Herencia
Capítulo #14: El color cubano II (+Fotografías)
Apuntes sobre la obra fotográfica de Rubén Aja Garí
IV
Los desafíos contemporáneos para un fotógrafo transitan por definir un sistema de significación que demande un lenguaje desarmador por medio de la crítica. Ante la cámara el acontecimiento es por sí mismo problemático y problematizante. En esa ruptura que producen las lógicas miradas introspectivas del fotógrafo, hay una poética de la verdad, donde no se busca eludir la realidad sino presentarla.
El paisaje de la propaganda política de la nación cubana posee distintos tipos de lecturas. Los carteles, letreros e imágenes están condicionados por el contexto y la transformación constante de los elementos intervenidos para establecer el discurso. En esa multiplicidad de significados que aparecen tras el paso del tiempo, o la errada selección de espacios y conexiones simbólicas en la imagen propagandista, Rubén ha encontrado un lenguaje que también habla de nuestra identidad y civismo.
La imagen de fondo permite que el fotógrafo construya un lenguaje urbano que contextualiza, lo que a primera vista parece evitar lo político.
¿Es Rubén Aja un artista político?
Todo arte (el verdadero), es político.
Los proyectos utópicos de los hombres se sustentan en lo político como como eje centrar de su manifestación. La foto de la niña que pasa frente a la bandera, es una excavación en fragmentos emblemáticos de la imagen de Cuba. En esa voluntad por describir la realidad circundante y cambiarla mediante el arte, la fotografía de Rubén se resiste a la sola clasificación y evaluación de sus temas. Procura de manera consciente desafiar y subvertir la realidad desde los propios elementos que la integran.
El tratamiento de los símbolos captados por Aja es menos aleatorio de lo que se pudiera ver en la obra de otros fotógrafos. Ironiza con los símbolos y permite democratizar su empleo, trasformando la historia en una mera acumulación de extravagancias.
El descontento con la realidad en la sociedad moderna suele expresarse con violencia. Digamos que el fotógrafo es más persuasivo en el anhelo de reproducir este mundo. Que encuentra belleza en todos los elementos que existen ante su ojo. Al contrario de la vida, la fotografía consiste en detalles significativos iluminados por el destello de la cámara. La mirada ultradinámica de la fotografía sobre un objeto complace al espectador creándole falsas sensaciones. Como si sólo por mirar la realidad en la forma de un objeto, la fotografía fuera de veras real, es decir, surreal. Una característica que invade la experiencia del expectante y condiciona su mirada.
En esa disyuntiva pudiera parecer más fácil crear significados a partir de arquetipos políticos o publicitarios. Pero esos significantes son dispositivos de la realidad misma de los hombres y funcionan fuera del arte para marcar líneas de comportamientos. El artista debe llegar a ellos y desenmascararlos. Hacer de un lugar común y violento una imagen poética. Un signo de la belleza aun en la miseria material del hombre.
V
La ambivalencia como acción artística que es la fotografía no ha impedido que Rubén encuentre las historias que necesita contar. Aquella que reúnen a los individuos con sus posesiones, sus miserias, angustias y sus deseos.
En medio de la catástrofe el fotógrafo pone la mira sobre el sujeto. Nos muestra cómo definir la naturaleza de las cosas. Un cuerpo camina entre las aguas y carga todo lo que le queda, y tras la imagen el riesgo del artista que llegó hasta la tormenta e hizo la foto.
La imagen muestra al hombre bajo circunstancias que lo superan. El mar es una figura de poder, que en esta ocasión profana el reino de un hombre derrotado. Una similitud pudiéramos encontrar en la siguiente imagen, donde la bandera de la nación ondea rota en su hasta frente al poderoso mar.
El fotógrafo hace un paralelismo entre el poder del mar y toda una nación. Son muchos los significados que pudiéramos encontrar en una fotografía tan contundente como esta. Aquí lo casual, lo probable y lo posible entran en el juego. Las dos fotos terminan por mostrarnos una síntesis de la investigación del fotógrafo: el hombre, el símbolo y las circunstancias dadas de ambos. Todo esto referenciado en el contexto social y cultural cubano.
Algunos pudieran hablar del carácter social de la obra de Rubén Aja Garí, un componente siempre perceptible en su búsqueda. La narrativa de sus fotos tiene como eje esencial a la gente. El artista se empeña en no transitar por una visión pop, vulgar o kitsch. Se concentra en fragmentos, desechos y rarezas de la cotidianeidad, sin excluir nada. Esta naturalización de los propósitos prácticos y simbólicos de la existencia humana, pone en valor la pluralidad de situaciones captadas por su lente.
VI
Otra área de exploración de Aja ha sido la naturaleza como imagen no subvertida por el accionar del hombre. Estas imágenes captadas en el mundo natural, poseen otros riegos que resaltan al interés casual de un amateur. Todas las fotografías de Rubén nacen de sus temas nominales, y configuran un corpus identitario que no renuncia a su coherencia estilística. Algo que podemos apreciar en su serie Verdades esenciales.
La búsqueda de la belleza desde la selección sublime del sujeto/objeto muestran como resultado las imágenes anteriores. Su predilección por los pequeños instantes y la búsqueda de la perfección del mundo componen un territorio que se muestra a través de atributos muy singulares: flores, pájaros.
Hay en estas fotografías una intención por capturar lo incapturable. Por mostrarle al ojo humano aquello que no podrían ver sin la cámara de por medio. Aquello que no es perceptible a simple vista por condiciones biológicas. Un zunzún captado en pleno vuelo y mostrado en una imagen fija es una resolución imposible para la vista humana.
Rubén se desplaza entre distintos márgenes de la realidad inmediata para recordarnos todo lo que nos rodea. Todo lo que nos hace seres complejos y dichosos.
VII
Las relaciones que ofrecen las imágenes entre sí permite la interpretación de la realidad a través de ellas. De hecho, la importancia de las imágenes radica en que son un medio para incorporar acontecimientos a nuestra experiencia. Saberes que son suministrados a quien observa la foto, tras su vivencia. Ese material que llega a nuestro cerebro (personas, cosas y acontecimientos) que por lo general penetran inadvertidamente, a través de la gestus de fotógrafo concluye en acción emotiva y referencial.
La fotografía de Rubén Aja Garí con el pasar del tiempo ha adquirido un sentido crítico más profundo. Uno que requiere otros niveles de percepción ante las búsquedas complejas con que aborda la realidad.
Tras la percepción mermada de la vida contemporánea, Aja busca una transfusión para desdoblarse en nuevas experiencias creativas y motivacionales. Su versión de nuestra existencia es una búsqueda constante de la movilidad. Su obra es una práctica a prueba de crisis en un conflicto mediado por la luz.
Capítulo # 14: El color cubano I (+ Fotografías)
Apuntes sobre la obra fotográfica de Rubén Aja Garí
I
Un fotógrafo es un poeta. Uno que traduce en imágenes las variedades posibles de la existencia. Su límite está en su ojo tras el lente. Captar la realidad y redescubrirla desde la particular perspectiva del ser fotógrafo, es un acto poético. Gran parte de la historia de los hombres está construida desde la documentación fotográfica de distintos sucesos. De ahí la responsabilidad adicional del ser fotógrafo, su habilidad no es solo la de manejar un artefacto que registra el tiempo mediante la luz. Su responsabilidad es la documentación poética del mundo tanto en la construcción humana como en la creación total de la naturaleza.
La fotografía (hace mucho) dejó de ser un acto pasivo en esa documentación, dejó de captar solo el exterior del sujeto/objeto para además captar el mundo interior de los hombres. Las ideas empezaron a encontrar otra manera de ser expresadas. Algo que la pintura ya había incorporado con anterioridad y que a la vez, la hacía parecer más necesaria. La fotografía entonces, se convierte en un dispositivo artístico (más) cuya fuerza discursiva supera el concepto de los hechos documentados. Introduce en su semiología la crítica de la comprensibilidad del mundo y el activismo, como herramientas a las luchas sociales e individuales del hombre.
La fotografía como investigación artística busca la significancia e insignificancia del ser. Esta exploración va desde la conceptual hasta lo popular. El fotógrafo nos dice: esto hay que mirarlo, esto es poesía. Así construye un ojo colectivo, una ética de la imagen y una visión disruptiva. El impacto emocional tras la contemplación de una obra fotográfica deviene en experiencia estética del individuo.
II
Uno de esos poetas de la imagen fija, el cual he tenido la oportunidad de conocer es Rubén Aja Garí (Santiago de Cuba, 1979). Rubén entiende la fotografía desde la responsabilidad poética de un creador. Su obra posee un carácter vivencial, un registro de su presencia en determinados sucesos. Hay fotógrafos que van tras la imagen, pero en el caso de Rubén, la imagen anda con él todo el tiempo. Él juega con la luz, interpreta y luego aparece la foto. Nos dice que esa imagen trasciende al propio suceso (del que ha sido partícipe). Nos habla de la multiplicidad de la vida y sus distintos estados. Nos descubre.
No es mi intención hacer una síntesis curricular de un hombre que se mueve en tantos caminos del arte y la cultura dentro y fuera de su ciudad. Quiero hablar de su obra fotográfica, que a mi entender es su búsqueda más genuina.
Durante la última década (2010-2020), (a mi criterio) es Rubén Aja Garí, el fotógrafo santiaguero más importante. No se trata esto de una competencia entre Aja y los demás creadores de la urbe, ni siquiera de desmeritar los procesos creativos, publicitarios, expositivos y simbólicos de otros grandes maestros del lente. Tampoco es un acercamiento para anular la nueva camada de fotógrafos de la ciudad, para algunos de los cuales ya he dedicado tiempo de estudio por la impronta de su obra. Escojo a Rubén y me permito no mencionar otros nombres, porque veo en su obra la síntesis de sus maestros (directos o no) y la síntesis de sus alumnos (directos o no).
La obra de Rubén Aja Garí se caracteriza por la comprensión inter y transcultural de corte secular de los procesos que lo circundan. La irrealidad de sus imágenes nos hace pensar en los vínculos entre lo humano y lo divino, lo caótico y lo ordenado. Su criterio simbólico está en la imagen sin transgredir, sin introducirles nuevos elementos anacrónicos para crear nuevos significantes. La experiencia estética tras el intercambio con alguna de sus obras, transita por códigos vinculados a la identidad del ser santiaguero y el ser cubano.
En su serie Color cubano, podemos apreciar como el fotógrafo juega con lo múltiple y el azar para acceder a otra noción de sentido. La contraposición de figuras, que por concepto no deberían estar emparentadas, son enfocadas y mostradas como una sola imagen. Una lectura humana y a la vez imperceptible en medio de la cotidianidad. Pero no debemos subestimar el alcance de nuestro cerebro, esas imágenes compuestas subyacen en nosotros. Solo se necesita un ojo entrenado y una cámara para devolvérnoslas cargada de significados. Los artistas suele convertir en arte, imágenes construidas por quienes no son artistas.
Un ejemplo dentro de la obra de Rubén, es cuando pone su lente en Martí. En la imagen el apóstol parece hablarnos, trae una paloma en su brazo mientras la cúpula dorada del capitolio aparece detrás.
Ambos símbolos son contrapuestos en el espacio para hablarnos de un tercer elemento: Cuba. Rubén es un martiano de convicción, un mambí del lente, y Cuba (con todas sus extremidades) es el mayor tema de su obra.
Pudiéramos agregar otros temas en la investigación fotográfica de Rubén tales como: la religiosidad, el uso y abuso de la propaganda política, la naturaleza, la documentación de las grandes celebraciones culturales y los símbolos patrios. Pero todos estos temas son transversalizados por su búsqueda constante en definir a Cuba.
En esta fotografía, la imagen de Cristo crucificado se combina con la bandera de la estrella solitaria, que ondea en un segundo plano. No es casual que busque inspiración en elementos que son trascendentales para la cosmovisión de la identidad cubana.
Busca en la religiosidad las esencias del ser cubano. No solo Cristo, la Virgen de la Caridad del Cobre ha estado componiendo su sistema de imágenes. Su relación con el Santuario del Cobre le ha permitido hacer imágenes inéditas de la madre espiritual de los cubanos.
III
Otro hecho que colorea su fotografía es su participación en la Fiesta del Fuego, cita vital en el rescate del patrimonio inmaterial del Caribe. En este encuentro organizado por la Casa del Caribe, y en el cual Rubén tuvo el privilegio de diseñar el cartel oficial en el año 2012, cuando se le dedicó al caribe colombiano, el fotógrafo ha encontrado un carácter antropológico en su imagen.
La herencia de nuestra identidad vista en los elementos de algunos líderes religiosos. Instrumentos que llevan implícito el recorrido de nuestra sangre. Una silla donde debe sentarse el más sabio de la tribu. Allí debe colocarse nuestro ojo civilizado y globalizado.
¿Por qué la imagen de los elementos divinos de un hombre debe ser admirada? ¿Qué debería decirnos/mostrarnos esa imagen?
