Actriz
«Cuando se hace arte hay que exponerse en cuerpo y alma»
Grisell Monzón sabe que el teatro es arte viva, que su esencia le acompaña en todos los espacios que esta joven actriz recorre. La actuación le apasiona, es su modo de vida, una forma de supervivencia en este mundo tantas veces hostil en el que vivimos. Aferrada a su creencia, Grisell acepta contestar estas preguntas y reencontrarse consigo misma.
¿Entiendes la actuación, el hecho de enfrentarte al público desde una plataforma de diálogo y acción escénicos, como un disparo de adrenalina?
Sí, es un disparo total. Es increíble ver cómo minutos antes de entrar a escena los nervios inundan todo tu cuerpo, por lo menos en mi caso; nervios que no son más que adrenalina pura que te carga para salir a comerte el mundo.
Una de las imágenes que me acompaña en esos minutos, es que soy una locomotora de vapor que poco a poco se va calentando para arrancar y, una vez en marcha, va aumentando su velocidad mientras hace sonar su silbido. Justo así es como me siento. (Esta imagen me acuerda mucho a mi abuela, me remonta a cuando montaba con ella el tren que iba de Pinar Del Río a San Juan, algo que me hacía muy feliz).
El público también es un generador de mucha adrenalina. Mientras más público hay, mejor. Es increíble saber que hay público esperándote, pero no sabes de qué tipo será: lo descubrirás como mismo ellos harán contigo.
¿Cómo y cuándo supiste que la escena sería un imán para tu vida?
Yo siempre he sentido que ese es mi lugar. Desde niña, mi mamá siempre me apuntaba en cuanta cosa artística existía: ballet, música, etc. (sobre todo para controlar mi energía). Era el arte o el deporte, y ella siempre eligió el arte.
Mi tío es actor. Creo que su referencia también ha sido importante.
En la primaria siempre estuve muy vinculada a todo lo que se hacía en cuanto a actividades artísticas. En la secundaria también: ahí fue donde conocí a mi instructor de arte Luis Manuel Valdez Llaugert, hoy mi amigo del alma, que fue quien me hablo por primera vez de la ENA y quien comenzó a ayudarme con las pruebas de captación. Ese fue el inicio de todo.
Cuando te enfrentas a un nuevo personaje, ¿de qué manera te aproximas a él? ¿Cuáles son las herramientas, tanto espirituales como físicas, que más útiles te resultan a la hora de intentar ese primer acercamiento?
Todos los procesos no son iguales, como mismo no van a ser iguales los métodos. A lo largo de nuestra profesión, una comienza a aprender de muchas fuentes que más adelante utilizarás o no. Yo creo que el actor debe estar en un constante proceso de búsqueda y no conformarse con lo que siempre le funciona.
Hay preguntas claves que siempre me hago en cualquier proceso: ¿por qué lo estoy haciendo?, ¿qué deseo trasmitir con eso?, ¿qué hay de mí en eso que estoy haciendo? Me gusta fluir en mis procesos creativos, la intuición tiene especial importancia para mí. Le doy mucha importancia a las circunstancias que rodean a mi personaje: familia, lugar de nacimiento, su trayectoria de vida hasta el momento en que se encuentra. Como mismo nos acercamos a nuestra vida, tenemos que tener clara cuál es nuestra historia pasada para entonces entender el porqué de nuestros actos y de la supuesta personalidad que ven los demás. No me gusta juzgar a ningún personaje; al contrario, trato de entender el porqué de cada acto que comete. Me gusta mucho trabajar con imágenes y a cada proceso le construyo una banda sonora.
El diálogo con el público o el diálogo con el director: ¿cuál te parece más importante?
Los dos por igual: somos parte de un todo, somos trabajo en equipo. Cuando trabajas con un director, de alguna manera tú eres ese instrumento con el que él cuenta para expresar su visión del mundo al público, visión que por supuesto va a estar atravesada por la tuya. El director es como el mago, tú eres el acto de magia y el público es el que recibirá la sorpresa y se sorprenderá si el acto les convence.
La actuación es una profesión que exige la versatilidad del intérprete, ¿qué proceso, entre los muchos que conforman una puesta en escena, te parece que es el que más influye en el rol del actor?
Todos. El trabajo de mesa es extremadamente importante porque es el primer acercamiento que vas a tener a la creación, es donde comienza la investigación que rodea a ese personaje que vas a desarrollar y a habitar. Es un proceso donde empiezan a aparecer elementos que luego probarás en escena, es allí donde surgen las preguntas: algunas las responderás en esa parte del proceso, otras irán respondiéndose con el tiempo. Cuando ese proceso está terminado, entonces empiezas a probar todo ese estudio en la escena.
Soy muy partidaria de las improvisaciones, porque es un lugar donde exploras todo, donde no hay límite y donde la equivocación no existe. Luego empiezas a elegir qué es lo realmente importante para conformar tu personaje y para ayudar a contar la historia.
En el caso del teatro, una vez que la obra está estrenada, empieza un nuevo crecimiento para el actor, pues te enfrentas al público y a medida que haces funciones tanto la obra como tú ganan en madurez, seguridad y entendimiento.
¿Con qué tipo de directores prefieres trabajar? ¿Qué textos te parecen los más interesantes o desafiantes?
Del arte me gusta todo y siempre estoy abierta a trabajar con varios directores. Eso te ayuda mucho a crecer como artista pues probar varios métodos y varias maneras de hacer y de dialogar es muy saludable porque te hacen evolucionar.
Mientras más alejado esté de ti el personaje, pues mejor, ya que supone un reto… y a los actores nos encantan los retos. Hablábamos de versatilidad, cualidad maravillosa del actor: lograr borrarte a ti y en cada nuevo personaje volver a construir algo nuevo que no tenga nada que ver con lo anterior, que incluso a ti misma te sorprenda, eso es algo muy estimulante.
Llevo un tiempo tratando de incursionar un poco más en un trabajo independiente como actriz en cuanto a necesidades muy personales que tengo, con temas como la herencia, nuestra niñez, la condición humana, la realidad en la que vivimos. Trasmitir eso que llevamos dentro que no sabemos cómo expresar con palabras, pero sí con imágenes o sensaciones.
Me interesan mucho las ARTES VIVAS.
En no pocas de las obras en las que has actuado —pienso en “Hembras” y en “Ubú sin cuernos”— se dialoga con diversos ángulos y fraccionamientos de la realidad cubana actual. Esta experiencia, tan necesaria para el encuentro con el público, es también una forma de atrapar, en el acto efímero pero a la vez perdurable de la escena, una instancia de sentido de la realidad. ¿Cómo asumes, desde el cuerpo, esta idea? ¿Qué puede aportar el actor, desde su oficio, al reflejo de esa realidad?
Los artistas tenemos una gran responsabilidad, pues de alguna manera nuestro trabajo es tomar un pedazo de realidad y ponerla en escena, tanto en un cuadro, en una danza, en el cine… eso hace que el público vea sus necesidades, miedos, alegrías, carencias, realidades reflejadas a través de ti.
Cuando trabajé en el Ciervo Encantado, utilizamos muchos referentes que para mí hoy son la base de mi hacer: Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, Virgilio Piñera y Eliseo Diego. De este último guardo una frase que repito siempre: “No es por azar que se nace en un lugar y no en otro sino para dar testimonio”. Creo que ese es el sentido humano del arte. Como artista doy testimonio de mi realidad, tanto social como personal, eso hace que mi arte esté vivo, porque es inmediato. Por otro lado, me gusta pensar que hay personas necesitadas de verse reflejadas y de alguna manera esto hace que no se sientan solos, que yo puedo estar sintiendo lo mismo que ellos, que sus miedos son iguales a los míos, así como sus necesidades, porque cuando se hace arte hay que exponerse en cuerpo y alma.
Con Ludi Teatro y bajo la dirección de Miguel Abreu se ha consolidado buena parte de tu carrera como actriz. ¿Cuán desafiante resulta para una joven actriz abrirse camino dentro del espacio teatral cubano?
Las condiciones están creadas, es solo decidir hacerlo. Creo que el teatro en Cuba te permite tener tiempo para hacerlo, amén de todas las carencias que tenemos como país. El teatro tiene la bondad de que puedes hacer todo el que quieras. Eso sí, como creadores carecemos de libertad, de recursos y eso es lo que no nos permite hacer un mejor teatro… aunque incluso así se hace.
En efecto, junto a Miguel Abreu y a la gran familia que conforma Ludi Teatro se ha desarrollado gran parte de mi carrera. A mí me encanta trabajar con Miguel. Él es un director que no para de trabajar, que respeta mucho lo que hace, todo lo que brinda y enseña lo hace desde el amor. Es una persona con la cual el diálogo es fundamental. Como director está abierto a todo lo que quieras ofrecerle en el escenario, sin censura alguna.
¿Cuál es tu personaje más perdurable, el que recordarás siempre?
En estos momentos de mi vida no puedo hacer ese recuento. Quizá de aquí a 30 años te la pueda responder con mejor exactitud. De todos he aprendido y de todos tengo un pedazo, porque todos tienen un pedazo de mí. Pero ahora que me haces revivirlos, el primero que me viene a la cabeza es Ofelia de “Hamlet interview”, una versión que le hizo Miguel Abreu a Hamlet Machine, de Müller. Con Ofelia y con el proceso en general de la obra, Miguel y yo conectamos definitivamente como actriz y director. Ofelia me hizo crecer como actriz.
