ballet
Entre piruetas y pliés: Una danza por los sueños
Desde sus primeros pasos en el campo de fútbol hasta su inesperado encuentro con el ballet en el Teatro Nacional de Cuba, Isaias Rodríguez Peña nos lleva en un viaje de epifanía personal. Recuerda claramente aquella tarde cuando, fascinado con “Don Quijote”, sintió un cambio sutil pero profundo en su percepción del arte. “¿Qué tiene el ballet que cautivó su corazón? ¿Quiénes son los bailarines detrás de estos personajes envolventes?”, se preguntaba –quizás– aquel chiquillo de unos ocho años, quien desde ese momento soñó con pirouettes y chaînes y otros tantos movimientos en ese entonces para él incomprensibles.
Es así que su amor por la danza floreció. Después de aprobar los exámenes para ambas disciplinas de la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso, su madre, con visión y apoyo inquebrantables, lo guio hacia un nuevo camino, donde tuvo que enfrentar una elección crucial. Con determinación, eligió el ballet clásico.
Así, de pasos de baile populares, en los que se divertía con sus amigos, a elegantes movimientos, Isaias se convirtió en un bailarín en crecimiento. Su historia es un testimonio del poder transformador del arte.
En pointe: Un joven hacia la excelencia
A medida que avanzaba en su formación, tuvo que enfrentarse a una preocupación constante: su peso. Con el apoyo de su familia se embarcó en una travesía psicológica para controlar sus hábitos alimenticios y adoptar un enfoque más saludable hacia la comida.
A lo largo de este proceso, tres bailarines se convirtieron en fuentes de inspiración. En primer lugar, Carlos Acosta, cuya técnica, calidad de movimiento y presencia escénica dejaron una profunda impresión en él. Además, el consejo de observar cómo se movía e interactuaba con sus compañeros resultó invaluable para su desarrollo personal.
Es así que comenzó a estudiar videos de ballet con una nueva perspectiva; buscar aprender de los estilos, pero sin perder su propia identidad artística.
“Gracias a ProDanza, de la maestra Laura Alonso, es que he adquirido poco a poco esa calidad de movimiento en escena y profesionalismo. Laura, no sé, ella vio en mí un rayito de luz, de talento. Me propuso el papel de Sigfrido en el Lago de los cisnes y yo le dije: ʻMaestra, ¿usted está segura? Yo acabo de salir de la escuelaʼ; y solo me respondió que confiaba en mí. Hicimos una gira internacional, donde también interpreté el protagónico en El Corsario y otras representaciones del Cascanueces.
“Estoy muy agradecido, no solamente con Laura, también con los demás maestros Romelio Frómeta, Lourdes Álvarez, Sayli Lamadrid, Moraima Rodríguez… Todos me han apoyado y han dejado caer en mí su granito de arena para ir construyendo la montaña”.
–En tu presentación en el «Ballet Beyond Borders», ¿cómo te conectaste con la pieza desde el punto de vista emocional?
Me fui adentrando en el personaje de una nueva manera; en este caso, en el papel del mercader al interpretar el Pas de deux “La Esclava y el Mercader”, del ballet El Corsario. Primero busqué todas las características y luego las incorporé a mi personalidad, impregnando mi sello. Recuerdo que no hubo muchos ensayos, porque coincidía con la gira en Pinar del Río. Pero indagué, estudié y asumí la interpretación desde otra forma a como la había hecho anteriormente.
–En la danza, cada actuación y competición presenta desafíos. ¿Puedes compartir algún momento retador?
Recientemente, con mi compañera de ProDanza, Rachel Mendoza, interpretamos el tercer acto de Don Quijote y tengo que decir que fue estresante para mí. Ese fue el primer ballet que presencié por el Nacional de Cuba. En los ensayos me concentraba tanto que llegué a frustrarme cuando no me salía como quería. Cuando me fallaba algo mínimo, lo que es lógico porque es un ensayo, me molestaba y no me daba cuenta que lo único que hacía era ponerle piedras a la evolución de nosotros dos.
La maestra se me acercó y me dijo que cuando uno baila no tiene que hacerlo perfecto, lo más importante es que se disfrute. Y gracias a sus palabras fui saliendo del laberinto que había creado.
Digo con sinceridad que la mejor sensación es divertirse en escena; simplemente tener la certeza de que bailaste e hiciste lo que has hecho toda una vida.
–La danza tiene el poder de transmitir emociones y conectar con el público. ¿Cómo manejas ese vínculo mientras te presentas en el escenario?
El escenario es mi lugar seguro. Siento que puedo ser yo en mi totalidad; expresar mis sentimientos a través de movimientos corporales.
Hay una sensación extraña que me sucede a cada rato; antes de salir estoy un poco nervioso, es normal, la adrenalina, pero una vez que termino de bailar y voy directo al camerino, me entran unos deseos enormes de regresar a escena e interactuar con el público; seguir bailando.
Siempre relaciono todos los personajes con las personas que asisten a apreciar la función. Por ejemplo, Sigfrido en El lado a los cisnes. A la hora de buscar el cisne paso mi mirada por el teatro, simulo que les pregunto a ellos si lo han visto o si me puede ayudar a encontrarlo, porque bailamos para todos los que presencian la obra.
Isaias junto a Melisa Solorzano nos regalan estas imágenes danzando sobre adoquines. / Jorge Luis Sánchez Rivera.
–Después de este éxito, ¿cuáles son tus metas y aspiraciones futuras en el universo danzario?
Mis objetivos siempre han sido los mismos desde que salí de la escuela. Quiero que las personas en Cuba y el mundo en general me conozcan ¿Quién es Isaias Rodríguez? Espero que por el arte que transmito, por la forma de bailar, las interpretaciones… sepan quién soy.
Por eso, a los que empiezan, solo les sugiero que nunca abandonen sus sueños si realmente lo que desean es bailar.
–Finalmente, ¿cómo ha impactado el ballet en tu vida más allá del escenario y las competiciones?
Cuando en octavo grado decidí que quería ser bailarín, mi vida dio un giro de 180 grados.
En vez de ir al parque a jugar fútbol o béisbol, me iba a mi cuarto o a la sala de mi casa a hacer ejercicios de estiramiento, hacer plan de abdominales… Ya no tenía mucho tiempo para compartir con los amigos del barrio; estaba centrado en un propósito.
Mi mamá siempre ha confiado mucho en mí. Fue la primera que me dijo: ʻ¿No te gustaría hacer las pruebas?ʼ Gracias a esa pregunta hoy estoy en el mundo del arte. También mi abuela ha sido una persona muy recta y fuerte, sobre lo que podía o no comer, aunque a veces escondida me daba un chocolatico (risas). Mi padre era el que más se movía conmigo para los ensayos, los lugares de las actividades…
En sí, la familia ha estado luchando a mi lado, impulsándome. Por eso digo que cuando bailo en el escenario, ellos están conmigo. Son de los que nunca han tirado la toalla ni tampoco me han permitido hacerlo.
En momentos me han preguntado si quiero dejar el ballet, que me van a apoyar en cualquier decisión. Pero si realmente te hace feliz, dicen, no lo dejes. Es el mismo consejo que les doy a los demás: Si te gusta, lucha hasta el final.
El «Ballet Beyond Borders HAVANA 2024» deviene oportunidad para que bailarines de todos los niveles y géneros de varias partes del mundo muestren sus habilidades y creatividad. / Cortesía del entrevistado.
Romances de una Fille mal gardee… en Pinar del Río
Sin descorrerse el telón, la melodía de la centenaria partitura musical creada por Peter Ludwig Hertel genera una sensación de plenitud y tranquilidad. Pero nadie se llame a engaños. La fille mal gardée de Jean Dauverbal, en versión coreográfica de Laura Alonso, es algo más que una historia bucólica, apacible. Posee los elementos, la picardía, la dinamita necesaria para provocar al espectador más incólume. Así sucedió cuando se estrenó a fines del siglo XVlll y así acontece en el presente.
