Hamlet Fernández Díaz


La luz sobre el asfalto

Apuntes en torno a La acera del Sol… Impactos de la política cultural socialista en el arte cubano (1961-1981).

Hay periodos, épocas o contextos que parecen impregnarse substancialmente en la memoria popular. Así sucede con el Quinquenio Gris. Todos creen tener algo que decir o apuntar. Se suele hablar de él con absolutismo, autoridad o recelo en dependencia de quien hable (tanto si lo vivió o lo imagina). Aunque si hay algo en lo que todas las voces coinciden es que fue un periodo difícil para el arte y la creación nacional. Marcado por momentos de tensiones y la lucha al interior del proceso revolucionario entre varias perspectivas intelectuales y políticas por imponer un canon desde el cual trazar la política cultural. El resultado: incomprensiones, censura, aislamiento de varios artistas e intelectuales.

Hamlet Fernández Díaz vuelca su mirada aguda de crítico e investigador sobre los convulsos años del quinquenio. Su agudeza le permitió estudiarlos desde los años que antecedieron e influyeron inevitablemente en el periodo y ver un poco más allá, las consecuencias posteriores a 1976. El libro La acera del Sol… Impactos de la política cultural socialista en el arte cubano (1961-1981), premio Alejo Carpentier de ensayo en 2019 y publicado por Letras Cubanas es el resultado de un estudio profundo, examina y reflexiona sobre los procesos políticos-culturales y las relaciones establecidas entre instituciones, artistas y el poder.

Muchos estudiosos se han acercado al tema, Ambrosio Fornet, Fernando Martínez Heredia, Juan Antonio García Borrero, Eduardo Heras León y otros, desde diversos enfoques y manifestaciones. Pero existía cierto vacío epistemológico y en el campo de las artes visuales. Quizás porque como afirma el propio autor: En el caso específico de las artes visuales se tiende a pensar que del quinquenio gris no fue tan dramático como en el teatro, la narrativa, la poesía o las ciencias sociales. Da la impresión de haber sido más alineada con la política oficial…

Este es uno de los aportes del libro, arrojar una investigación basada en profundos análisis y fuentes documentales variadas sobre la producción simbólica de esos años. Desde el mismo primer capítulo, el autor arroja preguntas que antes hicieron los estudiantes de la Escuela Nacional de Arte  (ENA) en 1966. En ellos, las incertidumbres, angustias y contradicciones de los futuros artistas de la Revolución. A partir de ahí Hamlet nos regala un ensayo fluido pero riguroso en el uso de palabras y términos específicos. La acera del Sol… es un relato historiográfico de enfoque culturológico. Un libro preciso y valiente que se acerca a los sucesos y artistas visuales de esos años y a la construcción ideoestética que se implantó y exigió de ellos, fundamentados en el realismo socialista. El autor lo hace desde la imparcialidad de quien no estuvo “implicado” no carga con “heridas” ni culpas”, por tanto escribe desde la sobriedad y visión del presente.

Tengo que confesar que a pesar de haber estudiado Historia del Arte y acercarme a la lectura con referencias anteriores al tema, descubrí historias, personas y sucesos y redescubrí otros desde una visión más completa, que hace ver nuevos matices y valorar quizás, con más justicia esos acontecimientos. Especialmente agradezco el acercamiento a la figura de Reinaldo González Fonticiella, si bien conocía la obra de Antonia Eiriz, Raúl Martínez o Humberto Peña, Fonticiella fue un maravilloso descubrir. Solo me hubiera gustado que este libro contara con imágenes que apoyaran el texto. En materia de artes visuales el apoyo visual es casi imprescindible.

El título es sin dudas, además, un acto de justicia con creadores que vivieron (sufrieron esos años) rechazados por ciertas autoridades culturales y cierto pensamiento estético. Estamos ante un volumen necesario y novedoso. Hamlet optó por lo complicado y bello de caminar por La acera del Sol. Así y solo así es posible arrojar luz sobre el asfalto.


«Las revistas académicas le han dado el golpe de gracia al ensayo»

Creció en Cabaiguán, entre los libros de sus padres y la finca del abuelo, donde le fascinaba montar a caballo. En el preuniversitario comenzó a leer en serio; allí se inscribió con un amigo en un programa de investigación. Aunque «el incentivo verdadero era tener autorización para salir de la escuela», se plantaron en la biblioteca provincial de Sancti Spíritus y como resultado obtuvieron el primer lugar en un evento científico del IPVC. «Esa fue mi primera rudimentaria investigación», recuerda Hamlet Fernández Díaz, con quien converso para conocer detalles sobre su libro inédito La acera del sol… Impactos de la política cultural socialista en el arte cubano (1961-1981), que mereció el Premio de Ensayo Alejo Carpentier (2019).

¿Cuál fue la génesis del libro?

No lo hubiera escrito si Desiderio Navarro no me hubiera pedido un ensayo sobre el quinquenio gris en las artes visuales. Me encontraba en el proceso de defensa de mi tesis de doctorado. Se lo hice saber, pero él insistió. El ensayo, que debió haber sido de unas cuarenta o cincuenta páginas, se convirtió en un libro de más de doscientas. Desiderio pudo leer más o menos la mitad. Cuando terminé de escribir y estuve listo para enviarle el manuscrito, justo en esos días, sobrevino su muerte.

