Ámbar Carralero Díaz
Rebelarse es deshacerse
Entrevista- manifiesto con Nara Mansur
Querida Nara: esta es una conversación descoordinada, no simultánea. Este es un chat a destiempo, que imaginemos, lo hacemos desde un Facebook “de palo” con una conexión “de palo” en un país de palo.
Las preguntas “en negritas” son las de siempre, las que salen en los periódicos y en los boletines, aquellas que los mismos entrevistados terminan odiando con el paso de los años. Esas, que no pueden faltar porque vienen por la libreta como el cloro, ahora con esto del Coronavirus.
Las interrogantes que aparecen “en cursiva” me preocupan a mí, y no son necesariamente teatrológicas ni importantes para el resto del mundo ni del arte, o tal vez sí. Las pregunto porque necesito saber lo que piensan determinadas mujeres al respecto, porque creo que tú puedas decir algo que a mí, nuevamente en lo personal, me sirva, me alivie, me inquiete.
Nara, siempre has entendido la teatrología y la dramaturgia, íntimamente ligadas, al teatrólogo como creador y al dramaturgo como investigador, teórico, crítico. Estos universos son vistos por muchos todavía, como espacios antagónicos. ¿Por qué aún sucede esto en tu opinión?
Creo que esa idea tan obvia de complementariedad –si pensamos en el ideario que sostiene la creación de esas carreras, del plan de estudios en la Facultad– no se implementa tanto en la práctica, en las formas de pensamiento y de la producción, el trabajo. Lo pienso más radicalmente desde la lejanía y en recordar el seminario que impartí, de dramaturgia, en pensar otra vez el programa de estudios, porque creo que no es común –no sucede en Argentina al menos– “estudiar” teatrología (fundamentalmente esta especialidad) o dramaturgia inmersos en una escuela de arte de nivel universitario y no como parte de estudios filológicos. Pienso que yo sería una persona completamente diferente si me hubiera graduado de la Facultad de Artes y Letras de la UH, por ejemplo.
No sé si llegan a entenderse, pensarse, como antagónicas, sería quizás too much, pero sí por separado, como si le exigiéramos operaciones y efectos de lectura distintos; y somos nosotros, los propios colegas los que muchas veces descalificamos o somos incapaces de crear este tipo de funcionamientos y/o de convivir con operaciones más experimentales, que no acuerdan con la mayoría de lo que se produce o con lo más evidente de la tradición, lo más ‘’legible’’.
Las formas están en continuo peregrinaje y mutación. Hay un trabajo con la palabra poética arduo en parte de nuestra dramaturgia, una palabra que no se acerca de manera representativa al teatro sino que presenta su propia invención, su reflejo grotesco, artificial, ambiguo… una marca muy evidente es la de las reescrituras de la tragedia, las continuidades vernáculas de esa mitología (la tragedia griega y el teatro latinoamericano parecieran genéticamente unidos).
En Cuba estamos saturados de una forma de entender el discurso, “la palabra pública”, por eso siempre hay una dialéctica de apropiación de verdad y verosimilitud. Cuando una se pasa viviendo fuera unos años se muestra más nítidamente este dogma liberal de entender a Cuba entre el pintoresquismo y la opresión… y la limosna. Es doloroso, siento que hay algo de nuestro orden cultural que se ha perdido para siempre entre desgobiernos, manipulaciones y equívocos, sobre todo la idea de vida y ritual, de comunidad.
Yo pienso que es el ISA, la formación que tuve allí la que me hace pensar que por ejemplo, no me interesa la idea de calidad para pensar en un texto teatral ni un espectáculo (esas palabras: excelencia, eficacia… como si uno preparara habitaciones de un hotel, horneara pizzas, fuera gerente de una empresa…) me interesa la investigación que conllevan, las asociaciones que provocan, la manera en que se insertan en el debate artístico, político y social de su época, la discusión (tensiones, acuerdos) que generan con sus contemporáneos, todo lo que ese texto no quiere ser en relación a su herencia, a su memoria; todo lo que se inventa como nuevo o lo que quiere hacer pasar por nuevo y es su memoria olvidada o escamoteada, su propia ignorancia.
Estamos en un momento confuso, de gran disputa simbólica. Porque este es un presente de guerra por los símbolos, por los rituales en el que no parece haber acuerdo en torno a la verdad, a la razón.
Entonces creo que esta distancia puede que suceda porque todavía los espacios de circulación parecen discurrir por caminos separados: pensemos en la posibilidad de acompañar las obras con textos críticos bien precisos, en una crítica que no califique, que no necesite a la puesta en escena para que le dé legalidad a esa obra.
Las obras necesitan lecturas críticas, lecturas díscolas, creativas, necesitan que el espacio de preguntas y complejidad que crean, la crítica las reconozca o se invente otras pero que las visibilice… no me refiero a la crítica puntual sobre una función, me refiero a una crítica que acompaña como acompaña un amigo, un amante: discute pero ama, problematiza pero se siente parte de una misma cosa, no te tira por el balcón.
Por otro lado, mi experiencia en el Seminario de Dramaturgia, cuando uno puede dirigir, coordinar un espacio como ese, es que está todo el tiempo posibilitando la discusión sobre las propias obras (lo personal allí, el grupo allí) que se van creando pero también hacia el panorama que tenemos alrededor de nosotros, con la propia bibliografía, con la selección, la toma de conciencia que cada uno puede hacer sobre lo que toca su sensibilidad, también esas obras a las que uno abandona o pasa de largo… Eso se discute, no hay censura ni ofensa, es todo parte de lo mismo.
¿Cuál es la delgada línea que separa la performatividad de la representación, lo real de lo ficcional, la escena del crimen de la reconstrucción de los hechos?
Digamos que son todas líneas delgadas, que los términos afloran, que se necesitan los términos para nombrar las formas del trabajo y en los últimos años para nombrarse a sí mismo. No parecen tanto formas de trabajo, sino marcas porque como nunca antes, el artista necesita venderse y poder ubicarse en el mercado. Son estrategias de performatividad donde no sabemos bien cuál es la obra del artista sino más bien al artista como obra: su capacidad de respuesta, de sobrevivencia, de empatía y mutabilidad.
Performance es una palabra útil, que pareciera va a distinguir pero ya se volvió hasta vulgar, común. Por otra parte no es muy saludable dejarlo en la percepción solamente, como si el espectador, el “vidente” lo decidiera todo, lo supiera todo, fueran él y su libertad, su verdad, su dinero… Vuelvo a la crítica, en las formas de invención y de análisis, de generar preguntas, especular, distinguir, crear series, narrativas de unas obras y otras, de unas experiencias y otras, por fuera de las evidencias ya estipuladas, como puede ser una generación determinada.
Pensemos que si los políticos desde hace años se entrenan, se preparan, diseñan sus discursos y apariciones en público, son asesorados para estas relaciones y “artes vivas”, cómo nos desmarcamos, qué esperanzas podemos tener si ficción, performance son ya variantes del crimen, reconstrucciones de esos “estados” y hechos.
Lo performativo lo asociamos a cierta espontaneidad, a una renuncia al sistema hegemónico, a la repetición, al ensayo, a la idea de espectador anestesiado que consume en su butaca… pero tampoco esto es una línea infranqueable…
Es fundamental para los países emergentes, para los que siempre estamos discutiendo soberanía, independencia, políticas culturales inclusivas, no perder la memoria: ¿de qué se trata nuestra emancipación, qué nos descoloniza hoy, qué se nos está olvidando hoy, qué hay de fundamental y de superfluo en los estados de la movilización actual, cómo nos relacionamos con nuestras vanguardias, cómo nos interpelan hoy?
En un momento en el que “la especialización” parece ser la mejor manera desde formar a un profesional, obrero, artista, frente al intrusismo profesional, ¿crees en el tipo de creador que es autor, performero, director, realizador?, crees en el “todos hacemos de todo”. ¿Es posible llevar todos esos perfiles sin perderse demasiado?
Si hay intrusos es porque otros han dejado un vacío, han hecho silencio o los hemos olvidado. Es muy difícil, lo hacen personas muy talentosas y/o muy aventureras. Podríamos pensarlo desde el deseo. Como aperturas del deseo, de formas de la realización y la independencia. Es un síntoma, un comportamiento que existió siempre: algo similar hicieron Nemiróvich Dánchenko, Ferdinando Taviani, Ludwig Flaszen, y entre nosotros, Rine Leal, Rosa Ileana Boudet, Raquel Carrió, entre tantos ejemplos que pudiéramos traer aquí… ninguno de ellos hacía una sola cosa pero increíblemente ahora no vemos toda la creatividad que supone trabajar en las instituciones, en el servicio público: los múltiples oficios, trabajos, labores de imaginería y vínculos que supone.
Son recientemente las redes sociales, un uso más democrático de la tecnología (fotografía, la posibilidad de publicaciones digitales, etc.) la que nos hace pensar en que solo está pasando ahora esa operación multitareas, de múltiples desempeños. Uno se pone a pensar en Vicente Revuelta o Flora Lauten, cómo hubiera sido su magisterio, su legado, la red de influencias, sus acciones artísticas si hubieran tenido disponibles estas herramientas, estas situaciones de exploración de lo creativo de tal inmediatez y comunicabilidad como las vivimos ahora.
Pero sí hay intrusismo, hay mucho disparate circulando, mucho ego desplegado en nombre de la poesía, de lo periodístico, de lo artístico, ¿pero no estamos todos un poco perdidos?, ¿no estamos descentrados, llenos de añoranzas, mirándonos en espejos ajenos, simulando inquietud, simulando alegría, confianza? Hay argumentos que las ciencias sociales, la historia, la investigación traen consigo que son precisos, específicos y no son sustituibles ni intercambiables con pareceres, opiniones o el documento personal de cualquiera de nosotros. Y así en cada área de estudios.
El conocimiento tiene un enorme valor y pareciera diluido, escamoteado, en estos días por esta opinología, sentimentalidad, democracia de los yoes diciendo, nombrando, vaticinando, recordando…. Pero esto es así y seguirá siendo así y hablaremos de esta democracia directa –digamos– a la anterior representativa, en la que tantos quedaban fuera, porque era más elitista, jerárquica, burguesa finalmente… La gran pregunta es qué leer, a qué atender, dónde están mis decisiones y cómo las hago interactuar, quién me influencia, cómo rastreo, cómo estudio, cómo nombro lo que hago, con quiénes trabajo, finalmente las ideas, la ideología, la disponibilidad al debate y no a la fe.
Es de enorme potencia ir de un lado a otro, experimentar, estudiar, tomarle el pulso a nuevas herramientas… creo que abre puertas, posibilidades de trabajo, de que te convoquen, te hace abrir el espectro de colegas y gente con la que interactuar, por ejemplo.