El lugar donde se consulta el espíritu, del hombre que aparentemente no tiene nada que ver con ese modelo de vida, es seleccionado. El fotógrafo no quiere que olvidemos que la fe es una construcción humana, pues solo se llega a ella, a través de objetos físicos.
Los desplazamientos en esta última imagen son muy profundos. Se trata de una reflexión que trasciende al devenir de la muerte y la resonancia de nuestra estadía en la vida. El sabio observa al fuego y parece un pasado eterno que nunca abandonará el lugar. La silla vacía no es solo la ausencia del sabio, sino de todo lo que un hombre como él representa para su comunidad y para la memoria colectiva. El fuego no se apaga pero el anciano ya no está.
En esta imagen el instrumento vuelve a estar solo. No tiene a quién lo utiliza pero sí las marcas de quienes han sido sus dueños. ¿Geografía de la memoria? En ese transcribir de la realidad muy particular de Aja, hay que adicionarle su esfuerzo lúcido y a la vez intuitivo por definir las unidades en juego.
El instrumento en soledad pero que al mismo tiempo representa una imagen colectiva incita a una relación adquisitiva con el mundo que nutre la percepción estética y favorece el distanciamiento emocional. Rubén preserva abierto los registros que por lo general (a la vista de la cotidianeidad) el tiempo reemplaza constantemente. El tambor en ninguno de los casos representa la música como significado afín, sino lo múltiple, el azar, el juego ideal, la memoria y el devenir. Es la puesta en valor de la presencia como un fenómeno (absolutamente) plural.
Vean Watchmen, pero…
Ya lo sabemos. En un mundo de extremos, vacilaciones metafísicas y relativismo cultural no es de extrañar que, cada vez más, las personas desconozcan cualquier análisis o proyección de la realidad que no se corresponda con su visión del mundo. De otro modo no podría explicarse cómo el fenómeno serial de la pasada temporada televisiva en Estados Unidos fue perdiendo poco a poco miles de espectadores mientras cosechaba los aplausos de la crítica y la prensa especializada.
Y es que, en cuanto al firmamento audiovisual, a muchos nos gustan los remakes, las adaptaciones, la intertextualidad o las menciones, solo y solo si, no se meten con los miembros de nuestros particulares panteones de culto. Ese era un riesgo que conocían los creadores de la serie Watchmen (HBO), coronada con 11 estatuillas en la primera ceremonia virtual de los premios Emmy, en sus 72 años de existencia.
El polémico productor y guionista de cine y televisión Damon Lindelof (The Leftlovers y Lost) tomó como punto de partida para el ambicioso proyecto del canal HBO una serie de cómics homónima creada por el guionista Alan Moore, el dibujante Dave Gibbons y el entintador John Higgins; publicada durante los años 1986 y 1987 por DC Comics.
Watchmen, la novela gráfica (también adaptada al cine en 2009 por Zack Snyder) es un material de culto que describe a la humanidad en el preludio de una Tercera Guerra Mundial mientras un grupo de superhéroes de ambigua moralidad propician el triunfo en Vietnam de los Estados Unidos para luego ser proscritos. No obstante, la serie televisiva utiliza el universo del comic para crear un contenido completamente nuevo, y es ahí donde despunta, al cimentar su propio camino de fabulaciones y aportes al discurso social, político y artístico de nuestra época.
Algunos argumentan que no es necesario leerse la historieta para ver la adaptación libre de Lindelof, pero algo de información hace falta, pues la carga referencial es muy alta y, sin dudas, dificultaría disfrutar completamente de una serie en la que la complejidad discursiva se va armando entre las consecuencias de los hechos narrados en la historia original y las licencias que se toman los guionistas, siempre en función de un argumento renovador para criticar la sociedad y el poder emulando lo que se propusieron, en su momento, Moore y Gibbons.
Esta “profana” revisitación asienta su relato varias décadas después de los eventos de la novela gráfica con la aparente superación de los traumas causados por el conflicto de Vietnam (que ahora es un estado más de la unión americana), el caso Watergate (Nixon nunca renunció), la Guerra Fría o el cataclismo nuclear. Asume como desencadenante de la acción las tensiones raciales en Tulsa, una ciudad sureña donde en 1921 hubo una masacre de personas negras en manos de supremacistas blancos (hecho real), para luego trasladarnos a un 2019 alternativo en el que un progresista Robert Redford (sí, el mismo) gobierna en la Casa Blanca.
Durante la llamada Noche Blanca, un grupo supremacista llamado La Séptima Kaballería, ―versión moderna del Ku Klux Klan―, ataca coordinadamente a la policía de Tulsa, mientras los agentes deben cubrir su rostro con una banda de color amarillo para evitar ser reconocidos. Tras el asesinato de un oficial se suscita una trama detectivesca, aparente sostén del guion, en la que asume el protagónico una policía retirada y justiciera encapuchada, Angela Abar (interpretada por la oscarizada Regina King), pivote para durante nueve capítulos adentrarnos en el fundamento de la serie: la brecha racial y la situación política actual de los Estados Unidos.
Es de reconocer que los realizadores sostienen con audacia los enigmas de la trama ante la expectativa de una audiencia acostumbrada al desarrollo narrativo clásico, a través de un ejercicio de implicaciones semánticas significativas, apoyado en un empaque visual y sonoro tan atrevido, en ocasiones, como el mismo argumento de la serie.
Entre metáforas más o menos evidentes los creadores se acercan, entre otros temas, a los vínculos entre poder, raza y violencia, la brutalidad policial, la paranoia antiterrorista luego del 11 de septiembre de 2001, las fake news, la pandemia silente de las drogas, la doble moral, el miedo como arma de manipulación, la homofobia, los traumas intergeneracionales, la memoria histórica, el control armamentístico, la identidad y el anonimato en internet.
Se analiza, asimismo, el legado y sus secuelas en el devenir social y personal. Y es que Watchmen es un vuelco al pasado, una lección sobre cómo las acciones de nuestros antepasados hilvana la experiencia colectiva del presente para bien o para mal.
Ciertamente los giros dramatúrgicos pueden ser rocambolescos, pero no desentonan en un entramado argumental que, al igual que el original, apuesta por la densidad temática, la estructura compleja y varias líneas temporales. Si ambas obras coinciden en algo es en el propósito de deconstruir la figura del superhéroe mientras se nos presenta una distopía apabullante.
Simula este ser un ejercicio caótico, pero sociológicamente bien nutrido para situarnos frente a disyuntivas morales muy de nuestro tiempo. En ese sentido diría que es una serie para el público estadounidense. Y, además, imagino que sin proponérselo funge como una suerte de punto de compensación ideológica luego del evidente tufillo antirruso de la muy aclamada Chernóbil (2019), también de HBO.
La crítica audiovisual estadounidense, celosa guardiana de su herencia cultural, que aguijonea sin miramientos cualquier intento magro de acercarse a sus íconos, ―que tantas veces hemos visto encartonados e insustanciales―, se ha rendido ante esta miniserie. Le agradecen abrir nuevamente el debate sobre grandes cuestiones de la identidad americana, siendo arriesgada y entretenida a la vez. Otros, en cambio, le cuestionan su énfasis sociopolítico y destacan, en parte, el fascinante conjunto de personajes que reescriben los guionistas.
Sus detractores, que sobre todo se cuentan entre el gran público, no les perdonan a Lindelof y su tropa la transformación de algunos de los personajes y símbolos del comic ochentero hacia posiciones aún más controversiales. Algunos de los comentarios en redes y webs de votaciones apuntan a cierta saturación con la temática del conflicto racial que, junto al supremacismo blanco, se han convertido en tendencia en el cine y la televisión actuales. Otros señalan que esta revisión transige ante la llamada woke culture.
Yo por mi parte la recomiendo. Vean Watchmen, pero no acudan a ella con el infantil propósito de compararla, ni con el argumento ni la estética del legendario comic, ―hay cosas que no se comparan―, ni mucho menos en la búsqueda de una historia de superhéroes a la medida de las producciones de Marvel. Watchmen es lo que es.
Ficha:
Año: 2019
País: Estados Unidos
Director: Damon Lindelof (Creador), Steph Green, Nicole Kassell, Andrij Parekh
Basado en: Watchmen, de Alan Moore y Dave Gibbons
Reparto: Regina King, Jeremy Irons, Yahya Abdul-Mateen II, Don Johnson, Tim Blake Nelson, Louis Gossett Jr., Adelaide Clemens.
Género: Serie de TV. Drama. Thriller. Fantástico. Ciencia ficción. Distopía.
N.º de temporadas: 1
N.º de episodios: 9
Medio de difusión: HBO
Fecha de lanzamiento: 20 de octubre de 2019.
«Seca» de Caminos Teatro: ¡Hay que verla!
Con el montaje de “Seca”, de Roberto D. M. Yeras, la agrupación Caminos Teatro vuelve a salir airoso en el panorama teatral avileño. Pero el nivel de las actuaciones todavía le dará algunos dolores de cabeza, antes de que entorne por un mejor camino.
Considero que una de las debilidades de su montaje está en que el espectador no podrá encontrar una escuela de la actuación donde apoyarse para entender de qué se trata. Y pareciera que todavía las cosas no cuajan del todo a la hora de decidirse por la actuación basada en el modo preferido de Bertolt Brecht, la experiencia y la identificación para producir asombro y educar a las masas; o en el método de Serguei Stanislavski, donde lo vívido tiene la preponderancia y se lleva a su máxima expresión el asunto de caracterizar a los personajes y situaciones.
Digo esto porque en la hora y cuarto que dura la puesta no hay algo que nos desvíe el interés para hacernos mirar el reloj. Nos quedamos en nuestra silla más que interesados en la trama que se desarrolla ante nuestros ojos.
Por lo tanto, tiempo y ritmo van de la mano, buenamente, para que la historia se vaya desenrollando de manera veloz y sin atolladeros. Nos llega a cautivar todo lo que ocurre en escena y hasta nos hace ser partícipe de cada suceso. Si algún personaje tropieza, nos reímos; si alguno hace algo que da lástima, pues nos acongojamos; y así, la puesta nos atrapa desde el mundo afectivo hasta el raciocinio.
Pero, ¿qué es lo que pasa que no nos podemos centrar en los personajes tranquilamente? Es más sencillo de lo que parece. Por lo general, cuando un grupo de teatro hace su trabajo de mesa, valora las posibles escuelas de actuación por la que ha de erguirse su trabajo escénico. Y hacia esa pauta se dirige la dirección de actores.
Con esto se consigue que los niveles de actuación estén lo más parejo posibles para no “marear” al espectador y conseguir que el mensaje de la obra llegue lo más pronto y certero posible. Además de que se perfila mejor el objetivo del montaje y se refuerzan las debilidades dramatúrgicas que pudiera tener el texto.
Claro que esto no tiene que ser una camisa de fuerza. Cada grupo trabaja a su manera y como mejor le parezca, pero en una cosa sí parecen coincidir todos, y es en la manera en que cada uno de los actores interpretan sus personajes y lo que obtiene con esto.
Si vemos el montaje que ha imaginado Juan Germán Jones (https://uneaciegodeavila.cubava.cu/artes-escenicas/juan-german-jones-pedroso/), y la preparación actoral que ha venido supervisando Jenny Ferrer (https://uneaciegodeavila.cubava.cu/jenny-ferrer-diaz/) con cada uno de los actores, enseguida se echa a ver que algunos de ellos están sobre la línea de lo conversacional. Un tanto a tono con los cánones más contemporáneos de la dramatización cubana donde se apuesta por el discurso verbal más que por el escénico o imaginario.
En este tipo de línea actoral podríamos ver a Roberto Castillo en su personaje del Nene, Jorge Luis Sardinas en El Papi, esencialmente. A pesar de ser un teatro arena, y de no exigir una grandilocuencia en el actor, sus representaciones descansan sobre algunas caracterizaciones físicas, y casi ninguna psicológica. Muy a pesar de que ambos tienen historias personales como para sacarles todo el jugo interpretativo.
Por el contrario, la Raza, interpretado por Mercedes Mesa, tiene una profundidad psicológica que lo lleva a echarle mano a recursos como la tartamudez, los tics nerviosos, las grandes gesticulaciones, y otros, que hacen que su personaje sea más disfrutable en cuanto a las posibilidades histriónicas de la actriz. Pero como que desentona, un tanto, ante una Yamara Pereira y Yanelis Velázquez en los roles como La Chula y la Jefa, indistintamente, y el resto del grupo. Y hasta pudiera crear ese ruido molesto, cual motor de una turbina de agua, a los que quieren concentrarse en la dramatización en sí.
La actuación de Mercedes, para los que gustan de la “vieja escuela”, es memorable y con una fuerte dosis de credibilidad. Porque el uso que hace de la personificación es mesurado y logra que se dibuje un personaje maltratado por la vida y las situaciones familiares inapropiadas. Por lo que su personaje cala en el espectador y se vuelve identificable.
