Filosofía
Una escritora nómada
Conocí a América Merino en Valparaíso, rodeada de poesía y de las reminiscencias de Neruda. Semanas más tarde leí su obra y desde entonces hemos estado conectadas gracias a las redes sociales, que han convertido a la aldea global en una inmensa tierra de la poesía, en un espacio para comulgar con los otros y (re)encontrarse. América Merino se sostiene en la poesía. Sabe que la poesía es su propio país.
¿La poesía, el arte en general, bebe de la capacidad de asombro de la especie humana?
Pienso que sí, nuestra capacidad de asombro es una de las cualidades necesarias para desarrollar cualquier tipo de arte. Una de las formas más sencillas de ampliar esta capacidad es a través de la observación de un paisaje: detenerse en los sonidos, las formas o la dirección en que la luz cae, en algún entorno natural, pero en realidad existen muchos mecanismos para conservar esa mirada innata que tienen los niños y que los lleva al asombro rápidamente, porque para ellos todo es nuevo. Esto puede ir desde comenzar a practicar un deporte hasta aprender otro idioma.
Creo que es muy importante que nos introduzcamos constantemente en nuevas formas de exploración que ayuden a mantenernos despiertos. Pienso que otro buen ejemplo es el cine, que tiene mucho para sorprendernos: Hitchcock se me viene a la mente en primer lugar, también Tarkovsky, precisamente porque se alejan del cine actual y manejan otras claves que te van atrapando.
¿Cuáles son tus búsquedas esenciales como poeta y a qué resortes de la memoria emotiva de tus lectores gustas de aferrarte?
No sé si lo que busco se aferra necesariamente a la memoria de un lector, es decir, de un otro. Creo, en realidad, que mi búsqueda va muy de la mano con la exploración propia, y desde este lugar intento transmitir una calma, una tranquilidad que me otorga la poesía. A veces también se mezcla un poco con la nostalgia, pero todos resultan ser sentimientos macerados que finalmente permiten la construcción poética.
¿Qué temas permean tu creación poética?
La naturaleza es un tema esencial y transversal en mi poesía. Es algo que me motiva a escribir, pero también tiene ese efecto sobre mí cierto tipo de música y otras disciplinas artísticas como la pintura. Van Gogh y Monet siempre me conmueven, así como el arte del Renacimiento, especialmente la obra de Leonardo da Vinci. De igual forma me siento cercana a la filosofía y las ciencias, y tomo elementos de ellas, que conozco o estudio, para poder escribir. En una época fue un tópico para mí la cultura helénica, los viajes, el laberinto; tópico que también se fue permeando en algunos capítulos de mi primer libro.
¿Cómo transcurre tu proceso creativo?
Generalmente tengo que encontrarme bajo un estado de ánimo tranquilo. Disfruto mucho del silencio luego de haber leído algo que me impresione o agrade mucho, esto me deja con ganas de comenzar a escribir. Sucede usualmente de noche, cuando hay más silencio, anoto algunas ideas en mis libretas o cuadernos. Días después paso en limpio todo, lo transcribo a la computadora. No suelo corregir mucho, casi no lo hago, a menos que descubra alguna cacofonía que no percibí al principio; también reviso los cortes de verso, tiempo después, para que el texto «repose» y yo pueda posicionarme desde una nueva perspectiva sobre él.
¿Qué voces poéticas o artísticas te parecen interesantes dentro del panorama creativo chileno en la actualidad? ¿Por qué destacan?
Puedo mencionar varias voces. En primer lugar, pienso en Sergio Muñoz y Gladys González, porque además de poseer una poética muy potente, siento que hacen de la poesía su vida. Sergio es uno de los organizadores del Festival a Cielo Abierto; a estas alturas, un ícono ya de la poesía que reúne en Valparaíso a poetas de distintos lugares del mundo. Del mismo modo, Gladys desempeña un rol muy importante en el quehacer poético porteño, como directora de varios eventos literarios relevantes, como la Feria Internacional del Libro en Valparaíso. También están Felipe Poblete Ribera, de Viña del Mar, y Rolando Martínez Trabucco, de Arica. Ambos son personas que admiro por su capacidad de trabajo, alejados del ruido, concentrados únicamente en la poesía.
En el ámbito de otras artes, siempre pienso en Carina Úbeda, una artista visual que también vive en la Región de Valparaíso. Pienso que su trabajo, tanto en fotografía como en instalación y performance, posee una visión crítica y actual, que además se involucra con las ciencias, especialmente con la Física y la Matemática. Carina Úbeda me parece una artista tremendamente admirable.
¿Cómo calificarías tu estilo creativo? En pocas palabras, ¿qué lo hace distinto?
