Blanco y Azul


Todos los lagos son un trozo de océano

La exploración del amor y el sujeto femenino son dos de las líneas centrales de la narrativa de Barbarella D’Acevedo (La Habana, Cuba, 1985). Teatróloga y profesora del ISA, la escritora egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, ha recibido varios premios y becas literarias en los últimos años, entre ellos: la Beca de creación Caballo de Coral (2018), XIX Premio de poesía Paco Mollá (2021) y el premio Hermanos Loynaz en Literatura infantil (2021). Su obra narrativa es bastante prolífica y agrupa varios volúmenes de cuentos, entre ellos: Músicos ambulantes (2021), El triunfo de Eros (2021), Habana pulp misión (2022) y Blanco y Azul (2022).

Los nueve relatos de este último volumen, Blanco y Azul, publicado en 2022 por la Editorial Primigenios —mismo año en que obtuviera el Premio de la Ciudad de Holguín en Narrativa[i]—, hacen eco de las líneas centrales en la narrativa de su autora. Se mezclan en sus argumentos elementos de fantasía, símbolos universales y la vida mundana, con un tono y enfoque que da a los sujetos femeninos y su experiencia vital un papel central dentro de todo el conjunto. Esta voz femenina e interesada en este rasgo esencial, incluso en relatos donde se aborda el punto de vista masculino —«Del lado del corazón que no se sabe y otras cosas no dichas», «Y el tiempo…»—, se conecta y hace heredera de las diversas generaciones de escritoras que comenzaron a interesarse por los conflictos femeninos y a publicar su obra a partir de la segunda mitad del siglo pasado, fundamentalmente en las dos últimas décadas y luego en la primera del actual siglo.

Las protagonistas de estos relatos son mujeres que aman, que desean y experimentan «la costumbre de alimentar, dar alimento, servir el alimento» a un otro o a varios otros externos e identificados en lo general como masculinos. Eva, Teresa, Bárbara, Alma, y las anónimas de los restantes cuentos, son todas mujeres distintas y al mismo tiempo parecieran la repetición de una sola, un juego de espejos infinito en que un único ser se multiplica en distintos rostros e historias, pues «La mujer a ratos, por aburrimiento juega a ser otras. Y escribe o se mira en el espejo».

El primero de los relatos marca una constante de las páginas siguientes: la distancia e incomunicación entre el sujeto femenino y el masculino; estos se entrelazan y juntan a lo largo de los relatos, pero sin que haya entre ellos una verdadera integración o entendimiento. Eva que se esconde en la soledad y la escritura y lo espera a «Él, que a cada rato se va y no vuelve, o vuelve demasiado a deshora…», mudada de piel y transformada en otra nueva, termina por: «Matar para vivir. Con el fin de que tres dejen de ser tres, y solo exista uno. Una. Unidad en el tiempo. Siempre el tiempo y un jardín. El patio y mis olores». La muchacha de «Raíz» que, al guía que le lleva a ella y a otra pareja por las montañas, «Quería decirle mucho, tejerse ante él, desenredarse incluso, sin lograrlo…». La anónima escritora de «Intensividad», amante que reclama al hombre que se va porque se tiene que casar, le dice: «Estoy sola, ¿dónde estás tú?» y cuando él la acusa de convertirlos en personajes de ficción ella replica simplemente: «La mujer crea».

También escritora es la protagonista del cuento que da título a la compilación: Alma que huyendo de su isla se halla «en un rincón de la tierra tan ajeno, tan blanco y azul», sin que la distancia pueda librarla de aquello que la seguía «a cualquier parte» y se convierte en Ariadna junto a un Teseo que es al cabo semejante al Minotauro. Ella, que huye, se encuentra con un «él que no es él, sino su doble, gemelo, o él mismo que miente», porque son también como los lagos todos los hombres, un trozo del océano y el tiempo no puede moverse en una sola dirección, por lo que en su unión se universalizan y son «de nuevo, un hombre y una mujer». Es, en esencia, a esto a lo que podrían resumirse estos relatos de amor: un hombre y una mujer, uno que toma y otra que da.

Así, la anónima mujer de «Carne» es solo una MUJER en mayúsculas que podría ser cualquiera y reconoce como «El HOMBRE, un HOMBRE, reclamaba siempre su alimento aunque llegara de paso». Ambos podrían ser cualquiera, personajes sin nombres. Pero en definitiva ella, que «siempre había soñado con esa idea de alimentar a los demás», con la piel fina como la de una cebolla, no puede resistirse al «impulso en ELLA de cortar los pedacitos de su piel, así, soportando el dolor o el miedo, ese impulso de alimentar al HOMBRE, servir de alimento». Y en esto último se reconoce también a Bárbara y su hombre alado, su «hombre que había resistido a la muerte, así, sin que hubiese mediado una palabra entre ambos, le acariciaba el cuerpo con las manos, explorándole la cima de sus caderas, pero también las oquedades del vientre, en avideces de cachorro con hambre».

A través de estas experiencias del amor es que se multiplican los sujetos femeninos de Blanco y Azul, se conectan por la forma en que sienten o han sentido los mismos impulsos y deseos. Esta multiplicación es no solo el reflejo continúo que se forma con la lectura de los distintos relatos, sino que se da también a nivel interior en cada una de las mujeres de los cuentos. Aman y se transforman múltiples veces dejando atrás «esa piel vacía en un rincón, inútil cual una media vieja, como si no fuera su piel, y sí la mía, una muy vieja, de la cual por fin conseguí deshacerme». Si para Bárbara el amor regresa en forma de «punzada en su vientre como el anuncio de la vida», no para todas es necesariamente la maternidad el sentido estricto de su instinto creador, algunas incluso cierran sus cuentos con incertidumbre, sin saber «cuánto podía haber sido y además en aquello que no: ciudades, hijos, nombres, cenizas, restos de mate, labios y abrazos incapaces de perdurar».

En otras palabras, podría entenderse que las mujeres de los relatos de Blanco y Azul, todas o una sola multiplicada, juegan a verse a sí mismas, a entenderse, a tejerse y destejerse frente al espejo desde la óptica del amor cuando el viento típico del Egeo trae los recuerdos «de Odiseo y de Ítaca».

Nota:

[i] Este cuaderno obtuvo el Premio de la Ciudad de Holguín en Narrativa, y está pendiente su próxima publicación en Ediciones Holguín.