Neorrepentismo
«Soy un arquitecto de mi propio infierno o paraíso»
Rolando (Roly) Ávalos Díaz recibió la herencia familiar, el don del arte, y lo transformó en su propia materia de expresión, en su tuétano creativo. La ciudad de su poesía forma ya parte del amnios que le regala nuevas preguntas al mundo. Y son esas preguntas (y sus respuestas) las que hoy el poeta nos ofrece.
Hablemos primero de la tradición poética que es parte de tu ADN, que constituye una particular herencia simbólica. ¿Hasta qué punto sientes que tu necesidad de entender la poesía parte de este legado?
En efecto, existe una tradición poética en la familia, el arte del repentismo, que viene de mi abuelo materno fallecido, Jesús Díaz Martínez; primero, la heredaron algunos de sus hijos (mis tíos y mi madre), y después la hemos practicado varios primos. Esta vertiente de la oralidad, más que una tradición poética, la veo como un ritual entrañable y ocurre cuando coincidimos todos o casi todos en reuniones familiares, como los cumpleaños.
Desde niño escucho décimas, desde adolescente las improviso. También a partir de los 11 años, aproximadamente, empecé a escribir, y entonces me pareció natural ser como Alexis Díaz-Pimienta (uno de mis tíos por parte de madre), escribir e improvisar, y llevar esas dos carreras al unísono. En muchas ocasiones, por la admiración que le tengo, me he sentido influido por la obra de mi tío, me he descubierto tics en mis procederes que homenajean pasajes de su obra, maneras de construir semejantes, y luego he advertido el peligro. Ha sido una relación muy cercana también, de familiaridad, de trabajo, de lector, de espectador.
He debido desligarme a propósito para crecer, para hallar mi camino, y en ello ando todavía. Pero creo que uno al final le pone su voz y su sello; con sus propias lecturas se va perfilando y adquiere una personalidad, construye otro itinerario poético, aun cuando no se lo proponga, y aunque se haya heredado de alguna manera una determinada tradición gracias a parentescos familiares.
En algunos de tus libros, la anatomía de la ciudad es un tema recurrente que distingue y define al sujeto poético. ¿Este mapeo lo entiendes como una geografía espiritual de la ciudad que el poeta refleja, o que al menos intenta reflejar en su trabajo?
Sí, me atrae reflejar el accidente de nacer en una ciudad, de criarse en un barrio y no en otro, la gitanería de las mudanzas por municipios periféricos, la mitología de la urbe y cómo esta produce metáforas, cómo genera lenguajes, cómo acoge con hospitalidad o desampara al emigrante o al habitante, dejándolo en brazos de la orfandad más terrible, quiénes fueron sus personajes históricos, quiénes sus celebridades. Como dijera un personaje de Celebrity, la película de Woody Allen, y cito de memoria: “A una ciudad se le conoce por sus celebridades”.
Me interesa el modo en que nombramos una piedra inanimada que nos ve crecer, enamorarnos y morir mientras continúa viva, bajo la lluvia de la erosión de los siglos; el afecto particular que le tenemos a un árbol, a una esquina, a un monumento, al segundo piso de un edificio en un reparto llamado El Roble, en Guanabacoa, al banco roto de un parque, a los baches de la cuadra de una barriada marginal o a los ruidos nocturnos de una bronca.
¿Qué es el hábitat urbano, cuánto condiciona o define en quienes la padecemos y vivimos, qué significa, quiénes son mis coterráneos, mis vecinos, en qué consisten sus vidas, sus sueños, sus realidades? Igualmente son bienvenidos los arquetipos, estereotipos o ciencias sociales, así como los vocablos identidad, idiosincrasia, y cada elemento que me sirva para dar con los contornos del mapa de esa geografía espiritual.
¿De qué manera congenias el ejercicio más mediato del repentismo y la improvisación con el hecho de concebir la dramaturgia particular de un libro de poesía?