Charles Maurice en su Histoire Anecdotique du Théâtre señala que Jean Dauverbal (1742), el magnífico bailarín y maestro formado en la Académie Royale de Musique (Opera de París), se inspira en un grabado colorido que observara en una tienda de lacas –en el que se muestra a un joven campesino huyendo de un granero, mientras una señora que le lanza un sombrero y una joven llora– para componer La fille mal gardée.
Estrenada 1 de julio de 1789 en el Teatro de Burdeos, la obra en sí misma constituyó una revolución. Dauverbal la erige rompiendo con la estética creativa de su tiempo. En La fille… muy acertadamente se arriesga a materializar el pensamiento danzario que expresa en las famosas Lettres sur la danse et sur les ballets, su maestro Jean Jorge Noverre desarrolla una acción lógica, con un planteamiento, un desarrollo y un cierre; representa la realidad del contexto para el que crea, conforma un vestuario según la época; presenta seres humanos y no dioses en escena.
Pero desde nuestro punto de vista, lo más significativo en este ballet es que no aborda el universo de la nobleza, sino el de la pujante burguesía que en nombre de la libertad, igualdad y fraternidad protagonizara la legendaria Revolución Francesa: examina parte de sus principales búsquedas, comportamientos y fundamentalmente, sus contradicciones.
Laura Alonso, que es un pilar de nuestra cultura, como gran maestra que es, conoce el valor de la tradición, de los fundamentos técnicos, estilísticos, temáticos sobre los que se erige el repertorio balletístico nacional y el internacional. Quizás por eso cuando el espectador se topa con su versión de La fille… llega a sentir que esta maestra tuvo bien claro el porqué, el cómo y dónde volvía a invocar la pieza de Dauverbal (más allá de lo importante que pueda ser regresar sobre un clásico).
Respaldada por disímiles voces –Aumer, Lev Ivánov y Marius Petipá, Bronislava Nikjinska, Alicia Alonso, Frederick Ashton– que han ofrecido miradas disímiles sobre La fille mal gardée, Laura Alonso vuelve sobre este ballet y toma muy atinadamente la decisión de expedirlo. Si el original estaba compuesto en dos actos y tres escenas, la versión coreográfica de Alonso es en tres actos, lo cual propicia una cuidadosa resolución de la trama danzaria.
Y aunque para algunos pueda ser cuestionable, la gracilidad de la coreografía ideada por Laura Alonso no reside en golpes de efecto acostumbrados en ballets ya clásicos: figuras, diseños, complicados pasos, giros artificiosos. Aquello verdaderamente agradecible se encuentra en el certero desarrollo temático y en la coherente conjunción, aprovechada al máximo, del elemento danzario y el teatral, como soportes que sostienen el despliegue del relato escénico.
Hilvana, Laura Alonso, una escritura coreográfica impregnada teatralidad en la cual recursos como el uso deliberado de lo grotesco, lo burlesco, la caricatura acentúan la comicidad de la situaciones escénicas. La pantomima clásica –un elemento por el que se debe continuar abogando por su correcta conservación en nuestros escenarios– es un potencial narrativo que en La fille…, conecta sucesos, despeja brumas, genera humorismo, que contribuye grandemente definir el carácter de los personajes, los objetivos que persiguen, cuáles son sus contracciones, los puntos de giro que modifican su comportamiento: la danza de Mamá Simone y Don Tomás, en el campo (segundo acto) o la escena en que esta da su consentimiento para que Collin y Lisette se unan (tercer acto), son una muestra de creatividad.
Por lo cual la coreografía de Laura Alonso es capaz de mantener un tono, un estilo muy coherente, cercano al que demandaban para su construcción de los llamados ballets de acción; y que es el sello de La fille mal gardée (de la que como se sabe, solo se conserva su tema original).
Por otra parte, no menos atendible es el efecto que causa La fille mal gardée en el espectador. Si bien es un privilegio degustar del segundo ballet más longevo de la historia de la danza[1], mucho más lo es ser testigo de la profundidad, de aquello que invoca esta pieza vista desde la mirada de la Alonso.
Aunque los bailarines, los personajes visten a la manera del siglo XVlll, no se experimentan tan lejanas las situaciones, sus conflictos, ambiciones y anhelos. La evocación de una lejana Francia, donde habitaban distintos estratos sociales, con sus búsquedas y obsesiones, en que subsistir era una cuestión dura del día a día; en la que quien tenía más se llevaba la mejor tajada, habitaba las mejores fiestas y tabernas, obtenía los mejores favores, de alguna rara manera no resulta tan incongruente, tan distante al público de este momento.
Hay en esa realidad recreada verdades eternas, zonas todavía discutibles. Los arreglos que establece Mamá Simone para casar a su hija con el descendiente de Don Tomás, intereses de medio por supuesto, fueron tan tristemente legítimos en aquellos tiempos como lo pueden ser en este minuto.
Las adversidades que debe franquear un Collin, dado su bajo estatus, para alcanzar a su pretendida, fueron en la Francia dieciochesca y aún son una perenne realidad que se renueva en estos difíciles días marcados por las precariedades y las urgencias de todo tipo. Como también es una realidad que pese a las adversidades, ante muchas situaciones y circunstancias, vence el amor.
Asistir a La fille…, de la Compañía de Ballet “Laura Alonso”, es mucho más que ir a ver un frío mosaico de época (tal vez por eso uno llega sentir más vivo este ballet que otros que le siguen en el tiempo y que se alejan de toda la realidad). Es de algún modo una forma de participar, que se borren los linderos temporales, de saber que también pueden ser nuestras aquellas circunstancias que vivieron los personajes que se dieron cita en Burdeos unos días antes de la Toma de la Bastilla.
Por otra parte podemos referir que ha sido una decisión muy sabia y también por qué no, arriesgada –todo buen maestro toma sus riesgos–, que Laura Alonso haya dado la posibilidad a jóvenes recién egresados de la academia que asumieran, en su visita a Pinar del Río, los rostros de los personajes que conforman La fille mal gardée. Esta estrategia permite que los más novicios pulan sus herramientas, que se sientan probados en escena, que se les impongan retos y se sientan ese relevo necesario que necesita la Compañía de Ballet “Laura Alonso” y el Centro ProDanza.
Y si bien quedó demostrado que el team todavía necesita ganar en seguridad, despejar tensiones, disfrutar más la expansión de la ficción en escena, prestar atención a destalles como su apariencia física en función de la contextualización de los personajes en época (peinados masculinos); no es menos cierto que el trabajo de conjunto fue muy digno.
Aplaudible sin dudas es la labor de Antoine González. Se luce en su mamá Simone. Asume con un desenfado admirable este rol. Sin manierismos, pero tejiendo un serie de rasgos que conforman la feminidad de su personaje, va bordando una partitura física, gestual, en la cual su pantomima, que a veces explora lo grotesco premeditadamente, es correctísima. Demás está decir que su trabajo ha sido como sal de la puesta, le ha dado un sabor peculiar e irremplazable.
No menos valía tiene la interpretación de Alin, por Alex. W. Navarro. Moviéndose en el borde de la caricatura, pero sin ser vulgar; es capaz de dar con su mirada –otros se hubiesen valido de recursos más convencionales y más facilistas–, con su peculiar forma de moverse, la ingenuidad superlativa de su personaje.
Una que no incomoda, que no genera pena, sino que es matizada con un cuidado que uno llega a querer a este personaje. Llega a sentirlo más humano.
Más cuando el bailarín despunta brillantemente en los momentos en que se le presentan complejidades técnicas como los saltos y los giros complejos. Demás está decir que es muy digna de reconocer su valentía cuando surca el espacio prendido de un accesorio al final del segundo y tercer acto de La fille…
Las tres jóvenes, Tahlia Pérez, Alejandra Rodríguez y Jeannette L. Estrada, que asumen a Lisette, ofrecen, desde sus individualidades, un color distinto y brillante a este personaje. No obstante, destacable en particular es la huella trazada Jeannette que debuta por lo alto en dicho rol. Esta joven llena de delicadeza, picardía, frescor juvenil a su Lisette.