También porque muchas de estas funciones son más visibles en las redes: es más fácil encontrar un video en youtube que un poema de un libro publicado en Cuba o donde sea. Esta idea trae consigo otras muchas, donde la democracia parece ser la meta y también es un problema o un desafío o quizás la zona del trabajo colectivo más urgente. ¿Qué se democratiza: el saber, el acceso al estudio, los textos de las ciencias sociales, la historia, la filosofía o todas estas variables de la autoayuda mundial que pareciera que estamos escribiendo, leyendo, subrayando, repitiendo, consumiendo? ¿El dogma de la publicidad con otro aspecto?
¿Cuáles son los impulsos, obsesiones, experimentos, preguntas, revelaciones, qué más se repiten en tu escritura? Esos que persisten y te han hecho escribir todos estos años.
La idea de la revolución libertaria y democrática encarnada en la mujer, en las propias ideas que no son las del poder. La idea de la pasión, única y desdoblada, la intimidad, la idea del hombre (“la belleza del marido” diría Anne Carson) y de los hombres amantes, abandónicos, presentes. Un mismo hombre del que me enamoro siempre que es héroe y pobre diablo simultáneamente. La obsesión épica en una lectura subconsciente, tremendamente subjetiva. La amenaza de esa subjetividad siempre intervenida por el afuera que ama y manipula y distorsiona voz, imagen. La pregunta por la comunidad, por los estadios de la vida ritual. La pregunta por la condición filosófica que encarna el teatro pero también la costumbrista, la chancleta (¿por qué pienso en Sartre y Simone de Beauvoir, en José Martí y la rumba a un mismo tiempo; en El arca y en Un novio para Veneranda; en una tribuna, en unos zapatos con flores en los tacones y en los helechos de la Sierra Maestra; en Lawton y en París; en el pop repetitivo televisivo que le dio voz a mi sentimentalidad, y en el sacrificio; en acciones colectivas cuasi religiosas, en la captura de los ideales, en esa cosificación siempre acechante.
El pensamiento como masacre, también el “sin sentido” de la asociación surrealista me interesa mucho, ese delirio que va de la neurosis al alumbramiento, a la lucidez. Me interesa pensar que una obra de teatro contiene muchas obras a su vez (pienso que eso traté de hacer en Chesterfield sofá capitoné, por ejemplo, todas esas obras que quiso ser, esos deshechos, esos cadáveres adentro de mí misma, de un mismo texto, el ensayo que despliega en su propio léxico, la terminología que lo hace afín con todo lo que antes lo intervino, como un acto carnal, desmesurado.
La primera pregunta es ¿quién soy en el amor?, aunque aparezca ahora, como retardada, que me olvidé. Me interesa lo que me resulta difícil, lo que me exige cambiar, la sensación de que no me alcanza con lo que tengo y hay que ir por más, más a pesquisar, a rastrear, me pregunto por lo innombrable que nos da miedo, todo lo que no entendemos y nos da una patada, lo sensible que es propio, esas obras que te tratan como a un igual y te invitan a subirte a su carrusel, no a que te quedes estático deserotizado mirando, mirando su pulcritud, su decencia, su maniobra tan fácil de aplaudir, su benevolencia. Se repite el desafío y el fracaso, el grito y la callada por respuesta, el gesto amoroso y el miedo. Lo que nos viene dado y el hambre, la carnicería, el circo… que irrumpe en medio del amor.
Luego de vivir en otro país, tan distinto, ¿es tan difícil como algunos cuentan reencontrarse como escritor en un nuevo paisaje, en los nuevos rostros? ¿Eso de que el contexto te condiciona es tan real como muchos afirman? Si pudieras establecer una comparación entre tu escritura antes y después, ¿qué líneas han continuado y cuáles se han redireccionado hacia otras zonas investigativas? ¿Qué has estado haciendo en Argentina todos estos años?
Es muy evidente que he tenido más tiempo, así que es importante tener tiempo para escribir, no es juego… no todo el tiempo porque también creo que se vuelve contra uno (al menos, contra mí). Me gusta la idea de trabajar por encargo, me pasó con obras como Educación sentimental, Chesterfield sofá capitoné, que fueron pedidos en el marco de un taller; y ahora la reescritura de Orlando junto Agnieska Hernández, Rogelio Orizondo, Fabián Suárez, Martha Luisa Hernández Cadenas, Marien Fernández, Yunior García y Norge Espinosa, convocados por Carlos Díaz.
Me siento cada día más distinta y más sola, trabajo, me relaciono con argentinos poetas, dramaturgos, investigadores de teatro. Da un poco de miedo la especificidad, la marca nacional que no se borra, la identidad no es una pose, es algo absolutamente real, tangible, es tu corazón bombeando, también trabajas con bibliografías distintas o incluso trabajando con la misma bibliografía las haces funcionar de otra manera, de interpelar distinto…
Me dediqué varios años a la investigación sobre el teatro de Pompeyo Audivert, a su método de trabajo, a todo lo que sucede en su Estudio, al que asistí y donde tomé clases varios años, después me bajé y observé, diríamos que por tres años o cuatro años, algo así. Es un trabajo bastante contracorriente a lo que sucede en el teatro de Buenos Aires, que está tomado en su mayoría por una actuación representativa, con principios diríamos stanislavskianos de organicidad, verosimilitud, etc.
El método de Audivert es el de armar improvisaciones colectivas que él llama máquinas teatrales donde el sustrato, la materia prima de esa palabra a explorar, es la poesía y ciertos mitos nacionales: héroes, territorios, equívocos, objetos, etc. Las escenas más bellas que he visto en mi vida las vi en esos años de entrenamiento en el Estudio El Cuervo, lo que el teatro hace y dice, lo que el teatro arma y desarma con las personas, con nuestros estados de ánimo, con la sensibilidad personal.
Con Pompeyo armamos un libro que en la versión preparada/curada por mí permanece inédita pero él ha elegido algunas zonas del libro y lo ha editado recientemente; ahí aparece algo de lo que investigué durante ese tiempo y con posterioridad. Me gustaría armar un taller de crítica solo en relación con ese trabajo (a un trabajo de crítica participante, diríamos), del que un crítico forma parte, de lo que hace, del libro que prepara y del libro que pierde, del fracaso, de la autoridad individual en el teatro y de las variables para enfrentar la máxima pasión y también la pérdida, la no pertenencia, los adioses que la crítica activa y niega.
Chesterfield… es la única obra que he publicado desde que estoy aquí y me parece mi mejor obra en todo sentido porque contiene muchos teatros dentro de una obra, efectos, sonoridades, el afuera y el adentro, la mirada desde fuera de Cuba sobre nosotros, sobre lo legítimo de nuestras decisiones, la pregunta por la acción propia, la mano propia, la pregunta por la acción de los otros, las distorsiones,… pero las veo como cuestiones oblicuas. Me interesa esta idea de lo oblicuo, no el afán evidente y enfático que siento que es el tono predominante por nuestra situación de angustia y de hartazgo.
Leo Charlotte Corday… ahora como “transparencia” y sin embargo hace poco una actriz contaba que había abandonado el montaje de esa obra porque le parecía ¡muy críptica! ¡Alabao! Me pareció increíble leer esto y me llegó el mensaje, ¡ja! de la necesidad de textos que reflejen de forma más directa los estados de la realidad(1).
Creo que Buenos Aires me ha dado o me ha impregnado algo, leve –pienso que leve–, de este sentido de la oblicuidad. No me interesa la opinología, el testimonio banal de mi vidita; con todo eso quiero hacer una bomba o una aventura más conceptual.
Mis dos últimos libros de poesía (El trajecito rosa, Arpegio) he querido encararlos así. Entonces estar fuera de Cuba es un dolor enorme porque uno pierde la inmediatez del espacio de creación y circulación que le son propios, que te identifican, que son “la naturaleza”.
Desde Buenos Aires he continuado pensando y hablando y recreando a Cuba en cada cosa que hago: pude preparar la selección y el estudio introductorio del teatro de Virgilio Piñera, pensando en un lector argentino, pensando en qué decirle de nuevo de este autor tan amado que no sea añadir gestos al estereotipo y a todo lo que en este país se conoce de él. Me interesó contar que fue el dramaturgo más leído y llevado a escena en los años 90, de cómo su dramaturgia encarnó la idea de lo contemporáneo para mi generación.
Escribí también estudios introductorios a los teatros completos de Iván Turguéniev y Antón Chéjov, la mayor parte de sus obras se tradujeron entonces por primera vez directamente del ruso. Uno sabe que está escribiendo para una ciudad, un país, un gremio –el del teatro– que se ha formado como lector, como espectador, como ciudadano en coordenadas muy distintas a las mías, a las nuestras.
La idea de lo latinoamericano es en lo primero en lo que no hay coincidencias. Este es un país que vive otro tipo de soledad que en un punto se parece a nuestra insularidad. Siento que Cuba en medio de su crisis permanente está atravesada por circulaciones mucho más contaminantes. La escena de Buenos Aires es de gran autonomía, la siento ensimismada, autocomplaciente, con su mitología de cera poco curiosa y deseosa de mezclarse, de ser intervenida… pero inmensamente productiva.
El ciclo de Dramaturgias posibles que aparece reflejado en los Cuaderno de Picadero y que coordinaste en Buenos Aires, es hermoso y abarcador.
Dramaturgias posibles es el ciclo que creé y he coordinado desde 2013. Los cuadernos(2) fueron una invitación del Instituto Nacional del Teatro. Me interesaba poner en discusión el término dramaturgia entre los creadores, explorar formas de trabajo, de apropiarse de procedimientos, también la instancia pedagógica de la dramaturgia aquí.
Es una entrevista en público que hago a un invitado o varios, que habitan un amplio espectro de saberes, filiaciones y pertenencias: desde escritores de teatro a la manera más convencional, a actores, actrices, directores, coreógrafos, diseñadores. Algo a lo que la crítica escasamente tiene acceso, que es la cocina, el testimonio vivo de los procesos.
Para mí es un gran desafío porque muchas de las obras se escribieron o se presentaron antes de mi llegada aquí, así que es una conversación entre teatros fantasmáticos, que conozco por textos críticos, testimonios o escasos videos junto a la producción actual de ese artista.
Luego de pasar tres años sin venir a Cuba, ¿qué encontraste Nara?