Son hogares a los que uno entra por puertas distintas. Cuando improviso no hago literatura escrita, y cuando escribo un libro de poesía no me apuro en acabar una décima, ni tengo delante un público esperando, ni un laúd y una guitarra secundando mi proceso creativo y presionándome para que en pocos segundos responda a mi adversario repentista. Incluso, cuando escribo, no solo escribo décimas, sino sonetos o poemas en verso libre.
Son procesos diferentes que responden a circunstancias creativas específicas, pero tampoco es que sean demasiado opuestos. Por ejemplo, la narrativa, la poesía, y aun la dramaturgia pura, dotan a la mente del improvisador de códigos y elementos que enriquecen su vocabulario, su alcance, su imaginario, su proyección; y al escritor, ante el Word o ante el papel, le ofrece cierto ritmo de hallazgos para dar con las palabras exactas y construir, a modo de guion, la escaleta de su libro y el campo semántico de su poemario. Son ejercicios que no se repelen, te aseguro que se alimentan, aunque se busquen otros resultados y sea otro el receptor.
En el proceso creativo, ¿a qué paso le confieres mayor importancia?
Les doy importancia a todos los pasos, me parece. Soy feliz cuando consigo respetarlos, cuando la fase de corrección no interrumpe al germen, al balbuceo de las ideas iniciales ni al brote de las primeras oraciones. Pienso que tampoco es recomendable detener abruptamente la investigación porque nos morimos de ansiedad por escribir el capítulo de una novela. Casa paso posee un encanto y nos prepara para el siguiente.
Desde luego que cada cual tiene su propia metodología y todos los libros no se escriben del mismo modo ni en un periodo más o menos comprobable; a veces se abandonan proyectos durante meses o años, parece que van a morir y sin embargo resurgen con más bríos, o resulta que sí, que somos más maduros y así lo mostramos a la hora de abordarlos, tenemos una mayor perspectiva. Aunque, ojo, esto también puede funcionar como autoengaño o pretexto para la procrastinación o miedo a enfrentar el momento decisivo de concretar la obra.
¿Entiendes la poesía como un acto divino o mundano, o una mezcla de ambos registros?
Como es arriba, es abajo. Lo divino está conectado con lo mundano, son el anverso y el reverso, la cara y la cruz de una misma moneda que lanzamos al aire. Aunque estamos hechos más de mundo que de divinidad y lo que escribimos tiene la última palabra. Me parece que los autores, salvo los políticos o los religiosos, no estamos para dar lecciones de moralidad o de civilidad, no en primera instancia, sino para plasmar inquietudes más humanas y veraces.
¿El poeta tiene un papel definido en el mundo, más allá de la esfera del arte?
Si tiene algún papel o algún compromiso social, si algo nos define, es el propio acto creativo, es el de hacer lo más poéticamente posible nuestro trabajo, para lo cual no nos alcanzará la vida entera. Llevar y traer palabras, metáforas, sinestesias, símiles… y el solo hecho de hacernos querer y entender gracias a lo que enunciamos o callamos, puede ser una carga terrible o un argumento tan legítimo que se debe valorar en su justa medida, y no debe ser puesto en las manos de cualquiera.
Puede pensarse que el trabajo de un poeta consiste en sacudir, como un relámpago, las conciencias de sus lectores, más allá de la transmisión lírica/empática de sentimientos, reflexiones y emociones. Esa es una posible forma de entenderlo. Pero otra puede ser la de emplear con sabiduría y responsabilidad el poder de las palabras. Un poeta nombra y le regala nuevas preguntas al mundo. Estamos hechos de preguntas. El arte de gozar estéticamente, tratando de responderlas, es uno de los juegos más serios que existen.
¿Cómo manejas el mundo de la autorreferencialidad a la hora de escribir? ¿Es la poesía, por necesidad, un ejercicio de autorreferencia?
Antes, muy en los inicios, creía que a la hora de escribir, si utilizaba escenas de mi propia vida estaba siendo, sin duda, autorreferencial; pero luego he comprendido que desde el mismo momento en que uno escribe, sea narrando o poetizando, ya es otro, un personaje o un sujeto lírico… aunque hable de su propia biografía, que de algún modo casi siempre está.
