Liset Prego
Liset y sus gatos singulares en una casa fraterna
Dicen que los gatos siguen llegando como si por el mundo se hubiera regado la voz de que este es un refugio seguro. No es una invasión felina. ¡Qué va! Los mininos llegan de paso, en una casual manera de cambiar de aires, vacacionar y hasta “socializar”. Y muchos se marchan con la misma espontaneidad con la que llegan, relamiendo sus bigotes y con la cola en alto.
Aseguran que es fácil encontrar el lugar si preguntas la direcciĂłn: lleva por nombre “La casa de los gatos perdidos”, y ya casi todos la conocen por las historias que allĂ suceden, y porque hasta un asunto de redes sociales se ha vuelto este hogar de tránsito, que con amor sostienen Ricardo y su hija Ana. Una vivienda singular que ha creado para el disfrute de los niños y de la familia toda, la periodista, escritora y editora Liset Prego (HolguĂn, 1988) como un “hermoso canto a la fraternidad y la tolerancia”.
La casa de los gatos perdidos (Ediciones La Luz, 2019) reúne un manojo de historias entretejidas en la realidad animal que sucumbe al mundo de los humanos. En sus páginas, donde todos son cuidados con igual dedicación, ronronean gatos pardos, blancos, rayados, con manchas, de razas envidiables y comunes felinos de apariencia simple.
En un entramado diverso de voces gatunas, emergen una serie de caracteres felinos totalmente inadaptados a la sociedad, y que para sobrevivir tratan de encontrar fĂłrmulas que le permitan adaptarse a su entorno. Cada uno de ellos: Pimienta, Susana, Tito, Garabato, Lilita, Osiris, Cosme, Fiona, Shakespeare, Macusa, opta por resistir a su manera, pero sin dejarse vencer por las situaciones diversas que enfrentan.
Camas, alimentos, peines, cascabeles, juguetes y otros objetos dispersos en cada una de las historias hablan mucho de la personalidad de estos gatos, porque si algo tienen ellos es personalidad; son felinos que brillan con luz propia. Son seres libres, empoderados, tecnológicos, enamorados, independientes, empáticos, orgullosos, protectores, ingeniosos y luchadores, a pesar de las circunstancias que mueven sus siete vidas.
Por otro lado, prevalece un largo viaje hacia la libertad, que se muestra como un derecho inalienable de cualquier criatura: escoger un destino o camino variable a cada uno, sin que lo obstruya el deseo de un dueño.
Esta primicia literaria de Liset Prego, con edición de Luis Yuseff, diseño de Robert Ráez y con las sugerentes ilustraciones de Dagnae Tomás, deja entrever su instinto maternal, que con la dignidad y prestancia que la caracterizan, apuesta por un futuro mejor para sus gatos, convirtiéndolos en seres emancipados para la gran aventura de la vida.
Historias divertidas que, con un lenguaje sencillo abarcan un contenido que cuestiona patrones y conductas sociales, a partir de argumentos que apuestan decididamente por el bienestar animal y el mejoramiento humano, logrando un libro tan trepidante como el ritmo de cada relato.
Estoy segura, como afirma RubĂ©n RodrĂguez en las palabras de contraportada, que “estos gatos singulares encontrarán lugar en el corazĂłn de los pequeños lectores, donde se ovillarán para ronronear sus lecciones de amor y vida”, pues el afecto en este libro fluye de inicio a fin. Y muy atento siempre, quizás sea usted de los seres felices que mantiene abiertas puertas y ventanas, y nunca se sabe por dĂłnde puede entrar un gato perdido.
TransmisiĂłn en vivo desde La Luz en la Jornada de la Cultura Cubana
Como parte de la Jornada de la Cultura Cubana, y en homenaje al DĂa de la Cultura Nacional, hoy Ediciones La Luz estará presentando un programa que se podrá disfrutar en las redes sociales con una transmisiĂłn en vivo.
Las voces de La Luz y los hombres del centenario (+ audio)
El sonido se disipa y si quedan los falsos abalorios, no habremos comprendido nada. Los podcasts precisan necesariamente el sentido directo de las palabras. Liset Prego, editora de Ediciones La Luz, es la voz que incita a la lectura en colaboraciĂłn conjunta desde su proyecto La NarraTKÂ y nuestra casa editora.
El podcast Los hombres del centenario es un trĂptico donde se recogen cuentos de Charles Bukowski, Isaac Asimov y Ray Bradbury. Tienes la facilidad de ir haciendo varias cosas mientras consumes literatura, la rutina se hace más llevadera, sobre todo en tiempos donde la tecnologĂa ha apartado a muchos del placer del olor al libro impreso, he aquĂ otra manera de estar conectados. Prego y su esposo Marjel Morales Gato, quien precisa la ediciĂłn, alojan estos proyectos en la plataforma spreaker.com. En esta ediciĂłn del Celestino de Cuento, nuestro sello insiste porque #ElSonidoEsUnaPuertaSeguraHaciaElCorazĂłn.
Clase, de Charles Bukowski
No estoy muy seguro del lugar. AlgĂşn sitio al Noroeste de California. Hemingway acababa de terminar una novela, habĂa llegado de Europa o de no sĂ© dĂłnde, y ahora estaba en el ring pegándose con un tĂo. HabĂa periodistas, crĂticos, escritores —bueno, toda esa tribu— y tambiĂ©n algunas jĂłvenes damas sentadas entre las filas de butacas. Me sentĂ© en la Ăşltima fila. La mayor parte de la gente no estaba mirando a Hem. Solo hablaban entre sĂ y se reĂan.
El sol estaba alto. Era a primera hora de la tarde. Yo observaba a Ernie. TenĂa atrapado a su hombre, y estaba jugando con Ă©l. Se le cruzaba, bailaba, le daba vueltas, lo mareaba. Entonces lo tumbĂł. La gente mirĂł. Su oponente logrĂł levantarse al contar ocho. Hem se le acercĂł, se parĂł delante de Ă©l, escupiĂł su protector bucal, soltĂł una carcajada, y volteĂł a su oponente de un puñetazo. Era como un asesinato. Ernie se fue hacia su rincĂłn, se sentĂł. InclinĂł la cabeza hacia atrás y alguien vertiĂł agua sobre su boca.
Yo me levanté de mi asiento y bajé caminando despacio por el pasillo central. Llegué al ring, extendà la mano y le di unos golpecitos a Hemingway en el hombro.
—¿Señor Hemingway?
—¿SĂ, ÂżquĂ© pasa?
—Me gustarĂa cruzar los guantes con usted.
—¿Tienes alguna experiencia en boxeo?
—No.
—Vete y vuelve cuando hayas aprendido algo.
—Mire, estoy aquà para romperle el culo.
Ernie se riĂł estrepitosamente. Le dijo al tĂo que estaba en el rincĂłn.
—Ponle al chico unos calzones y unos guantes.
El tĂo saltĂł fuera del ring y yo le seguĂ hasta los vestuarios.
—¿Estás loco, chico? —me preguntó.