Siempre encuentro mucho cariño y eso me emociona y no puedo dejar de estar agradecida (“algo habré hecho bien”, pienso). La crisis se ha agudizado y es imposible de eludir, cuando sabes que las imprentas están paradas, que los medicamentos faltan en la farmacia, sumada a las carencias que ya sabemos acumuladas de hace décadas. Qué se puede sentir sino es un gran dolor. Cualquiera se da cuenta de que eso tiene que parar en algún momento, que no se puede vivir eternamente en ese estado de crisis que asfixia, desmoraliza, enferma. A la vez, la vida continúa, y pasan muchas cosas importantes en nuestro ámbito: libros como los de Taimí Diéguez, que presenté, o el de poesía de Martha Luisa Hernández Cadenas, o la compilación Lecturas atentas preparada por Mabel Cuesta y Elzbieta Sklodowska, junto a lo que yo misma hice esos meses: la presentación de Arpegio en la que participaron poetas muy queridos y valiosos (Soleida Ríos, Susana Haug, Jamila Medina, Larry González, MLHC), el taller de dramaturgia que ustedes me invitaron a impartir en la Biblioteca Nacional, por ejemplo. Esos días en La Habana se desarrolló la acción comunitaria y artística “Habitar el gesto”, coordinada por Karina Pino, Dianelis Diéguez y Maité Hernández, donde quiero leer con orgullo los devenires de nuestra teatrología.
¿Tú extrañas el aula, el Seminario, los alumnos?
Sí, los extraño. Extraño también la disponibilidad de ellos, algo que tiene que ver con querer ser artista todo el día de tu vida, a todas horas. Hay algo de la condición aficionada, no profesional del artista, del tallerista aquí que es completamente diferente a eso. Me recuerda esos años 80 cubanos y las casas de cultura llenas de “pueblo” después de las cinco de la tarde, el teatro de aficionados en las universidades y centros de trabajo. Me acuerdo estando en la escuela primaria haciendo pequeñas escenas para reuniones de padres y encuentros más temáticos en relación con la familia, la comunicación, el estudio Y también me he acordado mucho en estos años de la sala teatro Cheo Briñas, en el pasaje del mismo nombre, perpendicular a la calle Reyes, en Lawton, a dos cuadras de mi casa, donde se ponían obras, pequeñas zarzuelas, sketches. Los vecinos cantaban, era todo vecinal, comunitario, alegre, “menor”, se hacía entre todos los que querían, había mucha gente de más de sesenta años y la muchachada imprescindible… Son instancias distintas de lo aficionado las de aquellos años de Cuba y lo que vivo en Buenos Aires. Todo el teatro independiente, ese teatro que se investiga en papers universitarios en congresos internacionales sobrevive en una enorme precariedad económica, por el puro deseo y amor de los actores, actrices y talleristas que lo sostienen. La mayoría de esos artistas no han tenido una formación académica y van de un estudio teatral a otro, no sé si vale usar la palabra entrenamiento pero es práctica viva y constante, pura vocación y amor.
Así que el seminario del ISA, como tantas cosas de Cuba, es esa rara mezcla de posibilidad elitista con carencia, de “estar en el arte y no en la realidad”, de estar absortos, contemplativos y con hambre. Ahora doy talleres privados y clínica de obra a gente muy diversa, en cuanto a formación, a edad, a poéticas.
¿Cuándo empezaste a escribir, a ser publicada y a ser leída con fervor, a ser seguida por estudiantes que como Rogelio Orizondo luego, se convirtieron en dramaturgos polémicos, interesantes, multipremiados, representados? ¿Cómo fue ese tránsito y qué hacías antes? Tú misma dijiste una vez que empezaste tarde, tenías treinta y tantos… ¿Tarde, por qué?
Empecé a escribir teatro ya en 2000, había cumplido treinta años. Recuerdo esos años 90, mis primeros tiempos en Casa de las Américas, junto a Rosa Ileana Boudet y Vivian Martínez Tabares, cuando comencé a participar de la edición de la revista Conjunto, de los encuentros internacionales que se convocaron, recuerdo claramente que llegué al Departamento de Teatro y se estaba terminando de editar el número 99 que contiene un texto de Guillermo Gómez Peña (Border Brujo). Ya entrados los 2000 vino a presentar uno de sus performances a Mayo Teatral. Rosa Ileana publica en 1995 Morir del texto, una antología que me parece fundamental para entender la idea de dramaturgia que todavía creo vigente, en la que uno podía encontrarse Ópera ciega, Safo, La paloma negra, Manteca, Los equívocos morales, Team ball, y más… Parecía un momento de enorme fuerza en medio del páramo. Ese libro contiene una propuesta de convivencia de ideas muy personales y potentes en relación con la palabra en el teatro, en cómo habitar el espacio literario del teatro.
Entonces en 2000 escribo Ignacio & María y tuvo una hermosa acogida porque, entre otras, fue finalista de la primera edición del Premio Virgilio Piñera. Me acuerdo de dramaturgos como Héctor Quintero, Gerardo Fulleda o Freddy Artiles –que uno pensaría tan distantes de lo que hago–, pues ellos fueron muy generosos en esas primeras lecturas en público de la obra y dijeron: ¡poeta dramática!, a lo que yo respondí ¡oh, Charito!, ja! y me fui a leer de ese género y sus secuelas, y entendí que Charlotte Corday… debía llevar ese subtítulo. Digamos que siento que me hice dramaturga/poeta dramática en la redacción de Conjunto, trabajando textos de índole tan distinta como lo que ha publicado la revista (ensayo, periodismo, testimonio, entrevista, diarios, cartas…) también pensando esos textos en relación con las imágenes (fotos, ilustraciones, tipografías: diseño gráfico…), y viendo teatro, como todos nosotros. Yo terminé el ISA y sentía que no sabía nada, cuando estudiaba allí apenas se hablaba de poesía, de los vínculos entre poesía y texto teatral, eran los años de la “fábula”, como si solo la acción narrativa de la ficción pudiera sostener al texto… finalmente decidí estudiar Teatrología, así que a veces no sale todo como uno quisiera desde el principio y los veinte años; después hay sorpresas si uno está atento… hay esperanzas… ¡ja!
Rogelio Orizondo es un gran artista y además de su poesía y de sus textos para el teatro, me interesa sobremanera –y tiene que ver con la primera pregunta– cuando despliega su accionar crítico; cuando siendo profesor de Historia del Teatro en la Facultad, por ejemplo, asociaba textos como La noche de los asesinos, Los siete contra Tebas y La casa vieja para pensar la familia, los vínculos entre hermanos, la idea de innovación dramatúrgica en el periodo, las escisiones ideológicas.
Pero Rogelio no es una excepción; me siento unida, “parte de un mismo proceso” a colegas de todas las generaciones. La historia del teatro cubano, volver sobre esos estudios, siento que es lo más importante ahora. Si tuviera la posibilidad de auspiciar, de organizar un seminario o taller invitaría a la gran Rosa Ileana Boudet, que ha venido escribiendo una serie de libros fundamentales para el corpus de la historiografía teatral cubana y que la mayoría de nosotros, en Cuba y fuera de Cuba, desconoce.
¿Qué nos diferencia de los hombres en lo poético, en lo humano, en lo esencial, en lo general? ¿Qué es la soledad para ti?, ¿qué es la tristeza?, ¿qué es la nostalgia?, ¿qué es el amor?, ¿qué es el sexo?, ¿qué es la lealtad?, ¿qué es la felicidad?
No hay palabras en el mundo para contar las experiencias más radicales, como amar a un hijo, o la muerte de la madre o vivir en otro país. Todo eso es soledad, vacío, un tipo de imposible, de pobreza extrema. Se vuelve todo bastante inhóspito e innecesario.
La mujer está asociada a una política del cuidado, siempre el mundo espera que nosotras cuidemos, acompañemos, amemos, cocinemos… se habla mucho de esto últimamente. El tiempo, el trabajo, el no dinero, la soledad. Pienso en cómo las mujeres hemos sido recompensadas por nuestras acciones amorosas, familiares: veneradas y amordazadas a un mismo tiempo.
Creo que no le tenemos miedo a la idea del dolor, a trabajar con el dolor, con el dolor del cuerpo y del alma, a tematizar todo eso, y a probarlo en carne propia, con las palabras cuando escribimos que también son carne.
Creo que las mujeres tenemos más posibilidades de cambiar las reglas, por eso es imperdonable que las mujeres al mando o las más exitosas reproduzcan modelos creados por hombres, las mismas costumbres. Pareciera que este es el momento de las escritoras y especialmente de las escritoras lesbianas y trans, por el interés que despiertan sus producciones, así como las escrituras de otros grupos sociales que han sido discriminados e invisibilizados. Por otra parte, todas las que no nos interesa el poder, nos preguntamos qué hacer, cómo accionar, cómo contar lo que hacemos, qué se puede cambiar, qué no repetir, cómo trabajar y juntarse… o quizás es porque ¡nos interesa el poder!
Esa pregunta quién soy en el amor me parece precisa, me identifico con esta interpelación a mí misma, a los recorridos amorosos de una. Ayer me dijo un amigo muy querido que sentía que yo estaba de vuelta de muchas cosas pero al rato, que era muy idealista, así que esto quizás tiene que ver con la nostalgia, con la memoria de lo que hemos sido, con la ética fundamentalmente, pero también con el arrebato que nadie nos quita y que se sigue llamando ilusión. Y
hacia delante, más incertidumbre que escoba enredada, Sara Ahmed escribe en La promesa de la felicidad: “rebelarse es deshacerse, es no reproducir una herencia” y que “el futuro feliz es el futuro del quizás”. Siento que el mandato de la felicidad es tremendo, que las mujeres artistas y escritoras también padecemos el mandato de ser hipersexuales, de estar siempre erotizadas, calientes, contentas. Siempre vigiladas, nos contabilizan todo: parejas, hijos, crianza de los hijos, casa limpia, libros en tu casa que se pueden ver en las fotos, amistades influyentes, cantidad de amigas, cantidad de libros publicados, empatía con el mundo, sentido del humor, poder de circulación, traducciones, poder de encantamiento… Es agotador… y me pregunto si los textos, nuestras escrituras producen eso, si todo eso lo produjo leernos con atención…. ¿cómo lo sientes tú?
1) Ediciones sinsentido publicó en 2019 Charlotte Corday habla por segunda vez, un libro colectivo que compendia voces/(re)lecturas/estudios sobre el poema dramático de Nara Mansur, a partir de las disímiles apropiaciones y versiones que ha tenido. Puede descargarse aquí: https://drive.google.com/file/d/12Hvrd9–btlJIx47CyW1wEaNJ1m_CtLG/view?fbclid=IwAR3a8FJZawNBzopAtFkxKiWqQTH2LpTSEKeKs1f98RTJuu0QDh1CiNCLgoI
2) Los Cuadernos de Picadero 33 y 34 pueden descargarse libremente en los siguientes links: http://inteatro.gob.ar/editorial/publicaciones/cuadernos/cuaderno-de-picadero-no-33-1220
http://inteatro.gob.ar/editorial/publicaciones/cuadernos/cuaderno-de-picadero-no-34-1234
Ella escribe mucho más que prólogos*
Revisando mi libro de entrevistas descubrí que estaba lleno de hombres, directores y dramaturgos, pero había pocas mujeres, y aún menos, mujeres que no fueran dramaturgas o actrices. Eso me alarmó mucho porque reconocí en mis propias elecciones lo mismo que veo repetido hasta el cansancio en miles de espacios, a la hora de seleccionar o de ser seleccionadas solemos ser menos, a no ser en espacios que se declaren especialmente de “mujeres”.