No quiero decir con esto que la obra adolece de una dirección actoral más precisa. Todo lo contrario. Llegar a este tipo de representación y con la calidad que tiene, en apenas cinco puestas, es un mérito.
Una pieza teatral todavía no llega a “cuajar” todo lo que tiene para ser considerada un verdadero ejemplo de genialidad, con muy pocas puestas ante el público. En la medida que más personas la ven, y los críticos hagan su trabajo, pues ganará en precisión y calidad.
Con una esmerada concepción escenográfica, la puesta nos revela una especie de cárcel circular, donde los personajes interactúan y sueltan al viento los textos tan paradigmáticos y esclarecedores.
Los elementos escénicos cumplen su función al montar y desmontar el espacio de realidad en que descansa la obra. Por momentos es una cárcel, en otros, un espacio arquitectónico; también es la habitación donde ocurren los interrogatorios y la calle donde se citan el Nene y la Jefa. A veces es un ring de boxeo.
En más de tres líneas de tiempo, donde se juntan pasado y presente, las historias de los personajes se entrelazan y generan nuevos conflictos que van in crescendo hasta dar con el desenlace ¿trágico?
Y estos puntos de vista hacen que la puesta se vuelva interesantísima al colocar al concurrente en función de anotar y recordar los “bocadillos” más importantes, y a descartar aquella información que no esclarece ninguno de los subtramas.
Es casi un ejercicio intelectual donde el espectador asume el mayor protagonismo. Y eso es una cortesía. Se agradece. La acción intelectual del espectador siempre traerá consigo la mejor retroalimentación posible. Es casi el objetivo supremo de una obra de arte: la comunicación.
En este sentido, creo profundamente que la pieza se inscribe dentro de aquellas “raras avis” en el panorama teatral cubano, que no echa a mano al fenómeno “Cuba” para achacarle las culpas de todos los males que cohabitan con los cubanos. Asunto que me ha llevado a pensar en una crisis de la dramaturgia en esta isla, en los últimos diez años, porque no todo en el teatro tiene por qué ser la oscura realidad ni la espina contra el sistema político que hemos decido llevar sobre los hombros.
Recuerdo obras como las del grupo El Portazo, algunas de Teatro del viento, y otras a todo lo largo de la ínsula, que repiten el nombre CUBA como si quisieran encontrar en ello a un culpable, un redentor o una tabla de salvación, en vez de ponerle el nombre que llevan los responsables de las cosas nefastas que ocurren a diario.
Recuerdo, también, a Fernando Pérez con su multipremiada de 1996, donde es evocada Cuba, el nombre un personaje, con el doble sentido a su máxima expresión y una fuerte carga dramática.
Historia aparte, pareciera que nadie quiere ponerse el arma de la censura sobre la sien, o se la pasan de mano en mano, provocativamente, para armar cierto caos y para ello, disfrazan un discurso adverso a la política cultural de la Revolución, y a la Revolución misma, tras ese sustantivo provocativo.
¿A quién critican cuando evocan a Cuba ante los males que denuncian? ¿Quién es Cuba?
Por suerte, en esta obra, es una palabra apenas dicha. Bastante tenemos ya con nuestras cruces como para querer convertir el teatro de esta nación en calvario.
Caminos Teatro tiene, aquí, obra para seguir trabajando y reestrenar una vez que la pandemia de la COVID-19 abandone para siempre nuestro terruño. Con perfilar un poco más los hilos de la actuación se conseguirá que la pieza gane en sostenibilidad y coherencia. Así, su estructura escénica y dramática se erguirá hasta los mismos cielos.
Réquiem por tu presencia
Esos papeles de Armando me hablan.
Lo primero fue su palabra apasionada, su voz encendida que es futuro y utopía casi perfecta y adorable…
Aunque su partida fue así… tan rápida…; ya lo he repetido una y otra vez, Sí, he estado triste, pero no estoy, no me siento desconsolada…, porque el vacío y el desconsuelo sin fin de aquellas terribles primeras horas sin él, se fue nutriendo de una forma muy sutil de su entrañable presencia y su maravilloso recuerdo, al punto que él sigue llenando mi vida de forma plena… ¡Caramba…! qué grande tiene que ser el amor…, cuán grande tiene que ser todo lo que él hizo a lo largo de mi vida, cuán grande ha tenido que ser él, para que aún, después de su partida, pueda afirmar que no me he sentido sola. Sí, porque Armando dejó una huella de cariño y de amor tan grande en nuestro pueblo y en su patria latinoamericana toda, que ese amor que él forjó me acompaña cada segundo, me abraza y hasta me mima, aunque él ya no esté físicamente. Por eso le doy las gracias por seguirme protegiendo aún con la fuerza que brota de su ejemplo inolvidable, y a ustedes por quererlo, recordarlo y acompañarme con tantas muestras de afecto y cariño del bueno.
Sé que también podrá comprenderse que, aunque en mi alma también hay angustia, dolor y mucho dolor…, y a ratos ese sufrimiento me embarga plenamente, de eso no solo no puedo, ni debo, de eso no quiero y no voy hablar, porque en verdad fui/ soy una privilegiada por haberlo tenido tantos años compartiendo todo…
Para mí, todo está inundado de Armando y claro que no son, ni serán nunca mis lágrimas, el mejor tributo para él; porque nunca quiso que yo sufriera, me colmó de amor…, plantó en mí los más bellos e imborrables recuerdos… Ya hasta me he sonreído recordando su ingenio, su carisma y su buen humor. Desde luego, que él también supo hacerlo todo para que yo viviera plena y, como si fuera poco, del mismo modo, supo dejarme llena de proyectos…
Por mi parte, le agradeceré siempre su confianza por haberme hecho su compañera y esposa para siempre. Por todo ello, les pido permiso para hablarles de Él, del hombre a quien terminé de comprender aquella trágica noche que Fidel partió a la inmortalidad. Y no me pregunten por qué, ni cómo; pero durante esos tristes días que Fidel se fue, supe que el final estaba muy cerca, tanto conocía a Armando que lo pude intuir… Luego, fue así, justo se fue con él, a un año y un día…
Nunca supe estar lejos de Armando…, porque siempre he tenido la sensación de que me pierdo cuando él no está y deja de iluminarme con la luz, la bondad plena y la transparencia que brota de su ser todo. Pero fue solo a partir de aquella aciaga noche que Fidel se fue y de los conmovedores días de duelo subsiguientes, que comprendí muchas cosas de Armando…, aunque las niñas ya cumplieron 27 y yo cuento más de treinta de que nos acompañamos en la vida ¿Qué no sabré de él?, cuando nunca más me moví de su lado, ni él del mío; todos esos años estuvimos ahí, así, el uno para el otro, siempre. En cada alegría y en cada pena de la vida, que ni la una ni la otra son pocas en un lapso de tiempo como este. Aunque para mí, el tiempo voló luchando cada segundo por sus maravillosas existencias… Aquella noche también comprendí que Fidel es la persona por la que Armando vivió y solo entonces terminé de vislumbrar las razones por las que Haydée amó así a Armando. Porque él, como Abel y Boris, vivió para que Fidel viviera, y ella que era una iluminada, lo supo desde entonces, que Armando también le había entregado su vida; lo demás fue cosa o cuestión del destino de cada quien y un poco del azar que siempre hace lo suyo…
Por eso creo que, cuando Armando se fue con él —a esa otra dimensión en la estrella que me decía mi madre, muy cerca del Señor y del Apóstol…, a continuar en la lealtad en la que vivió por él toda la vida— se fue tranquilo, se fue en calma… Y cuando se fue y en ese último suspiro que me ofreció antes de partir, lo hizo con valentía y no emitió ni una sola queja de dolor. En ese instante decisivo, cuando aún estaba en mis brazos, fue capaz de acariciarme el alma, darme fuerzas y una vez más, brindarme su protección, para poder descansar en paz y no dejarme perdida en medio de tanto desconsuelo.
Por mi parte, puedo confesarles que desde hace muchos años descubrí que estudiar y promover su vida, obra y pensamiento, era lo mejor y más provechoso que debía hacer. Desde el año 1979, cuando era una estudiante de la Licenciatura en Historia del Arte, su pensamiento despertó en mí particular admiración, a partir de que lo conocí, en una conferencia que dictó para los entonces alumnos de la Facultad de Filosofía e Historia, en el Teatro Manuel Sanguily de la Universidad de La Habana. Años después, en las complejas circunstancias y contradicciones en las que se desenvolvió mi trabajo, la ayuda de cada uno de sus artículos, discursos e intervenciones, me permitieron comprender la coyuntura política y, sobre todo, tener la certeza de que, en oportunidad propicia, sus ideas —portadoras de la auténtica Política Cultural de Fidel y la Revolución Cubana— se abrirían paso sin tantos y tan diversos obstáculos para su aplicación. Desde aquellos difíciles momentos pensé que era indispensable que se laborara por difundir su obra y pensamiento; pero al consultarle mi interés, su modestia imposibilitó cualquier gestión en esa dirección.
Fue solo a principios de los años 90, tras el derrumbe del socialismo en Europa Oriental y la URSS, en los embarazosos comienzos del Período Especial, cuando se intensificó la necesidad de promover el original pensamiento de la Revolución Cubana y al calor de los debates por la salvaguarda de nuestra excepcional historia y tradición, en el I Taller de Pensamiento Cubano que sesionó en la Universidad Central de Las Villas, en noviembre de 1994, que obtuve —finalmente— su aprobación para poder comenzar a gestionar el proyecto investigativo, de lo que se convirtió poco tiempo después en el anhelado por mí: “Proyecto Crónicas. Historia y memoria de la Revolución Cubana en la voz de Armando Hart”, el que, junto a las gemelitas es la causa de mi vida.
También puedo afirmar que continúa siendo mi deber, seguir pensando y, desde luego, hablando de él, porque todo lo que conozco me lo dijo y me lo enseñó él; desde esa sencillez, modestia y lealtad absoluta en la que vivió y en la que partió. Pero como ya he contado en otras ocasiones, su amor me ha permitido sentirme iluminada, poseída de una fuerza de la naturaleza que me conmina a trabajar sin descanso para que su obra viva; por eso en tan breve tiempo ya contamos con los primeros 8 volúmenes de la colección “Cuba, una Cultura de Liberación”. Selección de escritos del Dr. ARMANDO HART DÁVALOS 1952-2017”.
Ahora mismo no puedo olvidar que él solo quería trabajar y hacer, porque no conoció el reposo ni el descanso jamás; aunque conocía el sacrificio, sus actos solo eran para él algo necesario y natural como respirar. Siempre fue infatigable, salía de una cosa para entrar en otra; era un verdadero vértigo de acción y de labor; un hombre incansable.
En nuestro hogar fue ejemplo de virtudes extraordinarias; desde luego, primaron en él, el infinito amor a nuestras niñas, el honor, la extrema delicadeza y la rectitud de carácter, las buenas costumbres, el cariño, la pasión por el saber, la cordialidad, la solidaridad, el afecto, la pasión y la consideración total. Fue, asimismo, un espíritu independiente y soberano. Ahora recuerdo que, como su inolvidable hermano Enrique —a quien veneró toda la vida— odiaba a quien mentía, porque para él la mentira originaba todo la engañifa criminal que hace tan difícil el arte de gobernar y de crear.
Se refugió toda la vida en el mundo de las concepciones y en su inmensa pasión por la abstracción porque, como él decía, cuando se siente pasión por una causa, por un valor abstracto como la Justicia, todo hombre honrado debe darse a él “y es honor al que no se renuncia y deber ante el que no se debe claudicar”.
Fue amante de lo grande y un total apasionado de la emancipación de su amada Cuba, la querida y martiana patria de Fidel; pero es que, como nos dijo Martí, ¿acaso los apasionados no son los primogénitos del mundo?
Creyó, asimismo, en la necesidad de la dignidad, el decoro y la justicia para todos. Piensen que, para él, “la Justicia no es odio infecundo, no es tiranía de nuestras ideas, no es parcialidad absurda, es predominio de la razón, del entendimiento cordial entre los componentes reales de la sociedad cubana”. Y por eso afirmó, “Justicia es elevar al homo sapiens a la categoría de hombre, es darle a cada cual sus bienes y derechos, es hacer que cada cubano disfrute a plenitud de la herencia cultural y material de nuestro tiempo”.
Toda su vida estuvo caracterizada por un espíritu inquieto y una intensa pasión rebelde y furia contra la injusticia y el atropello. Siempre me dijo que la arbitrariedad, la injusticia y “la sinrazón y el desajuste” le provocaban un brote espontáneo de impotencia, rabia, ira y excitación, que no podía controlar.
Compartir la vida con Armando fue para mí una bendición, un verdadero privilegio, satisfacción y goce, un sublime honor. No puedo olvidar que cada amanecer conseguía palpar sus cercanas utopías y convertir lo cotidiano en extraordinario. En el hogar, con la familia, en las relaciones con sus amigos, compañeros, e incluso con simples conocidos, mostraba una sensibilidad, nobleza y humanidad verdaderamente admirables; fue ese uno de sus principales rasgos.