—No sé. Creo que no.
—Toma. Pruébate estos calzones.
—Bueno.
—Oh, oh… Son demasiado grandes.
—A la mierda. Están bien.
—Bueno, deja que te vende las manos.
—Nada de vendas.
—¿Nada de vendas?
—Nada de vendas.
—¿Y qué tal un protector para la boca?
—Nada de protectores.
—¿Y vas a pelear en zapatos?
—Voy a pelear en zapatos.
Encendà un puro y salimos afuera. Bajé tranquilamente hacia el ring fumando mi puro. Hemingway volvió a subir al ring y ellos le colocaron los guantes.
No habĂa nadie en mi rincĂłn. Finalmente alguien vino y me puso unos guantes. Nos llamaron al centro del ring para darnos las instrucciones.
—Ahora, cuando caigas a la lona —me dijo el árbitro—, yo…
—No me voy a caer —le dije al árbitro.
Siguieron otras instrucciones.
—Muy bien, volved a vuestros rincones; y cuando suene la campana, salid a pelear. Que gane el mejor. Y —se dirigiĂł hacia mĂ— será mejor que te quites ese puro de la boca.
Cuando sonĂł la campana salĂ al centro del ring con el puro todavĂa en la boca. Me chupĂ© toda una bocanada de humo, y se la echĂ© en la cara a Hemingway. La gente riĂł.
Hem se vino hacia mĂ, me lanzĂł dos ganchos cortos, y fallĂł ambos golpes. Mis pies eran rápidos. Bailaba en un contĂnuo vaivĂ©n, me movĂa, entraba, salĂa, a pequeños saltos, tap tap tap tap tap, cinco veloces golpes de izquierda en la nariz de Papá. DivisĂ© a una chica en la fila frontal de butacas, una cosa muy bonita, me quedĂ© mirándola y entonces Hem me lanzĂł un directo de derecha que me aplastĂł el cigarro en la boca. SentĂ cĂłmo me quemaba los labios y la mejilla, me sacudĂ la ceniza, escupĂ los restos del puro y le peguĂ© un gancho en el estĂłmago a Ernie. Él respondiĂł con un derechazo corto, y me pegĂł con la izquierda en la oreja. EsquivĂł mi derecha y con una fuerte volea me lanzĂł contra las cuerdas. Justo al tiempo de sonar la campana me tumbĂł son un sĂłlido derechazo a la barbilla. Me levantĂ© y me fui hasta mi rincĂłn.
Un tĂo vino con una toalla.
—El señor Hemingway quiere saber si todavĂa deseas seguir otro asalto.
—Dile al señor Hemingway que tuvo suerte. El humo se me metió en los ojos. Un asalto más es todo lo que necesito para finalizar el asunto.
El tĂo con la toalla volviĂł al otro extremo y pude ver a Hemingway riĂ©ndose.
SonĂł la campana y salĂ derecho. EmpecĂ© a atacar, no muy fuerte, pero con buenas combinaciones. Ernie retrocedĂa, fallando sus golpes. Por primera vez pude ver la duda en sus ojos.
ÂżQuiĂ©n es este chico?, estarĂa pensando. Mis golpes eran más rápidos, le peguĂ© más duro. Atacaba con todo mi aliento. Cabeza y cuerpo. Una variedad mixta. Boxeaba como Sugar Ray y pegaba como Dempsey.
LlevĂ© a Hemingway contra las cuerdas. No podĂa caerse. Cada vez que empezaba a caerse, yo lo enderezaba con un nuevo golpe. Era un asesinato. Muerte en la tarde.
Me echĂ© hacia atrás y el señor Hemingway cayĂł hacia adelante, sin sentido y ya frĂo.
DesatĂ© mis guantes con los dientes, me los saquĂ©, y saltĂ© fuera del ring. CaminĂ© hacia mi vestuario; es decir, el vestuario del señor Hemingway, y me di una ducha. BebĂ una botella de cerveza, encendĂ un puro y me sentĂ© en el borde de la mesa de masajes. Entraron a Ernie y lo tendieron en otra mesa. SeguĂa sin sentido. Yo estaba allĂ, sentado, desnudo, observando cĂłmo se preocupaban por Ernie. HabĂa algunas mujeres en la habitaciĂłn, pero no les prestĂ© la menor atenciĂłn. Entonces se me acercĂł un tĂo.
—¿Quién eres? —me preguntó—. ¿Cómo te llamas?
—Henry Chinaski.
—Nunca he oĂdo hablar de ti —dijo.
—Ya oirás.
Toda la gente se acercĂł. A Ernie lo abandonaron. Pobre Ernie. Todo el mundo se puso a mi alrededor. TambiĂ©n las mujeres. Estaba rodeado de ladrillos por todas partes menos por una. SĂ, una verdadera hoguera de clase me estaba mirando de arriba a abajo. ParecĂa una dama de la alta sociedad, rica, educada, de todo —bonito cuerpo, bonita cara, bonitas ropas, todas esas
cosas—. Y clase, verdaderos rayos de clase.
—¿Qué sueles hacer? —preguntó alguien.
—Follar y beber.
—No, no, quiero decir en qué trabajas.
—Soy friegaplatos.
—¿Friegaplatos?
—SĂ.
—¿Tienes alguna afición?
—Bueno, no sé si puede llamarse una afición. Escribo.
—¿Escribes?
—SĂ.
—¿El qué?
—Relatos cortos. Son bastante buenos.
—¿Has publicado algo?
—No.
—¿Por qué?
—No lo he intentado.
—Dónde están tus historias?
—Allá arriba —señalé una vieja maleta de cartón.
—Escucha, soy un crĂtico del New York Times. ÂżTe importa si me llevo tus relatos a casa y los leo? Te los devolverĂ©.
—Por mĂ, de acuerdo, culo sucio, sĂłlo que no sĂ© dĂłnde voy a estar.
La estrella de clase y alta sociedad se acercĂł:
—Él estará conmigo. —Luego me dijo—. Vamos, Henry, vĂstete. Es un viaje largo y tenemos cosas que… hablar.
Empecé a vestirme y entonces Ernie recobró el sentido.
—¿Qué coño pasó?
—Se encontró con un buen tipo, señor Hemingway —le dijo alguien.
Acabé de vestirme y me acerqué a su mesa.
—Eres un buen tipo, Papá. Pero nadie puede vencer a todo el mundo.
Estreché su mano: —No te vueles los sesos.
Me fui con mi estrella de alta sociedad y subimos a un coche amarillo descapotado, de media manzana de largo. Condujo con el acelerador pisado a fondo, tomando las curvas derrapando y chirriando, con el rostro bello e impasible. Eso era clase. Si amaba de igual modo que conducĂa, iba a ser un infierno de noche.
El sitio estaba en lo alto de las colinas, apartado. Un mayordomo abriĂł la puerta.
—George —le dijo—, tómate la noche libre. O, mejor pensado, tómate la semana libre.
Entramos y habĂa un tĂo enorme sentado en una silla, con un vaso de alcohol en la mano.
