Erick J. Mota
«El signo del tigre», una ucronía más que soñada
Todo conocedor de la ciencia ficción sabe que uno de los temas más complicados de escribir son los viajes en el tiempo. Por eso, uno de los subgéneros más complejos de realizar son aquellos relacionados con esta temática; entre esos está, por supuesto, la uncronía.
Por esta razón, entre otras, me lancé de lleno a leer la novela El signo del tigre (parte 1 Habana – Shi) publicado por Luna insomne editores, 2023, de la autoría del escritor Erick J. Mota.
Desde la primera línea notamos que algo extraño sucedía en La Habana al ver un acorazado japonés en la Bahía capitalina. Esta era una Habana diferente. De ahí en adelante, todo sería un increscendo. Erick acumula más y más información a medida que los capítulos se suceden. Sin embargo, nunca regala nada. La información no está puesta ni lógica ni cronológicamente, pero sí como la necesita el argumento. Como todo en la vida, tenemos que ir uniendo las piezas, las imágenes que ha ido colocando de tal manera que el lector esté siempre al tanto de los detalles y construya ese mundo imaginado, soñado por el autor.
Y este no es otro que un universo lleno de maravillas, tan distinto al nuestro, en apariencia, pero al mismo tiempo tan semejante, cercano. Erick J. Mota realizó una extensa investigación, no solo histórica, sino también cultural. Estudió sobre el budismo, taoísmo, la religión cristiana, católica y, sobre todo, de la cultura e idioma de Japón. Estos elementos son los pilares sobre los que construyó la nueva Habana del libro.
El signo del tigre cuenta una historia de acción, espionaje y suspense en la capital cubana, pero en una Cuba administrada y colonizada por Japón, luego que estos ganaran la segunda guerra mundial. Y no solo La Habana, también gran parte del Caribe insular y continental. Resulta maravilloso ver a esa Habana con las nuevas y más cotizadas Geishas caribeñas, ceremonias del café, rastafarismo zen, budismo del caribe, el camino de la espada, bicitaxistas con katanas, nuestros orishas y mucho más.
Las múltiples tramas van uniendo a los más disímiles personajes, de las más variadas clases sociales, a medida en que aparecen las múltiples conspiraciones que se gestan entre las islas del caribe. En el medio de ellas, una geisha caribeña, una prostituta, un hijo bastardo, células del partido comunista soviético, un bicitaxista, oficiales japoneses, el emperador de Japón, su heredero, una mujer santa y momentos claves de la historia cubana como la conocida crisis de de los misiles de octubre de 1962; todo ello se une para crear una de las más interesantes ucronías escritas en Cuba.
Sé que parece poca información sobre la novela, pero temo que de mencionar un detalle, pueda delatar algo o romper una de las tantas sorpresas, giros dramáticos o argumentales que Erick ha ido sembrando como pistas o trampas a lo largo de la novela. Solo adelantaré con lo que me quedo de El signo del tigre.
Me quedo con la caracterización, la forma en que el autor ha conseguido destacar la idiosincrasia del cubano y la del japonés. Para nadie es un secreto que los de la isla del sol naciente son arduos defensores y exportadores de su cultura. Sin embargo, el cubano, a pesar de sus múltiples colonizaciones (físicas y culturales) siempre ha sido un rebelde y aún más reacio a abandonar u olvidar quiénes somos.
Me quedo con las geishas del caribe. Hay una manera de actuar en ellas, de moverse, comportarse, donde Erick muestra a unas mujeres rebosantes de belleza, sensualidad, muy sexys tanto en el aspecto físico, como en los otros. Nada que ver con las geishas tradicionales, sino mucho más atractivas. Al igual que la mulata, la criolla, durante la colonia española obtuvo lo mejor del español y el africano; estas ostentan lo mejor de la cultura cubana y japonesa.
Me quedo con la construcción de una trama donde, por más que pienses que sabes de qué, sobre qué o quién o cómo va a terminar el asunto, nunca vas a acercarte. La novela es como el famoso grabado de La gran ola de Kanagawa, con giros y giros dentro de ella.
Por último, me quedo con la ceremonia del café y la abrazo como mía. Si algo me atrapó y me impidió soltar el libro fue ese capítulo donde se describe meticulosamente esta nueva e importante tradición. El autor no explica nada o casi nada del nuevo orden mundial, sino que lo va mostrando a pinceladas donde el matiz depende de aquello que esté ocurriendo. No obstante, con la ceremonia del café puso un chotto matte kudasai[1] y nos mostró el lienzo completo donde se ilustra esta maravilla.