En mis libros la autorreferencia, cuando la hay, es un añadido, un recurso, uno de sus colores, una de mis herramientas creativas. En mi primer libro, Mundo pañuelo, la mayoría de los poemas aluden a experiencias o visiones propias acerca de la existencia, no hay pretendidos enmascaramientos o la gestación de heterónimos; da la impresión, tras una lectura rápida, y parafraseando a Ortega y Gasset, de que soy yo mismo hablando de mí mismo y de mis circunstancias aunque, claro, esto puede leerse como una verdad o una mentira a medias. En mi segundo libro, Boca de lobo, en parte también, pero no siempre.
Por tanto, no creo que la poesía sea necesariamente un ejercicio autorreferencial, entre otras cosas porque mirar a los ojos a un sujeto lírico es dar con un espejismo, o con un juego de espejos que se repite hasta el infinito. Además, no sé quién soy cuando escribo (muchas veces quienes pregonan autoconocimiento promueven su arrogancia), escribo para descubrirme. Y no solo porque pongo pensamientos por escrito, sino incluso para averiguar cuánto me desconozco o qué podría estar pensando, o cuántas personas soy.
¿Crees que los propios escritores tienen un conocimiento verdadero de la literatura que se gesta más allá del contexto regional limitado en el que viven? ¿Cómo romper esos moldes preconcebidos? ¿Cómo hacer que la literatura cubana eclosione y rompa finalmente el cascarón de su zona de confort?
En general creo que es algo superficial el conocimiento que tenemos los propios escritores acerca de otras literaturas allende los mares, y las razones pueden ser varias, aunque se ha ido reduciendo poco a poco la falta de acceso o contacto —al menos electrónicamente— con libros y autores que se han editado o reeditado poco o nunca por acá, por ejemplo.
Existen maravillosas bibliotecas virtuales que se abastecen gracias a las donaciones que hacen los usuarios con títulos digitalizados que antes compraron en formatos Word, Epub o PDF, y deciden compartirlo. También hay títulos de autores cubanos, por cierto. Tarde o temprano, de alguna manera, siempre nos encontramos con lo que más vale y brilla universalmente en materia de arte y literatura, ya sea a través de publicaciones nacionales (revistas, tabloides, suplementos en periódicos, blogs, etc.) que nos enteran (también es su deber) sobre cuán ancho y ajeno es el mundo de las letras fuera de Cuba; igual mediante el catálogo de Arte y Literatura, que con cierta regularidad reimprime clásicos; o directamente a través de enlaces en las redes sociales, las verdaderas ladronas del show en lo que va de siglo XXI.
¿Cómo romper estos moldes y dejar de, solamente, leernos los unos a los otros con riesgos de acabar en la endogamia creativa? Supongo que estando atentos a la lectura o relectura de obras maestras que han vencido al tiempo, en vez de fijar la atención solo en la mesa de novedades. No conozco reglas únicas ni los criterios que manejan o el verdadero poder que tienen quienes dirigen las políticas editoriales y deciden qué se distribuye y se vende o no. Por otro lado, cada cual arma su propia brújula lectora y su canon individual. Opino que deben potenciarse más los intercambios en eventos internacionales.
Eres uno de los uno de los directores del grupo poético-teatral-musical RolleX, ¿cómo entender el acto performativo cuando se tiene a la comunicación de la poesía como el primer escaño de sentido?
Cuando el acto poético se enfrenta al espectador, ¿qué resortes se disparan en ti?
Ya hace más de dos años que existe RolleX. Alex Díaz Jr., mi primo, y yo, lo dirigimos y todo el tiempo expandimos, a través de los medios a nuestro alcance (espectáculos, talleres, redes sociales, etc.) el concepto de neorrepentismo, un término que acuñara hace años Alexis Díaz-Pimienta en ese ensayo investigativo para eternas consultas que es Teoría de la improvisación poética.
