El Premio de décima escrita Cucalambé en su edición del 2015 ofrece al lector amante del género octosilábico la posibilidad ineludible de adentrarse en los entresijos de la espiritualidad humana y las obsesiones que rodearon la vida y la muerte de una serie de escritores reconocidos, mediante el cuaderno Extraños ritos del alma. Antología de voces en la niebla (Editorial San Lope, Las Tunas, 2017) del joven escritor Junior Fernández Guerra.
Ruso de nacimiento, pues vino al mundo en la nevada Novosibirsk soviética en mayo de 1984, santiaguero también, ya que vivió en Palma Soriano buena parte de su vida, y ahora tunero adoptivo, Junior Fernández obtuvo el cotizado Premio Cucalambé, el más alto galardón en la décima escrita cubana e iberoamericana, con un jurado integrado por los escritores Pedro Péglez González, Carlos Zamora Rodríguez y José Manuel Espino Ortega.
El propio Pedro Péglez escribe en el prólogo del poemario: “La poesía, ya se sabe, no explica, sino indaga. Explican las ciencias, y ya han venido ellas, y vendrán, a examinar a la luz de la razón lo concerniente a estas decisiones de un ser que se auto reconoce en situación límite, de la que no encuentra otra salida que la evasión”. Precisamente Junior explora esas “decisiones”, “situaciones límites” y “salidas” (el suicidio como vía de escape de una realidad extraña, asfixiante, coercitiva es la principal salida y sobre la que se articula el poemario) de las que hablaba Péglez en el prólogo, pues se hace acompañar en su discurso de una serie de voces tutelares, esas que él dice hablan desde la niebla –le hablan a él, al poeta, al nigromante del verso, y nos hablan también a nosotros, desde sus textos– y que forman parte de las múltiples influencias creativas del autor.
Los propios versos que funcionan como exergos al poemario –versos de Edgar Lee Masters, Bruno Di Benedetto, Carlos Esquivel y Diusmel Machado, ganadores también estos últimos del Premio Cucalambé con El libro de los desterrados– nos advierten, perspicazmente, sobre “las fuerzas invisibles que rigen los procesos de la vida”, al decir del autor de la conocida Antología de Spoon River.
A todos los escritores recogidos en el libro les une algo en común: fueron grandes creadores, muchos totalmente incomprendidos en el trascurso de sus vidas, recluidos en sí mismos, víctimas de enfermedades y trastornos psíquicos, censurados por el poder en sus múltiples formas, incluso por la sociedad, pero justamente valorados después de sus muertes por las generaciones posteriores, esas que escogen de entre toda la paja de la historia y del pasado, aquellos granos fértiles que fructifican y permanecen. Además, todos ellos fueron suicidas: escritores todos, menos el monje budista Thích Quảng Đức, quien se inmoló quemándose vivo en Saigón, en señal de protesta contra las persecuciones que sufrían los budistas por parte del gobierno vietnamita. Incluimos también al pintor Vincent van Gogh quien, por cierto, escribió conmovedoras cartas a su hermano Theo.
Conocedor de que la muerte, incluido ese despegue involuntario de la vida, nos inquieta a todos y que la generación de poetas nacidos posterior a la década de 1980 ha tenido cercano el tema y la obra de sus protagonistas, o sea, de estos escritores suicidas, Junior Fernández Guerra, miembro de la UNEAC y de la AHS, y director de Ediciones EncaminARTE, desarrolla una asombrosa capacidad “metamorfoseadora” en donde “la asunción de cada una de estas figuras como sujeto lírico, a más de revelar una paciente y sensible búsqueda en los entresijos tortuosos de sus respectivas vidas, delata la habilidad de quien escribe para desenvolverse en lo que ha dado en llamarse juego de máscaras”, nos dice Pedro Péglez en su texto introductorio “Otro retablo hereje o mi dios qué bellos éramos”.
Así el poeta nos entrega versos dedicados a –o donde se metamorfosea y nos habla desde– los veintiún creadores suicidas que incluye en su libro: Vincent van Gogh, Emilio Salgari, Ryonosuke Akatagawa, Robert E. Howard, Horacio Quiroga, Alfonsina Storni, Virginia Woolf, Ernest Hemingway, Sylvia Plath, Thích Quảng Đức, Lao She, Violeta Parra, Pablo de Rokha, Calvert Casey, Paul Celan, Yukio Mishima, Alejandra Pizarnik, Anne Sexton, Reinaldo Arenas, Raúl Hernández Novas y Ángel Escobar. Además, el libro contiene, a manera de pórtico, “Advertencia (Antes de escuchar las voces)” y también “Nota final (Retórica del artista o conjuro contra la niebla)”. En esto el libro recuerda –y desde ese punto podría ser uno de los antecedentes, al menos en lo relativo al tema y el interés por los escritores suicidas– a la antología Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. 33 poetas suicidas, con selección y prólogo de Luis La Hoz (Ediciones de los Lunes, Perú, 1989).