Punto aparte merece la imagen de cubierta. Solo con esa excelente imagen de las banderas cubanas y puertorriqueñas alternativas, uno comienza a pensar en ese “esto está raro cantidad, pero parece estar muy bueno”. Una mala cubierta puede influir positiva o negativamente en la compra de un libro. La imagen de cubierta, es otro de los atractivos de esta novela. No me la imagino con una mejor o diferente.
Erick J. Mota, de forma muy sutil muestra muchas de las aristas del cubano, del caribeño, de esa mezcla multicultural que nos caracteriza: y juega con ellas. Ya sean las creencias, las religiones, los mestizajes que vivimos y practicamos a diario en todos los aspectos de nuestra vida. De hecho, es algo que hemos hecho desde 1942 hasta el momento y dudo que dejemos de hacerlo. A partir de este aspecto, el autor teoriza, nos muestra su hipótesis de cómo esta cualidad de “mestizar” puede ser un ente contaminante para el colonizador; quien es, en parte, colonizado culturalmente también.
El signo del tigre es una novela corta (la primera parte de tres planificadas según Erick J. Mota), pero que se hace aún más corta de leer por lo atractivo de la mezcla de varias historias interesantes, enredadas y de mucha acción, con una Cuba alternativa, ucrónica, pero que sigue siendo la Cuba nuestra de toda una vida. En su lectura vamos a descubrir los trazos de esa Cuba de antes, de ahora, la posible, y esa que será siempre la nuestra que conocemos.
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[1] Espera un poco
Un escritor de extremos
Erick J. Mota y sus libros rondan el imaginario de todos aquellos que, alguna vez, hemos escrito, leído o pensado en clave de ciencia ficción. El calibre de su literatura radica en contar la verdad y hacerlo con acierto, en buscar lo cubano más allá de la concepción superficial del fenómeno y en su calidad como escritor (y como amigo, valdría también acotar al margen). Mota ha descubierto que lo universal se encuentra en el interior de la propia historia.
¿Existe literatura de ciencia ficción y fantasía con sello netamente cubano? ¿Qué define, a tu criterio, la escritura de ese género gestada en nuestra isla?
Por supuesto que sí existe. Creo que, incluso, fuera del género toda obra acometida por cubanos llevará un sello de cubanía. Los cubanos tenemos una forma particular de reaccionar a los embates de la vida; podría decirse, una forma específica de pensar y actuar. Compartimos muchas de estas características con los pueblos del Caribe, con los habitantes de América Latina y los países europeos mediterráneos.
Sin embargo, seguimos siendo ejemplares únicos, tanto en la forma de hablar como en la manera de asumir la religiosidad (o el ateísmo), en la manera de reaccionar ante las crisis y el modo en que lidiamos con la política. Es imposible ocultar este cuban way of life.
La ciencia ficción o la fantasía generan situaciones o ambientes en que los personajes son llevados a extremos que desafían la realidad misma, pero las reacciones humanas son universales. Si nos imaginamos a un grupo humano en un refugio luego de una guerra nuclear o un equipo de exploración en el otro extremo de la galaxia creo que sería muy difícil —y dudaría del producto final de una obra así— si pretendemos (siendo cubanos el autor y los lectores) que el grupo se comporte como si fueran japoneses, norteamericanos o uzbekos.
El escritor de fantasía y ciencia ficción es un escritor de extremos, pero el centro de la trama siempre será el individuo… y ese individuo es forzosamente cubano cuando lo escribimos nosotros.
¿Lo que define la escritura de género hecha en la isla? Creo que su principal característica es que no hay dos obras iguales. Como pasa en música, o en la misma literatura fuera de la ciencia ficción, no hay dos autores que compartan elementos creativos o estilísticos más allá de las convenciones del género. Yoss no se parece a Michel Encinosa y ninguno de los dos se parece a Vladimir Hernández o a mí; sin embargo, los cuatro hemos hecho cyberpunk más o menos en la misma época.
Creo que es, precisamente, esta incapacidad para ordenarnos como generación lo que nos vuelve únicos dentro de la ciencia ficción internacional.
¿El género ha evolucionado en los últimos años o sigue apegado a formas, fórmulas y modos de hacer que hemos heredado de otras tradiciones culturales y escriturales, y/o del propio canon nacional?
