Asesinato en la Mansión Haversham


El perfecto “desastre”

Asesinato en la Mansión Haversham es una comedia hilarante donde las cosas van de mal a peor y terminan en un completo desastre. Cuenta el día del estreno de una obra de misterio, en el que se investiga un homicidio perpetrado por alguno de los personajes que desfilan sobre el escenario, todos vinculados, de alguna manera, con la víctima y varios de ellos relacionados también entre sí. 

Mientras tiene lugar la solución del caso estamos en presencia de una doble historia, teatro dentro del teatro o un hecho meta-teatral, con elementos del absurdo y gestos exagerados. Para los personajes es una tragedia que tratan de defender, intentando a toda costa llevar la puesta hasta el cierre del telón, mientras hacen de una obra dramática la delicia de los espectadores consiguiendo sacarles carcajadas.

Hacer reír con esta pieza, cuya estructura dramática se construye a partir de su propia destrucción, es algo que se logra con creces, con una prometida inconsciente casi todo el tiempo, un supuesto cadáver que no sabe actuar como muerto, un mayordomo que olvida sus líneas, actores que chocan con todo, utilería que no fue puesta en su lugar, un whisky altamente corrosivo, efectos sonoros a destiempo y un escenario a punto de colapsar.

El diseño escenográfico está cuidadosamente creado para lograr y soportar las peripecias del montaje; los vestuarios, aunque responden a la época, no son determinantes al igual que el planteamiento de las luces, pues lo importante es el complejo y bien elaborado diseño de movimiento de los personajes. La compleja cadena de acciones del espectáculo presentado por Oficio de Isla plantea una serie de exigencias a sus intérpretes, un elenco que conjunta un talento extraordinario; sus capacidades histriónicas consiguen multiplicar la comicidad de la puesta y todas las actividades de la escena corren a cargo de ellos mismos. Como también es importante resaltar el uso de la música y los efectos sonoros, partícipes de la dramaturgia escénica y sin los cuales el resultado no hubiera sido el mismo.

Es difícil ponerle peros a Asesinato…, pero si quisiéramos ponernos exquisitos se agradecería que se acortara el prólogo dicho por el supuesto director, que aunque excelentemente ejecutado por el actor Carlos Migueles, no aporta demasiado y dilata la presentación del plato fuerte. Y por otra parte, el constante recorrido de los actores en segundo plano por detrás de la escenografía, aunque conscientes de su intencionalidad, en ocasiones se roba por entero la atención en momentos importantes de la trama.

Pero es solo cuestión de hallarle manchas al sol, pues estamos en presencia de una puesta que no solo hace pasar bien, sino que nos nutre de un teatro sin vicios y transparente, alejado de esquemas y capaz de hacer reír a carcajadas desde el niño hasta al más adulto; lleno de personajes que van cobrando protagonismo indistintamente, logrando un disfrute pleno. Un espectáculo fresco donde se mezcla la ficción y lo real con un solo objetivo: ahogar a los presentes en un llanto provocado por la risa.

Desde el primer momento reconocemos que algo no anda bien, pero no nos engañemos, todos queremos saber quién es el asesino y a medida que se acerca el final el escenario se va despojando de sus elementos de manera caótica. A pesar de todo, la obra concluye, y el público confundido y agitado de tanto reír nos demuestra que no hay límites preconcebidos dentro de la representación teatral.

Sin duda alguna este espectáculo es un perfecto desastre que se agradece.