Pues bien, empecé a observar (a veces mientras más cerca tienes a las personas menos las ves, es triste pero pasa todo el tiempo) a mi alrededor, y estoy rodeada de grandes mujeres de todas las disciplinas.
Rápidamente pensé en Yudd Favier, que también ha editado numerosos libros del sello Ediciones Alarcos. Teatróloga y profesora de la Universidad de las Artes, con quien podría hablar además, honestamente, sobre la crítica, en tiempos en los que muchos creen descubrir el agua tibia y le ponen nuevos nombres a problemas añejos y proponen soluciones descabelladas e impuestas que demuestran ignorancia e insensibilidad.
Yudd es graduada de Teatrología, asesora grupos que están entre lo mejor de la escena cubana (Teatro de Las Estaciones, La Salamandra…). Agrupaciones en las que no se desempeña como asesora, reconocen en sus criterios una buena parte de los aciertos y de las alertas necesarias para construir su camino y poética.
¿Tendrá que ver con el oficio de una espectadora especializada, con el talento para mirar y descubrir lo que no está funcionando, con la valentía de decir aquello que todos piensan y no se atreven a decir sin medias tintas…?
Para ejercer el criterio no necesitas un título universitario, y ahora con las redes sociales, escribirlo y hacerlo público tampoco precisa avales. Sin embargo, cuando te has decidido por una carrera donde el ejercicio del criterio es un puntal dentro de tu profesión, más que tener la verdad como una adarga siento que debes estar comprometido, no sólo con la opinión que ejerces, que siempre es estética, debe ser ética y por supuesto, es una visión particular y por tanto perfectible; sino con la utilidad de esa gestión.
En mi caso lo que sostiene mi manera de “interactuar” con la puesta de teatro, sus dramaturgos, directores y equipo general está relacionado con mi compromiso con ese ejercicio. Yo empecé a trabajar en el Consejo en cuanto me gradué y por supuesto, pregunté cuáles eran mis responsabilidades dentro del departamento y recuerdo que lo esencial se reducía a una frase: mi deber era estar actualizada sobre el quehacer del teatro para niños y de títeres en todo el país y poner este conocimiento en función de colaborar en su desarrollo.
Por tanto, durante todo este tiempo de ver mucho teatro, de viajar a todo el país año tras año viendo los repertorios, haciendo talleres de intercambio donde ofrecer una opinión inmediata era obligatorio y directo, eso me dio cierto entrenamiento. Nunca se trataba de hacer sentir mal o mejor al artista sino de desestructurar-valorar el espectáculo que acababas de ver.
Por supuesto, esta frontalidad siempre resulta agresiva para ambos lados: el que opina está ante un colectivo entero que ha trabajado (más o menos, mejor o peor) y ha presentado ante un espectador “malicioso» su trabajo. En efecto, para el crítico también es una labor dura y siempre creí que la mejor manera de hacerse responsable con ese criterio era siendo sincera, lo cual genera más ofensas que alabanzas.
Cuando una puesta de tpn o tt terminaba, era mi responsabilidad emitir un criterio de lo visto y en ese momento mi compromiso era con mi “deber” laboral por muy atroz que suene. Ese era mi trabajo en el Consejo y yo lo hacía e intentaba ser lo más consecuente posible. De todas formas hasta hoy, después de 18 años de carrera, jamás he podido decirle a un director que su obra es maravillosa o espléndida cuando no lo creo.
¿Es posible decir la verdad sin ser cruel? ¿Importa la crueldad o hacer sentir mal a alguien si está en riesgo la calidad de lo que está haciendo como creador? Has escrito textos duros por la forma descarnada en que manifiestas y dices tu opinión, eso ha provocado que haya creadores que te buscan, prefieren y respetan por esa actitud, y otros que sencillamente te odian. ¿Cómo lo llevas?
Eso que llamas la verdad y que yo prefiero llamar el compromiso, también tiene mutaciones. Porque ahora mismo como asesora teatral no pienso en “mi rol” o función como algo primordial si no en la responsabilidad que tengo ante todo un colectivo concreto con dramaturgos, directores, diseñadores, coreógrafos y actores.
Ahora me siento una intermediaria entre la obra y el público, (antes lo era ante el creador y la institución que lo subsidia) y de forma intuitiva todo lo que me parece perfectible de ser pensado dentro del proceso lo señalo, confío en la inteligencia de las personas con las que trabajo que saben escuchar, revertir y también decantar o desoírme.
Como asesora teatral no me callo nada, ningún detalle por pequeño que sea, porque siento que si identifico algún aspecto discordante y no lo digo, estoy traicionando la confianza que se ha puesto en mí, y como ves retorno al rol.
Pero los colectivos con los que trabajo hace más de cinco años en función de asesora de manera oficial o no, son amigos míos y profesionales de excelencia por los que siento una profunda admiración. Y eso ubica el trabajo en otro nivel y también hace diversos y muy particulares los canales de comunicación. Cuando trabajas con personas que sabes que les van todas sus energías y pasiones en su profesión, el respeto hacia “la obra” está implícito; y de esta manera jamás, hasta hoy, alguien ha creído que hay menosprecio en cualquiera de mis frases –a veces insolentes– cuando quiero señalar un punto.
Y sí, ese canal de comunicación límpido, sin concilio de egos, permite incluso intercambios virulentos de opiniones que crean anécdotas deliciosas y que sólo apuntalan la confianza mutua. Y aunque parezca naif –casi demagógico– sigue siendo la sinceridad la que logra este tipo de relación. Creo que el día en que trate de alegrar a alguien con mi discurso retórico y bien compuesto sobre su ensayo o texto… ese día soy inútil.
Sí, he escrito y déjame citarte: textos duros, algunos son producto de una catarsis en la que has estado viajando por tres meses viendo centenas de espectáculos, muchos de muy mala calidad, con personas y espectáculos con los que has dialogado por años infructuosamente y ese cansancio y decepción emerge… casi ebulle.
Algunos de esos textos probablemente no los escribiría hoy en ese tono; sin embargo, esos textos duros, todos han sido antes debatidos con sus creadores, así mirándole a los ojos “face to face”. Y por supuesto que tengo muchos creadores y te cito de nuevo, “que me odian”, tengo nombretes, apodos, gente que no me contesta el saludo… pero también tengo relaciones de armonía con muchos profesionales excelentes y aunque no tengo dudas de que este grupo podría ser más pequeño que el primero… es el grupo que prefiero a la hora de entender la profesión y seguir apostando por ella.
Estuviste muchos años vinculada al CNAE como especialista, has visto el teatro que se hace en la Isla y también has escrito y leído mucha crítica. ¿A qué le atribuyes la crisis de fe que hay alrededor de la crítica? Hace poco un crítico me decía: “El problema es que los teatrólogos de ahora no quieren ser críticos, quieren ser artistas, hacen documentales, son performeros y la crítica y lo teatrológico está en un último lugar”. ¿El fracaso o poca atención a la crítica tiene que ver con que los teatrólogos de hoy quieren ser artistas? ¿Qué ha ocurrido con la crítica en estos últimos años en tu opinión?
En verdad he pensado mucho en esta pregunta sobre la crisis de la crítica. No creo que sea este el espacio para tratar un tema que tiene tantas aristas posibles, pero como es un buen espacio para opinar, te confieso que a mí en lo personal me lastima mucho la manera descarnada y peyorativa en que casi todos se refieren a nuestro ejercicio, pero a veces las razones que argumentan no se pueden refutar.
Y siendo muy, muy global, creo que la matriz del problema tiene su base en los abruptos y contrastantes cambios de políticas culturales de las artes escénicas y me explico: desde el 60 hasta el 89 (casi 30 años) los grupos fundados eran como vacas sagradas, inamovibles pero muy controlados por el Consejo Nacional de Cultura, había una estructura muy centralizada y, por supuesto, esto generó estanco. Dentro de esa composición la crítica tenía un rol fundamental y a la vez muy focalizado en los grupos que existían; para decirlo mal y pronto, la crítica jugaba un rol importante y hasta determinante.
Luego, en un segundo período, se aprobaron los proyectos desde el 89-2019 (son 30 años más), con la excelente intención de ofrecer opciones para los creadores jóvenes, al principio sólo podría ser aprobado por el Consejo Nacional, y en su reglamento actual siempre, aún hoy, debe ser así; pero lo que verdaderamente empezó a ocurrir es que cualquiera con cierto cargo o poder podía crear un nuevo proyecto.
Yo creo que la crisis llegó a un tope cuando los directores se iban y dejaban a cargo de un actor la dirección del grupo como una herencia (Muchas veces llegábamos a provincias dónde existían nuevos grupos y nuevos directores que jamás habían sido conocidos por el Consejo).
En papeles, el tipo de contratación que era por seis meses o un año, en la realidad se convirtieron en grupos vitalicios. Te puedo confirmar que existen personas que hace 10 años no hacen un estreno y viven campantes. Luego, si antes había 24 grupos y 15 eran de buena calidad profesional, pero cuando se convirtieron en 200, los 15 se tornaron minoría y aunque en un principio se conformó lo que hoy constituye la vanguardia también proliferó mucho teatro de mala calidad.
¿Qué comenzó a suceder con la crítica?
Yo creo que la crítica comenzó a desechar paulatinamente al teatro deficiente y al principio lo escribía pero con esa información no sucedía nada en absoluto. Los críticos comenzaron a desechar proyectos –y no creo que esto haya sido cosa de un día– y en la actualidad nos hemos convertido en promotores del teatro que nos interesa profesionalmente. No está bien.
También surgió el pluriempleo, que es la única manera en que los teatrólogos podemos tener un salario para llegar a fin de mes y convertirnos en seres multifacéticos, y empezó a relegar la crítica como un ejercicio de vocación y no como la única vía de “mostrar” el valor de una profesión que se expandió hacia experiencias más protagónicas y productivas dentro del teatro. Muchos críticos encontraron labores más atractivas como gestores de festivales, editoriales, revistas, talleres y eso también crea una disyuntiva “ética” y, al final, efectiva, sobre qué ejercicio profesional priorizar.