Parte y parte. Es cierto que el género ha evolucionado. Con la llegada de los libros en formato electrónico los escritores han podido leer obras que no se habían publicado en Cuba. Esto permitió que subgéneros como el cyberpunk, la fantasía heroica o la ucronía aparecieran en el escenario de la ciencia ficción de nuestro país. Pero esto también nos ha atado a un canon ajeno, a veces innecesariamente comercial. Y digo ajeno y no extranjero. No hay nada de negativo en importar una idea o una estética que funciona.
Lo que sucede es que el arte se basa en la respuesta humana a la vida y ciertos grupos sociales comparten formas de responder a estímulos como la guerra, el hambre o la violencia. Es a lo que llamamos identidad nacional. Como narrativa, la ciencia ficción y la fantasía tienen posibilidades superiores a la narrativa tradicional —erróneamente llamada realista— para mostrar estas reacciones. Sucede, entonces, que en nuestro afán de seguir un canon ajeno (puede ser extranjero o no) nuestros personajes reaccionen a la presión de la vida como norteamericanos, suizos o japoneses. Estrictamente hablando, eso no estaría mal. Después de todo, la literatura habla de verdades universales.
El problema es cuando hay una desconexión entre los personajes y los lectores. Peor aún es cuando esta desconexión se nota. Esto funciona igual cuando el personaje se comporta como “cubano”, se viste de guayabera (no tengo nada en contra de la prenda; de hecho, me gusta) y solo piensa en comer tostones y carne de puerco (tampoco hago campaña contra lo anterior). El canon ajeno puede venir de cualquier parte pero debe evitarse.
Sobre las novísimas generaciones de escritores del fantástico: ¿notas que hay similitud en los estilos y temas de escritura, una especie de autofagia literaria?
Creo que, a veces, no queda claro dónde termina la inspiración y comienza la copia. La ciencia ficción anglosajona ha llevado y lleva las riendas de lo aceptado en el mercado como ciencia ficción. Es correcto estar en fase con estas tendencias pero a la hora de hacer una obra propia creo que sucede que nos excedemos. Entre las obras cubanas dentro del género en los últimos años se ha puesto de moda el cyberpunk y luego el steampunk, solo por poner dos ejemplos.
He podido leer intentos de estos géneros que carecen del espíritu y el sentido inicial de estos escenarios dentro del género. Tampoco veo la necesidad de estar tan en fase con la ciencia ficción y la fantasía fuera de Cuba. Todo escenario dentro de la ciencia ficción es extrapolativo y, por tanto, la extrapolación debe partir desde nuestra realidad y eso es lo que falta en la ciencia ficción cubana.
He visto que a veces se tocan tópicos y escenarios determinados solo por moda y no por una necesidad creativa dentro de la literatura. Desconozco si esta moda es una especie de autofagia, pienso que todo escritor comienza imitando lo que le gusta y, posiblemente, haya cada vez más escritores noveles que prefieren copiar de lo nacional hasta que encuentren su propia voz.
De cualquier modo, pienso que es solo un fenómeno natural el hecho de imitar o seguir modas cuando se comienza una carrera. Pero me muestro optimista respecto a las nuevas generaciones. No veo esto como un signo de decadencia dentro del género.
En la ya no tan corta historia de la CF y F cubanas, talleres literarios y ezines han ejercido un rol preponderante en la formación e información de los nuevos escritores. ¿Siguen siendo necesarios o piensas que, en la actualidad, se hace importante descubrir nuevas opciones formativas? ¿Cuáles serían estas, en tu opinión?
Bueno, como yo me formé en talleres (hablo del taller Espiral y más tarde en el Centro Onelio J. Cardoso) es difícil para mí tener una perspectiva fuera de ellos. Sin embargo, trataré de ser objetivo. Los talleres son saludables para el escritor tanto como la terapia de grupo lo es para un enfermo mental. Ayudan, pero no curan.
Un taller provee de ejercicios de creación, debate y valentía a la hora de exponer tu obra a los demás pero, por sobre todo eso, los talleres son una tormenta de ideas temáticas, brindan inspiración al escritor que comienza pero no forjan escritores.
Por otra parte, los talleres vician, son faltos de objetividad y, algunas veces, hasta deforman. Teniendo en cuenta los errores de concepto que manejan muchos escritores a la hora de afrontar el género pienso que tal vez los talleres no son suficientes (jamás diré que los talleres sean innecesarios pues me debo a ellos).
