Literatura especulativa
Odilius Vlak: «La escritura no es para lobos solitarios»
Si la memoria no me falla, corría el año 2013 cuando visité por primera vez la Feria del Libro de Santo Domingo. Allí tuve la oportunidad de dialogar y conocer a Odilius Vlak. Nos unía no solo la idea de ser isleños, caribeños, sino además el amor por el género de la literatura especulativa y su difusión en nuestros comunes ámbitos geográficos. Como en aquella primera conversación, esta entrevista también busca las raíces de quién es Odilius Vlak, el escritor que taladra las puertas de la página en blanco.
—¿Por qué decides firmar tu obra con el seudónimo Odilius Vlak?
—Bueno, es el resultado de cierta incomodidad con mi nombre de pila, Juan Julio Ovando Pujols, el cual, si bien funciona de manera excelente en la jurisdicción de la vida civil mainstream, no me gustaba como nombre que identificara mi arquetipo de escritor de literatura especulativa, o aspirante a expresarme a través de ella. Entendí que, lo mismo que los miembros de las bandas de black metal y demás géneros musicales extremófilos —de los cuales soy consumidor—, la literatura de género me exigía igualmente un nombre más simbólico. Así que hice un ejercicio de desdoblamiento imaginándome ser un monje medieval especialista en traducir grimorios de civilizaciones prediluvianas y míticas, ya pertenecieran a la tradición esotérica o a las creadas en la literatura de fantasía, especialmente las de los subgéneros mundos perdidos y fantasía oscura de la era pulp. Entonces me dije «ok», ese monje se llama Odilius Vlak [momento «¡Eureka!» sin dudas]. Desde ese momento, ese monje soy yo.
—¿La literatura especulativa del Caribe tiene una pauta o marca de estilo que la diferencia del resto de la literatura especulativa latinoamericana?
—Definitivamente. Como toda expresión caribeña, desde su música hasta su gastronomía, su forma de hablar, su energía e idiosincrasia general. Y esa marca y ese estilo no son algo retórico, sino fruto de un proceso histórico que incluye mezcla racial, adaptación al suelo, a sus frutos, su clima, la dimensión mágica religiosa, etc. No en balde por aquí arrancó el lío de la conquista; por aquí llegaron Cristo y Satanás al continente, así como los orishas africanos, sin que la magia de los behíques taínos y sus mitos hayan sido exiliados del todo de nuestro inconsciente colectivo. Pienso en el Caribe como una nueva Tierra Media; un espacio mitogeográfico a mitad del continente, haciendo equilibrio entre el tío Sam y la utopía de la Gran Colombia. Por ejemplo, es imposible que si hacemos una literatura especulativa contextualizada en todo ese acervo cultural y que exprese la dinámica social del isleño, no salga a flote esa musicalidad propia del Caribe. Cuando leí Tercer Mundo, del escritor boricua Pedro Cabiya, me dije: “uffff, esto es un cóctel que lo tiene todo, especialmente la incorporación de la idiosincrasia popular de la isla y su «cantaíto» al hablar, y ni mencionar el estilo del autor que es puro Caribe; y ese jodido worlbuilding tan auténtico y orgánico al cual la isla le ajusta como la zapatilla de la Cenicienta”. Esa novela es, en mi opinión, una muestra arquetípica de lo que podría ser la literatura especulativa caribeña en su máxima expresión de autenticidad; sin que por ello se entienda que la incorporación de tales elementos sea una receta de esas que finalizan recomendando “solo agregue agua y agite fuerte”.
—Entonces, ¿hasta qué punto ser isleño signa tu escritura?
—Aparte de lo argumentado en la respuesta anterior, cuyos elementos podría decirse que son la «materia prima creativa», lo que está ahí, dentro y fuera de nosotros, la condición de isleño solo empieza a signar nuestra escritura cuando nos hacemos conscientes de ella y asumimos nuestra responsabilidad. En mi caso eso implicó aceptar esa realidad. Dejar de evadirla o sentirme avergonzado de ella, partiendo de que mi aspiración no era escribir realismo mágico, sino ciencia ficción y fantasía. ¿Pero cómo?, si no soy gringo ni europeo; tampoco japonés. Cómo hacerlo si se entiende que son modalidades narrativas demasiado sofisticadas y, en el caso de la ciencia ficción, demasiado inteligente para un mulato de una isla que no exportaba precisamente tecnología de punta o grandes teorías filosóficas. Pero nada, la epifanía eventualmente llegó. Creo que en el momento preciso, donde hay toda una corriente mundial que apela a descentralizar los intereses de la literatura especulativa fuera del nicho anglosajón. El ciclo de Crónicas historiológicas es el primer fruto de ese reconocimiento de que un futuro proyectado desde el Caribe es tan válido como el yanqui —aunque no hayamos desarrollado el Proyecto Manhattan—, y que los mitos taínos y los importados de África son tan fantásticos como los que inspiraron a Tolkien. Todo ello sin caer en un activismo que en nada va con mi personalidad, o sin dejar de venerar mis maestros made in USA o UK.