Cuando advertimos el entorno donde creció y se educó, encontramos los componentes esenciales que contribuyeron a la formación de su exquisita personalidad. No olvidemos que cuando recordaba a su madre, su primera asociación era el pleno rigor y la exigencia, mezclados con el amor, la bondad y la justicia, sentimientos con los que también relacionaba muy directamente a su padre, además del estricto cumplimiento de la Ley. Les agradeció infinitamente la educación brindada, la cual empezó con la prédica de su intachable ejemplo. De sus padres conservó siempre vivencias entrañables; de ellos aprendió los estrechos vínculos entre el derecho y la moral, principios esenciales que sustentaron la educación que Marina y Enrique brindaron a sus hijos; por ello recordaba que, en su hogar, cuando querían distinguir a alguien por sus cualidades, decían: “esa es una persona decente”.
Ese es un detalle clave para entender a esta familia, el origen de sus ideas y actuación en la vida, porque como bien él afirmó: “si entendí la Revolución Cubana, el socialismo, y tomé partido por las causas justas, fue porque he aspirado siempre a ser una persona decente y honesta”. Estudió fecundamente en la vasta biblioteca de su padre; la historia, la filosofía, la sociología, el derecho y la cívica fueron invariablemente sus materias favoritas. Desde que tuvo uso de razón le interesó la política como la mayor motivación en la vida. Soñaba que debía trabajar para transformar la realidad a partir de la ética y la justicia. Eligió la carrera de Derecho porque pensaba que de esa forma podría encauzar sus ingentes inquietudes políticas y su vocación de lucha por la justicia y la moral. Deseaba ejercer una cátedra como profesor universitario de Derecho Constitucional, lo que, —como se conoce— no llegó a realizar porque pasó directamente a servir a la patria en la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista.
Se incorporó tempranamente a las filas de la Juventud Ortodoxa, como una manera de hacer política y participar en la lucha contra la corrupción imperante. En la universidad fue un alumno perspicaz y aplicado, con dotes de orador y comunicador social, lo que se evidenció en su constante participación como dirigente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Estuvo entre los jóvenes de la dirección de la FEU que en la misma mañana del cuartelazo se trasladaron al Palacio Presidencial, para ofrecerle su apoyo y respaldo al presidente constitucional con vistas a enfrentar la ilegalidad. A nombre de la Asociación de Estudiantes de Derecho denunció, en una carta ante el Tribunal de Garantías Constitucionales y Sociales, la ilegitimidad del régimen nacido el 10 de marzo. Participó en la Jura de la Constitución de 1940 y también resultó víctima del violento asalto de la policía batistiana al programa radial la Universidad del Aire. Fue uno de los más destacados miembros del MNR, fundado por el ilustre profesor universitario Rafael García Bárcena, a quien consideró su maestro y mentor. Precisamente García Bárcena, lo nombró su abogado y no admitió las presiones que le hicieron para que aceptara a otro letrado de experiencia que lo representara, en la causa por la cual fue juzgado en relación con los hechos conocidos como la Conspiración del Domingo de Resurrección.
Cuando se conoce la trayectoria ideológica y política de Armando, resulta muy elocuente su afirmación: “Mi integración al Movimiento 26 de Julio fue el resultado de un proceso natural. El programa del Moncada venía a materializar el sentimiento ético que estaba profundamente arraigado en la tradición patriótica cubana”. Debemos recordar, asimismo, la dura clandestinidad que le tocó vivir en aquellos años febriles y su pasión por el trabajo revolucionario.
Estuvo entre los principales gestores y vivió de forma prominente el Alzamiento del 30 de Noviembre en Santiago de Cuba. El 4 de enero de 1957, en una carta que escribió a su familia encontramos sus principios y razones esenciales para continuar en la lucha, cuando dijo: “Tengo fe porque si yo, lleno de limitaciones soy capaz de entregar lo poco que poseo por alcanzar una vida superior —la que se vive al servicio de la historia—, ¿qué no están ya haciendo las inmensas legiones de compañeros que son capaces de mayores sacrificios y de más altas virtudes? Y los he visto de carne y hueso en estos días llenos de emoción que mi destino pobre me había reservado en medio de tanto dolor. Dolor por la angustia que produce saber perdidos para siempre a los mejores cubanos, cuando los malvados nos siguen entorpeciendo. Dolor porque es triste ver caer a personas con quienes habíamos intimado por el trabajo conjunto de meses. Pero todo tiene su parte buena; sin esas grandes emociones la vida no valdría nada para mí”.
A mediados de febrero de 1957 formó parte del pequeño grupo de combatientes que participaron en la primera reunión entre la Sierra y el Llano. Luego de su regreso a La Habana, en el mes de abril resultó detenido y recluido en las cárceles de la tiranía. En la mañana del 4 de julio protagonizó una audaz fuga de la Audiencia de La Habana. Aunque todos pensaban que entonces lo más prudente era que pasara a la Sierra, ello no ocurrió. Porque poco tiempo antes de la muerte de Frank País se había convenido su traslado a Santiago, para que laborara allí, en las actividades organizativas y de dirección del Movimiento 26 de Julio.
En noviembre de 1957 subió de nuevo a la Sierra para encontrarse con Fidel y el grupo guerrillero, a fin de tratar todo lo relacionado con la llamada Junta de Liberación o Pacto de Miami. Allí pasó la Navidad de 1957 y esperó el nuevo año; pero en los primeros días de enero tuvo que bajar al Llano a fin de continuar la lucha en su puesto de combate, porque era allí donde él consideraba que resultaba más útil para los planes de Fidel y el M-26-7. Cuando bajaba de las montañas fue arrestado como sospechoso por unos guardias de la tiranía cerca de Palma Soriano.
Los compañeros del Movimiento que trabajaban en la Compañía de Teléfonos en la ciudad de Santiago de Cuba interceptaron una llamada del propio Batista para Alberto Río Chaviano —el asesino de los moncadistas— en la que le decía que “había que matar a Armando Hart como a un perro, que simularan un combate en los alrededores de la Sierra”. Armando recordaba emocionado que la solidaridad de los combatientes del Llano, con René Ramos Latour —el Comandante Daniel— al frente y la movilización de la opinión pública le salvaron la vida.
La tiranía lo estuvo trasladando de una cárcel a otra del país durante todo el año 1958, no olvidemos que el régimen lo consideraba un individuo muy peligroso. Cuando cayó preso, lo encerraron en el cuartel de Palma Soriano; de allí lo llevaron a un calabozo en las afueras de Santiago de Cuba; luego lo reubicaron en el cuartel Moncada —lugar donde fue interrogado por el propio Chaviano—; más tarde lo pasaron a la Cárcel de Boniato hasta principios de julio, cuando fue trasladado al Castillo del Príncipe, en La Habana. En las primeras semanas del mes de agosto, tal parece que, para aislarlo de la capital, lo trasladaron a las galeras del Presidio Modelo de Isla de Pinos. Después vino el esperado triunfo de Fidel y todos estos años en la primera trinchera de pensamiento y acción por su amada patria Cuba, la patria América y la patria Humanidad.
Desde los inicios la lucha tuvo para él un contenido profundamente ético, piénsese en su elocuente afirmación: “Para mí todo empezó como una cuestión de carácter moral”. Esa frase demuestra el enorme peso que tuvo la ética en la formación de su carácter y a lo largo de toda la vida. Para él, el tema de la ética es el tema central de la política.
La historia de Cuba estará marcada para siempre por el obrar y el proceder de la vanguardia revolucionaria de la Generación del Centenario que, con su lucha, promovió el cambio radical de nuestra historia. Armando le aportó a su generación y a nuestra patria no solo su destacadísima actuación, sino también su pensamiento a lo largo de todo el proceso revolucionario, porque para él la idea de la felicidad está en el trabajo y en la lucha, por eso pudo escribir en sus memorias en abril de 1958: “yo era feliz porque estaba luchando y no hay mayor satisfacción que la de combatir y trabajar por el futuro”; pensemos que en ese momento estaba preso en la cárcel de Boniato, recién había conocido la terrible noticia de la muerte de su hermano Enrique y del fracaso de la Huelga de Abril.
Armando fue un ser que no descansó jamás, fue creativo, tenaz, perseverante y esforzado, inquieto e hiperquinético hasta el fin. Amanecía y terminaba el día lleno de proyectos. Al lado de un hombre así, me fue imposible conocer el tedio, la monotonía o la rutina. Practicó en su actuar diario y cotidiano, la filosofía de la ética y el optimismo revolucionario unida a su vocación de servicio a la patria y a la Revolución, lo cual significaba estar allí, donde hacía más falta, en el momento oportuno para desbrozar del arribismo y la mediocridad el camino a la luz. Aparecían entonces su ternura, paciencia profunda y reflexiva, siempre dispuestas al diálogo de lo esencial y a la exposición de la verdad. Pero por encima de todas esas cosas, Armando siempre fue un hombre bueno, fue un ser bondadoso en la profundidad total de esta cálida y tierna palabra. Su vida estuvo bordada de sencillez, humildad y modestia, al punto que jamás reparó en el hecho de que, como dijera el poeta Miguel Barnet, su nombre ya estaba no solo en los museos, sino también en la leyenda.
Por todo esto aparecen las palabras para rezar por tu presencia; por eso no hay comienzo, ni fin, solo estas tú…
Gracias Armando por el tibio y tierno beso; Gracias por encender el AMOR hasta en la última batalla; Gracias por tu confianza, por darme el privilegio de ser tu esposa y compañera; Gracias por Marinita y Florecita.
Lo demás ahora les toca a ustedes, porque solo leyéndolo podrán conocerlo y lo puedo afirmar porque lo que es a mí, los papeles de Armando me han hablado y me lo han dicho casi todo, perdón, me lo han dicho todo…
Descansa en la paz que viviste amado mío, para siempre allí estaré contigo, mi amor.
Remolino de arte
“Es un remolino de arte”, así describen sus amigos a Leonardo Pablo Rodríguez Martínez, uno de los jóvenes pintores más expuestos y reconocidos dentro del panorama cultural camagüeyano por la solidez de su trabajo, la responsabilidad y compromiso no sólo con los que creen en su talento sino también consigo mismo.
La familia es cuna, la educación primaria y las influencias parten de esa cuna, por lo que para Leonardo es imposible separar hoy la decisión de su vocación artística sin darle el crédito merecido a su padre, Oscar Rodríguez Lasseria, importante artista del barro y del pincel en la provincia.
“Formaba parte de un entorno que hice mío y aprendí un gusto por el arte donde la arcilla adquiría ante mis ojos las formas más bellas e inesperadas y esa pasión heredada la desarrollé con los años.
“En el momento que decidí que estudiaría en la Academia de Artes Vicentina de la Torre, la primera objeción la obtuve de mi padre. Supongo que intentaba alertarme de los sacrificios y disciplina que esta carrera conlleva, pero mi vocación ya estaba determinada y no me equivoqué con ella”.
–¿Cómo fueron tus años en la Academia?
Al inicio me sentía muy inseguro, sentía que debía probar mucho más por mi procedencia familiar, pero en corto plazo aprendí de mis temores y me impuse el reto de crear mi propio camino.
No fui un alumno modelo; de hecho, siempre fui un poco rebelde, pero al menos no era el peor de mi clase, aunque supongo que mis profesores no dirían lo mismo (sonríe). Realmente no era muy bueno dibujando, algo que luego resolví con mucho trabajo extra y rigor, pero en general tuve cuatro años llenos de enseñanza en los que la percepción del mundo y la realidad me cambiaron inevitablemente.
–Te especializaste en la técnica de la escultura. ¿Por qué inclinarse entonces hacia el dibujo y la pintura?
Entendí que la carrera más completa sería la escultura, pues de la misma forma tendría que dibujar y pintar para mis proyectos, pero además aprendería a manipular la tridimensionalidad y el espacio. Tampoco me interesaba la pintura clásica ni los métodos románticos, prefería la experimentación.
Después de graduarme y esforzándome para crear un mejor dibujo fui encontrando en la pintura una mayor comodidad como medio expresivo, aunque nunca abandoné la instalación, la escultura y el performance.
Creo que ese hábito se me quedó de lo que aprendí estudiando la especialidad, porque he hecho exposiciones en que los materiales que empleo son superficies grandes de madera, de cartón, u otros que tienden a agredir el espacio.
–¿Es la figuración el estilo que te distingue?
Me siento identificado con la abstracción figurativa, con el hecho de perder al espectador entre formas supuestamente aleatorias e indefinidas en un juego de luz y sombras, que cuesta descubrir o que quizás nunca descubran.
Y es que mi trabajo, en su mayoría está hecho para mí, son mis historias y las cuento a mi manera.
En cambio, con la escultura y la instalación, la figuración es recurrente, pues me apropio de símbolos y de elementos específicos para construirlos y recontextualizarlos.