El volumen cubre el periodo 1961-1981, el cual incluye el quinquenio gris. ¿No corrías el riesgo de que el peso del ensayo se inclinara hacia esa etapa?

Me di cuenta de que no podía limitar el análisis al periodo 1971-1976, flanqueado en ambos extremos por el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura y por la creación del Ministerio de Cultura, respectivamente. Varios autores, empezando por Desiderio, ya habían cuestionado esa periodización, por ser más que gris y más que un quinquenio.

El pensamiento que se hace dominante en la política cultural en términos de institucionalización oficial a partir de 1971, ni siquiera tiene su origen en la propia Revolución, sino que viene de mucho más atrás, del seno del Partido Socialista Popular. A partir de 1976 ese pensamiento y sus políticas no desaparecen. Necesitaba mirar hacia atrás y hacia adelante, para que ese momento crítico que se enmarca entre 1971 y 1976 pudiera ser comprendido como parte de un proceso mucho más englobante y complejo: la lucha al interior del proceso revolucionario entre varias perspectivas intelectuales y políticas, para imponer un canon desde el cual trazar la política cultural.

En el caso de la plástica, existía el lugar común de que como los artistas que adquieren protagonismo en los años 70 son los de la primera generación formada por el sistema de enseñanza artística creado por la Revolución —que en su mayoría hicieron en ese momento un arte bastante tradicional, figurativo, complaciente con los temas sociales, comprometidos con el proceso—, entonces el efecto del quinquenio gris en las artes visuales nunca se percibió tan dramático como en el caso del teatro, la narrativa, la poesía, las ciencias sociales, etc. Da la impresión de haber sido la manifestación más alineada con la política oficial. 

El problema consiste en que las víctimas, en la plástica, habían quedado atrás, en los años 60. El primer género artístico fuertemente cuestionado desde el inicio de la Revolución fue la abstracción. La primera discusión estética permeada por lo político-ideológico que acontece en la Revolución, pero que venía de atrás, tuvo como objeto una manifestación visual: el arte abstracto.

En la medida en que avanzaron los 60, los artistas más significativos, los que desarrollaron el lenguaje más singular y revolucionario en términos estéticos, fueron incomprendidos, marginados y excluidos. Cuando se aprueba la nefasta Declaración del Congreso de Educación y Cultura, ya esos artistas estaban fuera de circulación. En los casos más dramáticos habían dejado de crear; abandonaron su oficio más visceral, sobre todo porque tuvieron la grandeza moral de sacrificar su talento y su obra en pos del ideal, de la utopía revolucionaria, y se hicieron a un lado ante la incomprensión y la hostilidad de algunos que ostentaron poder para vetar.        

Por eso, para que la historia estuviera completa, había que comenzar desde el origen mismo de las polémicas, para así hacer emerger las contradicciones, las relaciones de poder que subyacen en los procesos culturales, los aspectos progresistas y los retardatarios, que se expresan en un experimento social tan singular como el cubano. Por supuesto, para la plástica los conflictos no desaparecieron a partir de 1981, pero sí se comienza a configurar un contexto diferente, de otra complejidad, que ha sido hasta el momento bastante bien estudiado por la crítica y la historiografía.

¿En Cuba hay suficientes ensayistas jóvenes dedicados a las artes visuales?

Hay suficientes jóvenes muy bien formados para dedicarse al ensayo, pero existen problemas que no favorecen que se desarrollen. El primero es el medio editorial. Resulta difícil publicar un ensayo con una extensión que exceda los estándares de las revistas culturales del país. Por ejemplo, Artecubano y Cine Cubano tienen una sección de ensayo, sin embargo, un texto de apenas 20 cuartillas no es publicable en ellas porque excede sus normas; uno termina escribiendo textos más breves, con menos fondo investigativo, con menos referencial teórico, menos densos.

Por otra parte, tenemos pocas revistas académicas y su fuerte es el artículo, que exige rigor investigativo y teórico; manejar bibliografía abundante y actualizada; profundidad en el análisis… Por ello, es mucho más rígido que el ensayo, no deja mucho espacio para la creatividad, la experimentación, el uso estético del lenguaje, la especulación arriesgada. Creo que se trata de un fenómeno global: el ensayo agoniza. Las revistas académicas le han dado el golpe de gracia al ensayo como género.


La reescritura de lo que he sido soporta mi identidad actual

Tomado de Escambray

Convencido de que sería criador de caballos finos en Loma del Potro, finca de sus abuelos maternos situada a tres kilómetros de Cabaiguán, Hamlet Fernández Díaz, Premio Alejo Carpentier 2019 en Ensayo, confiesa que fue en aquel “paraíso natural”, como él mismo lo describe, donde absorbió por todos los poros la auténtica cultura campesina cubana, “montaba a caballo, ordeñaba vacas, alimentaba animales, comía frutas y todas las delicias que cocinaba mi abuela”, comenta. [+]