar adelante esta nueva responsabilidad… Te aseguro que la AHS ocupa un lugar muy especial en mi vida, siempre bien cerca del corazón. En ella no se puede estar, no puedes permanecer impasible cuando te encuentras rodeado de creadores que han nacido con el arte en vena. Para mí ha significado asumir un enorme compromiso con la obra colectiva de muchos. Es una organización que encontró en “Hermanos Saíz” su denominación ideal. Nosotros todos constituimos una gran hermandad de arte, acción y amor, que ha tomado como símbolo, como paradigma, el legado que nos entregaron Sergio y Luis.
- «Una hermandad que intentamos que esté integrada por artistas de corazón que a su vez sean buenos seres humanos, quienes hacen de los eventos y jornadas de programación de la AHS una intensa forma de vida».
Peñas y tertulias literarias regresan a la ciudad de Holguín
Las peñas y tertulias son actividades que tradicionalmente ocupan un lugar muy importante en la animación sociocultural de la ciudad de Holguín. Desde hace pocas semanas la Asociación Hermanos Saíz, luego de varios meses de confinamiento social provocado por la presencia de la COVID-19 en el país, reanudó su programación habitual.
En esta propuesta de actividades sobresalen, junto a los espacios de la trova, la música electrónica y el rock, las actividades literarias, las que cuentan con una amplia tradición y con su público específico.
Las peñas de literatura organizadas por la AHS ocupaban espacios reconocidos en la vida cultural holguinera. Locaciones que se mantenían ofreciendo programación y otras que fueron emblemáticas para los amantes de las letras, vuelven a recibir a los amantes de las letras.
Con respecto a estos últimos, Liset Prego, editora de Ediciones La Luz, se refirió a que “las peñas siempre han sido importantes centros de socialización de la cultura en el territorio. Luego de una larga espera motivada por la epidemia de la COVID-19, estos espacios vuelven a ganar protagonismo. Una buena noticia es que la AHS logró recuperar el Gabinete Caligari, que siempre ha sido un importante espacio informal para compartir diferentes expresiones artísticas. Dentro de esas expresiones del arte que allí ocuparán espacios otra vez, se encuentra la literatura, debido a que sus peñas fueron unas de las tradicionales animadoras del sitio. De igual manera se realizan peñas en otros lugares como las destinadas al público infantil en las escuelas de la localidad.”
Para conocer más acerca de los espacios literarios promovidos en esta fase por la AHS, Norge Labrada, presidente de la Sección de Literatura en Holguín, explicó que “se mantienen las peñas que ya son tradicionales organizadas por Ediciones La Luz y por la sección. Entre ellas Abrirse las constelaciones, es el espacio donde se presentan las novedades editoriales. Muchas de ellas son los libros que ya se habían preparado para la feria del libro y como no se realizó, por la situación que conocemos, se estaban acumulando, aunque desde finales de agosto ya los veníamos presentando. Esta peña se realiza los miércoles a las 6:00 P.M., aquí en la sede de Ediciones La Luz, y su anfitrión es Luis Yuseff.”
“También alterna en nuestra sede con Abrirse las constelaciones, la peña Oda a la joven luz, que es un espacio que está dedicado al intercambio y a la lectura de los textos de los jóvenes que se vienen sumando a la sección de literatura, fundamentalmente los de nuevo ingreso. Este espacio no tiene un conductor habitual, en cada ocasión la conduce alguno de los miembros.”
Sobre el retorno del Caligari a la vida cultural de la AHS, Norge expresó que “a la programación se suma en el Gabinete Caligari, los viernes a las 5:00 P.M., un espacio nuevo que se llama Entrada de emergencia. Su nombre corresponde a una antología publicada por la editorial dedicada a la poesía con textos de 15 poetas de la Asociación, que contó además, con un audiolibro y estuvo acompañado de una amplia campaña A la Luz se lee mejor. Las primeras ediciones se realizaron en septiembre y tuvo muy buena acogida”.
Tampoco dejó de lado referirse a los momentos que, durante el año se suman al programa de eventos y celebraciones: “Palabras compartidas es otro de los espacios tradicionales. Se ha reservado para los eventos como Romerías de Mayo, Feria del libro, Premio Celestino y Fiesta Iberoamericana. Este es un espacio más íntimo que tiene un carácter conversacional, de acercamiento más personal hacia los autores”.
Sobre la programación concebida para los niños comentó que “con el reinicio del curso escolar se retomó el espacio Piñata de letras, dedicado al público infantil, este se hace en la escuela especial La Edad de Oro y está conducido por Lizue Martínez.”
Los protagonistas de estos espacios son los escritores de la Sección de Literatura en Holguín. Sobre su composición actual su presidente dijo que “la Sección de Literatura de la AHS holguinera actualmente cuenta con 28 miembros. La mayor parte de ellos son poetas, eso lo confirmamos cuando se realizó la antología –Entrada de emergencia–, los que quedaron fuera de ella es porque eran narradores. En la provincia hay muchos más poetas que narradores”. Las últimas incorporaciones fueron Miguel Montero, joven holguinero que se dedica a la narrativa, acaba de ser seleccionado para la beca Onelio Jorge Cardoso, y Erick Hernández, un decimista de Velasco que hasta ese momento era desconocido. A él lo presentó Joaquín Osorio, y se le hizo el crecimiento a la Asociación. En estos momentos se entregaron dos expedientes para el proceso de incorporación, son dos muchachas que esperamos tenerlas pronto en la sección, a finales de octubre o noviembre”.
Antes de concluir Norge se refirió a cómo aprovechan los medios digitales para dar a conocer las producciones literarias de los jóvenes y de la editorial. En este aspecto dijo explicó que realizan “un grupo de acciones de promoción que en las redes sociales, estas actividades recibieron un impulso mayor durante los meses de confinamiento por la COVID-19, aunque la Ediciones La Luz y la sección ya realizaban actividades en diversas plataformas”.
Continuó ofreciendo datos de las acciones que llevan a cabo: “Todas estas actividades que realizamos de manera presencial las promocionamos en las redes sociales y tienen un respaldo con los materiales audiovisuales de los videopoemas que se hicieron para la antología y los videocuentos del Premio Celestino. Tenemos en las redes sociales una programación intencionada para promocionar estos materiales. También aprovechamos los aniversarios de escritores cubanos y universales, sobre los que hacemos spots y postales que se insertan en nuestras peñas y otros espacios.
A los presentadores que participan en las peñas les pedimos las presentaciones en formato digital para poder utilizarlas en estos medios. Para esto contamos con Lilian Sarmiento, que es estudiante de Periodismo y miembro de la sección, quien es la responsable del equipo que trabaja en el diseño y actualización de los sitio digitales”.
Oros espacios literarios que ofrece la AHS holguinera son Salón de última espera, peña conducida por Zulema Gutiérrez, que tiene lugar en el Café del arte joven, en la sede de la Asociación; y la peña Atrapasueños, orientada hacia el público infantil y se desarrolla con una frecuencia mensual en la escuela Manuel Ascunce, en horas de la mañana.
De esta manera, la Asociación Hermanos Saíz contribuye a reanimar la ciudad holguinera en la etapa post pandemia.
El perpetuo retorno de Celestino (+ video)
Celestino cumple 21 años. Sobrevive aún el ingenuo, primitivo escritor, pese a las nubes rotas sobre su cabeza, pese al descrédito de los que no entienden las palabras tatuadas sobre la piel del árbol, pese a las hachas que talan la frase, el tronco, el mundo particular. Celestino se ha hecho adulto cambiando de nombre. Ha sido Luis, Marvelys, Rubén, Ariel, Evelyn, Martha, Alcides, Marcel, Rafael, Abel, Lourdes.
Celestino busca un nuevo cuerpo para reencarnar en su destino permanente de sobrevivirle al horror, a la violencia, la muerte, al dolor, de escribir la belleza o al menos intentarlo, de resistirse a la incomprensión del alma insensible que no entiende, porque «la gente no sabe nada del mundo».
Hoy Celestino es dos, se multiplica, una rareza parecida a los eclipses le asiste pues las palabras fueron muy poderosas y necesitaron la duplicidad para sostenerse.
Así lo vieron ellos, el jurado (Rubén Rodríguez, Mariela Varona y Adalberto Santos):
- Por el bien elegido tono narrativo, la hábil construcción de personajes, el empleo coherente de las técnicas narrativas, la lograda unidad entre los relatos que componen el cuaderno, la selección del narrador y el uso eficaz de la ironía y el sarcasmo como recursos expresivos, se entrega Premio Celestino de Cuento al libro Boustrophilia, presentado bajo el seudónimo de Santiago Sánchez y perteneciente a Roberto Ráez Ávila.
- Por las bien logradas atmósferas, ostensible oficio literario con evidente dominio de las técnicas narrativas, solidez y densidad de las anécdotas, valores formales de los textos y el manejo sutil de conceptos que devienen hilo conductor dentro de la estructura del libro, a pesar de su diversidad temática y mestizaje de géneros, se otorga Premio Celestino de Cuento al libro La Improvisación, presentado bajo el seudónimo Pepe y perteneciente a Elaine Vilar Madruga.
Además decidieron entregar Mención, a partir de la estructura elegida para hilvanar un cuaderno de relatos atendible formalmente, por el interés en los tópicos, contundencia de las anécdotas y ostensible oficio literario, al cuaderno Habitaciones de violencia, presentado bajo el seudónimo de Rojo y correspondiente a Yadira López Jaramillo, de La Habana.
Siempre habrá quien diga: « ¡Pobre Celestino! Escribiendo. Escribiendo sin cesar…», pero nosotros sabremos que en su obcecada resistencia la joven literatura y la cubana renace cada año.
Premio Celestino en 2.0 (Dossier)
Por Elizabeth Soto
«Antes que anochezca iremos repartiendo alas.» Celestino despierta en Holguín con un dossier repleto de cuentos en las voces de jóvenes escritores de la Asociación Hermanos Saíz. Otros entendidos se aproximan a la vida de los centenarios Charles Bukowski, Isaac Asimov y Ray Bradbury, a los que estará dedicado este evento.
En su XXI edición, Celestino de Cuento no se detiene, la gente no sabe nada del mundo, pero tiene cómo saberlo. Ediciones La Luz una vez más precisa podcast, cápsulas promocionales, postales, así que no te asombres de mi astucia sino de tu ignorancia que la hace resaltar, sonreímos, la irreverencia y la medida están conferidas a los escritores de buena voluntad.
Invadimos la privacidad del lector con la idea perenne de hacer prevalecer su ingenio, la actitud creativa ante la vida: desde el punto de vista mágico, desde el punto de vista del misterio, que es imprescindible para toda formación.
