El Portazo
«Es un honor, un deber, un placer»
Desde afuera en la calle Ayuntamiento se puede ver a Pedro Armando Franco Albuquerque por una de las ventanas de El Biscuit, sede del colectivo teatral que dirige hace 10 años. Por momentos observa el tránsito, toma notas, revisa el teléfono. A ratos se levanta y entonces alguien se asoma y pregunta porque le dijeron que allí… porque necesita tal pastilla… y entonces María Laura o él mismo revisan, indagan, orientan y entregan el medicamento adecuado.
Frank David y las percepciones violentadas
Te encañonan con una imagen en la sien y te dicen que te revolverán los sesos de un disparo: un color te perforará el hemisferio izquierdo, te dejará un caos de emociones fracturadas, y luego continuará su trayectoria por el hemisferio derecho e impulsará un efecto dominó de neuronas que pondrá en perspectiva todo aquello que has razonado, que has asumido como verdades inapelables. El proyectil saldrá de tu organismo, pero hará que pierdas las nociones de los relojes de pared y de los despertadores electrónicos al causar esa experiencia extracorpórea, fuera del tiempo, fuera de ti, que debería provocar el arte comprometido.
El que te apunta, el que te amenaza con romperte los cánones clásicos de lo kitsch- pastel es Frank David Valdés Hernández, joven artista plástico matancero que metamorfosea lo agresivo –entendido como la manera de empujar al espectador fuera de su zona de confort visual– en transgresor, tanto en un enfoque conceptual como estético. “Uno al final quiere que la estética quede como una verdad”, confiesa.
Graduado de pintura en la Escuela Vocacional de Arte, instado por su periodo de servicio social en el Consejo Provincial de Artes Escénicas decide inscribirse en el Instituto de Superior de Arte, donde se gradúa de la especialidad de Diseño Escénico.
Sin embargo, con frecuencia los intereses de las personas no se circunscriben a una sola área y, sobre todo, en los artistas que buscan maneras nuevas de expresarse; por ello existen muchos Frank, desde el punto de vista creativo me refiero, pero que parten de un mismo núcleo: el lenguaje visual.
Además de su obra plástica personal, ilustra libros para Ediciones Vigía, donde sigue los pasos de quien reconoce como uno de sus mentores, Rolando Estévez; ha diseñado escenografías para El Portazo, en obras como CCPC República Light, y ahora se ocupa de su próximo estreno, Todos los hombres son iguales, aunque también explica que le interesa el diseño gráfico, proyectar carteles, portadas de discos, etc.
“Al principio me pareció un poco chocante cambiar la manera de pensar al asumir el texto literario para Vigía, un texto dramático para el teatro o la idea artística para las artes plásticas; pero, al final, se unen en uno mismo. Todo entretejido tiene mayor fuerza”.
A diferencia de las artes en “puro” que son un diálogo interior, una búsqueda introspectiva, en el diseño sí se depende de un referente externo, de un cliente, de un compromiso, que a veces puede suscitar un rompimiento con el acto de libertad creativa. “Incluso uno como diseñador siempre intenta dejar sentir su voz, más allá de que trabajes para un evento o autor determinado”.
Si colocamos a Frank en una línea de sospechosos entre otros pintores, otros ilustradores, otros escenógrafos, y tomáramos su obra como el dedo acusador para identificarlo, entonces él mismo, antes que lo señalemos, definiría sus concepciones, sus manías…
“Yo trabajo con temas autorreferenciales que tienen que ver con la familia, con las apariencias, casi siempre intento llevarlo todo por esas vertientes. Tengo una paleta de color que me caracteriza: las tonalidades estridentes, con altos contrastes. Lo formal está dado por la mezcla de todos esos saberes que, tal vez es lo que me haga único: el diseño escénico, la ilustración, las artes plásticas en sí.”
Él ha tenido un 2020 de éxitos profesionales, que incluyen su participación en diversos concursos y eventos. Formó parte del Post-It, iniciativa convocada por el Fondo de Bienes Culturales y que es el equivalente a la Bienal de La Habana para los jóvenes artistas plásticos; mereció el tercer lugar en un concurso online convocado por Arte Morfosis –una galería que radica en Zurich–, donde su obra obtuvo el mayor número de likes; además, prosigue su trabajo con El Portazo y Ediciones Vigía.
Este habano-matancero, que vive entre la capital –donde imparte clases en el ISA– y la Ciudad de los Puentes, se declara orgulloso de su tierra natal. Continúa, día tras día, con su multiplicidad de facetas, sin miedo a romperse, sin miedo a dejar detrás de sí cabezas revueltas, percepciones violentadas, porque hay que “disfrutar el proceso de la creación siendo sincero con uno”.
El teatro como traductor de la realidad (+ Fotos)
Desde que conocí la obra de Pedro Franco y El Portazo me ha sido muy difícil, casi imposible, despojarme de aquella primera impresión, vibración, corriente, imagen. “Algo distinto está ocurriendo aquí”, me dije en aquel entonces, “esta obra habla de mi vida, de mi generación”. Aquel primer impacto se ha ido confirmando cada vez más, paso a paso, puesta a puesta, portazo escénico tras portazo escénico. Hoy, el pretexto que me ha llevado a conversar con Pedro Franco es el estreno de una nueva obra, “Todos los hombres son iguales” (TLHSI). El teatro, esa maravillosa plataforma de sentido que traduce nuestra realidad, es el objetivo más profundo de esta entrevista.
¿De qué manera la autogestión, la inserción y circulación de productos culturales en ambientes de consumos cambia la forma de pensar el teatro? ¿Se propone una escena más lúdica, en contacto con un tipo otro de espectador?
El contexto de representación es una variable en la recepción de cualquier producto cultural que considero determinante para conseguir eficientes resultados. Cuándo, dónde y para quiénes estaremos trabajando son preguntas de peso a la hora de proyectar una estrategia de programación y circulación en nuestro grupo. Desde los primeros encuentros asimilamos qué posibilidades de posicionamiento tiene ese material que comenzamos a construir: esto nos ayuda a fijar un rumbo y reducir la incertidumbre. Es cierto que esta temprana proyección de los posibles escenarios de representación influye en la concepción de la puesta en escena, pero no creo que la condicionen al punto que modifique sustancialmente su razón de ser. La necesidad expresiva que da origen a un proyecto debe ser rastreable y estar anclada a zonas más sólidas que los futuros espacios de programación. La escena que proponemos solamente está comprometida con nuestra investigación formal, nuestras obsesiones temáticas o los contextos de producción en los que nos toca desenvolvernos. Nuestra intención primaria es conectar con el espectador y, asumiendo que la convocatoria de asistencia al teatro es una responsabilidad mayor, es imperativo no aburrirlos. Con estas finalidades claras diseñamos espectáculos que sean suficientemente flexibles para operar con eficacia en disímiles contextos de recepción, desde un cutre cabaret en Ciego de Ávila hasta un sobrio teatro en Pinar del Río.
En la combinación de lenguajes que usamos para lograr esa comunicación esencial, las convenciones alteradas son facilitadoras de los pactos de fe; de ahí lo idóneo de los espacios de consumos donde nos hemos presentado en los últimos años. Pero independientemente de la estructura del espectáculo, de los mecanismos que se desplieguen para captar la atención, al insertar un discurso o defender un tema, pensamos el teatro y los públicos con la flexibilidad que las circunstancias nos demanden, y con la autonomía que ha permitido su adaptación y supervivencia.
En las dinámicas de la poética espectacular de El Portazo, ¿cómo se inserta el estreno de “Todos los hombres son iguales”?
