Cuento


El cuento como herramienta para viabilizar denuncias sociales

En medio de tantas tesis y dilemas respecto a las técnicas narrativas del cuento en comparación a la novela y sus potencialidades para tratar cabalmente ciertos asuntos polémicos como reflejo de la realidad, amén de sus ficciones, resulta interesante la hipótesis que plantea Ana Rita Sousa en su artículo “La economía del cuento: el caso de María Fernanda Ampuero”. El mismo fue publicado en el no. 9 de la revista académica francesa CECIL (Cahiers d’études des cultures ibériques et latino-américaines) en el pasado año 2023. Basada primariamente en los numerosos y diversos argumentos propuestos por estudios del género en el siglo pasado, como los de Cortázar, Ricardo Piglia, Lauro Zavala, Ignacio Padilla y Andrés Neuman, sugiere que en este nuevo siglo un grupo cada vez más amplio de lectores y autores han venido y vienen solidificando la tradición cuentística latinoamericana. Expone, además, como conjetura medular de su artículo, que “el cuento como género literario está, en el siglo XXI, reuniendo consensos y acercando escritores de regreso a ese proyecto cultural que denominamos Latinoamérica” (226). Fortuito que trate la obra de María Fernanda Ampuero, narradora ecuatoriana catalogada dentro del llamado Nuevo Boom Latinoamericano protagonizado por mujeres, fenómeno mediático que dicho sea de paso pondera al cuento como género bandera en esta retórica literaria. El estudio de caso perfila su mirada crítica en torno al modelo de mediación narrativa con la realidad del continente que caracteriza a dos de los libros de Ampuero: Pelea de gallos (2018) y Sacrificios Humanos (2021). Ambos publicados por Páginas de Espuma, editorial española que se ha dado mayormente a la tarea de brindar espacio a este género (de manera semejante a lo que ocurrió con la novela en el XIX) y a ponderar temáticas en torno a la evidente y antaña (aunque ninguneada) apropiación de un discurso colectivo con enfoques feministas, así como a su relación muy particular con ciertos contextos marginalizados que, en este siglo, se han tornado tópicos literarios: el cuerpo como territorio, el colonialismo interno y la violencia social creciente.

El artículo analiza de forma concreta y objetiva varios acápites que hoy resultan de interés para los estudios acerca de la cuentística latinoamericana. Partiendo de la archidiscutida subalternidad del cuento como género ante la novela, la autora expone en la introducción argumentos para validar dicha sentencia:

(…) mientras la novela es indisociable del objeto libro, el cuento, más antiguo, proviene de una cultura oral que desde el eurocentrismo gráfico se consideró —y aún se considera— menor. Si la primera va conectada con una cultura regida por el binomio escritura/lectura, y todo lo que implica —alfabetización, cierto nivel de desarrollo económico y social, cierta cercanía a las instancias productoras y divulgadoras del libro y, por lo tanto, mayor control institucional y cultural—, el segundo, debido a su origen socio-cultural fue largo tiempo comprendido como el pariente pobre de la narratología que se fue, lentamente, instalando en la casa familiar de la cultura escrita (228).

Sin embargo, resulta una lectura a contrapunto cuando analizamos la praxis, pues, precisamente contemplando los orígenes populares del cuento, la oralidad como herencia latente e indisoluble, constatamos lo pragmático del mismo al ser herramienta de análisis y catalizador de denuncias sociales necesarias. Esta manifestación, lenguaje universal de todas las artes, lleva en su composición génica la posibilidad de deconstruir, criticar de forma más directa y contundente como mismo plantear soluciones a realidades, bien fabuladas, matizadas o contextualizadas tal cual en los argumentos de sus historias. Así lo planteó Cortázar en sus Teorías del Cuento I, 1995, cuando sentenciaba que, a diferencia de la novela, que va ganando puntos capítulo a capítulo, en el que no todos tienen por qué estar en el mismo nivel de impacto ya que cada uno lleva su propio objetivo, previamente calculado y analizado según avance el croquis de la historia, el cuento sí funciona por knockout. La novela acumula progresivamente sus efectos en el lector, tiene tiempo de narración para ello, pero el cuento va a contra reloj y para estar bien logrado debe ser incisivo, mordiente, mantener el ritmo de inicio a fin, contundente desde la primera frase. Pero, tengo la convicción de que esto no debe entenderse literal a pie de letra, porque el buen cuentista también puede ser un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales quizás parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando ya la resistencia más sólida del adversario.

En el desarrollo del texto en cuestión, Sousa transita por algunos de los planteamientos que hoy agenda la ginocrítica: “El cuento y las mujeres”, “María Fernanda Ampuero y la urgencia de contar”, “Arquitectura del cuento: la doble historia”, “La juventud: un tiempo doble” y “Cuerpo: territorio de lucha”. Aspectos que ya venían debatiéndose desde los años 70 en otras latitudes sin quedar fuera del todo el contexto latinoamericano, que, aunque a ritmos que ha costado más dinamitar acorde al contexto socio-político y la necesidad de análisis social ante muchas otras problemáticas existentes, de igual modo no ha quedado mudo.

En El cuento y las mujeres brinda un resumen un tanto ambiguo respecto a su postura, en el que no precisamos la voz crítica de acuerdo al auge de la literatura escrita por mujeres, sin embargo, acota una mirada necesaria en torno al fenómeno comercial detrás de cada boom:

(…) La euforia teórica por despatriarcalizar el canon por parte de varias academias, tanto en España como en América Latina –independientemente de sus consecuencias futuras o permanentes– está claramente teniendo un efecto indirecto de motivación en jóvenes escritoras e incluso en las editoriales, en las últimas dos décadas; lo que, obviamente, no está separado de la apropiación del mercado de las mareas feministas que han tomado las calles en los últimos años. Se pasó, como explica Sara Sefchovich en su trabajo más reciente, Del silencio al estruendo (2020), subrayando que ultrapasada la etapa en que las escritoras eran continuamente ocultadas, subvaloradas u olvidadas, vivimos hoy una fase distinta, en que el incremento considerable de la presencia de mujeres, tanto en la literatura como en la academia, promueve nuevas rutas para comprender y valorar su escritura (…)

“Las escritoras ecuatorianas hacen historia”, es la idea esencial que une el último párrafo del acápite anterior con el próximo, donde analiza la forma de armar y narrar el amasijo de realidad y ficción que hilvana María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976) en sus obras. Y lo hace con un análisis particularmente auténtico, referido a la estrategia de titulación que usa su autora en los dos libros de cuentos analizados en el presente artículo: Pelea de gallos y Sacrificios humanos. Sousa remarca la composición más elaborada de dichos títulos al no ser solo una compilación de cuentos escritos y reunidos bajo un hilo conductor casual. “Cada uno de estos relatos participa, por un lado, de un fragmento de una cruda realidad y, por otro, encuentra en la familia como institución social, el eje central de la crueldad y la violencia” (230). Acá vemos otro argumento, en el que de hecho marco especial importancia debido a los aportes que brinda a mi tema de investigación, relacionado al rol de la familia como perpetuadora de la violencia de género, lo cual analizo en este mismo objeto de estudio (Pelea de gallo). “La reproducción, en una espiral descendente, de estructuras de control, opresión y violencia cotidianas, en espacios casi siempre reducidos, es el tema de cada una de estas ventanas a la sagrada casa de la familia” (230), como mismo se evidencia en Sacrificios humanos.

“El cuento es un relato que encierra un relato secreto. No se trata de un sentido oculto que depende de la interpretación: el enigma no es otra cosa que una historia que se cuenta de un modo enigmático. La estrategia del relato está puesta al servicio de esa narración cifrada” (233); este planteamiento de Piglia es la columna del análisis en el acápite sobre la “Arquitectura del cuento”, donde se hace alusión en los estudios de éste y de Borges a una doble historia, lo cual, en resumidas cuentas, no es más que la técnica del dato escondido. La autora aborda el análisis a partir principalmente del cuento “Monstruos” en Pelea de gallos. Brinda especial abordaje al modo en el que Ampuero trata las diferencias de clases, no solo desde lo económico-social sino desde lo afectivo, sondeando hábilmente una vez más el entorno familiar como verdadero demonio.

Una lectura hacia la construcción de sus personajes y el factor etario mereció el protagónico en el subtítulo relacionado a “La juventud: un tiempo doble”. Ciertamente salta a la vista la edad de las y los protagonistas en los relatos de Ampuero, la mayoría niñas, quienes desde una conciencia pueril analizan los contextos realistas más crudos, estableciendo en ocasiones una “falsa” realidad, esa que a su corta experiencia son capaces de ver y dejando una lectura entre líneas hacia la aplastante verdad de los hechos. Pudiéramos especular análisis más profundos al respecto, como, por ejemplo: la necesidad de la autora ante esta condición de usar esos rangos etarios para dar voz a sus personajes, y más que a sus personajes a las denuncias que de una forma u otra tienen lugar en sus historias. Podríamos escarbar en el punto de vista de los niños en relación a los perjuicios físicos y psicológicos que provoca la violencia intrafamiliar, los adultos que serán para la sociedad y para ellos mismos en el mañana, perpetuando así dicha conducta violenta. Otra mirada interesante sería la del incesto, patrón repetitivo también en las dos obras de María Fernanda Ampuero analizadas en el artículo, pero en las que Sousa no reparó, sin embargo, guardan relación directa con las problemáticas bajo el foco crítico. (…) Este aprendizaje duro, forzado, cruel, violento de la niñez y juventud es asimilado aquí, como en casi todos los cuentos de la autora, como el tiempo en que se construye una agencia singular capaz de salvar la vida de las protagonistas en la edad adulta (236). Tenemos acá en esta cita textual lo que podría ser el nexo perfecto entre lo discutido en este acápite y el próximo, pues, “El cuerpo: territorio de lucha”, sintaxis repetida como lema en disímiles contextos para dar voz a las causas feministas, es la idea que cierra el artículo. Funciona como un embudo a través del cual pudiera comenzar a explorarse otros modos de decir y hacer, sobre todo cuando sentimos que la palabra no es suficiente, cuando nos dicen “no seas tan mujercita”, como el padre de la protagonista en “Subasta”, primer cuento de Pelea de gallos, y toca demostrar cuan mujercitas sí vamos a ser.