Algunas de tus principales herramientas técnicas como actriz las adquiriste no solo de tu formación académica, sino también en el ejercicio vivo de la actuación. ¿Cuánto de ese aprendizaje has luego transmutado en nuevas maneras de entender el teatro?
Yo estudié en la ENA y me gradué en el Ciervo. El Ciervo Encantado fue lo que me hizo ser la actriz que soy hoy. Me abrió ese tercer ojo que es el arte en todo el sentido de la palabra. Me enseñó que no era necesario contar una historia para transmitir una emoción o una sensación. Me liberó del miedo de descubrir si elegí bien la profesión que tengo hoy.
Cuando entré en el Ciervo casi estaba a punto de dejar la actuación. Me acababa de graduar (esa burbuja que era la escuela se rompió) y realmente ese mundo idílico que yo pensaba que era la actuación se desmoronó, ya que lo único que encontraba eran paredes que poco a poco destrozaban mi autoestima.
En ese afán de encontrar el sentido de todo (desde una visión de joven artista casi frustrada, la inmadurez de tener 18 años no ayudaba en nada y la afición que tenemos los actores por el sufrimiento tampoco, todo al mismo nivel de intensidad) apareció la oportunidad de pasar un taller con Nelda Castillo junto a Arnaldo Galván, Daniel Romero (ambos actores) y Abel Rojo (bailarín) quienes, como yo, necesitaban encontrar el camino nuevamente.
En el Ciervo, junto a Nelda Castillo y a Mariela Brito entendí por qué quería ser actriz, entendí que es la manera que yo elegí en esta vida para expresarme, porque el arte es mi terapia y porque me salva. Entendí también que donde yo esté siempre haré teatro, porque depende de mí y de nada más que mis deseos de hacer y de crear. Aprendí también a mirarnos como parte de un todo, cuerpo, mente y espíritu, entendí el valor del esfuerzo del trabajo, la necesidad de ser profundos en lo que se hace, de siempre encontrar más y más.
En 2020 obtuviste el Premio de Actuación Adolfo Llauradó en la categoría teatro para adultos. ¿Acaso los premios marcan un antes y un después en la vida y la carrera de una actriz?
Siempre es bueno que reconozcan tu trabajo. Los premios yo los veo como motores impulsores que te obligan a hacerlo cada vez mejor, pero realmente lo mejor es no esperarlos, sino que te sorprendan. Los premios existen porque somos seres que necesitan reconocimiento para saber que lo estamos haciendo bien. No digo que eso esté mal, pero no es algo que defina nada. Es un paso más en una escalera de la cual uno no para de subir o de bajar, todo depende del concepto con el que se miren las cosas y el ojo que las mira.
¿Quién es Grisell Monzón una vez que se apagan las luces de la escena?
Me encanta montar bicicleta, soy la verdadera pionera exploradora, me gusta mucho descubrir lugares nuevos, adoro estar con mi perra hija Emilia y me fascina el campo. Cada vez que puedo me escapo en bicicleta junto a mi novio en busca de la naturaleza.
Me gusta sentir que nacen ideas nuevas. Mis amigos son mi familia, me encanta Selena, las películas de magia me privan, sueño algún día con poder trabajar en una película musical. Me fascina aprender. Yo siempre fui muy mala en la escuela, me aburría, y como me tocaron los teleclases y los maestros emergentes aprendí muy poco, la verdad; entonces en la actualidad trato de llenar todos esos huecos de tiempos pasados, por lo cual leo mucho y todo lo que no sé lo pregunto o lo googleo. Mi vida es un eterno proceso creativo, del que soy totalmente adicta.
Soñar despierto
En Soñar con los ojos abiertos, todos giran alrededor de la joven soprano Lucelsy Fernández, quien acaba de ser distinguida con el Premio de Actuación Adolfo Llauradó 2020, de la Asociación Hermanos Saíz. Rubén Darío Salazar ha creado para ella un concierto que, de la mano del director de Teatro de Las Estaciones, resulta, por supuesto, un espectáculo teatral.
Vivir el arte en uno: Orlando González y el teatro (+Galería de fotos)
De seguro mi adicción al teatro le descubrió tras la máscara de algún personaje. Pero fue con mi arribo a la Vocacional de Arte en Santiago de Cuba, que vi los ojos de Orlandito. Inquieto y apasionado, así lo defino si la prisa manda. Con el tiempo observo sus pasos siempre en ajetreo al ritmo que impone la creación. Su cerebro es una avenida de doble vía que transita de la enseñanza del arte hacia Calibán Teatro, y viceversa. A sus 37 años, uno percibe que es u hombre de las tablas. Lo atestiguan no sólo las pieles asumidas en la escena; a su dirección, cada una de las puestas es un maremoto de sensaciones. Su modo de habitar la escena transforma el entorno.
Me place compartirles el tiempo y las razones de alguien que admiro.
¿Cómo llega Orlando a la actuación? ¿En qué momento decidiste este camino profesional?
Cursaba el décimo grado en la Vocacional “Antonio Maceo” cuando escuché por primera vez la sigla ISA, sin la idea de qué era. Cuando niño a la guía de mi abuelo que es locutor, tuve inclinación por el decir de poemas y otras cosas sencillas. Pero me era ajeno el mundo de la actuación y el teatro como tal. En la Vocacional me explican acerca del Instituto Superior de Arte. Con el 12 grado me presenté a las pruebas para el ingreso, muy empírico todo. Ese año se realizaron en Guantánamo y a los meses me notifican la aprobación. Fue algo inesperado, no lo planifiqué de siempre como afirma la mayoría en sus discursos, no. Aunque de pequeño la gente decía este niño va a ser artista, hice la enseñanza general hasta que acontece este suceso que nos sorprende tanto a mí como a la familia. Es mi primer acercamiento al mundo del teatro.
De tus años como estudiante del ISA, ¿qué experiencias y aprendizajes consideras que definieron tu desarrollo posterior?
El ISA es un lugar con magia al que agradezco mi paso y formación. Me transformó como ser humano y puso ante mí las herramientas para ser artista. Era algo novedoso. Llegas y te encuentras con su arquitectura, lo primero que deslumbra. Era muy bonito estar allá, sin las grandes condiciones, pero con muchos deseos de hacer. Te enamoras de ese lugar que tiene algo propio, y de tu carrera.
Los primeros años fueron duros pues muchos no teníamos nociones. Cuando entras a una escuela de arte, al menos me sucedió, piensas, “qué voy a dar aquí, qué cosa es actuar”, sobre todo cuando no vienes con una formación previa. Sorprende lo complejo de la carrera cuando comienzas a saber de Stanislavski, todas las cuestiones técnicas y los diferentes métodos de actuación. A veces estás en la escena, la clase práctica, y no se logra lo que el profesor solicita. Te percatas de lo complejo de la actuación. Los inicios fueron difíciles en el sentido de la adaptación a ese rigor.
En mi caso, el cuarto año fue decisivo en lo que me aportó en ese momento como futuro actor. En dicho curso comenzamos con un profesor que es una de las personas que más admiro como ser humano, docente y director de teatro. De Eduardo Eimil he aprendido muchísimo o eso trato. Ya él había impartido un semestre con mi grupo en segundo año, momento en que se hace el género del cuento cubano.
Puedo decir que mis mayores aprendizajes estuvieron entre cuarto y quinto año. En cuarto, hicimos obras maravillosas como Cornudo, apaleado y contento; El gallo electrónico, de Yerandys Fleites, que luego la hice en el ISA acá con mis estudiantes. Es una fiesta el trabajo con Eduardo y mucho el aprendizaje. Conoce las particularidades de cada estudiante. Este fue el curso que corroboré que sería actor. Hasta entonces pasaban los semestres y lo veía muy complejo, en ocasiones dudé de mí. De esa fecha al presente certifiqué ese amor que me hace ser una persona de teatro.
Luego la tesis tuvo la guía de Eduardo también. Fue un punto muy fuerte de mi carrera, era una obra completa de teatro psicológico, de Tennessee Williams. Me gradué con El zoológico de cristal, con el personaje de Tom Wingfield, fue una escuela este tipo de trabajo.
Egresar del ISA y de regreso a Santiago con ganas de comerte el mundo, ¿cómo fueron los inicios ya en el ámbito profesional?
Hay un nombre que siempre aflora en mi vida y es Norah Hamze. Era la directora de Calibán Teatro cuando estoy al graduarme del ISA, estaba en La Habana en un año sabático y tenía vínculos en el Instituto. Me pregunta si quiero entrar a Calibán de regreso a Santiago. Me agradó la posibilidad porque era de mi conocimiento el trabajo de la agrupación. Norah es quien propicia mi entrada a Calibán tras mi egreso.
Cuando uno se gradúa tiene muchos sueños y ansias de comerse el mundo, muchos miedos también. Piensas que pasaron cinco años y cuestionas tu capacidad. Luego te percatas de que lo que has estudiado lo incorporas a la escena o en la emisión de criterios, hay una base en la que a veces no se cree pero está.
