Lisett D. Páez Cuba
Nácar en los dedos de los libros
Solo hay que conocer su obra para saber cuánto esplende Lisett D. Páez Cuba. Y en este esplendor no incluyo solo el talento, sino también su humanismo, su capacidad para la fe y el asombro, su infinito abrazo a la poesía de la vida cotidiana. Lisett D. Páez Cuba (Lisy para sus amigos) es una voz que, sin duda, cantará en los oídos de los lectores para dejar en ellos el recuerdo de la música de sus palabras.
¿Cuándo decidiste que la literatura iba a ser el camino que acompañaría tus pasos? ¿Por qué elegiste la literatura como vínculo de comunicación con el otro?
Desde niña siento pasión por la escritura. A los 12 años escribí un cuaderno de versos rimados que solía leer a mi abuelo paterno. Y aunque pensé optar por Filología como carrera universitaria, matriculé Derecho por razones de fatalismo geográfico: soy una pinareña que no quiso irse a estudiar a La Habana. No obstante, el deseo de escribir siempre estuvo latente en mí, hasta que en diciembre de 2019 ingresé al Taller Baragaño, de la Casa de Cultura en Pinar del Río. A partir de entonces comenzó mi era escritural.
Escogí la escritura porque es una forma de compartir las ideas que pueblan mis sueños. Reconozco que esta es mi verdadera vocación y mi refugio. Incluso, he confesado antes que el Derecho es mi esposo, el padre de mis libros, mis artículos; el hombre con el que estoy casada, mas no el amor de mi vida. Ya he advertido en ocasiones que, por suerte, el Derecho y la Poesía tienen algo en común: el poeta intenta hacer justicia a través de sus versos.
¿Cuáles son tus principales influencias creativas?
En narrativa prefiero a García Márquez, Isabel Allende, Cortázar, Galeano y Fleur Jaeggy. En poesía, aunque crecí declamando versos de Buesa, Neruda, Sor Juana y otros poetas latinoamericanos (que eran mis preferidos en la adolescencia), con más tiempo de lecturas descubrí que mi genealogía poética la he encontrado en autores como César Vallejo, Rainer María Rilke y Wislawa Szymborska. En el caso cubano, los que más han calado en mí y me llevan a un estado hipnótico resultan ser José Martí, Dulce María Loynaz y Sergio García Zamora.
¿Qué te mueve a escribir? ¿Qué, en el mundo real, te sirve de material para alimentar la ficción?
El mundo en sí mismo. Cada proceso cotidiano es mi fuente de inspiración. Estar frente al espejo desenredándome el pelo me llevó a escribir El enredo, texto con el cual empieza el poemario premiado, a través de un símil: “Escribir poesía es como desenredar un cabello húmedo…”. Asimismo, estar esperando el ómnibus una mañana para ir a la Universidad me hizo pensar en un poema como Parada de autobús, que ofrece un paralelismo metafórico con el proceso editorial, tal cual esos libros que esperan (sentados) por la publicación que ha de llegar.
Mi profesión es otro incentivo constante para escribir. El Derecho es una fuente inagotable de temas y motivos. De la influencia jurídica y de esa confrontación entre la jurista y la escritora que soy, nacieron textos como Judicatura y Abogacía, declarando mi devoción expresa por la literatura cuando escribí: “Ya no soy la abogada litigante. Soy lectora en privación de libertad. Busco un verso inocente que me salve”.
¿Cómo definirías tu estilo?
Eso mejor lo dejo a la crítica. Soy pésima para autodefinirme. Grosso modo pudiera adelantar que en narrativa me siento surrealista y en poesía, ultra romántica. Suelo tener un tono reflexivo y en ocasiones pasional. Pienso que he sido más bien una escritora emotiva con tendencia marcada a la poesía intelectiva.
Y tu proceso creativo, ¿cómo transcurre?
La narrativa, el teatro y otros géneros (no poéticos) requieren más dedicación: sentarme en el buró de mi cuarto, estar muy concentrada, exprimir neuronas. Sin embargo, la poesía infantil y la poesía para adultos surgen más espontáneas: ideas que me invaden de repente y tengo que correr a anotarlas. A veces hasta me he levantado de madrugada con versos estructurados ya en la mente y debo escribirlos para no olvidarlos.
Una curiosidad propia es que al crear poemas generalmente empiezo por el último verso. Casi siempre es el primero que se me ocurre. Sí, empiezo los poemas al revés, de abajo hacia arriba, como si la sentencia final ya estuviera predeterminada, como si supiera de antemano a dónde quiero llegar. Y raramente termino un texto la primera vez. Como mínimo mis poemas requieren tres sesiones: las ideas repentinas sobre el papel, el pensamiento articulado para dotar de estructura lógica ese campo semántico y la revisión detallada tras la cual nace, finalmente, el poema.
A tu criterio, ¿un escritor tiene que ser necesariamente un buen lector o basta con que sea un buen intérprete de su propia realidad?
