Fran Alejandro Cuesta
Frank Alejandro: Yo es otro
Arthur Rimbaud abandonó la literatura a los 19 años. Al parecer, el auténtico arquetipo del enfant terrible francés había optado por una vida estable de trabajo, aburrido ya de su desmesurada existencia anterior, según afirman algunos; o había decidido volverse rico e independiente, para entregarse, sin premuras económicas, a la poesía, especulan otros. A los 19 años ya había escrito Una temporada en el infierno y los poemas en prosa de Las iluminaciones, versos que le bastaron para que fuera llamado “el poeta de la rebeldía, y el más grande que ha habido”, diría Albert Camus. Diecinueve años, quizá la misma edad –un poco más, un poco menos– en que el diseñador y poeta holguinero Frank Alejandro Cuesta comenzó ese “largo, inmenso y racional desarreglo de todos los sentidos” que es la escritura poética.
El poeta debe hacerse “vidente”, escribió Rimbaud en las llamadas Cartas del vidente, donde expone su teoría sobre la poesía bajo el lema “Yo es otro”. La única forma de lograrlo, dice, es ese “desarreglo de los sentidos” que conlleva a vivirlo y sufrirlo todo, para de esta manera convertirse en un verdadero “alquimista” de las palabras, y hallar la perfección máxima en la poesía.
Yo es otro es precisamente el primer poemario de Frank Alejandro Cuesta, publicado este año por Ediciones La Luz, sello holguinero de la Asociación Hermanos Saíz y que, desde la propia cubierta y el pórtico, nos invita a ese “desarreglo” del que hablaba el joven simbolista francés.
- …yo es otro sobre el pecho de mi padre yo en las piernas
- de mi madre yo en los brazos de mi abuela
- yo debajo de la mesa aprendiendo a hacer
- promesas a una santa
- yo de rodillas bebiendo la sangre blanca
- de la inocencia
- yo en un sitio desconocido sin una cama
- con una taza de café entre las manos
- yo es otro que se pierde entre las sábanas de la soledad
- (“La necesidad de ser otro”).
Varias cuestiones destacan en el poemario prístino de Frank Alejandro, que hacen que nos acerquemos a sus páginas como si abriéramos un confesionario, un diario, casi a sabiendas de encontrarnos fragmentos de vida que rozan la más descarnada sinceridad. Entre ellas, la coherencia temática: desde el primer poema hasta el último, Frank parece escribir un solo poema o variaciones sobre un mismo tema (como un concierto para violín, digamos) en el que reluce un erotismo a flor de página, la soledad, la familia, el yo… Frank no teme a nada, ha puesto su vida en esos versos, se ha desgarrado más de una vez; al fin y al cabo, nos dice, yo es otro.
Pero al mismo tiempo hay una evolución –me atrevería a afirmar que cronológica en su escritura y que avanza a la par que leemos el libro– que permite que los poemas ganen en densidad, en intensidad lírica, y que las metáforas se corporicen, y los versos que en “Las cúpulas despiertas”, por ejemplo, son casi epigramáticos, logren la sincera fuerza de “Feliz navidad”, o alcancen las resonancias de “Las margaritas no son azules” (donde dialoga con Ginsberg).
El poeta ha leído –hay un arco de referentes que va desde Gastón Baquero a Kavafis, Dulce María Loynaz, Oscar Wilde y Allen Ginsberg, pero que se extiende expansivamente a las artes visuales y la música–, pero ha vivido también: su cuerpo ha cedido a los desafueros del placer, a los desboques de la sensualidad; ha deslindado territorios sin importar fronteras o arquetipos. Eso reflejan los versos a la par que Yo es otro avanza y que pasamos de un poema a otro.
- un muchacho de fino perfil provoca deseo en mí
- el cristal empañado de la ventana
- descrubre el amanacer
- la piel húmeda se desliza entre las sábanas
- busca la parte sensible del cuerpo
- sus labios provocan caída al insomnio
- toma mi espalda/mis piernas
- agarro sus brazos/sus muslos
- descrubro las sábanas
- caigo/caemos
- levanta del suelo el cuerpo del violín
- lleva el arco contra las cuerdas
- trémolo/vibrato
- y el muchacho contra la madera de arce
- se confunde con el rojo cuerpo del violín
- (“Rapsodia para un violín rojo”).
La poesía de Frank Alejandro es altamente homoerótica, pero no se queda en las posibles etiquetas con que muchas veces pretendemos catalogar la creación artística, sino que va más allá: es poesía del yo y también del cuerpo. Eso yo es erótico, disfruta serlo, se enorgullece de ello en cada verso, a la par que explora los terrenos del ser y la cotidianidad, incluso familiar. Kavafis, Wilde, Lorca, Baquero y Ginsberg, por ejemplo, no son poetas meramente homoeróticos, aunque en su obra haya altos momentos; sus trascendencias va más allá y se instala en terrenos del deseo, del cuerpo añorado y muchas veces negado, incluso de la posesión. (Oscar Wilde tú que escribiste sobre piedras/ las mismas que hoy besan los hombres/ como rosas con espinas y sin hojas, leemos en el poema “Réquiem para Oscar Wilde”).
Frank Alejandro Cuesta lo sabe, se acerca a sus ángeles tutelares mientras el libro gana en intertextualidad y poesía (una poesía que, además, posee un sentido del ritmo que le aporta una peculiar y atractiva musicalidad al verso libre). Incluso palpamos la influencia de la obra de otro holguinero necesario, Luis Yuseff, que gravita en el poemario de varias maneras: por una parte consciente, textual, en varios versos, y por otra digamos que inconsciente, asimilada en la cotidianidad y en las múltiples lecturas. El muchacho, el café, el cigarro –desde la portada del libro, con fotografía de R. R. Hardy– se repiten una y otra vez como reflejo del poeta y sus versos (acaso como un Rimbaud del siglo XXI, otro enfant terrible) y de sus negaciones y miedos, pero también de sus tantas pasiones, sueños y logros, como muestra de fe en la poesía; aunque el poeta nos diga, insistentemente, que yo es otro, siempre ha querido ser otro.