Los poemas, además, fueron “agrupados por el autor en tres secciones epocales bien diferenciadas, lo que habla de una apuesta estético–organizativa que opera en favor de la arquitectura de ese recinto espiritual que ha de ser todo libro de poemas”, añade Péglez. Así, en dependencia cronológica a las muertes de los poetas homenajeados, Junior divide el libro en las secciones 1890–1941, 1961–1969 y 1970–1997, y titula los poemas precisamente con el lugar del fallecimiento y la fecha de este: el dedicado a Mishima se titula “Tokio, 25 de noviembre de 1970”, mientras en “Primrose Hill, 11 de febrero de 1963” descubrimos las obsesiones que rondaron a la estadounidense Sylvia Plath. Además, un verso esclarecedor, o una cita, sirven de exergo a cada poema y como nota al pie de página, el poeta añadió una breve explicación de las causas de la muerte, físicas y existencias, de los creadores homenajeados (sí, porque el libro es también una especie de homenaje) en Extraños ritos del alma, cuaderno con edición de Argel Fernández Granado, corrección de Yeinier Aguilera Concepción y maquetación y diseño, incluida la sugerente cubierta de Yurisleydis Vázquez Urrutia.
En el poema sobre Virginia Woolf, titulado “Lewes, Sussex, 28 de marzo de 1941”, leemos quienes nos adentramos en estas páginas: “Me pierdo en las esquirlas de esta casa/ acróstico de inocuas disecciones/ escapo del fagot/ los escorpiones/ los besos del fantasma que me abraza/ no puedo recordarte sin la escasa demencia de/ lamer los anaqueles que deambulas/ no alcanzan los lebreles del fracaso tu onírica promesa/ ya nadie te maldice/ nadie reza/ un ángel escapó de los dinteles de esta gruta/ vacía como tantas/ murciélagos de sombras al descuido/ no alcanzo a respirar/ es mucho el ruido de las tribulaciones/ ¿Cómo aguantas el peso de la sangre en estas plantas/ que vuelan tras tus besos? ¿Qué insensato demonio me dio alas?/ ¿Qué arrebato de culpa…?/ Como péndulo escabroso me quiebro ante las aguas/ peligroso se muestra mi reflejo/ mi alegato”.
Sin rondar lo metafísico, Junior Fernández Guerra, quien ha obtenido, entre otros, los premios “Toda luz y toda mía” (Sancti Spíritus 2014), “Portus Patris” (décima y narrativa, Las Tunas 2014) y “Memoria Nuestra” (Holguín, 2014), nos habla de la vida además de la muerte, esta es más bien un pie forzado, un motivo escritural, antiguo como la propia existencia, para el abordaje de la obra de estos reconocidos creadores. Si notamos bien, la vida es lo que prevalece en las páginas de Extraños ritos del alma. Antología de voces en la niebla, publicado bajo el membrete de la colección Montaraz y la Serie Iberoamericana de la Editorial San Lope, en Las Tunas. Pero no la vida negada, sino la real, la palpable, aquella que es cotidiana. Junior lo hace desde la décima, un género poético complejo y no justamente valorado en los planes editoriales, que ha venido, además, revitalizándose formal y temáticamente desde inicios de la década de 1990, con autores como los holguineros José Luis Serrano y Ronel González. Lástima que esta edición de Extraños ritos del alma. Antología de voces en la niebla, recibiendo un premio tan prestigioso como el Cucalambé, solo conste de 500 ejemplares para su distribución nacional.
La décima, en la que se requiere el uso de un arsenal idiomático considerable, se despejó de buena parte de su abolengo bucólico y se encaminó hacia nuevas formas de expresión formal y escrita, nuevos usos de la palabra y el lenguaje. La obra de Junior, décimas todas pero con diferentes estructuras, es una muestra de esta experimentación formal con las bases originales de la espinela, muchas veces, incluso, en rejuego con el verso libre y la narrativa.
El poema dedicado a Alejandra Pizarnik, con el título “Buenos Aires, 25 de septiembre de 1972”, es muestra de ello: “Hay un vértigo tangible manchando la realidad…/ hay una absurda orfandad en todo lo cognoscible…/ hay una culpa indecible que supura penitencia…/ hay una gris transcendencia en las manos de la suerte…/ hay esperanza en la muerte…/ ¡Qué irónica coincidencia!”
Celebro estos extraños ritos del alma, esa personal antología de voces en la niebla escrita en décimas por Junior Fernández Guerra, autor además de otro poemario, también en décimas, titulado Fabulaciones del verbo, y publicado por la misma casa editorial en 2017.
Lo saludo doblemente, por el vigoroso estado de la décima joven en Cuba que me ofrecen estas páginas después de la lectura –género que leo por insistencia del propio Junior– y porque, además, esos escritores suicidas nos sigan acompañando desde cualquier lugar del universo para mostrarnos, sobre todas las cosas, el camino hacia la vida.