Leidy González
«Siempre busco algo nuevo»
Cuando leo a Leidy González Amador, recuerdo a la niña que fui. Una niña que lo cuestionaba todo y a la que no le gustaban las historias fáciles. Aunque volver a la infancia es un estado utópico, los breves instantes en que me sumerjo en uno de los libros de esta joven, son mi oportunidad íntima para un ejercicio de la memoria. Y me gustaría que otros tuvieran esa misma sensación o experimentaran su propio viaje a través del mundo del recuerdo; un viaje diverso, discreto y lleno de la maravilla que Leidy sabe retratar.
¿Cómo nace el interés por develar fragmentos de la Historia a través de la literatura?
En mis libros trato de dialogar con asuntos, situaciones, sociedades… Los intento comprender, ponerlos a la vista de los lectores para que, a partir de allí, surjan criterios y reflexiones. La Historia es uno de esos asuntos que me interesa. Por lo que, llegado el momento, iba a formar parte de lo que escribo.
¿Hasta qué punto nuestra Historia más reciente, y especialmente la referida a las Guerras de Independencia, impacta en tu creación?
Me he reconciliado con la Historia Cubana a partir de que he tenido la madurez para estudiarla y sacar mis impresiones, sin verme presionada a repetir conceptos encartonados.
La Historia que memoricé en mi etapa de estudiante, la que me explicaban desde un libro breve y “correcto”, poco tiene que ver con la que ahora voy conociendo. Ese descubrimiento del alma de la Historia de nuestro país es lo que impacta en mí como creadora. Y cuando estamos ante algo tan genuino como lo que se sentía, lo que se vivía durante las Guerras de Independencia, tanto de un bando como de otro, eso hay que intentarlo contar, hay que intentarlo escribir.
¿De qué manera abordas y estudias personajes como Maceo y Gómez sin caer en el discurso trillado, repetitivo, que transforma en mármol al héroe?
Cuando se pretenden dar ejemplos de moral, ética, patriotismo, magnificando las virtudes de un personaje histórico hasta convertirlo en un semidiós, lo estamos hundiendo. Le estamos quitando la credibilidad. Yo escribo sobre sentimientos, egos, errores… Cuando tropiezas, por ejemplo, con el hecho de que Gómez lo mismo dirigía un acontecimiento militar como lo fue la Invasión y, a su vez, tenía la sensibilidad para el teatro, la poesía, te das cuenta que hay matices, que estamos hablando de personas. Y cuando a esas personas las llevas a convertirse en un personaje literario, te van a responder en cuanto a una psicología, a una organicidad… Para que el héroe no quede transformado en mármol, sencillamente hay que admirarlo pero también cuestionarlo.
¿Cómo concibes y entiendes el proceso de escribir para niños?
Es una mezcla de sutileza, desenfado, rigor, conocimiento. Un conocimiento no solo sobre técnicas escriturales sino también sobre el panorama nacional e internacional de la LIJ (hasta donde se pueda). Hay que aprender sobre sicología, conocer algo de ese cine con el que tanto se identifican la mayoría de los niños. Te diría que, resumiendo, hay que observar, escuchar, y saber que nunca más volveremos a mirar el mundo desde la infancia, pero que podemos escribirles historias a los niños que les ayuden a embellecer y a mejorar el suyo.
¿Cuáles son las principales virtudes y las principales carencias de la literatura hecha por jóvenes en nuestro país?
Virtudes: creo que en la mayoría de los casos no paramos de trabajar. Buscamos temas, leemos, sacamos información. Como escritores no nos alejamos de la sociedad sino que tratamos de que nuestra literatura sea funcional en ella.
Carencias: nos falta limpieza escritural, maduración de los proyectos. Y, sobre todo, hay mucha prisa. Mucha prisa por llegar a esos sitios en los que no te coloca la cantidad de publicaciones ni la cantidad de premios recibidos, sino la calidad y humanidad de la obra, y eso se construye con talento pero también con paciencia.
