Kíkiri de Cisneros


«Repentista para toda la vida»

A los tres años de edad no siempre los niños son capaces de formular oraciones completas o les cuesta comunicarse adecuadamente con sus padres porque no entienden todo lo que ellos intentan expresar con su incipiente lenguaje.

Antes de los tres, en la mayoría de los casos, es más difícil aún. Sin embargo, a la edad de dos años y medio un gallito de Cienfuegos cacareó su primera décima. El Kíkiri de Cisneros lo llaman desde entonces.

Hoy, con 22 años, ya no necesita aprender de memoria las décimas que le escribía su papá o recordar con colores la estructura de cómo “pegaban” los versos octosílabos.

Foto: Argel Ernesto González

El Kíkiri es un joven delgado, de aproximadamente un metro con ochenta centímetros, que camina como si llevara en sus hombros el peso de cada décima que ha recitado en veinte años.

En sus recuerdos siempre fue repentista. Defiende el verso improvisado, incluso, llevado a una nueva vertiente, el neorrepentismo. Es esta una mezcla en la que, guitarra mediante, confluyen la décima y la canción trovadoresca.

Al Kíkiri de Cisneros lo conocen más por este nombre artístico que por el que su madre le puso: Marcos David Fernández Brunet. Según dice, “yo crecí siendo el Kíkiri, y me enteré que era Marcos David después.”

Fue su madre, precisamente, quien nunca dejó que el niño repentista perdiera la esencia de ser también Marquitos. La vida es mucho más que escenarios y canturías. Detrás de todo eso está la escuela, crecer, la universidad, un alquiler en La Habana. “Isabel Brunet es la persona que tengo en todos los momentos de mi vida”.

“Mi madre y mi padre se separan cuando tenía quince años y les agradezco a los dos que nunca me sentí solo en ningún sentido. Pasa algo, levanto el teléfono y, en dondequiera que esté, aparecen los dos juntos. Eso no dejará de ser así”.

Cuando niño su papá era un símbolo, esa persona a la que quería parecerse, hacer décimas como él –y lo sigue siendo–, aclara. “Cada vez que hago una presentación lejos de él y la puede ver en videollamada, me dice: Oye, por aquí y por aquí no. Se pasa la vida corrigiéndome en todo y tengo la suerte inmensa de que lo haga”.

Su padre no ha sido el único guía en el camino de la improvisación. Agradece a Jorge Sosa y Alberto Vega Falcón, los profesores del taller de repentismo al que llegó con cuatro años cuando no sabía aún leer ni escribir.

“Todavía tengo mucho que agradecerle a Lázaro García, y a los hermanos Novo, quienes fueron los encargados de empezar a echarme un poquito de trova adentro y, por supuesto, a mis otros padres Nelson Valdés y Ariel Barreiro, que han sido los encargados de que me se presente con trovadores”.

Otra de las personas importantes en la vida del Kíkiri es esa a la que físicamente se parece muchísimo, aunque sus carácteres difieran: su hermano, Daniel Alejandro Fernández Brunet, un apasionado del arte como él.

“Mi hermano y yo nos amamos con la vida, discutimos, salimos, lo hacemos todo juntos, y de verdad que es de las personas a las que más amo y cuido. Eso será siempre así”.

Daniel no aprendió a hacer décimas, pero sabe cuando un verso está bien o no. Es otro de los pilares familiares que sostiene a Marcos. Hasta en los escenarios a veces lo ayuda con un pie forzado o una idea que luego el Kíkiri lleva a versos octasílabos.

“Siempre quise ser repentista. Desde que tengo uso de razón es lo primero en mi vida. Mi papá me enseñó a rimar, que para mí en ese momento era hacer que las palabras pegaran. Llegué a aprenderme de memoria 72 décimas que él escribió para mí. Estaban en una libreta roja que aún se conserva en casa.”

Al Kíkiri hacer décimas le salía natural. Comenta que cuando empezó la escuela pasó trabajo para redactar textos en prosa, porque, en su cabeza, estaba ya arraigada la estructura de los diez versos octasílabos.

Siempre le gustó la historia y el arte. Comenzó la Universidad estudiando Historia y Marxismo, y luego se trasladó para la carrera Historia del Arte, que cursa actualmente en su segundo año.