Pienso que deben existir otras opciones como cursos de teoría literaria, técnicas narrativas, apreciación del género o escritura creativa. Incluso, creo que los escritores que comienzan deberían estar pendientes de la crítica literaria, es decir, no contentarse con la crítica de los talleristas sobre su historia sino aprender de la crítica pura y dura hecha a escritores hechos y derechos para así tener un listón más alto que saltar.
¿Qué opinas de la relación entre el mundo audiovisual y el literario, en relación con los géneros fantásticos?
Como siempre he dicho, pese a que el fantástico surge como un movimiento literario, este se enriqueció apenas aparecieron los primeros audiovisuales. Desde Méliès hasta la actualidad, el cine dejó de nutrirse de la ciencia ficción, la fantasía y el horror literarios para convertirse en un gestor de historias propias dentro del género fantástico. Esta relación literatura-audiovisual goza de buena salud y si alguien lo duda creo que Juego de tronos puede aportar números sorprendentes en la estadística de aceptación de un audiovisual inspirado en una serie monolítica de libros de más de 500 páginas.
Lamentablemente, en nuestro país no pasamos de los intentos que no acaban de despegar. Creo que, simplemente, tenemos una mala comunicación entre los realizadores de audiovisuales y los escritores. Eso, sumado a una creencia respecto a que un audiovisual de ciencia ficción o fantasía debe estar cargado de efectos visuales, trucaje y vestuario de diseño que encarezca la producción. No digo que hacer ciencia ficción sea barato, pero cada vez hacer audiovisuales de cualquier género es igual de costoso.
Existen formas creativas de hacer cine fantástico que no requieren grandes efectos visuales computarizados o un movimiento excesivo de trucaje. Creo que es algo que puede resolverse con un mejor diálogo llegando a un punto medio entre el arte y las necesidades de producción.
¿Es Cuba un país de literatura eminentemente realista/mainstream, o crees que esa coordenada ya se ha equilibrado… o invertido?
Cuba es un país donde la crítica ve con mejores ojos la literatura llamada realista o mainstream y donde, además, no existe un mercado del libro en el cual la ciencia ficción y la fantasía puedan probar con números (ventas) la predilección del público. En ese aspecto, al no existir un mercado solo nos queda convencer a la crítica.
Pienso que después de muchos años hemos logrado que algunos escritores de ciencia ficción y fantasía sean aceptados como escritores por las instituciones, coloquen relatos en antologías “realistas”, se autoricen premios dentro del género e, incluso, se dediquen ferias del libro (provinciales, pero algo es algo) a un escritor del género (hablo de Yoss).
Sin embargo, todavía un relato fantástico —no un fantástico enmascarado como realismo sino verdaderamente fantástico o de ciencia ficción— no ha ganado un premio reconocido de literatura. Aún nos queda mucho terreno por ganar. Eso, asumiendo que realmente necesitemos conquistar esos espacios y congraciarnos con la crítica literaria cubana.
En otro sentido pienso que, tal vez, nuestros esfuerzos deberían orientarse hacia la creación definitiva de un mercado del libro en Cuba y, simplemente, venderle al consumidor —ese lector cubano que lleva consumiendo ciencia ficción por más de 60 años y no parece cansarse— y así, de paso, hacer un poco de dinero.
¿Cómo transcurre tu proceso creativo?
Me limito a vivir, las historias vienen solas. Tengo la capacidad —me rehúso a llamarlo don y he aprendido a no decirle maldición— de procesar todo lo que me ocurre en términos fantásticos. Podría decirse que mi reacción ante la vida es escribir cualquier cosa que tenga un nivel de realidad no real. Al pasar el tiempo las historias se acumulan en mi cabeza y, cuando ya no me dejan tener una vida funcional, me siento y las escribo. Tras el punto final llega la paz de espíritu y regresan los pensamientos claros. Al menos por un tiempo.
Publicar fuera de Cuba: ¿utopía o distopía? ¿Cómo ha sido tu experiencia?
Ambas cosas. La parte utópica es la posibilidad de entrar en un mercado del libro. Difícil, ocupado por norteamericanos y españoles, pero siempre mercado. La posibilidad de vender está allí. Los libros no dependen de un plan editorial o de una distribuidora. Se editan, se imprimen y se venden. Es como estar en un agromercado sin que te importe el precio de la libra de cebolla porque son tus cebollas (en este caso, tus libros) y ganas algo cada vez que alguien compra.