Otros han querido dirigir, escribir, hacer cine y hasta actuar, eso a mí me parece fabuloso porque la teatrología sencillamente la ejercen personas que aman el teatro y el derecho a experimentarlo de formas prácticas para mí es irrefutable: es eso un derecho. Que quede bien, regular o mal… ya es otro asunto.
Es un deber de la crítica verlo todo y dar su opinión de todo. Pero seamos francos, casi ningún creador tiene un verdadero respeto por la disciplina polémica y se tornan agresivos, con lo cual el problema de la ética afecta a todos los bandos.
Nadie acepta absolutamente nada excepto los halagos sin máculas y hay enfrentamientos e insultos y, el crítico, que también es un individuo cotidiano de guaguas y colas, se agota de que el único resultado de su ejercicio especializado sea el malestar personal.
Al final del día escribas lo que escribas, y lo digo por experiencia propia, esos grupos de calidad de amateurs que llevan décadas digiriendo el presupuesto estatal, se presentan en los mismos teatros que una vanguardia consolidada y repito, cobran los mismos salarios blandiendo sus primeros niveles como si de verdad lo fueran. Si la crítica no tiene una función social ni ofrece una guía para jerarquizar y también, por qué no desechar, porque estamos hablando de teatro profesional, no subvertir valores con lo comunitario. ¿Entonces para qué sirve?
Yo misma al salir del Consejo me libré del “deber” de opinar siempre de cuánto veía y por eso cuando algo no me gusta salgo calladita como una espectadora triste y esquilmada; cuando no me gusta no aplaudo, eso sí, por algún lado debo mostrar mi insatisfacción, es mi derecho como espectadora.
Hace dos años no ejerzo la crítica escrita porque precisamente estoy trabajando de manera asidua con, al menos cinco grupos de este país y si escribo una crítica con aspectos negativos (aunque sean más que evidentes) de los otros 40 grupos con los que no trabajo, siempre será visto como predeterminadamente tendencioso y lo mismo pasa si quisiera escribir algo sobre esos cinco grupos.
Y por supuesto, uno es adulto y por tanto responsable de sus decisiones. Y me dan ganas de hacerlo porque hay espectáculos que son casi ofensivos por su falta de coherencia total y como nadie habla de ellos, tienes que leer publicaciones con autohalagos de éxitos que nunca existieron.
Tengo ganas de escribir porque quien calla otorga, pero he elegido. Existen grupos de 15, 20 años que jamás han hecho una sola obra meritoria de ser llamados profesionales y nadie quiere tener a su cargo el cerrar colectivos que no abrió. Entiendo que existe una gran espada de Damocles sobre la responsabilidad civil que generaría desestimar esas agrupaciones parásitas del presupuesto tan reducido del Consejo, pero hay entre ellos agrupaciones que en 20 años tienen cuatro obras en su repertorio, obras malas además, y eso debería cambiar porque en el igualitarismo desequilibrado también radica una forma de injusticia.
¿Cuáles títulos y antologías has compilado y prologado para la Casa Editorial Tablas-Alarcos? ¿Cómo ha sido ese trabajo?
Tablas-Alarcos es la editorial donde me he estrenado como antologista y hasta editora. Para mí ha sido un lugar de promoción superimportante del teatro para niños; ella se produjeron los libros Dramaturgia cubana para niños (1943-2013). 30 obras en 70 años. (La Habana: Ediciones Alarcos, 2014); Teatro Migrante para niños. Un caribeño en Nueva York (una selección de textos del autor Manuel Antonio Morán, La Habana: Ediciones Alarcos, 2016) y Teatro sombrío para niños curiosos (Una selección de textos del autor Christian Medina, La Habana: Ediciones Alarcos, 2016).
He editado un par que están en producción y tengo en el horno uno mío que, claramente, estoy superansiosa por ver convertido en materia. Ella escribía… prólogos de libros es una selección de ensayos sobre textos dramáticos para niños en Cuba cuyo título remeda un libro de Magie Mateo, que fue el primer libro de crítica (literaria) que amé.
Tienes textos que se salen del marco teatrológico y recientemente estuviste en el hapenning Hogar de Omar Batista y Dania del Pino Más como performer. ¿Estás interesada en alguna línea artística fuera del trabajo como crítico e investigadora?
No tengo ganas de hacer algo más. Por ahora mi intervención como performer fue una cuestión de fuerza mayor: quien estaría allí era Dania del Pino…, pero los procesos tienen sus tiempos propios y el estreno llegó junto con el nacimiento de Ernesto y pues Hogar era un proceso en el que todos estábamos muy comprometidos/involucrados y no quedó de otra que ponerse a “levantar las torres de casitas”. Más que como una actuación yo lo asumí como un ritual y cuando hacía mis endebles construcciones pensaba en esa gran masa anónima de personas que viven albergados, hacinados o en peligro de derrumbe y eso adquiría un carácter de acción simbólica. Fue el único recurso que me hizo estar del otro lado. No creo que pueda actuar y no me apetece hacerlo, pero quién sabe
Estas preguntas a continuación, me preocupan a mí, y no son teatrológicas ni importantes para el resto del mundo ni del arte, o tal vez sí. Las pregunto porque necesito la opinión y sensibilidad de varias mujeres respecto a estas interrogantes, porque creo que tú puedes decir algo que a mí, nuevamente en lo personal, me sirva, me alivie, me inquiete. Son tan simples que son las de siempre, tan comunes que son difíciles, tan sencillas que responderlas cuesta la vida.
Yudd, ¿qué es la soledad para ti?, ¿qué es la tristeza?, ¿qué es la nostalgia?, ¿qué es el amor?, ¿qué es el sexo?, ¿qué es la lealtad?, ¿qué es la felicidad?
¿Qué nos diferencia de los hombres en lo poético, en lo humano, en lo esencial, en lo general?
La soledad: es la constancia que yo he tenido en esta vida de que en verdad dependo de mí misma. Son los duros momentos de crecimiento: saber que recogerás sólo lo que hayas sembrado. Es dura pero te hace fuerte.
La tristeza: Los tiempos de desesperanza. Cuando existen falta de proyectos simples e inmediatos.
La nostalgia: idealización del pasado. Lo que te dice que ser extranjero es la peor condición humana a mi forma de ver.
El amor: literal: lo que hace que uno se levante cada mañana. Y cuando no has tenido amor de pareja aprendes a valorar los otros amores que son espectaculares y vitales.
El sexo: un ejercicio imprescindible, productor de dopaminas al que no deberían darle tanta importancia la gente, menos las mujeres que hacen un gran barullo en torno a él.
La lealtad: a mí me rige como código personal, Ámbar querida, y creo que va muy relacionada con el amor y la sinceridad.
La felicidad: unos raticos.
Mujeres: Para mí si fuéramos un árbol seríamos las raíces. Es duro pero una se afianza en muchas cosas y le cuesta desprenderse en la familia, en los hijos, en las materialidades, pero también en los ideales y hasta en las discusiones… nos arraigamos a todo. Los hombres son las frutas, las flores, el polen, salen hacia afuera y comienzan los ciclos una y otra vez con mucha facilidad.
*Parafraseando el título del libro que Yudd Favier prepara con una compilación de sus ensayos.
Lente panorámico en la dramaturgia de Josep Maria Miró (+ galería)
El dramaturgo catalán Josep Maria Miró (Prats de Lluçanès – Barcelona-, 1977) fue el invitado de Espacio ITI 2019 en su edición más reciente. Miró, desconocido en Cuba hasta ese momento, luego de haber recibido el importante Premio Born 2011 con la obra El principio de Arquímedes, se ha convertido en uno de los autores contemporáneos más representativos de la dramaturgia catalana dentro y fuera de España. El texto en cuestión, llevado a escena más de 30 veces en diferentes escenarios del mundo, fue estrenado en el marco de Espacio ITI 2019 en nuestro país, por del dramaturgo, director y editor Abel González Melo en una coproducción de Los Impertinentes y Argos Teatro.
También se realizó la lectura dramatizada de otra de las obras del dramaturgo, La mujer que perdía todos los aviones, con las actuaciones de Jacqueline Arenal, Liliana Lam y Carlos Alberto Méndez. Luego se presentó el libro Teatro en tiempos salvajes de la colección Biblioteca de Clásicos de Ediciones Alarcos al cuidado de González Melo.
Durante su visita el autor catalán impartió el taller “Disparadores y artefactos teatrales” a dramaturgos, teatrólogos, directores y actores. Sobre sus referentes, artefactos y pasiones teatrales hablamos una mañana en La Cúpula de la Embajada de España donde se realizaron las sesiones del taller. Tengo un recuerdo hermoso de ese encuentro, de la temperatura del salón en las mañanas y del entusiasmo de todos los que pudimos pasar el taller con este dramaturgo catalán, excelente fotógrafo en sus ratos libres, cariñoso, lleno de energía e inquieto por conocer la realidad cubana.
Esta entrevista inicia un ciclo que intenta recoger el diálogo sostenido desde la Casa Editorial Tablas-Alarcos con creadores, dramaturgos, teatrólogos, teatristas durante estos 20 años. Sirva esta conversación con Josep Maria Miró para apresar uno de los encuentros más hermosos y fructíferos del año 2019.
¿Cómo conoce a Abel González Melo? Cómo surge la idea de hacer el libro y luego estrenar el espectáculo en el marco de Espacio ITI 2019?
Mi primer viaje a Cuba fue en el año 2009 y al regresar a mi país escribo un texto que se llama La mujer que perdía todos los aviones y que considero, aunque tengo textos precedentes, mi primera obra. Este libro que se presenta en Cuba, Teatro en tiempos salvajes, tiene todo lo que he escrito en estos 10 años y enlaza mis dos viajes a este país.
Por eso, este segundo viaje a la Isla es tan especial, porque cierra un ciclo de mi vida. La primera vez que vine a Cuba fue en calidad de asistente de dirección del espectáculo Crónica sentimental de España que dirigía el director catalán Xavier Albertí y que se estrenó en El Sótano, ahora vengo como autor. Justo después de ese momento, dejé de ser ayudante y comienzo mi trabajo como autor y director. Por eso la experiencia de volver es la posibilidad de mirar en perspectiva los 10 años transcurridos y hacer un balance de mi trabajo.
Teatro en tiempos salvajes, como Abel González Melo, editor y compilador del volumen decidió llamarlo a partir del título de la última obra que aparece en el libro y la más reciente que escribí, tiene 15 obras de mi autoría. Es un regalo que me hizo Abel, y del que estoy muy agradecido: el gesto hermoso de unir estas obras en un mismo libro, como si desde La mujer… hasta la última pieza, todas hubieran sido escritas en un tiempo salvaje.