(…) a partir de la producción literaria de cada momento histórico, los géneros literarios son, antes que nada, «formas del lenguaje social que funcionan como «instituciones» o «mensajes socio-simbólicos». Por su dinámica propia de la doble narrativa, el cuento parece, en María Fernanda Ampuero, el género indicado para imbricar con singular intensidad la perenne violencia social en América Latina con el etéreo cotidiano de sus personajes (237).

De esta forma, demasiado concisa para explorar los recovecos críticos de interés en la lectura analizada, me propongo ir marcando las pautas que brindan estos antecedentes teóricos para mi tesis, donde de igual modo apuesto por el cuento como herramienta de análisis y denuncias a problemáticas sociales con enfoque de género, teniendo como objeto de estudio una de las obras de María Fernanda Ampuero, Pelea de gallos. Más específicamente dirigiré la lupa crítica hacia el rol de la familia como perpetuadora de la violencia, la reproducción de estas dinámicas y sus estrategias de dominación, establecimiento absoluto de poder como práctica machista y misógina instaurada a nivel social como hegemonía patriarcal.

 

Obras citadas

Cortázar, Julio. Teorías del Cuento, vol. I. Teorías de los cuentistas, 1995

Sousa, Ana Rita. «La economía del cuento: el caso de María Fernanda Ampuero.» CECIL. Cahiers d’études des cultures ibériques et latino-américaines, vol.9, 2023, pp 226-240


Pedazos de nube para iniciar el Celestino

El XXIV Premio Celestino de Cuento inició en Holguín con la apertura de la exposición de carteles Pedazos de nube de Alejandro Zaldívar y la presentación del jurado de esta edición, que se extenderá hasta el próximo día 10 con un amplio programa de actividades.

Las piezas de este joven artista digital, quien tiene a cargo además la visualidad de la campaña de promoción del libro y la lectura de Ediciones La Luz y la del propio Premio, constituyen una evocación a la novela Celestino antes del alba, de Reinaldo Arenas, a quien este año se dedica, junto con otros autores, el Premio al celebrarse su 80 natalicio.

Fotos Bernardo Cabrera

Fotos Bernardo Cabrera

El escritor holguinero Eugenio Marrón, en las palabras de presentación de la muestra, abierta al público este lunes en la sede de La Luz, destacó que lejos de ser un mero reproductor del libro a través de figuraciones más proclives a colocar en un espejo frente a las páginas, Alejandro se adentra en lo temerario de otras vías a través de su personal elección.

Además, convierte la lectura figurativa del texto en la reconstrucción imaginativa del mismo, y en ese rumbo, se adentra en la novela no con los ojos del lector, sino con los del artista que se apropia de todo lo refulgente –aves, flores, cuerpos, centelleos, pálpitos– para entregar su Celestino personal, desde lo viable del arte digital, añadió Marrón.

Fotos Bernardo Cabrera

Por su parte, el jurado está presidido por el narrador y guionista de cine Senel Paz, y compuesto por Atilio Caballero y el propio Marrón, quienes deliberarán entre las más de 20 obras en concurso, para, como cada año, finalizando el evento, entregar el Premio Celestino.

Como parte de esta jornada inaugural se presentó el documental Cosme. Un enorme juego con el tiempo, de Alejandra Rodríguez Segura, como homenaje al artista de la plástica Cosme Proenza, colaborador del Premio, al entregar un grabado suyo al ganador.

Fotos Bernardo Cabrera

Hasta el próximo día 10 esta cita literaria, una de las más esperadas en el país por los jóvenes escritores, desarrollará un variado programa que incluye conferencias, paneles, presentaciones, homenajes, exposiciones y lecturas. Además de los 80 años de Arenas, el certamen dedica sus jornadas al centenario del natalicio del escritor italiano nacido en Cuba Italo Calvino, a los 90 años del mexicano Sergio Pitol y al 70 del chileno Roberto Bolaño.

Varios paneles abordarán aspectos de la vida y obra de estos reconocidos narradores, moderados por los escritores Erian Peña Pupo y Adalberto Santos, y con la presencia de varios autores cubanos como Manuel García Verdecia, Marbelis Marrero, Mariela Varona, Irela Casañas, Rubén Rodríguez y Eugenio Marrón. Además se rendirá homenaje a Eduardo Heras León, escritor y maestro de numerosas generaciones de narradores cubanos, a quienes impulsó a través del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso.

Fotos Bernardo Cabrera

Organizado por Ediciones La Luz y la AHS, el Celestino contará con la presentación de varias novedades editoriales, como Girasoles en el fin del mundo, de Elaine Vilar Madruga, galardonado del XXI Celestino; el audiolibro Un cuento diferente cada noche. Voces de Celestino, y el libro infantil Cuentos nuevos que parecen antiguos, de Luis Caissés.

Auspiciado además por el Centro Provincial del Libro y la Literatura y la Dirección Provincial de Cultura, el Premio Celestino surgió en 1999 como homenaje a la importante novela de Reinaldo Arenas Celestino antes del alba, y su primera edición lo recibió el narrador y periodista holguinero Rubén Rodríguez González con “Flora y el ángel”.

Fotos Bernardo Cabrera

Fotos Bernardo Cabrera


En su XXIV edición, Celestino alucina

La vigésimo cuarta edición del Premio Celestino de Cuento reserva una serie de homenajes. La conferencia realizada en horas de la mañana en el salón Abrirse las Constelaciones en la propia sede de Ediciones La Luz, anunció a la prensa que el evento que sesionará del 5 al 10 de junio, estará dedicado a los aniversarios 70 de Roberto Bolaños, 80 de Reinaldo Arenas, 90 de Sergio Pitol, y 100 de Ítalo Calvino.

La apertura prevista para el día 5 de junio a las 6:00 p.m. contará con la presentación del jurado que para esta ocasión honran los prestigiosos escritores Senel Paz, Atilio Caballero y Eugenio Marrón. Con la proyección además del documental Cosme: un diálogo infinito con el tiempo, de Alejandra Rodríguez Segura, y la exposición personal Pedazos de Nube, del artista visual Alejandro Zaldívar, inician las actividades de uno de los certámenes literarios más importantes del país.

El editor, poeta y director del sello holguinero de la AHS en Holguín, Luis Yuseff, anunció además que esta semana estará cargada de sorpresas con la presentación de libros muy esperados: Cuentos nuevos que parecen antiguos, de Luis Caisés, y Girasoles en el fin del mundo, de Elaine Vilar Madruga, quien resultara ganadora del Premio Celestino en la edición vigésimo primera.  

Sesionarán paneles, conferencias, en alusión a los aniversarios de los reconocidos escritores antes mencionados con debates y polémicas en torno a la política cultural, y no faltará como es habitual, el espacio dedicado a las editoriales invitadas, Editorial El Mar y la Montaña, Ediciones Holguín, y los sellos colombianos Editorial Avatares y 9 Editores.

El evento mantiene la gráfica acostumbrada, este año extrapolando códigos de marcada trascendencia visual, donde se patinan espectros y referentes a la inteligencia artificial que hacen del collage una manera muy fresca de representar a un Celestino que este año alucina.

La presentación del audiolibro Un cuento diferente cada noche. Voces de Celestino, bajo la dirección general de Luis Yuseff y Elizabeth Soto, y el dosier digital que incluirá artículos para un merecido homenaje a los escritores recientemente fallecidos Antón Arrufat y Eduardo Heras León, circularán en las diversas plataformas por las que navega la editorial.

Los paneles, moderados por el escritor Erian Peña Pupo y con la presencia de varios autores cubanos como Manuel García Verdecia, Marbelis Marrero, Mariela Varona, Irela Casañas, Rubén Rodríguez y Eugenio Marrón, abordarán la vida y obra de los reconocidos escritores a quien se dedica esta cita.

Como cada año, finalizando el evento, se entregará el Premio homónimo, luego de que el jurado delibere entre más de 20 obras en concurso; y se tiene previsto además la visita a Gibara, la Villa Blanca de los cangrejos, con una lectura de autores egresados del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso.

Auspiciado además por la Uneac en Holguín y el Centro Provincial del Libro y la Literatura, el Premio Celestino de Cuento surgió en 1999 como homenaje a Reinaldo Arenas y su primera novela, Celestino antes del alba, por iniciativa de Ghabriel Pérez. En su primera edición lo recibió el narrador y periodista Rubén Rodríguez, con el cuento “Flora y el ángel”.


Zapping: botones de cambio sobre la página impresa

En algún momento de esta historia, el Escritor Ambulante muere. No ahora. No en la primera página. Ni en la segunda. Pero en algún momento indeterminado el Escritor Ambulante morirá

Así comienza este libro. Se anuncia la muerte de un hombre desde el primer párrafo. No es un hombre cualquiera: es El Escritor Ambulante. De algún modo protagonizará las historias, unas veces visible, otras desde la intertextualidad del conjunto. Truman Capote, Freud, Kant, Spielrein serán algunas de las voces traídas para  validar la historia. Pero aclaro: el autor no cita de ellas, las trae a la mesa como una confirmación visual, como si su presencia justificara el discurso.

El libro comienza hablando sobre El Escritor Ambulante, pero en la primera página solo hay un flamenco, un bulto rosado que apareció flotando en la fuente de la plaza. Este será, tal vez, el primer movimiento de cámara o el dedo sobre el botón del mando a distancia para cambiar de canal, porque a nadie le interesa otra historia de un escritor que atraviesa con sus problemas la ciudad. El autor lo sabe, pero es un tipo que se burla de lo netamente psicológico y convierte, la narración, en un campo de batalla, donde lo común pasa a ser milagroso.