–¿Qué te apasiona, además del óleo y el dibujo?
Con 12 años ya era aficionado del buen cine y hacía mis propias películas con amigos y una cámara casera, escribíamos guiones y practicábamos improvisadas puestas en escena, algunas veces imitando películas.
Luego en la Academia de Arte hice experimentos y videos de arte y de danza, pero de a poco el lienzo sustituyó parcialmente la cámara pero aún hago fotografías para llevarlas a la pintura.
Pero ese niño de los videos aún está dentro de mí, y sin dudas volverá a coger la cámara, es sólo cuestión de tiempo que suceda y quién sabe si se convierta en una de esas etapas de mi obra.
–¿Cómo enfrentas el reto que supone la tan llevada y traída etiqueta de “Joven Promesa”?
“Joven Promesa”, esa tela puede que aún me quede grande. En lo personal trabajo por el placer y la satisfacción de hacerlo sin trascendencia personal. Cada obra es un hijo del que luego cuesta desprenderse.
Con los proyectos colectivos pienso en alentar a otros a que me sigan. Así lo hicimos en las provincias de Santiago de Cuba, Villa Clara y Cienfuegos con 8+1, una gira promocional realizada en 2018.
Hay muchos jóvenes artistas llenos de potencial por todo el país, pero que lamentan la nula promoción de sus obras. Lo que estamos haciendo es demostrar que desde provincia se puede promocionar el arte.
Proyectos como “Dentro del Juego” en Santa Clara o los que organiza el artista Alejandro Lescay desde Santiago de Cuba, son muestras de que sí se puede.
-Nos hablabas de 8+1. ¿Qué es?
El proyecto de Arte 8+1 nació en el 2015, después de organizar y crear el Salón Nacional de Autorretratos en 2010, el cual contó con la participación de más de 40 artistas de la plástica.
8+1 reúne a nueve artistas en cada edición, convoca a los creadores a trabajar bajo una coherencia formal o conceptual sin alejarse de sus propios estilos y los convida a realizar obras originales, muchas veces sacándolos de su zona de confort.
El proyecto cuenta ya con seis ediciones y lo que ha marcado su éxito es su certero poder de convocatoria y organización. Para nosotros el proceso de producción y desarrollo de la muestra ha sido tan importante como la misma, lo que fomenta un esquema fundamental: la promoción.
De alguna manera es una plataforma en términos de unidad de equipo y de la divulgación que se le hace a cada edición; por eso tratamos de que sea itinerante y vaya por todo el país.
–La AHS para ti…
Ha sido un apoyo excepcional para mi carrera, fundamentalmente para mis proyectos colectivos, son tan merecedores como yo del relativo éxito que han alcanzado.
Me ha ofrecido las posibilidades de realización, de crecimiento, de superación que no he encontrado en ninguna otra parte.
La Asociación Hermanos Saíz en Camagüey tiene el privilegio de contar con la confianza entre sus asociados, eso dice mucho de su trabajo para con los artistas miembros y los que no lo son.
Mientras fungía como jefe de la sección de Artes Visuales impulsamos algunos programas de subvención, promoción, colección y exhibición de obras de arte, pero aun así siempre será insuficiente, por lo que la promoción debe seguir siendo sistemática y sostenida, aspecto fundamental para el desarrollo de las carreras de los artistas jóvenes.
–Recientemente inauguraste tu propia galería, coméntame sobre tus planes futuros y lo que te tiene inmerso en estos momentos.
Ahora trabajo en el Leonardo Pablo ArtStudio, allí estoy creando una nueva serie de cuadros abstractos y figurativos, influenciados principalmente por el Arte Concreto y el Minimalista.
En tiempos de coronavirus, pandemia que azota a toda la población mundial, es prioridad para mí seguir creando desde la seguridad de mi casa y esperar a que cuando todo pase poder exhibir lo realizado en este tiempo.
La vida eterna de Roberto Fernández Retamar (Fotos, videos y poemas)
(El Portal del Arte Joven Cubano retoma este trabajo periodístico, publicado a propósito de su fallecimiento en 2019, en homenaje a ese gran poeta y ensayista, Maestro de Juventudes, que en el día 9 de junio cumpliría 90 años)
Si me dicen que te has marchado O que no vendrás, No voy a creerlo: voy A esperarte y esperarte: Si te dicen que me he ido, O que no vuelvo, No lo creas: Espérame Siempre».
La noticia fue un golpe en el alma de millones de personas en Cuba y el mundo. El poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar, el hombre entrañable, el profesor de teoría y críticas literarias, El Miembro de la Academia Cubana de la Lengua, el Presidente de Casa de las Américas, el Premio Nacional de Literatura (1989), el doctor en Filosofías y Letras, el revolucionario, el pensador, uno de los intelectuales más grandes del continente, falleció este 20 de julio a los 89 años de edad.
Y la gente, aquí y allá, en muchas partes, habla de él, lo recuerda, lo lee, se sumerge en sus versos y ensayos, le dedica textos…Llamadas por teléfonos, publicaciones en redes sociales y conversaciones entre amigos transmiten el dolor y la admiración de quienes lo conocimos personalmente o mediante sus escritos, siempre repletos de lucidez y esa capacidad tremenda para desentrañar y alertar, más allá de lo aparente.
Conocíamos sobre su delicado estado de salud, pero no pensábamos en su partida física. Retamar caló muy hondó en sus familiares y amigos, en la intelectualidad latinoamericana y los amantes de la literatura, pero también mucho más allá.
Lo quieren millones de otras personas que admiran al poeta y pensador, pero sobre todo al ser humano, cultivador de la belleza y empeñado siempre en ayudar a su país desde las palabras y la acción.
Nacido en la Víbora, La Habana, el 9 de junio de 1930, resalta su capacidad para analizar temas de la cotidianidad y el espíritu de los pueblos con sencillez y naturalidad, pero también con enorme profundidad reflexiva y poética. No escribió ni habló nunca únicamente para las élites, pero su obra es de una altura tremenda, tal vez por ese mismo don de entender y reflejar como pocos las mareas humanas.
Resulta inevitable pensar en algunas de sus obras, versos y prosas, en su ejemplo de intelectual y hombre fiel a la creación y al alma de Cuba y nuestra América. Ahí está Calibán, publicado por primera vez en 1971 y considerado uno de los ensayos más importantes escritos en lengua española, un texto con penetrantes reflexiones sobre la identidad latinoamericana, que, como su autor, seguirá teniendo larga vida. Una fuente a la cual se deberá volver una y otra vez, desde Cuba y América, desde Europa y otras partes del planeta, para entender mejor las esencias de los nacidos en esta región del, en estos actuales países, cuyos habitantes somos resultados de raíces, luchas y procesos muy singulares, mediante los cuales se han ido conformando rostros y cuerpos identitarios peculiares, que incluyen disímiles influencias, pero poseedores de una cultura muy propia, como argumenta Retamar.
Verdaderamente Calibán impresiona por la fuerza y profundidad de sus tesis, con análisis sociológicos, históricos, literarios y de otros tipos, desde las entrañas del ser humano nacido aquí, de conquistadores, inmigrantes…, todo en constante diálogo con lo ocurrido o proyectado desde otros lugares del mundo, especialmente Estados Unidos y Europa.
Doctor Honoris Causa de las universidades de Sofía, Buenos Aires y Las Villas, Fernández Retamar, quien también impartió clases en universidades extranjeras como las de Yale y Columbia, reafirma sus esencias martianas en ese texto, en el cual varias veces se remite al ensayo Nuestra América y a otros artículos e ideas del Héroe Nacional cubano.
Sin dudas, Calibán debe mantenerse siempre como un ser de papel o digital, imprescindible en las aulas de nuestro país y América, hijo no solo de su autor, sino de disímiles pensadores y sus pueblos, con plena conciencia de que “poner en duda nuestra cultura es poner en duda nuestra propia existencia, nuestra realidad humana misma”, una alerta para el presente y futuro.
- ¿Qué es la poesía? dices mientras clavas
Varias decenas de pinchos en la carne.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Que cualquier cosa sea posible, eso es la poesía.
¿CÓMO VEMOS LOS JÓVENES A FERNÁNDEZ RETAMAR?
Frente a la pantalla del televisor, en el momento de la noticia, la primera imagen que vino a nuestra mente fue la de un Retamar sonriente, repleto de energías, explicando, leyendo, polemizando, escribiendo, soñando…
Recordamos el último día cerca, cuando ya caminaba con mucha dificultad, ayudado por un bastón y otra persona, pero todavía con esa imagen poética en el rostro, en su gesto de detenerse y responder una pregunta de manera muy breve, en su jamás traicionada sinceridad y compromiso creativo.
Para nosotros es indudablemente un maestro, no solo desde los versos y ensayos, desde su labor en Casa de las Américas, publicaciones en medios de prensa y otras responsabilidades de dirección en la revista Unión, el Centro de Estudios Martianos, y otras instituciones y lugares, sino desde su quehacer como hombre e intelectual, con una permanente proyección social.
Autor de decenas de libros como A quien pueda interesar, Hemos construido una alegría olvidada y Nosotros los sobrevivientes, supo conjugar belleza estética, simplicidad, profundidad, coherencia y capacidad de análisis en sus obras, las cuales son singulares retratos de su época. Las reflexiones suelen estar implícitas en sus versos, tal vez sin proponérselo, pero como algo implícito siempre en su pensamiento.
Leerlo es conocer también al esposo, al padre, al revolucionario, al soñador que nunca se rindió y estaba muy seguro de que “en Cuba las dificultades son nuestro aire cotidiano. Por lo menos ahora no peleamos una derrota, sino que defendemos una esperanza”, como expresó en entrevista concedida en 1992, cuando se sufrían los efectos del Período Especial.
La obra de Retamar es también voz de diferentes momentos de la Revolución cubana, y sus ciudadanos, a veces desde la experiencia muy personal. Llama la atención el desempeño de diferentes funciones, sin abandonar jamás una creación de calidad y despojada de hermetismos. Lo recordamos como autor indispensable en la poesía hispanoamericana contemporánea, como ensayista polémico y también como hombre importante en la política cultural cubana, con efectos innegables en nuestra América.
Las nuevas generaciones no podemos olvidar nunca sus consideraciones sobre el papel de los intelectuales y los necesarios procesos de descolonización cultural en nuestro continente, un reto que se mantiene en contextos diferentes, pero iguales de desafiantes.
Debemos tener presente también que, como dijo en 1992, más allá de vientos a favor o en contra, «son los escritores y los artistas los que hacen la obra de arte…»
RETAMAR EN EL TIEMPO
- Cuando pongo mi mano joven,
Condescendiente,
Sobre el hombro tormentoso del anciano,
Es sólo una ilusión, sólo un instante,
El tiempo
De mirar a las nubes, a los astros,
Antes de que otra mano,
Generosa,
Se pose sobre mi hombro
Llamándome ¡oh anciano!
Hace apenas unas horas de su partida física. Tal vez, todavía algunas personas lloran, muchas sienten la tristeza, el dolor…, pero dentro de todo existe la certeza de que Roberto Fernández Retamar nunca se irá verdaderamente.
Su pensamiento, la obra y cualidades como ser humano resultan demasiados poderosos, como para ser borrados por el tiempo o el olvido. En lo adelante, no se deberá intentar imitarlo o colocarlo en un pedestal. Él está en un lugar cimero de la cultura latinoamericana precisamente por la capacidad de diálogo de sus textos, nacidos desde el amor, la polémica, los sueños, la tristeza…, pero sobre todo desde la voluntad, el anhelo y la memoria.
Cada libro suyo permanecerá como parte de su palpitar, la intranquilidad y dimensión de sus ideas. Textos, como Felices los normales, Calibán y Para una teoría de la literatura hispanoamericana le garantizan su presencia junto a cada generación de poetas e intelectuales.
La mejor manera de honrarlo será recordarlo, pero sobre todo tener siempre presentes sus esencias como poeta e intelectual total, en los textos y la cotidianidad, en las decisiones, las propuestas y el quehacer.
ALGUNOS POEMAS DE ROBERTO FERNÁNDEZ RETAMAR
EL OTRO
Nosotros, los sobrevivientes,
¿A quiénes debemos la sobrevida?
¡Quién se murió por mí en la ergástula,
quién recibió la bala mía,
la para mí, en su corazón?
¿Sobre qué muerto estoy yo vivo,
sus huesos quedando en los míos,
los ojos que le arrancaron, viendo
por la mirada de mi cara,
y la mano que no es su mano,
que no es ya tampoco la mía,
escribiendo palabras rotas
donde él no está, en la sobrevida?
***
FELICES LOS NORMALES
A Antonia Eiriz
FELICES LOS NORMALES, esos seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas acompañados por ratones,
Los vendedores y sus compradores,
Los caballeros ligeramente sobrehumanos,
Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,
Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.
Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus padres y más delincuentes que sus hijos
Y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.