La inserción de “Todos los hombres son iguales” en el repertorio de El Portazo obedece a la intención que me provoca el acercamiento a diversos géneros teatrales. Desde que decidí ubicar la “Antígona” de Yerandy Fleites en 2013 como segundo montaje de una agrupación naciente, he estado jugando con fuego entre el aprendizaje de un oficio y la presión de una tradición.
En aquel entonces me propuse como ejercicio de dirección vivir la experiencia de levantar una tragedia en el espacio. A esta especie de autoestudio también debo la incursión en el cabaret político que me llevó a la sorpresa de crear CCPC; el complejo camino de gestionar los rigores de una comedia era un tema pendiente. Esto no quiere decir que la selección de las obras se subyugue a fríos entrenamientos de formas, estilos o exploración de referentes. Lo agónico ha sido encontrar eso que llamamos “el gesto”, que no es más que generar la expansión de la utilidad de esa intención primaria que solo me servía a mí, ponerla en función colectiva. Una purga de esa dosis de vanidad que tiene intrínseca la selección.
TLHSI no contiene temáticas abiertamente políticas, y eso de por sí ya es un extrañamiento. En esa aparente despolitización encontramos nuestro discurso, nuestro gesto. Es el segundo texto de Yunior García en el que me intereso. Estudiamos actuación en la ENA juntos, y comparto parte de su imaginario y perspectiva del mundo; por otro lado me beneficia muchísimo la libertad que encuentro en la estructura de sus obras.
Me permite, afortunadamente siempre con su anuencia, absorber la historia, amasarla, reformarla y potenciar las partes que más me interesan y seducen. Me he sentido muy cómodo traduciendo en acciones ese mundo singular que él modela como pocos. TLHSI será comedia y musical, no podría ser de otra manera, si bien significa un regreso al teatro de autor, también es el inicio de un camino de vuelta después de ser implacablemente seducido por el Cabaret.
Quiero sedimentar todo ese aprendizaje en una puesta en escena que asimile lo vivido, no puedo conformarme solamente con la musicalidad del texto, no lo soporto ni me parece coherente. Ahora que estamos en esa caótica zona de pases generales creo que se ve como un espectáculo de El Portazo, suena a un espectáculo de El Portazo y definitivamente ha sido elaborada como lo hacemos en El Portazo.
Al dialogar con textos de jóvenes creadores cubanos, ¿qué tipo de espectacularidad se genera? ¿Son estos textos locales o localistas, y limitan a un aquí o a un ahora, o se intenta, a través de ellos, dialogar con una realidad mundial cambiante?
Nunca he trabajado con un autor que no sea cubano; incluso en las inserciones textuales en el guion de CCPC de dramaturgos y escritores como Brecht o Bukowski, estos siempre fueron sometidos a una “cubanización”, en ocasiones pareciera que el texto estaba concebido como respuesta al contexto planteado. Quizás esto responda a la poderosa influencia de nuestras urgencias. Yo entiendo el teatro como un traductor de la realidad, a veces como un espacio de simulación de esa realidad, y reacciono desde mi oficio y mi ¿virtud? a ese contexto en el que crezco o perezco.
Siempre me ha quedado muy distante dialogar premeditadamente con el mundo. Sin embargo, es una perogrullada afirmar que somos parte del mundo cuando hablamos de sexo, familia, traición… son conceptos universales; cuando nos mostramos desfachatados, soeces, inconformes, inmaduros, transgresores, formamos parte de una juventud mundial, somos increíblemente comunes.
Yo encuentro la distinción en los “cómo” más que en los “qué” y allí es donde intento detenerme, en la singularidad cultural. Mi particularidad es la mayor garantía de saberme/sentirme universal. La espectacularidad que genera el diálogo con jóvenes autores cubanos encuentra su sentido en la verificación de la pauta, en la experiencia compartida; me siento en zona cuando leo un texto que bien pudiera estar hablando por mí, o por aquella tipa que conozco.
Me siento aliado cuando comparto un secreto generacional. Trabajar con contemporáneos disminuye significativamente la soledad de la creación. No me atormenta la universalización del tema, yo hago teatro porque ha sido la forma más locuaz que he encontrado para expresarme aquí y ahora. El que tenga oídos que escuche porque esta es mi verdad, mi visión, mi obsesión.
El Portazo, desde sus orígenes y hasta ahora, se ha ocupado por visibilizar y acaso definir la cubanía del siglo XXI, una cubanía “milenial”, de nuevo tipo, móvil, dinámica y en construcción. ¿Es esta una búsqueda poética intencional o son líneas de sentido que se han ido develando paulatinamente, puesta a puesta, intención a intención?
Ha sido una búsqueda muy intencional, su móvil no ha sido usar la escena para señalar las diferencias o singularidades que podamos tener a la hora de vivir la cubanía como una generación específica, sino defender una manera de ser y de estar, sin explicaciones innecesarias. No es una clase didáctica de causas, semejanzas y diferencias. Consideramos que el hecho de participar con nuestros cuerpos y comportamientos es, por derecho propio, el acto más legítimo de validar la identidad de una generación que es tan nueva como lo fue la anterior y tan vieja como nos ve la que hoy llamamos nueva.
La verdadera búsqueda sigue siendo encontrarnos a nosotros mismos, que ya ni siquiera somos aquellas personas que fundamos un grupo en 2012. Desde el principio y hasta el ensayo de ayer, hemos subido a escena con el objetivo de aportar a la construcción de esa cubanía. La mejor herramienta que tenemos es nuestra biografía, nuestra educación, nuestras vivencias, nuestras herencias, nuestra relación con lo que nos rodea. Hurgando en esa verdad es que emergen estos signos que quizás explican, develan o exponen un nuevo tipo de asumir la responsabilidad de ser cubano. En cada puesta en escena le damos otra vuelta de tuerca a esta investigación sobre nosotros mismos.
Es imposible parar de construir una noción de cubanía porque está directamente ligada a nuestra cotidianidad. No hay detrás de las imágenes una marca elaborada y pensada para subrayar un cambio de pensamiento o conducta; en todo caso existe una organización de nuestros más hondos impulsos, todo lo que al final se muestra como arte ha sido cotejado con nuestra experiencia. Si se ve un cambio, pues el cambio sucedió.
El género comedia ha sido, muchas veces, entendido como un género teatral ligero, menor, ¿piensan ustedes la risa como válvula de escape o como un motor otro que dinamiza las relaciones escénicas, las interacciones con el público y, sobre todo, la relación con el referente o el contexto real? ¿Sucede así en esta nueva puesta?
Después de pasar por la experiencia de montar una comedia sospecharé de aquel que afirme que es un género menor. Más allá de la manida frase de que “hacer reír es más difícil que hacer llorar”, puedo afirmar que la comedia implica un riesgo que nunca antes había registrado: no se puede verificar su eficacia si no ocurre el encuentro entre el espectador y la escena.
Esto te obliga a descansar en tu intuición, llega un punto donde tu mirada está agotada y viciada, y eres un amargado y solitario espectador de tu propia obra. Sé que la imagen es patética pero, ¿cómo sentirse ante 1 hora y 30 minutos de material escénico sin soltar una carcajada en respuesta a las situaciones que tú mismo dispusiste? Luego haces un ensayo con público y corroboras que aquella escena que parecía muerta se completa con una mirada fresca, curiosa y desprejuiciada. Todo funciona (o casi todo) cuando llega el público. Es ahí donde sobreviene la incertidumbre del viejo rol de director, que se adelanta a corregir los errores amparados en su condición de espectador ideal; necesita del otro para completar su función.
