María Teresa Freyre
Los cubanos también tienen sus Grim´s y su Andersens
Como sucediera en Europa con aquellos cuentos que inmortalizaron los hermanos Grim, en Latinoamérica, relatos mágicos y gestas de antaño viajan de las bocas de padres a hijos. Aún la cuentística cobra valor en la transmisión de la cultura de los páramos andinos en Venezuela, o en la conservación de leyendas indígenas en otros países como México y Estados Unidos. Incluso, para los habitantes de la ciudad moderna, la transmisión de muchas esferas del saber se da por vía oral.
No en pocos casos coexisten con las grandes sociedades que tienen la comunicación sostenidas en la escritura, otras totalmente ágrafas, donde la historia y la educación se basan en la narrativa. En algunas de estas sus habitantes utilizan, por ejemplo, antañas canturías para calcular distancias.
Pero Cuba ha marcado un camino propio en el estudio de estos anales de la oralidad, con propuestas que van más allá de la recopilación de leyendas, de modo que sus Grim´s y sus Andersen, son peculiares guajiros de alma poética, pero también maestros de la palabra que se despliega en el aire.
Aparejado a estudios etnográficos de diversa índole, a principio de los años 60 ya se hablaba en la Isla de talleres especializados en la formación de narradores orales, es decir, profesionales del arte de contar cuentos. Así trascendió en salas y talleres de la Biblioteca Nacional, lo que muchos intelectuales llamaron el rescate del narrador oral, y que se traducía en un grupo de literatos, dramaturgos, y etnógrafos, trabajando en base a entender este acto ritual como un arte nuevo.
Para 1959 asume la dirección de la Biblioteca Nacional José Martí la Doctora en Ciencias María Teresa Freyre de Andrade y, con ella, se inician proyectos culturales que revitalizarían la narración oral. Inauguró, junto al poeta Eliseo Diego, una escuela dentro de la institución que tuvo el expreso objetivo de impulsar el movimiento de narradores en la región.
Del maestro, por su parte, encontramos múltiples disertaciones dedicadas a este tipo de literatura. Su difusión, explicitación teórica y sobre todo, su rescate en orden profesional. Se destacan los ensayos: Los hermanos Grim y los esplendores de la imaginación popular, Secretos del mirar atento: En torno a Hans Christian Andersen, Las maravillas de La Bella y la Bestia, Aviso, Memoria del gato con botas, Los cuentos y la imaginación popular.
La narradora Haydée Arteaga aseguró en una entrevista ofrecida al sitio ww.ohch.cu: y aprendí la técnica narrativa con Eliseo Diego, porque yo era narradora, pero no conocía la técnica.
Ya en los inicios de la década del ’50, la doctora Freyre había organizado seminarios sobre la narración oral en el Lyceum de La Habana y, posteriormente (1962), con la inapreciable ayuda del poeta y la doctora María del Carmen Garcini crea el Departamento de Literatura y Narraciones Infantiles de la Biblioteca Nacional.
Este estuvo dedicado a estudiar y difundir la teoría y la técnica del arte de contar cuentos, mediante la preparación de narradores en toda la red nacional de bibliotecas públicas para niños del país, y la edición de la colección Textos para narradores, iniciada en 1966. Además se crearon talleres de narración oral escénica en el Gran Teatro de La Habana y llegó a nuestro país la renombrada hora del cuento.
El parque Lenin fue el escenario de una eventualidad nacida a mediados de la década del 70: La Peña de los juglares. Lugares como este, plazas, espacios teatrales, fueron recorridos por el teórico y la trovadora Teresita Femández, para la redención de la leyenda.
Otro de los hacedores de este proyecto de «rescate» fue Francisco Garzón Céspedes, quien impartió talleres del nuevo arte en los años 70 y 80 en distintos países. En 1979 patrocinó un taller en el Teatro Nacional del que salieron narradores como Guadalupe Urbina y Moisés Mendelewich. Todos estos narradores orales cubanos se han nutrido tanto de la savia de la tradición oral europea como del rico legado afro e indocubano.
Juglares en pugna
Desde entonces la narrativa cubana cuenta, en cuanto a su manifestación oral, con opiniones que convergen o se disgregan; y en esta controversia persisten voces que, sin lugar a dudas, se ubicaron a la vanguardia de estos estudios en Latinoamérica.
El actor actúa para el público/ El narrador oral escénico cuenta con el público. Garzón Céspedes no solo acuña el término de Narración Oral Escénica, sino que plantea su viabilidad para la comunicación alternativa y contribuye a la extensión de la narración de cuentos por toda Iberoamérica. Así lo refleja en declaraciones para la Universidad Nacional de Educación a Distancia de España
El actor en escena se muestra según sea su personaje/ El narrador oral escénico es según su personalidad. (..) El teatro es representación/ La Narración Oral Escénica es presentación.
Para otros, si bien no puede desliarse la narración oral de su componente memorístico y de habilidades histriónicas, o de ciertas técnicas, heredadas o estudiadas por los actores, lo importante es la dosis folclórica con que se desarrolla tanto en zonas urbanas, como rurales. Las últimas, con su componente mágico. En una entrevista realizada a la narradora Haydée Arteaga en 2006 al recibir la Placa Medalla al Mérito de la Oralidad 2006 confesó:
Mi abuela me enseñó a narrar, le debo casi todo lo que sé (…) Narrar es compartir. Siempre que cuento alguna historia pongo en una esquina la técnica y sigo el estilo que me enseñó mi abuela. He logrado comunicarme incluso con espectadores que hablan otro idioma.
Esas afirmaciones proveen la narrativa cubana de cierto costumbrismo y de un reconocimiento histórico. En cada viaje que hago busco a la gente más vieja e investigo. Me he reunido con campesinos, con indios huicholes (en México), con los y yekuazan, a la orilla del Amazonas (por la parte de Venezuela)… ¡Esos son los cuenteros verdaderos!, afirma Arteaga.
Por su parte, para el poeta Eliseo Diego se trata de un arte dado por imágenes, con otros recursos literarios inmersos, pero principalmente como evocación de la imaginación humana, donde las palabras son usadas en su valor metafórico, polisémico, sinonímico para lograr la creación de un ambiente expresivo particular, mediante la expresividad estética, dijo Diego en 1998 según la revista Recre@rte.
El gran propulsor de esos estudios admiraba como en esos textos la exquisitez del estilo y la estructura poética son un asunto casi litúrgico, por las estructuras de los relatos que se van transmitiendo unos a otros a través de generaciones y en cuya creación participan todos como si fueran uno solo.
Además asiste en este tipo de narrativa la sencillez de los medios escuetos, puros, ancestrales. Se trata, sin dudas de la majestad de la forma en un quehacer literario que unifica la voluntad creativa de los cubanos, sus historias de vida, y sus sueños más idílicos.