Iremos aplastando el tedio de estos días, piensa menos, sueña más y duerme. Debemos retomar las épocas de ensueño, redescubrir en cada texto el alba. Alucinas. Ya no queda casi ningún árbol en pie. Nadie apaga luces, al contrario, es la estación incandescente, el resplandor del arte que persiste, #alaluzseleemejor, insistimos. Si tú no existieras yo tendría que inventarte.
Celestino en las redes
Por Ediciones La Luz
El XXI Premio Celestino de Cuentos llega este junio. Convocado para jóvenes narradores cubanos desde la sección de Literatura de la Asociación de Hermanos Saíz en Holguín, el certamen literario de amplio reconocimiento en el ámbito de las letras cubanas, sesiona desde el 15 hasta el 19 de junio, esta vez desde las redes sociales a causa del confinamiento impuesto por la permanencia de la COVID-19 en el país.
El “Celestino” estará dedicado a los centenarios de Charles Bukowski, Isaac Asimov y Ray Bradbury y sobre sus obras respectivas sesionarán paneles teóricos, conversatorios y mesas de lecturas con autores holguineros de mayor o menor experiencia.
Circularán en plataformas como Instagram, Facebook, Twitter y páginas web como Cubaliteraria, Cubarte, Portal del Arte Joven Cubano, dosieres dedicados a los centenarios Asimov, Bukowski y Bradbury; postales digitales con textos de narradores cubanos, fotorreportajes de las ediciones anteriores del evento, podcast y materiales audiovisuales en YouTube.
Igualmente se presentarán novedades editoriales como Animal de otra raza, de Maribel Feliú; Instrucciones para divorciar a un hombre, de Juan I. Siam y Ojos para no ver las cosas simples, de Martha Acosta, cuaderno que resultara ganador en la edición de 2018 de este Premio.
La convocatoria cerró el día primero y más de 40 autores aspiran al galardón que implicará la publicación del título por Ediciones La Luz. El jurado, compuesto por Mariela Varona, Rubén Rodríguez y Adalberto Santos, trabaja ya en la selección del ganador que se dará a conocer en la tarde del día 19.
Entre el espanto y la ternura, Celestino canta
Por Yailén Campaña Cisneros
Todo hombre se parece a su dolor.
André Malraux
Solo la infancia es nuestra.
El resto pertenece a los extraños.
Don DeLillo
- …la historia de la literatura cubana de los últimos treinta años[1] se ha caracterizado por ser una historia de las exclusiones y, por supuesto, las instancias ideológicas y políticas han sido protagonistas en ello. Así, se ha promovido una bifurcación que remite a la existencia de dos literaturas cubanas en pugna: una dentro del país y otra en el extranjero, una comprometida con la Revolución y otra en contra del proyecto revolucionario. En esta historia de las exclusiones hemos participado todos.[2]
Uno de los autores que ha quedado oculto tras ese velo de silencio es Reinaldo Arenas (Holguín, 1943-Nueva York, 1990). Y aunque su última novela, Antes que anochezca (1992), logra mayor fama internacional —por la coyuntura de ser su texto más abiertamente irreverente, además del impacto por su publicación póstuma—; fue su primera obra, Celestino antes del alba (1967, primera mención del Premio Uneac en 1965), la que formó parte de un corpus narrativo que introduce en el ámbito literario cubano a un tipo de narrador con características muy especiales, el narrador niño, que será retomado con ímpetu en los años ochenta por una nueva generación de escritores, corriente conocida como «cuentística del deslumbramiento»,[3] «narrativa de la adolescencia» o «de la ética».[4]
Celestino antes del alba recrea el enfrentamiento con su entorno de un niño de campo, cuya voz describe la realidad tal como se le presenta, matizada por las alucinaciones que toman vida en su imaginación. De su argumento poco convencional se desprende el tema de la eterna defensa de la belleza y la realización personal. Los recursos del lenguaje y las técnicas narrativas hacen gala de un manejo excepcional que estalla en la mayor contribución artística de esta novela: la persona que enuncia el discurso desde un «yo» que la identifica como narrador-niño-protagonista y que queda indisolublemente ligada al personaje de Celestino, quien asume la función de receptor del discurso (narratario).
Desde el propio título esta novela nos revela el lirismo de sus páginas. Y es que en más de una ocasión su autor afirmó su mayor aspiración: ser recordado por la poesía implícita en sus novelas y relatos. Celestino antes del alba encierra dos sustantivos claves para la comprensión del texto: el primero, propio, adelanta al lector que el relato narra la historia de un personaje masculino (Celestino), mientras el segundo aporta la ubicación temporal —en el caso de que se interprete como lo sucedido al personaje en una noche— aunque en la lectura se comprueba su significado metafórico. El vocablo alba alude a la iniciación del día, al amanecer, la aurora, la primera luz antes de la salida del sol, pero además proviene del latín albus, que significa blanco, y es ese precisamente uno de los momentos más disfrutados por el niño protagonista de la novela, cuando la neblina cubre todo el campo con su espesa luz blanquecina. Pero el momento al que se refiere es al que le antecede, la noche, hora destinada al sueño, espacio que desarrolla la trama. Todas las acciones están condicionadas por los destellos de lúcida conciencia mental del estado de vigilia que alternativamente acompaña al sueño: «Ahora es mejor que dejes tranquila tu imaginación, pues en cuanto dejes de soñar y duermas más, ellos no te habrán de molestar. No pienses, o piensa menos […] Ya sabes: piensa menos, sueña más, y duerme, y duerme».[5]
Los procesos del razonamiento infantil mantienen activa una elevada capacidad imaginativa que conduce el pensamiento por un mundo donde la fantasía es asumida como única rectora mientras los límites de lo posible se disuelven. Ello encierra la significación lírica de esta historia que enuncia el maravilloso mundo de la infancia, ese fragmento de la existencia humana en que todo asombra y sorprende. Es la etapa de descubrimiento y reconocimiento de una realidad que deslumbra con cada nueva sensación, mientras se va dirigiendo esa sensibilidad hacia la aceptación o el rechazo de los objetos, provocada por el conocimiento asociativo de la percepción sensitiva que les corresponde. Así, el niño que despierta en estas páginas retiene la agradable sensación que le despierta el olor de la tierra cuando llueve o la frescura en sus pies cuando la pisa.
La novela concluye en el umbral de la adolescencia, del alba como despertar ante esa realidad que se impone a la imaginación, dejando atrás el mundo de ensueños habitado por brujas y duendes. El fin de la infancia se indica simbólicamente en la muerte del personaje. Muerte que es salvación, ascensión al limbo, a la eterna inocencia que perseguía en sus viajes a la luna para escapar de un ambiente repulsivo y miserable.
Arenas recrea el enfrentamiento de un niño de campo con su entorno, cuya voz describe la realidad tal como se le presenta, matizada por las alucinaciones que toman vida en su imaginación. El clímax de la narración se halla en la vida fabulada de ese niño marcado por el sufrimiento que le provoca la ausencia del padre y los maltratos de una familia que lo repudia porque representa la frustración de la madre abandonada, que amenaza a cada instante con suicidarse. Para escapar de la soledad, la pobreza, la ignorancia y el convencionalismo de su familia, incapaz de enfrentar la crueldad y el horror de su circunstancia, se inventa un álter ego, personaje que encarna al primo Celestino, el poeta que escribe en los árboles. La poesía es la vía de salvación inicial ante la insulsa vida que le imponen, que encuentra su antagónico en la figura del abuelo que derriba con su hacha los troncos escritos. La escritura y la creatividad se defienden como una forma de rebelión contra la autoridad destructiva de la familia.
La historia transcurre entre los juegos, invenciones y tristezas del protagonista y las constantes persecuciones de la familia que no acepta la identidad diferente y contradictoria de un niño «débil» y «amanerado». Tres diferentes finales multiplican las lecturas de esta novela circular y con cada uno se anuncia la implacable muerte del protagonista, que tiene lugar en el último final. La historia, que comenzó en el pozo con los gritos de la madre anunciando un suicidio que no se atreve a cometer, termina justo allí con la liberación por fin alcanzada de su protagonista, quien entre sombras anuncia lo sucedido antes que las luces del alba alcancen a entregarle otro tiempo para contar, vivir.
Otro de los motivos que se reitera en toda la trama es la muerte, como acto de rebeldía y liberación, lo que destaca algunas de las obsesiones fundamentales de su autor: la nostalgia, el misterio de la madre y el amor a la libertad. Y es que la novela trabaja con evocaciones de corte autobiográfico: «Es autobiográfico también el ambiente, la brutal inocencia con que se expresan los personajes […] en lo que respecta a la aparición de las brujas y los duendes, los primos muertos, el coro de tías infernales, el acoso de infatigables hachas, los desplazamientos del personaje hacia la luna (las huidas) sin obtener resultados ventajosos».[6]
La concepción del relato es novedosa por la desfiguración espacio-temporal: el espacio se reduce y comprime hasta ubicarse solo en la casa, mientras la historia carece de linealidad, esto se logra con el uso de varios métodos para fraccionar o recuperar el tiempo a través de las asociaciones casuales y la memoria, que se proyecta como un ejercicio de lucidez. La constante exploración del recuerdo y del universo imaginario da lugar a una hábil disposición para presentar la estratificación de la memoria y de la capacidad de invención de la mente infantil, en una prosa que a veces se aproxima al estilo de la lírica. Esta mezcla de realidad e imaginación forma un entretejido de alucinación donde el triunfo de la pureza es todo un símbolo. Se incorpora una técnica narrativa que fractura la continuidad de la trama en la búsqueda de una ambigüedad entre verdad y fantasía, entre mundo exterior e interior, que asume sin limitaciones la irracionalidad y el absurdo. Por tanto, esta obra transita entre lo que pudiera clasificarse como novela surrealista u onírica.
En cuanto a los componentes formales, es preciso subrayar la incorporación de procedimientos innovadores y experimentales que enriquecen los recursos técnicos del género, como el empleo del monólogo interior con que se trata de captar los estados de conciencia del protagonista, que por momentos se convierte en caótico debido al sinsentido del lenguaje que intenta reproducir estados de completo desgarramiento interior.
«Nueva, revolucionaria, con desaliño inherente y necesario, Celestino antes del alba, se coloca como uno de los más legítimos experimentos de lo más joven de nuestra novelística […] Es una obra tensa, ambigua»,[7] «[…] una de las novelas más hermosas que se haya escrito jamás sobre la infancia, la adolescencia y la vida en Cuba».[8]
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[1] Hago mías las palabras de Rogelio Rodríguez Coronel en su intervención en el encuentro “Cultura e identidad nacional”, celebrado en junio de 1995 en La Habana.