(Te hablé del flamenco) ¿Recuerdas qué había un flamenco? Bueno, ni el escritor ni el flamenco son por sí solas imágenes afortunadas. Vuelves a cambiar de canal. O eso piensas. Pero ya no eres tú: ahora el autor dicta las reglas y en cada párrafo te hará creer que haces zapping sobre los cuentos para huir de personajes comunes. Como en los grandes comerciales televisivos, no te darás cuenta de la sugestión.

Y vuelves al control remoto para buscar otra historia.

En la página 27 te encuentras un personaje leyendo un libro. Un libro de sexo, que se deja leer con fluidez. El personaje comienza a excitarse. Disfruta de su alter ego protagonista, que se folla a su madrastra viuda. Lo que sucede a continuación, deja ver una ingeniosa habilidad para rematar ideas, una habilidad que se mostrará con exquisita frecuencia en los demás relatos. El personaje está completamente excitado. Ahora pasan anunciando que ha llegado el picadillo a la tienda. Y el picadillo hace que se le baje la erección a cualquiera.

Hay un excelente manejo del sociolecto de los personajes, siendo fácilmente identificables con la primera lectura sus características personológicas. Los referentes contextuales y el expresionismo usado sitúan las narraciones en una Cuba contemporánea. Sirva de ejemplo un fragmento del diálogo en la página 29:

Por la televisión anunciaron un frente frío para estos días y Rubiera nunca se equivoca.

Al fondo Bruno Mars puede cantar Talking to de Moon, un tipo llamado Max Perkins recitar en alta voz El Malestar de la Cultura, e imaginar que sea un largo poema en alemán, pero Rubiera es inevitablemente cubano… y Rubiera nun-ca se e-qui-vo-ca.

Los diálogos cortos, situados en oraciones breves, harán la lectura fácil y atractiva, y servirán para mostrar el pulso del autor que se avalancha sobre el lenguaje con un evidente poder de síntesis.

Estamos en presencia de un libro de cuentos, donde predomina la versificación del texto formando un patrón visual estético atractivo y sin congestionar la página.

El narrador no descuida al poeta. Abundan imágenes con una fuerte carga lírica, como si buscara con ello esponjar la caída brusca que provocan algunos diálogos. Los siguientes casos lo ilustra:

―No sé tú. Pero yo odio al jodido Shakespeare ―me dice

y yo miro sus manos, dos bloques de granito negro que se

alejan y comienzan a marcar, indómitas, el ritmo lujurio-

so de los tambores salvajes.

 

Subo las escaleras de hierro y la tijera en mi mano es un agujero oscuro que amenaza con devorarlo todo.

El autor de este libro se llama Ragnar Wilfredo Robas. Nació en Imías (Guantánamo) en el convulso año de 1989, cuando para el mundo caía el Muro de Berlín y en Cuba, el Héroe de la República Armando Ochoa era acusado de alta traición. Nace el mismo día que los grandes poetas Retamar y Sucre, de madrugada, como para romperles el sueño a todos. Y lo consigue: este libro que presento no te dejará dormir hasta que lo termines.

A sus 33 años, Wilfredo ya tiene una sólida obra en constante construcción. Poeta, narrador, pintor e ilustrador. Su primer libro, Punto de Quiebre, llegó a los lectores por la editorial El Mar y la Montaña, en 2017. Un libro de poesía que disfruté hasta el encogimiento.

Zapping es otra cosa. La prestigiosa Editorial de la Asociación Hermanos Saíz, Ediciones La Luz, tiene a bien publicar estos 17 cuentos, con la edición de Adalberto Santos y el diseño de Robert Ráez. La imagen de cubierta es de Annelí Pupo, que no solo generará el click sobre el disparador, sino que protagonizará la historia. Y digo historia, en singular, porque el lector se enfrentará a una secuencia de imágenes individuales que irán construyendo la panorámica de una historia central. Los personajes interactuarán, como si de una página a otra se gritarán en alta voz los improperios, la lectura de Proust, mientras alguien con los dientes afilados le hace a otro el sexo oral.

Sospecho que al leer este libro reconocerás alguno de los personajes, como un hijo, que con un palo de ocuje, espanta las auras para que no lleguen al cadáver de su padre. Porque, según Ragnar, uno puede matar a su padre, pero no puede dejar nunca que se lo coman las auras.


Ojos para mirar los paraísos azules de Martha

¿Sabes de ese momento en el que te quedas pensando, cómo es posible que no lo hubiese leído antes? Bueno, algo así pasó aquella mañana de jueves (no sé por qué siempre es jueves cuando descubro cosas). Más aún cuando sabes de ese autor, cuando no resulta del todo un “no escuchado antes”, cuando incluso han interactuado en algún que otro espacio. Pero, me agrada que jamás hubiésemos cruzado ni medio saludo, nada. Tengo la firme convicción de que prefiero no conocerlos. Agradezco llegar a sus obras despojada de todo juicio previo, sin saber cómo luce su rostro, ni cómo sonríe, ni el sonido de su voz, sin nada que matice. En asuntos de este tipo detesto los matices, pero no es un privilegio del que goce mucho últimamente, sobre todo con los autores más jóvenes. Y para mi fortuna, así llegué a los dos primeros libros que leí de Martha Acosta Álvarez: Ojos para no ver las cosas simples, Premio Celestino de Cuento, 2018, Ediciones La Luz, Holguín; y Pájaros azules, Premio Pinos Nuevos, 2016, publicado por Letras Cubanas. Ambos los conseguí en la recién Feria Internacional del Libro de La Habana, 2022. Recuerdo que cuando encontré el segundo enseguida me remonté al primero, había fijado el nombre de su autora y lo compré sin pensarlo. Obviamente la sabía una narradora cubana contemporánea, cercana a mi generación. Tenía referencias suyas, pocas, una vez más, repito, toda una suerte según mis gustos como lectora; pero algo siempre sí he tenido claro, y es que: a nuestros colegas hay que leerlos, saber cómo se mueve el quehacer literario que nos circunda, que nos está marcando como grupo, y en este caso, como en no pocos otros de los revisados los últimos meses, sentí orgullo de la joven narrativa de esta Isla poética.

Una tarde de apagón, quizás un mes y pico después, comencé a leer Ojos para no ver… y empezaron a clavárseme los dardos en la diana sensitiva de mis gustos literarios. A la mañana siguiente me fui al dentista, ya saben, colas, siempre las benditas colas que aprovecho para leer así sea recostada a una esquina y comencé a llenar el libro de apuntes. Me preocupo cuando no tengo nada que marcar en los libros.

Leo para reseñar, porque amo hacerlo, para conocer las nuevas voces, (también para de alguna forma estar clara de la competencia). Esta chica es una muy buena competidora. Me ha dado tremendo placer leerme este libro. Tiene un pulso firme, una limpieza estilística envidiable y un total dominio del lenguaje y sus bondades.

Escribí un viernes 3 de junio, sentada en el salón de espera de la Clínica Estomatológica, aguardando para sacarme una muela. Incluso, una vez dentro, boca abierta en lo que el dentista cargaba la jeringa con la anestesia y traían el instrumental, seguía yo pegada al libro, entre otras cosas para enajenarme de la situación. Así avancé luego ese mismo día por las ciento cinco páginas como analgésico alternativo ante el posoperatorio.

Pájaros azules lo comencé poco después de haber devorado el primero y, sin temor a dudas, puede uno encontrarse el libro sin portada ni nada que haga alusión al autor y leer directamente desde el primer cuento: Ojos caleidoscópicos y reconocer a Martha enseguida tras aquellas páginas. Existe una coherencia estilística en toda su obra, una homogeneidad admirable en sus textos, aunque pertenezcan a libros diferentes, que hace que funcionen como una especie de unidad indisoluble. Encontramos en su escritura toda, lo supe luego al leer el plaquet de poesías Distintas formas de habitar un cuerpo (publicado también por Ediciones la Luz, Premio de Poesía El árbol que silva y canta, 2017), una serie de marcas de agua, presentes en sus creaciones, que basta saber apreciar para reconocerla así sea en versos sueltos o algún párrafo de cualquiera de sus cuentos. Tiene todo un stock de recursos literarios que ubica en el momento justo, como si moldeara a mano los vaivenes de las narraciones, y digo esto e imagino unas manos finas pero firmes, de mujer deshabitada por la duda ante lo que hace, modelando un barro literario a su antojo una y otra vez, creando figuras sueltas que luego hilvana con paciencia de tejedora antaña. No encontramos textos densos vanagloriándose de ese stock de técnicas, no, y eso el buen lector lo agradece; encontramos metáforas llevadas sutilmente hasta lograr imágenes claras, pero con la tremenda capacidad de golpearte el rostro de a tajo.

Sergio llegó a la casa. Abrazos, palmadas en la espalda, la voz retorcida por verse luego de tanto tiempo. 

El mar era un rectángulo oscuro que adornaba la pared. Quieto. Manso. Dormido. Me sorprendí también vigilando al mar. Daba miedo que se despertara en algún momento, que rompiera su horizontalidad, que se irguiera y caminara hacia nosotros.

Habitación estrecha con vista al mar

(del libro Ojos para no ver las cosas simples)

 

Hoy vimos un pájaro azul y nos acordamos de la infancia, de la casa de tablones carcomidos por donde entraba la luz en los amaneceres. Los rayos colándose por los agujeros de la madera hasta la pared. El polvo danzando en la luz, partículas brillantes y locas que no se estaban quietas. Movimientos vivos. Pequeños seres mágicos que habitaban la luz, y por eso la luz era brillante. Entonces creíamos que los rayos de sol eran cilíndricos, que los cilindros eran las casas de las criaturas. Tocábamos la luz con la punta de los dedos, despacio, para no espantar a las criaturas, que se revolvían al tacto de los dedos, como si sintieran cosquillas.