En absoluto: un buen lector. No basta con interpretar la realidad propia, necesitamos leer cómo otros la han interpretado, nutrirnos de la savia poética precedente. Justo cuando descubres que en la lectura está el secreto empiezas a avanzar como poeta. A mí, por lo menos, la lectura me contagia de escritura. En verdad mientras más leo, más quiero escribir. Es curioso porque en el poemario La de abajo constantemente defiendo esta tesis, a tal punto que declaro: “Solía devorar trozos de nácar en los dedos de los libros. Hace un tiempo dejé la tentación de onicofagia, el mero conformismo a los exergos”. Este sentido lúdico entre el proceso escritural y el nutritivo continúa más adelante cuando afirmo: “La energía que el estómago transforma en energía. La lectura que la mente transforma en escritura (…) Un desnutrido nada podría escribir”.
¿Cuál es el lugar que ocupa el escritor en el mundo contemporáneo?
A decir de García Márquez, el oficio de escritor es el más solitario del mundo. Así lo percibo yo: como un solipsista que se aísla de sí mismo para terminar acompañando las soledades ajenas. Gracias a él, “Un lector es el blanco de la refracción. Recibe toda la luz que proviene desde el fondo de una sombra”. Así también declaro en otro de mis poemas, que el escritor no trabaja propiamente para sí, porque la obra no es propiedad suya: “Pertenece a los lectores, a los más necesitados”. Por tanto, a mi juicio, el escritor tiene ante todo una función social, una especie de compañía anticipada a esas almas que necesitan recrear, resemantizar o evadir la realidad.
¿Qué tipo de colaboraciones con otros artistas te interesarían en tu vida creativa?
Me encantaría musicalizar poemas, escribir textos para canciones. Es algo que ya he sentido de manera espontánea al tatarear en voz baja canciones que se han quedado escritas en el bloc de notas de mi teléfono móvil. Me ilusiona también la idea de libros ilustrados para los poemarios infantiles que ya tengo listos; y de manera especial me llama la atención la poesía ecfrástica, tener un cuaderno propio al estilo de Los Rembrandt L’Hermitage de Fina García Marruz. Estas son algunas de las imágenes que ya me han conmovido alguna vez.
Por último, confieso otra de mis quimeras. Sueño con una Academia Cubana de Poesía. Imagino un espacio de confluencia de jóvenes de todo el país, un escenario formativo donde la escritura de poemas sea un proceso consciente y guiado por profesionales con experiencia y experticia, donde sesionen talleres frecuentes de creación y crítica literarias. A su vez, pudiera pensarse en un Centro de Estudios sobre la Poesía Cubana, dedicado por ejemplo, entre otros temas, a uno de los conceptos que hace algún tiempo aguza mis sentidos: las comunidades poéticas. De tal suerte, se brindaría la oportunidad de formación académica a aquellos que, con dificultad, avanzan desde la empiria.
Eres una autora que juega con disímiles géneros (la poesía, el teatro, la narrativa, la literatura infantil, etc.), ¿por qué te interesa cruzar esas fronteras genéricas?, ¿qué nuevas visiones otorga ese cruzamiento a tu escritura? ¿Existe algún género que no te interesa o que no te atreverías a abordar?
Nadie ama lo que no conoce. Por tanto, un primer paso para saber si algo nos interesa de verdad, es acercarnos. De ahí que las pautas creativas (orientadas en cada clase del Laboratorio de Escrituras al que pertenezco) me ayudaran a encontrarme verdaderamente como autora, a descubrir y también a desechar. Por ello confieso que me interesan las fronteras genéricas como mismo me interesan las fronteras espaciales, y que conste: adoro viajar. Toda exploración en la escritura creativa es enriquecedora, es una forma de entender los vasos comunicantes entre el verso y la prosa, lo interesante que puede resultar el empleo de una didascalia en poesía o la inserción de un poema en una obra de teatro. Y para responder a la tercera pregunta: el género con el que menos me identifico es la ciencia ficción. Honestamente es el único en el que me cuesta imaginarme.
¿Cuáles son las principales ventajas que el mundo contemporáneo le puede ofrecer a un artista, y cuáles los principales hándicaps?
¿Ventajas? Muchísimas: divulgar obras con celeridad a través de las redes sociales, publicar en cualquiera de los sitios y revistas disponibles en la web, diversificar formatos de libros digitales (Epub, audiolibros, podscats) y optar por las múltiples convocatorias de certámenes nacionales e internacionales.
¿Hándicaps? El riesgo de la publicación prematura sin la suficiente madurez literaria, la preferencia por los premios antes que por los libros valiosos, las ofertas tentadoras de “los editores caníbales”, el saldo que supone la mercantilización de la literatura: el sello del mercado por encima del sello de la calidad.
El a veces difícil recorrido de los premios literarios ha comenzado a abrir sus puertas para ti. Acabas de obtener el Premio David de Poesía en su más reciente edición. ¿Cuáles son los beneficios puntuales que un premio puede otorgarle a un autor novel como tú?