[2] Rogelio Rodríguez Coronel: Cuba, novela, revolución (“Colección Aché”). Universidad de La Habana, Facultad de Artes y Letras, [s.f.], p. 26.
[3] Francisco López Sacha: “El personaje reflexivo en la nueva cuentística”, en Revolución y Cultura, No.1, ene/85, Ciudad de La Habana, p. 24-31.
[4] Luis Manuel García: “Contar el cuento”, en La Gaceta de Cuba, agosto 1988, p. 2-4.
[5] Reinaldo Arenas: Celestino antes del alba, Ediciones Unión, La Habana, 1967, p. 45.
[6] Reinaldo Arenas, apud Miguel Barnet: «Celestino antes y después del alba», en La Gaceta de Cuba, año 6, No. 60, julio-agosto 1967, p. 21.
[7] Barnet, op. cit.
[8] Carlos Fuentes, apud Lourdes Arencibia Rodríguez: Reinaldo Arenas entre Eros y Tánatos. Soporte Editorial, Colombia, 2001. p. 59.
Bukowski y la estética de la perversión
Por Mariela Varona Roque
- Digan lo que digan, siempre hay algo malo escondido en los hombres que huyen del vino, de las cartas, de las mujeres hermosas o de una buena conversación.
La afirmación de Voland en El Maestro y Margarita, de Bulgakov, parece escrita ex profeso para canonizar a uno de los malditos de las letras norteamericanas: Charles Bukowski. Devenido mito de la literatura underground, paradigma del realismo sucio y personaje favorito de sí mismo, Bukowski bebió, jugó y amó en proporciones escandalosas, y por alguna causa su estilo es aún visible en toda una tendencia dentro de la literatura cubana contemporánea.
Cientos de cuentos, una treintena de poemarios y cuatro novelas publicadas lo definen como un autor prolífico. Lo pasmoso es que la mayor parte de su obra la publicase después de cumplir cincuenta años, y que en poco tiempo convirtiera en figura polémica a un hombre que nunca votó, ni militó en partido político o movimiento literario alguno. La máquina de follar; Se busca una mujer; Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones; Escritos de un viejo indecente; bajo esos títulos se publicaron sus cuentos en editoriales baratas, tan sórdidas como su escritura. Esos cuentos, como las novelas (Factotum, Cartero, Mujeres y La senda del perdedor) hablan sobre borrachos, putas de mala muerte, peleas de bar e incontables escaramuzas sexuales, y ocurren en bares, hoteluchos, garitos, oficinas mugrientas y traspatios. En todas las historias el protagonista es el mismo: Henry Hank Chinasky, el álter ego de Bukowski.
Nacido en la ciudad alemana de Andernach en 1920, Bukowski fue el resultado de la unión de un soldado norteamericano con una joven lugareña, y la familia se trasladó a Los Ángeles cuando el hijo tenía dos años de edad. El romanticismo de lo que parece ser una común historia de amores de guerra se anula por las noticias sobre el comportamiento violento y despótico de Bukowski padre: un mitómano que hacía creer a los vecinos que era ingeniero cuando en realidad trabajaba en una lechería, y que metió la cara de Bukowski adolescente en su propio vómito cuando este ensució la alfombra en su primera borrachera. Buscando el alcohol como paliativo de su timidez, acrecentada por erupciones en el rostro que no lo hacían nada atractivo para las muchachas, el joven Bukowski huyó de la casa paterna para entregarse a sus dos grandes pasiones: la bebida y el sexo. La primera lo empujaba hacia el segundo, y este, al negársele, lo volvía de regreso a la primera.
Hizo una vida errabunda y desordenada, trabajó en un sinnúmero de empleos, viajó por los estados de la Unión, pero su destino final volvió a ser Los Ángeles, donde trabajó en una oficina de correos hasta que la publicación de su novela Cartero, en 1970, le decidió dedicarse exclusivamente a la escritura. A pesar de su empeño autodestructivo, la condición de lector impenitente lo había marcado para siempre.
Como diría en su poema «Días como navajas, noches llenas de ratas»: siendo muchacho dividí en partes iguales el tiempo/ entre los bares y las bibliotecas; cómo me las arreglaba para proveerme/ de mis otras necesidades es un puzzle; bueno, simplemente no me preocupaba demasiado por eso/ —si tenía un libro o un trago entonces no pensaba demasiado/ en otras cosas—/ los tontos crean su propio paraíso.
Y también: pero eran los filósofos quienes satisfacían/ esa necesidad/ que acechaba en alguna parte de mi confuso cráneo: vadeando/ por sus excesos y su/ vocabulario cuajado/ aún me asombraban/ saltaban hacia mí/ brincaban/ con una llameante declaración lúdica que parecía ser/ una verdad absoluta o una puta casi/ absoluta verdad,/ y esta certeza era la que yo buscaba en una vida/diaria que más bien parecía un pedazo de/ cartón.
Para terminar con: qué grandes tipos eran esos viejos perros, me ayudaron a atravesar/ esos días como navajas y noches llenas de ratas;/(…)/ mis hermanos, los filósofos, me hablaban como nadie/ venido de las calles o alguna otra parte; llenaban/ un inmenso vacío./ Qué buenos muchachos, ah, ¡qué buenos muchachos!
Bukowski es a la vez parte y consecuencia de la contracultura californiana. Como en Ginsberg y Kerouac, su discurso pertenece al hombre común que no puede ni quiere hacer suyo el sueño americano, y disfruta agrediendo la perfecta simetría de la moral burguesa. Pero digo consecuencia porque Charles Bukowski no tuvo las mismas expectativas que sus coetáneos hacia la obra creativa; tal vez sintió menos urgencia en ostentar su inconformidad con el orden y la moral. Aunque publicó un cuento en la revista Story en 1944, antes de dar a conocer el resto de su obra le tocó leer lo que escribían los Kerouac y los Ginsberg que, a pesar de su rebeldía y sus alegres locuras, siempre se las arreglaron para publicar a tiempo y eran santificados y aplaudidos por los jóvenes de su edad. De ahí que Bukowski pertenezca a la generación beat pero sea un beat tardío, un epígono si se quiere de la loca y transgresora ola que viró al revés las letras americanas.
Entre sus influencias literarias, además de sus adorados Henry Miller y Céline (aquel francés acusado luego de nazista), es pues perfectamente distinguible la prosa violenta y vivaz de Jack Kerouac y su atrevida exaltación de la libertad sexual. La opinión de Bukowski sobre otros escritores norteamericanos nos llega signada por su álter ego Chinasky en varias de sus obras: «Dejando a un lado a Dreiser, Thomas Wolfe es el peor escritor norteamericano, Burroughs es terriblemente aburrido, Faulkner una nulidad. Saroyan sería bueno si no fuera tan optimista». O si no: «¿Hemingway? No. Muy torvo, demasiado serio. Buen escritor, frases magníficas. Pero la vida para él siempre fue una guerra total. Nunca se soltaba, no bailaba nunca».
Detrás de esas boutades de eterno transgresor, había sin embargo un respeto hacia la escritura que no lograron quitarle ni las propias burlas sobre sí mismo. Escribía en una carta en 1961:
Yo solía jugar un juego conmigo mismo, un juego llamado isla desierta, y mientras estaba tirado en la cárcel, en la clase de arte o caminando hacia la ventanilla de diez dólares en las carreras, me preguntaba, Bukowski, si tú estuvieras en una isla desierta, tú solo, y no fueras encontrado nunca excepto por pájaros y gusanos, ¿tomarías una vara y rascarías palabras sobre la arena? (…) la escritura, por supuesto, como el matrimonio, la caída de la nieve o las llantas de los autos, no siempre perdura. Tú puedes ir a la cama el miércoles en la noche siendo un escritor y despertar el jueves por la mañana y ser otra cosa totalmente diferente. O puedes irte a la cama el miércoles por la noche siendo un plomero y despertar el jueves por la mañana siendo un escritor. Este es el mejor tipo de escritores… Muchos de ellos mueren. Claro. Por sus arduos intentos; o por otro lado, porque se vuelven famosos y todo lo que escriben es publicado y ya no tienen que buscar más. La muerte tiene muchas avenidas. Y si a pesar de todo tú dices que mi material te gusta, quiero que sepas que si se vuelve roto, no será porque trate demasiado duro o muy poco, será porque me he quedado o sin cervezas o sin sangre. Para lo que sirva, puedo permitirme esperar: tengo mi vara y tengo mi arena.
Sin embargo, es raro encontrar la franqueza de ese empecinamiento en la obra publicada en español. Bukowski disfrutó tanto de su papel de automarginado que terminó convirtiéndose al final de su vida en lo que menos intentó devenir: fenómeno mediático. Ordinaria locura (1981), de Marco Ferreri, y El borracho (1987), de Barbet Schroeder y protagonizada por Mickey Rourke, son filmes inspirados en su vida, y lo transformaron en el mismo tipo de ídolo que había sido Kerouac en su juventud. Un ídolo de la estética de la perversión, de la suciedad y la podredumbre.
Lo que pudiéramos llamar el «credo bukowskiano» está en el poema «Cómo ser un gran escritor»: tienes que templarte a muchas mujeres/ bellas mujeres,/ y escribir unos pocos poemas de amor decentes/ y no te preocupes por la edad/ y los nuevos talentos./ Solo toma más cerveza, más y más cerveza./ Anda al hipódromo por lo menos una vez/ a la semana/ y gana/ si es posible./ aprender a ganar es difícil,/ cualquier pendejo puede ser un buen perdedor./ y no olvides tu Brahms,/ tu Bach y tu cerveza./ no te exijas./ duerme hasta el mediodía./ evita las tarjetas de crédito/ o pagar cualquier cosa en término./ acuérdate de que no hay un pedazo de culo/ en este mundo que valga más de 50 dólares/ (en 1977)./ y si tienes capacidad de amar/ ámate a ti mismo primero/ pero siempre sé consciente de la posibilidad de/ la total derrota/ ya sea por buenas o malas razones./ un sabor temprano de la muerte no es necesariamente/ una mala cosa./ quédate afuera de las iglesias y los bares y los museos/ y como las arañas, sé paciente,/ el tiempo es la cruz de todos./ más/ el exilio/ la derrota/ la traición/ toda esa basura./ quédate con la cerveza,/ la cerveza es continua sangre./ una amante continua./ agarra una buena máquina de escribir/ y mientras los pasos van y vienen/ más allá de tu ventana/ dale duro a esa cosa,/ dale duro./ haz de eso una pelea de peso pesado./ haz como el toro en la primera embestida./ y recuerda a los perros viejos,/ que pelearon tan bien:/ Hemingway, Celine, Dostoievski, Hamsun./ si crees que no se volvieron locos en habitaciones minúsculas/ como te está pasando a ti ahora,/ sin mujeres/ sin comida/ sin esperanza…/ entonces no estás listo/ toma más cerveza./ hay tiempo./ y si no hay,/ está bien/ igual.