Previo a la graduación hice intentos para quedarme en La Habana. En el ISA éramos un grupo muy unido, en los dos últimos cursos hicimos alrededor de seis obras de teatro. En algún momento surge la idea de quedarnos como proyecto dentro del Instituto, al respaldo del trabajo realizado en clase con Eduardo. Eso no fructificó, me decepciono y decido venir.
Llego a Santiago de Cuba y me uno a Calibán Teatro, la agrupación con la que todavía estoy. La acogida fue buena. Al inicio siempre hay tensiones cuando llega alguien diferente, sobre todo de un nivel que las personas consideran superior, por decirlo de alguna manera. A veces hay reservas. En ese momento eran actores que fueron dirigidos en su mayoría por Norah. Estaba Mae Pérez como directora general del grupo. Una de mis particularidades es que trato de hacer empatía con las personas y la tengo, creo vínculos y doy tranquilidad para que todos se sientan bien con mi presencia.
En ese momento Calibán está en el montaje de Jacques Hippolite y su tambor. La retoman para la ocasión con Valerio Bringas, uno de los actores grandes de esta ciudad. Llego y me toca sentarme, por supuesto. Pero hay algo más fuerte que yo y comienzo a dar todas las notas de lo que sucede en escena. A Mae le llama la atención mi manera, la forma respetuosa de dirigirme a Valerio, una personalidad. Considero que con la edad y trayectoria q tenga el actor, debe recibir notas, siempre y cuando tengan un enfoque con todo el respeto. Mi inicio en Calibán fue ese, me senté a dar notas a una obra en reposición. Creo que desde entonces se me valoró como alguien con intenciones en la dirección. En ese momento no había un director artístico en Calibán, Mae era la directora general y Norah acababa de ir a La Habana.
¿Qué obras de aquel primer periodo marcaron tu crecimiento actoral?
Mae se da a la búsqueda de un director artístico en Calibán y llega el maestro Ramiro Herrero Beatón, ya no está entre nosotros, uno de los grandes nombres del teatro santiaguero también, hombre de teatro. En esa etapa pasaba los setenta años, pero cuando creaba era un niño con certeza en todo lo que hacía. Un director que apreció la libertad de los actores para la creación colectiva. Es entonces que llegan mis primeras obras como actor. Inicio con La maestra, de Enrique Buenaventura. Ramiro la había hecho en muchos lugares, era un espectáculo raro, más bien un ejercicio actoral que un espectáculo teatral. Creo que él experimentaba con ello y así conoció al elenco de ese momento que la mayoría éramos jóvenes.
Luego aprieta la tuerca y aparece La declaración, basada en Petición de mano de Antón Chéjov. Es una obra con montaje de lo que restaba y murió del teatro de relaciones aquí. El resultado de un híbrido de lo que traje del ISA y lo que Ramiro como director acumuló de sus vivencias, era una persona que vio mucho teatro en varias partes del mundo. En La declaración hago el protagónico, Iván Vassiliyitch. Se estrena en una de las últimas ediciones del Festival de Teatro de Relaciones y gano mi primer premio de actuación con este personaje. Era una puesta muy enérgica, de intenso desgaste físico al aire libre, es complejo porque a nivel corporal te agotas, es parte del trabajo actoral y mientras más sudor, mayor el disfrute en mí. Traía algo en mi cabeza desde el ISA y es Trabaja sobre el cansancio y lo aplicaba todo el tiempo, era mucho más joven también (risas).
Ramiro tenía la idea de hacer una trilogía con Chéjov. Otra obra de las iniciales de Calibán fue La Institutriz, una pieza también del autor, que conocí en el Instituto por Eduardo. Yo hacía esta obra con una muy buena actriz, Aimé Martínez, y también nos dio un premio de actuación en otro Festival de teatro de relaciones acá en Santiago de Cuba.
¿Te sorprendió la dirección artística de la agrupación? ¿Qué pretensiones trajiste contigo a este empeño?
El propio Ramiro es quien me induce a que comience a la dirección artística. Aunque él llevaba esta línea, siempre hubo afinidad en nuestro trabajo, me escuchaba mucho. Era alguien que ofrecía muchas posibilidades, no era un director con celos profesionales y eso brinda comodidad. Él imparte un postgrado de dirección en la Universidad que culmina con el montaje de una obra o escenas de algún proyecto. Escojo Las Pericas, de Nicolás Dorr, monto el primer acto con los propios actores de Calibán, que eran jóvenes y confían en mí. Lo hago con las ideas y herramientas de entonces. Actualmente rememoro y no lo repetiría (risa). Es que uno evoluciona. Fue mi primer acercamiento a la dirección y eso lo agradezco a Ramiro muchísimo.
Pasa el tiempo y Ramiro enferma, no continúa su labor en Calibán. Se necesita alguien en la dirección artística. Mae está a punto de jubilarse. Desde un principio dejé claro que no asumiría la dirección general, porque evito un descuido de la creación. Entonces la dirección del Consejo de las artes escénica decide que Maikel Eduardo tome la dirección general del grupo y que yo me dedique a dirigir las obras.
Fue sorpresivo pero existió una preparación. Luego del trabajo para el postgrado, Las pericas se montó completa, los muchachos del grupo me lo sugirieron y fue la primera obra que dirigí. Se puso en la escena muchísimo, tuvo muy buena aceptación popular. Se trata de una farsa a partir de otros códigos fuera de lo acostumbrado. El género se asociaba al teatro de relaciones, ésta además de ser una obra de sala, generó comentarios como que en la farsa no se llora o sufre, y yo le decía a la gente que sí, se llora, sufre como una obra dramática, lo que el tratamiento es otro. Es muy complejo encontrar esa verdad cuando tienes que ser grandilocuente y además asumes un personaje con una máscara facial. Pero sí se es visceral en todo lo que se haga.
Cuando me llega la dirección tenía los montajes de Las Pericas y Cualquier lugar menos éste. La segunda, del teatro psicológico norteamericano que también se llevó a escena con Calibán. Es decir que ya contaba con un inicio en la dirección de actores y mis primeras puestas en escena.
Compártenos acerca del trabajo colectivo para la selección, construcción de las obras y puestas escénicas de la agrupación.
Creo que es imprescindible que cuando uno selecciona una obra el actor sienta motivación por lo que va a realizar. En Calibán nos reunimos en el consejo artístico del grupo y proponemos lo que queremos. Más allá, no me gusta que se quede en este espacio y opto por compartirlo con los actores, escucho sus ideas, porque quien dirige lo piensa de mil maneras, que si el actor no se identifica no haces nada.
Por lo general escojo el repertorio. Con tristeza digo que hay muy pocos actores con inquietudes para la proposición de una obra. Me encantaría que si por ejemplo quieren hacer un monólogo vengan con el texto y digan “quiero hacer esto”. Pero casi siempre los actores esperamos por el director.
Luego, cuando veo la aceptación de los actores ya sé que puede funcionar. Empezamos el trabajo de mesa, donde aparecen todas las dudas y hay que aclararlas. Es lo que te dice la visión del director, y la tuya como actor, qué le vas a poner a ese personaje. El trabajo de investigación es fundamental antes de subir a escena.
Siempre sitúo a los actores con respecto a la escena que se trabajará al día siguiente, lo mismo puede ser la primera que la última. Dejo que ellos se muevan, inicialmente con el texto en las manos. A partir de lo que surge organizo las piezas de lo que busco como director, pero les doy libertad y no me aferro a lo que ya pensé. Lo que ellos hacen inevitablemente modifica lo que preví, siempre pasa, hasta llegar a una fusión.
El actor necesita hacer verídico lo que sucede en escena y el director debe su entendimiento a que cada quien lo imagina de una forma. Ese consenso es positivo y trato de mantenerlo. Eso sí, hay aspectos que se tienen muy puntuales y no es la intención un cambio en el discurso. También hace falta la valoración de si lo que el actor propone es funcional o no.
Hay una obra que es referente en mi carrera e ilustra estos procesos, Quijotísimo. En cuestiones de la dirección me dio muchísimas herramientas en Calibán, más que las anteriores.
El montaje de Quijotísimo lo comienza Ramiro Herrero cuando regresa en uno de sus viajes a España, y me propone que haga el Sancho en esta versión del Quijote. Es el personaje que lleva la obra. Pasan dos años al intento y no funciona. En ese periodo sacamos Tragatierras, una obra que hicimos con Cristine en la Alianza Francesa; luego otra y la primera, nada. Aunque Ramiro era de la creación colectiva, los actores no estuvieron identificados. La propuesta se salía de los parámetros del grupo en el teatro dramático para adultos, porque se dirigió a los niños. Él se va a España y en algún momento me da la libertad de concluir a mi manera.
Conversé con los actores del interés que la puesta podría suscitar en los niños por lo que significa El Quijote y el acercamiento a la lectura como la novela maravillosa que es. Les propuse un montaje de cero, todo lo previo se quitó, incluso la producción de la obra. Se concibió para espacio abierto y nosotros la llevamos a sala. En los inicios no incluía luces, era una obra para carnaval. Hicimos nuestro taller, la escenografía, los vestuarios y diseños de las máscaras todo se cambió. Éramos muy jóvenes y llegamos a esos extremos que en la actualidad no me atrevo. No tengo mil años pero uno le toma respeto a esas cosas, a esa rebeldía de romperlo todo, quitarlo (risas), eso es muy de jóvenes. Y era ese el momento, siempre por una buena causa, por hacer el teatro.