 

Escuchábamos a la tía Jimena haciendo sonidos de amanecer…

 

A veces creía que te estabas muriendo, y que la muerte te hacía bien. Daban ganas de morirse contigo.

 

Ojos para no ver las cosas simples

 

Es esta una señora hecha de todas las tonalidades de la frustración.

 Cámara lenta

Difícil pasar por Falsos genitales sin hacer una pausa antes de proseguir. Resulta una tarea ardua establecer una escala sensitiva, sobre todo eso, sensitiva, entre los seis cuentos que conforman su libro Premio Celestino. Por suerte, la literatura tiene esas clemencias al permitirnos concluir a cada quien según queramos, según nos convenga, según sintamos, y yo decido hacer mi pausa en este texto. No aprecio una literatura con marcaje feminista en la obra de Martha, cosa que acoto no me parece ni bien ni mal, solo señalo, sin embargo, es este un cuento que recrea un plano ficcional con una prostituta inflable que no por eso deja se sufrir en su sintética piel los mismos males que una mujer cualquiera, más allá de a lo que se dedique.

Abro la puerta del apartamento.

Veo a la prostituta tirada en el suelo.

Irreconocible la prostituta. (Aquí una de las marcas de agua de la autora, ese rejuego con las palabras repetidas).

¿Quién te hizo esto?, pregunto.

No contesta.

No quiere o no puede contestar.

El aire se le escapa a través de su piel de vinilo soldado.

La prostituta está rota.

Reventada.

Su cuerpo no se parece a su cuerpo.

Su rostro no se parece a su rostro.

No pide ayuda.

No quiere o no puede pedirla.

Los ojos de la prostituta lloran.

(…)

La prostituta se está desinflando en la sala del apartamento. (…)

Estalló por la costura.

Por algún lugar tenía que estallar.

(…)

Va hasta el baño. (…)

Se saca la vagina portable.

La mete debajo del chorro. (…)

La vagina portable se llena de agua.

Se desborda.

Desde la estructura en la que manejó el texto hasta la originalidad de la idea, el enfoque en el que planteó la situación resultan interesantes puntos de vista. Dota a todo el compendio como de una especie de núcleo ya que notamos en otros cuentos una construcción similar en las narraciones y al mismo tiempo se mantiene el ambiente literario, que si bien no se repite sí persiste la uniformidad, siendo historias que, aunque marcadas por lo cotidiano, coquetean con el surrealismo y el absurdo.

En Pájaros azules, el segundo libro de Martha Acosta al que me acerqué, aunque escrito primero que Ojos para no ver las cosas simples, supongo, dado el orden cronológico en el que ganaron los premios (aunque eso bien pudiera no significar darlo por hecho), el cuento que lo nombra tiene una relación cercana con ese otro. Y aquí debo hacer un stop y repensar la sintaxis de la idea que quiero transmitir, verán: el cuento Ojos para no ver las cosas simples hace referencia de alguna forma intrínseca a Pájaros azules. Invaden en ambos una sensación poderosa de tristeza, de agobio tras tiempo de intentar encontrar soluciones. El mismo mal aqueja, y va enmascarándose: El pájaro se va de la casa, se va, pero no se lleva la tristeza. La tristeza se ha metido dentro de la casa, rueda y florece en las paredes, se derrama desde el techo, mancha el tapiz del único sillón que tenemos… Y, casualmente, ambos textos dan título a los libros. ¿Qué complicidad traerán implícita? Cabe preguntarnos. Algo similar sucede con los poemas: Ese día que no tiene para cuándo acabar y Distintas formas de habitar un cuerpo y el cuento Palomitas Company, también contenido en Pájaros azules. Un cuento profundamente visceral, con todo el poder para trastocarnos: mi madre aprendió a aparecer y desaparecer desde mi rostro en el espejo, a decirme hija de mierda con la voz quebrada que simula un “Ay, mija, me estoy muriendo”. Tal vez mamá piensa habitar mi cuerpo y mi espejo cuando su cuerpo pese demasiado para seguir articulando lamentos. Tal vez ya ha comenzado a hacerlo, y lleva años en eso, siglos, no sé.

Fragmento del poema Ese día que no tiene para cuándo acabar:

Mamá está muriendo.

Hace días que está muriendo,

años, siglos, no lo sé.

Lleva mucho tiempo en eso,

y no acaba de morir

ni de salvarse.

Tose como si los pulmones se le salieran por la boca,

dice, Ay, mija,

con la voz quebrada

y se me llenan los ojos de lágrimas…

Paraísos perdidos, Premio Calendario de Cuentos, 2017, hace alusión irónica a nuestros hábitos; como bien definiera su propia autora desde la dedicatoria: … este quimérico museo de formas inconstantes, este montón de espejos rotos. Una vez más recorremos pasillos familiares entre nuestras tristezas y sinsabores de vida. El realismo invade sin piedad en cada uno de los textos paseándonos por una galería de paraísos: El paraíso del cuerpo, el del tiempo, el paraíso vacío, el sumergido y el impronunciable. Y aquí haré mi pausa en Un arrecife en la espalda, que considero bien encierra, como cualquier otro del compendio, la esencia de este libro. No escapo nunca al llamado del mar, donde quiera que esté, y aquí hace su presencia, arrasador, como de costumbre, dejando con cada batida de brisa más dolor que paz.

Esta autora camagüeyana (Sibanicú, 1991) adoptada por la capital, más que por la capital ya por toda la Isla, donde se lee y admira la buena escritura, ha sido ganadora de una larga lista de certámenes literarios entre los que figuran los siguientes premios de narrativa: el César Galeano de cuentos, 2015, año en el que egresó del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso; el Pinos Nuevos, 2016, Calendario, 2017, el premio Dador, 2017 y en ese mismo año el Paco Mir Mulet, Fundación de la Ciudad de Nueva Gerona, el Mabuya; y en poesía El árbol que silva y canta, 2017. Luego en 2018 fue galardonada con el Premio Iberoamericano de Cuentos Julio Cortázar, con la obra El olor de los cerezos, el Celestino de cuentos y el Novela de Gaveta Franz Kafka. Ha alcanzado mención en el premio David de poesía, 2015, primera mención en el premio Emilio Ballagas de narativa, 2016, primera mención en el premio Mangle Rojo, de poesía, 2017 y en el Portus Patris, también de poesía ese mismo año. Además de los libros ya mencionados tiene otros dos fuera de Cuba: Doce años es demasiado tiempo, Editorial Guantanamera, España, 2016 y una novela titulada La periferia por la Editorial FRA, 2018. Varias de sus obras aparecen en revistas tanto dentro como fuera del país y en antologías. 

Su literatura está armada hasta los dientes con un ejército de personajes elaborados hasta el hastío. Pensados a nuestra imagen y semejanza, listos para defenderse de cualquier situación que a su autora se le antoje destinarlos. Cuenta también su escuadra con el ya mencionado stock de recursos literarios cuya función es alivianarte el golpe seco de su prosa. Solo te queda una opción: disponer de ojos para ver los paraísos azules de Martha.


Círculos de agua en la narrativa cubana

“La maldita circunstancia del agua por todas partes” –esa que obligó a Virgilio Piñera a sentarse “a la mesa del café” y buscar “el peso de una isla en el amor de un pueblo”– articula la antología de narrativa cubana Círculos de agua. Nacidos después de los 80, con selección y prólogo de la escritora y editora Dulce M. Sotolongo Carrington, publicada por la Editorial Primigenios.

Un antecedente de Círculos de agua puede rastrearse en Como raíles de punta. Joven narrativa cubana, publicada en 2013 por Sed de Belleza, con selección, prólogo y notas de Caridad Tamayo Fernández. Allí encontramos a escritores nacidos después de 1977 y junto a Raúl Flores Iriarte y Jorge Enrique Lage, leemos a otros jóvenes nacidos en los ochenta, como Abel González Melo, Yunier Riquenes y Legna Rodríguez Iglesias, entre otros que se identifican con la generación conocida como 0, porque vieron impreso su primer libro después del año 2000.

Sin embargo, “existen serias diferencias entre los nacidos en la época del setenta y los que le siguen”, subraya Dulce María, si destacamos que el nacimiento de una generación está respaldada por un acontecimiento histórico: “Nacen aproximadamente en la misma década, crecen en circunstancias semejantes y en la mayoría de los casos se sigue una dirección única: Un líder”. Además de cierta unidad en principios estéticos, éticos y sociales, homogeneidad de lenguaje, actitud negativa ante conceptos establecidos, pero anquilosados u obsoletos”, leemos.

“¿Puede una fecha histórica realmente delimitar a un grupo de otros? ¿Es siempre necesaria la presencia de un líder? ¿Siguen los mismos derroteros los nacidos después del ochenta que la generación que lo antecede, tanto en la forma como el contenido en el que se expresan? ¿Mueren las generaciones literarias?”, son algunas de las preguntas que se (nos) hace Dulce María.

El punto de partida sería el éxodo del Mariel en 1980 y su consiguiente impacto sociológico, y como rompeolas, el llamado Período Especial, con todos los cambios sociales que conllevó (varios de los antologados en estas páginas nacen precisamente en los años iniciales de la década del 90). “También en los ochenta hubo un cambio de política hacia las religiones que poco a poco se fueron incrementando y también visualizando en el país como la santería, abakuas, católicos, protestantes, entre otras”. El siguiente párrafo de Sotolongo resume estas ideas:

“Los jóvenes nacidos después del ochenta se criaron con el Eleggúa en la esquina de la sala y el crucifijo en el cuello, no había que esconder los santos y esto también influyó en su ideología y forma de ver el mundo, no ya a partir del prisma del materialismo con que lo vieron sus padres y abuelos. En lo económico se despenalizó el dólar y empezaron a circular las dos monedas. Crecieron con el Período Especial por lo que sufrieron más carencias que generaciones anteriores. La Unión Soviética desapareció y con ellas las latas de carne rusa, los viajes al campo socialista y hasta los muñequitos que fueron más reacios al cambio e increíblemente quedaron en la memoria común de varias generaciones. Las computadoras fueron fiel compañía de su adolescencia, los celulares parte de su cuerpo y alma y piercing, tatuajes y uñas postizas, la forma de relevarse ante un pasado de melenas cortadas a la fuerza”.