—Tommy —dijo ella—, desaparece.
Fuimos introduciéndonos por los distintos sectores de la casa.
—¿Quién era ese grandulón?
—Thomas Wolfe —dijo ella—. Un coñazo.
Hizo una parada en la cocina para coger una botella de bourbon y dos vasos.
Entonces dijo:
—Vamos.
La seguĂ hasta el dormitorio.
A la mañana siguiente nos despertĂł el telĂ©fono. Era para mĂ. Ella me alcanzĂł el auricular y yo me incorporĂ© en la cama.
—¿Señor Chinaski?
—¿S�
—Leà sus historias. Estaba tan excitado que no he podido dormir en toda la noche. ¡Es usted seguramente el mayor genio de la década!
—¿SOlo de la década?
—Bueno, tal vez del siglo.
—Eso está mejor.
—Los editores de Harperis y Atlantic están ahora aquà conmigo. Puede que no se lo crea, pero cada uno ha aceptado cinco historias para su futura publicación.
—Me lo creo —dije.
El crĂtico colgĂł. Me tumbĂ©. La estrella y yo hicimos otra vez el amor.
CĂłmo ocurriĂł, de Isaac Asimov
Mi hermano empezĂł a dictar en su mejor estilo oratorio, ese que hace que las tribus se queden aleladas ante sus palabras.
—En el principio —dijo—, exactamente hace quince mil doscientos millones de años, hubo una gran explosiĂłn, y el universo…
Pero yo habĂa dejado de escribir.
—¿Hace quince mil doscientos millones de años? —pregunté, incrédulo.
—Exactamente —dijo—. Estoy inspirado.
—No pongo en duda tu inspiraciĂłn —asegurĂ©. (Era mejor que no lo hiciera. Él es tres años más joven que yo, pero jamás he intentado poner en duda su inspiraciĂłn. Nadie más lo hace tampoco, o de otro modo las cosas se ponen feas)—. Pero, Âżvas a contar la historia de la CreaciĂłn a lo largo de un perĂodo de más de quince mil millones de años?
—Tengo que hacerlo. Ese es el tiempo que llevó. Lo tengo todo aquà dentro —dijo, palmeándose la frente—, y procede de la más alta autoridad.
Para entonces yo habĂa dejado el estilo sobre la mesa.
—¿Sabes cuál es el precio del papiro? —dije.
—¿Qué?
(Puede que esté inspirado, pero he notado con frecuencia que su inspiración no incluye asuntos tan sórdidos como el precio del papiro).
—Supongamos que describes un millĂłn de años de acontecimientos en cada rollo de papiro. Eso significa que vas a tener que llenar quince mil rollos. Tendrás que hablar mucho para llenarlos, y sabes que empiezas a tartamudear al poco rato. Yo tendrĂ© que escribir lo bastante como para llenarlos, y los dedos se me acabarĂan cayendo. Además, aunque podamos comprar todo ese papiro, y tĂş tengas la voz y yo la fuerza suficientes, ÂżquiĂ©n va a copiarlo? Hemos de tener garantizados un centenar de ejemplares antes de poder publicarlo, y en esas condiciones, ÂżcĂłmo vamos a obtener derechos de autor?
Mi hermano pensĂł durante un rato. Luego dijo:
—¿Crees que deberĂamos acortarlo un poco?
—Mucho —puntualicé—, si esperas llegar al gran público.
—¿Qué te parecen cien años?
—¿QuĂ© te parecen seis dĂas?
—No puedes comprimir la CreaciĂłn en solo seis dĂas —dijo, horrorizado.
—Ese es todo el papiro de que dispongo —le aseguré—. Bien, ¿qué dices?
—Oh, está bien —concediĂł, y empezĂł a dictar de nuevo—. En el principio… ÂżDe veras han de ser solo seis dĂas, AarĂłn?
—Seis dĂas, MoisĂ©s —dije firmemente.
El tĂo Einar, de Ray Bradbury
—Llevará sĂłlo un minuto —dijo la dulce mujer del tĂo Einar.
—Me opongo —dijo el tĂo Einar—. Y eso sĂłlo lleva un segundo.
—He trabajado toda la mañana —dijo ella, sosteniéndose la espalda delgada—, ¿y tú no me
ayudarás ahora? El tamborileo anuncia lluvia.
—Pues que llueva —dijo el tĂo Einar con despreocupaciĂłn—. No dejarĂ© que me traspase un
relámpago sólo por airear tus ropas.
—Pero lo haces tan rápido…
—Repito, me opongo.
Las vastas alas alquitranadas del tĂo Einar zumbaban nerviosamente detrás de los hombros
indignados.
La mujer le alcanzĂł una cuerda delgada con cuatro docenas de ropas reciĂ©n lavadas. El tĂo
Einar sostuvo la cuerda entre los dedos, mirándola con profundo desagrado.
—De modo que hemos llegado a esto —murmuró amargamente—. A esto, a esto, a esto.
ParecĂa a punto de derramar unas lágrimas tristes y ácidas.
—Anda, no llores, o las mojarás de nuevo —dijo la mujer—. Salta ahora, paséalas.
—PasĂ©alas. —La voz del tĂo Einar sonaba hueca, terriblemente lastimada.— Pues yo digo: que
truene, ¡que llueva a cántaros!
—No te lo pedirĂa si fuese un dĂa hermoso y soleado —dijo la mujer, razonable—. Todo mi lavado
serĂa inĂştil si no me ayudas. TendrĂ© que colgarlas en la casa…
Esto convenciĂł al tĂo Einar. Sobre todas las cosas odiaba las ropas que cuelgan como banderas
o festones, de modo que un hombre tiene que arrastrarse por el suelo para cruzar un cuarto.
SaltĂł en el aire, y las vastas alas verdes zumbaron.
—¡Sólo hasta la valla de la pradera!
Una sola voltereta, y arriba: las alas mordieron el hermoso aire fresco. Antes que uno pudiese
decir: «el tĂo Einar tiene alas verdes» ya navegaba a baja altura por encima de la granja,
arrastrando las ropas en un largo lazo aleteante detrás de los golpes pesados de las alas.
—¡Ahora!
De vuelta ya del viaje el tĂo Einar trajo flotando las ropas, secas como granos de maĂz, y las
depositĂł en las mantas limpias que la mujer habĂa preparado.
—¡Gracias!
—¡Bah! —gritĂł el tĂo Einar, y volĂł a rumiar sus pensamientos debajo del manzano.
Las hermosas alas sedosas del tĂo Einar le colgaban detrás como las velas verdes de un barco,
y cuando estornudaba o se volvĂa bruscamente le chirriaban o susurraban en los hombros.
Era uno de los pocos de la familia con un talento claramente visible. Todos los primos y
sobrinos y hermanos oscuros vivĂan ocultos en pueblos pequeños del mundo entero, hacĂan
cosas mentales invisibles o cosas con dedos de bruja y dientes blancos, o descendĂan por el
cielo como hojas en llamas, o saltaban en los bosques como lobos plateados por la luna.