Menos dicha quizás tuvo alguno de los muchachos que asumieron a Collin. Todavía les falta ganar en seguridad en la parte técnica. Perfilar su caracterización, dotar al personaje de la energía que requiere. No reducir su presencia a la del mero porteur de la bailarina. Collin es un personaje que reclama más que esto.
Con todo, sería injusto dejar de reconocer la asunción de Collin, por Yoan C. Rodríguez. Logra este, ser más certero, salir ileso de impresiones técnicas y sobre todo, ofrece una caracterización más sólida que sus compañeros.
La fille mal gardée, los tres días que se presentó en el teatro Milanés, logró conquistar al público pinareño. La mano certeza de Laura Alonso conformó una fábula escénica que dura por casi dos horas, pero que este tiempo no se hecha a ver, dado que posee la calidad coreográfica los ingredientes de teatralidad, la dinámica, sabia comicidad, que seducen al espectador.
La Alonso lleva en sus venas la amplia experiencia de vida, el eco de los aprendizajes de los diálogos familiares, aquellos que frente a ella protagonizaron su madre, Alicia, su padre, Fernando y su tío, Alberto, responsables de la conformación de la técnica de la Escuela Cubana de Ballet y de gran parte de las obras que habitan no solo en el repertorio del Ballet Nacional de Cuba, sino de prestigiosos elencos del orbe. Por eso, este encuentro con La fille mal gardée no fue solo una experiencia estética o vano divertimento. Fue más allá.
Fue el encuentro con la tradición, con la relectura atenta y juiciosa de un clásico. Devino un espacio para que el público también encontrara en el ballet, más allá los criterios tradicionales que solo se esperan cuotas de virtuosismo en escena, un espacio de reflexión ante el espejo de la ficción, un lugar de auto reconocimiento, y por qué no, provocación.
Gracias pues a La Compañía de Ballet de Laura Alonso, al Centro Prodanza y su directora, Laura Alonso, que regaló a Vueltabajo la posibilidad de ver por primera vez y de forma completa una obra tan significativa para la danza como lo es La fille mal gardée.
Nota:
[1] Dado que el más antiguo que se conoce es Los caprichos de cupido y el maestro de ballet (1786), de Vicenso de Galeotti.
La fotografía como aliciente de vida
(Entrevista a Lourdes Guerra Mesa)
Cierto es que el artista posee una sensibilidad inherente a su personalidad que le lleva a escoger determinados caminos por los cuales expresarse desde el arte. Lourdes Guerra (La Habana, 1956), precisamente con esa sensibilidad y alma de artista, incursionó con pie certero –o, mejor dicho, con ojo certero– en el universo de la fotografía con una capacidad para concebir imágenes que remueven los sentimientos.
Su producción no es fortuita. Ella lleva a cabo un proceso de realización a conciencia, meticulosamente pensado y enfocado para establecer un diálogo con el receptor. No intenta imponer un criterio, sino persuadir a partir de la sutileza y dulzura que emanan de sus piezas, para apreciar en nuestro contexto, en nuestra cultura, en nuestro devenir flashazos que recogen lo viejo y lo nuevo, lo tradicional y lo moderno, la quietud y el movimiento, la belleza en aquellas zonas destruidas u olvidadas.
He aquí los testimonios de una carrera en ascenso, que procura un desarrollo y alcance exquisitos dentro del panorama de la fotografía cubana. Sigamos de cerca los criterios y las imágenes que emanan de esta artista del lente.
Coméntame un poco cómo y cuándo comenzaste en la fotografía.
Creo que ya sea un arte, un oficio, una profesión, incluso hasta un hobby, todos tenemos un denominador común y es el hecho de habernos valido de personas cercanas que nos han ayudado a dar los primeros pasos. En casa siempre hubo cámara fotográfica –una Kodak– que mi padre utilizaba para dejar constancia de eventos familiares. Con el transcurso del tiempo, vinieron otras como la Vilia, una Smena, una Praktica y allá por los 90´s llegó a mi mano una Ricoh que para mí constituyó un puente entre la época analógica y la era digital dadas las prestaciones que esta cámara tenía y con la cual pude documentar viajes de trabajo que hice a Alemania y Namibia en esa misma época.
Definitivamente, fue mi madre quien determinó esa inclinación dado su gusto por repasar con cierta regularidad todas las fotos de la familia y las artes en general. Ahí comenzó el hechizo, aun sin tener conocimientos de fotografía. No puedo dejar de mencionar a un querido amigo y gran fotógrafo cubano, Leonel Fernández Delgado, quien también contribuyó mucho a mi formación académica al tenderme su mano de forma desinteresada e incondicional.
Por lo que explicas, podemos decir que eres una fotógrafa de vocación autodidacta, pero quisiera que me comentaras brevemente cuáles han sido tus experiencias desde un aprendizaje académico. ¿Cómo ello ha influido en tu carrera como artista?
Luego de mis primeros pasos de la mano de Leo, como te decía, llegaron Tomás Inda, Rogelio Durán, Márgel Sánchez, todos de la Escuela de Fotografía Creativa de La Habana (EFCH); Rufino del Valle, el Dr. Ramón Cabrales, ambos de la Academia de Arte y Fotografía (hoy Casa del fotógrafo); El Chino Arcos con su magnífico Taller de la UNEAC; y, Grethell Morell, una extraordinaria mujer, curadora, historiadora del arte y Premio Nacional de Crítica, quien definitivamente vino a marcar la diferencia entre un antes y un después en la búsqueda por la distinción de ese rasgo que identifica tu trabajo y los detalles que resultan invisibles a otros ojos.
Tienes una exquisita producción fotográfica donde has abordado la danza con un halo preciosista y elegante, y una delicadeza visual y técnica en el trabajo con las luces, los movimientos, las puestas en escena, los bailarines, que han sido para ti motivos de lauros –de lo cual hablaremos más adelante–. Este halo poético también siento que emerge en otras de tus series, por ejemplo, en Travesías de Madrid a La Habana, Poesía del sujeto o Con La Habana a cuestas. ¿Cómo entablas esa relación entre tus fotos y lo poético?
Como bien expresara Eusebio Leal, hay que conocer de dónde venimos para saber a dónde vamos. Tanto la educación que me dieron mis padres, como la formación que tuve de ballet, y mi trabajo como traductora, hicieron que me convirtiera en la persona que soy hoy.
En mi casa siempre se ha escuchado música clásica; mi padre fue abogado, mi hermano médico, mi esposo economista: todos apasionados de la literatura con una sed casi desmedida por la lectura; por eso hoy día cuando entro en una casa y no veo un libro se me enfría el alma. También mi desempeño como traductora/intérprete en un centro de investigaciones políticas me dio la oportunidad de trabajar con intelectuales, académicos, diplomáticos y, con todos, se abrieron en mí nuevos horizontes. Con ello quiero decir que estos múltiples lenguajes aprehendidos a lo largo de la vida me han permitido crear el mío propio y como consecuencia navegar en aguas mansas para buscar y hallar lo poético a través del lente, pero sobre todo con perseverancia, que la creo mucho más importante que el talento.
De igual modo, eres una artista que trabaja la cuestión social, antropológica y sociológica en tus fotografías, con ese marcado acento poético, lírico que le otorgas a tus imágenes, como ya estuvimos dialogando. En ese sentido, ¿cómo decides escenas y encuadres? ¿Hay una concepción previa, un análisis consciente antes de disparar el obturador?