Desde una posición lo más humilde posible, creo que mi poesía se aleja de lo cotidiano. Me gustan las estructuras más complejas, el verso largo y la posibilidad de que un libro se lea como un viaje; es decir, que la trayectoria que describe su lectura tenga un sentido definido para que al final se pueda capturar el significado por completo. Un buen libro no es solamente un conjunto de poemas, sino un corpus que se encuentra unificado de manera esencial, y que es capaz de generar o dar pie a un estado reflexivo.
Hallar lo diferente, lo novedoso, desde el punto de vista del discurso o de la imagen, ¿ha de ser obligatoriamente la búsqueda del poeta, o existen otros puntos y caminos de convergencia?
No creo que necesariamente algo «novedoso» sea lo que debamos buscar, mucho menos de forma obligatoria. Por supuesto que podemos dirigir la mirada hacia algo nuevo con el fin de realizar una contribución literaria, pero siempre se puede construir también sobre lo clásico, o trabajar desde la intertextualidad o el rescate de la memoria. Estas y otras búsquedas nos abren la posibilidad de habitar el lenguaje desde otras contemplaciones que podrían definirse como caminos de convergencia.
¿Qué poetas de tu país han influido en tu creación?
En Chile hay muchísimos poetas, realmente, y no solo hoy en día, podría hacer un listado enorme desde el siglo XIX en adelante. Siento que todos ellos me han influenciado de alguna manera. No puedo dejar de mencionar a Gabriela Mistral y Pablo Neruda, los icónicos, pero también están Nicanor Parra, Huidobro, Teillier, Enrique Lihn y Gonzalo Rojas. Actualmente estoy leyendo mucho más a Zurita y, paralelamente, a los escritores más jóvenes, nacidos en la década de 1980.
¿Cómo llegas al camino de la poesía?
En el colegio, cuando era chica, siempre leía los últimos capítulos del libro de Castellano, asignatura que ahora se llama Lenguaje y Comunicación. Ahí encontraba algunos poemas que me llamaban mucho la atención y me gustaban. Pienso que la poesía nunca fue —y me da la impresión de que tampoco es hoy en día— un tema bien tratado, considerando que los dos Premios Nobel que tenemos en Chile recaen justamente sobre poetas. En los colegios deberían profundizar mucho más y dedicar más horas a la educación poética, para fomentar la capacidad de lectura crítica y reflexiva en los estudiantes.
Volviendo a la pregunta, hay un punto de inflexión en este camino, y fue un taller de poesía que tomé en la Sebastiana, la casa de Neruda en Valparaíso. Tuve muy buenos compañeros y profesores, y de ellos aprendí mucho. El taller era dirigido por Sergio Muñoz e Ismael Gavilán y, dentro de mis compañeros, varios continuaron por el camino de la poesía y empezaron a publicar, como Claudio Gaete, Juan Eduardo Díaz, Marcela Parra y Daniel Tapia.
Como traductora, ¿qué valores buscas en un texto?, ¿cómo se logra salvaguardar el estilo de un autor siendo tú misma una autora, y transfiriendo ese estilo a una lengua distinta?
Los textos que usualmente escojo poseen aspectos estéticos y conceptuales muy lúcidos, tienen que ver esencialmente con la visión del autor a traducir. Por ejemplo, con Antonia Pozzi me suceden muchas cosas. Su poesía me conmueve profundamente, y es tremendamente actual a pesar de que vivió hace 100 años. Creo que es absolutamente necesaria de conocer.
Respecto al estilo, esto lo he mencionado en otras entrevistas, pero es simplemente así: al traducir, trato de volverme invisible, y de esta forma tengo la intención de que el lector, cuando se enfrente al poema, lo perciba como si hubiese sido escrito en su propio idioma y no se “note” que es una traducción. Así, espero que mi trabajo pueda contribuir a una lectura honesta de una obra poética. Siento que al recluirte en un idioma que no es el propio, lees con mayor cuidado, con mayor detención. El ritmo y la musicalidad del poema se deben transferir desde un idioma a otro conservando la misma nitidez o la misma oscuridad, según la intención del poeta. La sensibilidad no basta para traducir, debes conocer a cabalidad el contexto que circunscribe al escritor.
De tu experiencia como poeta que ha tenido la oportunidad de descubrir nuevas geografías, tanto físicas como espirituales, ¿cuál ha sido tu mayor aprendizaje? ¿Se enriquece la poesía gracias a lo itinerante? ¿Te consideras, de alguna manera, una escritora nómada?
El mayor aprendizaje me lo han entregado las personas que he conocido. Más allá del enriquecimiento cultural, la oportunidad de conocer nuevos paisajes y practicar otros idiomas, que ciertamente representan experiencias muy significativas para mí, siento que aprender de la fortaleza de los demás, de su bondad y alegría, ha sido lo mejor de cada viaje. Desde ahí han surgido grandes amistades que atesoro profundamente.