Muchos de estos temas, y la libertad de poder expresarlos en su obra, afloran en Círculos de agua.

El uso de frases en inglés, menciones a figuras de la música y el cine, incluso la auto-referencialidad… caracterizan a varios de estos autores. “Hay que subrayar el preciosismo con que se trató el lenguaje, el dominio de la imagen, facilidad para la metáfora, poder de síntesis, la palabra precisa, desnuda sin afeites con exactitud casi matemática, de ahí una vez más la sumatoria lezamiana, pero ahora con el nombre, el sustantivo pujando por desplazar al adjetivo. Esta generación 0, arrasó con premios y aunque no fueron muy comprendidos por el público lector, si encontraron su propia forma de decir y hoy se puede hablar de ellos como una generación literaria aunque ciertamente no hay una revista literaria que los respalde”, destaca.

Círculos como cuando lanzas una pieza al lago al agua y surgen las olas concéntricas, expandiéndose, pero círculos que se convierten en remolino y arrasan con todo. Si el agua emerge “como línea de separación, horizonte, como algo que limpia o debe limpiar los vicios, aunque sea a través de la muerte”, los jóvenes nacidos después de los ochenta “cambiaron la sangre tan utilizada en cuentos de la generación 0 por el agua”… Nos insiste Dulce María Sotolongo que si “la sangre es la muerte, el agua es renacimiento, bautizo y renacer es cambiar…”

¿A quiénes leeremos en Círculos de agua? ¿Y qué caracteriza su narrativa generacional? Los autores antologados –en el orden cronológico en que aparecen– son los siguientes: Abdel Martínez Castro, Alexander López Díaz, Alexander Jiménez del Toro, Amelia Rabaza, Anisley Miraz, Ariel Fonseca, Claudia K. Evercloud, Daniel Zayas, David Peraza, Daylon W. Hernández, Elaine Vilar, Erian Peña, Eric Flores Taylor, Ernesto A. Díaz, Gabriel Suárez, Gian Carlos Brioso, Gustavo Vega, Hugo Favel, Juan Carlos O´Farrill, Ketty Blanco, Marlos Luis Herrera, Mariene Lufriú, Martha Acosta, Patricio R. Martínez, Ramsés Sotolongo, Raúl Goenaga, Reynier Arro, Rosamary Argüelles, Saíli Alba, Yasel Toledo, Yasmany González, Yeney de Armas y Yonnier Torres. Son jóvenes de diferentes partes del país, varios ganadores de importantes premios, algunos más conocidos que otros, pero todos con similares inquietudes, y sobre todo búsquedas.

Y en cuanto a las características de su narrativa –que la diferencian de las generaciones precedentes– nos dice Sotolongo Carrington que encontramos un profuso tratamiento psicológico en los personajes; la violencia les ha llegado por vías diferentes: el cine, la televisión, los juegos, la música; el miedo a las enfermedades de trasmisión sexual sede espacio ante la pornografía, pero en estos cuentos sus protagonistas son víctimas no victimarios de valores que hay que retomar; tras la aparente apatía del absurdo, hay lucha, sobrevivencia deseos de cambiar; tienen un respeto palpable a figuras de la literatura cubana como José Lezama Lima y Virgilio Piñera. “Son muchachos cultos con un alto nivel de lectura”, dice.

“Estos jóvenes se expresan sin temor, reflejan la sociedad que les tocó vivir desde una perspectiva no tan apática como crítica porque están seguros de la necesidad de un cambio”, resumen Dulce María. Y añade que “ellos han comenzado un viaje sin regreso hacia un futuro prometedor donde son los jóvenes, los protagonistas”. Pistas de este viaje las podemos encontrar en la lectura de los cuentos incluidos en Círculos de agua. Nacidos después de los 80.


Héctor Barrios y su cuaderno Bumbos encuentran un puerto

Cortesía del entrevistado La verdad es que yo llegué al revés a las huellas de este escritor. Acepto que no lo conocía, y que supe de su existencia cuando se anunció el fallo del jurado al xxii Premio Celestino de Cuento. Debía editar un fragmento del cuaderno ganador y apenas tuve en mis manos el texto quedé fascinada, me atrapó una lectura al azar:

La soledad es un árbol que produce frutos contrarios… lo terrible de la soledad es cuando es impuesta.

Héctor Leandro Barrios González es instructor de arte en la especialidad de música y licenciado en Estudios Socioculturales, un cienfueguero que como anuncia la foto de su perfil en Facebook tiene impregnado el azul del mar en sus ojos. Aceptando mi solicitud de amistad y entablando una conversación como amigos de toda la vida, me inicio a husmear en las pasiones que estremecen al autor.

Mi interés por hacer literatura creo que tiene que ver con mi relación con la lectura. Llega un momento en que esa relación que estableces con el lenguaje crea un peso, una acumulación, de tipo interna, digamos, uno llega a sentir que las palabras pesan como decía alguien: las palabras como islas, y luego esa acumulación necesita ser liberada, necesitas desprenderla de ti.

Y en este acto mismo de separación entre las palabras y un sujeto poseedor, no queda otro remedio que ser dueño, a mi juicio, de esas sensaciones de algún modo exorcizadas.

Entonces te sientas, escribes y escribes y sudas escribiendo y te cansas en el proceso, pero no puedes dejar de hacerlo.

Bumbos se titula el cuaderno que anunció la premiación hoy en la tarde, al respecto el ganador comenta:

Yo tenía escritos un par de cuentos y tenía en mi cabeza la idea de otros, la maqueta, pero no sabía cómo o por qué tenían relación. Un día voy a pescar y alguien me dijo que esas balsas en las que pesaban les decían “bumbos” y que eran insumergibles. Luego comprendí que así eran los personajes de mi libro, siempre flotando, sobreviviendo a un entorno hostil.

Barrios ha sido galardonado con el premio Girasol Sediento que auspicia la AHS de Cienfuegos, Paco Mir de narrativa, mención en el concurso Bustos Domenecq y tiene en proceso editorial el libro Las formas invisibles bajo el sello Reina del Mar Editores.

A tientas y haciendo caso a las primeras impresiones, Barrios es un escritor de narrativa con una voz de profundas sensibilidades, al saberse ganador alude:

Esta es la tercera vez que envío. La primera mandé a una dirección errónea. La segunda vez sí fue correcta, pero nada. Y ahora, esta tercera, pues… en fin. No suelo ser adulador pero me siento muy feliz de haber ganado, sobre todo porque mi cuaderno encontró un puerto, no cualquier puerto, sino Ediciones La Luz, y tengo la seguridad que nada podrá salir mal si mi libro está allá con ustedes. A veces, ahora, a solo unas pocas horas de haber recibido la noticia del premio, no llego a procesar del todo la buena nueva y me siento muy feliz y agradecido.


¡Hay un nuevo Celestino!

Después de varios días de tenaz presencia en las redes, de compartir contenidos diversos, desde audiolibros, videocuentos, paneles y talleres de técnicas narrativas, presentaciones de libros y lecturas, ya hay un nuevo Celestino.
Dazra Novak, Emerio Medina y Rafael de Águila integraron el jurado de la vigésimo segunda edición del Premio Celestino de Cuentos, convocado por Ediciones La Luz y la sección de Literatura de la AHS en Holguín. Ellos decidieron, de entre más de 50 obras en concurso, declarar ganador al cuaderno “Bumbos”, de la autoría de Héctor Leandro Barrios, “por lograr de manera acertada y sostenida el tono adecuado que dota de cohesión, organicidad y carácter sistémico un volumen de cuentos que se destaca por el cuidado y corrección del lenguaje, la madurez de las historias y el afán por lograr cierta originalidad de estilo”.
El ganador, además del premio en metálico, una pieza del ilustre artista plástico holguinero Cosme Proenza y el certificado acreditativo, verá su libro publicado en el sello que funge como entidad convocante y abrazará uno de los premios para jóvenes narradores, más anhelados en Cuba.
El jurado determinó, además, de forma unánime, “por el consistente empleo del lenguaje y la solidez de las historias, otorgar la primera mención a la obra Happy Ballantine’s”, de Katherine Perzant. Recibieron igualmente menciones Own Corner, de Erian Peña, y Levitando, de Darcy Bo.
Tras dar a conocer los resultados del Premio, el comité organizador del evento lanzó la convocatoria del Celestino en su edición vigésimo tercera para 2022, año en el que además se estará celebrando un cuarto de siglo de vida de Ediciones La Luz.


La brevedad: Huevos de dinosaurio (dossier+ fotos)

Breve recuento (de la no tan corta historia) del cuento breve en América Latina

Por: Erian Peña Pupo

Julio Cortázar en «El cuento breve y sus alrededores», texto incluido en Último round, de 1969, y que condensa, de alguna manera, su opinión sobre el tema, escribió que “el gran cuento breve (…) es una presencia alucinante que se instala desde las primeras frases para fascinar al lector, hacerle perder contacto con la desvaída realidad que lo rodea, arrasarlo a una sumersión más intensa y avasalladora”. De un cuento así “se sale como de un acto de amor, agotado y fuera del mundo circundante, al que se vuelve poco a poco con una mirada de sorpresa, de lento reconocimiento, muchas veces de alivio y tantas otras de resignación”, añadió.

Muchos de estos cuentos―como los incluidos en Historias de cronopios y de famas―convierten a Cortázar en uno de los paradigmas de lo que muchos investigadores han llamado minificción y que abarca categorías y clasificaciones tales como minicuento, microcuento, ficción breve, cuento breve, microtextos, microficción, nanoficción, microrrelato, entre otros; este último defendido por la crítica cubanoestadounidense Dolores M. Koch en El micro-relato en México: Torri, Arreola, Monterroso y Avilés Fabila, primer libro en habla hispana sobre el tema.