En el campo de lo promocional, ¿hasta qué punto influye el esfuerzo individual en contraposición con el esfuerzo institucional?
En mi caso particular, no tengo energías para promover mi obra. Es una cuestión de personalidad, de humores, de aptitud; y en mí no está el espíritu del promotor. No obstante, el que lo tenga, debe utilizarlo en su máxima expresión y esperar de ello el mejor resultado posible, porque el esfuerzo institucional depende de rachas, intereses, altibajos y en ocasiones… no existe.
El escritor, devenido también promotor de su propia obra, ¿es una ganancia del proceso creativo actual o un ejercicio que ventila únicamente las festividades de ego?
Depende del sujeto en cuestión. Es una ganancia porque el escritor se muestra lejano a ese concepto del bohemio sin causa ni pretensiones. Se muestra como un ser social en armonía con la dinámica actual de la inmediatez, el mercado, porque entre sus tantas definiciones, el libro también es un producto comercial. Y por supuesto que es una festividad del ego que no siempre tiene que ser dañina pero que hay que saber manejar.
Existe una tendencia a escribir libros para ganar premios. ¿Hasta qué punto los premios favorecen o entorpecen la creación?
La cuestión no son los premios sino el escritor. A mí me gusta concursar y también ganar. No tengo miedo de reconocer que hay libros que cuando estoy escribiendo, los veo concursando en determinado certamen. Pero tengo algo claro: los premios no resisten al tiempo, eso solo lo hace la obra. Los premios te brindan una visibilidad, una posibilidad más rápida de publicación, te engrosan el curriculum, pero no te garantizan ni la calidad, ni el talento, ni un aporte real a la Literatura.
Si lo miras así, con esa cierta practicidad y desenfado, los premios favorecen. Pero si los miras como la confirmación absoluta de que solo ganarlos te consolida como un buen escritor, estás perdido. Porque el premio surge de un grupo de criterios totalmente predispuestos por condiciones, experiencias, conceptos… y esos y otros tantos factores pueden juzgar para bien o para mal.
¿Los escritores somos criaturas en busca de un nuevo estímulo o una nueva meta constantemente? En ese sentido, ¿eres de aquellos autores que deja de dialogar con sus libros previos para concentrarse en los proyectos presentes y futuros, o prefieres a menudo revisitar lo ya escrito?
Siempre busco algo nuevo, mejor, o al menos distinto cuando estoy escribiendo. Las metas pueden variar, pero la ilusión de que mi nueva historia tiene algo único espero no perderla, porque entonces escribir sería muy aburrido. Estoy satisfecha con mis libros publicados, aun reconociendo sus carencias. No los visito constantemente ni tampoco omito los que hoy por hoy considero menos logrados. Pero mi principio es que cada libro que escribo tiene que responder al tipo de escritora que quiero ser: una escritora con una buena historia y un rigor escritural. Ahora, después de escrito cada libro toma su curso y corre su propia suerte.
Sobre las promociones de escritores que nos anteceden, ¿se puede aprender aún de sus procesos, o son estas escrituras que ya poco o nada dialogan con nuestra realidad creativa?
Hay que conocer lo que nos antecede para saber valorarlo y decantarlo. No creo que todo lo que ya esté patentado, e incluso canonizado, es siempre mejor que lo contemporáneo. Ni pienso que lo contemporáneo es siempre más novedoso que lo ya escrito. Aquí pasa un poco como con lo que hablábamos antes sobre los héroes, porque hay ciertos escritores en la literatura infantil y juvenil cubana que están siendo estancados, a los que no se les da la oportunidad de una relectura crítica, e incluso el hecho de no considerarlos como referentes podría ser hasta mal visto.
Hay grandes nombres cimentados en la LIJ cubana, no hay duda, pero a esos nombres ya se les tienen que añadir otros que los emulan, que los complementan. En fin, cada escritor hace su panteón con aquellos que dejaron una obra que les marca. Es como cuando un seguidor de fútbol hace su Equipo Ideal. Según la literatura que deseas hacer, así serán tus referentes. No creo que haya un solo escritor que no le deba algo a las generaciones que le antecedieron.