Mucha gente se molestó, lo comprendo; yo digo que salvamos algo que hubo que cambiar y se hizo, entre todos, con nuestros recursos. En la idea original se usaban dos caballos de madera, me los imagino y hubiera sido muy molesto porque era la cabeza del caballo y un palo alargado como un caballito donde iban montados Sancho y el Quijote todo el tiempo en una obra que duraba una hora. Una de las cabezas de caballo se convirtió en un personaje, el Secretario le nombramos. Salía un caballo negro inmenso con el que se emocionaban los niños, era ver un esperpento. Los actores se enamoraron y la dirección artística estuvo compartida, porque fue un proceso que inició Ramiro y yo le respeté todo el tiempo. Cuando Ramiro regresó de España se encontró con otra cosa, le pareció bien y nunca hubo un sí ni un no por eso. Hice justamente lo que me dijo: “has lo que quieras” y él estuvo conforme.
La manera de trabajo de Calibán es esa, a veces con mucha diversión. Rechazo la amargura, evito la rigidez por la salud del proceso artístico. Valoro el punto donde la seriedad y la responsabilidad coexistan pero que no se vuelva amargo ni pesado. La creación tiene mucho que ver con el juego. Entonces trato que fluya el buen estado de ánimo aún en las obras más terribles, más dramáticas. Propicio que en los momentos en escena, de búsqueda y construcción colectiva los actores encuentren un buen ambiente y hasta algún chiste.
Hay obras que llevan el espíritu de uno mismo. En tu caso, ¿cuáles son esas piezas que en Calibán por una u otra razón te resultan espejo?
Aquí vuelvo a La declaración, ya hablamos de esta obra que me movió mucho y en lo profesional hizo que encontrara al actor. Hacerla me dio mucha seguridad, encontré elementos cuya presencia en mí ignoraba hasta entonces. Soy una persona tímida, los actores cuando tenemos esa característica pasamos dificultad en escena porque uno se inhibe y se revisa demasiado. De hecho en la actualidad aunque estudié cinco años como actor, prefiero la dirección. La declaración hizo que sacara muchos demonios. Logré lanzarme, ser grandilocuente sin miedo a los excesos. Apelé a varias herramientas y sentí la sorpresa del público, la expectación, esas sensaciones las tuve en cada puesta. Aunque soy tímido tengo una energía fuerte, muy alta. Me permitió hacer ese desborde energético que maravillaba a la gente. Combiné toda la preparación física que me dio el ISA, era algo muy intrépido, un personaje muy ágil. Todo en una hora y cinco minutos hasta la muerte del personaje, con una partida que en sí eran solo segundos de descanso porque revivía. Era una obra que al público le gustó mucho. Se acercaban para preguntarme de las próximas puestas y sobre mi personaje de Iván Vassiliyitch.
Incluso en un Máscara de Caoba se acercó Ariel Bouza, uno de los mejores directores que existen en el país. Después de ver La declaración me ofreció un lugar en Pálpito, sólo que mi interés ya era dar mi contribución a Santiago.
La Institutriz es una obra cuya mención vale, ahí hice la señora de la casa. Es una puesta que me permitió la improvisación, disfruto de este recurso en escena. Tengo anécdotas espectaculares de la puesta en el patio del Cabildo. Es la historia de una mujer que estafa a la sirvienta el día del cobro, y de una suma de sesenta u ochenta pesos le entrega once solamente. La gente se identifica con la historia y reacciona con intercambios y acotaciones desde las gradas al espacio de representación.
Con una de las puestas de esta obra, me divertí muchísimo tras un aprieto. Hay un momento donde la señora le exige a la institutriz que cuente el dinero. Cuando la criada lo hace llega a diez y reclama, a lo que la señora contesta “Ah bueno busca por el piso que seguro dejaste caer el último”. Alguien del público lanza un peso, cuando en realidad la idea es que no apareciera. Tengo que improvisar y la frase que llega es la famosa “Ojalá que llueva café en el campo”. Del público comienzan a llover pesos que inundaron el patio de monedas, y la señora recoge todos los pesos.
Siempre recuerdo como ya hablamos a Quijotísimo, aquí actué y realicé la dirección. Se trabajó la espectacularidad, que deslumbraba a todo el que la vio. El texto es preliminar, sin embargo la construcción de la puesta sí es buena. Se recreó la batalla de los molinos, un momento fabuloso, lo hicimos con unos vestuarios de una obra anterior, y eso lo usamos en los molinos, que llevaban como aspas en las manos, especie de banderas de saco como todo el vestuario, con aquellas capuchas y batones inmensos encaramados en unos coturnos. La batalla desde la coreografía junto al diseño de luces cobraba misterio, era mágico. Es una de las obras que todavía nos piden reponer. Y a pesar del tanto tiempo transcurrido todavía valoro traerla a escena nuevamente.
Y está Agnus… por supuesto.
En tiempos recientes, la puesta de Agnus Dei resultó de buena acogida por el público en cada una de sus puestas. ¿Qué se llevó de ti y qué dejó cada uno de estos momentos?
Yo conozco a Agnus, que luego transformamos el nombre como Agnus Dei, por el significado de Cordero de Dios. Con esta pieza se gradúa la mitad de mi grupo en el ISA. Yo lo hago con Zoológico de cristal junto a tres estudiantes más, y el resto, que eran mujeres, se gradúan con Agnus. Eduardo Eimil era el director de nosotros y quien montaba la tesis
La obra tiene mucho de Eduardo, cuando pienso Agnus, pienso en su calidad como profesional. En aquel entonces y sin saber que iba a dirigir después, tuve la intención de hacerla algún día. Supongo que lo visualicé como director porque todos los personajes son femeninos, y el planteamiento no soporta que un actor interprete alguno de éstos.
Eduardo concibió un espectáculo para la tesis, con vestuarios espectaculares, escenas que recreaban la navidad, las imágenes que uso toman como partida aquellas. Era una puesta de sala y no intimista como la asumí. Se cantó, porque mi grupo en el ISA tenía el don de la musicalidad y él aprovechaba eso. Todas las actrices cantaban. Era casi un musical, que conservó el dramatismo propio del argumento.
Hace casi dos años con las clases que imparto en el ISA al tercer curso, periodo en que tratamos el teatro psicológico, selecciono escenas de Las Brujas de Salem, y doy con Agnus de nuevo. Monto alrededor de tres escenas para los estudiantes. Y en este proceso me sentí listo para su realización. Agradezco el tiempo que transcurrió para desprejuiciarme de lo que formé parte y conocía de memoria. En el ISA me quedo fascinado con el trabajo de Karina Alcina como la psiquiatra; la vi en el personaje y le hablé de la posibilidad del montaje con Calibán.
El espacio del ISA donde se realizó es un aula pequeña, siempre se hizo frontal, pero a partir de esa visualización me decido por la modalidad de teatro arena con la agrupación. Quise que el público tuviera la oportunidad del roce con el actor al momento de su desgarramiento, lágrimas, sonrisas, inocencia. Me enamoré de esa manera de plantear Agnus y me dio la oportunidad de desprenderme del espectáculo del que fui testigo. De desprenderme de eso, no de las enseñanzas de Eduardo. Tenemos muy buena comunicación, cualquier duda se la consulto y escucho sus criterios. Su opinión para mí es sagrada. Los aspectos que guardan similitud o que encuentran su génesis en ese espectáculo del ISA se las consulté, aunque el tratamiento no tiene que ver, es diferente. Los personajes guardan distancia con los que se plantearon con anterioridad.
Es una obra que ofrece inmensas posibilidades al actor. Aposté por una puesta muy minimalista, cuya responsabilidad recayera en la actuación. Hay acciones en que se fuma un cigarro, sirven un té, anotan en una libreta, lo demás es el actor con el otro, en un intercambio de emociones que sustentan esa historia terrible a la gente que tiene alrededor.
Nos ha dado regocijo porque Santiago de Cuba no tiene costumbre de tener puestas de este tipo. Nosotros somos más pintorescos, y no está mal, me parece fabuloso, pero se necesita variedad.
Me dio un poco de temor al principio. Me pregunté si funcionaría en el público, su aceptación. Y sí, también detrás de la historia hay un género policiaco que a la gente le atrapa porque todos quieren saber qué sucedió ahí. Es una historia plena de información, densa, que no aburrida. Ponemos ante el espectador un drama fuerte que lo mantiene en tensión. Esa misma curiosidad, ese policiaco, el personaje de la doctora Livingstone, una psiquiatra que a la vez hace de detective, amarra a la gente. Con el tema de la mujer y la maternidad además, se identifica la mayoría.
En otras ocasiones las personas me indagan acerca de la temática religiosa en la obra. Desde mi concepción el espacio de la religión es un pretexto. La razón principal no es la delación de cosas que sucedieron en la iglesia católica aunque sí lo digan. La intención no es juzgar a la religión o a la ciencia. La esencia es la provocación del pensamiento y veas que tus razones no son absolutas, que hay una mirada del otro lado. La psiquiatra no justifica que Agnes haya tenido un hijo que no fuera de un hombre; y la monja sí, porque ve en ella a una criatura suprema, celestial. Esa batalla entre ellas es como desmembrar a un ser en dos partes, que es lo que consiguen al final. Agnes es quien paga una disputa entre ciencia y religión. Es una historia que a la larga hurga en el asesinato de un bebé, conmueve y desgarra.