—¿Es un desafío enfrentarse a un género que posee una vasta historia y tradición enfocada en la cultura anglosajona, o piensas que los caminos de la ficción especulativa caribeña deben mirar hacia otros horizontes de referencias?
—Vaya que lo es. Como puntualicé al final de la pregunta anterior, puedo mirar a otros horizontes de referencias sin que eso implique que deje de ver en la tradición anglosajona una inspiración permanente. Y esas otras referencias están, en primer lugar, en lo caribeño y latinoamericano; luego en el resto del mundo. He logrado romper el condicionamiento mental que me hacía reaccionar de manera instintiva con indiferencia ante un autor que no fuera anglosajón. Me siento bien conmigo mismo en ese sentido. Me desconecté de esa Matrix. Igual: Mary Shelley, Edgar Allan Poe, H. G. Wells, H. P. Lovecraft, Clark Ashton Smith, Abraham Merrit, Francis Steven, C. L. Moore, Arthur C. Clarke, Frank Herbert, y el gran montón que todos conocemos, estarán siempre fuera de competencia.
—Las relaciones escriturales con otros países de la misma franja geográfica caribeña: ¿una necesidad, un reto o una utopía? ¿Por qué?
—Una necesidad. De orden pragmático y, si se quiere, hasta del ser colectivo. Y ahí Cuba sería la llamada a guiar esas relaciones por su larga tradición y aporte a la literatura de género. La veo como el cuartel general. Otra dinámica que podemos emular de los países anglosajones, entre los cuales siempre ha existido una gran retroalimentación y colaboración entre sus autores, editores, ilustradores, colectivos y los diferentes premios. Sostengo que el sueño de la Confederación Antillana podría tener su verdadero “episodio piloto” en dichas relaciones, ya que lo real maravilloso de Carpentier o el realismo mágico, por su propia naturaleza quizás demasiado conceptual, no pudieron desarrollar a nivel de una interacción entre autores, obras y temática, eso que en la praxis de la literatura de género es intrínseco: la autorreferencia interna que permite de una manera más deliberada crear bloques equivalentes a los geopolíticos. Lo real maravilloso y el realismo mágico pecaron de no reconocerse como “géneros”; la alta cultura los jodió a pesar de su boom editorial. Otro gallo canta en nuestro patio. Puedo, como dominicano por ejemplo, seguir expandiendo o ubicar una historia en la geografía cyberpunk de Vladimir Hernández. Ese tipo de “apropiación” y enriquecimiento es la sal de la literatura especulativa. También la ventaja que brinda el pertenecer a una subcultura literaria marginal pero que, por lo mismo, posee más coherencia y sentido de identidad. Solo fíjate en los últimos cinco o seis años cómo ha ido creciendo cada vez más el dialogo entre los protagonistas de esta subcultura en el Caribe y el resto de Latinoamérica. Aparte de necesidad podría ser un reto, pero jamás una utopía. Esas relaciones ya están. Solo falta, para usar un término del protocolo político, oficializarlas.
—¿Cuáles son los principales temas que abordas en tu obra?
—Mi obra está permeada de fantasía oscura y mundos perdidos, ambos filtrados —ya en un plano un tanto de fantaciencia— a través del cyberpunk. Eso en cuanto a los subgéneros. Siempre hay magia, aun a nivel genético o cuántico. Me parece que el concepto más importante que he desarrollado desde lo caribeño ha sido el de “la post singularidad cultural”. Eso en Crónicas historiológicas, que es un ciclo de siete historias. Es decir, cómo podría sobrevivir la “identidad” —sobre todo colectiva— en un futuro transhumano o post biológico. Ahí también exploro, en una combinación dialéctica entre un pasado y un futuro imaginarios, otra de mis fascinaciones: la historia. Creo que con sus torpezas de estilo y tramas, en ese ciclo pude combinar muy bien mis intereses con los subgéneros que me maravillan. Lo mismo que en Viaje al centro de los mitos. Un ciclo inédito que combina la ficción histórica y la fantasía oscura, mezclando la mitología taína y la magia católica. Ya en la novela que estoy desarrollando vuelvo a la cuestión de la identidad, la historia, el cyberpunk, la magia, el ADN como última frontera. Todo, claro, desde mi experiencia como dominicano. El tema de la identidad colectiva, por ejemplo, es una cuestión traumática en nosotros. Siempre con ese complejo de que no somos una nación, que nunca llegaremos a serlo. Siempre con el temor de ser absorbidos por Haití… y un largo etcétera.
—¿Cómo transcurre tu proceso creativo?