***
POR UN INSTANTE
Esa luz en la noche,
¿Será un reflector nuestro?
¿Será un arma de ellos?
(Por un instante
Había olvidado
Que hay en el cielo luna, que hay estrellas.)
Roberto Fernández Retamar
***
OYENDO UN DISCO DE BENNY MORÉ
ES LO MISMO de siempre:
¡Así que este hombre está muerto!
¡Así que esta voz
Delgada como el viento, hambrienta y huracanada
Como el viento,
es la voz de nadie!
¡Así que esta voz vive más que su hombre,
Y que ese hombre es ahora discos, retratos, lágrimas, un sombrero
Con alas voladoras enormes
—y un bastón—!
¡Así que esas palabras echadas sobre la costa plateada de Varadero,
Hablando del amor largo, de la felicidad, del amor,
Y aquellas, únicas, para Santa Isabel de las Lajas,
De tremendo pueblerino en celo,
Y las de la vida, con el ojo fosforescente de la fiera ardiendo en la sombra,
Y las lágrimas mezcladas con cerveza junto al mar,
Y la carcajada que termina en punta, que termina en aullido, que termina
En qué cosa más grande, caballeros;
Así que estas palabras no volverán luego a la boca
Que hoy pertenece a un montón de animales innombrables
Y a la tenacidad de la basura!
A la verdad, ¿quién va a creerlo?
Yo mismo, con no ser más que yo mismo,
¿No estoy hablando ahora?
***
A LOS ÁRBOLES DEL CEMENTERIO
ESTOS ÁRBOLES SE alimentan
De lo que fuimos, de lo que seremos:
Madera hecha de ojos, ramas
En que, acercándose, se siente el olor acre
De las piernas.
Por suerte, las hojas más altas,
Las del pelo, van a confundirse
Con el viento de la tarde, el dulce viento
Que menea los primeros terrones sobre el cadáver.
***
ANIVERSARIO
Me levanto, aún a oscuras, para llevar a arreglar unas ruedas del auto, que sigue roto,
Y al regreso, cuando ya ha brotado el hermoso y cálido día,
Te asomas a la ventana que da al pasillo de afuera, y me sonríes con tus ojos achinados del amanecer.
Poco después, a punto de marcharme para ir a revisar unos papeles,
Te veo cargando cubos con nuestras hijas,
Porque hace varios días que no entra agua, y estamos sacando en cubos la poca que haya en la cisterna del edificio.
Y aunque tengo ya puesta la guayabera de las reuniones, y en una mano la maleta negra que no debo soltar,
Ayudo algo, con la otra mano, mientras llega el jeep colorado.
Que demora poco, y al cabo me arrastra de allí: tú me dices adiós con la mano.
Tú me decías adiós con la mano desde este mismo edificio,
Pero no desde este mismo apartamento;
Entonces, hace más de veinte años, no podíamos tener uno tan grande como éste de los bajos.
El nuestro era pequeño, y desde aquel balcón que no daba a la calle,
Pero que yo vislumbraba allá al fondo, cuando cruzaba rápido, en las mañanitas frías, hacia las clases innumerables de introducción al universo,
Desde aquel balcón, allá al fondo, día tras día me decías adiós, metida en tu única bata de casa azul, que iba perdiendo su color como una melodía.
Pienso estas cosas, parloteando de otras en el jeep rojo que parece de juguete,
Porque hoy hace veintidós años que nos casamos,
Y quizá hasta lo hubiéramos olvidado de no haber llegado las niñas (digo, las muchachas) a la hora del desayuno,
Con sus lindos papeles pintados, uno con un 22 enorme y (no sé por qué) dos plumas despeluzadas de pavorreal,
Y sobre todo con la luz de sus sonrisas.
¿Y es ésta la mejor manera de celebrar nuestros primeros veintidós años juntos?
Seguramente sí; y no sólo porque quizá esta noche iremos al restorán Moscú,
Donde pediremos caviar negro y vodka, y recordaremos a Moscú y sus amigos, y también a Leningrado, a Bakú, a Ereván;
Sino sobre todo porque los celebraremos con un día como todos los días de esta vida,
De esta vida ya más bien larga, en la que tantas cosas nos han pasado en común:
El esplendor de la historia y la muerte de nuestras madres,
Dos hijas y trabajos y libros y países,
El dolor de la separación y la ráfaga de la confianza, del regreso.
Uno está en el otro como el calor en la llama,
Y si no hemos podido hacernos mejores,
Si no he podido suavizarte no sé qué pena del alma,
Si no has podido arrancarme el temblor,
Es de veras porque no hemos podido.
Tú no eres la mujer más hermosa del planeta,
Esa cuyo rostro dura una o dos semanas en una revista de modas
Y luego se usa para envolver un aguacate o un par de zapatos que llevamos al consolidado;
Sino que eres como la Danae de Rembrandt que nos deslumbró una tarde inacabable en L`Ermitage, y sigue deslumbrándonos;
Una mujer ni bella ni fea, ni joven ni vieja, ni gorda ni flaca,
Una mujer como todas las mujeres y como ella sola,
A quien la certidumbre del amor da un dorado inextinguible,
Y hace que esa mano que se adelanta parecida a un ave
Esté volando todavía, y vuele siempre, en un aire que ahora respiras tú.
Eres eficaz y lúcida como el agua.
Aunque sabes muchas cosas de otros países, de otras lenguas, de otros enigmas,
Perteneces a nuestra tierra tan naturalmente como los arrecifes y las nubes.
Y siendo altiva como una princesa de verdad (es decir, de los cuentos),
Nunca lo parecías más que cuando, en los años de las grandes escaseces,
Hacías cola ante el restorán, de madrugada, para que las muchachas (entonces, las niñas) comieran mejor,
Y, serenamente, le disputabas el lugar al hampón y a la deslenguada.
Un día como todos los días de esta vida.
No pido nada mejor. No quiero nada mejor.
Hasta que llegue el día de la muerte.
***
CON LAS MISMAS MANOS
Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.
Llegué casi al amanecer, con las que pensé que serían ropas de trabajo,
Pero los hombres y los muchachos que en sus harapos esperaban
Todavía me dijeron señor.
Están en un caserón a medio derruir,
Con unos cuantos catres y palos: allí pasan las noches
Ahora en vez de dormir bajo los puentes o en los portales.
Uno sabe leer, y lo mandaron a buscar cuando supieron que yo tenía biblioteca.
(Es alto, luminoso, y usa una barbita en el insolente rostro mulato.)
Pasé por el que será el comedor escolar, hoy sólo señalado por una zapata
Sobre la cual mi amigo traza con su dedo en el aire ventanales y puertas.
Atrás estaban las piedras, y un grupo de muchachos
Las trasladaban en veloces carretillas. Yo pedí una
Y me eché a aprender el trabajo elemental de los hombres elementales.
Luego tuve mi primera pala y tomé el agua silvestre de los trabajadores,
Y, fatigado, pensé en ti, en aquella vez
Que estuviste recogiendo una cosecha hasta que la vista se te nublaba
Como ahora a mí.
¡Qué lejos estábamos de las cosas verdaderas,
Amor, qué lejos —como uno de otro!
La conversación y el almuerzo
Fueron merecidos, y la amistad del pastor.
Hasta hubo una pareja de enamorados
Que se ruborizaban cuando los señalábamos, riendo
Fumando, después del café.
No hay momento
En que no piense en ti.
Hoy quizá más,
Y mientras ayude a construir esta
escuela
Con las mismas manos de acariciarte.
Puertas infinitas y una orquesta de papel
¿Quién está en casa?
¿Cuántas puertas puedes abrir con tres llaves? Te aseguro que no hallarás una respuesta matemática. Solo permítanme confesar que con esa cantidad de llaves me apresté a varias travesuras. Es cierto, no siempre hallé el camino correcto, incluso ante sencillos laberintos. Víctima de la ansiedad, extravié mis ojos más de una vez. No me arrepiento, es divertido ponerse en el lugar de los niños aunque sea por unos instantes. Aunque sé que los más pequeños de casa de seguro encontrarán todas las puertas con mayor facilidad.
Este no es solo un libro destinado solo al público infantil y adolescente. A primera vista sería cierto pero tras cruzar la entrada cualquier lector disfrutará de la belleza y el conocimiento a su disposición. No crea que si el volumen llegara a sus manos será un lector apacible. En todo caso será quien le otorgue a estas páginas la dinámica para la que se concibió. Siéntase entonces coautor, y alístese al corretaje, ya con la vista, ya con el lápiz.
Para Puertas a la Música (Ediciones Santiago, 2014) encontrarás las llaves de entrada pero solo un acertijo no podrás resolver. Seas niño o adulto quedarás atrapado en su orquestación, en el hechizo músico-visual. Cuando llegas a la última página no encontrarás la salida y retornas a cualquiera de las anteriores.
Si bien mis palabras parecieran lanzar un conjuro, perdonen damas y caballeros que yo no he sido, fueron el autor José Orpí y el ilustrador Raúl Gil, los atrevidos.
Pase usted, la casa es suya
La interrogante, en apariencias ingenua, de una niña a su madre, dio lugar en las primeras décadas del pasado siglo a que del genio popular brotara el son inmortal en el célebre Mamá, Son de la loma en la autoría de Miguel Matamoros. Razón que corrobora el acierto de aproximar a los infantes a las tradiciones musicales, autores e intérpretes. No por casualidad en el portal del libro se apela a la antológica pregunta, a continuación de un diálogo entre un nieto y su abuela, en el cual se cita el tema musical en cuestión. La pieza afina la orquesta y prepara a los asistentes al concierto que sus páginas ofrecen.
Con un lenguaje asequible a las primeras edades, sin que se apele a ñoñerías del verbo o el adjetivo, Orpí coloca a su lector ideal frente a una síntesis de nuestro acervo musical. Juego y aprendizaje se intercalan y coinciden en idéntico espacio con el fin de dialogar en torno al patrimonio sonoro intangible, o como se escucha en voz de un personaje, el tesoro musical.
Puertas… es un válido ejemplo de cómo obrar para que las presentes y futuras generaciones de cubanos conozcan el acervo de su cultura musical sin que se apele a la queja ante los presuntos demonios audibles que nos atormentan. Sospecho de quienes solo se conforman con la crítica a lo que entienden nocivo. Resulta cómodo señalar el rincón sucio desde el sofá. ¿Por qué no atreverse a llevar a término las ideas?
En tal sentido Puertas… constituye una atractiva propuesta que se enlaza a esa tradición literaria, musical y audiovisual que en diferentes etapas marcan la infancia cubana. No es la primera vez que José Orpí Galí se aveza en proyectos similares, sobre todo cuando a destinatarios tan importante se dirige. Algunos guardarán en sus libreros los títulos Para despertar al duende, por Ediciones Santiago (2003; 2009) o El mundo de los asombros, en la factura de la Editorial Oriente en 2010. Quien atesore entre sus manos Santiago de Cuba: ciudad cantada, otra vez por la de Oriente (2013; 2015), percibirá la vocación del educador que persiste en su obra. En este último texto no solo se sirve de la poesía para comunicar etapas y hechos históricos trascendentales de la Villa, sino que confía la ilustración del volumen a la creatividad infantil volcada en imágenes.
Los primeros 35 compases los dedica a la presentación de varios instrumentos presentes en la musicalidad insular y algunos en la universal. Así, escuchamos la primera tonada a manos de la guitarra, cordófono cuya herencia se debe a las tradiciones hispánicas, cuyo asentamiento es primordial en el desarrollo de nuestros géneros musicales de base. A través de la poesía rimada Orpí nos entrega nombres del cubanísimo pentagrama como Sindo y Matamoros, cuyas obras es imposible de separar de la novia de las seis cuerdas.
¡Cuidado padres dormilones! Este no es un libro para provocar el bostezo y la caída de los párpados a tus hijos. Madre, no será con estos acordes que te quites al niño de encima por un rato. Muy por el contrario, prepárate para sacar punta a los lápices, y con cada partícula de aprendizaje tendrás lista una ráfaga de preguntas. Alístense a formar la orquesta, tomen la libertad de divertirse mientras los instrumentos y la literatura hacen su acople.
Puertas a la Música posibilita la interacción entre sus creadores y destinatarios, a través de diversos juegos y otros caminos serán copartícipes del resultado. De tal fiesta resulta la concurrencia de aerófonos, cordófonos y percusión que entrelazan las huellas de África, España y otras regiones contribuyentes a la formación sonora cubana. Quienes se atrevan al juego de este concierto, enriquecerán de forma amena su saber.
¡Que toquen, que toquen! Yo bailo de todo
¡Ay Mamá Inés tu hijo Bola está frente al piano! Llamó a Lecuona y entre teclas se les ve en el retozo.
Las autoridades de la música pierden el control. Se desordena el pentagrama y la población amanece a todo baile. Cada quien elige un ritmo diferente y otros cantan. Hasta la reina Isabel se sumó a la algarabía, perdón, ¿qué ha tocado ese?