VivĂan relativamente a salvo de los seres humanos comunes. No asĂ un hombre con grandes
alas verdes.
No era que odiara sus alas. Lejos de eso. En su juventud habĂa volado siempre de noche,
pues las noches son momentos excepcionales para un hombre alado. La luz del dĂa tiene sus
peligros, siempre los tuvo, siempre los tendrĂa; pero en las noches, ah, en las noches habĂa
navegado sobre islas de nubes y mares de cielo de verano. Sin correr ningĂşn peligro. HabĂa
disfrutado realmente de aquellos vuelos.
Pero ahora no podĂa volar de noche.
De regreso a un alto paso en ciertas montañas de Europa, luego de una reunión de familia en
Mellin Town, Illinois (hace algunos años), habĂa bebido demasiado vino tinto. «Pronto estarĂ©
bien», se habĂa dicho a sĂ mismo, vagamente, mientras volaba bajo las estrellas del alba,
sobre las lomas que se extendĂan más allá de Mellin, y soñaba a la luz de la luna. Y de
pronto…, un crujido en el cielo…
Una torre de alta tensiĂłn.
¡Como un pato en una red! Un tremendo siseo. La chispa azul de un cable le cruzó y
ennegreciĂł la cara. Las alas golpearon hacia adelante parando la electricidad, y el tĂo Einar se
precipitĂł cabeza abajo.
CayĂł en el prado iluminado por la luna al pie de la torre y fue como si alguien hubiese arrojado
desde el cielo una voluminosa guĂa de telĂ©fonos.
A la mañana siguiente, temprano, se incorporó sacudiendo violentamente las alas empapadas
de rocĂo. La Ăşnica luz era una dĂ©bil franja de alba extendida a lo largo del este. Pronto esa
franja se colorarĂa y todos los vuelos quedarĂan restringidos. No habĂa otra soluciĂłn que
refugiarse en el bosque y esperar escondido en los matorrales a que otra noche ocultara los
movimientos celestes de las alas.
AsĂ conociĂł el tĂo Einar a la que serĂa su mujer.
Durante el dĂa, un primero de noviembre excepcionalmente cálido en las tierras de Illinois, la
joven Brunilla Wexley salió a ordeñar una vaca perdida; llevaba en la mano un cubo plateado
mientras se deslizaba entre los matorrales y le rogaba inteligentemente a la vaca invisible
que por favor volviera a la casa o la leche le reventarĂa las entrañas. El hecho casi seguro de
que la vaca volverĂa sola cuando las ubres necesitaran realmente atenciĂłn no preocupaba a
Brunilla Wexley. Era una buena excusa para pasear por el bosque, soplar flores de cardo y
morder hojas; todo lo que estaba haciendo Brunilla cuando tropezĂł con el tĂo Einar.
Dormido junto a un arbusto, parecĂa un hombre debajo de un alero verde.
—Oh —dijo Brunilla, entusiasmada—. Un hombre. En una tienda de campaña.
El tĂo Einar despertĂł. La tienda de campaña se abriĂł detrás como un alto abanico verde.
—Oh —dijo Brunilla, la buscadora de vacas—. Un hombre con alas.
AsĂ se lo tomĂł ella. Estaba sorprendida, sĂ, pero nunca le habĂan hecho daño, de modo que
no le tenĂa miedo a nadie, y esto de encontrarse con un hombre alado no pasaba todos los
dĂas, y se sentĂa orgullosa. EmpezĂł a hablar. Al cabo de una hora eran viejos amigos, y al
cabo de dos horas Brunilla habĂa olvidado las alas. Y el tĂo Einar le confesĂł de algĂşn modo
cĂłmo habĂa llegado a parar a este bosque.
—SĂ, ya notĂ© que estás golpeado por todos lados —dijo Brunilla—. Esa ala derecha tiene mal
aspecto. Será mejor que te lleve a casa y te la arregle. De todos modos, no podrĂas volar asĂ
hasta Europa. Y además, ÂżquiĂ©n quiere vivir en Europa en estos dĂas?
El tĂo Einar se lo agradeciĂł, aunque no entendĂa muy bien cĂłmo podĂa aceptar.
—Pero vivo sola —dijo Brunilla—. Pues, como ves, soy bastante fea.
El tĂo Einar insistiĂł diciendo que todo lo contrario.
—Qué amable eres —dijo Brunilla—. Pero soy fea, no me engaño. Mis padres han muerto. Tengo
una granja, grande, toda para mĂ sola, lejos de Mellin Town, y necesito a alguien con quien
hablar.
Pero Âżella no sentĂa miedo?, preguntĂł el tĂo Einar.
—Orgullo y celos serĂa más exacto. ÂżPuedo?
Y Brunilla acariciĂł las membranosas alas verdes con una envidia cuidadosa. El tĂo Einar se
estremeciĂł y se puso la lengua entre los dientes.
De modo que no habĂa otro remedio: ir a la casa de ella en busca de medicinas y ungĂĽentos,
y qué barbaridad, qué quemadura en la cara, ¡debajo de los ojos!
—Suerte que no quedaste ciego —dijo Brunilla—. ¿Cómo pasó?
—Bueno… —dijo el tĂo Einar, y ya estaban en la granja, notando apenas que habĂan caminado
un kilómetro y medio mirándose a los ojos.
PasĂł un dĂa y otro, y el tĂo Einar le dio las gracias desde el umbral y dijo que debĂa irse, que
apreciaba mucho el ungĂĽento, los cuidados, el alojamiento. CaĂa la noche y entre ahora, las
seis, y las cinco de la mañana tenĂa que cruzar un continente y un ocĂ©ano.
—Gracias, adiós —dijo, y desplegó las alas y echó a volar en el crepúsculo y se llevó por delante
un arce.
—¡Oh! —gritó Brunilla, y corrió hacia el cuerpo inconsciente.
Cuando el tĂo Einar despertĂł, al cabo de una hora, supo que ya nunca más podrĂa volar en la
oscuridad; habĂa perdido la delicada percepciĂłn nocturna. La telepatĂa alada que le habĂa
señalado la presencia de torres, árboles, casas y colinas, la visión y la sensibilidad tan claras
y sutiles que lo habĂan guiado a travĂ©s de laberintos de bosques, acantilados y nubes, todo
habĂa sido quemado para siempre, reducido a nada por aquel golpe en la cara, aquella
chicharra y aquel siseo azul eléctrico.
—¿CĂłmo? —se quejĂł el tĂo Einar en voz baja—. ÂżCĂłmo irĂ© a Europa? Si vuelo de dĂa, me verán,
y ay, qué pobre chiste, ¡quizás hasta me bajen de un tiro!
O quizá me encierren en un jardĂn zoolĂłgico, ¡quĂ© vida serĂa esa! Brunilla, ÂżquĂ© puedo hacer?
—Oh —murmurĂł Brunilla, mirándose los dedos—. Ya se nos ocurrirá algo…
Se casaron.