En este libro se definen las proyecciones de una nueva generación de improvisadores formados gracias los Talleres Especializados de Repentismo en todo el país a partir de la década del 2000 y que, por otra parte, aparecen en su total dimensión gracias a puestas en escena que, ya de por sí, engloban las otras manifestaciones artísticas; el repentismo en medio de un diálogo interdisciplinario. Debo decirte que un espectador amante de la poesía, cuando tiene la oportunidad de disfrutar de cerca un arte tan antiquísimo de la oralidad como es la improvisación poética, devuelve enseguida, con sus reacciones a flor de piel, con sus gestos, con su risa, en los casos favorables, una adrenalina muy agradecida, muy generosa, que los escritores —después del acto solitario de la escritura— desconocemos de una manera tan tangible.
Hay más gente que ama la poesía de la que suponemos. Por supuesto, habrá algunos que disfruten más la llamada poesía culta y otros la llamada poesía popular, ambas expresiones legítimas de la cultura. Si a nuestros espectáculos, con fines poéticos que oscilan de un lado a otro, les agregamos dosis de acompañamiento musical (con músicos, instrumentación y géneros variopintos), dosis de teatro y algo de performance, además de la proyección de un corto audiovisual en torno al desarrollo de una acción poética, entonces el favor del público es mayor, la buena vibra y la energía que recibimos de vuelta superan las expectativas.
Pocos momentos, por no decir ninguno, son tan gratos (tan gratos y tan arriesgados) para un hacedor de versos, para un repentista, en suma, que ese acto creativo de protagonizar un espectáculo cuya trama suceda en versos, tanto desde la declamación (que es lo típico) como desde la improvisación.
Tu libro Mundo pañuelo fue publicado en 2016 por el sello español Guantanamera, y en 2018 fue traducido al idioma inglés bajo el título Small World. ¿Cómo ha resultado la experiencia de apreciar tu poesía en una lengua para la cual no fue originalmente concebida? ¿Sientes que la poesía trasciende la experiencia limitada de un idioma?
Lo he recibido con alegría y extrañeza, consciente de que definitivamente la poesía es políglota y al mismo tiempo tiene muchas capas intraducibles, o que habría que traducir en bloque y no literalmente. Se precisa un rigor, una sensibilidad y un conocimiento de la lengua que merece muchísimo respeto. Los lectores que desconocemos otros idiomas y queremos leer a Flaubert, Dostoievski, Brecht o Cesare Pavese, los amantes de esas grandes cimas de la literatura, dependemos de los grandes traductores del francés, del ruso, del alemán o del italiano.
Small world, según me han explicado algunos conocedores del inglés, no significa precisamente “mundo pañuelo”, ni siquiera como una interpretación de la idea global del poemario. Es una aproximación y, diría, una traducción quizás más en serie que en serio. De cualquier modo lo agradezco y me siento honrado de haber visto, antes de lo que suponía, mi primer libro traducido, ¡vaya honor!, ¿no?, con unas luces y sombras todavía intraducibles para mí.
¿Cómo construyes, desde lo emocional, lo espiritual y lo racional, tu propio ejercicio creativo?
De tantas maneras, querida Elaine. Trabajo mucho con la nostalgia, los sueños, las pesadillas, los recuerdos que obsesionan y atormentan, inmediatos o lejanos, las supersticiones, los miedos, los símbolos, secuencias cinematográficas y bandas sonoras, la violencia del paso del tiempo, los textos y las vidas de los otros. Trabajo con el dolor, los destellos y los espejismos. Así, con esa masa informe y aparentemente intangible, construyo mis universos, soy un dios por un rato cada día, arquitecto de mi propio infierno o paraíso. Emocional y espiritualmente me involucro y, sobre todo, incubo, bendita fiebre, la materia incognoscible con la que me conecto de forma subterránea, así escriba sobre mi vecina de enfrente o en torno a cualquier asunto trivial o vida ajena íntima.
Me apoyo de la buena o la mala memoria, esa que modifica las reminiscencias. El subconsciente es un pozo bastante hondo. Suelo anotar ideas, pasajes descriptivos, frases u oraciones que escucho o me llaman la atención y alimentan la obra que ande pariendo. Los canales de inspiración me atacan por la espalda, se me insinúan de sinuosas maneras o se me desnudan nítidamente. Después tengo que sentarme a trabajar con ello, sudar esa orfebrería y conseguir un arte final publicable.