Nancy Morejón


Jubileo de Nancy, en sus 80

Escribe y deja en el cuaderno parte de su piel. La hoja la recibe como quien la espera, hace siglos, para acoger certezas estremecedoramente humanas, que hacen justicia a silencios extendidos que, algún día, habrían de decirse. Decir es apenas una palabra abierta. Ella hace más que decir. Al leerla, en cualesquiera que sean las latitudes, muchas cosas suceden. Uno se hace preguntas y, a la vez, se nos antojan revelaciones, incluso de nosotros mismos, de nosotras mismas, mancilladas, tenaces, vencedoras. 

Tocando con los ojos sus versos, hemos sido, de algún modo, algo poetas. Sus poemas no se permiten ser si no nos convidan a experimentarlos. Con el ensayo, ocurre otro tanto. De las sombras y, sobre todo, de las luces caribeñas –entiéndase lo más significativo de su literatura y de su historia– se nutren muchos de sus escritos reflexivos. En ellos está la huella de su lirismo, que toca también temas como la marginación, la discriminación, las artes, la música, por solo citar algunos. Si ofrece sus consideraciones en conferencias, paneles u otros espacios, hay que escucharla atentamente. Se sale, después de haberla asistido, pletóricos de curiosidades, y por supuesto, más entendidos. 

Es traductora y, a su vez, ha sido traducida a más de 12 idiomas esta mujer, licenciada en Lengua y literatura francesa, que, además, dibuja. Algunos de estos trabajos fueron recogidos en la exposición Pasatiempos, título que responde a la utilidad de estas piezas, nacidas de aparentes tiempos de inacción. Galardonada, en 2001, con el Premio Nacional de Literatura, es Miembro de Número de la Academia Cubana de la Lengua. A su nombre lo acompañan muchos otros reconocimientos, entre ellos, la Corona de Oro del Festival de Struga, Macedonia 2006; miembro del Jurado del Premio Carbet del Caribe; el Premio Rafael Alberti (2007), Premio lasa 2012; condecorada con la Orden de las Artes y las Letras de la República Francesa, en 2013; Maestra de Juventudes por la Asociación Hermanos Saíz; ganadora de la Llave de Oro de Smederevo, el premio más prestigioso del Festival Internacional de Poesía Otoño Poético Smederevo. El Instituto Cervantes, en Madrid, la recibió el pasado año para depositar un «tesoro» en la Caja de las Letras, una cámara protegida en la que se guardan objetos relacionados con las letras, las artes y la ciencia, por parte de personalidades de la cultura hispánica.

Poemas suyos como Richard trajo su flauta y Mujer Negra suelen formar parte de numerosas antologías y puede entenderse, a juzgar por la fuerza y la belleza de estos textos, que llevan el sello de una de las más altas expresiones poéticas contemporáneas en lengua hispana.  Perteneciente el primero al poemario Richard trajo su flauta y otros argumentos (Uneac, 1967), el memorable texto honra la figura de Richard Egües. Mujer Negra es un canto en carne viva, entonado con acordes de historia y de rebeldía, que viaja, con absoluto estremecimiento, desde el desarraigo de la patria africana hasta la cubana capaz de enfrentar la tiranía, protagonista del triunfo revolucionario.    

Pero ella es mucho más que la autora de estos textos que, como también lo hacen Amo a mi amo, Persona, El tambor…, establecen con su ser una indisoluble afinidad, a juzgar por los juicios que eleva en ellos. Su lirismo reserva espacio para los héroes de todos los tiempos, para los amigos que lo son por la causa común que los alista; para la ciudad, sus calles y sus parques; para su madre, sus seres de luz.

A muchos poetas ha ofrendado sus versos, y ha sido, también, inspiración para ellos. Roberto Fernández Retamar asegura que solo ella podía «devolverme a Rosa mi abuela jamaiquina» y regalarle «la claridad romántica en la frescura de la patria»; ella «visita multicolor de una pájara de cristal de fósforo de aire».  

Su amiga, la inolvidable poeta Teresa Melo, dijo de su amistad que era cuestión de enseñanza, porque «de ella es posible aprender cómo se escribe poesía y sobre todo, cómo se ejerce responsablemente la palabra».

Así es esta dama, admiradora acérrima de la obra y los preceptos de Nicolás Guillén, de Frantz Fanon, de Roumain, y Césaire, entre muchos otros, que en alguna ocasión se ha autodefinido como «una criatura de la Revolución Cubana».

Celebremos hoy, que su nombre conforma titulares en no pocos espacios, los 80 años de fructífera existencia de nuestra Nancy Morejón, cubana con mayúsculas, voz fundamental de nuestra cultura, defensora de la belleza y de la humanidad, dueña de «una batalla siempre renacida».

 

EN LA UNEAC, EL HOMENAJE

Decir Nancy Morejón es decir Cuba. Durante décadas, su nombre se ha emparentado estrechamente con la historia cultural de nuestro país. Hoy, cuando llega a sus 80 años, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba celebró junto a ella un homenaje en el que no faltaron buenos y malos recuerdos de todo lo que fue la vida y obra de la Premio Nacional de Literatura.

Una sala llena de artistas esperaba a la escritora en la institución, aunque, más que intelectuales o personalidades, para Nancy son amigos, y se percibió cuando al llegar, cada uno fue abrazado como quien abre un baúl de memorias y las reúne todas en una misma habitación.

Alabanzas, música, flores… llegaron hasta ella como un intento de darlo todo en vida, sin que nada quede por decir o hacer, algo que resulta difícil si se trata de una leyenda viva de las letras cubanas. Su trabajo como poeta, ensayista y traductora no obstruyó los elogios hacia otras facetas como la de amiga, promotora cultural, representante de la cubanía y francófona.

Miguel Barnet, Lesbia Vent Dumois, Ciro Bianchi y Félix Julio Alfonso fueron algunos de los que intervinieron para plasmar su gratitud y admiración a la escritora, quien demostró sentirse conmovida ante la multitud que se dio cita para agasajarla.

«Un día una profesora me preguntó si escribía, y yo le dije que no», recapitula la autora, al preguntársele por su incursión en la literatura, «le conté que solo tenía un diario personal, y cuando lo puse en sus manos me dijo: “tú no lo sabes, pero aquí hay poesíaâ€Â». Desde ese día, la pasión de Nancy por la escritura la llevaría a convertirse en una de las más grandes poetas y ensayistas de su generación, legado que continúa a sus 80 años, porque, tal como expresó en sus palabras, nunca ha dejado de escribir.Â