Lanthimos
Con ojos de cinéfilo #10
Los textos que aparecen a continuación –fragmentarios, arbóreos, convergentes– no pretenden, quizá salvo algunas excepciones, acercarse a un filme en todos o la mayorÃa de sus elementos, cuestionarlo ensayÃsticamente, criticarlo; parten más bien de cuestiones especÃficas, escenas, momentos a “atraparâ€, guiños desde la posmodernidad y desde la mirada del homo ludens. Más que otra cosa, estos textos son las recomendaciones de un cinéfilo empedernido, que cuando le preguntaron si preferÃa el cine o la sardina, eligió sin dudas al primero. PelÃculas para finalizar un año y empezar otro, para seguir soñando con ojos de cinéfilo.
La reina tiene su favorita
Premiada en los más disÃmiles festivales cinematográficos, La favorita (Yorgos Lanthimos, Reino Unido, 2018) sustenta su éxito en tres cuestiones fundamentales: una triada de talentosas actrices, un guion construido desde el detalle, y el preciosismo manierista en su conjunto.
Lanthimos (Kinetta, Canino, Alps, Langosta y El sacrificio de un ciervo sagrado) se adentró en un territorio —las intrigas palaciegas, la corte y sus escaramuzas, el poder, esa palabra sobrevolando la historia, en toda la extensión del término— que no por explor(t)ado deja de ser atractivo.
Lanthimos lo sabe: los pasadizos de palacio aún esconden muchas patrañas. Y aunque el propio director griego ha declarado que no le interesa la precisión histórica del filme, sino el desarrollo de los personajes, como pocas veces se ha visto en su cine, donde estos suelen alejarse en busca de una cierta impersonalidad atractiva, pero rasante con lo irreal, los hechos en los que se basa La favorita son verÃdicos, y ahà uno de los puntos a favor de un guion en el que por primera vez no participa el propio director, creación de Deborah Davis y Tony McNamara: a inicios del siglo XVIII, la última Estuardo, Anne, en la piel de una magnÃfica Olivia Colman, delante de la que cualquiera se quita el sombrero una y mil veces, reinaba en Inglaterra junto a lady Sarah Marlborough (una inigualable Rachel Weisz, que ya vimos en Langosta, junto a Colin Farrell). Siendo una reina débil y enfermiza, Anne dejaba en manos de su entonces favorita todos los asuntos de Estado, por lo que lady Sarah actuaba en temas polÃticos, incluidos las varias tensiones en la corte inglesa, bélicos y económicos.
Hasta ahà la parte histórica, los cimientos de alguna manera reales en los que se basó el guion, si no fuera por el tercer personaje femenino de la triada: una nueva sirvienta, Abigail (Emma Stone), que con las mañas de su encanto, tÃpico ejercicio palaciego, seduce a Sarah, y trata de escalar la estructura social para regresar a sus raÃces aristocráticas perdidas. Y lo hace mediante un acercamiento paulatino a la Reina, mientras Sarah dedica su tiempo a la polÃtica real.
Aquà todo se lo lleva el ganador, o sea, la ganadora, en este caso tres: una Olivia Colman —la vimos también en Langosta, aunque no en un papel con tanto peso— que se supera en cada minuto: irascible, patética, palabra que se deriva del griego pathethikós: “sufrir, experimentar un sentimientoâ€, pero capaz de destilar un humanismo desconcertante; una Rachel Weisz, con su atractiva androginia, que sale airosa de ese rol de tanto peso polÃtico como sexual, pues en la corte, lo sabemos, la alcoba era tan importante como la polÃtica; y una Emma Stone aparentemente lánguida, pero cuidado, que su mirada oculta más de una verdad.
La favorita es una tragicomedia con visos de humor negro, una farsa delirante que se torna un drama de época bastante fidedigno, gracias a la dirección de arte. El trasfondo de todo esto, de la relación entre la reina Anne, Sarah y Abigail, es el poder y sus maquinaciones: el ascenso, la caÃda y la decadencia de casi todo el mundo, la ambición que mueve un triángulo amoroso en clave femenina —como pocas veces se ha visto en el cine de un Lanthimos más frÃo y calculador, más sádico—, que se explica a través del ejercicio del poder.
Las protagonistas —la triada que levanta el filme a otros planos— se mueven en las trampas de sus propias estrategias de seducción, dominación y sumisión. El poder, parece decirnos Lanthimos, es la forma más descarnada del amor. En esta pelea por el favor de una reina indecisa, tan peligrosa como lo puede ser una mujer hambrienta de afecto, todo verdugo se convierte en vÃctima, y viceversa. En la pugna por la ascensión social de Abigail y por el control de la escena polÃtica que Lady Marlborough realiza desde palacio, hay algo más que codicia y ambición: hay, nos dice, algo enfermizo llamado amor, que, por primera vez en el cine de Lanthimos, sustituye el rigor brechtiano y la misantropÃa cósmica, por algo parecido a la empatÃa.