La Familia asistió a la boda. En una inmensa precipitación otoñal de hojas de arce, sicómoro,
roble, olmo, los parientes susurraron y murmuraron, cayeron en una llovizna de castañas de
Indias, golpearon la tierra como manzanas de invierno, y en el viento que levantaban al llegar
a la boda sobreabundaba el aroma del pasado verano. La ceremonia fue breve como una vela
negra que se enciende, se apaga con un soplido, y deja un humo en el aire. La brevedad, la
oscuridad, esa cualidad de movimientos invertidos y al revés se le escaparon a Brunilla, atenta
sĂłlo a la pausada marea de las alas del tĂo Einar, que murmuraban dulcemente sobre ellos
mientras concluĂa el rito. En cuanto al tĂo Einar, la herida que le cruzaba la nariz estaba casi
curada, y tomando del brazo a Brunilla sentĂa que Europa se debilitaba y desvanecĂa a lo lejos.
No tenĂa que ver demasiado bien para volar directamente hacia arriba o descender en lĂnea
recta. Fue pues natural que en esta noche de bodas tomara a Brunilla en brazos y volara
verticalmente hacia el cielo.
Un granjero, a cinco kilĂłmetros de distancia, a medianoche, le echĂł una ojeada a una nube
baja y alcanzĂł a ver unos resplandores y unas dĂ©biles estrĂas luminosas.
—Luces de tormenta —dijo, y se fue a la cama.
El tĂo Einar y Brunilla no descendieron hasta la mañana, junto con el rocĂo.
El matrimonio prosperĂł. Le bastaba a Brunilla mirar al tĂo Einar, y pensar que era la Ăşnica
mujer del mundo casada con un hombre alado. «¿QuĂ© otra mujer podrĂa decir lo mismo?», le
preguntaba al espejo. Y la respuesta era siempre: «¡Ninguna!».
El tĂo Einar, por su parte, pensaba que el rostro de Brunilla ocultaba una verdadera belleza,
una bondad y una comprensiĂłn admirables. ConsintiĂł en algunos cambios de dieta para
conformar a Brunilla, y tenĂa cuidado con las alas cuando andaba dentro de la casa; las
porcelanas golpeadas y las lámparas rotas irritan siempre los nervios, y el tĂo Einar se
mantenĂa a distancia de esos objetos. CambiĂł tambiĂ©n de hábitos de dormir, pues de
cualquier modo ya no podĂa volar de noche. Y ella a su vez arreglĂł las sillas, acomodándolas
a las alas, poniendo unas almohadillas extras aquĂ o quitándolas allá, y las cosas que decĂa
eran las que más agradaban al tĂo Einar.
—Estamos aĂşn encerrados en capullos, todos nosotros —decĂa Brunilla—. Mira quĂ© fea soy, pero
un dĂa romperĂ© la cáscara y extenderĂ© un par de alas tan delicadas y hermosas como las
tuyas.
—Has roto la cáscara —dijo el tĂo Einar.
Brunilla pensĂł un momento.
—Sà —admitiĂł al fin—. Hasta sĂ© quĂ© dĂa ocurriĂł. En los bosques, ¡cuando buscaba una vaca y
encontré una tienda de campaña!
Los dos rieron, y sintiendo el abrazo del tĂo Einar, Brunilla supo que gracias al matrimonio
habĂa salido de la fealdad, asĂ como una espada brillante sale de la vaina.
Tuvieron niños. Al principio el tĂo Einar temiĂł que nacieran con alas.
—TonterĂas, ojalá fuera asà —dijo Brunilla—. Nunca les pondrĂamos el pie encima.
—No —dijo el tĂo Einar—, ¡pero se te subirĂan a la cabeza!
—¡Ay! —lloró Brunilla.
Nacieron cuatro hijos, tres niños y una niña, tan movedizos que parecĂan tener alas. A los
pocos años saltaban como renacuajos, y en los dĂas calurosos de verano le pedĂan al padre
que se sentara bajo el manzano y los abanicara con las alas refrescantes y les contara
historias fantásticas a la luz de las estrellas acerca de islas de nubes y océanos de cielos y
formas de nieblas y viento y el sabor de un astro que se le disuelve a uno en la boca, y de
cómo bebes el helado aire de la montaña, y cómo te sientes cuando eres un guijarro que cae
desde el monte Everest y te transformas en un capullo verde abriendo las alas como los
pétalos de una flor poco antes de golpear el suelo.
Eso habĂa sido el matrimonio del tĂo Einar.
Y hoy, seis años despuĂ©s, aquĂ estaba el tĂo Einar, aquĂ estaba sentado, envenenándose
debajo del manzano, sintiéndose cada vez más impaciente y malévolo, no porque asà lo
deseara sino porque despuĂ©s de la larga espera era todavĂa incapaz de volar en el abierto
cielo nocturno; nunca habĂa recuperado el sentido extra. AquĂ estaba, desalentado, convertido
en un mero parasol, descartado y verde, abandonado ahora por los veraneantes infatigables
que en otro tiempo habĂan buscado el refugio de la sombra translĂşcida. ÂżTendrĂa que estar
aquĂ para siempre, sin atreverse a volar de dĂa porque alguien podĂa verlo? ÂżNo serĂa ya otra
cosa que un secador de ropas para Brunilla o un abanico para niños en las noches calurosas
de agosto? Hasta hacĂa seis años habĂa sido siempre el mensajero de la Familia, más rápido
que una tormenta. Volando sobre lomas y valles, como un bumerán, y aterrizando como una
flor de cardo. Siempre habĂa dispuesto de dinero; ¡a la Familia le era muy Ăştil el hombre con
alas! Pero Âżahora? Amarguras. Las alas estremecieron y barrieron el aire y sonaron como un
trueno cautivo.
—Papá —dijo la pequeña Meg.
Los niños miraban la cara pensativa y oscurecida del padre.
—Papá —dijo Ronald—, ¡haz más truenos!
—Hoy es un dĂa frĂo de marzo, lloverá pronto y habrá muchos truenos —dijo el tĂo Einar.
—¿Vendrás a vernos? —preguntó Michael.
—¡Corred, corred! ¡Dejad reflexionar a papá!
Estaba cerrado al amor, a los hijos del amor y al amor de los hijos. SĂłlo pensaba en cielos,
firmamentos, horizontes, infinitudes, de noche o de dĂa, a la luz de las estrellas, la luna o el
sol, cielos nublados o claros, pero siempre cielos, firmamentos y horizontes que se extendĂan
interminables en las alturas. Y aquà estaba ahora, navegando en el césped, siempre abajo,
para que no lo vieran.
¡Qué estado miserable, en un pozo hondo!
—¡Papá, ven a mirarnos, es marzo! —gritó Meg—. ¡Y vamos a la loma con todos los niños del
pueblo!
—¿QuĂ© loma es Ă©sa? —gruñó el tĂo Einar.
—¡La loma de las Cometas, por supuesto! —cantaron los niños.