La marginalidad engendró en la obra de Bukowski algunas aristas que pueden resultarnos aún hoy polémicas, aunque ya estemos curados de espanto por la posmodernidad. Por ejemplo, su relación con las mujeres tuvo una intensidad ambivalente: no era capaz de prescindir de ellas, pero no les hacía tampoco ninguna concesión. Era lo que se decía de él cuando el escritor chileno Poli Délano lo entrevista en su casa de Los Ángeles en 1987. Te han acusado de machista, le dice. La respuesta que le da es la misma del «gran poeta» de uno de sus cuentos a su joven entrevistador, cuando le pregunta qué piensa sobre la liberación femenina: «En cuanto ellas se dispongan a lavar el auto, a empujar el arado, a perseguir a los dos tipos que acaban de asaltar la tienda de licores o a limpiar alcantarillas, en cuanto ellas se dispongan a que les vuelen las tetas de un balazo en el ejército, yo estaré listo para quedarme en casa y lavar los platos y aburrirme recogiendo hilachas de la alfombra». «Me acusan mucho por mis personajes favoritos», le dijo Bukowski aquella noche. «Si pinto a una mujer que es basura, las feministas se me echan encima, mientras que si pinto un hombre que es basura, no me dicen nada».
A pesar de estas afirmaciones amargas, amó al menos a dos mujeres que compartieron su vida estable y largamente. La muerte de la primera, con quien tuvo a su hija Marina, generó textos y poemas estremecedores. En una carta a John Webb en 1962 escribía: «Con respecto a la muerte de mi mujer el 22 de enero último, no hay mucho que decir, excepto que yo ya no seré el mismo. Quizá intente escribir sobre eso, pero está todavía demasiado cerca. Puede que siempre esté demasiado cerca. (…) Hoy estoy solo, casi afuera de todas ellas: de las nalgas, los pechos, los vestidos limpios como trapos nuevos en la cocina. No me tomes a mal, todavía tengo 1,80 y 90 kilos de posibilidad, pero yo podía mejor con la que ya no está».
Y uno entre muchos de sus poemas más citables, a mi juicio, titulado «Elogio al infierno de una dama»: Algunos perros que duermen a la noche/ deben soñar con huesos/ y yo recuerdo tus huesos/ en la carne/ o mejor/ en ese vestido verde oscuro/ y esos zapatos de tacón alto/ negros y brillantes,/ siempre puteabas cuando/ estabas borracha,/ tu pelo se resbalaba de tu oreja/ querías explotar/ de lo que te atrapaba:/ recuerdos podridos de un/ pasado/ podrido, y/ al final/ escapaste/ muriendo,/ dejándome con el/ presente/ podrido./ hace 28 años/ que estás muerta/ y sin embargo te recuerdo/ mejor que a cualquiera/ de las otras/ fuiste la única/ que comprendió/ la futilidad del/ arreglo con la vida./ las demás sólo estaban/ incómodas con/ segmentos triviales,/ criticaban/ absurdamente/ lo pequeñito:/ Jane, te asesinaron por saber/ demasiado./ vaya un trago/ por tus huesos/ con los que/ este viejo perro/ sueña/ todavía.
Es indudable que la etiqueta impuesta a Bukowski por sus contemporáneos se dejó llevar por la comodidad: era más fácil fijarse en su prosa agresiva y provocadora, directa y sucia, que en el mundo de reflexiones y códigos que manejaba en su poesía. Y fue también (lamentablemente) mucho más fácil de imitar. Si su imagen pública era tan traída y llevada (¿escritor que bebe o borracho que escribe?), qué podemos esperar de los juicios sobre su obra. Todavía hay quien afirma que Charles Bukowski es una abominación para la literatura… Por suerte él nunca pareció preocuparse mucho por la trascendencia.
La huella del realismo sucio es fácilmente rastreable en la literatura cubana. Aunque tuvo algunos anuncios notables como Matarile, de Guillermo Vidal, su explosión (pública) coincide con los cuentos publicados en los 90 por algunos de los llamados novísimos, sobre todo los pertenecientes al grupo de los “friquis”: Ronaldo Menéndez, Ricardo Arrieta, Raúl Aguiar, Verónica Pérez Konina, Ena Lucía Portela y José Miguel Sánchez (Yoss). Todos eran o habían sido miembros entre 1987 y 1988 del grupo conocido como El Establo, el cual se nucleó en La Habana alrededor del escritor Sergio Cevedo y tuvo la intención de subvertir el canon de la decencia «sinflictiva» imperante en las letras cubanas. La necesidad de mostrar zonas y temas de la marginalidad hasta ese momento vedadas justificó el uso del estilo bukowskiano en la narrativa de los noventa, pues con su tratamiento directo, casi brutal, lograron caracterizar a personajes de nuestro tiempo que no existían porque no tenían voz.
Como toda tendencia transgresora, el realismo sucio ha ganado defensores, imitadores huecos y detractores furibundos. Pedro Juan Gutiérrez y Zoe Valdés son hoy dos de los escritores cubanos más leídos en el mundo y a la vez los más cuestionados, no solo por las comunes razones de ética y estética, sino porque algunos se preguntan si es “justo” que los lectores de otras tierras crean que todos en Cuba hablan y viven en un perpetuo estado de marginalidad. ¿Hay que poner un límite al uso del lenguaje grosero? ¿Este debe servir solo para ubicar a un personaje en un entorno determinado, ergo lo demás es abuso de la grosería por la grosería? ¿Y si el abuso de la grosería se ha vuelto necesario para burlarse de la propia grosería? ¿Las palabras groseras no terminan siendo aceptadas hasta por la Real Academia cuando se incorporan definitivamente al habla cotidiana? ¿Qué puede ser peor: el lenguaje grosero o la grosería de las ideas?
Cualquier indagación en ese sentido, además de ser desgastante, no tiene aún ninguna consistencia: es el tiempo quien se ocupará de ubicar lo «sucio» donde corresponda. Poco le importaba a Bukowski el juicio de sus contemporáneos, la trascendencia, las poses de los escritores de éxito. Detrás de sus alardes alcohólicos y sexuales había un ser indefenso que parecía querer vivir solo para esperar la muerte. Ahí quedan sus textos y los de sus seguidores para que la posteridad siga haciendo su propio juicio.
Ray Bradbury por los extraños pueblos
Por Erian Peña Pupo
Fue en 1991, en España, cuando probablemente los cubanos tuvimos más cerca a Ray Bradbury (uno de esos años en que la vida nacional cobró los tintes casi posapocalípticos de sus historias). Entonces Eliseo Diego estrechó las manos –y quiero pensar que abrazó– al autor de Crónicas marcianas. Pero poco sabemos de ese encuentro, salvo que habían sostenido una estrecha correspondencia años antes y que, en ese momento, ambos tenían la misma edad, 71 años.
Eliseo Diego era un fabulador irremediable. Ya Divertimentos, su segundo libro, fechado en 1946, destila sus apasionadas lecturas de Perrault, Andersen, los hermanos Grimm, Dickens, Stevenson y Lewis Carroll, entre otros autores que lo acompañaron asiduamente desde su niñez. Con esas narraciones de carácter alegórico o sobrenatural, Eliseo exorciza los miedos de la infancia; hace volar la fantasía por los reinos de la ensoñación y la magia. Eliseo Diego, «uno de los más grandes poetas de la lengua castellana», nos recuerda Gabriel García Márquez, trasmitió en las formas breves —esos diminutos «fuegos vagabundos», según Octavio Paz—la inexorable fugacidad de la vida y el carácter fragmentario de la memoria: la infancia, los antepasados, la ciudad y la familia, pero también el olvido, la pérdida, la muerte y su silencio, que constituyen motores fundamentales de su escritura. Por eso no es extraño que, amante también de la literatura en lengua inglesa, haya quedado prendido de la obra del estadounidense nacido en Waukegan, Illinois, el 22 de agosto de 1920, y que, con solo 30 años, escribió Crónicas marcianas, un libro que se convirtió al instante en todo un clásico.
Similares temas asediaron a Bradbury: la memoria, la pérdida, la muerte, la colonización de una raza o un pueblo por otro supuestamente superior, el fin de la cultura y con ella, el de la literatura… A veces –ahora mismo– he creído que Crónicas marcianas puede prescindir de Marte y sus habitantes, incluso puede hacerlo de los viajes interespaciales, de la colonización humana del planeta rojo… Y no perdería su esencia, su amplia «condición humana», su fuerte «realidad». ¿Por qué? Porque todo eso es una excusa de Bradbury para hablar de nosotros mismos. El hombre frente al hombre desbastándolo todo. Las arañas de Marte, los barcos de arena, y los canales de vino, no hacen más que hablar de nosotros; de los celos, el racismo, la soledad y la nostalgia, el arraigo y el deseo de exploración. El «escenario» fue Marte, pero bien pudo ser el oeste estadounidense y el despojo de las tierras ancestrales de los habitantes de esa región del país hasta reducirlos a «reservas», o la lenta y terrible colonización —él mismo escribió del tema— del continente americano por los europeos, o el racismo y la discriminación diaria… Un sustrato humanista, una condensación del mito, florece en Crónicas marcianas, al punto de que él mismo aseguró no ser un escritor de ciencia ficción, sino de un «estilo poético».
Bradbury mismo se preguntó: «¿Cómo es posible que Crónicas marcianas se reconozca tan a menudo como ciencia ficción? No encaja con esa descripción. (…) Entonces, ¿qué es Crónicas marcianas? Es el rey Tut salido de su tumba cuando yo tenía tres años, las Eddas nórdicas cuando tenía seis, y los dioses griegos y romanos que me cortejaron a los diez: puro mito», dijo.