A Abel yo lo conocí en 2014 en el Teatro de la Abadía en Madrid, yo estrenaba El Principio de Arquímedes, él fue a verla y le gustó mucho. Lo curioso es que la amistad la hemos tejido sobre todo este último año. Vino a Barcelona a ver Tiempo salvaje, yo también he leído y conozco su teatro. Es una persona extraordinaria, así que cuando me dijo que quería dirigir El principio… me dio mucha ilusión. Es un autor importante, joven y alguien con una capacidad analítica grandiosa, es académico, teatrólogo, un hombre de teatro. También nos unen amistades con teatralidades distintas, para mi pensar en Abel es pensar en Sergio Blanco, en Gabriel Calderón, en Gonzalo Marull o en el investigador teatral José Luís García Barrientos, y de golpe hay un círculo de gente que admiras teatralmente y que están allí como un club de amigos con poéticas diferentes, pero con un elemento común de respeto y admiración.
En estos 10 años Cuba ha cambiado, para mí es un lugar complejo siempre, de mirar, de entender. A mí siempre me gusta poner personajes de mi país desubicados en otra geografía en las que de golpe se pierden. ¿Qué hace Sara, el personaje de La mujer que perdía todos los aviones… en medio de esa isla tropical?, o esos padres de Humo que están esperando un hijo y no saben cómo relacionarse. Ese recurso del personaje que visita, me parece fascinante.
En mi obra Olvidémonos de ser turistas contaba que tenemos un turismo ahora y un mundo que es el de la selfie con el objetivo hacia nosotros mismos, pienso que sería interesante y necesario en cambio, girarlo para mirar al otro. Si tienes el lente de ese modo, solo te miras a ti mismo y el mundo es un escenario para ti. En cambio, si lo giras la mirada será panorámica y amplia. Siento la necesidad de encontrar en el teatro un espacio para mirar desde un lugar panorámico sin olvidarme del yo, pero un yo como el de la autoficción, que incluye al otro.
¿En qué momento empieza a mirar el periodismo de otra manera y se decide por el teatro?
Yo estaba trabajando de periodista en la Radio Pública Española y llega un momento en el que empiezo a sentir cómo el periodismo se ha vuelto una maquinaria complicada en un sistema como el de mi país: instrumentalizado por determinados intereses. Tengo la necesidad, entonces, de dar un salto a otro sitio. Empiezo un doctorado de Literatura Catalana, especializado sobre todo en asignaturas catalanas, es lo que aquí llamarían Teatrología. Me presento a las pruebas de dirección y dramaturgia del Instituto del Teatro de Barcelona y ahí empiezo. En ese periodo escribí mis primeros textos, gano algunos premios, tengo la suerte de empezar a trabajar como ayudante de dirección con directores de escena ya con recorrido, y se produce un tránsito desde un lugar muy natural en ese sentido.
Al mismo tiempo, creo que la gente entiende el teatro y periodismo como zonas muy distintas, pero para mí hago algo muy parecido. En el periodismo en el fondo, hay un intento de contar la realidad, con datos objetivos, de intentar explicar “qué es esto”, qué es la realidad, un concepto difícil y complejo, y para mí el teatro también es un espacio para hablar de la realidad. Pero de la misma forma que en el periodismo usas unos datos objetivos, en el teatro hablas de la realidad a través de la creación de una fábula, de una mentira. Generas una mentira en la que el público encontrará una verdad, y a partir de aquí empezará una reflexión, un análisis del mundo que nos ha tocado vivir.
Yo siempre digo que escribo sobre cuestiones sobre las que no tengo respuestas. Para mí el periodismo es un buscador de respuestas. Cuando estudias periodismo se habla de que las noticias tienen que tener las seis “W”: qué, cuándo, quién, dónde, por qué, cómo… El teatro también es una fórmula que se plantea a través de la pregunta. Formular una pregunta, traducirla en el texto, plantarla en la escena y trasladarla al espectador.
Cuando va a componer los textos, usted decía en el taller que casi siempre piensa primero en una temática, luego en la anécdota y al final en una estructura que la soporte. ¿Esto se aplica a toda su dramaturgia, o tiene obras en las que ese proceso ha ocurrido de otra manera?
Me gusta diferenciar cuándo funciono como autor y cuándo como dramaturgo adaptador. Cuando soy autor el texto sale de mi necesidad, de mis ganas de escribir. En los talleres siempre digo que afortunadamente no hay ninguna fórmula exacta, lo que me sirve a mí para escribir no le sirve a otro, sin embargo, es necesario conocer las metodologías y los instrumentos para desarrollar esas motivaciones.
Para mí es necesario formular una temática, luego encontrar una anécdota, y más tarde un contenedor que es la estructura con los personajes y el tiempo. Hay gente que dice “yo empiezo a escribir y voy encontrando”. Me parece admirable pero a mí no me sirve, necesito sentarme sabiendo hacia dónde voy. Eso no quiere decir que en medio del camino no encuentre una carretera secundaria y que luego la historia se vaya para otro lado porque se abrió una nueva puerta, un personaje que empezó siendo pequeño termine siendo más grande. Hay un elemento muy importante que es la presencia de lo inesperado, a veces pasa en la escritura y uno decide si se arriesga a tomar ese nuevo camino que se abre y que no estaba en tus planes al principio.
Cuando he trabajado para otras dramaturgias que son adaptaciones me pongo al servicio de un texto. Ahora acabo de adaptar una novela de Fred Uhlman que se llama L’amic retrobat (El amigo reencontrado). En este caso, ya tenía un punto de partida que fue la novela, luego convertí esa narración en una especie de monólogo dialogado entre tres personajes. El protagonista es un personaje que aparece con dos edades diferentes y el amigo.
También escribí la adaptación de una novela de Neus Català, Cenizas en el cielo. Parte de un libro que cuenta la historia de un personaje real, una mujer que murió el pasado año con 103 años de edad. Ella estuvo en los campos de exterminio en la época nazi. Aquí el proceso es diferente, yo me estuve documentando durante un año, estudié el libro que es una biografía novelada, consulté todas las entrevistas que le hicieron, me zambullí en su vida para encontrar el mecanismo teatral para trasladarla a la escena. Reproducir la novela de la misma forma no tiene ningún sentido, hay que encontrar los mecanismos que la hagan teatral.
Aunque distingo el trabajo por encargo del de creación propia, siempre intento asumir el encargo como un gusto, un placer, porque necesito enamorarme del proyecto, del texto, de lo que voy a hacer. Para mí el arte tiene que estar vinculado al compromiso, a la necesidades, a la particularidad de uno mismo.
Usted trabaja en la escuela de artes escénicas ERAM de Girona. ¿Cómo siente que su labor como profesor ha retribuido su labor más creativa?
Es un centro de artes escénicas adscrito a la Universidad de Girona, una de las ciudades de Cataluña. Cuando uno empieza a dar clases comienza a teorizar sobre uno mismo. Muchas veces cuando escribimos lo hacemos desde un lugar más intuitivo, utilizas herramientas y mecanismos, pero cuando impartes clases empiezas a preguntarte: ¿qué estoy haciendo en esta escena?, ¿por qué lo hago?, ¿por qué manejé esto de esa forma? Comienzas a tener una mirada académica sobre tu propio trabajo: qué instrumentos utilizas, qué efectos causan en el espectador, qué retos suponen para los intérpretes.
En la ERAM, yo podría ser el padre de los chavales a los que les doy clases, aunque pienso que soy como ellos, nos separan 20 años. Y cada vez esa diferencia de edad se va agrandando, por mi parte no por la suya, porque yo voy teniendo más años y nuevos alumnos ingresan en el primer año.
Eso es fascinante porque con 20 años de por medio hay un imaginario diferente; les interesan otras problemáticas, les ha cambiado el lenguaje, la poética, la narrativa, los referentes, los códigos. Es una generación profundamente audiovisual, y yo no soy purista en ese sentido.
Pienso que debemos ser un poco permeables, Internet y el cine son otras disciplinas con las que estamos conviviendo. Y por tanto, está bien estar al caso, estar vinculados, entenderlas y asumirlas desde el reto teatral. El contacto con gente joven te hace mantener ese pulso de realidad, de cotidianidad, de poética y eso es profundamente estimulante.
De lo que más disfruté de El Principio de Arquímedes fueron los diálogos, ese entramado de réplicas y diálogos entrecortados donde un personaje interrumpe a otro, genera un desasosiego que aumenta la incertidumbre. En las obras catalanas que nos pasó (Sótano de Josep Maria Benet i Jornet y Après moi le deluge de Lluïsa Cunillé) hay una constante, precisamente en los diálogos, que pude rastrear en su dramaturgia y que provienen de estas fuentes seguramente.
Benet i Jornet (fallecido este pasado 6 de abril de 2020 a causa del Covid-19) es el padre de la dramaturgia catalana contemporánea y está vinculado también a un dramaturgo español importante que es José Sanchis Sinisterra. Lluïsa Cunillé, otro gran referente de nuestra dramaturgia, también estudió en los cursos de Sinisterra. Había un sistema de un diálogo esencialista, una tendencia a buscar un hiperrealismo, una especie de depuración de la lengua.
Esto a su vez viene de los cursos de la Sala Beckett de donde sale precisamente Cunillé y Sergi Belbel. Fueron espacios muy importantes para el desarrollo de una dramaturgia que ahora está en un buen momento, en el que hay un grupo numeroso de autores escribiendo. Todo eso generó unas particularidades en cuanto a los diálogos, realistas y teatrales al mismo tiempo, esencialistas, eficaces, que no sean siempre evidentes para que el espectador vaya entendiendo sin que por eso sea ilustrativo y discursivo.
Al mismo tiempo creo que son textos que no renuncian a las fórmulas teatrales, a proponer estructuras que jueguen con el espectador, con las convenciones. Por ejemplo, Lluïsa es uno de los grandes nombres de la dramaturgia catalana, fue además Premio Nacional en España. Otro referente nuestro importante ha sido la dramaturgia inglesa: Sarah Kane, Harold Pinter, Martin Crimp. También ha sido una influencia notable un grupo autores que se han presentado en nuestro país, Thomas Bernhard, Antonio Tarantino, Roland Shimmelpfennig, y otros. Sin haber renunciado a nuestra tradición ha habido una mirada puesta en las nuevas escrituras.
Por eso también, cuando hago un curso, me gusta que cada clase la acompañe una lectura, porque es una manera de decir que somos el fruto de lo que leemos y de lo que vemos. Para mí es importante saber qué se está haciendo y qué se está contando ahora en el mundo, por esto estar en Cuba y llevarme algunos de los imaginarios cubanos, leer lo que se está rescribiendo en este país es esencial, ya he notado algunos mecanismos de teatralidades y referencialidades muy diferentes; para mí es enriquecedor. Sé que no soy un maestro al uso sino un maestro de ceremonias que disfruto de todos ustedes, con los cursos que doy yo aprendo.