Estoy muy feliz con el trabajo que se ha hecho. Próximamente nos proponemos su reposición porque está fuera de cartelera un tiempo. Claudia Valdés asume el personaje protagónico y es una obra que pretendemos mantener.
Comedia a la antigua te da la oportunidad de realizar la dirección artística a la entrega de los maestros de A Dos Manos. ¿Cómo se entrecruzan juventud y experiencia en la escena?
Tener a Nancy Campos y a Dagoberto Gaínza en escena es un lujo para cualquiera. Todo el proyecto comienza en las captaciones del ISA con otro de los nombres importantes en mi vida profesional, Corina Mestre. Ellos le piden que les sugiera una obra, algo que para mí es muy valioso. Son dos actores mayores, Dagoberto tiene ochenta años y Nancy setenta, y a esa edad las ganas de permanencia sobre las tablas lleva un reconocimiento infinito. También me identifico con esas edades, emocionalmente me trasmiten mucho, lo relaciono con mi abuela que ya no la tengo. Una persona adulta es sagrada.
Corina les remite a Comedia a la antigua, que se hizo hace mucho tiempo en Teatro Estudio. Me sitúa en la pieza pues no la conocía. Corina pregunta quién se las va a montar y ellos contestan que Orlandito. Ahí sí quedo en un “¿cómo que yo?”, mira la cantidad de trabajo que tengo, era como un ¡ay dios mío! ¡Pero lo agradezco tanto de verdad! Por ahí empieza esta historia.
Hicimos las captaciones, a los cinco días ya tenía la obra en mi poder. Corina asume la asesoría de todo el proceso, del diseñador, trabajo con Nelson Acevedo, profesor en la escuela de Camagüey, investigador, una persona de teatro con muchos conocimientos. Él me asesora toda la parte dramatúrgica. Viajaba una semana al mes mientras se hizo el trabajo de mesa y arreglo de texto porque es una obra muy extensa que se sintetizó. A las historias se les hizo cambios o más bien se excluyen partes en las tramas de cada personaje, no se desarrollan todos los conflictos que tiene cada uno. Es una pieza muy extensa que duraría al menos más de tres horas.
El trabajo con Nancy y Dagoberto es una escuela, es ver a dos actores con unas condiciones inmensas, con un respeto a la profesión que emociona y cada alumno debería conocer. En ellos hay respeto al escenario, la profesión.
Al inicio entré con nervios, qué te voy a decir. Me pregunté cómo hacerlo, cómo les digo las notas. Sencillamente hice lo que siempre, conversaciones, ensayos, dirigí como si fuera a los actores más jóvenes del mundo, con respeto y buen trato como lo hago de forma habitual. Así funcionamos. Para mí ha sido una gran escuela la experiencia con ambos, hay elementos que incorporas. Tienen recursos que uno se asombra la manera que hallan para resolver distintas situaciones. Son muy profesionales, les tengo mucho respeto y estoy más que agradecido.
Ellos quieren montar algo más conmigo, estamos en ese proceso con El último cartucho, de autor francés. La encontré en internet, también es para dos personajes. Me comuniqué con el señor y dio su aprobación. Estamos inmersos en ese proyecto, es lo más grande ver a personas de esa edad en escena. Es por lo que apuesto siempre, porque la gente ame por sobre todo el teatro. Es nuestro refugio, eso me dejó la escuela, Eduardo, Ramiro y Corina cada vez que coincido con ella. Ese amor sin medidas por lo que hago, el teatro, y ese respeto que es permanencia.
Estás ante la reposición de Pasaporte, me gustaría que hablemos de esta pieza.
Pasaporte es una obra de Yunior García, la conocí por Víctor Garcés, uno de mis alumnos en el ISA, ahora está en la Habana con Celdrán. Leo el texto y me encantó.
En ese momento estábamos en Calibán en algún proceso de montaje. Nosotros tuvimos mucho vínculo un tiempo atrás con la Alianza Francesa. Con Cristine, la directora entonces, Maikel y yo montamos Tragatierras, obra con la que fuimos en el 2011 al Salvador. Ella montó otras cosas en Calibán con Dalia. Trabajamos con Cristine y Maurice, entonces su esposo. Maurice viaja a Cuba con la intención de continuar el montaje de vez en cuando de alguna que otra obra. Monta La Tabla de salvación, se va a Francia y ese tiempo coincide con mi lectura de Pasaporte.
Le hago llegar el texto, a él le fascinó y viene a Cuba con la idea de su preparación. De hecho es una puesta de Maurice. Para esta ocasión actual, y las funciones que se posponen por el rebrote, no he tocado la puesta. Sí trabajo con los que se incorporan al elenco, o sea, en este caso realizo la dirección de actores. Se trata de jóvenes egresados de la Academia que ya es hora de verlos en escena. La obra no tendrá cambios en su montaje y el actor la asume como muchos de ellos la han visto. Trato de trabajar con ellos desde su punto de vista, porque la concepción de montaje está pero el personaje lo crea el actor. Las particularidades las encuentran ellos.
Teníamos funciones los pasados fines de semana. Son actores jóvenes con muchas ganas. Fueron los de la iniciativa por estrenarse, algunos todavía me dicen profe. Yo con todo el placer me bajo, y cedo mi personaje a alguien. Me parece que es una manera de enseñanza y que los jóvenes se motiven. Los personajes no son de uno, están escritos. No se puede vivir con temor, mucho menos con alguien que fue estudiante tuyo. Se trata de dar oportunidad a que se haga con dignidad y que el actor crezca.
Pasaporte tiene esa cualidad, de que las nuevas generaciones pasen por ella, es una obra escuela. Vamos a llamarle así, es un pasaporte a Calibán. Me alegra que no sea una puesta mía porque así ellos experimentan otra manera. Quiero que cuando comiencen las funciones se mantenga un buen tiempo en cartelera, para que puedan foguearse en eso.
Tu construcción profesional se alimenta con el ejercicio de la docencia en la Escuela Vocacional de Arte José Ma. Heredia, en la actualidad eres el responsable en el departamento de actuación. ¿Cómo se complementan el actor, director de escena y el docente?
Mira, la escuela es una escuela para todo el mundo. Siempre aprendes en este escenario. Me gradué y empecé en Calibán en el 2006 y en el 2007 comencé a impartir clases, sin la idea de nada. Cuando tomé un programa en mis manos fue algo inquietante. Sin embargo vi mucho de lo que cursé en el ISA. Nunca pretendo saberlo todo, siempre escucho. Esto no es un grupo de teatro, aunque cuesta entenderlo, no lo es. Es un lugar para brindar herramientas y formación, con todo lo que aborda la palabra, en una persona, actor, adolescente.
En la medida que impartí la docencia, me posibilitó que en mis primeros años en Calibán experimentara una mayor seguridad. En el aula en el intercambio con los alumnos, los señalamientos, sugerencias, incorporé como actor otras herramientas. El ejercicio de la docencia y el de dirección te sistematizan un proceso. Diriges al estudiante pues, aunque sea un proceso de formación es directivo. Antes de la enseñanza estás en tu burbuja y luego, la burbuja se rompe. La docencia es fundamental, al menos para mí.
Soy alguien que crea mucho sentido de pertenencia, llego a un lugar y ahí me mantengo. Hablo del 2006 y todavía continúo en Calibán; digo el 2007, y permanezco en la escuela. Son dos lugares por los que siento, protejo y cuido mucho.
Defiendo la cohesión y prestigio del departamento, la tenencia de un claustro lo mejor posible es clave en eso. Busco que persistan las buenas energías pues trabajamos entre artistas. Ahora tengo la responsabilidad principal, algo que confieso no deseaba, justo por razones como que el curso pasado no impartí docencia porque la carga era mucha y debía dedicarme a una u otra cosa. Sin embargo en el presente ya no resistí y estoy directamente con la docencia y el departamento. Es mi razón de ser.
Por ejemplo me encanta montar en tercer año el verso, y me adueño porque lo disfruto. Persisto en que los estudiantes se identifiquen con esta expresión tan compleja. Hablamos del siglo de oro español, algo que no tienen cercano, no hay teatro en verso, en la actualidad no se hace. Muy difícil que quizás en La Habana se monte una obra, pero aquí no. Es mucha la distancia e intento que se enamoren de eso. Veo la parte mágica, un importante ejercicio para el futuro actor. Quien pueda decir un verso de forma correcta, puede asumir un texto en prosa con acierto por el resto de su vida.
Tengo a la Vocacional de Arte al mismo nivel que el grupo de teatro, no los puedo separar. Es un lugar con mucha responsabilidad porque formas a tus colegas, a los actores, a diferentes generaciones. Un actor, un artista tiene una responsabilidad social muy fuerte. Tiene el encargo de la movilización del pensamiento, o simplemente de divertimento. Es la responsabilidad que trasciende tu persona o cualquier grandeza, es tu función social. Eso no se debe olvidar y es de las ideas que trato de inculcarles a los muchachos. Es difícil, sobre todo en nuestro medio, porque la gente quiere reconocimiento. Trabajo con una frase de Stanislavski que es en apariencias sencilla, Vivir el arte en uno, y no a uno en el arte. Es lo que defiendo dentro del mundo del teatro, ya sea en la escuela como en el grupo profesional. Tal vez por eso he tenido empatía con muchas personas.