Por otra parte, sus cuentos contienen, de forma seminal, casi todos los subgéneros fantásticos: «Los hombres de la Tierra» es un cuento kafkiano; y «La tercera expedición» esconde el germen del futuro «realismo mágico» (quizás sembrado por Faulkner en Bradbury). «Aunque siga brillando la luna» hunde sus raíces en el romanticismo inglés (su título parte de un poema de Lord Byron) para hablar de civilizaciones extraterrestres desaparecidas hace milenios y la conservación de su legado arqueológico (un tema recurrente en la actual space opera). «La mañana verde» expone de forma germinal la «terraformación» de Marte; «Encuentro nocturno» habla de universos paralelos con un lirismo pocas veces alcanzado; «Un camino a través del aire» es un cuento realista sobre el racismo a principios de siglo, en el que algunas pinceladas fantásticas enfatizan la tragedia social; y «Usher II» (además de ser un evidente homenaje a la obra de Poe) es un ejercicio distópico, incluso una suerte de esbozo de Fahrenheit 451. En «El marciano» (entre otras cosas) está el germen de los debates filosóficos propiciados por «los visitantes» en Solaris, del polaco Stanisław Lem. «Los pueblos silenciosos» es una ácida sátira sobre la soledad en un escenario «posapocalíptico», y «Vendrán lluvias suaves» una reflexión sobre un mundo posthumano. Mientras «Los largos años», con un costumbrismo casi naíf, aborda las relaciones entre seres humanos e inteligencias artificiales; y aunque su formalización es embrionaria, sus temas son similares a los que han planteado este tipo de historias a lo largo de los años y del apogeo de la ciencia ficción.
Borges, en el prólogo a la traducción al español de Crónicas marcianas, escribió que «en este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad… (…) ha preferido (sin proponérselo, tal vez, y por secreta inspiración de su genio) un tono elegíaco. Los marcianos, que al principio del libro son espantosos, merecen su piedad cuando la aniquilación los alcanza. Vencen los hombres y el autor no se alegra de su victoria. Anuncia con tristeza y con desengaño la futura expansión del linaje humano sobre el planeta rojo –que su profecía nos revela como un desierto de vaga arena azul, con ruinas de ciudades ajedrezadas y ocasos amarillos y antiguos barcos para andar por la arena».
Más allá de las aventuras, el misterio y la siempre búsqueda del mito, sabemos que Eliseo admiró la ciencia ficción.Y que llegó a escribirse con Bradbury. En cierta ocasión escribió que tuvo una «sincera admiración por escritores como H. G. Wells y C.S. Lewis, y por supuesto por Ray Bradbury, que han escrito obras de las llamadas de ciencia ficción», pero que con este género le ocurría «lo que con la niñita de cierta rima no sé si inglesa o norteamericana, y que una apresurada traducción diría así: Había una vez una niñita/ que tenía un ricito/ justo en el medio de la frente./ Cuando era buena/ era muy, pero muy buena,/ y cuando era mala/ era horrenda».
En un cuadernillo, titulado «Sobre los viajes al espacio exterior», Eliseo reunió varios poemas inspirado por sus lecturas del género y «con las vistas de la Luna tomadas por los astronautas norteamericanos». «Ya la luna no sería más la que veían o imaginaban nuestros abuelos. ¿Cómo sería, entonces, el mundo que se abriría a los ojos de nuestros descendientes?», añadió.
Aquí incluyó los poemas «Ascensión», «Madre tierra», «A través del espejo», «Hacia los astros», «Constelaciones» y «Ascuas» (dedicado a Bradbury, y dialogantes con la narrativa poética del autor de Fahrenheit 451). En ellos abordó temas como el espacio, las constelaciones, la luna, los viajes espaciales, la pequeñez del hombre en el universo… Atrás, por fin, está la madre Tierra en su conmovedora pequeñez: por fin la vemos toda: sus orillas nos caben en los ojos: es apenas como una linda bola nada más. Y hay algo en ella de azorada, de vieja que se turba como si fuese de saber que la vemos así, que nos da lástima que se nos pueda, un día, morir («Madre tierra»).
En otro de sus poemas (en «Desde la eternidad») nos habla de las «diminutas dichas», entre ellas:
- La luz de la mañana.
- La luz de la tarde.
- El trueno que nos despierta en la noche.
- La lluvia que nos arrulla nuevamente.
- Las estrellas a las que les cantaba Ray Bradbury.
- El viento en la cara, una boca en otra boca, una mano en otra mano…
Con el autor de El vino del estío dialoga en «Ascua», que fuera incluido además en Poemas al margen:
A Ray Bradbury
- Todo se aviene, ves, a un punto de oro:
- el mar color de bronce, el bosque oscuro
- y el unicornio y leviatán fundidos
- en un copo de fuego, un ascua pura
- en medio del abismo.
- Cómo pueden
- los astronautas regresar un día
- desde lo enorme a la minucia
- innumerable de la hierba.
- Quién
- sabrá el camino al tiempo del rocío.
Ambos confiaron en el mito y la imaginación, pero también en el hombre. «La ciencia y las máquinas pueden anularse mutuamente o ser reemplazadas. El mito, visto en espejos, permanece», escribió el autor de El hombre ilustrado. Ambos, cuyos centenarios celebramos este 2020 —Eliseo un poco antes, el 2 de julio; Bradbury más de un mes después, el 22 de agosto—poblaron sus historias con una mirada poética y melancólica que nos sobrecogen aun y que, imagino, predominó en aquel encuentro español en 1991 entre estos dos grandes autores.
Indicaciones para divorciar a un hombre y otras confesiones de Juan Siam
Por Erian Peña Pupo
La historia se compone de fragmentos de memoria, piezas de un puzzle a medio armar, partes escindidas de un cuerpo mayor que no siempre acaban cuajando en el ser nacional.
Los grandes relatos –los hombres desde el Génesis, o quizás un poco antes, hasta hoy, preferimos, obstinados, los grandes relatos– sustituyen las pequeñas historias, que sobreviven como susurros, como voces en la oscuridad de la memoria personal o colectiva.
Estas voces, que no leemos en las páginas oficiales, en los periódicos o los libros de docencia, están dispuestas a saldar esa y otras deudas con la verdad (la microhistoria, dicen los investigadores). La verdadera historia –contada por el vencedor en cada momento– se arma del sustrato de todos los días, en la cotidianidad, incluso en la calma. Se alimenta de la ausencia, del miedo, del llanto, del viaje y el éxodo, de los errores, de la locura, de la familia, de las relaciones amorosas, y también de la esperanza.
Todo eso sobrevuela Indicaciones para divorciar a un hombre, cuentos del holguinero Juan I. Siam (Banes, 1960) publicados por Ediciones La Luz (2018) en su colección homenaje.
Los relatos, narrados en primera persona, como si fueran testimonios de épocas y momentos, lo que refuerza cierta cercanía per se con el lector, son fragmentos de vida: la vida de personas comunes con historias comunes que dan de beber a un país común. Así se templa el acero, como si fuera un coro; así se construye el imaginario social (con todas las virtudes, pero también con todos los errores, como seres humanos: y ese es uno de los problemas de la Historia en mayúsculas, reconocer que somos humanos y que la gloria nacional cuesta hendiduras en el alma no fáciles de sanar).
Pero lo peculiar de las historias de Juan Siam –subrayo particularmente estas: “Perfección”, “Fuga de Bach”, “Cuando miro a papá”, “Como en los dibujos animados” y “El envés de la hoja”– es que todas o casi todos los relatos son de amor. Podría resultar paradójico, pero el amor, lo sabemos, lo permea todo. O más que el amor, lo que prevalece en estos relatos son relaciones de pareja vistas a través del fracaso, pero también de la permanencia, de la locura y la frustración, de la sobrevivencia y el desencanto, del anhelo y la fragilidad, de la posesión y los matices del deseo, sí, del amor…
Y todas ellas –vemos aquí, además de la primera persona, otra osadía del autor– parten de una perspectiva femenina; o sea, son mujeres quienes narran las historias (relatos que, además, no pretenden hacer derroche de técnicas, sino lo contrario). Siam se arriesga en el dominio de una voz que es varias al mismo tiempo: personajes diferentes, muchos relacionados entre sí, pero con matices, edades y psicologías desiguales, con miedos, con deseos (también sexuales, amorosos) y dudas, con vidas hechas o deshechas… Es como si, nos dijera, conociera bastante a las mujeres y por ello se permite hablar por ellas, poner en papel, que es dejarlo en la memoria, sus vidas…
Son personajes, sencillos, familiares, como vecinos del barrio, como nuestros amigos, o mejor, como nosotros mismos, cargados de miedos, frustraciones personales e históricas, cargados de cansancio, pero también de ansías de sobrevivencia, de sueños aún.
La vida ha puesto a sus personajes a decidir, para luego absorberlos, devolverlos y olvidarlos… Ellas han amado en los refugios subterráneos en África, donde el miedo se respira en el aire; o extrañan, desde Europa, la arena del mar de la isla; o en Estados Unidos, después de partir, mientras ponen en la balanza las decisiones, aseguran que “vivimos una sola vida y en ella hay que tomar decisiones. Puedes haberte equivocado o no al decidir, pero lo que no puedes es volverte atrás. Si uno va a hacer algo es hasta el final”.
Otra de las cuestiones que me parece un logro de Indicaciones para divorciar a un hombre, es su estructura coral, polifónica, abierta a las múltiples confluencias de la lectura. La carta de una hermana a otra, escrita después de la visita de la primera a la isla, sirve de hilo conductor para repasar historias personales, familiares, de conocidos, para no olvidar, aunque el olvido muchas veces se pegue al alma como mecanismo de defensa… Así cada fragmento de la misiva introduce personajes, sirve de puente a relatos, nos ofrece pistas para comprender qué hay realmente detrás de cada uno de ellos…
En este coro –custodiado por una foto de Junior Fernández a partir de un original de Henri Cartier-Bresson– terminamos identificándonos, nos encontramos… Es como si el país cupiera en una calle, en una familia, en cada uno de nosotros, aunque sepamos que, en buena medida, somos también las consecuencias del país y sus designios. Con todo eso se construye el andamiaje de estos cuentos: Cuba, historia, relaciones de pareja, familia, amor, virajes sociopolíticos de las últimas, digamos, seis décadas, Patria… Aunque no olvida tampoco cierto humor ya común, calcado con dosis de ironía…
Como un cowboy del Viejo Oeste, Juan I. Siam saca sus relucientes Colts y dispara estos cuentos escritos con el ímpetu de un fabulador irremediable que, además, se sabe poeta. Cada disparo resuena en la llanura; las veces que ha dado en el blanco las sabrá el lector. Ajedrecista empecinado, mueve su dama para embestirla contra un rey solitario. Ella toma la voz de mando –jugada crucial, como en la vida misma– y nos narra sus historias. Incluso nos ofrece varias indicaciones para divorciar a un hombre. ¿Quién ha visto un cowboy sin una dama a la cual proteger? Emigración, amor, Patria… cruzan estas páginas y nos devuelven un país visto mediante el ojo sagaz y sarcástico de Siam. La batalla ha sido ardua, los embalses han vertido, y el tren de las 3:10 a Yuma acaba de partir, dejándonos frente a las historias sencillas y conmovedoras de Siam, a sabiendas, como él mismo nos cuenta, que “el éxito consiste en no tener éxito. En tener una pequeña satisfacción todos los días. Una pequeña felicidad todos los días”.