Creo, en este sentido, que sí puedo decir que me considero una escritora nómada, pero también soy una lectora nómada: leer nueva poesía de latitudes tan distantes es algo que me ha resultado muy atractivo, me ha permitido concebir y expandir nuevos imaginarios como territorios poéticos.
De la geografía chilena, de su memoria, ¿qué ha quedado en tu poesía?
El mar. Siempre el mar. Para mí sería difícil vivir en una ciudad donde no pueda observar diariamente ese gran movimiento azul del Pacífico. Hay poesía en esa línea que dibuja el horizonte.
En este mundo incierto que nos ha tocado vivir, ¿piensas que el arte, aún, tiene un poder de salvaguarda o transformación?
Algunas personas podrán alegar de forma catárquica que la poesía no detendrá una guerra, y pueden tener razón, lo mismo pueden decir frente a la actual pandemia; pero, al mismo tiempo, pienso que la poesía nos sostiene, tiene la capacidad de mantenernos en pie. También es capaz de abrir la posibilidad de nuevos diálogos y ser parte de la resistencia como medio de denuncia social y, desde este lugar, puede transformar nuestra mirada frente al mundo. Nos sensibiliza, por un lado, pero también nos hace pensar y ser críticos del sistema. Como dijo Bertolt Brecht: «El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma».
Dark: todos frente a un espejo determinista
Agujeros de gusano, el eterno retorno, el mito de Ariadna, error en la matriz, universos paralelos o el Gato de Schrödinger. Si no sabes de qué trata esta caótica enumeración pues auxíliate rápidamente de alguna fuente de consulta, de otro modo no podrías ver Dark, la serie web alemana que ha devenido fenómeno cultural en los últimos años.
Ciencia ficción, misterio y drama se entremezclan en las tres temporadas de la ficción de Netflix, creada en 2017 por el matrimonio de Baran bo Odar y Jantje Friese, y que ha logrado seducir a miles de fanáticos en todo el orbe.
Una tríada de fatídicos acontecimientos perturban la tranquilidad de Winden, un pueblo ficticio al norte de Alemania que vive y trabaja en torno a una añeja planta nuclear. La desaparición del niño Mikkel Nielsen; el suicidio del padre de Jonas, uno de los protagonistas, y la aparición del cadáver de otro chico en el bosque, desencadenan varias líneas argumentales para adentrarnos en una trama tan compleja como desafiante para el espectador.
Poco a poco se va desentrañando una sombría conspiración de viajes en el tiempo que abarca tres generaciones, mientras salen a la luz los secretos y las conexiones ocultas entre cuatro familias del lugar. Esta indagación sobre el tiempo y sus implicaciones en la naturaleza humana se presenta como una batalla entre el libre albedrío y el determinismo donde los personajes transitan constantemente en un bucle temporal cerrado de 33 años que los lleva a distintas épocas en el desarrollo de Winden.
Un argumento que no es nuevo, —los viajes en el tiempo—, capitaliza en una ficción totalizadora y compleja que entrelaza algo más que conflictos hogareños o pueblerinos con un túnel que permite moverse entre diferentes épocas o mundos. Se abandona aquí la linealidad clásica del relato para sumirse en una historia circular, sin embargo, los temas abiertos se van cerrando con soluciones creíbles a pesar de lo insólito de la tesis.
A medida que avanzan los 26 capítulos aumenta el peso de la ciencia ficción para introducir o resolver conflictos, sin dejar de lado los conceptos científicos y teorías que son parte de su discurso. Un punto a favor de los creadores es la habilidad para que en el tránsito entre cada temporada, —aun entregando un número importante de respuestas a las interrogantes abiertas—, asomen armónicamente nuevos misterios a resolver.
En ese sentido, pareciera que en su última temporada Dark se avoca al caos, algo que no ha pasado desapercibido para algunos espectadores y críticos. Y es que se van descartando los límites temporales tan definitorios en las primeras entregas para adentrarse en el tema de las dimensiones paralelas, el destino, la muerte y el arrepentimiento. No obstante, muchos coinciden en que el cierre de la serie, al apostar por una solución dramática sencilla, se ajusta a la filosofía de la trama y se aleja de los finales contraproducentes o cuestionables de otras producciones similares.
Difícil resultaba sostener un puzzle conformado por una amplia cofradía de personajes, lo que nos obliga a apelar a árboles genealógicos o guías. Tan embarazoso es seguir los pasos este itinerario que Netflix creó una página específica para acceder a los nombres de cada personaje, su función, sus vínculos familiares y los cambios que van sufriendo en las diversas travesías.
La producción fue capaz de crear una ambientación opresiva (por momentos me recordó la sensación que sentí al leer el clásico orwelliano 1984) que acrecienta la intensidad de un relato pausado e inquietante, certeza incontestable cada vez que vemos la entrada de la cueva donde todo tiene inicio y fin.