El tĂo Einar los mirĂł por primera vez.
Cada uno de los niños tenĂa en las manos una cometa de papel, y el calor de la excitaciĂłn y
un resplandor animal les encendĂa las caras. Los deditos sostenĂan unas pelotas de cordel
blanco. De las cometas, rojas y azules y amarillas y verdes, colgaban colas de algodĂłn y
trozos de seda.
—¡Remontaremos las cometas! —le dijo Ronald—. ¿No vienes?
—No —dijo el tĂo Einar tristemente—. No tiene que verme nadie o habrá dificultades.
—Puedes esconderte y mirar desde los bosques —dijo Meg—. Hicimos las cometas nosotros
mismos. Pues sabemos cĂłmo.
—¿Cómo lo sabéis?
—¡Porque somos tus hijos! —fue el grito instantáneo—. ¡Por eso!
El tĂo Einar mirĂł a los niños largo rato. SuspirĂł.
—Un festival de cometas, ¿no es as�
—¡SĂ, señor!
—Ganaré yo —dijo Meg.
—¡No, yo! —contradijo Michael.
—¡Yo, yo! —pió Stephen.
—¡Dios de las alturas! —rugiĂł el tĂo Einar, saltando hacia arriba, batiendo el ensordecedor timbal
de las alas—. ¡Niños, niños, os amo tiernamente!
—Papá, ¿qué pasa? —dijo Michael, retrocediendo.
—¡Nada, nada, nada! —entonó Einar. Flexionó las alas hasta el punto máximo de propulsión y
embestida. ¡Bum! Las alas golpearon como cĂmbalos. La ola de aire tirĂł a los niños al suelo—
¡Lo conseguĂ, lo conseguĂ! ¡Soy libre de nuevo! ¡Fuego en la caldera! ¡Pluma en el viento!
¡Brunilla! —Einar llamó a la casa. Brunilla apareció en el umbral.— ¡Soy libre! —llamó Einar,
emocionado y alto, de puntillas—. Escucha, Brunilla, ¡ya no necesito la noche! ¡Puedo volar de
dĂa! ¡No necesito la noche! ¡De ahora en adelante volarĂ© todos los dĂas y cualquier dĂa del
año! Pero… pierdo tiempo, hablando. ¡Mira!
Y mientras Brunilla y los niños lo miraban preocupados, Einar sacó la cola de algodón de una
de las cometas y se la atĂł al cinturĂłn, a la espalda; tomĂł la pelota de cordel, se puso una
punta entre los dientes y les dio la otra punta a los niños ¡y voló, arriba, arriba en el aire,
alejándose en el viento de marzo!
Y los niños de Einar corrieron por los prados, cruzando las granjas, soltando cordel al cielo
soleado, trinando y tropezando, y Brunilla, de pie en el patio, saludaba con la mano y reĂa, y
los niños fueron a la loma de las Cometas sosteniendo la pelota de cordel entre los dedos
ávidos, y orgullosos, todos tirando y tironeando y dirigiendo. Y los niños de Mellin Town
llegaron corriendo con sus pequeñas cometas para soltarlas al viento y vieron la gran cometa
verde que saltaba y oscilaba en el cielo y exclamaron:
—¡Oh, oh, quĂ© cometa! ¡QuĂ© cometa! ¡Oh, cĂłmo me gustarĂa una cometa parecida! ÂżDĂłnde,
dĂłnde la consiguieron?
—¡La hizo papá! —gritaron Meg y Michael y Stephen y Ronald, y tironearon animadamente del
cordel y la zumbante y atronadora cometa se zambullĂł y remontĂł en el cielo, y cruzando una
nube dibujó un largo y mágico signo de exclamación.
DecamerĂłnicos: Cuentos de jĂłvenes escritores
Decamerónicos. Cuentos aislados es un podcast creado por Liset Prego que da voz a 10 jóvenes autores  cubanos con 10 relatos breves en 10 jornadas. Voces que unen en proyecto surgido en cuarentena con música de Manuel Leandro Sánchez y con la realización de Marjel Morales Gato.
El lanzamiento en este dĂa es un homenaje a Ediciones La Luz por sus 23 años de fundada.Â
Puedes acceder de manera gratuita a través de los siguientes enlaces https://t.me/lanarratk o https://www.ivoox.com/podcast-decameronicos-cuentos-aislados_sq_f1908329_1.html
Diario luminoso
Son las 2 de la mañana y el grupo Luminosos creado en WhatsApp se mantiene activo. Liset Prego incita a colaborar en su narraTK, un proyecto para compartir literatura en la voz de sus propios creadores o de sus lectores, y lo hace a travĂ©s de audios por Telegram o Messenger, se escucha de fondo las voces de sus hijos y me dice: Elizabeth, cuando te grabes trata de que Luna y MhĂa se hayan dormido (se rĂe) y de evitar el sonido ambiente.
Es una locura, me entran mensajes por todos lados de los mismos. El diagramador Norge Luis Labrada decide que hablemos solo por WhatsApp, pero el diseñador Robert Ráez, propone que mejor en Telegram porque si hay que mandar una imagen no pierde calidad.
Luis Yuseff está online y es todo un acontecimiento, sabemos que tecleará un poco lento porque no ha tenido tiempo de ajustar la graduaciĂłn de sus espejuelos despuĂ©s de la operaciĂłn de miopĂa. El avatar del grupo es una taza de cafĂ©, esto sin dudas nos recuerda los dĂas en que estábamos juntos en la oficina del Yuse, como le decimos en la intimidad del trabajo.
LY: Vamos a escoger algunos relatos del Libro de los abrazos, de Eduardo Galeano (Ediciones La Luz, 2016) para hacer postales digitales; Robert, trabaja en eso y lo iremos publicando en las redes poco a poco; Ely, tú eres la encargada para que no tengas que salir a la editorial a diagramar que yo sé que las niñas con este encierro se alteran. Ve haciendo reseñas de lo que hubiésemos presentado en la Feria del Libro, si se pudiera dar promoción por la AHS, en Facebook, en todas las redes, me etiquetas, acuérdate.
Ely: Claro, cómo no te voy a etiquetar si tú eres trending… Ay, a ustedes no les duele el pecho, como una sensación de ahogo…
Norge: Eso es estrés, yo estoy igual.
Ely: Yuse, ya Robert me mandĂł las imágenes, pero le virĂ© una porque se habĂa desajustado una lĂnea, más o menos 1mm, te imaginarás que no Ăbamos a poder dormir esta noche, tĂş conoces mi TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo).
LY: jjajaja, ok no se preocupen fĂjense en los track (espacio entre caracteres)
Ely: SĂ, eso le dije que hay una que está demasiado apretada, es que tiene el display roto y además en Corel se pierde la perspectiva, no es como en Indesign. De todos modos, yo llamo a Mariela (Mariela Varona, la correctora) para que revise.