Animal de otra raza: Eros con nosotros
Por Adalberto Santos
«Que llueva la carne palpitante. Jadea, carne. Llora. ¡Reza!». De este modo, con este mantra o urgencia, terminan los once cuentos que propone Maribel Feliú en esta especie de autoantología eminentemente erótica. Y aunque este ensalmo puede llamar por sí solo la atención, y serviría acaso como mínimo botón de muestra, sería demasiado breve e imperfecto: la poiesis erótica de Maribel Feliú es más que una mera y desenfrenada invitación al aquelarre. La narrativa de Maribel parte de un secreto y hondo conocimiento del goce, descrito sí, ficcionado también, pero vivido desde una personalísima experiencia. Y por ello no teme aventurarse, casi con saña, en temas como la zoofilia o la pedofilia con pulso firme. Un pulso que además maneja con poder la palabra, sin excesivo temor por lo que pudiera parecer procaz. Maribel ha conocido las aguas del cuerpo, del íntimo y propio, y sabe que nada hay más puro y hermoso que beber de ellas sin atavismos.
He dicho poiesis erótica, términos que difícilmente serían complementarios, pero en la obra de Feliú son un arma más filosa aún que cualquier situación, por escabrosa que pareciera. La insinuación de una imagen poética, sombras que adelantan el filo de lo no revelado, de una sustancia que palpita y fluye secretamente hasta derramarse, acompaña buena parte de su obra potenciando sus efectos de seducción. También el juego está presente, circulando aparte de sus cuentos. Juega con lo simbólico sexual, que puede venir desde el título de una canción, hasta la trama misma donde lo que se cuenta es codificado a través de esos símbolos en una trasmigración, nuevamente, poética.
Animal de otra raza es, si se quiere pues, un libro peligroso. Peligroso para los pacatos y temerosos, pues ciertamente el animal descrito aquí es fiero y dulce, y habita en cada uno de nosotros. Su liberación está signada por el más puro y natural goce vital. Una raza auténtica de quienes hacen de él una victoria continua y que, de seguro, no quedarán impávidos ante la lectura de este itinerario del placer, peligroso y torturante a veces, pero descritos con una precisa dosis de sensible voluptuosidad.
La noche en llamas de un barco sobre la arena
Por Eugenio Marrón
Formar parte de una tríada tan selecta como solicitada, a la hora de novelas que describen distopías –gravitación que signa no pocos trechos de sucesos verbales del siglo XX, para narrar sociedades ficticias inhumanas y su expansión en busca de cancelar cualquier anhelo redentor–, es algo más que una reputación activa e incesante: se trata de la mejor manera de verificar, según lo advertido por Mario Vargas Llosa en el ensayo final de su libro La verdad de las mentiras, que “las invenciones de todos los grandes creadores literarios, a la vez que nos arrebatan a nuestra cárcel realista y nos llevan y traen por mundos de fantasía, nos abren los ojos sobre aspectos desconocidos y secretos de nuestra condición, y nos equipan para explorar y entender mejor los abismos de lo humano”. Así ocurre con Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, que junto a Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y 1984, de George Orwell, conforma el trío aludido.
Justo al cumplirse el próximo 22 de agosto el centenario del nacimiento de Ray Bradbury, volver a las páginas de aquella novela suya no solo es una oportuna recordación del gran maestro norteamericano de la ciencia ficción y el terror fantástico, sino también un reencuentro enriquecido con los años –como el buen añejamiento para los licores de destacada estirpe–. Publicada por primera vez en 1953 –veintiún años después que la de Huxley y apenas cuatro tras la de Orwell–, hay en la de Bradbury una constante que viene desde la noche de los tiempos: la quema de libros y con ellos del peligro ante el despliegue de las ideas, sea arte, literatura, filosofía o cualquier variedad del pensamiento ejercido con libertad a favor de lo humano y sus circunstancias. Basta citar tres ejemplos: la combustión de los códices mayas el 12 de julio de 1562 por órdenes del clérigo Diego de Landa en Yucatán –“no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio, se los quemamos todos”, alegaba el inquisidor–; la hoguera ordenada por Adolfo Hitler y ejecutada la noche del 10 de mayo de 1933, contra alrededor de veinte mil libros en la plaza Bebel de Berlín; y la fogata dispuesta por el general de división Luciano Benjamín Menéndez en la ciudad argentina de Córdoba el 29 de abril de 1976, justo en los inicios de la terrorífica dictadura militar, en la que se incendiaron obras de Julio Cortázar, Eduardo Galeano, Gabriel García Márquez, Pablo Neruda y Mario Vargas Llosa, juntos a otros autores, “a fin de que no quede ninguna parte de estos libros (…) para que con este material no se siga engañando a nuestros hijos”, según lo dicho por el uniformado.
Tal como indica su título –la unidad de temperatura en la que el papel se atiza y arde–, Fahrenheit 451 es un relato que transcurre en una sociedad maniobrada por los bomberos, pero no tal como conocemos su desempeño en la extinción de incendios, sino todo lo contrario. Armados con unas extrañas mangueras lanzallamas, en las páginas de esta novela los bomberos persiguen, capturan y calcinan todas las páginas de la cultura universal, pues se trata de un mundo en el que los libros han sido condenados a su total exterminio –“no sutilicemos con recuerdos (…) Olvidémoslos. Quemémoslo todo, absolutamente todo. El fuego es brillante y limpio (…) Somos los Guardianes de la Felicidad. Nos enfrentamos con la pequeña marea de quienes desean que todos se sientan desdichados con teorías y pensamientos contradictorios (…) no permitir que el torrente de melancolía y la funesta Filosofía ahoguen nuestro mundo”, le endosa con su verborrea fanatizada el capitán Beatty al bombero Montag, los dos protagonistas que terminarán por enfrentarse a la sombra de las hogueras y sus designios más devastadores. A su lado, los otros personajes se bifurcan –por un lado Mildred, la esposa de Montag, domesticada bajo el orden represivo de los bomberos, y por el otro la joven Clarisse junto a Faber y Granger, empecinados junto a otros rebeldes en salvar la memoria de los libros y con ella el sentido mismo de la Humanidad. Es así como en esa suerte de hermandad para salvaguardar el acto que implica un libro, presta a cualquier enfrentamiento, cada uno de sus integrantes dejará a un lado su nombre para, en la nueva identidad, llamarse como un gran autor cuya memorización los convertirá en biblioteca viva en pos de salvar los libros: “Yo soy La República de Platón. ¿Desea leer a Marco Aurelio? Míster Simmons es Marco”, le advierte Granger a Montag. Es así como le explica a este: “También nosotros quemamos libros. Los leemos y los quemamos, por miedo a que los encuentren. Registrarlos en microfilm no hubiese resultado. Siempre estamos viajando, y no queremos enterrar la película y regresar después a por ella. Siempre existe el riesgo de ser descubiertos. Mejor es guardarlo todo en la cabeza, donde nadie pueda verlo ni sospechar su existencia”. Y más adelante le acota: “Transmitiremos los libros a nuestros hijos, oralmente, y dejaremos que nuestros hijos esperen, a su vez”. En ese mundo de la palabra publicada y su reprobación fuego en mano, en el que las pantallas rodean por todas las paredes de los hogares, a la vez que cualquier atisbo de pensamiento puede ser la mejor razón para una condena, los personajes de Ray Bradbury levantan un entramado que eriza al más cauto.
Como una intensa y muy desarrollada fábula –no exenta de un calado poético que distingue buenos trechos de su prosa, y sin desmayo de la energía concisa y afilada como un bisturí en su progresión narrativa–, que llega de un tiempo lejano, aun cuando sus señas la convierten en suceso ubicuo de ayer, hoy o mañana –y así bien pueden testimoniarlo las atrocidades del llamado Estado Islámico en los días recientes de Siria e Irak– Fahrenheit 451 es una lectura inagotable. Tal es así que ha conocido dos versiones fílmicas muy referidas a las lecturas que han hecho sus realizadores –con mayores o menores cuotas de apego al texto original–, muy ajustadas a las señas de sus dos momentos de realización: la de Francois Truffaut en 1966 –con el austriaco Oskar Werner como el recatado bombero Montag y el irlandés Cyril Cusack como el implacable capitán Beatty–, a las puertas de las intensas revueltas estudiantiles de aquellos tiempos en Francia, México y otros lugares; y la de Ramin Bahrani en 2018 –con los norteamericanos Michael B. Jordan y Michael Shannon, respectivamente, en aquellos roles– cuando ya casi podían avistarse en el horizonte los días de la COVID-19 expandiéndose por el planeta y también ese otro estallido global crecido con el impactante homicidio de George Floyd en las calles de Minneapolis. Es así como, de cierta manera, la novela también podría tenerse como un espejo a la vez alegórico y contextual de un tiempo preciso, y con ello el don de su autor para entregarnos una lectura de permanencia.
Graduado en la californiana Los Ángeles High School en 1938, Ray Bradbury nunca asistió a estudios universitarios: su economía personal no se lo permitía. Por ello, mientras vendía periódicos y revistas para ganarse la vida, se formaba autodidactamente con buena parte de su tiempo en la biblioteca pública, abriendo su camino entre libros, leyendo tenazmente hasta que, a comienzos de los años cuarenta, comenzó a publicar sus relatos en revistas. En 1950 publicó un libro de cuentos que sería su primer gran éxito de lectores y crítica: Crónicas marcianas, sobre la colonización de Marte y el establecimiento allí de una sociedad similar, en sus fortunas y desgracias, a la Tierra. Tras ese título vinieron, entre otros, El hombre ilustrado (1951), volumen de narraciones sobre los inmutables mecanismos tecnológicos enfrentados a los comportamientos humanos; El vino del estío (1957), novela delicada y cautivante, digna de un poeta, en torno a las vacaciones de un niño de doce años en una ciudad de la región del Medio Oeste estadounidense; y Remedio para melancólicos (1959), pieza de narrativa breve entre el realismo más descarnado y la fantasía más apocalíptica. Leído y traducido a numerosas lenguas, al morir el 6 de junio de 2012 a la edad de 91 años en Los Ángeles, California, de acuerdo a su estricta solicitud, el epitafio de su tumba sólo lleva la inscripción: “Ray Bradbury. Autor de Fahrenheit 451”, algo que advierte la predilección que siempre sintió por esa novela suya.
