Mayda Pérez Gallego
Mayda Pérez Gallego: Entre rejas y rosales, la poesía
No conocí como hubiese querido a Mayda Pérez Gallego. Otros escritores holguineros, más cercanos generacionalmente a ella –o aquellos jóvenes que a mediados de los noventa, Luis Yuseff, Ghabriel Pérez, Rubén Rodríguez, entre otros, encontraron en su amistad una especie de refugio ante las contingencias diarias, ante los temores de la cotidianidad–, añoran aun las reuniones de amigos en la cercanía de su balcón, de donde se divisaba la escalinata de la Loma de la Cruz y crecía una “matica al sol como a porfía”. Cuando comencé a leer en peñas y espacios literarios, a aparecer en revistas o antologías, cuando publiqué mis primeros versos, ya Mayda Pérez Gallego no salía como antes a la calle. Se le veía cada vez menos en presentaciones literarias, actividades culturales. Mayda evadió ser el centro de atención: “A veces siento que no he concluido nada, ni siquiera los libros que se supone ya concluí”, dijo ella.
Apenas compartimos un café –ese café que tanto evocan sus amigos, además del té– y algo de conversación, alguna que otra vez, en una peña que realizaba en el café Tres Lucías el promotor cultural Joaquín Osorio. Una peña acogedora. Un lugar como pocos. Entonces Tres Lucías era un remanso en la ciudad, el sitio donde tan bien se está, parafraseando a Eliseo Diego. Otros cafés han abierto en la urbe y los poetas han mudado sus miedos y alegrías de sitio. No porque los otros tengas mejores ofertas –que sí las tienen–, sino porque aquel ha perdido su magia. Por Joaquín Osorio leí también su obra: profunda, lírica, sencilla como la belleza (la verdadera belleza no necesita artificios, despeinada y sin maquillar, brilla por sí misma), recogida en tres libros: Territorios de sueños (1990), Entre el grito y la página en blanco (1999, Premio de la Ciudad 1996) y Golpes de lluvia (2007), publicados por Ediciones Holguín.
Su poesía fue haciéndose parte ineludible de la cotidianidad. Ella logró lo que pocos autores alcanzan: que sus versos nos acompañaran, los hiciéramos nuestros, incluso de memoria. Esa cotidianidad estaba apoyada en los espacios públicos. En el propio Tres Lucías aún puede leerse, en una especie de gran espejo, remedo de pantalla de cine, uno de sus poemas más conocidos, leído y releído mientras nos tomábamos el amargo elixir y conversábamos de lo humano y lo divino, ante los rostros, hermosísimos, de Raquel Revuelta, Eslinda Núñez y Adela Legrá:
Cinemateca (2)
Cine sonoro
Si el tren no hubiera pitado
Ana Karenina terminaría como una
distraída fatal.
Si el viento no aullara en el páramo
Catalina y Heathcliff serían dos abuelos
neblinosos.
Si la tropa no se aliviara silbando
la marcha sobre el río Kwai se extendería
hasta el infinito.
Y si el piano no quisiera tocar
si no quisiera Sam
si no
Casablanca sería un embuste más
uno de tantos.
Uno de los nuevos café de la ciudad, Les Amis, también tiene en sus paredes uno de sus poemas:
Mis amigos
Son como los sellos:
su valor no radica fundamentalmente
en su antigüedad sino en su rareza.
Han ido llegando
de todas partes llegando
trayéndome un aluvión de poesía
canciones
secretos y sugerencias.
Algunos con el mucho o poco tiempo
han ido cayendo
pero hay otros que desarman
o reafirman mis tristezas.
A cualquier hora tocan en mi memoria
y yo los dejo entrar
ir derechito al corazón que los espera.
Allí anidan.
Allí saben ser cálidos con mis huesos.
En algún momento la ciudad se llenó de poemas rotulados en los cristales de tiendas, instituciones… Creo que también había uno de Mayda entre ellos. Uno de esos poemas-salva días. Versos atrapasueños. Pero los poemas se fueron perdiendo y no sé si hoy sobrevive alguno.
Cuando Mayda falleció en el verano del año pasado, no me encontraba en Holguín (como tampoco me encontraba cuando, en las postrimerías del 2019, se despidió otro autor necesario, también recluido en su hogar y al que no pude conocer como hubiese querido, Luis Caissés). La pérdida de ambos escritores en un mismo año resultó una ausencia dolorosa para las letras en esta provincia, vacío al que sumaría, ya en este aciago 2020, otro poeta, Quintín Ochoa.