Tras El Misterio de la Unión las puertas se abren y desde la décima nos llegan varios géneros y ritmos surgidos al mismo ajiaco que nuestra identidad nacional. No ha de extrañarse usted mi adulto escucha, si tras este encuentro vuelve en sí su memoria y recuerda que antes de los ídolos de hoy estuvieron los de siempre, que a veces no se llama balada, aunque rejuvenecido, su nombre puede ser bolero. Lo mismo sucede con el son, la guaracha, la tonada, guajira o la rumba, a quienes muchos voltean el rostro como a extraños inquilinos.
Por esta senda de los géneros musicales llegamos a sus cultivadores. Orpí aúpa a varios de los más ilustres en tertulia, las edades desaparecen, y Sindo y Matamoros coinciden en el mismo brindis con Silvio y Formell. Porque la obra de quienes trascienden no se limita a los calendarios o el juego de estar o no a la vista de todos. Quienes por la oreja sueñan, siempre sabrán de dónde y quiénes son los cantantes.
Alguien con más sapiencia que yo, expresó que para saber si un libro para niños está bien escrito, uno de los caminos es que le llegue a un adulto tanto como en su infancia. Gracias a las trampas del autor y el equipo de realización del texto, cada página sonora de Puertas… me hizo olvidar que hay documentos oficiales donde reza el año en que nacimos. Ahora que se desdibujan esas fronteras del espíritu, simplemente abrazo una palabra, humanidad.
P.D: ¡Ah! olvidé decirles, el libro dejó de existir en librerías santiagueras casi al instante de su presentación. Sería una suerte una reedición. Por lo pronto, anímese a encontrarlo en bibliotecas.
Comienza Forodebate Nación y socialismo
La relación entre nación y socialismo tiene en Cuba una historia rica y no exenta de contradicciones. En la cohesión entre el proyecto nacionalista, donde la tradición liberal burguesa juega un papel importante, y el carácter internacionalista del socialismo, donde los aciertos y errores emanados de la experiencia soviética tienen también su peso, se ha conformado el ideal de soberanía e independencia nacional.
El biodrama de una generación en Selfie: Carlos Sarmiento en la crisis de los 30
Cuando la vida se deja penetrar en el corazón mismo del teatro…
Jacques Derrida
Como parte de un ciclo de entrevistas, iniciado desde la Casa Editorial Tablas-Alarcos con el objetivo de registrar el diálogo con creadores, dramaturgos, teatrólogos, teatristas durante estos 20 años, converso con Carlos Sarmiento, teatrólogo, director y actor, que integra nuestro catálogo con su investigacion El largo viaje hacia la verdad, dedicada al director y actor cubano Vicente Revuelta.
Y también sobre la verdad, la reconstrucción de la realidad, la vida como fuente inagotable de ficción, el biodrama, la crisis de los 30, la necesidad y posibilidad de multiplicarnos en diversos roles desde el trabajo, el latido de una generación y sus resonancias conversamos Carlos y yo, hace ya unos meses en la sala de su apartamento.
–¿Cuáles son las fuentes que tuviste en cuenta para la escritura de Selfie? ¿En qué circunstancias comienzas a escribirla?
Selfie surge de una manera curiosa. Habitualmente, se tiene una idea antes de escribir una obra, una esencia que luego se materializa, en mi caso, ni me había pasado la idea por la cabeza de escribir un texto. La motivación nace a partir de la investigación que estaba realizando sobre la autoficción en la Maestría de Dirección Escénica que estaba cursando en la Universidad de las Artes.
En la asignatura Metodología de la Investigación pedían un proyecto investigativo, recuerdo que estaba en casa de Eberto García Abreu mostrándole lo que ya tenía hecho y me dijo: Bueno, ahora tienes que ser consecuente y escribir tu propia autoficción.
En principio no me pareció necesario, pero fue una provocación que se me quedó en mi cabeza. Tiempo después empiezo a pensar en esa posibilidad, a preguntarme qué pudiera encontrar en mi vida de interesante para ser contado, pero aún no estaba decidido. Incluso, pensé en buscar a un dramaturgo para que escribiera a partir de las fuentes que yo le diera, porque nunca había escrito una obra antes, ni siquiera estudié dramaturgia; hasta que me decidí.
No quería retratarme a mí mismo, hacerme el selfie, más bien quería desde mi imagen poder retratar a una generación, hablar de nuestras vivencias y traumas. Empecé a pensarme en sociedad, había una línea en el texto que se refería a la nuestra como una generación maniquí, fue un concepto que trabajé muchísimo aunque para la puesta se quitó.
También sentí que tenía una deuda grande con mi familia y que debía sacarla a la luz, precisamente porque siempre digo que las decisiones más importantes de nuestra vida cuando nacemos ya han sido tomadas: venir al mundo, cómo te llamarás, la crianza que vas a tener. A partir de ahí tienes que romper esa herencia, seguirla o cuestionarla; a algunas personas hacen más o menos rupturas, otras consolidan esa tradición con mayor o menor éxito.
Comencé con un espectro de cinco o seis de mis familiares de los que quería hablar, luego me quedé con menos personas. Mi vida, solamente, no era interesante y decidí incluir el personaje de Fanny, inspirado en una muchacha que había conocido tiempo antes en Trinidad. La historia de amor entre ella y mi personaje no existe en la realidad, es parte de la ficción, pero me parecía interesante porque es una joven que no ha podido salir adelante porque está marcada por un pasado del que no logra salir.
Todo fue muy curioso con la zona de esa historia que es real. La conocí durante mis viajes de trabajo a Trinidad, me quedaba en su casa porque ella alquilaba. Un amigo me dice “ten cuidado que te estás quedando en casa de la nieta de… (el nombre real nunca lo digo por una cuestión de ética), esa gente es peligrosa”. Yo le respondí que ella no me parecía mala persona y que no debía pagar por lo que hizo su abuelo, pero mi amigo me refutó que no solo era el abuelo, su mamá también había estado presa. Igual me parecía injusto que si ella había tratado de romper con ese pasado siguiera siendo juzgada.
La vida de ella me pareció muy interesante para la obra, porque es muy azarosa. A partir de ahí, salió el personaje de Fanny, aparentemente vulgar. Creé la historia de amor porque me interesaba la contraposición de esta muchacha y un artista que se debate entre su ideal creativo y la realidad. Ella, sin embargo, es una persona con los pies bien puestos en la tierra porque ha sufrido mucho, esa polaridad entre los dos personajes me atraía.
Para este texto yo investigué mucho sobre el psicodrama, y lo usé como concepto para trabajar la puesta en escena: yo en una butaca viendo la representación de mi propia vida. Ojalá y también Fanny pudiera estar a mi lado, en un momento del espectáculo ocurre, la actriz se sienta a mi lado en el público y los dos vemos juntos la puesta en escena. Originalmente el texto está hecho para que en las representaciones que se hacen no intervengan ninguno de estos dos actores/personajes, que siempre estén viendo sus dobles en escena desde la platea.
La imagen del director que interviene en escena y observa el espectáculo junto a los demás espectadores parte del concepto de Sergio Blanco sobre “el guía turístico o Estado de GT”. Yo pasé el taller Construcción y Deconstrucción del Monólogo con este dramaturgo y director en el año 2014; durante el que hicimos muchos ejercicios con la premisa del efecto GT que me sirvieron enormemente.
–¿Esta es una conexión con el trabajo que realizas en el sector del Turismo?
Elegí poner al personaje Daniel que hace referencia a mí mismo como guía turístico para enfatizar la frustración, pero en realidad yo trabajo como animador en un show de música tradicional cubana para extranjeros no como guía. Cuando trabajo como animador no me siento frustrado pero pienso que si fuera guía turístico tal vez sí.
Claro que también está el paralelismo entre el guía como el manipulador del relato, el conductor de la historia, el que lleva la historia hacia donde quiere, esa idea que propone Sergio me interesaba mucho desde lo artístico y tenía conexiones con parte del trabajo que realizo fuera del teatro. Me he encontrado en varias ocasiones a teatristas trabajando como guías turísticos. Recuerdo que una vez, uno de ellos me dijo: “esto se trata de saber un poco de idioma y de actuar la Cuba que ellos quieren comprar”.
Esa es una gran verdad y lo he comprobado en los shows que he animado, si no vendes esa Cuba que ellos quieren comprar y representas a ese cubano bailador, mujeriego, que siempre sonríe a pesar de los problemas y que nunca está triste, pues entonces no les interesas.
Otro acontecimiento de mi vida que me sirvió como referencia, ocurrió en la noche del 24 diciembre. Ya sabía que quería escribir el texto y me tuve que ir a trabajar a Trinidad. Esa noche estaba floja la venta y tuve que salir con unos volantes a venderle el show a los extranjeros. En ese instante mis familiares me llamaron y hablé con ellos; me puso un poco triste pensar en lo lejos que estaba de casa en una noche como esa que es para celebrarla en familia. Como el parque estaba al lado de la iglesia pude ver el nacimiento del Niño Jesús por largo rato, ahí fue que me dije “aquí está la historia para escribir”.
También fue una época complicada de mi vida, no sé si fue llegar a 30 años y tener que replantearme muchas cosas, en ese período no estaba haciendo nada para el teatro, solo trabajaba para el turismo. De hecho tuve que desprenderme un poco porque económicamente iba bien pero era muy triste. Creo que todo eso está en la escritura de Selfie. Fue una obra que fui escribiendo en lugares distintos, lo mismo escribía en la casa, que luego unas escenas en Cayo Coco, otras en Cayo Santa María y algunas en Trinidad. Me pasaba hasta una semana sin regresar a mi casa. Siempre quise escribir un texto que fuera honesto.
Con respecto a la ficción y otros elementos que cambié y moví, por ejemplo, el abuelo de la muchacha en la realidad no era masón, pero en la ficción de la obra es un personaje que luchó en la Sierra Maestra, todos sabían que era masón y cuando terminó la guerra no lo dejaron tener ningún cargo y por eso se alzó.
Lo del masón fue otra historia que supe, un hombre que luchó también pero cuando acabó todo lo sacaron del proceso por pertenecer a esa hermandad, aunque no se alzó fue una pérdida pues es una persona que hubiera aportado mucho porque verdaderamente era y es aún, muy revolucionario. En ese caso, uní dos historias de vida en la biografía de un personaje.
–¿Cómo fuiste tejiendo el texto? ¿Cómo esta escritura fue invadiendo la escena y al mismo tiempo cómo lo que quedaba en escena cambiaba el texto?
El texto que concebí inicialmente cambió mucho durante la puesta en escena porque al principio tenía demasiadas referencias al Nacimiento, a la Navidad, demasiado poético; era una poesía que para el concepto de puesta en escena que tuve después no funcionaba. Ante todo por el ritmo que yo quería, también porque siempre quise comunicarme con un público joven, entonces ese exceso de alegoría y de poesía en detrimento de la acción la empecé a sustituir por otros recursos porque me parecía que para el público que yo quería no iba a resultar.
Fue un texto que trabajamos mucho a partir de improvisaciones, los recursos de Layton para improvisar, y sin dudas, ya cuando tienes el cuerpo de estos actores cambia mucho porque sabes que es un texto escrito para ellos. Los actores me hicieron propuestas desde el principio, a tal punto que la versión del texto aún se está rehaciendo porque ha seguido variando con el trabajo y las sugerencias de los elencos. Todos los días se actualiza, hoy en la mañana estuve introduciendo algunos cambios a partir de parlamentos que han surgido en escena y, como son valiosos, merecen quedarse.
Algo muy bonito que ocurrió durante el montaje fue el proceso de que los actores se fueran enterando de “los chismes de mi vida” (risas). Logré que tuvieran contacto con las personas reales que citaba en la obra y que conocieran a mis padres; no con el objetivo de que los imitaran pero sí de que supieran quiénes eran. Ni siquiera fue con el estilo más usado de que parte de mi familia fuera a un ensayo, ocurrió en una casa en la playa donde estaban todas las personas que yo mencionaba en la obra, los actores fueron y así se conocieron. También fueron muy útiles los videos que conservo de Gustavo Saffores, Bruno Pereyra y Gabriel Calderón, actores que trabajan muy a menudo con Sergio Blanco, donde ellos explican cómo construían el personaje para la autoficción, cómo se apropian de Sergio sin ser él.
Tal vez el mejor ejemplo para explicar ese proceso de construcción del personaje, donde no se imita al referente real si no que se registra de otra manera, está en el actor que “hace de mí” en la obra. Se llama Carlos, tiene mi edad y estudiamos juntos, tiene también muchos traumas que quería expresar de alguna manera, a partir de esa necesidad de expresión común y del contexto que compartimos como generación, se unió mi biografía a la de ellos.