Al prologar la primera traducción a nuestra lengua de Crónicas marcianas, realizada por el editor español Francisco Porrúa para la editorial argentina Minotauro en 1955, uno de los grandes admiradores del autor estadounidense, el argentino Jorge Luis Borges, escribió: “Ray Bradbury anuncia con tristeza y con desengaño la futura expansión del linaje humano sobre el planeta rojo, que su profecía nos revela como un desierto de vaga arena azul, con ruinas de ciudades ajedrezadas y ocasos amarillos y antiguos barcos para andar por la arena”. Ahora, a cien años de su arribo a la Tierra, al releer Fahrenheit 451, percibimos a las puertas de nuestras vidas a Ray Bradbury que llega con la noche en llamas de un barco sobre la arena.
¿Por qué no te gusta la ciencia ficción?
Por Moisés Mayán
¿Por qué no te gusta la ciencia ficción? Disparé a bocajarro contra la joven escritora. No me gusta, porque no me gusta y punto. Se cruzó de brazos como embutida en una camisa de fuerza. A mí tampoco me gusta, apuntaló su amiga. Cuando veo un robot o una nave espacial, simplemente cambio el canal y sanseacabó. ¿Entonces supongo que nunca se han leído a Asimov? ¿A quién?
Si aspiras a convertirte en un escritor serio es mejor que no te dediques a la ciencia ficción. La sugerencia no aparece explícitamente en ningún manual de técnicas narrativas, pero funciona como verdad de Perogrullo. Entre ficción y ciencia ficción nos encargamos de levantar una barrera de alambre de espino, y algo similar hemos hecho entre ciencia ficción y fantasía. ¿Por qué? Esa es la pregunta.
Hace unos años me impuse la tarea de ejercitarme en ciertas lecturas básicas sobre el género maldito. Pretendía, además de ampliar un poco mis horizontes de lector, descubrir si había algo más allá de La guerra de las galaxias, E. T. o Área 51. Los anaqueles de la ciencia ficción estaban atiborrados de chatarra espacial, así que elaborar un plan de lecturas era una misión no imposible, pero sí omplicada.
De H. G. Wells, Isaac Asimov y Ray Bradbury, pasé a rebuscar en el trastero local, comenzando por Oscar Hurtado, Ángel Arango, y Agustín de Rojas, desemboqué entonces en una fecunda generación comandada por autores como Yoss, Erick Motta, Michel Encinosa Fu, y luego me fui a los más recientes Premios Calendarios en el género. Una vez concluida la expedición, me hice con una buena caja de herramientas para desmontar discursos preconcebidos.
Me resultó perturbador que los autores que apuestan por la ciencia ficción son los únicos que no pueden ser escritores a secas, pues a la desmesurada creatividad que se les exige, deben añadirse conocimientos de aeronáutica, astronomía, física espacial, robótica, nanotecnología, ufología, en fin, un programa académico que los escritores serios no necesitan matricular.
Sobre los iniciados en este gremio pesan no solo viscosas atmósferas de subgéneros, sino el requerimiento de ser absolutamente originales. Para colmo, el vastísimo espectro de los premios, becas y certámenes literarios se reduce considerablemente cuando incluimos en el buscador de Google el término ciencia ficción. Sin embargo, en un presente donde los autores hemos tenido que mutar forzosamente hasta convertirnos en lectores los unos de los otros, y el lector natural, espontáneo, sin ínfulas de escritorzuelo, constituye una especie en peligro, los escritores de ciencia ficción ganan por goleada.
La ciencia ficción (anoten el dato) ha formado a sus lectores. ¿Cómo? Bueno, no puedo contestar todas sus preguntas en un artículo, pero les adelanto que he realizado mis trabajos de campo. En la pasada Feria del Libro de La Habana me correspondía presentar uno de mis libros de poesía publicado por Ediciones Matanzas, en el otro extremo de la mesa aguardaba pacientemente su turno, José Miguel Sánchez (Yoss). Los afortunados autores que compartíamos en la Sala Lezama Lima aquella mañana estábamos conscientes de una verdad colosal: el ochenta por ciento del público había venido por Yoss, o para ser más exactos, andaba tras la pista del volumen Etcéteras y otras cosas, Paratextos y otros cuentos experimentales de ciencia ficción.
Mientras los lectores de Yoss se disputaban un autógrafo, pensé que hacía poco menos de un mes, se había cumplido el centenario de Isaac Asimov, uno de los padres de la ciencia ficción. Asimov nació en Rusia en 1920, pero se trasladó a los Estados Unidos siendo todavía muy niño, fue en su nuevo país donde a los nueve años localizó en el estanquillo de periódicos la revista Pulp, puerta de acceso a la ciencia ficción. Graduado como bioquímico en la Universidad de Columbia, consiguió terminar el doctorado en 1948, fecha en la que contaba con amplios conocimientos de física, geografía y meteorología, pero no fue hasta 1950 cuando publicó su primera novela, Un guijarro en el cielo.
En un mundo sobrecogido por el ascenso de Hitler en Alemania, el despliegue bélico de la Segunda Guerra Mundial, las bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, el avance de la robótica, el progreso tecnológico, las tensiones de la Guerra Fría y el lanzamiento del Sputnik, Asimov no tuvo que devanarse los sesos para concebir los detonantes de su Saga de la fundación. ¿De verdad que no has escuchado hablar de Isaac Asimov?, volví a preguntarle a la joven escritora. Me suena ese nombre, fue todo lo que dijo. ¿Seguramente sí sabes quién es Will Smith?
Los dos pares de ojos se encendieron. ¿Quién no conoce a Will Smith? Pues bien, Will Smith fue el protagonista de Yo, robot, un filme de 2004, basado en una recopilación de cuentos donde Asimov desarrolla sus tres leyes sobre la robótica. Las muchachas volvieron a sumirse en un extraño mutismo. Aunque no conseguía observar sus labios bajo las telas del nasobuco, imaginé una mueca duplicada.
Afuera un monstruo microscópico amenazaba a la especie humana, las calles y plazas vacías filmadas por drones eran un espectáculo sobrecogedor, los camiones militares transportaban sarcófagos en alguna ciudad italiana, y los médicos vestían fatigosas escafandras… Precisamente el año del centenario de Asimov, la ciencia ficción y la realidad se superponían como capas de la misma fruta. ¿Por qué no te gusta la cienci ficción? La joven escritora destapó un frasco de antibacterial y extendió una leve película olorosa a alcohol en sus manos. Mejor nos vamos, dijo.
Ojos para no ver las cosas simples: escritos en tinta blue
Por Adalberto Santos
He leído en algún sitio, en estos días también de infodemia, que las personas que prefieren el azul padecen de seguro de trastornos siquiátricos. No sé qué pensar. Me gusta el azul. Y tengo la impresión de que a Martha Acosta Álvarez le gusta el azul. ¿Nos hace seres comunes en la insanidad? Quizás… Pero he visto un pájaro azul suyo describir un drama de añoranza y pesar, de libertad no plena; una habitación con vistas al mar, donde se definen los odios y amores, el quién soy y quién es el otro. O una chica, posible y triste, de vinilo soldado, con ojos grises, pasto de la rapiña y la codicia del sexo. Todo en azul. Una tinta que va describiendo desde el fondo de cada historia una secuencia común, un tono en la palabra que ahonda y apela a profundas reflexiones, donde el dolor interior está siempre presente, aun cuando se espere el posible fin de un mundo mientras se cena.
Las ficciones de Martha Acosta llevan en común, además, la eterna búsqueda de sus personajes: búsqueda del reconocimiento del yo en los ojos de quien se ama, búsqueda de un tiempo otro donde se fue feliz o donde se hallaría la felicidad, búsqueda de la verdadera esencia humana en medio de esa convención que llamamos sociedad. Pero no hay en esta búsqueda una Ítaca definitiva ni un telar insistente. Solo la pálida, azul insinuación, de una respuesta que se bifurca en un abanico de posibilidades. ¿Es Martha Acosta una autora azul? ¿Una mujer blue? ¿Alguien que describe desde la aparente calma y la sonrisa la tormentosa realidad que esconde el alma humana? Tal vez…
Solo sé que esta invitación, también pálidamente blue, para adentrarnos en la lectura de los seis cuentos que propone Ojos para no ver las cosas simples, no puede ser definitiva ni definitoria. Leer a Martha Acosta es adelantar más preguntas que respuestas, es adentrarnos en un mundo quizás engañosamente azul, pero lleno de invitaciones y tonalidades que no pueden ser descritas terminantemente, sino esbozadas, sugeridas, como el pájaro azul que describe una historia entrañable, o ahora que lo pienso, como mirar al fondo de los ojos de esta joven autora, paradójicamente negros, y encontrar allí un destello azul, como de acero mortal, mientras con una sonrisa suya nos describe posibles modos de ver la vida en blue, y aún dejarnos con la inquietud de quien habla del amor, calladamente, mientras afuera, tras los cristales, el mundo se deshace.
Bradbury, el último poeta marciano
Por Manuel Alejandro Martínez Abreu
- “Los libros cosen las piezas y los pedazos del universo para hacernos con ellos una vestimenta”.
Ray Bradbury (1920-2012)
Dos caballeros vestidos con armaduras esperan en la oscuridad la llegada de un dragón al que deben matar. Ellos no lo han visto nunca, pero lo describen como una criatura enorme y monstruosa de un solo ojo, que escupe fuego y echa humo. Cuando por fin se produce el tan temido enfrentamiento, la historia da un giro insospechado…
Es la sinopsis El Dragón, el primer cuento que leí de Ray Douglas Bradbury. No por ser el primero se convirtió en mi relato favorito, me impactó la manera en que presentaba dos de los temas más importantes de su obra: la especulación sobre el tiempo y la amenaza del futuro.
Al dedicarle La Luz esta edición del Premio Celestino a uno de los tres grandes de la ciencia ficción (CF) he vuelto a hojear parte de la correspondencia que además de consejos para un principiante, me obsequió un corpus de lecturas que provocaron emociones y ayudaron a dar sentido a la experiencia de vivir a un adolescente bajo la metáfora de lo anticipado y lejano.
El descubrimiento de este autor comenzó por el artículo “Las manzanas marcianas de Ray”, publicado en el periódico ¡Ahora!: ¿Un padre que construye un cohete en el patio de su casa para darles a sus niños la alegría de un viaje a marte?, ¿bomberos cuyo trabajo no es apagar fuegos sino encenderlos para quemar libros?, ¿una sociedad donde leer libros era un delito?, ¿sujetos que memorizan obras completas para preservarlas y transmitirlas oralmente a otros?, ¿humanos como extraterrestres en Marte?, ¿invasores extraterrestres que encuentran en los niños humanos sus aliados?, ¿un curioso personaje con el cuerpo completamente cubierto de tatuajes que están mágicamente vivos?, ¿y todos estos argumentos nacían de la mente de un autor de CF que no se adaptaba a la tecnología? ¿¿¡!??
