Luis Rogelio Nogueras
Malena Salazar: «Me conformo con ser parte de los sueños» (+Fotos, video y tuit)
- “Actualmente, siento que he crecido como escritora y mi literatura ha cambiado, pero pienso que ese primer libro, aunque no sea una obra maestra, siempre va a ocupar un lugar especial en mi lista personal de logros”, asegura esta joven con brillo especial en los ojos.
—¿Cómo logras construir seres tan diferentes a ti o es que no lo son tanto?
—¿Qué podrán encontrar los lectores en el libro Secretos en lo alto de ciudad Ventosa, ganador del premio Regino Boti (2020)?
—¿Qué nos puedes adelantar sobre La otra casa, por la cual obtuviste la beca La Noche (2019)?
—¿Todavía te sorprendes cuando lees…?
—¿Qué tal la etapa de aislamiento en casa, como consecuencia de la COVID-19…?
—¿Qué significó para ti pasar el curso de técnicas narrativas en el centro Onelio Jorge Cardoso?
—¿Qué importancia le concedes a la Asociación Hermanos Saíz como aglutinadora e impulsora de sueños de jóvenes escritores y creadores en general?
—¿Principales sueños en el mundo creativo?
Hay muchos modos de jugar con la eternidad, cabeza de zanahoria
Está desnudo/ mirando a la cámara/ sentado en una taza de noche/ tan brillante/ tan blanca. Con los versos del poema “Retrato del artista adolescente” inicia Luis Rogelio Nogueras (1944-1985) sus andanzas luminosas en la literatura contemporánea cubana de la mano de Cabeza de zanahoria, poemario ganador de la primera edición del Premio David (1967) compartido en su momento fundacional con los versos recogidos en Casa que no existía, de Lina de Feria.
El jurado del Premio –integrado por los poetas Luis Marré, Heberto Padilla y Manuel Díaz Martínez– decidió justamente premiar de manera compartida los libros de Lina y Nogueras: aunque los poemarios son, de alguna manera, diferentes estilísticamente, hay en ellos un hálito generacional común donde afloran las obsesiones, intereses y temores de una generación que comenzaba a manifestarse creativamente en los primeros años de la Revolución cubana.
El acta, respecto al libro de Nogueras, asegura que “es notable por su variedad de temas dentro de una unidad formal, su manejo de elementos cultos y su original voz poética, que lo distinguen entre los de su generación”.
Generacionalmente Nogueras (Wichy el Rojo) fue miembro fundador de la primera hornada de El Caimán Barbudo, en cuyo manifiesto, firmado por él junto a otros creadores bajo el nombre “Nos pronunciamos”, se pueden leer sus siguientes postulados creativos: “Consientes de la profunda militancia, y que los dogmas no han hecho siempre sino frenar el desarrollo de la cultura, alentaremos la investigación en todas las esferas sin olvidar que somos hombres de una época, hombres de una revolución, hombres de la Revolución Socialista de Cuba, y que a ella nos debemos.”
Cabeza de zanahoria, “uno de los libros importantes aparecidos en la Cuba revolucionaria”, según Roberto Fernández Retamar, se produce en un período de auge de la poesía conversacional cubana y su superación. Dividido en las secciones: “En familia”, “Uno se dice”, “Discursos, diálogos” y “Los hermanos”, el poemario inicia temáticas y obsesiones que luego Wichy Nogueras retomaría en posteriores libros.
Por ejemplo, “La muerte del abate Asparagus”, escrito en una especie de español antiguo, recurso lúdico usado por Nogueras, aparecerá después, ampliado, en El último caso del inspector; mientras bajo el título “Cumpleaños” encontramos otros poemas en posteriores libros.
La muerte es uno de los temas fundamentales de Cabeza de zanahoria, cuya portada fue diseñada por Rolando de Oraá, pues viene a ser una obsesión generacional común en otros libros y autores de la época.
Encontramos, entre otros, el poema referido al fallecimiento del abuelo; bajo el título “Donde declaro que quizás el abuelo se aburra de lo lindo” escribe: Abuelo duerme su gran sueño/ Cómo dura la muerte del abuelo. Mientras en “Poema” retoma el tema: el cadáver enorme del abuelo/ reposando en la mesa entre bastones. “La infancia y la familia se colocaban en un plano preponderante”, escribe a propósito el escritor Guillermo Rodríguez Rivera. “Hay en ellos casi un tratamiento testimonial, casi el desnudo relato de una anécdota”, añade el recientemente fallecido profesor universitario.
Además, como ejemplo de lo anterior, encontramos los versos dedicados a los poetas muertos (muchos de ellos suicidas) en la sección final del libro como reflejo de esas inquietudes poéticas: Horacio Quiroga, Ezequiel Estrada, Atila Joszef, Federico García Lorca, Gérard de Nerval, Cesare Pavese, André Breton, Dylan Thomas y César Vallejo, vienen a ser compañeros de viaje de Nogueras.