Primeramente he recibido el beneficio de la crítica especializada: pasar esa prueba de fuego que implica ser juzgada por reconocidos escritores como Rafael Acosta de Arriba, Carmen Serrano Coello y María Liliana Celorrio Zaragoza. En segundo orden, advierto la gran oportunidad de publicar mi poemario por Ediciones Unión y socializarlo en lo adelante por toda Cuba. Ahora me falta el beneficio más gratificante y a la vez el más complejo: el de ser leída por mis contemporáneos y someterme al verdadero juicio, el juicio del lector.
¿Puedes adelantarnos un poco de los temas que pueblan el imaginario de tu libro ganador del David?
El poemario La de abajo no constituye una referencia vulgar (como pudiera parecer), sino un título elegido como intertexto con la novela de la revolución mexicana Los de abajo, de Mariano Azuela. Fue un amigo filólogo y maestro zamoriano quien me ayudó a descubrir que la poética del espacio atraviesa todo el conjunto: drones que “observan como espías desde arriba los sueños que se duermen desde abajo”, un testamento conmovido porque “el espíritu del testador se eleva al cielo mientras la tierra empieza a descomponer la carne”, o aquel Hiperión que “sueña cada noche con la sola compañía de lechuzas, aunque las lechuzas no vuelen tan alto”.
El cuaderno en general ofrece una especie de paralelo entre la literatura y la vida, al exhibir binomios tales como la mujer-palabra o el amante-libro, pretextos escogidos para develar pasiones humanas a través de la escritura. Pudiera exponer temas abordados en el poemario como la lectura, la poesía, la muerte, la soledad, y a su vez motivos elegidos en su correlato, tales como la luz, una niña, la clonación, los pájaros, entre otros. Debo reconocer además una constante referencia (que abordo, a criterio de algunos, de manera sensual o erótica): la de una mujer de ciencias que es constantemente emplazada por una mujer de letras. Tal es así que uno de los poemas nació justo la noche que debía arbitrar un artículo científico, pero un hombre de papel me sedujo y terminé describiendo un servicio de lavandería a su favor; a tal punto que: “Casi amanece cuando empiezo a doblar los uniformes”.
En tu vida como artista, ¿existe algún momento significativo que haya marcado un antes o un después?
Definiría dos momentos clave en mi vida como artista. Ambos se asocian a la incursión en nuevos géneros y coincidentemente corresponden al año 2021. Justo ahora descubro que este es un año crucial en mi vida como escritora.
El primero de estos momentos data del mes de marzo, cuando llegué al “Laboratorio de Escrituras Encrucijada”. Allí te conocí (vía WhatsApp), Elaine Vilar Madruga, a ti que hoy tienes la dualidad de profesora y entrevistadora. Fue así que, al cumplir los ejercicios de tarea semanales, empecé a diversificar mi producción literaria más allá de la poesía: me abalancé sobre el teatro, la crónica, e incluso la novela, que para algunos es el gran amor de los escritores. El Laboratorio representa en mi caso una gran escuela y a la vez un fraterno equipo de amigos, una suerte de complicidad lírica.
El otro punto de inflexión en mi vida como escritora lo ubico en octubre de 2021, cuando me acerqué a la obra de Sergio García Zamora. Leer La Canción del Crucificado, Los conspiradores, Los uniformes, Diario del buen recluso y Los maniquíes enfermos, cambió mi forma de sentir y de entender la poesía. Inclusive, confieso que anteriormente yo solo había escrito verso rimado; de hecho, me creía incapaz de hacer verso libre o prosa poética. Sin embargo, al leer y estudiar a Sergio me animé por estas nuevas formas y sobre todo por esa especie de poesía con ingenio que él logra de manera excepcional. Pudiera decir que en este poeta del centro de la Isla encontré mi verdadera serendipia literaria.
¿Cuál es el libro que te falta por escribir?
A título personal tengo pendiente “La historia de mi infancia”, los relatos de la niña que soñaba ser bailarina, daba clases a sus muñecas guiada por un atlas de Geografía y pasaba noches en un portal junto a su abuelo paterno, esperando ver las lechuzas en el tejado.
A título profesional me falta incursionar en un libro de ensayos. Como investigadora de Ciencias Sociales es una deuda que tengo conmigo misma, algo que en verdad me llama la atención y creo poder asumir sin grandes pesares.
¿Cuál es el libro que ya has escrito y que sientes que aún no le ha llegado su tiempo?
“El hombre sin ombligo” es un libro que terminé desde 2017. Es un poemario autobiográfico y esa es la razón por la cual aún no me animo a compartirlo. Además, es un texto muy incipiente, un cuaderno escrito en verso rimado, dividido en dos capítulos que no rebasan los 60 poemas. Quizás lo publique algún día, siempre alegando la ingenuidad de haberlo escrito como una poeta novel.
¿Qué libro preferirías nunca escribir?
La profecía de mi muerte o un libro por encargo.
Más allá de la página en blanco, ¿quién es Lisy?
Una niña consentida en casa y, paradójicamente, una consagrada Vicedecana en la Universidad. La profesora de Derecho que alterna sesiones con la escritora sentipensante. Ambas viven dentro de mí. Y de todas las mujeres que me habitan, la que más me domina es aquella que tiene una gran fe en Dios, esa que suele repetirle con frecuencia a sus amigos: “El cielo gobierna”.