En la obra hay textos creados por los actores, hay un intermedio (que no está en el texto original, solo en la puesta en escena) donde yo les di la pauta de que pensaran lo que era Cuba para ellos, cómo se sentían, qué era la Patria, todo eso cada cual lo expresó en un monólogo. Incluso, si ves a una actriz (Aydana Febles) y ves a la otra (Alessia Delgado) no es igual, porque cada una tiene su monólogo. Si algún día yo doblara a Carlos Alberto, o Carlos dejara de hacer la puesta, ese actor que lo asuma no haría el monólogo de Carlos, tendría que hacer el suyo propio.
Estuvimos casi seis meses en el proceso de montaje. Todo los actores están viviendo circunstancias muy parecidas a las de Daniel, el personaje inspirado en mi, les encanta el teatro pero por varias razones tienen que hacer otros trabajos. Por ejemplo, Carlos hace televisión y trabaja de Barman en el Restaurant Habana Blues, Aydana produce videos de reguetón, Hamlet hace radio, Lily también trabaja en el restaurante Habana Blues y Cuza tiene que trabajar en varios grupos a la vez. Eso que aparentemente es muy poético para la construcción de la obra, es un problema a la hora de encontrar horarios afines para ensayar y concretar la puesta en escena.
Después de terminado el montaje y correspondiente estreno, nuestra dinámica no es la de un grupo común, nos reunimos una semana antes para ensayar cuando hay temporada. Son nuevas formas que hay que poner en práctica si quieres subsistir como artista y como ser humano.
–Hay creadores que insisten en defender una dinámica de grupo más tradicional porque dicen que las formas alternativas terminan lastrando el trabajo; pero la verdad es que la mayoría de los proyectos y compañías teatrales sobre todo en la capital, funcionan bajo presupuestos abiertos y cambiantes, y gracias a eso logran sobrevivir.
Recuerdo mi primer grupo serio, fue Pequeño Teatro de La Habana, tiene una dinámica en la cual no se puede faltar a ningún ensayo. Estaba recién graduado y aprendí mucho en la Academia de José Milián, acepté esa dinámica durante un tiempo pero llegó un momento en el que necesité hacer además otras cosas. Actualmente hay muchos grupos que no están funcionando en buena medida porque no han logrado aceptar y adaptarse a nuevos modos y mecanismos para hacer teatro, variar la frecuencia de ensayo, y aún así, preservar la vocación hacia el teatro, sin renunciar por eso a otras zonas de interés ya sea por necesidades creativas y/o económicas.
–Algunos teóricos y escritores sostienen que a pesar de todo el auge de la autoficción en tanto escritura y del aparato teórico desplegado a su alrededor, siguen prefiriendo la autorreferencialidad como categoría. Sostienen además que la autoficción no es más que una autobiografía, lo único nuevo es que deja por sentado algo que ya se sabe de antaño: lo real siempre tendrá ficción porque el soporte artístico lo transforma.
La autoficción tiene detractores, que incluso, no subestiman las creaciones que de ahí han surgido, sino que la consideran infundada como distinción de otras formas de escritura que parten de premisas similares. Después de haberla investigado teóricamente y luego de escribir una obra bajo sus presupuestos estéticos, me gustaría conocer tu postura al respecto.
Soy de los que la defiende. Creo que es muy raro un arte que no esté ligado a la autorreferencialidad, siempre hay al menos un componente autorreferencial, pero creo que la autoficción lo hace de manera más clara. Además me interesa como término. Dentro de las investigaciones al respecto se habla mucho del “pacto ficcional”: el espectador va a la sala a ver una historia que sabe que no es real, va a ser engañado y se deja engañar. Pero este juego que te propone la autoficción de “sí, tiene mucho de realidad”, o ponerte al tanto de que alguien que está ahí muestra parte de su vida verdaderamente, genera en el público otro tipo de recepción. Tal vez, en algún momento, yo lo investigue más a fondo, pero desde la perspectiva del público, porque en la investigación de la Maestría lo hice desde la relación actor-director.
He vivido con Selfie cómo cambia la recepción, siempre que se me acerca alguien a hablar de la puesta en escena en el fondo lo que quiere es deslindar la verdad de la mentira. Por supuesto, reitero que el arte está lleno de autorreferencialidad, pero me interesa defender el pacto autoficcional porque además se mezcla mucho con el teatro documental y con las “escrituras del yo.”
La variante de la autoficción que más disfruto es en la que está incluida la figura del director, y si él además, puede ser parte de la representación mejor, por eso decidí estar en Selfie aunque sea del lado de la platea e intervenir en algunas escenas. En principio tenía pensado buscar un actor que hiciera de director, pero decidí que debía ser consecuente con esa pauta. Incluso, si yo tuviera más experiencia como director yo hubiera representado el papel de Daniel, pero me resulta muy complejo aún, necesito mirar desde afuera.
Como espectador, la autoficción también me atrae mucho. Me sucedió con Diez millones de Carlos Celdrán y con Jacuzzi de Yunior García. Cuando el autor dentro del texto lo va construyendo y me asegura “es real”, y tengo ciertos referentes que puedo asociar, intuir, además de esa sospecha con la que juega la autoficción, es evidente que me genera una actividad más como público y un placer añadido. El siglo XXI ha demostrado que es el tiempo del “yo”, unido al auge de las redes sociales donde cada cual puede desde su cuenta personal representar su propia historia y administrar su perfil, que no es más que una reconstrucción del “yo”: mis amigos y yo, yo en mi casa, yo en México; los canales de YouTube que han ido robándole espacio a la televisión. Para mi, Facebook es la autoficción perfecta en la que uno construye identidades múltiples a partir de sí mismo, precisamente porque en las redes hacemos un proceso de selección donde no lo mostramos todo, posteamos solo aquello que nos parece relevante.
Siempre existirá la polémica. Solo hay una autoficción que no defiendo, la que está escrita “a la fuerza”, ese texto que desde su lectura o respectiva puesta en escena, hace evidente que no necesita como obra acogerse a ese pacto. Pero por lo demás, creo que es un género con grandes potencialidades para trabajar desde la dramaturgia, la puesta en escena, el trabajo con los actores y el público.
–He notado que cuando se trata de autores y/o directores que tienen una experiencia precedente, incluso en formas de teatro con presupuestos estéticos distintos a los de la autoficción, por lo general el resultado es superior porque son obras sustentadas por una investigación profunda sobre las pautas del género, escritas desde la consciencia de lo que se está tejiendo e interviniendo y sobre todo en una necesidad de desahogo que encuentra en la autoficción la mejor manera de manifestarse.
Sí, efectivamente. No puedo asegurar que lo próximo que haga será una autoficción, pero sin dudas, este trabajo me ha marcado mucho y a los actores también.
–La autoficción está muy validada en la narrativa, de hecho, empezó por ahí, asociada a grandes novelas que implicaban un cambio de perspectiva de acuerdo con las nociones más tradicionales de autobiografía y exposición de “lo real”. Sus orígenes se remontan a 1977 en Europa, con la novela Fils de Serge Doubrovsky, el que se considera el fundador del género. En los Estados Unidos ya desde la década del ´60 había una corriente llamada non-fiction-novel que agrupada todo una generación de grandes periodistas y cronistas, encabezada e iniciada por Truman Capote con la célebre novela A sangre fría (1966).
Creo que en la narrativa tiene otra dimensión, en los libros alcanza una verdad distinta, otra fuerza. Pienso en Yo, Publio, Confesiones de Raúl Martínez, en Antes que anochezca de Reinaldo Arenas. Son libros que me marcaron y ahora que lo pienso, ese pacto ambiguo que lograron sus autores fue el que me sedujo tanto.
–¿Para qué otros públicos, además del capitalino, han representado Selfie?
Estuvimos en Cienfuegos, Holguín y Sancti Spíritus. A partir de una vivencia que tuvimos en esta última provincia, decidí que siempre la primera función sería para los universitarios. Allí llevaron a los estudiantes de la Facultad de Ciencias Médicas a ver la obra, cuando los vi llegar con bocinas con reguetón puesto pensé que la función sería un desastre. Pero la verdad, es que ese público disfrutó mucho la obra y la percibieron de una manera que hasta ese momento no había visto. Era un público muy desprejuiciado y con otros referentes que necesitaba el espectáculo de otra forma. Esperaban el final, como si estuvieran viendo una telenovela (risas).
–Como espectadora también sucumbo a la necesidad de deslindar la verdad de la mentira, a la curiosidad de saber qué tomas, qué dejas de tu vida, qué alteras (risas).
Es una verdad maquillada, en la salida ilegal del país que se representa en la obra, por ejemplo, la ficción está en que yo no estuve allí ni la vi, pero es un cuento que mis padres han hecho tanto que es como si hubiera estado presente. Ni siquiera le consulté a mi mamá para refrescar la memoria, cuando ella lo vio se molestó, pasó unos días sin hablarme.
El personaje de Nelson existe en la realidad, es mi mejor amigo y cuando fue al estreno me contó que se escondía en la butaca por miedo de en cualquier momento que yo lo parara a testificar (risas).
La historia de Fanny está bastante cercana a la real, pero hay muchos elementos que fueron construidos, como aquello que apuntó Sergio Blanco: “es la verdad, pero movida de lugar”.
–En ese sentido hay una cuestión ética que tiene que ver con referir sucesos que acontecieron en las vidas de otros. ¿Cuál es la delgada frontera en la que te mueves para no dañar el espacio privado de los otros? ¿Cómo pactar con eso que tú conoces de los demás pero que no te pertenece del todo?
Precisamente como no voy a contar la historia real y voy a cambiar y a mover muchos aspectos de lugar, mi deber es cambiarles el nombre y proteger sus identidades. Creo que en Selfie la autoficción fue un recurso que utilicé para ser honesto. Es una obra que tanto desde la construcción del texto, así como desde la puesta en escena, tiene mucho de psicodrama. Por ejemplo, las fases por las que pasa el psicodrama están en este texto a nivel de estructura. Selfie es como una sesión de psicodrama, incluso, trabajamos mucho las improvisaciones a partir de las pautas del psicodrama.
Hay una pauta fundamental que empecé a escribir la obra: mostrar a jóvenes que no quisieran irse del país y aun así desearan una vida digna, y por ende, exponer lo que tenían que hacer para salir adelante, para superarse profesional y económicamente.
Queríamos además, dejar un sabor grato en los espectadores, aunque tocáramos temas fuertes, a veces dolorosos, no queríamos dejar en el público un sentimiento derrotista. Para eso, jugamos mucho con los cambios de tono, algunas escenas las contamos desde un enfoque más de comedia, y otras desde un tono más serio y dramático.
Esta obra es muy susceptible de caer en el melodrama, y por eso la cuidamos mucho con la variedad en los matices. Otro elemento que quise mantener y sacarle partido desde la puesta en escena fue el de teatro dentro del teatro. Los actores debían actuar como ellos mismos en la situación de los personajes, esa fue la premisa. No quería una caracterización forzada y ajena a ellos, por eso el pullover que trae cada uno tiene su fecha de nacimiento, aunque interpreten un personaje nunca dejan de ser los actores, los jóvenes y los seres humanos que son en la realidad.
En ese aspecto fue fundamental la asesoría del director Carlos Celdrán, en todo el trabajo con el comportamiento de los personajes, él fue mi tutor en la Maestría de Dirección Escénica y su influencia fue clave.
–Muchos creadores hablan de cómo se enriquece un texto cuando es pensado por su autor para llevarlo a escena inmediatamente después de su escritura. ¿Fue este un elemento que te ayudó a ti en particular?
Ciertamente. Me bastaron dos lecturas de los actores antes de empezar a montarlo, para cambiarle el final. Ya la dramaturga y maestra Raquel Carrió había entrado en crisis con el final y me dijo entonces que no le gustaba, pero me aconsejó que no me apurara en encontrarlo, que en cuanto empezara a trabajar con los actores, ellos mismos se encargarían de mostrarme el camino, y así fue.
–La autoficción es un doble pacto, convive entre dos mundos, lo real y lo ficcional, la verdad y la mentira, lo documental y lo reconstruido. Tal vez por eso Selfie es tan honesta, porque tiene ese dolor que nace de la dualidad, de la ambivalencia, de la ambigüedad, del desdoblamiento, de lo mutable.
Eso es Selfie. Quería de alguna manera retratar mi generación, creo que nosotros hemos tenido que pactar con muchas “Cubas” al mismo tiempo. Yo trabajo casi todas las noches en shows donde tengo que vender la Cuba del Buena Vista Social Club, Guajira guantanamera, chan-chan y mojitos. Ese es un acto complicado, la gente que lo mira desde afuera lo puede ver desde un punto de vista idealizado, pero tener profesiones tan distintas al mismo tiempo, ver tantas realidades diferentes todo el tiempo es sumamente complejo y agotador.
Ese es el dolor que llevo a Selfie, un padecimiento en el que estoy preso, no puedo salir de ahí porque lo necesito para tener una economía mejor. Entonces hago teatro en el tiempo que me queda para salvarme la vida. He tenido la suerte de poder cohabitar en los dos mundos al mismo tiempo, como muchos de mi generación.