Aunque es estudiante universitario, desde los 17 años es miembro de la empresa de la música como artista profesional. Esta profesionalización es producto del premio por ganar el concurso Eduardo Saborí de repentismo con 15 años.

“Quiero vivir haciendo repentismo. No sé si eso representará vivir o mal vivir pero creo que no le puedo fallar a lo que me enseñó mi familia. No deseo hacer algo que no me guste por tener un poco más de dinero. Es mi decisión. Entonces, ahí estaré; no tendré la mejor casa ni el mejor alquiler, pero tengo lo que puedo, hago lo que quiero, y con eso me siento superfeliz”.

Vivir sin utopías nos hace más parecido a los animales y, como humanos, tenemos la capacidad de pensar, de tener sueños, sentimientos. Un alma que no sueña divaga por la vida sin un sentido real. “Creo que el reto que siempre me he puesto es no dejar de ser el mismo que salió de Cienfuegos, aquel que nunca quiso salir. Me identifico mucho con el niño de seis o siete años que fui”.

“Quiero tener treinta, cuarenta, cincuenta años, la edad a la que pueda llegar, pero con el mismo sello del muchacho aquel que pasa por las calles, por los escenarios regalando décimas y haciendo feliz a todo el que las acepte”.

-Si no querías salir de Cienfuegos, ¿por qué lo hiciste?

“A veces la vida no es como uno quiere, y la capital representa una buena oportunidad para todo muchacho de provincia. Así tuve que salir, mochila al hombro y con los sueños cada vez un poco más lejos. A veces me duele a llegar al fin de semana y no irme para la tierra a abrazar a mis padres, pero que todo sea por el objetivo de crecer en todos los sentidos”.

Según comparte, la Asociación Hermanos Saíz le ha permitido ser un joven de su tiempo. Le enseñó que el repentismo no solo es para los escenarios de personas mayores, sino que dentro de los públicos jóvenes cabe la improvisación,  ya sea en presentaciones para televisión, en festivales, cruzadas. Donde quiera que se presente puede estar el repentismo.

-¿Crees que te pareces a los jóvenes de tu tiempo?

“Creo que sí, por lo menos al círculo que uno se crea en el que se incluyen jóvenes del gremio, trovadores o no. Tengo amigos de todos los credos, con distintos pensamientos, y creo que el respeto es lo más importante. Algunos van a fiestas a las que no voy, y eso no quiere decir que ellos no le presten atención a lo que hago.

“Muchas veces encasillamos a las personas y sí, cada uno se desenvuelve en su entorno, que influye mucho, pero no es que no escuchen lo que está al otro lado. Aunque venga del repentismo también voy a fiestas y bailo, aunque lo haga mal -ríe-. Cuando entré al preuniversitario me chocó que venía de escuchar trova, repentismo, y ahí se escuchaba otro tipo de música”.

-¿Cómo te integras al grupo de preuniversitarios donde están los reguetoneros y reparteros?

“Es una cuestión de respeto al gusto de cada cual. Aquí todos hemos necesitado en algún momento de la vida irnos a un lugar donde te desconectes de lo tradicional”.

La décima es su vida, la que le ha permitido tener a los amigos que son también familia, a los del barrio y a los que nunca pensó conocer. Ha sido lo que lo ha salvado en momentos de su vida personal donde, a punto de estallar, encuentra en ella un refugio para desahogarse y aliviar.

También lo llevó a ganar importantes competiciones, entre ellas el concurso internacional de repentismo y controversia; y lo condujo hacia el camino de la Asociación Hermanos Saíz con 16 años.

Desde ese entonces se reconoce como otro hereje soñador que, con su voz y versos, ha dejado una parte de sí y de la AHS por todo lo largo y ancho de la geografía antillana.

“Creo que el amor a lo espiritual siempre va a existir, aunque a veces la misma sociedad y los caminos que se transitan sean complicados, aunque el arte se vaya dejando de lado por cuestiones tangibles, siempre va a hacer falta. En las mismas presentaciones veo que cuando las circunstancias no son buenas, el público disminuye.

“Pese a esto, el que asiste a una presentación que hacemos, lo agradece, y transmite a otros su experiencia. Siempre sacaremos tiempo para poner atención a las personas, a su sentir. Estaremos allí, rodilla en tierra, para regalar arte; nuestra esencia”.