Aunque la ubicua cámara de Robbie Ryan se mueve mayormente entre un gran angular y un ojo de pez, con movimientos semicirculares haciendo de contraplano para mostrarnos a los personajes y toda la ornamentación que les acompaña, planos simétricos, slow motion y suntuosos travellings propios de un cine dotado de mayor presupuesto y con reminiscencias a Stanley Kubrick, pero que llegan a ser algo desconcertantes por momentos, el filme posee un toque de actualidad, un cierto anacronismo velado que aporta un grado de perplejidad, incluso de sorpresa. Además sus protagonistas, poseedores de fidelidad histórica, poseen un cariz de modernidad, un desparpajo que torna más atractiva esta trama irreverente, propia del griego Lanthimos y sus conflictos sorprendentes, insólitos, provocativos y hasta, podrÃamos decir, inverosÃmiles, pero con un toque de humor absurdo y satÃrico; sobre todo en la surreal Colmillos y la distópica Langosta, y en menor medida en la magnÃfica cinta que es El sacrificio de un ciervo sagrado. Donde muchos ven influencias del Kubrick de Barry Lyndon, encontramos también el tratamiento de la maldad y la perversión con un sadismo ácido, propios del cine de Michael Haneke.
PelÃcula con un barroquismo visual —y escenográfico— sorprendente, audaz e irreverente, como el propio cine de Lanthimos, pero, a diferencia de sus antecesoras, con cierta fibra humana que estas carecÃan, en busca de un extrañamiento exprofeso, La favorita —que también posee su parte de todo esto, pues, ante todo, alza el estandarte Lanthimos, con varias de las obsesiones reconocibles en el cine del director griego: los rituales de control y dominación de Canino, la complicación de la asimilación de la muerte de Alps, la imposibilidad y puerilidad del amor puro de Langosta, la tragedia griega de El sacrificio… o la relación del individuo con la sociedad presente en todas ellas— bien merece los tantos lauros.
La reina tiene su favorita, aunque cambie en dependencia de sus caprichos e inestabilidades. Yorgos Lanthimos también. Yo tiraré los dados al azar, pero casi apostarÃa que cada vez que estos caigan sobre el suelo, veré el rostro maquillado de Olivia Colman.
Los múltiples rostros de Meryl Streep
Desde su aparición en Julia, filme de 1977 de Fred Zinnemann, con un pequeño papel, si algo es seguro en su carrera de más de 40 años es que Meryl Streep no ha dejado impávido a nadie.
Hay muchas otras cosas seguras, sin dudas, por algo Meryl ha sido considerada por la crÃtica cinematográfica, en encuestas realizadas por importantes revistas, como “la mejor actriz del mundoâ€. Incluso más de una vez la han llamado “una de las mejores actrices de todos los tiemposâ€. Muchos nos hemos quedado embelesados por el histrionismo de esta mujer nacida en Summit, Nueva Jersey, en 1949 (por lo que el pasado 2019 Meryl cumplió 70 años).
Graduada en arte dramático en la Universidad de Yale en 1975 y tras trabajar en producciones teatrales en Nueva York y Nueva Jersey, como Enrique V, La fierecilla domada, Measure for Measure, Happy End, y ganar un premio Obie por su participación en Alice at the Palace, Meryl Streep empezó a audicionar sin mucho éxito para obtener algún papel en el cine. De esos momentos es conocida la anécdota con el famoso productor italiano Dino De Laurentiis, quien le preguntó a su director de casting por qué le habÃa traÃdo a “eso†tan feo en una audición para el rol protagonista de King Kong en 1976 (papel que conseguirÃa, finalmente, Jessica Lange). Meryl le contestó en perfecto italiano: “Siento mucho no ser lo suficientemente guapa que requiere el papel, pero eso es lo que hayâ€. Su verdadero salto a la fama serÃa en 1978, cuando protagonizó la serie de televisión Holocaust, interpretando a la sufridora mujer de un artista judÃo en la Alemania nazi —por la que ganó un Premio Emmy—, y participara como la novia de Robert De Niro en la pelÃcula The Deer Hunter, que supondrá su primera nominación al Oscar y el comienzo de la formación de una de las más grandes leyendas del cine. Desde entonces no ha dejado de iluminarnos.