—A veces cogiendo la misma lucha de Sísifo: un volver de nuevo a intentarlo. Otras teniendo éxito, solo para tener que correr como loco tras la roca que desciende por la pendiente opuesta de la montaña para que la historia no se salga de mis manos. Pero lo disfruto un montón. Cada día planifico más. Trato de insertar técnicas del guion de cine en la literatura, sobre todo en la novela que escribo actualmente, la cual asumo como un techno thriller. Ahí diseño las escenas luego de un concurso donde gana la que mejor beneficie el hilo narrativo. Igual hay zonas nebulosas. Y qué genial que así sea. Otra cosa es un principio, una mecánica convertida en ley personal de escritura: lo primero es el título. Ahí soy muy simbólico. Solo cuando capto intuitivamente el título perfecto para esa idea indefinible que me carcome el cerebro, es que puedo ver el mapa de ruta de la historia que promete dicha idea. Pero ya sabes, la creatividad avanza a saltos entre los tiempos que sobran del trabajo diario. Vainas del cyberpunk dominicano, como le llamo.
—Como escritor autodidacta, ¿cuáles han sido tus mayores desafíos? ¿Piensas que la literatura, el arte en sentido general, puede aprenderse sin una guía? ¿Cuáles fueron tus principales patrones a seguir y las herramientas que más útiles te han resultado?
—Desafíos: no dejarme secuestrar por el pensamiento de que estoy perdiendo mi tiempo. Confiar en mi potencial aun sin haber estudiado literatura creativa en una universidad gringa, por ejemplo, sino gestionando y optimizando el talento personal. El arte es guía desde que te identificas con autores o creadores en general a los cuales intentas emular como punto de partida. La iniciativa implica buscar esas guías [estudiar la técnica de un autor, leer sobre ellas, asistir a un taller, etc.]. Mis patrones son mis autores favoritos. Sus obras. Qué tanto sacrificaron para construirlas. En cuanto a las herramientas, bueno, desde el punto de vista psicológico, hacerme el “chivo loco” como decimos por acá y no escuchar consejos que me desvíen de mi norte. En la parte física, tener siempre ready mi PC; escribir para el Blogzine Zothique The Last Continent [hasta el 2014]; involucrarme en el colectivo Mentes Extremófilas; escribir para la revista digital miNatura [desde el 2012]; colaborar en el proyecto mexicano El Teatro de las Ánimas [podcast de narraciones y contenido musical]; participar de ferias del libro y la gestión cultural a nivel general.
—Ya hablábamos de la importancia de las relaciones escriturales que podrían establecerse en nuestro contexto geográfico; pero, ¿cómo valoras la conexión y el trabajo en equipo cuando colaboras con creadores de diversas manifestaciones en la propia República Dominicana?
—Es vital. Este business no es para lobos solitarios. Sobre todo cuando sabemos que es una cruzada por el reconocimiento y por dejar una huella en este bueno, bello y verdadero universo de la literatura de género. En mi caso la mejor conexión ha sido con el artista Eddaviel: mi principal cómplice en el crimen de imaginar. Las conexiones y el trabajo en equipo deben darse con personas que no te hagan perder el tiempo. Somos caribeños, no germanos. Nos hace falta aún más disciplina y sentido del compromiso en ese sentido. Pero igual, ya en República Dominicana tenemos la conciencia de lo colectivo y la libertad para conectarnos con equis parte de este.
—Más allá de la página en blanco, ¿quién es Odilius Vlak?
—Odilius Vlak es sobre todo una persona que ama la soledad. Más que la misma escritura. Me gusta estar solo, físicamente hablando. Literal. Eso me define más que cualquier otra cualidad o costumbre. Más allá de eso: muy sociable cuando es necesario y dotado de la simpatía propia del Caribe. Alguien que intentó ser periodista, pero solo lo estudió y ahora edita libros y traduce para ganarse la vida. Lector empedernido. Amante del metal extremo, de la música clásica, el noise, el industrial dancing y el merengue urbano o de calle; de ver documentales sobre ciencia, historia y de los animales salvajes de la sabana africana cortejándose a mordidas; identificado con la derecha en términos de política y con una gran envidia por los monjes Shaolin y… Mmmmm: bueno, eso. Por ahora.
—A la hora de escribir, ¿qué es lo más y lo menos importante para ti?
—Lo más importante es poder aprovechar el tiempo en el cual sé que debo plasmar una idea aunque sea de una manera esbozada; de avanzar la historia; de solucionar un problema. No divagar. No desperdiciar energía creativa, pues sé que no podré recuperar esa precisa combinación entre idea, entusiasmo y momento. En eso hago un gran esfuerzo. Sobre todo porque no tengo todo el tiempo para dedicárselo a la escritura. No existe algo como “lo menos importante”, o no sé, quizás sí. Lo pensaré.