Fotos cortesía de Ediciones La Luz

Clasificaciones aparte, todos coinciden en caracterizar a este género―el cuarto de los narrativos, luego de la novela, la nouvelle y el cuento―por su brevedad, su condensación, su carácter proteico, metaficcional e híbrido, y el uso de la elipsis; además, la ironía, el humor, el sarcasmo y la parodia por un lado; y rasgos estructurales como la fractalidad, la epifanía, los finales abiertos, la hipertextualidad y los espacios vacíos, por el otro. Todo ello partiendo de una amplia tradición (parábolas, fábulas, aforismos, haikú, greguerías, viñetas) y más cerca, en el siglo xix, de la portentosa literatura del estadounidense Edgar Allan Poe, quien en «Unidad de impresión», escribió que buscaba una obra que se definiera por su brevedad, su impacto estético y por ser un acto de lectura ininterrumpido, y que así se separara de la novela.

Es curioso como en un continente barroco dado a la desmesura y a las grandes narraciones, a la sombra de los diversos ismos y del boom latinoamericano, y antes de los influjos precursores de Juan Rulfo y Alejo Carpentier; que recolocó la mirada y ejerció (aún ejerce) influencia en varias generaciones de autores no solo del continente, el cuento breve haya gozado de tal suerte desde los años en que el modernismo abanderó la obra de autores como el nicaragüense Rubén Darío y los sudamericanos Leopoldo Lugones y Horacio Quiroga. Sobre todo este último, nacido en Uruguay, aunque realizó su obra en Argentina, considerado uno de los maestros del cuento latinoamericano, ejemplo de una prosa naturalista y modernista, que desde la selva de la provincia de Misiones enfrentó en sus historias a la naturaleza y al hombre. Y allí mismo, en Argentina, el influjo de Macedonio Fernández llega a Jorge Luis Borges, fabulador por excelencia y creador de una de las cosmogonías más atractivas e inimitables, y quien, junto a su compañero de aventuras literarias Adolfo Bioy Casares recopiló Cuentos breves y extraordinarios, donde antologan relatos de entre dos páginas y dos líneas.

Fotos cortesía de Ediciones La Luz

¿Qué encontramos si leemos una antología sobre el cuento latinoamericano? ¿Un libro, o una selección en un sitio web, que reúna ―como varios de los que se han publicado a lo largo de las últimas décadas―los mejores microrrelatos, las narraciones breves más conocidas, de varios autores del continente? Pues nos sorprenderá encontrarnos allí a autores que conocemos por sus monumentales novelas, por atractivos y sostenidos relatos largos, incluso por su poesía o ensayos. Es como si el relato breve hubiese sido un ejercicio o una necesidad en ellos.

De esta manera en sus páginas se entrecruza la obra―además de los autores ya mencionados―de Mario Vargas Llosa, Isabel Allende, Vicente Huidobro, Ciro Alegría, Vicente Battista, Joao Guimarães Rosa, Álvaro Mutis, Joaquim M. Machado de Assis, Pedro Lemebel, Juan Carlos Onetti, Elena Garro, Rubén Dario, Oliverio Girondo, Rodrigo Rey Rosa, Julio Ramón Ribeiro, Roberto Bolaño, Silvina Ocampo, Octavio Paz, Arturo Úslar Pietri, Guillermo Cabrera Infante, Roberto Arlt, Alfonso Reyes, Gabriel García Márquez, Abelardo Castillo, Luisa Valenzuela, Antonio Skármeta, Salvador Elizondo, José Juan Arreola, Augusto Monterroso, Eduardo Galeano.

Pero son precisamente estos tres últimos ―Arreola, Monterroso y también Galeano―quienes desarrollaron una obra significativa y reconocible donde el relato breve y sus posibilidades resulta centro de su creación, sus experimentaciones y búsquedas, aunque realizaron otros géneros.

Monterroso, hondureño nacionalizado guatemalteco y residente buena parte de su vida en México, es considerado por muchos como el padre del relato breve y uno de los maestros de la minificción. Autor de libros como La oveja negra y demás fábulas y Obras completas (y otros cuentos), que incluye el conocido «El dinosaurio» [Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí], considerado por mucho tiempo como el microrrelato más breve de la literatura universal, Monterroso se caracteriza por una prosa concisa y breve en la que abundan las referencias cultas, la parodia, la caricatura y el humor negro, en inolvidables relatos cortos y fábulas.

Fotos cortesía de Ediciones La Luz

Arreola, por su parte, es autor de Confabulario, Palindroma y Bestiario, que influye el conocido «La jirafa». Su obra, inteligente y lúdica, de estilo clásico y depurado, juega con conceptos, situaciones, mediante el uso de símbolos y la parodia, y como han asegurado los críticos, se nota como en el caso de Borges, un escepticismo natural (como también en Monterroso).

Galeano, cuya obra ha sido publicada en Cuba varias veces, incluso El libro de los abrazos integra el catálogo de Ediciones La Luz, trasciende las normativas del relato y otros géneros tradicionales para combinar ficción, periodismo, análisis político e historia, principalmente la americana, en libros que semejan crónicas, microrrelatos o viñetas, entre ellos Las venas abiertas de América Latina, Patas arriba: Escuela del mundo al revés, Espejos y Memorias del fuego.

En Cuba, a la par de América Latina, fueron los principales narradores, incluso los grandes novelistas, quienes, en una vertiente u otra, quizá inconscientemente, escribieron cuentos breves, historias narradas en las posibilidades que la brevedad les otorgaba. Así ―a vuelo de águila― podemos revisitar la obra de Hernández Catá, Eladio Secades, Lino Novás Calvo (La luna nona y otros cuentos), Lydia Cabrera (Cuentos negros de Cuba), Onelio Jorge Cardoso, Alejo Carpentier, Samuel Feijóo, quien transcribe y pasa por el “filtro literario” el folclore y las historias recopiladas principalmente en el centro de la isla, Eliseo Diego, Guillermo Cabrera Infante, sobre todo en las “viñetas” incluidas en Así en la paz como en la guerra y Vista del amanecer en el trópico, José Lorenzo Fuentes, Virgilio Piñera, entre muchos otros autores que, a la par del desarrollo de la propia literatura, incursionan en las tantas posibilidades de lo breve.

Punto y aparte en este breve recuento merece el trabajo del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, dirigido por Eduardo Heras León, y la convocatoria del Premio El dinosaurio, homenaje al maestro Monterroso, y que ha incentivado el género en las últimas décadas, premiando y publicando lo mejor y más significativo del arte de contar mucho con poco.

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Las lecciones de Monterroso

Por: Liset Prego

No hace falta ser un lector muy sagaz para notar la profusión de animales en los textos de Augusto Monterroso. Estas criaturas no son atrezo en las narraciones, toman los roles protagónicos con organicidad, y vuelcan en sus desdichas o peripecias toda la voluntad edificante del autor.

Escritos de este modo los textos se transforman en un espejo burlesco que no refleja al lector, pero quizás sí a su alter ego animal personificado. Aunque el propio Monterroso insistía en que no había en su literatura un afán moralizante, es imposible no encontrar en sus sarcásticas letras, pautas morales, desafíos existenciales resueltos con la sapiencia del fabulista, o magnificados para hacerlos notar.

Él mismo dijo:

“…si alguien quiere extraer de ellos alguna moraleja, está en su derecho y puede hacerlo. Corregir las malas costumbres de la gente es una tarea demasiado fácil que hay que dejar a las autoridades. El escritor debe ocuparse de lo verdaderamente arduo: el buen uso del gerundio, por ejemplo, o de la preposición a, que se acostumbra emplear mal. Yo me gano la vida corrigiendo esta mala costumbre”.

Otra obviedad que emerge de la lectura de este autor es su afán perfeccionista, el cuidado de no permitirse ningún exceso, la precisión, tanto que, parafraseando al genio, aseguró que no escribía, corregía. Noten si le preocupaba la exactitud de sus palabras, de las estructuras. Era un perseguidor de la sintaxis precisa, una virtud valiosísima en su ramo, debo decir.

Augusto Monterroso, apuesta por el no ser, él, que no fue mexicano, ni hondureño, ni guatemalteco, sino todo a un mismo tiempo. El escritor de brevedades más ilustre, quizás, de las letras hispanas, cree que un libro es un zoológico de defectos humanos. Un bestiario de aquello que no teme cuestionar en sus congéneres y que atribuye a los animales, sin importar si el pacto tácito entre el lector y la fábula adjudica tal o más cual rasgo a cada criatura. Monterroso subvierte el acuerdo, lo renueva, cada animal puede ser cualquier cosa y servir de instrumento en sus relatos.

Los disfraces de bestia con los que viste Monterroso a sus personajes son el pretexto para enunciar atributos humanos, conflictos propios de la especie, y cada uno viene además envueltos cuidadosamente en ironía. La nueva fábula donde establece el diálogo con criaturas del mundo animal reconstruyendo una convención que basa en la parodia, en el absurdo, suele tener la misma naturaleza moralizante que es común en el género, pero de una manera inesperada.

Fotos cortesía de Ediciones La Luz

Los animales parlantes, en la obra de Augusto Monterroso, vuelven a la literatura para adultos, de la que habían sido cortésmente relegados, como cosa de textos fantásticos y literatura para niños.

En el artículo «Augusto Monterroso y el arte del devenir animal», de Iván Aguirre, el investigador puntualiza que:

“En primera instancia están los animales que representan humanos, aquellos que son más signos retóricos que un ente de ficción con personalidad o rasgos vitales suficientemente desarrollados en la trama. Animales como la oveja negra, el conejo, el león y las moscas que representan algo específico, aunque no sea lo que corresponde en el mundo de la fábula y la mitología popular. Luego están los animales testigo, como la jirafa relativista, que sirven de testigo no-humano ante la ridiculez o absurdo del hombre en su comportamiento destructivo. Y finalmente los animales que están en un proceso erróneo de devenir animal a partir de cambiar o negar su naturaleza: La rana quería ser una rana auténtica, La mosca que soñaba que era un águila y el perro que deseaba ser un humano”. 