Creo que ahí está la clave de lo que hago, como en los casos de Nancy y Dagoberto, dos personas inmensas, personalidades del teatro cubano; que confiaran en mí para dirigirlos, es grande.
Esa frase nadie la usa por simple, ¡pero dice tanto!, Vivir el arte en uno, y no a uno en el arte. Eso me define como persona.
«Seca» de Caminos Teatro: ¡Hay que verla!
Con el montaje de “Seca”, de Roberto D. M. Yeras, la agrupación Caminos Teatro vuelve a salir airoso en el panorama teatral avileño. Pero el nivel de las actuaciones todavía le dará algunos dolores de cabeza, antes de que entorne por un mejor camino.
Considero que una de las debilidades de su montaje está en que el espectador no podrá encontrar una escuela de la actuación donde apoyarse para entender de qué se trata. Y pareciera que todavía las cosas no cuajan del todo a la hora de decidirse por la actuación basada en el modo preferido de Bertolt Brecht, la experiencia y la identificación para producir asombro y educar a las masas; o en el método de Serguei Stanislavski, donde lo vívido tiene la preponderancia y se lleva a su máxima expresión el asunto de caracterizar a los personajes y situaciones.
Digo esto porque en la hora y cuarto que dura la puesta no hay algo que nos desvíe el interés para hacernos mirar el reloj. Nos quedamos en nuestra silla más que interesados en la trama que se desarrolla ante nuestros ojos.
Por lo tanto, tiempo y ritmo van de la mano, buenamente, para que la historia se vaya desenrollando de manera veloz y sin atolladeros. Nos llega a cautivar todo lo que ocurre en escena y hasta nos hace ser partícipe de cada suceso. Si algún personaje tropieza, nos reímos; si alguno hace algo que da lástima, pues nos acongojamos; y así, la puesta nos atrapa desde el mundo afectivo hasta el raciocinio.
Pero, ¿qué es lo que pasa que no nos podemos centrar en los personajes tranquilamente? Es más sencillo de lo que parece. Por lo general, cuando un grupo de teatro hace su trabajo de mesa, valora las posibles escuelas de actuación por la que ha de erguirse su trabajo escénico. Y hacia esa pauta se dirige la dirección de actores.
Con esto se consigue que los niveles de actuación estén lo más parejo posibles para no “marear” al espectador y conseguir que el mensaje de la obra llegue lo más pronto y certero posible. Además de que se perfila mejor el objetivo del montaje y se refuerzan las debilidades dramatúrgicas que pudiera tener el texto.
Claro que esto no tiene que ser una camisa de fuerza. Cada grupo trabaja a su manera y como mejor le parezca, pero en una cosa sí parecen coincidir todos, y es en la manera en que cada uno de los actores interpretan sus personajes y lo que obtiene con esto.
Si vemos el montaje que ha imaginado Juan Germán Jones (https://uneaciegodeavila.cubava.cu/artes-escenicas/juan-german-jones-pedroso/), y la preparación actoral que ha venido supervisando Jenny Ferrer (https://uneaciegodeavila.cubava.cu/jenny-ferrer-diaz/) con cada uno de los actores, enseguida se echa a ver que algunos de ellos están sobre la línea de lo conversacional. Un tanto a tono con los cánones más contemporáneos de la dramatización cubana donde se apuesta por el discurso verbal más que por el escénico o imaginario.
En este tipo de línea actoral podríamos ver a Roberto Castillo en su personaje del Nene, Jorge Luis Sardinas en El Papi, esencialmente. A pesar de ser un teatro arena, y de no exigir una grandilocuencia en el actor, sus representaciones descansan sobre algunas caracterizaciones físicas, y casi ninguna psicológica. Muy a pesar de que ambos tienen historias personales como para sacarles todo el jugo interpretativo.
Por el contrario, la Raza, interpretado por Mercedes Mesa, tiene una profundidad psicológica que lo lleva a echarle mano a recursos como la tartamudez, los tics nerviosos, las grandes gesticulaciones, y otros, que hacen que su personaje sea más disfrutable en cuanto a las posibilidades histriónicas de la actriz. Pero como que desentona, un tanto, ante una Yamara Pereira y Yanelis Velázquez en los roles como La Chula y la Jefa, indistintamente, y el resto del grupo. Y hasta pudiera crear ese ruido molesto, cual motor de una turbina de agua, a los que quieren concentrarse en la dramatización en sí.
La actuación de Mercedes, para los que gustan de la “vieja escuela”, es memorable y con una fuerte dosis de credibilidad. Porque el uso que hace de la personificación es mesurado y logra que se dibuje un personaje maltratado por la vida y las situaciones familiares inapropiadas. Por lo que su personaje cala en el espectador y se vuelve identificable.
No quiero decir con esto que la obra adolece de una dirección actoral más precisa. Todo lo contrario. Llegar a este tipo de representación y con la calidad que tiene, en apenas cinco puestas, es un mérito.
Una pieza teatral todavía no llega a “cuajar” todo lo que tiene para ser considerada un verdadero ejemplo de genialidad, con muy pocas puestas ante el público. En la medida que más personas la ven, y los críticos hagan su trabajo, pues ganará en precisión y calidad.
Con una esmerada concepción escenográfica, la puesta nos revela una especie de cárcel circular, donde los personajes interactúan y sueltan al viento los textos tan paradigmáticos y esclarecedores.
Los elementos escénicos cumplen su función al montar y desmontar el espacio de realidad en que descansa la obra. Por momentos es una cárcel, en otros, un espacio arquitectónico; también es la habitación donde ocurren los interrogatorios y la calle donde se citan el Nene y la Jefa. A veces es un ring de boxeo.
En más de tres líneas de tiempo, donde se juntan pasado y presente, las historias de los personajes se entrelazan y generan nuevos conflictos que van in crescendo hasta dar con el desenlace ¿trágico?
Y estos puntos de vista hacen que la puesta se vuelva interesantísima al colocar al concurrente en función de anotar y recordar los “bocadillos” más importantes, y a descartar aquella información que no esclarece ninguno de los subtramas.
Es casi un ejercicio intelectual donde el espectador asume el mayor protagonismo. Y eso es una cortesía. Se agradece. La acción intelectual del espectador siempre traerá consigo la mejor retroalimentación posible. Es casi el objetivo supremo de una obra de arte: la comunicación.
En este sentido, creo profundamente que la pieza se inscribe dentro de aquellas “raras avis” en el panorama teatral cubano, que no echa a mano al fenómeno “Cuba” para achacarle las culpas de todos los males que cohabitan con los cubanos. Asunto que me ha llevado a pensar en una crisis de la dramaturgia en esta isla, en los últimos diez años, porque no todo en el teatro tiene por qué ser la oscura realidad ni la espina contra el sistema político que hemos decido llevar sobre los hombros.
Recuerdo obras como las del grupo El Portazo, algunas de Teatro del viento, y otras a todo lo largo de la ínsula, que repiten el nombre CUBA como si quisieran encontrar en ello a un culpable, un redentor o una tabla de salvación, en vez de ponerle el nombre que llevan los responsables de las cosas nefastas que ocurren a diario.
Recuerdo, también, a Fernando Pérez con su multipremiada de 1996, donde es evocada Cuba, el nombre un personaje, con el doble sentido a su máxima expresión y una fuerte carga dramática.
Historia aparte, pareciera que nadie quiere ponerse el arma de la censura sobre la sien, o se la pasan de mano en mano, provocativamente, para armar cierto caos y para ello, disfrazan un discurso adverso a la política cultural de la Revolución, y a la Revolución misma, tras ese sustantivo provocativo.
¿A quién critican cuando evocan a Cuba ante los males que denuncian? ¿Quién es Cuba?
Por suerte, en esta obra, es una palabra apenas dicha. Bastante tenemos ya con nuestras cruces como para querer convertir el teatro de esta nación en calvario.
Caminos Teatro tiene, aquí, obra para seguir trabajando y reestrenar una vez que la pandemia de la COVID-19 abandone para siempre nuestro terruño. Con perfilar un poco más los hilos de la actuación se conseguirá que la pieza gane en sostenibilidad y coherencia. Así, su estructura escénica y dramática se erguirá hasta los mismos cielos.
Telefoneándole a Dios en tiempos de pandemia
“Esta obra pudo bien llamarse El amor en tiempos del Covid-19 – sostiene el promotor del Centro Cultural Mejunje Alexis Castañeda Pérez de Alejo– con respecto a la más reciente entrega de la Compañía Mejunje. Una obra que narra los soliloquios de una anciana, desde ese (des)enfoque hilarante conque suele acompañar temas de hondo contenido humano y social.
Y es que “Si puedes tú con Dios hablar” se concretó por obra y gracia del confinamiento que durante la terrible pandemia varios artistas han revertido en producción creativa.