Cuando notaba en la lectura de estas obras catalanas, los motivos que se reiteran y la forma en la que los personajes repiten los textos con diferentes consecuencias en cada escena, cambiando solo algunas palabras dentro de la frase, pensaba precisamente en Jon Fosse y en Shimmelpfennig por la forma en que estos dramaturgos logran hacer del recurso de la reiteración un artificio poético de alto vuelo y carga semántica. Me hace muy feliz y me resulta curioso que los referentes internacionales que menciona también sean tan seguidos en Cuba y de tan valiosa influencia para los dramaturgos cubanos: Sarah Kane, Bernhard, Pinter…
Yo creo en un Dios que se llama Harold Pinter (risas). Cuando leo a Pinter siento que estoy leyendo también a Beckett y a Chéjov; es una línea de continuidad genética. Hay secuencias genéticas literarias. Cuando Fosse se presentó en Barcelona, la opinión general es que tiene mucho de Lluïsa Cunillé.
Hay una obra de Benet i Jornet que se llama Deseo, me gusta decir que en ese texto hay mucho de Cunillé, incluso cuando Cunillé no existía, hay de David Lynch, de Pinter y de Sinisterra. Es maravilloso cuando esto ocurre, cuando advierto temáticas, maneras de escribir distintas pero rasgos característicos que son comunes.
Los autores catalanes tenemos un imaginario compartido y el gusto por un teatro que también hemos compartido, además de un espacio académico en el que confluimos.
También está Tennessee Williams, que no es un autor norteamericano, es un autor de todos, al igual que Lorca, Ibsen y tantos otros. Hay un momento en que determinados autores, afortunadamente, superan la geografía y se convierten entonces en autores universales, en clásicos.
También es notable un gusto por el misterio y por no decirlo todo en su obra El principio… Eso genera un cierto misticismo asociado al suspense muy interesante.
El misterio es sexy. En la vida, cuando un tópico determinado o una problemática nos interesan es porque ahí tenemos algo por resolver. Las grandes inquietudes del hombre en la vida siempre vienen con una necesidad de resolverlas y, habitualmente, la resolución tampoco es la satisfacción, sino el camino emprendido.
En cualquiera de estas obras no se encuentran objetivos de novela policíaca, de saber quién es el que ha cometido el crimen. Lo relevante en esas piezas es ser testigo del proceso. En El principio de Arquímedes la idea es ver cómo este misterio por resolver “el beso” nos está poniendo en jaque como espectadores: cuál es nuestra postura emocional, social y educativa al respecto, nuestra idea de la moral, de la justicia. Intento hacer un teatro de reflexión y que no sea dogmático desde el presupuesto de que yo como autor tengo la verdad. Al contrario, yo como autor prefiero trasladar la pregunta, compartir mi inquietud.
Todas estas obras que las que hemos hablado están llenas de misterio, como la vida misma, y una parte importante de nuestros esfuerzos están dedicados a resolver esos enigmas.
En Las tres hermanas de Chéjov Vershinin dice: «Soñemos un poco… por ejemplo, sobre la vida que habrá después de nosotros, dentro de doscientos años o trescientos». Tusenbach responde: «Después de nosotros, se volará en globo, las chaquetas cambiarán de forma, quizás se descubra el sexto sentido y lo desarrollen, pero la vida seguirá siendo la misma, difícil, llena de misterios y feliz. Y dentro de mil años, el hombre suspirará, como ahora: ¡Ah, qué penoso es vivir, y al mismo tiempo, exactamente como ahora, tendrá miedo a la muerte y no la querrá». Vershinin añade: «¿Qué quiere que le diga? A mí me parece que en la Tierra todo debe modificarse poco a poco, y ya está cambiando ante nuestros ojos. Dentro de doscientos o trescientos años, dentro de mil —la cuestión no está en el plazo—, comenzará una vida nueva y feliz. Nosotros no participaremos de esa vida desde luego, pero ahora vivimos, trabajamos y sufrimos para ella; nosotros la creamos y en esto —sólo en esto— radica el fin de mi existencia y si se quiere, nuestra felicidad».
Si nos detenemos a pensar unos segundos, nos daremos cuenta de que la Humanidad lleva siglos dedicándose a resolver los mismos problemas, saber por qué hay bondad, maldad, por qué nos enamoramos, por qué sufrimos, qué es la muerte, qué es el amor, qué es la ética.
Para mí el teatro está muy relacionado con el concepto de la ética, abogo por un teatro ético. Tiempo salvaje, mi obra más reciente habla de la necesidad de encontrar mecanismos éticos para vivir con nosotros mismos, con los otros, de la urgencia de encontrar espacios de convivencia, de reflexión, de entendimiento del otro.
El primer día que pregunté aquí en el curso qué es el teatro, salieron las palabras misterio y empatía. Pagamos para sentarnos en una butaca y ver una mentira que nos hará reflexionar sobre quiénes somos y cómo nos comportamos. El teatro todo el tiempo busca la renovación de estos pactos de convivencia individual y colectiva. ¿Por qué nos sigue siendo útil Shakespeare tantos años después? ¿Por qué aún las preguntas que se formulan en Un enemigo del pueblo de Ibsen están vigentes? Simplemente, porque les cambias la época a los personajes y sus vestuarios y está hablando de nosotros.
Mientras transcurría esta entrevista escribí en mi libreta palabras, frases, nombres que llamaron mi atención y notas que pasaron por mi mente, como si no fuera suficiente con la grabación. Al final se las leí a Josep Maria que adora las estructuras, y él sonrió, complacido.
Al mirarlas así por separado, como si fueran hashtag, parecen una suerte de rompecabezas caprichoso, desestructurado, contradictorio, polisémico, panorámico. Rearmarlas y acomodarlas a nuestro antojo sería un buen ejercicio para pensar el artefacto teatral.
El biodrama de una generación en Selfie: Carlos Sarmiento en la crisis de los 30
Cuando la vida se deja penetrar en el corazón mismo del teatro…
Jacques Derrida
Como parte de un ciclo de entrevistas, iniciado desde la Casa Editorial Tablas-Alarcos con el objetivo de registrar el diálogo con creadores, dramaturgos, teatrólogos, teatristas durante estos 20 años, converso con Carlos Sarmiento, teatrólogo, director y actor, que integra nuestro catálogo con su investigacion El largo viaje hacia la verdad, dedicada al director y actor cubano Vicente Revuelta.
Y también sobre la verdad, la reconstrucción de la realidad, la vida como fuente inagotable de ficción, el biodrama, la crisis de los 30, la necesidad y posibilidad de multiplicarnos en diversos roles desde el trabajo, el latido de una generación y sus resonancias conversamos Carlos y yo, hace ya unos meses en la sala de su apartamento.
–¿Cuáles son las fuentes que tuviste en cuenta para la escritura de Selfie? ¿En qué circunstancias comienzas a escribirla?
Selfie surge de una manera curiosa. Habitualmente, se tiene una idea antes de escribir una obra, una esencia que luego se materializa, en mi caso, ni me había pasado la idea por la cabeza de escribir un texto. La motivación nace a partir de la investigación que estaba realizando sobre la autoficción en la Maestría de Dirección Escénica que estaba cursando en la Universidad de las Artes.
En la asignatura Metodología de la Investigación pedían un proyecto investigativo, recuerdo que estaba en casa de Eberto García Abreu mostrándole lo que ya tenía hecho y me dijo: Bueno, ahora tienes que ser consecuente y escribir tu propia autoficción.
En principio no me pareció necesario, pero fue una provocación que se me quedó en mi cabeza. Tiempo después empiezo a pensar en esa posibilidad, a preguntarme qué pudiera encontrar en mi vida de interesante para ser contado, pero aún no estaba decidido. Incluso, pensé en buscar a un dramaturgo para que escribiera a partir de las fuentes que yo le diera, porque nunca había escrito una obra antes, ni siquiera estudié dramaturgia; hasta que me decidí.
No quería retratarme a mí mismo, hacerme el selfie, más bien quería desde mi imagen poder retratar a una generación, hablar de nuestras vivencias y traumas. Empecé a pensarme en sociedad, había una línea en el texto que se refería a la nuestra como una generación maniquí, fue un concepto que trabajé muchísimo aunque para la puesta se quitó.
También sentí que tenía una deuda grande con mi familia y que debía sacarla a la luz, precisamente porque siempre digo que las decisiones más importantes de nuestra vida cuando nacemos ya han sido tomadas: venir al mundo, cómo te llamarás, la crianza que vas a tener. A partir de ahí tienes que romper esa herencia, seguirla o cuestionarla; a algunas personas hacen más o menos rupturas, otras consolidan esa tradición con mayor o menor éxito.
Comencé con un espectro de cinco o seis de mis familiares de los que quería hablar, luego me quedé con menos personas. Mi vida, solamente, no era interesante y decidí incluir el personaje de Fanny, inspirado en una muchacha que había conocido tiempo antes en Trinidad. La historia de amor entre ella y mi personaje no existe en la realidad, es parte de la ficción, pero me parecía interesante porque es una joven que no ha podido salir adelante porque está marcada por un pasado del que no logra salir.
Todo fue muy curioso con la zona de esa historia que es real. La conocí durante mis viajes de trabajo a Trinidad, me quedaba en su casa porque ella alquilaba. Un amigo me dice “ten cuidado que te estás quedando en casa de la nieta de… (el nombre real nunca lo digo por una cuestión de ética), esa gente es peligrosa”. Yo le respondí que ella no me parecía mala persona y que no debía pagar por lo que hizo su abuelo, pero mi amigo me refutó que no solo era el abuelo, su mamá también había estado presa. Igual me parecía injusto que si ella había tratado de romper con ese pasado siguiera siendo juzgada.
La vida de ella me pareció muy interesante para la obra, porque es muy azarosa. A partir de ahí, salió el personaje de Fanny, aparentemente vulgar. Creé la historia de amor porque me interesaba la contraposición de esta muchacha y un artista que se debate entre su ideal creativo y la realidad. Ella, sin embargo, es una persona con los pies bien puestos en la tierra porque ha sufrido mucho, esa polaridad entre los dos personajes me atraía.
Para este texto yo investigué mucho sobre el psicodrama, y lo usé como concepto para trabajar la puesta en escena: yo en una butaca viendo la representación de mi propia vida. Ojalá y también Fanny pudiera estar a mi lado, en un momento del espectáculo ocurre, la actriz se sienta a mi lado en el público y los dos vemos juntos la puesta en escena. Originalmente el texto está hecho para que en las representaciones que se hacen no intervengan ninguno de estos dos actores/personajes, que siempre estén viendo sus dobles en escena desde la platea.