TLHSI ha sido de los procesos más ciegos que he tenido. Hoy me entusiasmo, mañana me aburro, al otro día vuelve el ciclo… y es que la comedia necesita de la espontaneidad en altas dosis, y equilibrar las consabidas repeticiones de los ensayos con la necesaria chispa vital que demanda la obra es un reto colosal. En eso andamos aún, una vez aprendidas todas las partituras, textos, musicales, desplazamientos, etc., seguimos buscando cómo activar el estado creativo que nos eleve por encima de la rutina que supone un ensayo general.
TLHSI servirá como válvula de escape, en principio para nosotros mismos; en realidad estaba concebida para estrenarse en diferentes circunstancias de las que hoy enfrenta Cuba y el mundo, ojalá su utilidad también sea refrescar la dura noche de alguien. La simpatía de la historia, el descabellado comportamiento de los personajes y algunos recursos escénicos que intuyo serán muy bienvenidos, funcionarán como un escape de una realidad que a todos nos oprime. A su vez linkearemos con el presente desde la protección de la ficción y en general hablaremos de nosotros, de ustedes, de ellos, nos reiremos juntos. Cumpliremos, a eso aspiramos, con una misión fundamental del teatro: provocar el encuentro del hombre con el hombre, emancipados como especie, sin unos y ceros de intermediarios.
¿Es posible aspirar a hacer un teatro joven cuando aún persisten mecanismos anquilosados en la mente de los receptores? ¿Cómo llegar a ellos, cómo resquebrajar los moldes preconcebidos? ¿Es la comedia, acaso, un medio para lograrlo?
Hacer teatro siempre ha sido difícil, mirado con cierto recelo, como algo raro que no se entiende muy bien cómo funciona y concretamente para qué sirve; no en vano Artaud lo comparó con la Peste. Cuándo decides que ese será tu oficio más vale tener conciencia del estigma. Yo creo que el punto álgido está en la combinación de ser joven y hacer teatro. Más allá del tipo de teatro que hagas, que te salga, que te inspire, joven, viejo o “temba” eres más vulnerable si eres un aprendiz, si no tienes una historia que contar.
Lanzarse al oficio de la dirección escénica en Cuba es un salto al vacío y sin red. Eso lo sabe todo el mundo. Quizás por ello hay un sector muy comprometido con la evolución de las Artes Escénicas que te ayuda a romper caída si logras mostrar una digna credencial de futuras potencialidades; a la vez, se disparan las alarmas de oportunistas, establecidos y perseguidores. Lo peor es cuando caes en fuego cruzado: ahí es dónde trazarse una estrategia de supervivencia es esencial. La mía fue trabajar incansablemente e intentar mantenerme #enmicanal, ni el hipertransgresor, ni el megaconservador: ser coherente con mi necesidad, con mi intuición y con mis objetivos. Eso siempre me ha mantenido a flote. El mayor choque con las preconcepciones las vivo en los procedimientos más que en los resultados; en general he gozado de buena recepción, incluso mis ideas más locas y errores más visibles. Por supuesto que también se me ha levantado del teatro algún que otro espectador ofendido. Pero en general, incluso desde la negación, hemos logrado salvar las diferencias y comunicarnos con el otro.
Asunto más escabroso son las definiciones y los esquemas de cómo deben hacerse las cosas para que sean “correctas”, ahí generamos muchos problemas y se nos dificulta el fluir. Desde la producción, la gestión de recursos humanos, el tratamiento de un tema delicado o la concepción (aún en construcción) de cómo llevar un grupo.
El cínico juego de premio y castigo hace mucho daño al teatro, no importa de qué época; le corta su vitalidad, lo convierte en mercadillo de actitudes. La comedia es un vehículo generalmente ríspido para discursar, la risa es muy peligrosa, muy contundente; el choteo, por ejemplo, es la más efectiva de nuestras armas como sociedad, así que no creo que esta vez vayamos a conquistar esos corazones grises porque hayamos decidido montar una comedia.
La trama no habla de política, la obra tiene referentes claros del teatro comercial, pero eso no significa que hayamos cambiado de palo para rumba. En todo caso rediseñamos nuestras estrategias.
Se siente que con esta puesta, El Portazo regresa a un teatro de autor, a cierto apego a una poética textual, ¿sirve el texto como un (pre)texto para la escena, como una provocación, como un punto de partida sobre el cual comenzar a analizar las poéticas particulares de lo teatral escénico?
Me siento aliviado de regresar al autor, de tener una fuente de acción primaria. Una de las razones de montar TLHSI es que sentía la necesidad de contar una historia. Siempre he considerado al texto una herramienta esencial para levantar la poética en el espacio, un vehículo para animar la teatralidad. No lo veo como una mordaza, ni como palabras sagradas que no deban ni puedan ser profanadas; respeto los estilos, la estructura, la intención y el trabajo de los dramaturgos. Llego a un punto de giro en el proceso donde esos sucesos y parlamentos se convierten en imágenes que tienen una vida propia, que se separan de las experiencias sobre las que fueron concebidas. En ese momento del trabajo creativo, el texto como documento comienza a quedar lejano, relegado, porque se ha convertido en cuerpo, en materia. Siempre espero esa guía en medio de un montaje, identificar ese ensayo donde se evapora la pauta, un instante de separación. Desde ahí vamos a la ofensiva e intentamos, a veces por caminos muy descabellados, lograr autonomía.
El cotidiano nos persigue, nos define, especialmente el cotidiano que vivimos como país. Ese material escénico, ¿hasta qué punto es reciclado y recirculado en TLHSI?
Tengo la convicción de que ya todo está hecho, estamos condenados al ready made, por ello nuestra voz ha sido conformada a partir de citas, y tenemos un hermoso y pacífico pacto con ello. ¿Dónde tenemos una singularidad? En la selección y combinación de esas citas y el manejo de su producción de sentido. ¡Todo es un remix!
En TLHSI hay una fuerte presencia de Internet y su desbordada teatralidad. Es increíble la producción de contenido que tienen las redes, sus significantes y disímiles procedencias/destinos. Es cierto que en la gran mayoría de los casos, aquello que capta nuestra atención parece desconectado, inútil, pura vanidad, pero Duchamp nos abrió un camino que hace que lo volvamos a mirar. Confieso que en los últimos años he encontrado una mina de producción de sentido en el comportamiento aparentemente absurdo, kitsch, improbable; después de todo es un comportamiento humano, muy genuino, diría yo.
El espectáculo no solo recoge todo lo que nos llamó la atención y supimos asimilar del período de cuarentena; también hace alusión directa a nuestra ubicación en el contexto cubano, las relaciones institucionales, los imaginarios sobre los que se construyen par de fábulas sobre El Portazo, y por supuesto, link directo a nuestros espectáculos anteriores, ya sea a nivel temático, reciclando recursos previamente probados o dándole posibilidad de desarrollo a un aprendizaje que consideramos valioso. Podría ser más de lo mismo, pero de esa frase lo que me gusta es que siempre es más.
Dos elencos trabajarán en esta obra: uno de La Habana, otro en Matanzas, y se comenta la posibilidad de que sea presentada en diversos espacios, desde el canónico teatral hasta otros alternativos. Estas dualidades, esta capacidad de adaptación, ¿obligan a que la dirección sea también móvil, adaptable, que se moldee según la forma del espacio y de los actores, o hablamos aquí de una brida más recia?
Trabajar con dos elencos ha sido una novedad para el grupo, un reto organizativo que atraviesa la creación. Cuando me enfrento a un ensayo, en ocasiones (solo en ocasiones) entro en estado de gracia: esa experiencia de fluidez donde todo se aclara y te encuentras propositivo, creativo, guía, entonces registras un gran avance. Puedes construir una escena entera en un solo día que perdurará hasta el estreno sin apenas cambio.