A partir de ese momento, Meryl Streep no ha parado de darnos interpretaciones en el cine igual de extraordinarias como diferentes: Kramer vs Kramer (1979), que le dio su primer Oscar; Manhattan, de Woody Allen, ese mismo año; The French Lieutenant’s Woman (1981), del inglés Karel Reisz, y otros más recientes como Rendition (2007), Dark Matter (2007), Evening (2008), Lions for Lambs (2008), The Manchurian Candidate (2004), Lemony Snicket’s a Series of Unfortunate Events (2005), A.I. Artificial Inteligence (2001) y The Homesman (2014). Y como vemos, se atreve con cualquier género: biopics, dramas históricos, bélicos, románticos, comedias, musicales, melodramas, ciencia ficción, fantasÃa, thrillers…
Fue en 1982 cuando alcanzó la madurez interpretativa con Sophie’s Choice, de Alan J. Pakula, papel que le otorgó su segundo Oscar, esta vez a la Mejor Actriz. Su rol como Sophie Zawitowski, una mujer polaca superviviente al Holocausto con un turbulento y trágico pasado y un triángulo amoroso entre un joven escritor y un intelectual judÃo, es, para muchos, el mejor papel de su filmografÃa; una Meryl Streep única, inmejorable e irrepetible. No en vano es considerada la tercera mejor interpretación de la historia, según el American Film Institute, por detrás del Lawrence de Arabia de Peter O’Toole y el Terry Malloy de Marlon Brando en On the Waterfront; o sea, la mejor interpretación femenina de la historia.
A pesar de que en 1985 volvió a sufrir otro “pequeño episodio sexistaâ€, cuando Sydney Pollack dudó en contratarla para el papel de Karen Blixen en Out of Africa por no considerarla suficientemente sexy, el filme fue un triunfo y es, hasta la fecha, uno de sus éxitos.
En cambio, los comienzos de los 90 no fueron una época fácil para la Streep. Su aparición en el género de la comedia con pelÃculas como Postcards From the Edge (1990), Heartburn (1987), Defending Your Life (1991) y She-Devil (1989) fueron interpretados como un intento de reponerse tras varios dramas fallidos. Entonces Meryl no solo cambió sus prioridades al cumplir los 40, sino que empezó a poner en evidencia las polÃticas sexistas de la industria, denunciando la ausencia de roles femeninos y la falta de paridad en los salarios: “Cuando una actriz alcanza los 40, ya nadie se interesa más por ellaâ€. De hecho, según la propia Streep, la satÃrica Death Becomes Her (1992) es un clarÃsimo ejemplo de los que llamó “los muertos vivientes de Beverly Hillsâ€, donde interpreta a Madeleine Ashton, una superficial diva de Hollywood que, atrapada por la competición tóxica entre mujeres en la industria, acoge el secreto de la eterna juventud con terribles consecuencias. “Era como filmar un documental sobre la fijación con la edad en Los Ãngelesâ€, aseguró entonces la enigmática actriz.
Otro claro éxito serÃa The Bridges of Madison County, un punto de inflexión en su carrera. La cinta del clásico Clint Eastwood de 1995, que relata el romance que se produce entre un fotógrafo del National Geographic y una ama de casa aburrida de su rutina en la campiña en el centro de Estados Unidos, supuso el relanzamiento de Meryl tras varias duras crÃticas recibidas. La interpretación de una abrumadora y apasionante Francesca Johnson la volvió a colocar en el punto de mira de cineastas y de los espectadores, demostrando ser la primera actriz de mediana edad en ser tomada en serio en Hollywood como heroÃna de un filme romántico.
Siguiendo esta estela, vendrÃan papeles como el de Miranda Prestly en The Devil Wears Prada, la poderosa editora de una revista de moda rodeada de glamour y fortuna; pasando por Donna Sheridan y Jane Adler, en Mamma Mia e It‘s Complicated, respectivamente, dos mujeres que superan la mediana edad y que, sin embargo, poseen varios pretendientes; hasta llegar a su magnÃfica Julia Child en Julie & Julia, una mujer con un gran espÃritu libre y pasional.
Ferviente defensora de la importancia de la formación para aquellos que quieran tomar la interpretación como vÃa profesional, Streep tiene su propia filosofÃa sobre el significado de la interpretación y su naturaleza. Para ella, lo más importante ante todo es la curiosidad. Todo actor, según comenta, deberÃa aprender sobre la condición humana y sobre el mundo que nos rodea. Constantemente conecta su arte —asà es como ella se refiere a la interpretación, como un arte— con la vida, enfatizando en su importancia como componente necesario de las cualidades humanas. Meryl no se muestra partidaria de las fórmulas interpretativas provenientes del Actors Studio, las que encuentra excesivas, al llegar a decir que significa “tener que hurgar en tu vida personal de una manera compulsiva y desagradable para uno mismoâ€, pues “actuar no significa pretender ser alguien diferente. Significa encontrar las similitudes en lo que aparente es diferente y, luego, encontrarte a ti mismo allÃâ€.