Del género narrativo al poético, ¿necesita tu creación realizar un ejercicio de muda, de síntesis o abstracción, o fluyes de un género a otro de manera natural?
Por suerte todo fluye y cada vez se complementa más. En mis últimos libros de poesía, Los viajes del señor Flamel, El Dios tuerto y El enamorado de la maestra, los poemas suceden en función de un hilo condutor, de una historia contada en versos, sin perder de vista el lirismo, la diversificación de estrofas poéticas y demás peculiaridades de la poesía. Y en la narrativa hay zonas que necesitan de cierto lirismo para provocar el efecto deseado en el lector. Me dejo llevar y eso crea un equilibrio que me favorece a la hora de escribir.
¿Hasta qué punto influyen en ti, por semejanza o diferencia, las escrituras de aquellos con los que compartes un espacio simbólico, sea este una temporalidad o zona geográfica?
Caí de pie en la vida literaria de Santa Clara, no te lo puedo decir de otra forma. Desde un inicio fui cercana de grandes escritores y, como grandes al fin, me trataron con bondad. Por eso escuché y escucho lo que tienen que decir sobre la literatura aunque no lo comparta en su totalidad. Te puedo mencionar a Maylén Domínguez, Noel Castillo, Lidia Meriño. Y cómo no hablarte de Mildre Hernández, quien supo darme las herramientas para iniciar mi vida literaria, pero también supo darme espacio para que su estilo no me tragara.
Las maneras de hacer literatura en Cuba son variadas, como es de suponer; unas me gustan y otras no, pero quiero conocerlas y creo que por eso leo tanto. Todo influye, lo que te gusta y lo que no. Lo que te gusta porque quieres emularlo, decirlo a tu manera. Lo que no te gusta, porque te deja claro que ese no es el camino.
¿Se escribe en Cuba con una mirada localista? ¿Se escribe con limitaciones?
Hay una literatura de consumo nacional que a mí me preocupa. Me preocupa porque no quiero verme enmarcada dentro de esa tendencia, y me preocupa porque estamos deformando a los lectores. He escrito sobre la realidad cubana porque me interesa, porque allí también hay buenas historias. Pero Cuba no es mi límite para escribir. Hay una creencia muy pobre de que para que el público te entienda tienes que contarle desde su realidad, y muchas veces los concursos favorecen este tipo de mentalidad. ¿Cuál es el resultado?: que hay libros maravillosos, distópicos, inteligentes que pasan sin hacer ruido, y hay libros intrascendentes pero con una historia localizada en Cuba, que se llevan las reseñas, premios y demás promociones.
Hay una muy cuestionable y reducida definición de la identidad cubana que se hace patente en los medios de comunicación, y eso influye en la literatura. Al final, estamos encerrándonos en una burbuja literaria nacional, creyendo que es el único código posible para que el público infantil o juvenil se sienta identificado, y los niños y jóvenes de Cuba sí leen lo que escribimos y puede que les guste, pero también ven películas de Pixar y series de Netflix con la misma o mayor intensidad.
En los tiempos que corren, ¿quién o qué es el escritor?, ¿qué lugar tiene en el mundo?, ¿por qué crear?
El escritor es un trabajador más, con un lugar en la sociedad que debe ser respetado y reconocido según su talento y que, como trabajador al fin, tiene una tarea que cumplir: escribir historias que ayuden a los lectores a comprender la vida.
Como lectora especializada y como escritora, ¿qué buscas en un libro?, ¿a qué calificarías como un buen libro?
En un libro busco una buena historia, no tiene que ser tan novedosa ni tan original; solo tiene que estar bien contada, mostrar vida, ambigüedades, tener personajes creíbles y no olvidar la belleza aún en las circunstancias más tristes. Para mí un buen libro es el que entretiene, crea dudas, criterios encontrados, dice lo justo y propone el resto.