Al tener dos elencos ando buscando siempre qué mecanismos activo para que ese estado de gracia funcione dos veces sobre la misma escena. Huir de la reproducción ha sido un reto. Primero monto con el elenco de Matanzas, luego me traslado a La Habana y me enfrento a otros actores, otras motivaciones, otras maneras de hacer y ser. ¿Cómo esquivo la exportación de un objetivo que puede enfriarse y vaciarse en el proceso de traslación e imposición? ¿Cómo encuentro lo genuino de ese ensayo sin que varíe la partitura, sin tener que comenzar de cero ni permitir que las puestas en escenas se bifurquen? ¿Dónde está la unidad vital de todo eso?
Ha sido muy estimulante: por una parte posees la ventaja de haber corroborado que un sistema de desplazamiento funciona para determinado momento del espectáculo, pero tienes que lograr que este renazca en otro contexto, con otras variables, que trascienda la indicación del movimiento. Es una brida recia la proyección de que en un futuro los dos elencos compartan en escena un idéntico material escénico que defender. Todos los actores deben dominar los mismos sucesos, escenas, unidades, coreografías, tiempos, ritmos, acciones generales y un montón de cuestiones técnicas que hacen que el espectáculo se sostenga; pero a su vez deben estar receptivos, abiertos y flexibles a aceptar las potencialidades y aportaciones del otro, a poder asimilar su proceso aunque sea la primera vez que compartan escena. Esa es la meta. No solo para los actores, entre esa rigidez y flexibilidad también se mueve el equipo de realización, desde la producción musical, el coreógrafo o la dirección general de la puesta en escena. La construcción de piezas sólidas que logren encajar de diferentes maneras y formar un todo sería el resultado anhelado.
Con el paso de esta pandemia, las relaciones teatrales han cambiado. ¿Cómo avista El Portazo esta capacidad de futuro? ¿Se abre un espacio hacia una transición de los modos de recepción escénicos?
Aún no salimos de la incertidumbre de cómo quedará el teatro después de esta crisis. Sabemos que la capacidad de adaptación del arte escénico siempre ha jugado a favor de su evolución; sin embargo, hay una dispersión de la experiencia que termina desconcertándome. Cuando estaba cerrado en cuarentena imaginaba una escena más encriptada, simbólica, que hablara de la experiencia biopolítica del distanciamiento obligatorio ante el riesgo de contagio. Luego salí a la calle con el temor del consciente y terminé dirigiendo el proceso final del montaje de manera contraria. Me he resistido a mencionar la pandemia, a hablar prematuramente de todo este proceso individual y colectivo. Quiero entender el teatro como un escape de esa realidad.
Opté por un teatro más grande, por un público más amplio, por una historia más ¿pura? y estoy seguro que esta inusual reacción es un mecanismo de escape a un trauma. Se podría pensar que es hasta frívolo y poco comprometido obviar el contexto; tenía ideas que me parecían muy buenas a nivel de búsqueda poética sobre cómo hilvanar TLHSI a la tragedia del coronavirus; sin embargo, me agarré al gesto de evadirlo como discurso, como respuesta. Realizar un espectáculo en tono de comedia, con una producción notable, donde constantemente se acota que no se habla de política y dentro de un edifico canónicamente teatral, mientras afuera el mundo literalmente se estremece, me parece divinamente contracorriente.
Reciclamos todo lo que la marea de la cuarentena nos trajo desde la virtualidad, las situaciones que se hicieron vírales, música, memes y personajes, pero apostamos como un acto de resistencia por un dispositivo tradicional de comunicación. Hubo y aún perdura mucha confusión sobre el teatro online, sobre el tecnovivio como sustitución del convivio. Pero para ser absolutamente sincero, todo es tan circunstancial, tan “oportuno” y subyugado a un momento particular que no logra atraparme lo suficiente como para dedicarle un montaje a esa investigación. Me voy por corte, me cierro en la tradición, y cuando sedimente y se aclaren las aguas turbias haré balance.
«Seca» de Caminos Teatro: ¡Hay que verla!
Con el montaje de “Seca”, de Roberto D. M. Yeras, la agrupación Caminos Teatro vuelve a salir airoso en el panorama teatral avileño. Pero el nivel de las actuaciones todavía le dará algunos dolores de cabeza, antes de que entorne por un mejor camino.
Considero que una de las debilidades de su montaje está en que el espectador no podrá encontrar una escuela de la actuación donde apoyarse para entender de qué se trata. Y pareciera que todavía las cosas no cuajan del todo a la hora de decidirse por la actuación basada en el modo preferido de Bertolt Brecht, la experiencia y la identificación para producir asombro y educar a las masas; o en el método de Serguei Stanislavski, donde lo vívido tiene la preponderancia y se lleva a su máxima expresión el asunto de caracterizar a los personajes y situaciones.
Digo esto porque en la hora y cuarto que dura la puesta no hay algo que nos desvíe el interés para hacernos mirar el reloj. Nos quedamos en nuestra silla más que interesados en la trama que se desarrolla ante nuestros ojos.
Por lo tanto, tiempo y ritmo van de la mano, buenamente, para que la historia se vaya desenrollando de manera veloz y sin atolladeros. Nos llega a cautivar todo lo que ocurre en escena y hasta nos hace ser partícipe de cada suceso. Si algún personaje tropieza, nos reímos; si alguno hace algo que da lástima, pues nos acongojamos; y así, la puesta nos atrapa desde el mundo afectivo hasta el raciocinio.
Pero, ¿qué es lo que pasa que no nos podemos centrar en los personajes tranquilamente? Es más sencillo de lo que parece. Por lo general, cuando un grupo de teatro hace su trabajo de mesa, valora las posibles escuelas de actuación por la que ha de erguirse su trabajo escénico. Y hacia esa pauta se dirige la dirección de actores.
Con esto se consigue que los niveles de actuación estén lo más parejo posibles para no “marear” al espectador y conseguir que el mensaje de la obra llegue lo más pronto y certero posible. Además de que se perfila mejor el objetivo del montaje y se refuerzan las debilidades dramatúrgicas que pudiera tener el texto.
Claro que esto no tiene que ser una camisa de fuerza. Cada grupo trabaja a su manera y como mejor le parezca, pero en una cosa sí parecen coincidir todos, y es en la manera en que cada uno de los actores interpretan sus personajes y lo que obtiene con esto.
Si vemos el montaje que ha imaginado Juan Germán Jones (https://uneaciegodeavila.cubava.cu/artes-escenicas/juan-german-jones-pedroso/), y la preparación actoral que ha venido supervisando Jenny Ferrer (https://uneaciegodeavila.cubava.cu/jenny-ferrer-diaz/) con cada uno de los actores, enseguida se echa a ver que algunos de ellos están sobre la línea de lo conversacional. Un tanto a tono con los cánones más contemporáneos de la dramatización cubana donde se apuesta por el discurso verbal más que por el escénico o imaginario.
En este tipo de línea actoral podríamos ver a Roberto Castillo en su personaje del Nene, Jorge Luis Sardinas en El Papi, esencialmente. A pesar de ser un teatro arena, y de no exigir una grandilocuencia en el actor, sus representaciones descansan sobre algunas caracterizaciones físicas, y casi ninguna psicológica. Muy a pesar de que ambos tienen historias personales como para sacarles todo el jugo interpretativo.
Por el contrario, la Raza, interpretado por Mercedes Mesa, tiene una profundidad psicológica que lo lleva a echarle mano a recursos como la tartamudez, los tics nerviosos, las grandes gesticulaciones, y otros, que hacen que su personaje sea más disfrutable en cuanto a las posibilidades histriónicas de la actriz. Pero como que desentona, un tanto, ante una Yamara Pereira y Yanelis Velázquez en los roles como La Chula y la Jefa, indistintamente, y el resto del grupo. Y hasta pudiera crear ese ruido molesto, cual motor de una turbina de agua, a los que quieren concentrarse en la dramatización en sí.