Ahora Ediciones La Luz, sello de la AHS en Holguín, salda una deuda, no con Mayda –aunque sí también con ella, reacia a homenajes de todo tipo–, sino con los lectores de su obra, sobre todo los más jóvenes. “Holguín está asistida, hace mucho tiempo, por los nombres de varias mujeres poetas. Una de ellas es Mayda Pérez Gallego. Sus libros poseen esa rara condición de lo auténtico, de lo que surge en el instante que dura un pensamiento o una observación, incluso mezcla lo uno y lo otro, dotando al poema de una sencillez compleja que lo hace trascender”, apunta la escritora y editora Lourdes González Herrero en las palabras de contracubierta de este libro que reúne su poesía con el sugerente título Mis rejas y mis rosales (alusión a un verso de su admirado Antonio Machado, que encabeza como exergo la selección).
El texto, con edición de Ghabriel Pérez, autor además del prólogo: “Una mujer cronopio como los sellos”, diseño de Roberto Ráez y Armando Ochoa, e imagen de cubierta de Yuri Urquiza, es un hermoso homenaje a quien fuera una de las autoras más queridas de las letras holguineras; escritora, además, de guiones para la radio y la televisión. Este libro nos dejan entrever a una poeta cuyos “estados creativos incluyen la música, los recuerdos, la amistad, el cine, el amor, sazonados todos con esa deliciosa figura retórica que es la ironía. La sorpresa como posibilidad, y el azar que nos alienta, son para ella recursos de los cuales no debe prescindir la poesía. En sus textos, Mayda inventa cuentos, ciudades, diálogos, países, solo para alcanzar ese territorio que tanto disfruta: el de la estación sin tiempo”, añade Lourdes González.
“A pesar de su poesía extraordinaria –nos dice en el prólogo Ghabriel Pérez–, Cuba prácticamente no la conoce. (…) Cualquiera diría que esta singular voz –alejada de antologías, de modesto perfil mediático–, quedó fuera de toda generación, movimiento cultural, corriente poética de su tiempo. Pues la que en 1981 obtuvo el Premio Poesía de Amor Varadero y una mención en el David de 1985, ha sido, sobre todas las cosas, amiga del silencio”.
En cambio, “su poesía se acompaña de la quena y por ella los Andes están más cerca del paisaje holguinero. En sus versos se siente el rasguear de la triste guitarra de Yupanqui, la estampida del revólver de Violeta Parra. Su poesía es rompemuros. Es la que acoge en su pecho las quejas de la Pachamama, con sus volcanes y guerrillas, con el triunfo de sus desexilios, y también con sus sueños rotos”, añade Ghabriel, quien destaca, además, otros rasgos de la poesía de Mayda, como los versos de “agudas ironías y mordaz sapiencia”, “los mimos exquisitos del Español asimilado por la que premia con sus aciertos lúdicos a la lengua cervantina, cuando va a la página en blanco y la devuelve reveladora de rejuegos idiomáticos, con lecciones de gramática, fonética y reglas ortográficas”, un “estilo único, que alterna con lo epigramático y lo discursivo (loable su poder de síntesis, su exquisita agudeza verbal); donde el texto puede darnos la sensación de un comentario, un divertimento; donde lo coloquial adquiere forma de cantata y la voz popular, el dicharacho, el refrán y la frase clásica se amalgaman” y “el elemento lúdico” que caracteriza buena parte de una obra “tan personal e intimista como Sor Juana Inés de la Cruz, y universal como Antonio Machado o Rafael Alberti”.
En Mis rejas y mis rosales encontramos aquellos poemas que, al pensar en la poesía de Mayda, guardamos en la memoria de los días, como: “Compañero jefe” y aquello de “reírme de la cara que puso cuando/ dije Machado/ y Usted pensó en Gerardo mientras yo/ compañero/ le hablaba de Antonio”, o “Encuentro”, “Poema descalzo”, “FAO”, “Reflexión (4)” y el hermoso texto, desconocido para mí hasta ahora, “Para Joan Báez”: “No obstante/ qué bueno cuando el espejo estalla en múltiples/ pedazos/ y en uno de ellos/ como en la penumbra del cuarto de Madeleine/ alumbras tú/ joven-joven/ diciéndonos de oído a oído/ como antes/ como siempre:/ la respuesta está flotando en el viento”. Mas/ ¿en qué viento Joan? ¿en qué viento?”
Libro homenaje, aunque no libro póstumo –pues Mayda estuvo al tanto del proceso de edición, desde la selección del título, los poemas y la obra de cubierta, hasta que en ese verano la muerte sobrevino–, este hermoso poemario nos devuelve a una autora necesaria, aunque no conocida en su sencillez y profundidad como merece y aún menos fuera de Holguín, ciudad que escogió para entregarnos entre el susurro, el grito y la página en blanco, que trasmuta en versos memorables, una obra poética cuya sinceridad nos acompaña cada día.