La parte distópica es que llegamos tarde a este mercado. Las editoriales independientes poseen un alcance menor, muchas veces limitado a la mente de sus propietarios, la promoción cuesta dinero y en un mundo de oferta y demanda nadie apuesta por un escritor desconocido y de un país que solo fue famoso por unos misiles nucleares que crearon una crisis en los 60. Las grandes editoriales apuestan (e invierten) por lo seguro.
Esto es, por autores establecidos, traducciones de norteamericanos ganadores del Hugo y cubanos que hablan de política (la política sí vende). En fin, que publicar fuera de Cuba es como ser bajito y delgado y entrar a un ring lleno de armas pesadas para pelear contra varios tipos grandes y fuertes. La ventaja es que fuera del ring no tienes ninguna posibilidad de llevarte el cinturón del campeón. Pienso que siempre será una decisión personal.
Las antologías son, si se quiere, un “recurso” que emplean muchos autores para darse a conocer y compartir espacio textual con algunas figuras, menos o más relevantes, de la literatura nacional. ¿Sucede igual con los escritores de CF y F? ¿De cuánta importancia son las antologías del género?
Pienso que sí, una antología no solo es una oportunidad para muchos escritores noveles o con una obra limitada, creo que también le aportan buena salud al género. Sobre todo en un país donde no existen publicaciones en papel sobre lo fantástico, donde puedan leerse diversidad de relatos o fragmentos de novelas, como sucede en el mundo anglosajón (aunque cada vez son más las revistas que se pasan a formato digital y abandonan el costoso papel).
Una antología siempre se agradece de parte de los lectores asiduos al género. Creo que lo que falta ahora es que los antologadores de libros de corte realista comiencen a incluir autores de fantástico. No creo que resalte para mal un relato de fantasía o de ciencia ficción en una antología de narrativa (al fin y al cabo, eso es lo que es, narrativa).
¿Cuáles son los temas y los asuntos que actualmente te apasionan? ¿Sobre qué desearías escribir?
Me apasiona la historia, la sociología y la política (también las armas de fuego, pero esa es solo una relación platónica), cosa que para un licenciado en Física puede parecer algo extraño, aunque no tanto, si terminé escribiendo libros.
Creo que la sociedad humana (al menos hasta que aparezcan otros seres inteligentes que vivan en sociedad) es un sistema físico profundamente complejo y, por tanto, fascinante. Es por eso que me apasionan por igual la ucronía y la distopía. Creo que la historia alternativa es algo más que un ejercicio de conocimiento de la historia, es un escenario de la ciencia ficción que requiere un trabajo de mesa tan profundo como una novela histórica y, al tiempo, es una reflexión sobre temas de gran profundidad social.
Existen puntos oscuros en las historias de cada país que solo la ucronía puede sacar a relucir, llevar a debate o llamar a la reflexión. Respecto a la distopía creo que cualquiera que vea las noticias y los discursos políticos con un ojo crítico está obligado a acercarse a la distopía.
Sobre todo, porque durante el siglo pasado parecía que solo habría unos cuantos sistemas de gobierno que podrían desencadenar en una anti utopía. Hoy en día creo que las probabilidades se han cuadruplicado. Creo que la distopía llama a la reflexión sobre el ahora, no solo sobre cómo debemos reaccionar ante la política —reacción que creo ha sido demasiado pasiva durante demasiado tiempo— sino sobre cómo debemos proyectarnos hacia el futuro.
Las noticias de hoy serán la historia del mañana y los errores de hoy serán los holocaustos y apocalipsis del futuro. La gente debería reflexionar sobre ello y escribiendo sobre estos temas quizás se pueda lograr.
Mucho se ha hablado del rol o papel del lector como coautor o, al menos, de su participación en la construcción conjunta de un libro. ¿Piensas que el lector cubano es creativo o que ha optado por la pasividad a la hora de consumir un producto “ya hecho”? ¿Es, además, un lector complaciente o no?
Ante la inexistencia de un mercado del libro, al lector cubano no le ha quedado otro rol que el pasivo. Pero eso no significa que no tengamos un público crítico y nada complaciente. Nuestro público lee de todo y copia todos los audiovisuales que salen del género. Esta avidez viene dada por la falta de oferta ante una demanda.