La actuación de Mercedes, para los que gustan de la “vieja escuela”, es memorable y con una fuerte dosis de credibilidad. Porque el uso que hace de la personificación es mesurado y logra que se dibuje un personaje maltratado por la vida y las situaciones familiares inapropiadas. Por lo que su personaje cala en el espectador y se vuelve identificable.
No quiero decir con esto que la obra adolece de una dirección actoral más precisa. Todo lo contrario. Llegar a este tipo de representación y con la calidad que tiene, en apenas cinco puestas, es un mérito.
Una pieza teatral todavía no llega a “cuajar” todo lo que tiene para ser considerada un verdadero ejemplo de genialidad, con muy pocas puestas ante el público. En la medida que más personas la ven, y los críticos hagan su trabajo, pues ganará en precisión y calidad.
Con una esmerada concepción escenográfica, la puesta nos revela una especie de cárcel circular, donde los personajes interactúan y sueltan al viento los textos tan paradigmáticos y esclarecedores.
Los elementos escénicos cumplen su función al montar y desmontar el espacio de realidad en que descansa la obra. Por momentos es una cárcel, en otros, un espacio arquitectónico; también es la habitación donde ocurren los interrogatorios y la calle donde se citan el Nene y la Jefa. A veces es un ring de boxeo.
En más de tres líneas de tiempo, donde se juntan pasado y presente, las historias de los personajes se entrelazan y generan nuevos conflictos que van in crescendo hasta dar con el desenlace ¿trágico?
Y estos puntos de vista hacen que la puesta se vuelva interesantísima al colocar al concurrente en función de anotar y recordar los “bocadillos” más importantes, y a descartar aquella información que no esclarece ninguno de los subtramas.
Es casi un ejercicio intelectual donde el espectador asume el mayor protagonismo. Y eso es una cortesía. Se agradece. La acción intelectual del espectador siempre traerá consigo la mejor retroalimentación posible. Es casi el objetivo supremo de una obra de arte: la comunicación.
En este sentido, creo profundamente que la pieza se inscribe dentro de aquellas “raras avis” en el panorama teatral cubano, que no echa a mano al fenómeno “Cuba” para achacarle las culpas de todos los males que cohabitan con los cubanos. Asunto que me ha llevado a pensar en una crisis de la dramaturgia en esta isla, en los últimos diez años, porque no todo en el teatro tiene por qué ser la oscura realidad ni la espina contra el sistema político que hemos decido llevar sobre los hombros.
Recuerdo obras como las del grupo El Portazo, algunas de Teatro del viento, y otras a todo lo largo de la ínsula, que repiten el nombre CUBA como si quisieran encontrar en ello a un culpable, un redentor o una tabla de salvación, en vez de ponerle el nombre que llevan los responsables de las cosas nefastas que ocurren a diario.
Recuerdo, también, a Fernando Pérez con su multipremiada de 1996, donde es evocada Cuba, el nombre un personaje, con el doble sentido a su máxima expresión y una fuerte carga dramática.
Historia aparte, pareciera que nadie quiere ponerse el arma de la censura sobre la sien, o se la pasan de mano en mano, provocativamente, para armar cierto caos y para ello, disfrazan un discurso adverso a la política cultural de la Revolución, y a la Revolución misma, tras ese sustantivo provocativo.
¿A quién critican cuando evocan a Cuba ante los males que denuncian? ¿Quién es Cuba?
Por suerte, en esta obra, es una palabra apenas dicha. Bastante tenemos ya con nuestras cruces como para querer convertir el teatro de esta nación en calvario.
Caminos Teatro tiene, aquí, obra para seguir trabajando y reestrenar una vez que la pandemia de la COVID-19 abandone para siempre nuestro terruño. Con perfilar un poco más los hilos de la actuación se conseguirá que la pieza gane en sostenibilidad y coherencia. Así, su estructura escénica y dramática se erguirá hasta los mismos cielos.
«El teatro es ante todo acción»
Por esas tantas coincidencias de la vida nos conocimientos en los días difíciles de las pruebas de actitud para el Instituto Superior de Arte, entre los exámenes para las carreras de Dramaturgia y la FAMCA, en esos días extraños en los que la complicidad crea lazos de amistad para toda la vida y hace que en cada reencuentro vuelvas a tener 19 o 17 años y la misma frescura y los sueños tatuados sobre el rostro. Desde esa época me llamaba la atención su forma de acercarse al proceso creativo, de percibir la vida, de observarla, con la certeza de haberla vivido intensamente y, al mismo tiempo, con la sonrisa limpia de quien no conoce nada todavía.
Manuel Hurtado López (La Habana, 1993) se graduó en 2013 de la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, en la especialidad de Escultura, pero sus inquietudes artísticas lo impulsaron a continuar estudios en la Universidad de la Artes (ISA) en el perfil de Dramaturgia, especialidad que culminó en 2019. Para este muchacho el arte es en sí un proceso de constante movimiento y búsqueda, donde lo visual, lo poético, lo extraño, lo genuino, lo vivido, lo absurdo, lo inevitable, lo atrevido, lo efímero… se conjugan siempre para dar forma a eso que él llama sus “obsesiones”, en el espacio multiforme de una mente sin fronteras que navega siempre entre las diversas aguas de la creación.
Recientemente has culminado tus estudios en el Instituto Superior de Arte en la especialidad de Dramaturgia. ¿Cómo recuerdas esta importante etapa de tu vida? ¿Qué aportó a tu visión como escritor?
El ISA es ante todo un contexto, más allá del símbolo académico que representa. Es un lugar para encontrarse con personas que comparten tus intereses, de ahí que sienta que es un espacio vital para todo creador joven. Por eso lo recuerdo con un amor celoso –como de familia mal llevada–, por las personas que habitaron ese espacio conmigo, y no solo compañeros de facultad, no solo alumnos.
Y sobre mi visión como escritor… ahí entra la parte académica. En primer lugar, entender el teatro es un ejercicio complejo, que precisa deslindarse de ideas que uno trae fijadas, sobre todo si se viene desde una práctica narrativa o poética. Y es que el teatro es ante todo acción, y en un primer momento la metáfora o la descripción pueden atentar contra el ejercicio dramático ya que la “narratividad” es sustituida por la representatividad, y la lírica por el drama. Claro que esto es totalmente violentable, y debe serlo –de ahí la narraturgia y el teatro posdramático– pero genera un nivel de conciencia en las etapas de aprendizaje… te permite saber qué debe quebrarse para innovar.
La misma lógica se aplica en las artes visuales respecto al arte abstracto, expresionista, naif, etc… Hay que conocer las reglas antes de romperlas. Es un poco cognocentrista, pero tiene lógica. Y este proceso es bien entendido por los maestros del Seminario de Dramaturgia: Roberto Viña, Yerandy Fleites y Maikel Rodríguez de la Cruz; que son por demás excelentes escritores.
Ellos, desde sus visiones particulares, te ayudan a crear una voz propia, y más importante aún, crean en ti un oficio y una estrategia para enfrentar el papel en blanco (el viejo trauma del escritor). Y para mi vieja obsesión con lo teórico aportó especialmente tener excelentes pensadores como José Alegría y Eberto García como maestros.
Además, eres egresado de la Academia de Bellas Artes San Alejandro… ¿Qué lugar ocupan las artes visuales en tus procesos creativos?