Fotos cortesía de Ediciones La Luz

Todo puede ser representado por un animal, cada concepto con el que nos alecciona, o sacude, para decirnos, “miren, qué tontos hemos sido”, aunque él mismo rechace que sea esta su voluntad. Aquí tipo y arquetipo están retratados y el lector puede escoger qué traje usar, si será león o conejo, oveja o dinosaurio, rana o mono, porque están dados así principios éticos, perfiles psicológicos, supuestos estéticos, concepciones sociopolíticas, y la filosofía vital del artista.

Leyendo a Monterroso puedes reír socarronamente, reflexionar, comparar con tus conocidos a tal o más cual personaje, a la manera del mono que quería ser escritor satírico. Siembra dudas, planta cara a la hipocresía, la desafía abiertamente, así que ya no importa si alguien lo creyó un émulo de Esopo. Si alguien quiere vivir bajo sus códigos, será una mejor persona, si quiere disfrutar de su prosa y tomar de ella un patrón de la redacción adecuada, será un mejor lector o escritor, o ambos. Cumple así el autor de «El dinosaurio» su propósito declarado y el que escapó a su intención y domó el espíritu de sus relatos, autónomos una vez que el público se adueñó de ellos.

Porque aún sin quererlo, cien años después y pese a su oposición, la fábula todavía está allí.

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La minificción y sus técnicas

Por: Mariela Varona

Muchos de nosotros, escritores y consumidores de literatura, cuando hablamos de minificción o microficción a veces no tenemos en cuenta las sutilezas de esas clasificaciones. Incluso los teóricos no se ponen de acuerdo muchas veces en el asunto, y un texto narrativo breve se puede llamar hoy minicuento, microcuento, microrrelato, ficción breve, cuento breve, microtexto, microficción, y hasta nanoficción.

El cuento breve clásico —me refiero a relatos celebrados y famosos de Poe, Chéjov, Hemingway, Carver, Cortázar o Borges— conserva un sector fiel entre los lectores, pero resulta demasiado extenso ahora para una gran masa de «digitolectores» que solo consume textos breves. Entonces, cabe preguntarse: ¿podemos analizar literariamente los textos hiperbreves con las mismas herramientas teóricas de siempre? ¿Continúan siendo válidas las técnicas narrativas contemporáneas que hemos estudiado, aplicadas a la minificción?

A través del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, con Eduardo Heras León y su equipo, muchos de nosotros accedimos a una concientización de las técnicas narrativas que en muchos casos ya utilizábamos, pero sin interiorizarlas como parte del oficio; y accedimos también a zonas de la teoría literaria contemporánea que contribuyó a darnos un espectro más amplio para convertirnos en mejores lectores de lo que ya éramos. Entonces, me preguntaba —cuando supe que La Luz estaba organizando este panel—, si no sería conveniente hacer una indagación sobre las técnicas narrativas aplicadas a esa minificción que en estos tiempos parece extenderse, hacerse mucho más visible y, además, con diferentes características de las que tenía en el pasado.

Me parece válido también porque gracias al Centro Onelio conocimos a uno de los teóricos de la literatura más importantes que hay en la lengua española ahora mismo, que es el mexicano Lauro Zavala; y este académico se ha ocupado exhaustivamente de la minificción, de dar pautas, hacer clasificaciones, documentar sus opiniones y publicarlas; es decir, ha estado muy activo indagando, poniendo límites y tratando de escudriñar y ver hasta dónde se extiende el fenómeno.

Él mismo fue quien puntualizó que la minificción actual tenía su origen en las vanguardias del siglo pasado y que también, por supuesto, tenía antecedentes en los textos breves que la humanidad atesora como tradiciones en relatos puntuales, como los que aparecen en las estelas funerarias de las culturas antiguas.

Quisiera referirme a dos categorías que resalta Zavala dentro de las minificciones: el minicuento y el microrrelato. Hay uno de ellos que sí cumple con las especificidades, digamos, de cierta teoría literaria; ciertos cánones que cumple la literatura clásica o tradicional o como quiera llamársele. Porque los minicuentos, de los cuales conocemos montones —por ejemplo, recuerdo ahora uno de Kafka titulado «La verdad sobre Sancho Panza»— sí cumplen con la forma tradicional, o sea, tienen una introducción, un desarrollo o clímax, y un desenlace final.

En esos minicuentos sí podríamos aplicar el análisis literario, tratar de descubrir cuál es la segunda historia de la que hablaba Ricardo Piglia en sus «Tesis sobre el cuento», un ensayo que forma parte del libro Formas breves (aparecido en Buenos Aires en 1999). En mi paso por el Centro Onelio, uno de los textos que más me iluminaron fue este, donde me sorprendió la certera aseveración de que un cuento siempre cuenta dos historias, y de que la estrategia de un relato está puesta al servicio de su historia secreta.

En apenas tres cuartillas, Piglia es capaz de explicar con una contundencia impresionante cómo la historia secreta es la clave de la forma del cuento y sus variantes, y cómo la han manejado Poe, Chéjov, Quiroga, Kafka, Hemingway o Borges. Según él, el cuento clásico a lo Poe «contaba una historia anunciando que había otra; el cuento moderno cuenta dos historias como si fueran una sola», pues la versión moderna del cuento abandona el final sorpresivo y la estructura cerrada y «trabaja la tensión entre las dos historias sin resolverla nunca».

En un minicuento es sencillo determinar cuál es la historia secreta y cuál la visible, sobre todo cuando se sabe que potenciar una de ambas depende del autor que escribe. Porque hay escritores que prefieren dejar la historia secreta todo el tiempo subsumida, como lo haría Hemingway, que te da pistas casi insignificantes para que supongas cuál es la historia secreta, pero nunca te la cuenta. Otros prefieren dejar la historia secreta en segundo plano para que explote al final como una bomba que asuste, enamore o apabulle al lector; en resumen, para impresionarlo con una marca que no pueda olvidar. Y otros que sencillamente cuentan la historia secreta y obvian la visible.

Pero Piglia determinó que todo relato contemporáneo —o que pretenda ser llamado así— lo es porque muestra una tendencia cada vez más fuerte hacia la elipsis. Según Piglia, la teoría del iceberg de Hemingway «es la primera síntesis de ese proceso de transformación: lo más importante nunca se cuenta. La historia secreta se construye con lo no dicho, con el sobreentendido y la alusión».

Y ya está: del minicuento, apretando un poco más las tuercas de la brevedad y la elipsis, caemos en el microrrelato. En él, según Lauro Zavala, el empleo de la ironía, del sarcasmo, del humor y de la paradoja es más evidente que en el minicuento. Los personajes, ambientes y escenarios son apenas aludidos, por lo que su significación recae, en la mayoría de los casos, en el rasgo intertextual.

¿Qué es el microrrelato, entonces? El microrrelato no respeta para nada esa estructura canónica del cuento clásico o tradicional. Al microrrelato lo que le importa es lo que se oculta, o sea, en el microrrelato se hace una elipsis total de la historia, tanto de la secreta como de la visible. Y más aun: en el microrrelato lo que estás proclamando es que hay tantas historias secretas o visibles como el lector quiera.

Es un texto, diríamos, interactivo. No es como el minicuento o como el cuento breve, al que llamábamos breve porque tenía una cuartilla y media, tres cuartillas (que para nosotros también era un cuento muy breve). En este punto comenzamos a darnos cuenta de que el microrrelato no es una anécdota. El microrrelato es una idea, un generador de sugerencias.

La elipsis que hace el autor de un microrrelato debe ser inteligente, ingeniosa, muy creativa. Y lo que debe dar es el espacio para que el lector, ese consumidor que va a leerlo, invente la historia que quiera partiendo de códigos conocidos o que el autor da por sentado que lo son.

Tal vez para muchos esa brevedad resulte exagerada, y a veces sentimos que nos hacen falta esos cuentos largos que te permitían, en varias páginas, introducirte en un mundo total —porque, como decía Cortázar, el cuento tiene que lograr eso, el cuento tiene que crear un mundo donde nada más importe— y cuando uno se sumerge en un cuento de esos de seis, siete o hasta veinte páginas, uno se esponja, se siente acunado por una anécdota que ese autor te está proponiendo y te está enamorando con ella.

Pero ¿qué pasa cuando lees un microrrelato? «El dinosaurio» de Augusto Monterroso, que contiene siete palabras, fue considerado el relato más breve en lengua española desde 1959 hasta la aparición en 2005 de «El emigrante», del escritor mexicano Luis Felipe Lomelí, que contiene solo cuatro:

—¿Olvida usted algo?

—¡Ojalá!

Si tomamos solo el diálogo sacado de contexto, sin el título, no se sabe de qué o quiénes están hablando. Pero ese título, «El emigrante», potencia una historia que cualquier lector podrá imaginar al leer el cuento. Un sujeto pregunta: «¿Olvida usted algo?», como cuando ves entrar de nuevo a alguien que acaba de salir de un lugar. Pero quien le responde «Ojalá» desmiente nuestro primer razonamiento.

Ese cuento está narrando, en una sola palabra —en ese ojalá— todos los horrores que obligaron a emigrar a ese sujeto hablante, a ese sujeto del que no sabemos su nacionalidad, pero sí que tuvo que emigrar por razones que quisiera olvidar, pero no puede. ¿Cuántas tragedias hay detrás de esa palabra, «ojalá»? Represión, pobreza, hambre, dolor, asesinato, persecución política, guerra de pandillas o entre estados, tortura y narcotráfico, violaciones y fusilamientos masivos, y un larguísimo etcétera que le toca al lector completar como le parezca.