Según figura en pancarta promocional, “era una idea que llevaba tiempo punzando la imaginación de Ramón Silverio, pero el recogimiento en su casa con tiempo para precisar detalles, más la cercanía actuante del motivo que dio pie a la historia, pues llevaron al logro.”
Así presentó Castañeda la puesta; y ratifican sus palabras la historia real contada por el Mejunjero Mayor, quien afirma que se inspiró en su propia vecina para concebir el personaje y en las anécdotas románticas que ella le contaba cada día de confinamiento, para darle color a la trama.
Se trata, en esencia, de una anciana que espera la llegada de su novio Jorge, hasta que descubre que este había muerto, y entonces decide entablar una comunicación telefónica con Dios.
“¿Cómo usted está, y la virgen y los demás? Salúdelos de parte mía, sabe. ¿Qué? No, yo le dije a usted que usted es un hombre casado y yo no rompo matrimonio. Siga usted con la virgen que ustedes hacen muy linda pareja.”
Ella lo que pide es que la reunifique con su pretendiente preferido, ya sea trayéndolo a él de vuelta a la vida o llevándosela al cielo. Dios, en efecto, parece escuchar su súplica, pero Jorge insiste en esquivas hacia la protagonista, y en sus zalamerías para con otras mujeres (también imaginadas por la anciana).
“Ay Jorge, ¡tú me las vas a pagar! ¡Sí señor, porque yo me voy a casar! Yo no sé si me case con el italiano, con el millonario, con Dio´, con… ¡pero esto no se va a quedar así! ¿Y sabes por qué? Porque yo todavía tengo mucho por vivir…”
Encarna a esta graciosa señora la actriz Mayuli Hernández Sánchez, a quien se agradece la identificación con la soledad de una anciana, su apropiación del escenario y la identificación con el recurso escenográfico más importante, un andador; para regalarnos un personaje creíble en un ambiente sugestivo.
El diseño escenográfico, minimalista y de gran sencillez, hace prevalecer el histrionismo, el texto locuaz y la ambientación sonora. Esta última está estructurada a partir de diversas versiones de la pieza original de Alberto Domínguez que da título a la puesta, “Perfidia”.
Pudiera decirse que el unipersonal “Si puedes tú con Dios hablar” es una amalgama tragicómica que nos invita a la reflexión desde la risa; pero que superpone la empatía y el respeto hacia quienes peinan canas. Más lejos del melodrama que rodea a la demencia fue concebida esta graciosa alegoría de la fantasía senil.
“…y mis penas, ¡mis penas sí saben nadar!”
“No dejar nada gratuito”
María Lorente, quien obtuviera Mención en la más reciente edición del Premio Calendario por su texto teatral She is leaving home/Qué va a ser de ti, es una joven dramaturga con mucho por contar. Sabe que hacer buen teatro depende, en gran medida, de no dejar nada gratuito. Su historia como escritora y teatrista recién comienza y esta es la invitación para conocerla, en un ángulo mas cerrado de observación.
¿Cómo ocurre tu primer contacto con el mundo de la escritura y con el del teatro? ¿Cómo descubriste tu vocación?
Creo que mis padres son lo más importante al hablar de mi vocación. Ellos son escritores y en mi casa siempre viví un ambiente de libertad, de buen gusto, una visión lo menos prejuiciada del mundo. Siempre fui hiperactiva y mis padres tuvieron que encontrar maneras para que yo soltara toda aquella energía: cursos de ballet, fotografía, numismática, artes plásticas y, por supuesto, teatro.
Sara Miyares, muy cercana a mi familia y Teatro Guiñol, Las Estaciones o El Arca, fue fundamental en mi inserción en el teatro desde pequeña. Crecí viéndola actuar en el Guiñol, me inscribió en mis primeros talleres de teatro, montó obras conmigo y los niños de mi aula y me llevó a formar parte de su grupo de entonces (Teatro de muñecos Okantomí). Fue allí donde tuve mis primeras experiencias dentro de un teatro.
Con Okantomí participé en La calle de los fantasmas y en Bebé y el señor don Pomposo, todavía guardo los programas de mano: hice de fantasma, de mendiga, de lazarillo y ayudaba a los actores en los cambios de ropa o en cualquier cosa que surgiera tras los telones. A partir de ahí tuve muy claro en mi niñez y parte de la adolescencia que quería ser actriz. Me presenté en las pruebas de la ENA y no aprobé, lo cual, para mi sorpresa, no fue el fin del mundo. Todo lo contrario. Empecé a escribir, a escribir con conciencia.
¿Cómo transcurre tu proceso creativo? ¿Cuánta importancia le concedes a la investigación dentro de este proceso?
Cuando escribo, me encierro. Me gusta estar sola, en un ambiente tranquilo, sin interrupciones. Sin embargo, el tiempo de escribir no coincide siempre con el de concepción, trabajo de la idea o investigación, por lo menos para mí. Me pasa que cuando estoy en la primera fase de producción de un texto, mi mente se enfoca en eso con mucha fuerza, tanto que todo lo que leo, estudio, escucho o percibo, lo relaciono directamente con ese proceso.
Creo que cada proceso requiere un tipo de investigación que responda a las particularidades del futuro material. La investigación vivencial y la bibliográfica son las que he practicado para enriquecer mis textos. Me parece que todo lo que he escrito es también una investigación sobre mí misma.
¿Qué universo de referencias, tanto literarias como visuales y teatrales, te acompaña?
He visto mucho teatro malo, y creo que todavía me toca ver otra gran cantidad. Ese teatro que yo considero malo o poco interesante me ha enseñado mucho, me ha dejado claro lo que no quiero hacer. Ver o leer el teatro que me gusta también es de gran ayuda. Estoy en una edad en la que dejarme influenciar y, de alguna manera, intentar copiar recursos de mis paradigmas, es muy productivo.
En lo literario, mi primera referencia son mis padres, y creo que por eso no me he aventurado en la poesía, porque sería trabajar en un campo muy trabajado por ellos. Soy fanática de la literatura latinoamericana: Cortázar, Vallejo, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Quiroga o Ricardo Piglia. También Dostoievski, Hemingway y Salinger causaron revoluciones en mi manera de escribir.
Háblame un poco de tu texto teatral She is leaving home/Qué va a ser de ti, que fuera reconocido con una Mención en el Premio Calendario 2019 de Teatro.
Es el primer texto teatral que escribo de manera seria y todavía sigo trabajando en él. Después de leer Aire frío, de Virgilio Piñera, hice varios intentos por escribir una obra cuyo centro fuera una familia cubana (otra más para la gran lista de muestra dramaturgia). Finalmente vi 10 millones, de Carlos Celdrán, y eso fue lo que me impulsó a escribir sobre mi familia, mi casa, mis preocupaciones. Tal vez de ahí tomé la autoficción, la frontalidad o lo narrativo.
Fueron dos influencias conscientes: Aire frío y 10 millones, luego se sumó La noche de los asesinos, de José Triana. She is leaving home/Qué va a ser de ti es sobre Lucía, una joven de 24 años que se separa radicalmente de sus padres, Ramón y María. El texto ya está en proceso de publicación en la editorial Aldabón, de Matanzas, y eso me tiene muy entusiasmada y trabajando más.
Desde el año 2018 has acompañado al proceso creativo de Carlos Celdrán y Argos Teatro como asistente de dirección. Esto te ha permitido asistir de cerca al nacimiento de los montajes de Misterios y Pequeñas Piezas (Premio Villanueva de la crítica en 2018) y Hierro (Premio Villanueva de la Crítica en 2019), ¿qué experiencia te ha otorgado esta cercanía y hasta qué punto has podido revertirla en beneficio de tu trabajo de escritura?
Siento la influencia de Argos Teatro desde muchísimo antes de tener la oportunidad de observar sus procesos de montaje. Por eso empezar a trabajar ahí ha sido un privilegio y, a la vez, una enorme responsabilidad. El trabajo de asistente de dirección es un término medio raro entre lo técnico y lo artístico. Este trabajo me deja mucho espacio para el aprendizaje, que es mi principal objetivo en el grupo. Ellos me han aportado tanto que estaré siempre en deuda.
Salí de la soledad de mi cuarto, de mi mundo de dramaturgia utópico, para insertarme de lleno en un teatro. Esa es una experiencia que todos los estudiantes deberíamos tener. Estar ahí, durante todo el proceso de montaje de una obra, cambia totalmente el punto de vista de uno con respecto al teatro.
Como dramaturga lo que más me aportó fue ser testigo de la mutación del texto del papel a la escena. Además, fue muchísimo más productivo para mí el hecho de haber participado en dos montajes en los que el dramaturgo y el director eran la misma persona. Vi a Celdrán mirando desde la perspectiva de un director su propio texto, tratando de ser lo más objetivo posible, haciendo cortes, rescribiendo escenas y descubriendo facetas u objetivos nuevos que como dramaturgo no imaginó.
¿Piensas que el ISA es un paso necesario, o acaso imprescindible, para los jóvenes dramaturgos, o existen otros caminos posibles?
Un artista no necesita un título o una ley para legitimarse. Un artista necesita una obra. Creo que el ISA no es el único camino, sin embargo, sí es un puente, una valiosa guía para encaminarse en el arte. Al menos desde mi experiencia lo ha sido.