Creo que en general yo sigo pensando como artista visual. Es lógico, puesto que dediqué toda una vida a ello, y comúnmente encuentro en el arte mis referentes más ágiles. Pero no tengo conciencia, al menos a la hora de la escritura, de hacer un uso eficaz de esas herramientas. Sobre todo, tomando en cuenta que hice mi especialidad en escultura y que el uso del espacio teatral en mis textos nunca ha sido particular, sino más bien evasivo.
En cambio, a la hora de pensar “escénicamente” soy incapaz de desligarme de la experiencia del performance, el happening, la instalación, etc. Lo cual se traduce a que mis pocas creaciones “escénicas” (valgan las comillas) funcionen esencialmente como dispositivos –extraño híbrido útil al teatro. Claro que en términos dramatúrgicos soy bastante dado a reflejar mi experiencia con el arte conceptual; la necesidad de un statement, un concepto, un referente. Estos procedimientos –inconscientes en gran medida– puede que generen la extrañeza y lo poético de mis obras, pero no son ajenos de ninguna manera al proceder de cualquier escritor.
¿Cuáles son tus referentes artísticos y literarios?
Hace años que vengo trazando la misma respuesta, y es en cierto modo tramposa. Yo coloco en el edificio de mis referentes dos columnas principales: Marcel Duchamp y Heiner Müller. Por una razón esencial: el gesto. Estos artistas son quizás los culpables de la revolución del siglo XX en las artes visuales y la dramaturgia, fundamentalmente por haber borrado las fronteras en ambos medios.
Sobre ellos es fácil pisar y emancipar tu creación artística, lo cual no lo hace automáticamente algo bueno (sobre todo pensando en resultados), pero sin dudas es útil. En ese edificio multifamiliar también viven otros nombres como Cabrera Infante y Joyce, Luis Britto y Cortázar, Sergio Blanco y Rodrigo García, Nara Mansur y Dulce María, Beckett y Virgilio, Calderón de la Barca y Shakespeare, Piero Manzoni y Rauschenberg, Charlie Kaufman y Tarantino, Agamben y Harold Bloom. Es un solar, como puedes ver.
¿Qué temáticas prefieres abordar desde tu obra?
Como decías, recientemente me gradué del ISA, y fue en mi obra de tesis donde volqué gran parte de mis obsesiones. Una de ellas se resume en la siguiente frase de Lyotard: “Para hacer visible que algo es representable es necesario martirizar la representación, llevándola a sus límites”, y es este cuestionamiento a la representación y la teatralidad, de conflicto entre el ejercicio de representar y el dramatúrgico el que interesa a gran parte de mi trabajo, y pienso, debe ser implícito a todo acto teatral.
Las temáticas varían, incluso las estrategias textuales, pero los intereses son los mismos: las obsesiones con el Yo; con el teatro documental –como dice Barrientos: de fricciones más que de ficciones–; con la narraturgia y lo posdramático como herramientas. Elementos todos que forman parte de una experimentación y una búsqueda que no pretendo se divorcien de una tradición aprehendida, sino que se sume a esta.
A partir de tu participación en el Festival de las Artes y en otros proyectos comunitarios. ¿Qué espacios consideras adecuados para tus puestas en escena?
Yo vivo enamorado del teatro como espacio arquitectónico y de comunión. Mi primera y única obra teatral representada fue en la Sala Adolfo Llauradó y fue una experiencia desgarradora, sobre todas las cosas por la humildad que genera la relación público-escena. De ahí en adelante mis proyectos han ido a explorar otros espacios: habitaciones de hotel, derrumbes, garajes, almacenes, barrios, galerías.
Ha sucedido así porque estos proyectos, sin dejar de aspirar a la “teatralidad”, se han acercado al ámbito del performance y el dispositivo escénico. En estas tres obras que refiero, *99 (cobro revertido), Área de Meditación Escénica (A.M.E.), Oleyloleyloleylole Oleyloleyloleylolay, he tenido la suerte de trabajar también con dos amigos, Sofía Arango y Luis Carricaburu, de los que he aprendido mucho sobre esta otra interrelación donde el material hace “ejecutor” al espectador. Por eso pienso que todo espacio es útil, solo depende del proyecto, él es el que elije.
Recientemente estuviste escribiendo para el espectáculo C.C.P.C (La República Light), temporadas I, II y III de Teatro El Portazo. Háblanos de esta experiencia.
C.C.P.C es una obra que es coral en todo sentido. Yo apenas escribí tres pequeños textos por encargo para el espectáculo, escrito en su mayor parte, y dirigido por Pedro Franco y María Laura Germán. Lo más importante de esta experiencia fue participar de una dinámica de grupo, ver el proceso de construcción del espectáculo desde los cimientos y acercarme a una agrupación que admiro y sigo desde sus inicios. Ha sido una escuela, sin dudas, y el resultado principal de esta experiencia es estar trabajando con ellos actualmente y tratar de aportar lo recibido.
Muchos consideran que en los tiempos actuales las puestas en escena han sido desplazadas por el cine y la televisión ¿Cómo definirías el estado actual del teatro cubano?
No quiero decir que es un tiempo extraño para el teatro, porque siempre lo es. Y sin dudas el cine y la televisión son el epítome de su caída a un arte de minorías cuando hasta principios del siglo pasado era El arte de masas, y hasta la llegada del romanticismo, el género literario por excelencia desde el siglo IV a.C.
Pero recientemente leí un artículo sobre teatro contemporáneo que comentaba que en la última década ha habido un resurgir de asistencia a las salas en comparación a la última mitad del pasado siglo, lo cual habla de un creciente interés hacia las propuestas novedosas en el ámbito internacional. Y sobre Cuba, no soy quién para dar un parte médico.
Puedo decir que los grandes directores como Celdrán, Carlos Díaz, Raúl Martín, Nelda Castillo y Rubén Darío Salazar continúan haciendo grandes obras, y que jóvenes agrupaciones y directores, como Pedro Franco, José Ramón Hernández, Yunior García y Jazz Martínez-Gamboa siguen demostrando la calidad de sus propuestas.
Sin embargo, pienso que la salud de nuestro teatro se mide en las obras que asaltan inesperadamente las salas, y en los últimos tiempos hemos disfrutado mucho estas experiencias. Como la más reciente obra teatral dirigida por Osvaldo Doimeadiós, Oficio de Isla, uno de los ejemplos más certeros de un teatro inteligente, vivo y profundamente cubano.
Perteneces a la generación de escritores nacidos en los 90. ¿Qué rasgos crees que definen a tu generación?
La tecnología es gran parte de nuestra identidad, eso es un hecho. Incluso en Cuba, donde hemos llegado tarde al mundo del Internet y las redes sociales. Recientemente he descubierto, en un espacio tan frívolo como Instagram, una comunidad de poetas jóvenes de gran calidad, los cuales seguramente sean más leídos a través de estos medios de lo que podrían con impresiones a papel. Claro que el papel es la validación de esos esfuerzos, pero es un espacio que nuestra generación ha sabido aprovechar.
Casi cualquier cosa que nos defina se podría relacionar con esto, la referencialidad, la intertextualidad, la hipertextualidad, incluso, más profundamente: la muerte de los metarrelatos justifica mi sospecha de que somos una generación dada a hablar fríamente de y desde la intimidad, pero no tanto como que esa intimidad ya no exista puesto que se exhibe de antemano en nuestras redes.
¿Cuáles son tus aspiraciones en el plano creativo?
Seguir escribiendo, ante todo. Pero me interesa también dirigir teatro, dedicar mis esfuerzos futuros a eso y entrar a esa larga lista de dramaturgos-directores.
El recitalito: ¡Ven y canta!