En ello resalta la fotografía que refuerza la tensión dramática mediante encuadres precisos, en locaciones sumamente evocadoras con el uso de una paleta de colores más que funcional. Mientras la iluminación se vuelve protagónica en la recreación del ambiente, la belleza formal de los planos y el montaje acompañan la evolución de unos personajes atormentados por los constantes puntos de giro que introducen los creadores. A esa atmósfera subyugante contribuye igualmente una banda sonora acoplada al texto fílmico con una precisión escalofriante.
La labor del reparto resulta idónea y compacta ante el reto de interpretar diferentes versiones del mismo personaje en distintas líneas temporales y espaciales. Los guionistas parecen decirnos que en esta historia no hay ni bueno ni malos, y en eso el casting no defraudó. Aquí la empatía con los personajes no se establece desde las fórmulas manidas de las series estadounidenses o latinoamericanas, sino desde un diseño que recaba de los protagónicos y secundarios el sometimiento constante a situaciones límites, muchas veces frente a las mismas disquisiciones que agobian a la sociedad contemporánea.
Hay buen hacer detrás de Dark y eso se agradece en un contexto donde prima la simplificación argumental y formal de los audiovisuales, casi siempre pensados para un supuesto público generalista y subestimado. Por eso es de destacar que el empaque de este serial nos introduce en una experiencia sensorial apremiante y provocadora. Mantenerse frente a la pantalla es la opción de cada cual.
Se reafirma entonces que dentro de la variopinta oferta de las multinacionales del entretenimiento descuellan producciones de probada calidad. Dark catapulta al universo audiovisual teutón, casi siempre visto como magro, gris o encartonado. Puede que ese halo impasible y enrevesado de las relaciones humanas, el acercamiento al pensamiento filosófico germano (Nietzsche, Einstein, Schopenhauer) y los detalles característicos de su cultura conformen parte del éxito de la serie, al ubicarnos en ambiente sociológico no habitual en las producciones anglosajonas.
Todavía sorprende a muchos que la primera serie original de Netflix producida y hablada en alemán, que se acerca a la física cuántica, los viajes en el tiempo y las paradojas, haya tenido tanto éxito. El sitio más influyente de crítica de series y películas, Rotten Tomatoes, luego de una encuesta realizada a 2,5 millones de usuarios, determinó que esta ficción era “la mejor serie original de Netflix”. No es poca cosa si tenemos en cuenta que atrás quedaron icónicos títulos como The Crown, Peaky Blinders, la endiosada Stranger Things o Black Mirror.
No les diré que la aclamación ha sido universal, hay quien la acusa de ser demasiado aleccionadora, de la escasez del componente humorístico, de tener un enfoque demasiado severo, de incorporar subtramas innecesarias, de presentar un libreto ampuloso o de regodearse en imágenes bellamente filmadas pero anodinas.
Ciencia, filosofía, mitología y parte de la cultura pop sustentan las ambiciones narrativas de Baran bo Odar y Jantje Friese, que hasta el desenlace de la serie indagan sobre la posibilidad o no de transformar nuestro futuro. Adelanto que la impronta determinista de esos minutos finales no deja espacio a dudas sobre la postura de ambos al respecto.
Dark es un reto, uno muy exigente, por lo tanto no se acerque a ella desde la anhelo maratónico de ver una serie light de fin de semana. Esto es algo más. Es una serie para rumiar, pensar, revisitar.
Ficha:
Género: Ciencia ficción y Suspenso
Creado por: Baran bo Odar y Jantje Friese
Guion: Jantje Friese, Baran bo Odar, Martin Behnke, Ronny Schalk, Marc O. Seng
Reparto: Louis Hofmann, Anna König, Roland Wolf, Oliver Masucci, Jördis Triebel, Sebastian Rudolph, Mark Waschke, Karoline Eichhorn, Stephan Kampwirth, Anne Ratte-Polle, Helena Abay, Harald Effenberg, Sebastian Hülk, Deborah Kaufmann, Ella Lee, Andreas Pietschmann, Walter Kreye, Peter Benedict, Christian Steyer, Leopold Hornung, Tatja Seibt, Lisa Vicari, Hermann Beyer, Angela Winkler, Peter Schneider, Stephanie Amarell, Carlotta von Falkenhayn, Arnd Klawitter, Anatole Taubman, Luise Heyer, Lena Dörrie, Julika Jenkins, Michael Mendl, Gwendolyn Göbel, Lisa Kreuzer, Hannes Wegener
Productora: Wiedemann & Berg Television. Distribuida por Netflix
Música: Ben Frost
Fotografía: Nikolaus Summerer
País: Alemania
Idioma: Alemán
Temporadas: 3
N.º de episodios: 26
Primera emisión: 1 de diciembre de 2017
Última emisión: 27 de junio de 2020