El libro de los abrazos, del periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) fue publicado en nuestro sello en el año 2016 bajo la rigurosa ediciĂłn de Luis Yuseff, editor y director de nuestra casa editora, Ediciones La Luz. Un ejemplar prácticamente agotado en las librerĂas holguineras que mantuvo los grabados e ilustraciones que el propio autor concibiĂł para la ediciĂłn paradigmática de Siglo Veintiuno Editores, gracias a la colaboraciĂłn y el empeño de Eduardo Heras LeĂłn, Ivonne Galeano y Eduardo Freitas.
Si bien es cierto que la aproximaciĂłn a su lectura puede ser hecha de dos maneras: de un tirĂłn o por partes, porque son relatos cortos donde algunos no tienen una secuencia. En este libro la belleza radica en las palabras, aunque hable a veces de dolor o exilio, es el peculiar estilo de Galeano que entreteje lo mĂstico y lo jovial, una sĂntesis perfecta del imaginario del autor, donde celebra o reflexiona, satiriza y encuentra mĂşltiples miradas esperanzadoras a los estados de ánimo, al corazĂłn. Un libro que debe ser leĂdo despacio para que no se acabe. Su lenguaje recto, facilita la comprensiĂłn Ăntegra, absorbe al lector en un acto que hipnotiza y lo devuelve a la realidad con optimismo y otras maneras de enfrentar la vida.Â
Ediciones La Luz tambiĂ©n reajusta su programaciĂłn en esta difĂcil etapa que estamos viviendo. Seguimos con el plan editorial, los editores desde sus casas y luego la misma cadena de diagramaciĂłn, correcciĂłn, ediciĂłn… Somos un equipo, que extraña sin dudas nuestra Casa Editora, porque es precisamente asĂ, una casa, con aires de instituciĂłn.
La ventaja y la alegrĂa es que todos somos escritores, de esta manera a la hora de trabajar podemos lograr una empatĂa tal con el autor y comprender sus interioridades. Al estar paralizados por el Coronavirus, hemos querido insistir y hacerle comprender a los jĂłvenes, a las personas en general, que este es el momento crucial donde el arte salva. Desde sus casas y a travĂ©s de las redes estaremos incitando a la lectura, porque nuestro sello ha publicado todos los gĂ©neros literarios a lo largo de los años. En la Ăşltima campaña comunicativa, el equipo editorial estuvo inmerso en la creaciĂłn de libros electrĂłnicos y audiolibros, spots radiales y televisivos haciendo alusiĂłn bajo la etiqueta #alaluzseleemejor, porque leer poesĂa constituye un acto de sanaciĂłn.
Ofrecemos estas postales digitales que poco a poco se irán compartiendo a través de las redes, como alternativa o abrazo, percibiendo que desde la lectura lo imposible tiene otra perspectiva. Eso lo dicen hasta las paredes…
Liset Prego DĂaz | La NarraTK es una biblioteca sonora, colaborativa y virtual
*Publicado en Claustrofobias
Mamidela solo puede ser una anciana especial, una abuela seguramente. Eso es lo que uno piensa y afirma en cuanto observa en la imagen a la viejita en un sillón, muy cerca un niño, una niña y un gato. Uno se da cuenta que va a encontrar en Los cuentos de Mamidela un universo fabuloso, como es el universo de los narradores de cuentos.
Y estos cuentos tienen otra magia, se escuchan en la propia voz de sus escritores o un lector muy atento lo reproduce en su voz. TambiĂ©n tienen la particularidad de ser introducidos por un breve texto jocoso, dulce, de su guionista y directora Liset Prego DĂaz. Liset aporta guion y voz. Pero antes de que existiera la imagen, parece que en la misma convocatoria Mamidela enviaba un susurro para que los amigos colaboraran con su nieta de la tercera generaciĂłn de Adela.
Los créditos de Los cuentos de Mamidela
Liset me cuenta que entre las colaboraciones imprescindibles está la de Alain Romero Cuba, el ilustrador que ya ha puesto su talento al servicio de libros cubanos dedicados al universo infantil, aceptĂł de inmediato a darle imagen a Mamidela, a quien conociĂł en la Feria del Libro de HolgĂşĂn 2019. Le propuso el proyecto y a Ă©l le encantĂł la idea. En pocos dĂas creĂł la imagen que sirve de portada al podcast Los cuentos de Mamidela.
Por su parte, Alain me escribe:
“Desde que empezĂł el aislamiento por la pandemia del COVID-19 vi que muchos artistas contribuĂan ofreciendo su arte al pĂşblico para ser disfrutado desde sus casas: canciones, conciertos, libros y lecturas, videos de danzas en las redes, entre otras. Siempre considerĂ© que era una actitud muy noble y me preguntaba, como ilustrador, quĂ© podĂa hacer yo, cĂłmo aportar a esta causa comĂşn y ofrecer algo tambiĂ©n. Al recibir la invitaciĂłn de Liset para hacer la portada de Los cuentos de Mamidela, me sentĂ muy feliz, pero, sobre todo, Ăştil. Este es mi primer aporte a la campaña para que la poblaciĂłn disfrute desde casa y, ojalá, no sea el Ăşnico“.
Pero en la misma ilustraciĂłn se lee que la ediciĂłn corresponde a Marjel Morales Gato y aquĂ no se sobreentiende ni se piensa que Marjel y Liset tienen una familia: Adela LucĂa (otra generaciĂłn de Adela), y Marjelito; sus hijos.
En los crĂ©ditos de la mĂşsica aparecen nombres de creadores cubanos que viven dentro y fuera del paĂs: Edelis Loyola, Rita del Prado, DĂşo Karma y el trovador Alito Abad. En cuanto a la mĂşsica he sido muy dichosa al recibir la autorizaciĂłn de creadores cubanos, escribe Liset, con ellos voy conformando el resto de la sonoridad de los cuentos de compañĂa. En la ilustraciĂłn se escribe tambiĂ©n el tĂtulo de cada cuento y el nombre del autor.
El ejercicio de la promoción es mágico, retador, y necesario…
Liset, la directora y madre, es periodista del semanario ¡ahora! de la oriental provincia de HolguĂn. Máster en Ciencias de la ComunicaciĂłn y editora de Ediciones La Luz. Egresada del Centro de FormaciĂłn Literaria Onelio Jorge Cardoso. Su primer libro La casa de los gatos perdidos, está en proceso editorial y fue incluida en la selecciĂłn La joven luz: Entrada de emergencia. selecciĂłn de poetas en HolguĂn, ambos preparados por Ediciones La Luz.
Desde el 5 de marzo de 2019 emprendiĂł en el portal Cubadebate el podcast Manual para padres impacientes. Pudiera decirse que este trabajo y sus resultados ha sido la confirmaciĂłn para explorar el mundo del podcast. Recientemente, en la entrevista La escritura como un obstinado ejercicio de expresiĂłn vital, que le concediera al periodista Erian Peña para el portal de la AsociaciĂłn Hermanos SaĂz, Liset afirma que ha redescubierto, desde que trabaja en La Luz que el ejercicio de la promociĂłn es mágico, retador, y necesario. Y deja claro:
“…la hipermedia es el presente, no ya el futuro, el mundo se mueve en bits y quien no se adecue a esta realidad simplemente se estanca. No se trata de abandonar al libro tradicional, tan necesario, sino de abrir el abanico de posibilidades para los lectores, la pluralidad de soportes y lecturas desde códigos diversos y el establecimiento de un diálogo con la generación emergente”.