Teatro El Portazo insiste en decirnos que El Recitalito No puedo, tengo ensayo no es CCPC, la obra –con más de una parte, aunque prefiero la paradigmática primera– por la que fue premiado, conocido y aplaudido en casi toda Cuba. Es como si el grupo, dirigido por Pedro Franco, quisiera advertirnos que aunque ambas partan de códigos que identifican el colectivo matancero –el uso del cabaret, la espectacularización escénica, incluso lo carnavalesco, y la interacción con el público– esta obra es “otra cosa”.
Quizás se diferencian en que esta última explora menos la sátira social y política, para ser más bien una especie de “divertimento escénico” que, como ellos aseguran, fue creado como una acción promocional orientada al prelanzamiento del proyecto Todos los hombres son iguales, obra con texto del dramaturgo, actor y realizador holguinero Yunior García.
Una acción promocional –sui generis en el teatro cubano– que “tomó cauces independientes que la convierten en un organismo vivo que respira por sí mismo y funciona solo; sin dejar de responder a las exigencias del marketing para los que fue concebido”, escribe Ledier Alonso Cabrera en el programa que acompaña esta puesta.
Así marketing y teatro, canciones en vivo y diversión, interacción y jodedera se mezclan en este espectáculo: varias canciones ordenadas de manera aleatoria por los espectadores en una especie de participación para nada ingenua que hace al público sentirse cómplice del desarrollo dramatúrgico de la puesta; dos comerciales para productor nacionales, pues –hablábamos de marketing– hay que agradecer a los patrocinadores; un intermedio; divertidas coreografías grupales a partir de temas musicales, sobre todo de programas infantiles de televisión, que nos remiten a la infancia de buena parte del público, que viene a ser la de Pedro Franco, aunque a otros de mayor edad no le digan nada; “una pantalla que discursa en categoría personaje”, y un cuadro escénico de lo que será Todos los hombres son iguales cuando se estrene al público.
Con todo esto –cual ingredientes de un éxito seguro que hace al público reírse y hasta desinhibirse y en el intermedio bajar al escenario– toma cuerpo El Recitalito…, obra que se mueve en los contextos del bar´s show, planeando al mismo tiempo “una estructura abierta”. Esta viene a ser uno de sus principales atractivos y como hemos visto, común en el trabajo de El Portazo: todo está pensado, cada escena, canción, personaje, vestuario, música, etc., es minuciosamente concebido, pero al mismo tiempo deja espacio para la improvisación, en un rejuego en que nos sentimos partícipes de la puesta.
Incluso las imágenes que la pantalla deja ver mientras los actores cantan y actúan –de filmes como Kill Bill, de Quentin Tarantino, y Náufrago, de Robert Zemeckis– sirven de apoyatura semiótica a las versiones de las canciones: “La mala”, del repertorio de La Lupe, o “Parte de él”, de La sirenita, clásico de Walt Disney Pictures.
Podríamos pensar que El Recitalito… siempre será una obra en construcción, moldeada al lugar donde se presente y al público, en la medida en que destaca –también a partir de la selección de las piezas musicales– la improvisación de los excelentes actores del grupo, liderados en escena por una actriz camaleónica y versátil –y el adjetivo no está de más–, capaz de pasar de un registro actoral a otro como si nada sucediera: María Laura Germán. Quienes la hemos visto en otras puestas de El Portazo o en Teatro Las Estaciones, sabemos que la Germán es una de las jóvenes actrices más interesantes ahora mismo. La acompañan en escena los también talentosos y premiados jóvenes actores: Camila Rodhe, Odette Macías, Alejandro Castellón, Raudelis Torres y Adrián Bonilla.
“El performance musical, la contextualización de metalenguajes [y la descontextualización, añadiría yo], el humor, la sátira social y la democracia en las ideas, componentes trabajados antes por Teatro El Portazo, se mantienen con coherencia en el cuerpo textual de El Recitalito... Desde una intimidad lúcida los actores ironizan con los pactos de ficción, aprovechan la relación con el espectador en modo “descarga” y lo hacen partícipe de la agonía vivida en el proceso”, amplía Alonso Cabrera.
Por todo esto, El Recitalito… se asemeja y se diferencia de CCPC: son dos partes de un mismo cuerpo, El Portazo, y bebe –todo salido de la mente de Pedrito Franco– de muchos de los mismos recursos escénicos, incluso potenciándolos en un mayor grado. Musical, improvisación, performances y hasta gozadera y diversión sobre el escenario –cuidado, no son tan light como parecen, la provocación y el sexapil son recursos también muy válidos–, nos hacen esperar con ansias el estreno de Todos los hombres son iguales, que tampoco será CCPC ni El Recitalito…, pero seguro se le parecerá un poco.
Los desafíos de Camila Rodhe (+ fotos, video y tuit)
Era algo tímida, le temía al ridículo, pero su pasión por el jazz y la actuación es más fuerte que lo demás. Ahora encanta desde las tablas, encarna personajes con naturalidad y despierta aplausos.
Camila Rodríguez, más conocida como Camila Rodhe, es actriz del grupo El Portazo y cantante del conjunto Mestizaje, en Matanzas, su provincia natal. La obra CCPC La República Light III Temporada fue como una especie de vitrina que le permitió demostrar su fuerza y talento.
Oriunda del municipio de Cárdenas, posee entre sus principales reconocimientos el premio de actuación femenina Adolfo Llauradó (2019), uno de los más importantes entregados a jóvenes en Cuba, miembros o no de la Asociación Hermanos Saíz.
Con naturalidad, narra que cuando conoció la noticia no lo podía creer. Tal vez porque nunca imaginó que con su primer estreno como profesional podía recibir ese tipo de aplauso. “Sentí mucha alegría, sobre todo porque significa que mi trabajo va por buen camino. Cada reconocimiento de la AHS alienta a que el creador continúe con ese deber de aportar a nuestra cultura y cada vez con más ímpetu”.
— ¿Cuánto favorece tu formación actoral estar en El Portazo, un grupo que a pesar de su juventud da pasos importantes a nivel nacional?
— Ser parte de El Portazo ha sido y sigue siendo un placer y una suerte. Incluso, ya estudiando en la Academia, no tenía claro si quería ser actriz. Desde niña he amado el musical, y cuando me gradué no existía ninguna agrupación desarrollando ese género. Llegué a Matanzas y me incorporé a este grupo sin saber qué hacía allí… no tardé en entender. He aprendido el rigor, la belleza, el placer de hacer arte.
“He aprendido el riesgo, a disfrutar el proceso, a entregarme sin miedo en las tablas… Era muy cohibida, le temía al ridículo. En el El Portazo he ido conociéndome como actriz, cuáles son mis lagunas, cómo mejorarlas y cómo sacarle provecho a mis cualidades…, consciente de que la búsqueda y el crecimiento han de continuar. Tanto su director, Pedro Franco, como sus actores (a quienes admiro y respeto mucho) me han ayudado y me guían en esta búsqueda”.
— ¿Qué tipo de personajes prefieres o los asumes todos con el mismo entusiasmo? ¿Por qué?
— Creo que todavía no puedo decidir qué tipos de personajes me gusta hacer, y por eso, me entrego a todos con igual pasión… todos suponen un reto para mí. Desde la escuela me han tocado personajes dramáticos y me gusta… ahora tengo la oportunidad de hacer una comedia. Estoy tan entusiasmada como temerosa, pues nunca me he considerado una persona simpática… Se me da mejor reír que hacer reír. Pero la curiosidad y la oportunidad de descubrir de qué soy capaz son más fuertes que mi miedo, y estoy muy contenta con ello.
— También tienes experiencia como actriz de la emisora Radio 26, en Matanzas. ¿Cómo es el trabajo en ese medio? ¿Cuán enamorada estás de la actuación radial?