Para llegar a ello es indispensable primero mucho estudio, ver muchas imágenes, buena filmografía, mucha práctica y lecturas tanto de literatura en general como aquellas, casi obligadas, relacionadas específicamente con la fotografía, digamos Historia de la fotografía, Estética fotográfica, El instante decisivo, La cámara lúcida y muchos otros títulos. Una vez que logras interiorizar toda esta información teórica además de conocer tu cámara para explotarla al máximo, el ojo ya entrenado te permite componer y por tanto decidir los elementos que conformarán la escena teniendo en cuenta para ello iluminación, color, textura, etc.
En mi caso, como tiendo mucho al detalle, a la simplicidad y a los encuadres cerrados, efectivamente hay un análisis previo, consciente: me valgo de la teoría del in y el out para destacar el centro de interés y dejar fuera el resto de la historia con el objetivo de que sea el espectador quien la complete. Dentro de la escena, también me ayudan aquellos elementos que representen figuras geométricas sobre todo las líneas: tengo un amigo que acostumbra decir que soy euclidiana.
Quien observa tu trabajo en conjunto puede apreciar que hay, en tu modus operandi, una inclinación especial por las luces y sombras, por reflejar un tratamiento minucioso y delicado con las zonas iluminadas o ensombrecidas, lo cual en muchos casos es el toque fundamental de la escena. ¿Cómo ha sido tu trayectoria y crecimiento en este sentido?
Creo que el manejo de las zonas de sombras y luces es algo que lo tengo incorporado desde la infancia teniendo en cuenta mi formación. Mi madre, aunque indocta, tuvo la suficiente inteligencia natural para inculcarme su ascendencia artística: José Vilalta y Saavedra, importante escultor del siglo XIX y principios del XX con una vasta obra tanto en Cuba como en Italia, país donde tuvo su propio taller, y donde lamentablemente falleció olvidado y en la más absoluta pobreza. Además, sembró en mí lo que acostumbro a llamar “un pensamiento semilla” que se traduce en la búsqueda continua de las luces y las sombras: fíjate siempre en las luces y las sombras, me decía incesantemente. Hoy por hoy, constituye mi leitmotiv y esto me permite captar escenas con sensaciones tensas, misteriosas, melancólicas, según el espacio que se presente ante mí o el mensaje que quiera transmitir con la imagen.
El fotógrafo español Fernando Guerra expresó en una entrevista: El simple hecho de que la luz cambie hace que la fotografía también cambie. Lo que era banal hace media hora, se convierte en la fotografía.
¿Cuáles artistas, sobre todo del lente, ya sean cubanos o extranjeros, consideras que son referentes de cabecera para ti y tu trabajo?
A medida que uno transita este largo camino creo que los referentes van cambiando teniendo en cuenta los trabajos realizados y la madurez alcanzada. Cuando me preguntan por los referentes siempre viene a mi mente la idea de un río que, en la medida que avanza su cauce, va nutriéndose de diversos afluentes que enriquecen su caudal. Por tanto, trasplantando esto al plano fotográfico, digamos que los referentes han tributado al desarrollo y madurez de todo el trabajo.
En mi caso particular, como creo nos pasa a todos, han sido varios: en un principio me identifiqué con la obra de Rosemarie Klausen, fotógrafa alemana especializada en teatro; Josef Koudelka, fotógrafo checo quien en sus inicios también desarrolló este género y Sonia Almaguer, gran amiga y fotógrafa cubana con una vasta obra dedicada a este género.
En el caso de la arquitectura, pues los clásicos Alfred Stieglitz y su discípulo Paul Strand, además de José Grandal y Lissette Solórzano. Si hablamos de danza no puedo dejar de mencionar a Robert Doisneau, André Kertesz, Alexey Brodovitch, Leysis Quesada y Jorge García Alonso.
Actualmente, mencionaría a Torben Eskerod, fotógrafo danés con un exquisito trabajo de interiores; Italo Zannier, considerado el padre de la fotografía moderna italiana; Todd Hido, quien destaca por el trabajo de la luz y la limpieza del color; la danesa Trine Sondegaard; Inge Morath, maestra del blanco y negro, llamada “la fotógrafa de la calma”; Marc Riboud, francés, de encuadres muy concentrados en la relación de los lados; Chauncey Hare, maestro en dividir las escenas y aprovechar ventanas y toda puerta abierta; Diana Markosian y Vanessa Pallotta quienes también van por esta línea y la Pallota en particular lleva los elementos al borde del encuadre; la alemana Cándida Hofer y sus ambientes laborales que van desde la opulencia hasta lo minimalista; y por supuesto, Sabine Weiss, suiza naturalizada francesa, aun en activo, considerada la fotógrafa de la luz y la ternura, enmarcada dentro de la corriente de la fotografía humanista. Hay muchos otros, pero la lista se haría interminable… y espero que muchos referentes más lleguen y continúen enriqueciendo mi caudal.
En tu carrera artística has sido merecedora de varios premios y reconocimientos. Coméntame sobre algunos de estos lauros, en el marco de cuáles eventos han sido entregados y qué han significado para ti dichos reconocimientos.
Efectivamente, han sido varios, y estoy muy agradecida por cada uno de ellos. El premio más reciente, fue el pasado mes de diciembre (2020), durante la VI edición del concurso “Lente Artístico”, evento que organizó la Oficina de Monumentos y Sitios Históricos del Centro de Patrimonio Cultural de La Habana, así como la mención especial que en este mismo concurso me otorgó el Consejo Asesor para el Desarrollo de la Escultura Monumentaria y Ambiental (CODEMA).
Anteriormente, en 2017, me premiaron en el Salón “Ciudad sin Límite”, concurso que se celebra anualmente dentro de las conmemoraciones por el aniversario de la Villa de San Cristóbal de La Habana.
En 2016 obtuve otros dos: el Premio “La Academia”, por toda la obra realizada, otorgado por la Academia de Arte y Fotografía Cabrales del Valle y el premio entregado en el I Salón de Mujeres Fotógrafas “Tina Modotti”, auspiciado por la Galería Angelus.
También he recibido a lo largo de todos estos años varias menciones y reconocimientos entre los cuales se incluyen varios organizados por grupos de fotografía que circulan en las redes sociales con sede en India, Estados Unidos y España dadas las nuevas condiciones impuestas por la Covid-19.
Por naturaleza soy una persona discreta, que intenta mantener un perfil bajo sin ánimos de sobresalir ni ser el centro de atención. Muchos han llegado a pensar que es arrogancia cuando en el fondo no saben que soy profundamente tímida. No persigo concursos ni premios, mucho menos trabajar en función de estos últimos. No obstante, cada vez que recibo alguno o me veo “colgada” en una pared –que éste es siempre mi fin– es la prueba de que las horas de desvelo, el esfuerzo y la dedicación han valido la pena y como consecuencia el compromiso con mi trabajo y el respeto por el espectador es cada vez mayor.
Como sabemos, la COVID-19 ha impuesto nuevas dinámicas de vida y de realización profesional; nos ha llevado a replantear cuestiones que van desde lo íntimo, lo familiar, lo social, y ello ha influido, de manera cardinal, en nuestros modos de ver y enfrentar la vida. Háblame sobre tu experiencia a raíz de esta circunstancia: proyectos, reformulaciones en el trabajo fotográfico, superación, etc…
Innegables son las difíciles circunstancias que ha impuesto la Covid-19, tanto en Cuba como en el resto del mundo, en todas las esferas de la vida, y mi trabajo fotográfico por supuesto también se vio ralentizado provocando incluso un largo momento de impasse.
Primero que todo, porque me aterré al pasar de una vida dinámicamente normal a la interpretación de un protagónico de ciencia ficción. Con el paso del tiempo y resignándome a esta “nueva dinámica”, en lo personal pienso que ha resultado positivo: he aminorado la marcha, pues soy una persona que siempre ha estado al límite, y la actual situación me ha permitido un mayor tiempo para estudio, lecturas pausadas e incluso, como bien dices, reformular el trabajo fotográfico, orientarlo hacia otra línea que desde el mes de febrero desarrollo y me desvela –como la serie de los interiores–, permitiéndome llevar adelante tres trabajos al unísono que de alguna manera se relacionan: Saba, una historia de vida compartida entre memoria y recuerdos de una mujer extraordinaria cuyo universo íntimo me permitió penetrar y en el que me vi atrapada entre sus luces y sus sombras; Interiores, donde reflejo ambientes y objetos habaneros desde lo más general hasta lo mínimal; y, El ojo en vigilia, una serie donde la presencia humana directa, sin rostro, me permite descubrir sujetos en situaciones muy privadas pero confiados y cómplices ante la cámara. Estas dos últimas aún en proceso, así que no adelanto nada más.