Además de paladear mi apetito literario, aquel artículo se convirtió en el catalizador para conseguir los libros de Bradbury. Encontré Tres de Bradbury (una inolvidable edición de los 80 con carátula azul que incluía Fahrenheit 451, Crónicas marcianas y El hombre ilustrado) y la que sería mi obra favorita de este autor: El vino del estío, una novela que nada tiene que ver con la ciencia ficción.
Pero yo necesitaba más, mi curiosidad por ese autor rara avis crecía. La búsqueda continuó y entre tanto buscar y buscar encontré hasta su dirección postal. Le escribí, y para sorpresa mía y de muchos otros, respondió.
Así comenzó mi intercambio de cartas con este autor amante de los gatos, incapaz de manejar un automóvil y que nunca dependió de una computadora.
“Nadie puede enseñar a escribir ciencia ficción, aunque muchas veces se ha intentado” – fue su primera sentencia en la correspondencia –. “Lee poesía y encontrarás las mejores ideas”, “se debe escribir rodeado de libros” y “todo lo que necesitas saber sobre cómo escribir lo encuentras en Huckleberry Finn”.
Las recomendaciones literarias y las lecciones no se detuvieron hasta que obró para que llegara a mis manos su libro de ensayos Zen in the art of writing. Descubrí en aquel texto en inglés reveladoras páginas sobre su infinito placer de escribir, el porqué y el cómo.
Aunque la mayor lección que aprendí fue que existen libros que nunca se deben prestar, y menos si este es una primera edición, con dedicatoria y firma incluida de un autor incluido en el Salón de la Fama de la Ciencia Ficción, con una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood y con un asteroide (¡nada más y nada menos que un asteroide!) nombrado Bradbury 9766 en su honor.
Muchos califican a Bradbury como autor de culto, maestro del cuento poético dentro del género, en contraposición de otros que lo ven como un autor “blando” al no ubicar sus historias dentro de las vertientes más “hard” de la CF. Lo cierto es que este autodidacta escritor transformó el modo en que se entendía la literatura del género al producir un cambio con respecto al modo de concebirse los relatos, a pesar de que siempre se consideró como un escritor de fantasía. “En mis obras no he tratado de hacer predicciones acerca del futuro, sino avisos”, escribió quién demostró como nadie que el humanismo y la poesía, combinados con la CF o la fantasía, son una mezcla poderosísima para el deslumbramiento de las posibilidades de la imaginación.
Su influencia es visible en autores de CF de nuestro país como Oscar Hurtado, Ángel Arango y Miguel Collazo; mientras que en el audiovisual, los cuentos “Remedio para melancólicos”, “Sol y sombra”, “El cohete” y “El hombre ilustrado” fueron adaptados para la televisión y recontextualizados en el ámbito cubano sin que esto afectara el sentido cardinal de la historia.
Bradbury no sólo cultivó la ciencia ficción y la literatura de corte fantástico, sino que escribió también libros realistas e incluso incursionó en el relato policial, escribió también poesía, guiones para el cine y la televisión y piezas de teatro. Pero muchos concuerdan al afirmar que lo mejor de este autor fueron sus primeras obras de ciencia ficción: Fahrenheit 451 y Crónicas marcianas. Ambas, a pesar de la época en que fueron escritas, pueden considerarse como objetos de estudio de un experimento de sociología del futuro, sujetas a la exigencia premonitoria de la verdad.
“¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me pueblen de terror y de soledad?”, escribía Jorge Luis Borges en el prólogo de Crónicas marcianas. Mensajes de alarma extrema, tramas tan lejanas y ajenas como cercanas y posibles.
Y es que todo es absolutamente cierto con este autor. Su prosa poética marca la diferencia para afirmar que la ciencia ficción, considerada muchas veces como una rama desdeñable de la literatura, también vale para ajustar cuentas con el presente: “No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee. Tampoco harán falta las bibliotecas si nadie las dinamiza y si tampoco nadie es invitado a usarla. Continuamos siendo imperfectos, peligrosos y terribles, y también maravillosos y fantásticos. Pero estamos aprendiendo a cambiar”.
A pesar del miedo y la incertidumbre en estos días de confinamiento, revisitar a Bradbury se torna acto de resistencia personal ante la alfombra roja del inconcebible futuro de nuestra humanidad.
Los umbrales de la desaparición o Mateo Mordeccai, antologador advenedizo (+ video)
Conocí a Mateo Mordeccai a fines de 1998, cuando llegó al Nuyorican Poets Café con paraguas, capa y un ukelele en mano. Me pregunté qué hace este hombre aquí, precisamente aquí, con ese extraño instrumento… y como si me hubiese escuchado comentó: “Intento apaciguar al monstruo…”. O lo conocí una tarde lluviosa de 2006, cuando ensayaba con su banda de low-rock-blues The Royal Bakunin Orchestra, el clásico “Sinner Man”, un cover del conocido tema espiritual que Nina Simone grabara para la Philips Records y fuera incluido en su disco Pastel Blues de 1965. O quizás fue a inicios de 2008, en los días en que entrevistaba a Nicolás Dorr y al equipo técnico que participó en el rodaje de Filmar Pedro Páramo, el extraño documental de Vinicio Ferreira. Poco después, su vida y la del proyecto umbralista se disolvieron en la bruma de la “intrahistoria” de Unamuno, y nada o casi nada supimos de Mordeccai.
Pero poco importa la fecha en que nos conocimos, pues el Umbralismo no es más que una poética de la desaparición… Mateo Mordeccai –lo supe apenas lo vi, lo noté en sus ojos escudriñadores aquella mañana en el Nuyorican Poets Café– era un advenedizo: trataba de salvar algo de cuyo valor dudaba, pero aun así (obstinado, perspicaz) se empeñaba en salvarlo: antologar los escépticos umbrales de la nada y los límites de una escritura reinventada llamada Umbralismo, una tendencia que tiende al vacío escudándose en el jazz como única literatura posible. Aunque Mordeccai (amante empedernido del desenfreno de Ornette Coleman) no incluyó ninguno de sus textos en el primer volumen de la antología umbralista que entregó, poco antes de morir en Frankfurt am Main, a la Heldon Editors en Liverpool.
Todo antologador es un advenedizo, aunque no necesariamente un escéptico, me dijo, cuando le pregunté, con los acordes de “Sinner Man” de fondo, por qué no incluía textos de sus libros La noche de los cuchillos largos y Un tercio de la vida extraña (escritos bajo un extraño influjo umbralista) en la mencionada antología. Mordeccai estaba atraído por los blancos espacios de la nada, o sea, por el vacío. Le interesaba trabajar con textos incompletos que recordaban un palimpsesto, con textos que simulaban una mala traducción… Y aquí aparece la necesidad de olvidar los argumentos umbralistas, una necesidad que se vuelve destino en la vida de Mateo Mordeccai y que nos conduce, finalmente, a la concreción, paradójica al fin y al cabo, de Umbralismo: una antología.
Mordeccai traza en su selección el devenir del Umbralismo partiendo de los precursores Demetrio Souza y Vinicio Ferreira; los llamados ortodoxos Stanislaw Bauert y Julius Maynard y los heterodoxos Joaquín Manila, Juan Laprida y Maura Samprini. Él, como sabemos, es un advenedizo que escribía a la sombra del movimiento… El libro, solo una fracción de los textos umbralistas, muestra parte de la obra de Souza, Manila y Julius Maynard, un total de 14 cuentos.
En los cuentos del bayamés Demetrio Souza, Borges es estilísticamente una influencia pop, pero no metafísica… Escribir, por desgracia, no salva a nadie de la muerte: Souza acabó paralítico en las revueltas de los Independientes de Color en 1912 y cuando murió, en 1950, fue enterrado en el cementerio de Jiguaní. Como toda escritura es una conspiración, toda acción que multiplica la realidad atenta contra su pureza, y tarde o temprano es castigada, y eso bien lo sabía el iniciador del Umbralismo.
Joaquín Manila es un autor casi desconocido que detestaba el realismo de los escritores cubanos de los noventa. En Broadway, luego de trabajar como tramoyista, creó, junto a otros umbralistas heterodoxos, un vasto proyecto de “la literatura que pudo ser”, pero no fue, como el Museo de la Novela Eterna del argentino Macedonio Fernández, y en el que se vislumbraban unas cuantas obras que nunca serían a menos que ellos, los umbralistas, hicieran algo al respecto. O que Mordeccai las antologara…
Julius Maynard es, quizás, el último de los umbralistas: su fecha de nacimiento de pierde en el tiempo, pero sabemos que saltó desde lo alto de su edificio en octubre de 2001, poco después del desplome de las Torres Gemelas (Oriana Fallaci lo contó como pocos). Él odiaba la realidad. Si había alguna forma de sintetizar sus ideas sobre la literatura era esa: negar la mansedumbre de lo real, y el derrumbe de aquellos gigantes del World Trade Center le pareció “demasiado real”…
Por primera vez en Cuba –antes lo hizo la Heldon Editors en Liverpool y la Minion Publishers en New York– y gracias al empeño de Ediciones La Luz, sello holguinero de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), y al Premio Celestino de Cuento, parte de los textos umbralistas seleccionados por Mordeccai (los de Souza, Manila y Maynard) aparecen publicados en 2013 en un mismo libro, con la seguridad –la misma antología lo advierte– de que esta es una escritura dactilar que tienta al vacío y contiene en sí la forma ideal para olvidarla.
El azar –nuevamente paradójico respecto a los escritores umbralistas y al propio Mordeccai– y el éxito editorial que resultó reunirlos en un mismo cuerpo, le otorgó al libro el reconocimiento La Puerta de Papel y quiso que en 2016 Umbralismo: una antología volviera a estar al alcance de los lectores para mostrarnos, como dijera la narradora Mariela Varona, “parajes, seres, objetos, cuya existencia sospechábamos en los sueños y en ciertas horas mágicas de alucinación [y] que descubrimos con sorpresa conviviendo en estas páginas”; aunque el posible valor de la escritura de los umbralistas es el de escribir con la seguridad de ser olvidados: pero todos sabemos que cada uno de ellos añoraba lo contrario. Mordeccai lo sabía: desde el vacío de los altos espacios nos contempla y desde ese mismo vacío observa, como presagio de lo asombroso, a un inmenso dirigible acercarse a la villa de Gibara una vez más.