— Llegué a la radio gracias al actor y director del dramático de Radio 26, William Quintana, que más que mi director en este medio y mi compañero de escena, es tutor y amigo. Mi primera vez en la radio fue aterradora. Muy buenos actores me acompañaban y no sabía qué hacer (aclaro, que en la academia recibí clases de radio, aunque en ese entonces no las valoré). Pero me acogieron con paciencia y pronto descubrí el deleite.
“Es una escuela por la que todo actor debería pasar. Aprendí agilidad. Es impresionante cuántas cosas se pueden hacer de un personaje solo usando tu voz. Sin dudas es un trabajo muy difícil, pero divertido”.
— El teatro implica muchos retos más allá de la escena. ¿Cómo es en tu caso?
— No creo que sea muy diferente al resto de los actores de mi generación. Yo soy de Cárdenas, pero El Portazo radica en la ciudad de Matanzas, por lo que pronto tuve que buscar alquiler en la capital provincial, lo que supone estar lejos de mi familia y aprender a mantener todo lo que ello conlleva.
“Además de eso, y hablando concretamente del trabajo, siempre es un reto el proceso de investigación y búsqueda al que debemos entregarnos con cada obra. El público ve un resultado, pero el proceso es la parte más divertida e importante. Lleva horas de estudio, y constante búsqueda. La vida social es limitada en esos momentos y a veces tus amigos y familiares no lo entienden y eso afecta un poco tu lado emocional… Fuera de eso, nada del otro mundo”.
— Te gusta mucho el jazz. Sin dudas tu padre, director del conjunto Mestizaje, seguramente tuvo mucha influencia en eso…
— Desde pequeña la música cubana y el jazz era todo lo que oía en casa. Crecí rodeada de discos y músicos ensayando. Pasaba horas escuchando a mi papá practicar en la batería… Siempre pensé que sería músico, pero la vida me llevó por otros caminos.
“De todas formas, nunca he podido separarme del jazz y de la música en general, ni es mi intención dejarla atrás. No fui a una escuela, pero aprendí canto coral (lo suficiente) desde los seis años de edad hasta los 15 con el maestro Reynaldo Montalvo, integrante del Coro de Cámara de Matanzas, que está bajo la dirección de José Antonio Méndez. Con él me cultivé y me enamoré más del arte”.
— Entre 2017 y 2019 tuviste varias presentaciones musicales en Egipto ¿Cómo fue la experiencia?
— Fue increíble e intimidante, porque tenía entonces 19 años, me acababa de graduar y nunca había enfrentado un público que no fuera de escuela (dígase padres y amigos que asistían a los exámenes de actuación). Era la primera vez que me alejaba tanto de mi familia y empezaba a descubrir otros lugares, otra cultura, y daba mis primeros pasos en el mundo profesional, muy importante además porque fue parte de un proceso de búsqueda sobre cuál sería mi camino. ¿Quería ser músico o actriz? Resultó que quiero ser las dos. La música siempre ha estado en mí, y la actuación me llegó por azar, aún no sé por qué, pero estoy contenta de que haya llegado.
— Llama la atención tu versatilidad como artista, a veces la música y el teatro se unen encima del escenario. Ahora mismo preparas la Comedia Musical Todos los hombres son iguales… ¿Cuál será tu papel en esa obra?
— Interpreto a Susana, un personaje algo histérico y burlón, que se deja llevar por sus amigas (Liza, que la interpreta María Laura German, y Marie, a cargo de la actriz Odette Macías), y luego las culpa por haber perdido el control.
— ¿Cuál consideras que ha sido tu principal desafío profesional hasta el momento?
— Precisamente el enfrentamiento con esta comedia musical. Ya había mencionado el hecho de que no se me da muy bien hacer reír y, para más tensión, comparto escena con actores muy simpáticos y ocurrentes. Como dice el buen cubano, he tenido que ponerme las pilas.
— ¿Qué sientes encima de las tablas? ¿Cuánto le temes o no a las reacciones del público?
— Lo que siento cuando subo al escenario es difícil de explicar. Son muchas cosas. Pero, sin duda, me siento libre, y sin importar cuál sea el resultado, me siento complacida… Para el público trabajamos y por eso su reacción y opinión es muy importante, eso siempre resulta aterrador, y provoca mucha tensión, pero nunca ha sido un freno para mí. Al contrario, procuro que funcione como motor impulsor. Aprender a escuchar a quienes te observan es algo muy importante.
— Por lo general, se piensa que las actrices son desinhibidas. ¿Cómo te defines como persona?
— Mitad y mitad. La profesión que he elegido me ha ido sacando esos demonios que antes temía mostrar, pero aún siento pudor en varias ocasiones.
— ¿Qué piensas del teatro cubano? ¿Cuáles son sus principales desafíos?
— Siempre se puede hacer más y mejor. Sobre todo porque en pleno siglo XXI competimos con la tecnología, y las personas ya no quieren tomarse la molestia de llegar hasta un teatro. Creo que en Cuba se hace buen teatro, y que muchas agrupaciones ya han comenzado a actualizar sus repertorios y están en la búsqueda de hacerlo más atractivo e interesante.
Pero para que la lucha tenga resultados, el teatro cubano necesita más apoyo, más allá de los festivales que ya lo respaldan. Es más fácil ir a un concierto que a una obra. Y hablo de la isla entera. He conocido personas que, aún hoy, no han visto una obra de teatro. Simplemente no se enteran, y eso es algo triste.
— En tu opinión, ¿cómo deben ser los jóvenes actores y actrices en la Cuba de hoy?
— Más arriesgados. Más estudiosos, más curiosos. El mundo cambia a minutos, y mantenernos actualizados es importante. Creo que también debemos ser conscientes de la importancia de nuestro oficio… no perder la belleza y la pasión.
—¿Qué importancia le concedes a la Asociación Hermanos Saíz como aglutinadora, impulsora de proyectos y defensora de los jóvenes escritores, artistas e investigadores?
— Justo esa. Como jóvenes creadores, contar con una asociación que nos respalde, aliente y oriente en este camino, es muy importante.
—¿Cuáles son tus principales sueños en el mundo creativo?
— Rescatar el musical en Cuba. Creo que es muy importante, sobre todo porque somos una isla muy rítmica, y este es un género de mucho virtuosismo, belleza y grandeza que nunca debió perderse.
El recitalito: más allá de la contaminación en el arte
Disfruté del espectáculo humorístico El recitalito, No puedo tengo ensayo, del grupo El Portazo de Matanzas, pero me quedó la sensación de haber sido testigo de un mal contenido en un buen recipiente.
Apúrate, que nos vamos de cabaret
Ponte cómodo. Porque aquí se hace de la luchita un arte. Si se encuentra con una pionera revolucionaria,o una miliciana, o un héroe, o una puta eficaz e inteligente, si se encuentra con poemas cotidianos y un discurso crudo, desnudo, si le ofrecen las quince razones para seguir construyendo un país, o una casa, si se encuentra con Mella, Guiteras o Martí, si Cuba va entera, y canta, y goza; entonces, sabrá que está en CCPC La República Light, en su tercera temporada. [+]
CCPC: ¿Alrededor no hay nada?
Pedro Franco y María Laura Germán parten de un reciclaje de conceptos teatrales, válido en esta especie de work in progress en que se ha convertido CCPC, la República Light en su tercera temporada (enero-abril/2019) para reafirmar algo conocido por quienes siguen la obra de El Portazo: su capacidad de adaptabilidad y metamorfosis, su dominio para reutilizar herramientas en pos de un crecimiento a la par de los cambios sociales. [+]