cuerpos vacíos
Crónica en tiempos de pandemia: Sin rozar a otros
Hace unos días tras esta nueva apertura, que se pronuncia hacia un activar de la vida y sus intercambios sociales, una amiga me preguntó: ¿Qué has aprendido de esta pandemia-cuarentena-situación excepcional. ¿Qué se detuvo en nuestros cuerpos y qué se activó?
Me pareció interesante volver a esta interrogante para reflexionar un tanto, sobre los sentidos de un cuerpo en medio de este aislamiento físico. Intenté por un segundo mirarme desde arriba, en el mismo espacio que he convivido por siete meses. Quise preguntar por el tiempo que estuve en la esquina de mi sala, esa que fue desalojada de todo, para estirarme, pensar, escribir, moverme. Era esa esquina el sentido de una nueva sensación. Un espacio íntimo, pero invadido por la memoria familiar.
Entendí que era una pregunta sensible, había aprendido a lidiar con la soledad. Las imágenes de mi cuerpo sudado después de entrenar, invadían frecuentemente mi cuerpo. Ese sudor corría y corría. Un sudor que invadió el espacio, mi cuerpo, mi sensación y ahora invade mi escritura.
Recuerdo a Jean Luc Nancy en 58 indicios sobre el cuerpo cuando dice: “El cuerpo es material. Es aparte. Distintos de los otros cuerpos. Un cuerpo empieza y termina contra otro cuerpo. Incluso el vacío es una especie muy sutil de cuerpo”.
Días sin sudar junto a otros cuerpos, sin rozar a otros, sin sentir el calor de otros, sin mirar los ojos tuyos. Días sin… ¿Qué se detuvo en mi cuerpo? ¿Qué se detuvo en tu cuerpo? No pude ver otras carnes, otras almas, otros espíritus. Tuve que imaginar lo que había construido en mi mente durante la convivencia con otros cuerpos, sus siluetas en mi mente.
Ella me dijo que aprendió el valor que tiene la vida. Se activó una necesidad de sentir. Qué estábamos haciendo hasta ahora. Correr, hablar, sin mirar, sin sentir, sin creer. Tal vez éramos cuerpos vacíos.
En muchas cosas y realmente en nada, sin estar en nuestros cuerpos. Cuerpos con un espíritu congelado, con un alma sin sentido. Lo importante era correr, llegar, tener, todo sin vivir.
Siete meses necesarios para preguntarme qué estás haciendo, qué buscas, en sí qué miras. Ahora necesitaba dejar de mirar esa esquina. El vacío de mi cuerpo preguntó por mi yo.
Era sudor constante, en el piso, en el pelo, en la ropa, en la carne. Sudar sin la carne otra. Sudar desde mis adentros. Era pura vida, rodar sin impulsos. Detenerme en cada sonido de mis huesos, de mis músculos, de mi carne.
Creo que no he aprendido, sino que fui devuelta a mi sensación, a mi cuerpo primero, al deseo sin vínculo. Al sudor sutil del cuerpo. A esa danza.