El ISA no hace al artista, le brinda herramientas y es el estudiante quien tiene que saber aprovecharlas. Uno no se puede quedar nada más con el ISA, hay que salir, que entrar en contacto directo con las cosas, participar en todos los eventos (los buenos, los malos y los peores) y estudiar también materiales que necesariamente no están en el plan de clases.
La Facultad de Teatro tiene la suerte de contar con profesores que son, a la vez, artistas y teóricos de referencia nacional. Ese diálogo que se establece con los profesores y futuros colegas es lo más valioso de la Universidad, desde mi punto de vista.
Si tuvieras que definir tu escritura, ¿qué palabras elegirías?
La definiría con las palabras claridad, transparencia y verdad. Ojalá y otras personas al leerme definieran mi escritura de ese mismo modo.
¿Cuáles son los temas que le interesan a tu teatro?
Las relaciones familiares, entre padres e hijos, y los conflictos de los personajes con su entorno. Sobre todo, temas y personajes que tengan posibilidades de cuestionar la realidad y de dialogar con el público cubano actual sin caer en estereotipos.
Me gustaría hacer un teatro que, aun partiendo de un contexto nacional particular, pueda rebasar esa frontera y hablar de algo universal. Esto se lo debo mayormente a Argos Teatro.
¿Sientes que el mundo de la intermedial y lo hipermedial permea de alguna forma, menos o más visible, tu creación?
Por supuesto. Esa es una realidad en la que nací. Mi generación ha vivido esa fugacidad con cierto atraso por ser Cuba, pero igual es apabullante. Desde que tengo conexión a Internet por el teléfono móvil, todo se mueve desde ahí. No he insertado de manera consciente estos medios en mi escritura, pero creo que de una manera u otra están ahí.
Por ejemplo, en She is leaving… las diferencias generacionales se pueden reconocer también por el modo en que cada personaje interactúa con la tecnología: los padres de Lucía no saben conectarse a Internet por el móvil y el padre no sabe manejar el teléfono inalámbrico, por ejemplo.
Como joven artista, ¿cuáles son los principales obstáculos espirituales, materiales o de cualquier orden que entorpecen la creación en los momentos que corren?
Siento que el mayor obstáculo para mí, soy yo misma. Lucho todo el tiempo en contra de mi vagancia para sentarme y seguir puliendo el material, en contra de la idea de que un texto ya está terminado, en contra de otro texto en proceso que puede hacerme dejar el anterior a medias, en contra de mis inseguridades y, la más dura, en contra de la autocensura. Pienso que la mejor manera de quedar bien ante un futuro lector o espectador es ser sincero, investigar de manera seria y pulir mucho el material, no dejar nada gratuito.
«Los actores que más valoro son aquellos que más arriesgan»
En el ámbito teatral de La Habana poco se ha escuchado de Tanis Nápoles. No obstante, desde la creación silenciosa y paciente, esta joven actriz lucha por abrirse paso en los caminos, a veces intrincados, de la escena nacional. Miembro desde hace años de Laboratorio Fractal, trabajó en la obra La Caída, de Raúl M. Bonachea Miqueli y justo ahora, con este mismo colectivo, enfrenta como asistente de dirección el montaje de Cuerdas percutidas, proyecto por el cual Laboratorio Fractal obtuviera la más reciente Beca de Creación Escénica Milanés.
¿Qué caudales de experiencias, sacados de la vida cotidiana, usas como material para construir tus personajes dentro del mundo particular de una obra?
Las experiencias las voy utilizando en dependencia de lo que el personaje me aporte. Por lo común busco la similitud con la historia y con mi vida personal; eso sí, sin llegar a particularizar. Tengo presente siempre la diferencia entre la historia del personaje y la mía propia. Trabajar con la memoria emotiva es una de las principales acciones que realizo para lograr los sentimientos que necesita el texto en el que esté trabajando. Esto me ayuda a continuar y progresar en la elaboración de mi personaje.
Un buen actor, ¿de qué no puede carecer?
…De una buena imaginación, porque esta es la que permite lograr creatividad en el trabajo, es la que te ayuda a diferenciar un personaje de otro, y además te permite construir una línea de historia, siempre de manera diferente para sí no caer en lo cotidiano o lo monótono. Un actor debe tener una buena preparación física, una presencia escénica que le permita mostrar una actitud teatral. De igual forma una preparación de voz y dicción, que le contribuirán también a la formación de un personaje sólido. El físico y la voz son las herramientas fundamentales ya que son las primeras lecturas que el espectador puede ver desde el comienzo de la obra.
Entonces, ¿son estas las herramientas técnicas, tanto físicas como mentales, que valoras más en la formación de un intérprete teatral?
Los actores que más valoro son aquellos que más arriesgan, que siempre están buscando elementos nuevos para su carrera. Que incursionan en todo y conocen de todo un poco. Admiro a aquellos que hacen musicales, por ejemplo: creo que son de los actores que tienen una mayor preparación y un entrenamiento totalmente riguroso, ya que dominan la técnica vocal, son capaces de bailar y a la vez interpretan personajes.
Enfrentarse a un nuevo texto suele ser siempre un reto en la vida de un joven intérprete. ¿Cómo te aproximas a la poética específica de un dramaturgo?
Primero leo varias veces la obra en la que voy a trabajar y trato de entender el porqué de la escritura del texto, qué quería decir el autor, cuál era su intención al concebir una pieza determinada.
Si tengo la oportunidad de estudiar su vida también busco información sobre esta, de forma tal que vayan surgiendo las respuestas a las preguntas que puedan aflorar durante la lectura de la obra.
Me gusta indagar en los datos de la vida personal de los autores porque muchas veces las respuestas a todas las incógnitas del texto están justo ahí. Como ya te dije, creo que la escritura se basa mucho en las experiencias personales. Luego, a esto se incorpora la práctica, el entrenamiento diario que permite a los actores explorar los límites del cuerpo y superar nuestros miedos. Es preciso no poner en nuestras mentes una pausa ni una barrera.
El teatro es un arte que requiere, como condición indispensable, del trabajo en equipo. ¿Cómo se enfrenta la vida teatral desde la noción de lo colectivo? ¿Cómo defender la independencia de criterios dentro del sistema de la obra?
Más que un grupo llegamos a ser una familia (y también a construirla). Una familia donde todos nos apoyamos, sin olvidar que nuestra principal misión es sostener siempre el grupo de teatro, porque esa es la esfera, el espacio que nos mantiene unidos. Para defender nuestra independencia de criterios dentro de la colectividad es preciso transmitir nuestras verdades y buscar el aporte mutuo de conocimientos.
En mi experiencia, me he dado cuenta que traer propuestas de ejercicios para realizar en conjunto nos une más como grupo. Como conclusión, creo profundamente que en un buen equipo de trabajo se respetan los criterios de todos, puesto que nuestras miradas e ideas tienen el derecho a influir en el texto o el montaje, siempre y cuando no afecte a la visión del director sobre la obra.
¿Cuáles son los personajes que te interesa interpretar? ¿Y los directores con los que te gustaría compartir visión escénica?
No tengo preferencia alguna por tipos de personajes, creo que cada uno una función importante dentro de la obra. Todo texto que me toque defender lo hago con amor y durante todo el tiempo que sea posible. Por ejemplo, te confieso que nunca estoy conforme con el tiempo que nos ponen de temporada en el teatro, siempre me quedo con deseos de hacer más.
Respeto mucho a los directores, por supuesto, pero no tengo elección por ninguno en específico. Estoy dispuesta a trabajar siempre.
Formas parte del equipo de trabajo que estará llevando a la escena, bajo dirección de Raúl M. Bonachea, Cuerdas percutidas, proyecto que obtuviera recientemente la Beca de Creación Escénica Milanés. ¿De qué manera transcurre el diálogo y el debate de criterios dentro de un equipo que cuenta con artistas de diversas especialidades? ¿Qué visión defenderán con esta puesta?
El diálogo transcurre de forma alegre y dinámica siempre: todos exponemos nuestras ideas para lograr entendernos, pero al final, la visión que se defiende y se refuerza con nuestros criterios es la del director, y eso es lógico, es natural. Raúl siempre nos escucha y si el equipo llega a la conclusión que se debe de cambiar algo pues se revisa con el fin de lograr una mejor puesta en escena.
Con Laboratorio Fractal actuaste también en La Caída, con texto de Raúl M. Bonachea y una vez más bajo su dirección. ¿De qué forma se reutilizó el material histórico para así conseguir un diálogo entre los jóvenes de hoy y los actores?
La Caída fue toda una experiencia para el equipo que trabajó en el montaje. Cada uno de nosotros cumplió una misión: desde la búsqueda de información hasta la gestión de una entrevista con personalidades de nuestro país. Logró enamorarnos de la Historia y de la obra porque toda nuestra vida giraba hacia La Caída.
Fue una forma de contribuir a que los jóvenes de hoy entiendan la importancia que subyace en el hecho de conocer la Historia de nuestro país, con sus pros y sus contras, con sus luces y sombras.
En el teatro, como en la vida, lo más importante es no juzgar a nadie. Nosotros no estamos para eso sino para observar y, con suerte, no repetir los mismos errores del pasado y ser capaces de retomar las ideas que en verdad valen la pena.