Considerada “la reina de los acentos†—el danés en Out of Africa; el italiano en The Bridges of Madison County; el tÃpico de Minnesota en Prairie Home Companion; el irlandés en Ironweed; el polaco en Sophie’s Choice; el del Bronx en Doubt; un hÃbrido entre australiano y neozelandés en A Cry in the Dark, entre otros tantos acentos del inglés—, Meryl Streep acumula el mayor número de nominaciones a Premios de la Academia y Globos de Oro de la historia: más de 20 a los Oscar y 30 en los Globos, de los que ha ganado tres y ocho, respectivamente. Siempre con una actitud modesta hacia su propio trabajo y sus logros, Streep comenta que no sigue ningún método concreto a la hora de interpretar. Siendo una actriz mayoritariamente “externaâ€, donde exterioriza a sus personajes antes de comprender su psique, el aspecto camaleónico de Meryl nos ha sorprendido con transformaciones fÃsicas impresionantes, como sus retratos de Margaret Tatcher y Julia Child en los biopics The Iron Lady y Julie & Julia;  al convertirse en un rabino en la serie de televisión Angels in America; siendo una bruja perseguida por una maldición en el musical Into the Woods, o una madre superiora conservadora en Doubt; transformándose en auténticas divas en Death Becomes Her y The Devil Wears Prada; y, por supuesto, su paso vestida de cuero y llena de tatuajes en Ricki & the Flash. A todo ello, no hay que olvidar tantas transformaciones emocionales que también nos ha dejado en filmes como The Hours, August: Osage County, Adaptation y Silkwood.
Ahora que repaso la trayectoria de Meryl, a quien vimos recientemente en Mujercitas, de Greta Gerwig, recuerdo las palabras de otro ferviente admirador, Rufo Caballero, cuando, a propósito de Mamma Mia escribió: “Con Meryl Streep sucede que si usted quiere brillar, múdese urgente para otro planeta, porque este ya está copado. El único gran valor de la comedia reside en la comprobación, again, acerca de por qué la Streep está considerada la mejor actriz del mundo hoy dÃa, aunque competencia no es lo que falta. En esta pelÃcula, Meryl Streep salta, literalmente, y casi más que Annette Delgado o que Rómel Frómeta, baila, canta (no demasiado mal, para nada), actúa en todos los registros que imaginarse uno pueda: de la comicidad más carnavalesca a la interiorización dramática más emocionada. Nadie trabaja la emoción como ella, nadie la domina como ella. Hay que verla en el acantilado, entonando El ganador se lo lleva todo. Hay que verla, hay que oÃrla, hay que disfrutarla. Eso es actuar y lo demás son aproximaciones, genteâ€. Y es cierto, Rufo, ahà en Mamma Mia, y en buena parte de sus otros filmes, ella, Meryl Streep, la ganadora, se lo lleva todo.
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Casi todo el giallo del maestro italiano Dario Argento, rastreando sus obsesiones, sus clichés psicoanalÃticos, sus portentosas “coreografÃas†visuales, su violencia explÃcita que toca y se expande en lo morboso, pero al mismo tiempo resulta irreal y estetizada, desde Rojo oscuro (1975) pasando por el clásico que es Suspiria (1977) hasta La terza madre (2007). La belleza casi virgen, sonora, apabullante, de El piano, escrita y dirigida en 1993 por la neozelandesa Jane Campion, y ganadora de la Palma de Oro, ex aequo, en Cannes, con Holly Hunter, Harvey Keitel, Sam Neill y Anna Paquin, y banda sonora de Michael Nyman. Diablo (1972), una de las primeras pelÃculas del polaco Andrzej Zulawski, uno de los cineastas que más admiro, autor de clásicos como Possession y Lo importante es amar. Volver al neo-noir, que es revisitar el cine negro de los años 40 y 50 en cuanto a temas y elementos visuales, con Chinatown (1974) de otro polaco, pero nacionalizado francés, Roman Polanski, y Jack Nicholson, Faye Dunaway y el gran John Huston, director de El halcón maltés (1941), la obra que inaugura el cine negro. Alejandro González Iñárritu y Biutiful (2010). PelÃculas para finalizar un año y empezar otro, para seguir con ojos de cinéfilo.