Henri Cartier-Bresson afirmó “fotografiar es como gritar, pero no para dar uno pruebas de su originalidad, es una forma de vivir”. ¿De qué manera y hasta qué punto vives y te involucras en tus trabajos fotográficos?
Como te comentaba anteriormente, soy una persona que siempre ha estado al límite desde temprana edad pues el ballet es una disciplina muy fuerte, de mucha entrega, sacrificio, incluso restricciones y eso, como quiera que sea, te va forjando. Todo ello hoy lo veo reflejado en mis trabajos; una vez que decido llevar adelante un proyecto es porque ya desde el momento inicial me siento involucrada y que va desde el primer encuentro con mi retratado o su espacio hasta el día en que veo las piezas colocadas, listas para la inauguración. Realmente, la fotografía es una forma de vivir y de sentir, de mirar con sensibilidad y en busca de nuevos caminos. Es un aliciente para mí en todo momento.
Leyenda de obras:
- La Quinta, 2016. De la serie Yo tengo un sueño, 60×80 cm
- Entrega, 2019. De la serie Poesía del Sujeto, 30×40 cm
- Isadora, 2015. De la serie XXX Retazos, 60×50 cm
- Somos uno solo, 2021. De la serie Interiores (serie en proceso), 30×40 cm
- Amanecer, 2016. De la serie Con La Habana a cuestas, 60×80 cm
- Haciéndose a la mar, 2016. De la serie Con La Habana a cuestas, 60×80 cm. Esta obra fue premiada en la VI edición del concurso “Lente Artístico”, en diciembre de 2020
- Indiscreción, 2015. De la serie Con La Habana a cuestas, 50×70 cm. Obra que recibió mención en la VI edición del concurso “Lente Artístico”, en diciembre de 2020, otorgada por CODEMA
- Ya no somos los mismos, 2021. De la serie Saba, 30×45 cm
Sacre pide prestado en el pasado de la danza
El pasado tiene mucho que responder en la oscuridad del presente. La investigadora mexicana Hilda Islas afirma al comentar sobre el arte contemporáneo que “nos encontramos en una época de permisos: Lo tome prestado de acá o de allá” (Islas, 2016: 33).
José Luis Estrada: «Un tipo eminentemente feliz»
Me hubiera encantado entrevistarlo en persona, tomarnos un café, verlo reír con la sonrisa amplia que le imagino. Tutearlo desde el minuto uno, porque hay una calidez en su trato, que ni el chat a kilómetros puede enfriar. Me hubiera gustado abrazarlo al terminar la conversación. Pero las confesiones de José Luis Estrada Betancourt, el tunero, el periodista, el autor, el multipremiado entrevistador de las estrellas, me llegaron vía email. Me he divertido, emocionado, llenado de orgullo por alguien a quien quiero llamar amigo, mientras leía su historia de vida, el testimonio del azar y la vocación, del talento y la entrega, de la buena energía y la calidad humana, que ahora les entrego.
¿Qué remembranzas guardas de Las Tunas?
Guardo en un lugar muy custodiado de mi memoria las reuniones familiares de los domingos, presididas por mi abuela, la Niña, y su hermana Gloria, quienes se hacían rodear de sus hijos, nueras, nietos, parientes lejanos y cercanos… Nunca más he visto juntos tantas botellas de cervezas metidas en tanques colmados de bloques de hielo que parecían un trozo de la Antártida y tantos carneros colgando de una mata de ciruela, puercos chillando ante el presentimiento de la última hora, gallinas azoradas presagiando el peligro.
Adoraba bañarme en el aguacero, perderme en el “bosque” que se extendía detrás de las casas de la cuadra; jugar ajedrez, convertirme en los personajes principales de las aventuras de turno, ir al cine, pasarme horas montado en lo que fuera con tal de zambullirme en la playa La llanita (Puerto Padre); seguir el rodeo en la Feria, practicar esgrima; estar entre los privilegiados que en el cine-teatro Tunas fueron testigos de los conciertos de Estela Raval y los Cinco Latinos, del grupo vietnamita Flor de Loto, de la mexicana María de Lourdes, antes de que le robaran su sombrero de mariachi y los botines…; aprenderme tres acordes de la guitarra con Bertica Maestre con los que cantaba un millón de rancheras y clásicos de la trova tradicional…
Ahora mismo le haría un monumento a la Casa de Cultura Tomasa Varona donde me perfeccioné como bailador popular. Pueden tirarme lo que sea: lo mismo un danzón o un mambo, que un chachachá o una cumbia. ¡Y si es un casino, apártate! Le haría otro a la comparsa Zabala y a la conga Mau Mau, al Dancing Lights (discoteca), a la Fonoteca en los altos de la Fuente de las Antillas, de la Longa, donde bebía menta y, lejos del tapaboca de Juana (“cuando usted trabaje…”), fumaba con total libertad. También a El Cornito, la querida guarida de El Cucalambé, de los bambúes y de los tuneros que se dejaron arrebatar la tradición de hacer sus picnics los fines de semanas, en el lugar más espléndido de la árida naturaleza tunera.
No obstante, la maravilla mayor para mí fue el IPU Luis Urquiza Jorge. Mis compañeros de entonces, mis hermanos de hoy, consiguieron el milagro de engendrar la amistad que no se destiñe, que no cree en distancias ni en años que pasan, que no filtra atendiendo a posibilidades económicas o estatus social. Inventaron un calor persistente que no entiende de vendavales ni fríos.
¿El niño José Luis soñaba con escribir o con grandes inventos y ecuaciones?
El niño José Luis quedó fascinado primero con el mundo de los números. Era excitante ver un problema matemático y que la solución se fuera dibujando en mi mente a medida que avanzaba en la lectura. Me encantaba que me mandaran a la pizarra a resolver los ejercicios y explicarlos para toda el aula. Mi casa se pasaba todo el tiempo llena de mis compañeros a quienes repasaba una y otra vez. Ellos adoraban los batidos que le tumbaban a mi mamá. Decían que yo siempre les salvaba la vida. Todavía me lo dicen cuando me encuentran por la calle y me abrazan.
Siempre fui un niño muy aplicado. Todo se me pegaba en el aula con tremenda facilidad y después no necesitaba volver a la libreta para recordar un paso, un dato, una explicación de un fenómeno… Me fascinaba la escuela, sin embargo, no era muy consciente de esa capacidad para aprender. Me percaté en el IPU Luis Urquiza Jorge, cuando me encontré, de repente en aquel grupo 1, donde reunieron a los primeros 50 estudiantes del municipio. Estaban todas las papeletas para que el experimento resultara insoportable, pero me encontré con las personas más nobles, humanas, solidarias, integrales, que existían en todo Tunas, y luego divertidas, tan auténticamente jóvenes. Imagino que para los profesores haya sido un dolor de cabeza entrar al grupo 6 pero las clases en el 1 eran tan espléndidas…
En el preuniversitario tuve los mejores profesores del mundo. Este 2020 se cumplen 35 años de que nos graduáramos y todavía recuerdo sus nombres, sus rostros, sus clases. La gramática que me enseñó la profe Maribel es la que me ha acompañado hasta hoy, con la que me he defendido “a la cara”. Te aseguro que el profe Denys jamás eligió mis composiciones para leerlas en voz alta como hacía con las genialidades que escribía mi socia Gisela Paredes para que los demás aprendiéramos.