El poeta, hábil lector, se nutre de otros referentes literarios: el verso citado al inicio de estas líneas es una evidente referencia a la novela de aprendizaje del irlandés James Joyce, mientras el propio nombre del cuaderno –leemos una cita a manera de exergo al inicio del libro– deriva del título de la novela Poil de Carotte, del francés Jules Renard (1864-1910). Esos hermanos que le acompañan “son los que han asumido el destino del arte, el destino de la poesía, los que no se han conformado con el mundo tal cual es, y han decidido, dolorosamente, añadirles algo de sí, han preferido entenderlo de otro modo, aunque esa comprensión distinta les costara la vida”, añade Rodríguez Rivera en el prólogo a Hay muchas formas de jugar.
Su vida fue de una soledad infinita/ la conjuró colgándose de una cuerda cuando/ el invierno/ se le hizo insoportable, escribe en los versos dedicados al francés Gérard de Nerval.
En el titulado “Federico García Lorca” leemos: La muerte entra por la puerta dando voces/ yo usted me escondo/ yo usted me cambio el nombre/ yo usted me asombro o hago como que me/ asombro/ del error de las direcciones.
Mientras en “Cesare Pavese” el sujeto poético, en este caso el mismo Nogueras, intenta impedir el suicidio del escritor italiano hasta que finalmente desiste y deja que la historia siga su curso: Pero no/ Yo estoy en mi cuarto y usted está en el/ suyo/ Yo no trato de impedir nada/ y usted se toma las pastillas/ Yo dejo su libro en la mesita de noche/ y trato en vano de dormirme/ y viene la muerte y tiene sus ojos.
En el libro de Wichy Nogueras –nos dice Rodríguez Rivera– encontramos “la evasión con respecto a un discurso centralizador mediante el despliegue de la parodia y del «arte menor». Está hasta en esa «pessoniana» búsqueda de los heterónimos, de un alter ego que permita escapar de la cadena de hierro –personal, epocal, estilística– que el propio yo impone”.
Buena parte de la poesía de Cabeza de zanahoria viene a integrarse líricamente en la situación sociopolítica de los convulsos años 60, nucleándose, además, en las oficinas de El Caimán Barbudo y las cercanías del movimiento de la Nueva Trova. En otros versos titulados, igualmente, “Poema” leemos: En el golfo/ el “Granma” avanzaba/ rajando la niebla.
Otros poemas, donde Wichy comparte una fuerte subjetividad y a la presencia del yo como sujeto lírico inalienable, son reflejo de ese evidente compromiso ético/político/social que caracterizó parte de la poesía de entonces.
Por ejemplo, en el siguiente fragmento de “Uno se dice” el entonces joven poeta escribe: Se recibe la noticia: Dean Rusk/ (Rusk quiere decir hijo de perra en inglés)/ amenaza de nuevo a Cuba/ Y uno apura, socrático, el minuto lleno de cólera hasta los bordes/ se calza unas botas que bien pueden conducirlo a uno a paso/ de carga hasta la muerte/ cruza una calle, otra, monta en una guagua/ y se desmonta justo en la segunda escuadra/ del cuarto pelotón de la tercera compañía de un batallón/de infantería.
Mientras en “El bombardeo a la aldea”, Wichy Nogueras, en clara alusión a la invasión estadounidense a Vietnam, escribe: El pueblo estaba junto al río/ Y después ya no hubo río, ni pueblo, ni nada…/ solo unas manchas en la tierra/ como de cal, pero azules.
El escritor e investigador literario Virgilio López Lemus, en su artículo “Luis Rogelio Nogueras en la poesía cubana”, a propósito de los 70 años del autor de Las quince mil vidas del caminante, asegura: “El desarrollo de su poesía en los años subsiguientes cumplía a medias con el riguroso conversacionalismo, prosaísmo, versolibrismo y otros rasgos consustanciales a la corriente poética predominante. A medias, porque Nogueras abrió su mirada hacia una intimidad y un subjetivismo que probablemente debe de haber aprehendido a partir de su goce de las lecturas de Fernando Pessoa y Jorge Luis Borges, visibles en algunos de sus libros. No desatendió las formas clásicas, y en sus versos bullen los octosílabos y endecasílabos”.
“Hay que ver en Nogueras su desenfado hacia una poesía como juego, una búsqueda estética en el juego. El homo ludens vence al homo sentimentalis, pero uno y otro se confunden, se encuentran en el poeta”, añade López Lemus.
Luis Rogelio Nogueras es uno de los poetas más originales de la poesía cubana y, además, de la hispanoamericana; autor de títulos memorables como El cuarto círculo, en colaboración con Rodríguez Rivera; Y si muero mañana, Imitación de la vida (Premio Casa de las Américas, 1981) y El último caso del inspector.
Nogueras es autor, además, de los guiones de los exitosos filmes El brigadista (1977) y Guardafronteras (1981), ambos dirigidos por Octavio Cortázar. Su obra fue recogida póstumamente en la antología poética Hay muchos modos de jugar, publicada en 2006 por la Editorial Letras Cubanas con prólogo del propio Rodríguez Rivera y selección de Neyda Izquierdo.
Pero Wichy es, además, el poeta cubano que mejor ha logrado el concepto de poesía como juego, como imitación de la realidad, como nos recuerda Virgilio López Lemus. Su obra, múltiple, polifónica, lúdica, necesaria, se inició en el ámbito de la lírica insular con el Premio David en sus días fundacionales y la posterior publicación de Cabeza de zanahoria, hace un poco más de cincuenta años.