Sin embargo, he escuchado críticas muy profundas en mi barrio sobre ciertos audiovisuales del género de dudosa calidad y he tenido la oportunidad de ver cómo, en un lanzamiento del libro, casi todo el público se había leído mi novela y hacían preguntas que me pusieron a sudar. Creo que nuestro público está deseoso de un mercado y no será para nada complaciente con los autores cuando esto ocurra.
¿Hasta qué punto la búsqueda de un sello nacional en la literatura fantástica puede ir en detrimento (o no) de la idea de construir una literatura universal y no localista? Y hurgando un poco en este asunto: ¿se busca en realidad hacer libros del género con temas nacionales o solo se apuesta por lo superficial, e incluso folclórico, de lo llamado a grandes rasgos “lo cubano”?
Tal vez deberíamos comenzar haciéndonos la pregunta ¿por qué necesitaríamos buscar un sello nacional en el género? Aparentemente, estamos en buen camino siguiendo las convenciones del género y buscando conectar con aspectos universales de la naturaleza humana.
Para la ciencia ficción es, incluso, más sencillo, puesto que se basa en la extrapolación de disciplinas científicas que, por lo general, buscan generalizaciones y no localismos. La primera respuesta está en el mercado. En un mundo comercial regido por la pauta anglosajona donde prácticamente todo el canon está establecido a partir de una ciencia ficción y una fantasía concebida en Estados Unidos, Inglaterra y algo de Francia, es difícil competir. A menos que se tenga algo novedoso. Tanto en el mundo científico como en el literario es poco probable una idea nueva al cien por ciento. Generalmente se trata de ideas preexistentes adaptadas al contexto actual o vistas desde una localidad.
En otras palabras, no podemos vender hielo a los inuit a menos que le pongamos algo verdaderamente nuestro. Ahí es donde el sello nacional acude en nuestra ayuda puesto que nadie, en todo el mundo, posee nuestra cultura. Parte del éxito de los primeros clásicos de fantasía norteamericanos radicó en la explotación del imaginario nacional en lugar de intentar imitar la pauta extranjera. Es por ello que obras como El maravilloso mago de Oz resaltan en medio de un mercado controlado en su época por autores ingleses o alemanes.
Otro aspecto radica en que la ciencia ficción no busca exactamente una extrapolación de la ciencia actual sino que explora la respuesta individual y social al desarrollo tecnológico. Y esta respuesta es particular para cada grupo social.
Por otro lado, la fantasía no se basa en extrapolaciones científicas o tecnológicas sino en extrapolaciones tradicionales, culturales y folclóricas. Tolkien construyó todo el universo del Arda a partir de tradiciones, leyendas y folclore europeo. Lo interesante es que no tomó mucho del folclore nacional pero, indudablemente, El Señor de los anillos tiene un sabor británico indiscutible.
Claro está, apoyarnos en la cultura nacional no nos puede alejar de la búsqueda de verdades universales. Macbeth se desarrolla en la escocia medieval pero es una historia sobre las ambiciones. Lo universal está en el interior de la historia, no en cómo luzca.
Y aquí caemos en la segunda pregunta que para poder responder tenemos que hacernos otra: ¿qué consideramos “lo cubano”? Todas las respuestas posibles a esta pregunta se agrupan en dos grandes grupos. Una centrada en factores de identidad que exploran los elementos comunes de cada individuo de nuestra compleja nación.
Y otra, banal y estereotipada, que busca soluciones fáciles para problemas complejos, tales como reducir la totalidad de las tradiciones campesinas (con profundas raíces compartidas entre la cultura taína y la europea) al punto cubano y el guateque; o toda la complejidad de las religiones de origen africano (que van desde la regla conga proveniente de Haití en el oriente cubano hasta la hermandad de los ñáñigos en el occidente de la isla) a un simplista panteón politeísta distante de la filosofía yoruba encabezado por una Oshún, un Changó y un Elegguá diseñados para agradar al turismo del primer mundo.
Ahora bien, un autor de literatura fantástica que asuma la primera definición de “lo cubano” explorará un conflicto universal dentro de la complejidad de nuestra sociedad, nuestra tradición o de nuestra cultura. En cambio, si se sigue la segunda definición, solo se obtendrá controversias campesinas de robots gigantes con sombreros de yarey u orishas vestidos de Armani saltando entre almendrones en movimiento como una mala copia de La Matrix. Creo que la decisión está en cada autor. Que el lector juzgue por sí solo.