Imaginé que sería científico, ingeniero, abogado, economista… mas el Periodismo no clasificó ni en la última casilla. Confieso que, lleno de vanidad, me propuse elegir una carrera que fuera difícil de alcanzar. Era consciente de que había nacido para ser maestro, pero, pobre de mí, pensaba que merecía algo superior y desdeñé la profesión más hermosa y esencial del universo.
En una actitud autosuficiente, cuando las pruebas de ingreso eran para casos excepcionales (entonces se otorgaban según los resultados académicos), me decidí por las únicas que exigían requisitos casi extraordinarios, las llamadas “Nucleares”, impulsado además por el convencimiento que siempre tuve de que haría la universidad fuera de Cuba. Así me vi viajando para Bulgaria con el propósito de convertirme en uno de los ingenieros físico nucleares que desde la Ciudad Nuclear de Juraguá transformarían a Cuba en un país poderosamente desarrollado.
Son Bulgaria y la Universidad de Sofía amores distantes, ¿cuáles son los motivos de ese “enamoramiento”?
Parece que es imposible rememorar y no idealizar el pasado. Pero creo que, si pusiera en una balanza las felicidades y los momentos tristes, amargos, abundaron más las risas que los llantos. No obstante, fui víctima del miedo. Es cierto que el miedo paraliza. Lograba disimularlo, cubriéndome con máscaras, pero ahí estaba: vivo. No me atrevo a imaginar qué hubiera pasado conmigo si algunos de mis compañeros en la Preparatoria hubieran convencido al decano de la Facultad haciéndole ver que alguien como yo no era digno de representar a la Revolución cubana en el extranjero. ¿Cómo habría enfrentado a mis padres, a mi familia, a mis vecinos, a mis compañeros? ¿Qué harían con tanto orgullo? No sé… Imagino que solo se enterarán de este hecho que me marcó para siempre, que pisoteó mi inocencia, si leen esta entrevista…
No haré la historia. Solo te diré que el miedo me sacó todas las lágrimas que habían acumulado mis ojos. Y mencionaré un nombre: Gladys Nexys Martínez, la gordita del aula que estaba protagonizando ella misma, en carne propia, todas las escenas de la Ofelia de Una novia para David, mas dejó a un lado su mal de amores para contarles a mis profesores búlgaros por qué su alumno con Título de Oro de pronto se negaba a participar en las celebraciones por el 24 de Mayo, Deniat na Slavianskata pismenost i cultura (el Día de la Escritura y la Cultura Eslavas). Ellos se pusieron en sus 13. O yo o ninguno.
¿Por qué me enamoré perdidamente de Bulgaria? Porque lo que había conocido hasta esa fecha era, por decirlo de una manera, una “caricatura” de la felicidad. Mi increíble profesora de idioma búlgaro, Zdravka Georguieva, lo predijo: “Cuando llegues a Bulgaria todos te amarán. Mi país se pondrá a tus pies”. ¡Palabra santa! ¿Qué les atraía de mí? Imagino que les llamaba mucho la atención encontrar en aquel contexto un negro que hablara su lengua con una fluidez tremenda y, bueno… uno tiene su simpatía personal, la verdad (risas).
No, en serio, creo fue haber descubierto la libertad. No la sensación de libertad, sino la certeza de la libertad. Me refiero a la libertad personal, no a otra; a soltar amarras, a respirar el aire a todo pulmón, a vivir como si cada día fuera el último. Ellos, los búlgaros y las búlgaras, me echaron a perder.
Supe por tus estados de Facebook que fuiste el primer negro de tu Alma Mater ¿cómo fue esa vivencia? ¿dramática, divertida, rara?
Divertida, divertidísima. ¡Una mosca dentro de la leche! Ese era yo en aquel auditorio. El primer día de clases llegué un poco cortado y todos me miraban con disimulo. Al segundo, ya andaba repartiendo besos como buen cubano y como si nos conociéramos de toda una vida. Algunos aprovecharon la cercanía para rozarme el brazo con las yemas de los dedos para luego revisar si se les habían manchado. A otros les dio por evaluar la consistencia de mis pasas… Tu juro que el filin fue inmediato. En Bulgaria dejé a mi otra gran familia.
Suele pensarse que las personas son óptimas o talentosas en un solo ámbito del conocimiento. Así, ser bueno en las Humanidades, excluye las habilidades para las Ciencias Exactas, sin embargo, transitaste de la Ingeniería al Periodismo. ¿Cómo y por qué?
La vida. El regreso de Bulgaria fue traumático para mí. La caída del campo socialista me obligó a dejar aquella tierra sin poderme despedir. Todo me tomó por sorpresa. Creí que, en quinto año, avanzando ya en la tesis, terminaría allí mi carrera… Nada sucedió como lo preví.
A mi regreso tomé una decisión: me quedaría en La Habana, la única ciudad de Cuba donde consideraba que podía seguir siendo feliz. El sueño de Juraguá había muerto para mí. Permanecía intacto el amor por Las Tunas, pero mi espíritu se había ensanchado tanto que necesitaba de teatros, cines, conciertos, peñas…, y solo la capital podía saciar ese enorme apetito…
Por el año 91, 92, comenzaba a vislumbrarse un serio problema que luego se agudizaría: la escasez de profesores. En un tiempo en que era obligatorio para los graduados universitarios retornar a su lugar de origen, dar a un paso al frente para sumarme a los que darían clases en secundaria básica posibilitó que me librara de que me aplicaran dicha resolución. Y fue así como me volví a conectar con la profesión de mi vida: el magisterio.
De mi madre heredé, para bien o para mal, un sentido de la responsabilidad, una pasión y un compromiso por cada proyecto que emprendo, que mi entrega se torna algo enfermiza. Así ha sido con todo: cuando amo, amo. Y con el amor no tengo límites. No me importa si la otra parte se percata y se aprovecha de mi “debilidad”. Estoy incapacitado para darme a medias.
De poco valía que un profesor se ausentara de la escuela, porque los muchachos sabían que con “el Físico” no había turnos de clases perdidos. Daba lo mismo que tocara Matemática, Español, Química, Inglés…, de séptimo, octavo o noveno, que estuviera libre o en otra aula. Ahí me aparecía lleno de tiza de la cabeza a los pies, haciendo de esos 45 minutos un show (yo creo que Fidel se inspiró en mí para idear a los Profesores Generales Integrales). Porque, además, tenía un control absoluto sobre la escuela. Ahí están muchos de esos alumnos entre mis amigos de Facebook. Si les preguntas dirán que no miento: que me tenían “terror” y me amaban. A cada rato les da por sacarme las lágrimas, me agradecen por esa obsesión mía de convertirlos en hombres y mujeres de bien.
Pero las personas como yo, que se levantan a las seis de la mañana y llegan primero a la escuela para limpiar sus tres plantas cuando el esposo de la compañera encargada de la limpieza recibe tratamiento de hemodiálisis, o se toman muy en serio eso de ser Guía Base, de preparar muchachos para concursos nacionales y que con el primer lugar consigan elegir la carrera de sus sueños…, cuando se decepcionan son como el burro negado de Van Van, que ni a palo sube. A mí me pasó alrededor del año 2000, justo en el momento en que, vencido el período especial, los medios de comunicación se sintieron en condiciones de retornar a la normalidad, solo que una buena parte de los periodistas hacía rato que habían decidido buscar otros horizontes.
Fue una gran amiga, Ana María García Salvador, extraordinaria profesora de Historia, quien me habló del Diplomado de Periodismo en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí: un curso emergente e intenso dirigido a egresados universitarios que, de aprobar los exámenes de aptitud, se formarían en un año. Cuando quiso embullarme para que juntos nos presentáramos, me negué de plano. “Mija, si yo no sé ni escribir una oración compuesta”, le dije para que me dejara tranquilo. “Además, jamás me ha pasado por la mente ser periodista”, proseguí con mis argumentos, pero no entendió. Cuando vine a ver, el 64 fue pasando cada una de las rondas eliminatorias hasta que mi nombre apareció en uno de los dos primeros grupos que protagonizaron esa experiencia, que luego tendría dos o tres ediciones más.