ÂżEntonces cĂłmo llegan los escritores al proyecto Los cuentos de Mamidela?
LancĂ© la invitaciĂłn en Facebook y etiquetĂ© a algunos amigos del mundo literario cubano. Enrique PĂ©rez, Eldys Baratute, RubĂ©n RodrĂguez, Maikel JosĂ© RodrĂguez Calviño, Leonel Daimel, Yadián Carbonel, algunos periodistas, amigos, promotores, en fin mucha gente, y a ti. Algunos respondieron encantados, otros han prometido ayudar. Al momento de esta entrevista han salido tres episodios pero tengo en producciĂłn al menos cinco más. Han colaborado con sus textos RubĂ©n RodrĂguez, Yadián Carbonell, Yunier Riquenes, Lilibeth Alfonso, Leonel Daimel, y Adela LucĂa, mi hija, que es otra lectora voraz, leyĂł poemas de Alexis DĂaz-Pimienta.
ÂżCĂłmo naciĂł esta idea de la NarraTK?
Hace unos meses le comentĂ© a mi papá que me gustarĂa hacer un podcast o repositorio de cuentos en audio para los niños que no tenĂan cerca a sus padres o para que los padres les dejaran a los hijos en su voz por si estaban fuera de casa. En principio era para los niños con trastorno por dĂ©ficit de atenciĂłn e hiperactividad. Luego comenzĂł la cuarentena y fue el momento de hacer algo, por los otros y para mantenernos activos.
Siempre digo que tengo musa hidráulica, las mejores ideas me surgen cuando friego o lavo, tengo mucho tiempo conmigo misma para cavilar mientras corre el agua. Con los cuatro en casa todo el dĂa por semanas hay mucho por fregar. AsĂ sugiĂł la NarraTK, con el propĂłsito de acercarnos con la voz y con el basamento además de la literapia, la literatura como recurso terapĂ©utico. Bajo el principio de la construcciĂłn colectiva de sentidos producimos un texto sonoro, en este caso para comunicar la literatura. Es a fin de cuentas una biblioteca sonora colaborativa, virtual y gratuita para los niños que están en aislamiento social o enfermos para los que tienen a sus padres lejos por trabajo o causa de la pandemia y para cualquier amante de la narraciĂłn oral. O sea, la NarraTK es un proyecto más ambicioso que aĂşn no termino de dimensionar y vislumbrar y el podcast Los cuentos de Mamidela está dentro de Ă©l.
¿Cómo fuiste recibiendo los audios, en cuántos formatos los recibiste?
Ha sido una aventura, porque las vĂas son electrĂłnicas y no todos son muy duchos o tienen saldo y megas, además descargar los archivos de audio que han llegado por WhatsApp, Facebook o Gmail ha sido en muchos casos un reto. Pero hemos buscado alternativas para por fin obtenerlos. Algunos con mejor calidad que otros lo que me ha llevado a seguir el consejo de un amigo realizador de establecer algunas pautas básicas para la grabaciĂłn y envĂo, nada complicado solo rudimentos elementales que ayudarán a la calidad del podcast.
¿Quién edita los audios? Es como un ejercicio familiar donde participa la familia. ¿Cómo es el proceso?
Es preciso trabajar en equipo porque no soy machete – bumerán – mortero. Mi esposo, Marjel Morales Gato, que tiene una inteligencia muy diversa, es el editor, diseñador y Comunity Manager del proyecto. LucĂa es sujeto de prueba junto a su hermano de 3 años, Marjelito. AĂşn probamos para diseñar la dramaturgia de cada podcast, porque todo es muy espontáneo y urgente. Por el dĂa escribo los guiones, gestiono los audios de los amigos colaboradores y muevo las cosas en las redes. Edito los libros pendientes de Ediciones La Luz y escribo y gestiono cosas para el periĂłdico ¡ahora! Ah, igual lavo, cocino, friego, recojo regueros infinitos, regaño a los niños que están impacientes por la cuarentena, los acompaño en algĂşn invento y tomo cafĂ© hasta la gastritis irreversible. Grabo de madrugada cuando los niños se han dormido y sorteo los romances de los gatos callejeros, las serenatas de los gallos de los vecinos, los sonajeros de mi terraza y los perros guardianes dando el parte. Mi estudio es la cocina. Mi equipo la grabadora con la que hago periodismo, una Olympus digital. Nuestra computadora una laptop anciana que comparto por turnos con Marjel. Luego Ă©l edita, tambiĂ©n de madrugada. Por el dĂa somos zombies, porque los niños se levantan normalmente y nosotros estamos muertos. Por eso a veces me sale la voz un poco cansada.
¿Por qué el nombre? ¿Por qué Mamidela?
NarraTK es obviamente la conjunciĂłn de narrar y biblioteca, o sea es una biblioteca de narraciones. El podcast se llama Los cuentos de Mamidela como homenaje a mi abuela Luz Adela Beltrán SarracĂ©n, primera de su nombre, reina del arroz con leche, quiĂ©n era una extraordinaria narradora y a quien mis primos le acortaron el nombre hasta que comenzĂł a sonar Mamidela. En este momento su matriarcado llega a las ocho Adelas, yo soy la tercera: Liset Adela. Hace tiempo estaba por hacer como un homenaje a ella, siento que se fue y yo me quedĂ© con muchas deudas. No creo que esa sea la soluciĂłn, pero creo que es un ejercicio de sanaciĂłn, de duelo necesario y más allá de eso lo hago a partir de las cosas buenas que me dejĂł. De ahĂ saliĂł ese cuento el primer podcast, ahĂ está todo lo que querĂa haberle dicho.
HabĂas tenido antes un trabajo con los audiolibros, con la producciĂłn de Ediciones La Luz, ÂżcĂłmo ha sido ese recorrido?
En realidad mi trabajo en La Luz con los audiolibros ha sido más de promociĂłn, pues aunque participĂ© en el audiolibro La joven Luz: entrada de emergencias, fue como autora y editora de textos; en Dice el musgo… LucĂa hace las presentaciones de las pistas. Donde tenĂa un poco más de experiencia era en los podcast, en los cuales incursiono desde hace un año en Cubadebate y en ¡ahora! con Manual para padres impacientes. Un podcast utilitario con consejos, recetas de cocina, comentarios y reseñas literarias escritas y en la voz de LucĂa, que comenzĂł a hacerlos con 8 años. Con este podcast ganamos el premio de la ciudad en ComunicaciĂłn Promocional, en Hipermedia. Ahora tambiĂ©n estamos sacando unos podcast de cuarentena del Manual, vamos por cuatro episodios hasta hoy, sale lunes y viernes.