Cuando tenemos delante un microrrelato como este, nos damos cuenta de que, con esa elipsis, el autor dio por sentado que el lector conoce todas las posibles historias que el emigrante tiene para contar. Y él elige escamotear la historia, nos da solo cuatro palabras para que nuestra imaginación, o el conocimiento que hayamos adquirido sobre los fenómenos migratorios, se encarguen del resto con los ingredientes que queramos. 

Fotos cortesía de Ediciones La Luz

Al año siguiente de ser declarado el relato más breve, «El emigrante» fue desplazado en 2006 por «Luis XIV», del español Juan Pedro Aparicio, que tiene solo una palabra: Yo.

¿Esa única palabra puede contener un cuento? Los especialistas del tema así lo declaran. Nuevamente, el título es parte imprescindible de la historia. En este caso, podría decirse que ES la historia. El lector debe entender que ese «yo» abarca la historia del absolutismo francés desde la subida al trono de este monarca hasta su muerte a los 76 años de edad. Todas las implicaciones del ego y el yo están ahí, no había necesidad de narrar, describir o explicar nada.

Hay que mencionar que Aparicio nació en 1941, o sea, que tenía en ese momento 65 años, mientras que el mexicano Lamelí, nacido en 1975, tenía treinta años cuando se publicó su microrrelato. Digo esto para marcar que la capacidad de elipsis no es distintiva, como algunos piensan, de los autores más jóvenes, los llamados millennials o nativos digitales. Se tiende a relacionar la brevedad, la ironía y el humor con las redes sociales, que suelen manejar estos componentes a toda hora, pero el caso de Aparicio desmiente con creces que el ingenio con que se condensa una idea literaria sea privativo de edad alguna.

Por último, me gustaría recordar que tanto el minicuento como el microrrelato todavía son susceptibles de análisis literario con las herramientas que aportó el peruano Mario Vargas Llosa en su libro Cartas a un joven novelista de 1997. Con ellas podemos deconstruir el célebre microrrelato «El dinosaurio». Primero: el narrador que escogió Monterroso es un narrador omnisciente exterior y ajeno a la historia que cuenta. Segundo: el espacio que ocupa el narrador en relación con el espacio narrado, que en este caso se narra en tercera persona, confirma que es un narrador omnisciente. Y tercero, el narrador de Monterroso está en un tiempo presente y narra un hecho del pasado mediato o inmediato (los verbos despertó y estaba así lo demuestran).

Y Vargas Llosa escogió precisamente el microrrelato de Monterroso para ilustrar el cuarto problema: el punto de vista del nivel de realidad. Ahí demuestra no solo que estamos en presencia de un cuento fantástico, sino también que el narrador está en un plano realista, opuesto a la esencia fantástica de lo que narra, y lo sabe por una de las siete palabras del cuento: el adverbio todavía. Esa es la palabra que permite a Vargas Llosa afirmar que el narrador de Monterroso narra desde una realidad objetiva, pues de otro modo, no nos induciría a tomar conciencia de la transición del dinosaurio del mundo del sueño a la vida real del relato, «de lo imaginario a lo tangible».

De la elección del narrador, y la relación de este con el espacio, el tiempo y el nivel de realidad de lo que se narra, depende que una historia sea eficazmente asimilada por el lector. Según Vargas Llosa: «Esa capacidad de persuadirnos de su “verdad”, de su “autenticidad”, de su “sinceridad”, no viene nunca de su parecido o identidad con el mundo real en el que estamos los lectores. Viene, exclusivamente, de su propio ser, hecho de palabras y de la organización del espacio, tiempo y nivel de realidad de que ella consta».

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El cuento de Monterroso

Por: Manuel García Verdecia

Decir que el guatemalteco Augusto “Tito” Monterroso es uno de los grandes cuentistas en lengua española y, sobre todo, un maestro en el cuento corto, es casi una perogrullada, pero resulta un precedente fundamental para acercarse a su peculiar obra. Monterroso es un contador por los cuatro costados de su persona, que asume el mundo como algo que hay que tratar sin hacer caso a los postulados establecidos, pues solo el que intenta buscar el lado oculto de las cosas puede acercarse a la verdadera realidad. De modo que, festejar el centenario de este autor es como festejar el acto de contar, uno de los elementos más concomitantes y permanentes de la naturaleza humana.

Monterroso escogió como especie literaria fundamental para verter su aprehensión e intelección de la vida el cuento corto. Ya hablar de cuento simplemente presupone la brevedad como característica primordial. Sin embargo este autor se impone a sí mismo límites más sucintos, a veces sin llegar a la cuartilla. Es un ejercicio que demanda de un poder de concisión tremendo. Pero este es solo posible con una capacidad de invención fecunda. Como declara en su texto «La brevedad», que el autor de textos breves ansía escribir textos largos «donde la imaginación no tenga que trabajar» sin la amenaza del punto final. Está claro que es la imaginación la que consigue llegar a los atajos más favorables para evitar los excesos en el contar, presentando solo los datos imprescindibles. De aquí que sea este uno de los subgéneros más complejos de la labor narrativa, pues en un marco muy limitado de exposición se debe tratar el asunto y alcanzar con eficacia la consumación del conflicto planteado.

Como se sabe, todo cuento gira en torno al esclarecimiento de un problema. Hay un vuelco de la lógica de los eventos que hacen que lo que parecía devenir de un modo no lo haga siguiendo esa lógica sino una propia y, hasta cierto punto, imprevisible. Nada hay más dañino para una historia que lo predecible. Monterroso se apoya en un hábil empleo de la elipsis que, con escuetos apuntes sugerentes y cierta reticencia, plantea las coordenadas necesarias para el florecimiento de la microhistoria y deja al lector aportar lo que resulta obvio en las condiciones que él establece. Si la síntesis consigue exponer las circunstancias esenciales del problema que se presenta, entonces no es necesario ofrecer tantos datos o información accesoria al lector. El autor por lo general se apoya en referencias culturales que se presupone domine el lector con lo cual reduce la información que debe aportar. Con esta ayuda y las deducciones que deriva de la situación, el lector entra en juego y participa activamente en el completamiento de la historia.

Veamos el ejemplo de uno de los cuentos emblemáticos de Monterroso, «La oveja negra». Ya decir “oveja negra” presupone un elemento de caracterización del personaje que es conocido para el lector. Se trata de alguien que rompe las reglas de lo establecido, que va contra el espíritu del rebaño. Por esto no es inusitado que a la oveja negra la fusilen. Tiempo después esta resulta comprendida y reivindicada, algo muy típico de Monterroso, lo azaroso del destino, por lo que se le honra con una estatua ecuestre. Sin embargo, y aquí está el giro detonante para el sentido del cuento, esto se convierte en costumbre, no para enaltecer la rebeldía o la individualidad, sino para que las ovejas comunes “pudieran ejercitarse también en la escultura”. Esta mirada cáustica es la que nos ayuda a penetrar en lo esencial humano.  Notemos, de paso, que el cuento corto se acerca al epigrama pues trata una mínima línea argumental con precisión y agudeza.

Fotos cortesía de Ediciones La Luz

Hombre sabio, conoce que el humor es el único elemento capaz de hacer que las verdades más indigeribles sean atendidas sin dolor, porque nada duele tanto (a pesar del refrán) como la verdad. De modo que su obra está asistida por este elemento de suprema inteligencia, elaborado con una originalidad fuera de lo común. Escritor irreverente hasta el tuétano y con toda justificación, arremete contra toda convención o axioma idiotizante, apelando a la mueca sagaz para alertarnos y hacernos ver la vida de una manera más productiva. De modo que toda su obra podría estar signada por aquella vieja sentencia: «No os toméis la vida demasiado en serio, pues de ningún modo saldréis vivos de ella».

Dentro del humor su figura preferida es la ironía. Lo hemos visto en el cuento mencionado, las estatuas no buscan exaltar a las ovejas tristemente ejecutadas sino permitir un ocio creativo a sus semejantes que las fusilan. Es esta mirada que descubre el ángulo oculto de un asunto lo cardinal para la ironía. Ella intenta mostrarnos, por el desencuentro entre una proposición y la consecuencia que resulta, las contradicciones en diversos fenómenos. La incoherencia entre lo que parecía ser y lo que finalmente es lograda mediante la caricaturización de un fenómeno ayuda a percibir, por oposición, los verdaderos valores que tal situación refleja. La ironía expone la verdad por un énfasis en lo falso.

No resulta fortuito que, dentro de la narrativa, Monterroso se haya inclinado fundamentalmente por la fábula. Incluso en sus ensayos hallamos presente lo imaginativo, la fabulación, porque esto le permite establecer un acercamiento menos escolástico a los asuntos que trata así como una aproximación más amigable al lector. Quien inicia la lectura de alguno de sus textos no puede menos que quedar rendido a sus pies por lo ameno y curioso de sus formulaciones. Sabe que lo que se vive es común y que «solo la forma de contarlo diferencia a los buenos escritores de los malos» (La palabra mágica). Esa elección tiene que ver con la intención general de la obra de este autor. Monterroso en sus cuentos nos lleva a derivar de cada microhistoria algún juicio oportuno, si no estrictamente como un ejemplo moral a la manera del Conde Lucanor, sí fundamentalmente de corte existencial. El cuentista quiere que, junto a él, aprendamos a entender y ejercer la vida de manera más lógica y cierta, sin regalos a los prejuicios o esquemas falsos.

Leer a Monterroso sirve para no aburrirse y, más, para no aburrarse. Con su lectura acentuamos la significación de mirar a la vida con cordura y amabilidad, en actitud desprejuiciada y dialéctica. Esto nos permite reírnos de nuestras necedades, aceptarnos tal como somos, reconocer la relatividad de cuanto acontece y apreciar los valores ciertos que ella nos ofrece. Que no nos suceda como al Burro de su fábula, que encontró la flauta abandonada, tocó una música sublime y, desapercibido, la tiró, desechando con ella lo único hermoso que había logrado en toda su existencia.