Cuando recibí la primera clase con el profe Luis Sexto quedé fascinado. ¿Dónde había estado el periodismo que jamás me había fijado en él? ¿Cómo hasta ese momento le había mirado fijo a los ojos para saber que otro amor verdadero tocaba a mi puerta? Desde el principio esta profesión me conquistó. Y se lo debo a esos profesores, verdaderos “monstruos”; lo más grande: José “Pepe” Alejandro Rodríguez, Manuel González Bello, Ariel Terrero, Víctor Joaquín Ortega, Julio García Luis, Antonio Moltó, Herminia Sánchez, Isabel Moya, Caridad Carrobello, Toni Prada, Dixie Edith. Ellos son los primeros culpables.
Me esforcé mucho, también debo decirlo. Recuerdo que a mi grupo le correspondió, desde el primer día, hacer prácticas en las mañanas y recibir clases en las tardes. Empezamos el recorrido por prensa escrita, pero ¿quién encuentra un alma periodística en un periódico a las nueve, diez de la mañana? Ni siquiera a las 12 m. Me quejé, y fui a dar a la Agencia de Información Nacional (AIN), hoy Agencia Cubana de Noticias (ACN), siento que como un castigo, y resultó un regalo. Aprendí a escribir notas informativas de hasta lo “innoticiable”. Quería estar en todas partes, cubrirlo todo. Tremendo entrenamiento. Luego vino Radio Reloj, otra etapa que me marcó. Me dio la síntesis.
Juventud Rebelde era para mí lo inalcanzable. Tanto que ni siquiera me imaginé en el medio que considero el reino del periodismo cubano. No fui uno de esos alumnos sobresalientes del Diplomado, más bien creí por momentos que los profesores no notaban mi existencia. Por tanto, te confieso que jamás esperé terminar en la “pecera” (redacción de promiscuidad total delimitada por cristales). Estaba feliz imaginándome en la AIN o Reloj, pero el destino lo tiene todo muy bien planeado.
¿El Periodismo es para ti un modo de vida o un medio de vida?
Vivo para el periodismo desde que se instaló con firmeza en todos mis poros. Le dedico 48 horas al día. Me desvela pensando en la entrevista que tendré mañana, en la palabra con la cual intentaré atrapar al lector como si se tratara del néctar irresistible con el cual las plantas carnívoras hipnotizan a los insectos. Yo no quiero “tragármelos”, pero sí que busquen mi nombre en las páginas del periódico cada día, que me lean y hasta que decidan escribirme, ser mis nuevos amigos.
Las entrevistas son un género en el que se te descubre cómodo, resuelto, y pese a que te acercas a grandes de la escena o del arte en general, no eres presa del “efecto halo” o las peculiaridades de los entrevistados, ¿cuál es la fórmula para conectar con ellos?
Disfrutar del placer de una buena conversación. Creo que fue Chéjov quien, comparando a los libros con la conversación, dijo que los primeros son las notas, y la segunda, el canto. Pero para mantener una buena conversación hay que saber respetar y escuchar. Interesarse en verdad por lo que te están contando. Solo así compartirán, a corazón abierto, lo que sienten o piensan, y se establecerá esa esencial empatía cuando estén convencidos de que eres alguien seguro, ético, cuando estén convencidos de que lo cuidarás, de que te transformarás en “tumba” si fuese necesario.
Si algo he tenido muy claro es que en las entrevistas que hago no soy el protagonista y mucho menos me interesa que el lector perciba un supuesto elevado nivel intelectual ni que note cuán vasta puede ser mi cultura. Para mí lo más importante es tener la humildad de mostrarme como un propiciador de la abundante virtud de los otros. Que sean ellos quienes tejan la historia, con sus satisfacciones, sus frustraciones, sus ansias.
¡Por supuesto que me preparo bien! Pero cuando tengo a mi entrevistado al frente jamás me verás leyendo una guía, más interesado en la próxima pregunta que le voy a soltar que en lo que me están diciendo. Y es justo en ese instante cuando se deja escapar la gran historia. ¡Ocurre con tanta frecuencia! A veces ni siquiera lo dejan que concluya una idea.
Me parece que en otra vida debo haber sido algo así como un confesor (lo que sin dudas me ayuda hoy) pero sin confesionario de por medio, que no juzgaba ni castigaba.
La crítica de arte es casi siempre un tema espinoso. Hay quienes claman porque se haga y quienes exclaman cuando se hace, ¿cuál ha sido tu experiencia?
Resulta complicado ejercer la crítica, máxime en un país donde se le tiene fobia. Da lo mismo el campo en que se mueva. En el caso del arte, los creadores abogan por ella hasta que los afecta. Entonces se acusa el análisis de ser superficial, de no haberse acercado al proceso creativo, de no reconocer el esfuerzo con el que se ha realizado la obra en tiempos de tantas carencias… ¿Existirá algún creador que esté consciente de que su obra tiene fallos y que además lo reconozca?
¿Es necesaria la crítica de arte? Vital. Y será más en la medida en que sigamos asistiendo a una banalización del arte cada vez más creciente y esté menos de moda un pensamiento complejo. Pero no basta con ser periodista cultural para expresar un juicio de valor con argumentos. La academia no ofrece las herramientas que se requieren para llevar adelante una tarea que exige responsabilidad.
En mis inicios, con esas ganas de comerme al mundo, hubo ocasiones en la cuales tal vez se me fue un poquito la mano. O al menos eso pensaron quienes me estuvieron llamando por teléfono para decirme: “Te salvas que vives en Cuba, porque en otro país hubieras amanecido con la boca llena de hormigas”. Desde entonces me mido un poquito más (risas).
El Periodismo Cultural bien hecho supone conocimiento plural y casi enciclopédico ¿cómo logras prepararte, sedimentar toda la información para abordar las distintas expresiones artísticas?
Leyendo lo que me cae a la mano, viendo lo que me gusta y lo que me recomiendan, intentando mantener una vida cultural bien activa, lo que no siempre logro conseguir porque el diarismo representa una rutina productiva verdaderamente fuerte, sobre todo cuando quieres que en cada edición aparezca, como mínimo, un trabajo digno. Es lo que menos se puede hacer en un país con una cultura tan poderosa.
A ver, seamos claros: yo soy el tipo más “cojo” que existe sobre la faz de la tierra. Hay tantas lagunas en mí que si todas esas “aguas” se unen se va a desbordar mi río de desconocimiento. Posiblemente “ustedes son unos corte y pega” sea la frase más exacta que encontraron algunos profesionales del periodismo para definirnos a los “reorientados”, lo cual se traduce, en el argot popular de Las Tunas como: “ustedes son unos caraepapas”, y quizá tenían razón. En mí no está ese conocimiento enciclopédico al cual te refieres. Por eso me cuido mucho de abordar manifestaciones artísticas que siento más lejanas, al menos desde la crítica de arte. Lo que te aseguro es que amo mi profesión e intento ser digno de ella todo el tiempo.
Hay en tu trabajo un evidente apasionamiento por el ballet, ¿qué lo motiva y nutre?
Nunca me fue difícil entender esa expresión tantas veces utilizada de que la cultura es escudo y espada de la nación (aunque en nuestros medios lo olviden con frecuencia cuando esa es la primera página que “se va del aire” a la hora de los ajustes, cuando casi nunca constituye un titular de portada o de nuestros noticiarios, etcétera.). Porque la nación, la patria, a “pequeña” escala termina siendo uno mismo. Y a mí, desde que he tenido uso de razón, la cultura me ha salvado, me ha hecho feliz, me ha dado fuerza para resistir, me ha llenado de esperanzas.
La toma de La Habana por este tunero en los ya lejanos años 90 fue dura, dolorosa. Y aunque los guajiros somos fuertes, como dicen mis queridos “habaneros”, no escasearon los períodos en que pensé rendirme y regresar al calor de mi hogar, a la protección de mi Juana, esa madre a la que tengo un altar, obstinado de dormir en parques, de “velar” muertos ajenos en funerarias, de tandas especiales en el cine Yara, de alquileres de los que me desalojaban sin previo aviso… Entonces decidía ir a la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana por última vez, solo que el que salía nada tenía que ver con el tipo abatido que entraba. Este José Luis se llenaba de tanta energía, de tanta belleza, de tanta fuerza interior que podía venir la fiera que él la estaba esperando.
Claro, lejos andaba de imaginarme que mi vida tomaría este rumbo. Cuando en JR demostré “que servía para algo” y creyeron no solo que podía escribir de temas culturales sino además intentar encaminar esa Redacción Cultural que privilegiaron firmas como Ángel Tomás, Emilio Surí, Leonardo Padura, Soledad Cruz, Rufo Caballero, Joel del Río, Magda Resik, Tania Cordero, Joaquín Borges-Triana…, me acerqué al Ballet Nacional de Cuba ansioso por contar una historia llena de gloria de cara al escenario y tras bambalinas. Y de paso, darle las gracias.
Sobre esto has escrito y publicado dos libros, ¿cómo fue esta experiencia de involucrarte en procesos editoriales no periódicos y con otras rutinas productivas y tempos? ¿Hay algún libro en progreso?
Excitante. Quizá a mí no se me hubiera ocurrido nunca esa idea. Respeto tanto a los escritores. Las entrevistas que recoge De la semilla al fruto. La compañía, vieron la luz primero en mi querido Juventud Rebelde, aunque muchas de ellas aparecieron aquí enriquecidas con confesiones que por cuestiones de espacio no pudieron salir en el diario. Por tanto, no fueron escritas pensando que llegarían a conformar un libro.
La idea comenzó a adueñarse de mí después que publiqué mi diálogo con José Manuel Carreño, gracias al cual me llegó un correo de un muy joven lector holguinero, Jorge Santiago. En su mensaje, este amigo me hacía partícipe de la gran satisfacción que había sentido leyendo la historia de ese notable bailarín cubano. Casi me rogó que le mandara las anteriores, y después de un tiempo me envió otro correo suyo donde me aseguraba que los lectores merecían conocer de cerca el fabuloso quehacer de la agrupación danzaria más importante de Cuba a través de las voces de quienes la sustentan.
Así nació De la semilla al fruto. La compañía (por ese título se extravió entre los estantes de la imprenta dedicados a textos de agricultura, a pesar de que en su portada aparecen unas fabulosas piernas fotografiadas por Nancy Reyes, que comienzan en unos blanquísimos tutús). Fue un proyecto con prólogo del irrepetible Rufo Caballero que me sonroja, aunque sea difícil notarlo.
El libro fue acogido con entusiasmo por la Casa Editora Abril y la Editora Juventud Rebelde para luego echar una larga siesta en el almacén del periódico que no termina hasta hoy. Ahí está todavía rendido ese libro que me llena de orgullo y que se propuso tasar los primeros sesenta años de una de las instituciones culturales más prestigiosas de Cuba y el mundo: nuestro Ballet Nacional.
Como si no hubiera sido suficiente mi tributo a la Alonso y su Compañía, regresé a atreverme con El mundo baila en La Habana. Se lo debo nuevamente a esos amigos, muchos, que no han dejado de estimularme. Cuando le conté a una de ellos, Teresa Plaza, que en De la semilla… no había logrado publicar todas las entrevistas que había conseguido realizar a no pocas de las principales estrellas del ballet mundial me preguntó: “¿Y por qué no lo haces? ¿Qué esperas?”, y me mostró un posible camino: Logística del Arte y su director Enrique Martínez, Quique.
Gracias a esa empresa española, al diseñador estrella Jorge Méndez Calas que permitió que pusiera a volar mi imaginación, a la respetada editora Ana María Muñoz Bachs, a la genial correctora Marvelis Artigas, al superamable prólogo de Eduardo Heras León, a las fotografías más artísticas del universo, a Iris Gorostola que me impulsó a querer más, a soñar sin freno…, resultó un libro hermosísimo, una obrita de arte. ¡Hasta con afiche salió!
El mundo baila en La Habana me dejó la satisfacción de que el único día en que se pudo vender en moneda nacional, el de la presentación en medio de una de las ediciones del Festival Internacional de Ballet de La Habana, parecía que se estaba regalando carne de res. El Museo Nacional de la Danza no alcanzó para reunir a tantas personas. ¿Podrá sentir un escritor felicidad mayor? A veces me lo encuentro en alguna que otra librería de moneda “semidura” (juro que no recibí por él ni un medio picado por la mitad), lo tomo en mis manos y me emociono por lo que conseguí. Las vendedoras que ni siquiera han curioseado mirando las solapas donde destaca una foto mía (ese día estaba bello), no logran entender a fe de qué saltan mis lágrimas. Entonces me las seco, lo vuelvo a colocar en su estante y sigo mi camino.
Tengo muchos libros en mente. De entrevistas todos, en tanto me lleno de coraje para ver si se me da la narrativa.
¿Cómo ha sido tu experiencia laboral en Juventud Rebelde? ¿Es este medio tu zona de confort?
El mejor lugar que pude soñar para realizarme profesionalmente y sentirme pleno como ser humano. Mi otra casa. Puedo considerarlo mi zona de confort pues allí me siento cómodo, libre, como si anduviera descalzo bañándome otra vez en el aguacero. Pero yo me exijo infinitamente. Para mí no hay diferencia entre un texto para las ediciones de martes a viernes mientras te reservas y otro para el buscado dominical, nuestra propuesta de lujo. Me creo en serio que estoy llevando adelante la labor que merece la rotunda cultura cubana, mostrando a sus principales hacedores: los consagrados y los que hoy la sostienen y mantienen en un sitial de honor.
Tu talento ha sido reconocido en concursos nacionales. ¿Qué sabor dejan premios como el «26 de Julio»?
Uno muy dulce. Pienso que todo el que envía una obra a concurso es porque considera que se ganará el premio. Evidentemente la mayoría de las personas está equivocada o el jurado es incapaz de apreciarla en su justa medida. Tengo la corazonada de que poseo el récord de ser el periodista más “mencionado” de la prensa cubana. Por un buen tiempo dejé de enviar al concurso y este año regresé. Fue un doblete. Yo también considero que he madurado mucho.
¿Qué opinión te merece la joven vanguardia artística cubana?
¡Qué país el nuestro para tener talentos! ¡Qué manera de haber escritores y artistas tan admirables como jóvenes! Verdaderos virtuosos capaces de imponerse en cualquier escenario del mundo. La Asociación Hermanos Saíz posee una fuerza brutal como organización. Lo más importante es que sus miembros creen en ella, confían en ella. Es una lástima que en las escuelas de arte, por ejemplo, no se conozca suficientemente su importantísimo papel. Esos muchachos podrían hacerla más poderosa, porque eso de que en la unión está la fuerza, no falla. No obstante, aunque podría ser más numerosa, no existen dudas de que se trata de una vanguardia viva, rigurosa, que apuesta por la belleza.
Superar 50 años implica para algunos hacer un inventario de sus logros vitales, ¿cuáles integrarían tu lista?
He sido un tipo eminentemente feliz. Un gozador de la vida. He vivido con intensidad máxima cada segundo. Cada paso ha sido dado desde el amor. Esa es una gran suerte.
Por favor, define en frases breves lo que representan para ti estas palabras:
- Cuba: mi amante más fiel.
- Cultura: el alma, la energía, mi salvación.
- Ballet: mi paseo por las nubes.
- Familia: ¡me gané la lotería!: así fue como me la pedí.
- Amigos: Mis piernas, mis brazos, mi pecho… la luz.
- Escribir: la felicidad.