La imagen del director que interviene en escena y observa el espectáculo junto a los demás espectadores parte del concepto de Sergio Blanco sobre “el guía turístico o Estado de GT”. Yo pasé el taller Construcción y Deconstrucción del Monólogo con este dramaturgo y director en el año 2014; durante el que hicimos muchos ejercicios con la premisa del efecto GT que me sirvieron enormemente.
–¿Esta es una conexión con el trabajo que realizas en el sector del Turismo?
Elegí poner al personaje Daniel que hace referencia a mí mismo como guía turístico para enfatizar la frustración, pero en realidad yo trabajo como animador en un show de música tradicional cubana para extranjeros no como guía. Cuando trabajo como animador no me siento frustrado pero pienso que si fuera guía turístico tal vez sí.
Claro que también está el paralelismo entre el guía como el manipulador del relato, el conductor de la historia, el que lleva la historia hacia donde quiere, esa idea que propone Sergio me interesaba mucho desde lo artístico y tenía conexiones con parte del trabajo que realizo fuera del teatro. Me he encontrado en varias ocasiones a teatristas trabajando como guías turísticos. Recuerdo que una vez, uno de ellos me dijo: “esto se trata de saber un poco de idioma y de actuar la Cuba que ellos quieren comprar”.
Esa es una gran verdad y lo he comprobado en los shows que he animado, si no vendes esa Cuba que ellos quieren comprar y representas a ese cubano bailador, mujeriego, que siempre sonríe a pesar de los problemas y que nunca está triste, pues entonces no les interesas.
Otro acontecimiento de mi vida que me sirvió como referencia, ocurrió en la noche del 24 diciembre. Ya sabía que quería escribir el texto y me tuve que ir a trabajar a Trinidad. Esa noche estaba floja la venta y tuve que salir con unos volantes a venderle el show a los extranjeros. En ese instante mis familiares me llamaron y hablé con ellos; me puso un poco triste pensar en lo lejos que estaba de casa en una noche como esa que es para celebrarla en familia. Como el parque estaba al lado de la iglesia pude ver el nacimiento del Niño Jesús por largo rato, ahí fue que me dije “aquí está la historia para escribir”.
También fue una época complicada de mi vida, no sé si fue llegar a 30 años y tener que replantearme muchas cosas, en ese período no estaba haciendo nada para el teatro, solo trabajaba para el turismo. De hecho tuve que desprenderme un poco porque económicamente iba bien pero era muy triste. Creo que todo eso está en la escritura de Selfie. Fue una obra que fui escribiendo en lugares distintos, lo mismo escribía en la casa, que luego unas escenas en Cayo Coco, otras en Cayo Santa María y algunas en Trinidad. Me pasaba hasta una semana sin regresar a mi casa. Siempre quise escribir un texto que fuera honesto.
Con respecto a la ficción y otros elementos que cambié y moví, por ejemplo, el abuelo de la muchacha en la realidad no era masón, pero en la ficción de la obra es un personaje que luchó en la Sierra Maestra, todos sabían que era masón y cuando terminó la guerra no lo dejaron tener ningún cargo y por eso se alzó.
Lo del masón fue otra historia que supe, un hombre que luchó también pero cuando acabó todo lo sacaron del proceso por pertenecer a esa hermandad, aunque no se alzó fue una pérdida pues es una persona que hubiera aportado mucho porque verdaderamente era y es aún, muy revolucionario. En ese caso, uní dos historias de vida en la biografía de un personaje.
–¿Cómo fuiste tejiendo el texto? ¿Cómo esta escritura fue invadiendo la escena y al mismo tiempo cómo lo que quedaba en escena cambiaba el texto?
El texto que concebí inicialmente cambió mucho durante la puesta en escena porque al principio tenía demasiadas referencias al Nacimiento, a la Navidad, demasiado poético; era una poesía que para el concepto de puesta en escena que tuve después no funcionaba. Ante todo por el ritmo que yo quería, también porque siempre quise comunicarme con un público joven, entonces ese exceso de alegoría y de poesía en detrimento de la acción la empecé a sustituir por otros recursos porque me parecía que para el público que yo quería no iba a resultar.
Fue un texto que trabajamos mucho a partir de improvisaciones, los recursos de Layton para improvisar, y sin dudas, ya cuando tienes el cuerpo de estos actores cambia mucho porque sabes que es un texto escrito para ellos. Los actores me hicieron propuestas desde el principio, a tal punto que la versión del texto aún se está rehaciendo porque ha seguido variando con el trabajo y las sugerencias de los elencos. Todos los días se actualiza, hoy en la mañana estuve introduciendo algunos cambios a partir de parlamentos que han surgido en escena y, como son valiosos, merecen quedarse.
Algo muy bonito que ocurrió durante el montaje fue el proceso de que los actores se fueran enterando de “los chismes de mi vida” (risas). Logré que tuvieran contacto con las personas reales que citaba en la obra y que conocieran a mis padres; no con el objetivo de que los imitaran pero sí de que supieran quiénes eran. Ni siquiera fue con el estilo más usado de que parte de mi familia fuera a un ensayo, ocurrió en una casa en la playa donde estaban todas las personas que yo mencionaba en la obra, los actores fueron y así se conocieron. También fueron muy útiles los videos que conservo de Gustavo Saffores, Bruno Pereyra y Gabriel Calderón, actores que trabajan muy a menudo con Sergio Blanco, donde ellos explican cómo construían el personaje para la autoficción, cómo se apropian de Sergio sin ser él.
Tal vez el mejor ejemplo para explicar ese proceso de construcción del personaje, donde no se imita al referente real si no que se registra de otra manera, está en el actor que “hace de mí” en la obra. Se llama Carlos, tiene mi edad y estudiamos juntos, tiene también muchos traumas que quería expresar de alguna manera, a partir de esa necesidad de expresión común y del contexto que compartimos como generación, se unió mi biografía a la de ellos.
En la obra hay textos creados por los actores, hay un intermedio (que no está en el texto original, solo en la puesta en escena) donde yo les di la pauta de que pensaran lo que era Cuba para ellos, cómo se sentían, qué era la Patria, todo eso cada cual lo expresó en un monólogo. Incluso, si ves a una actriz (Aydana Febles) y ves a la otra (Alessia Delgado) no es igual, porque cada una tiene su monólogo. Si algún día yo doblara a Carlos Alberto, o Carlos dejara de hacer la puesta, ese actor que lo asuma no haría el monólogo de Carlos, tendría que hacer el suyo propio.
Estuvimos casi seis meses en el proceso de montaje. Todo los actores están viviendo circunstancias muy parecidas a las de Daniel, el personaje inspirado en mi, les encanta el teatro pero por varias razones tienen que hacer otros trabajos. Por ejemplo, Carlos hace televisión y trabaja de Barman en el Restaurant Habana Blues, Aydana produce videos de reguetón, Hamlet hace radio, Lily también trabaja en el restaurante Habana Blues y Cuza tiene que trabajar en varios grupos a la vez. Eso que aparentemente es muy poético para la construcción de la obra, es un problema a la hora de encontrar horarios afines para ensayar y concretar la puesta en escena.
Después de terminado el montaje y correspondiente estreno, nuestra dinámica no es la de un grupo común, nos reunimos una semana antes para ensayar cuando hay temporada. Son nuevas formas que hay que poner en práctica si quieres subsistir como artista y como ser humano.
–Hay creadores que insisten en defender una dinámica de grupo más tradicional porque dicen que las formas alternativas terminan lastrando el trabajo; pero la verdad es que la mayoría de los proyectos y compañías teatrales sobre todo en la capital, funcionan bajo presupuestos abiertos y cambiantes, y gracias a eso logran sobrevivir.
Recuerdo mi primer grupo serio, fue Pequeño Teatro de La Habana, tiene una dinámica en la cual no se puede faltar a ningún ensayo. Estaba recién graduado y aprendí mucho en la Academia de José Milián, acepté esa dinámica durante un tiempo pero llegó un momento en el que necesité hacer además otras cosas. Actualmente hay muchos grupos que no están funcionando en buena medida porque no han logrado aceptar y adaptarse a nuevos modos y mecanismos para hacer teatro, variar la frecuencia de ensayo, y aún así, preservar la vocación hacia el teatro, sin renunciar por eso a otras zonas de interés ya sea por necesidades creativas y/o económicas.
–Algunos teóricos y escritores sostienen que a pesar de todo el auge de la autoficción en tanto escritura y del aparato teórico desplegado a su alrededor, siguen prefiriendo la autorreferencialidad como categoría. Sostienen además que la autoficción no es más que una autobiografía, lo único nuevo es que deja por sentado algo que ya se sabe de antaño: lo real siempre tendrá ficción porque el soporte artístico lo transforma.
La autoficción tiene detractores, que incluso, no subestiman las creaciones que de ahí han surgido, sino que la consideran infundada como distinción de otras formas de escritura que parten de premisas similares. Después de haberla investigado teóricamente y luego de escribir una obra bajo sus presupuestos estéticos, me gustaría conocer tu postura al respecto.
Soy de los que la defiende. Creo que es muy raro un arte que no esté ligado a la autorreferencialidad, siempre hay al menos un componente autorreferencial, pero creo que la autoficción lo hace de manera más clara. Además me interesa como término. Dentro de las investigaciones al respecto se habla mucho del “pacto ficcional”: el espectador va a la sala a ver una historia que sabe que no es real, va a ser engañado y se deja engañar. Pero este juego que te propone la autoficción de “sí, tiene mucho de realidad”, o ponerte al tanto de que alguien que está ahí muestra parte de su vida verdaderamente, genera en el público otro tipo de recepción. Tal vez, en algún momento, yo lo investigue más a fondo, pero desde la perspectiva del público, porque en la investigación de la Maestría lo hice desde la relación actor-director.
He vivido con Selfie cómo cambia la recepción, siempre que se me acerca alguien a hablar de la puesta en escena en el fondo lo que quiere es deslindar la verdad de la mentira. Por supuesto, reitero que el arte está lleno de autorreferencialidad, pero me interesa defender el pacto autoficcional porque además se mezcla mucho con el teatro documental y con las “escrituras del yo.”
La variante de la autoficción que más disfruto es en la que está incluida la figura del director, y si él además, puede ser parte de la representación mejor, por eso decidí estar en Selfie aunque sea del lado de la platea e intervenir en algunas escenas. En principio tenía pensado buscar un actor que hiciera de director, pero decidí que debía ser consecuente con esa pauta. Incluso, si yo tuviera más experiencia como director yo hubiera representado el papel de Daniel, pero me resulta muy complejo aún, necesito mirar desde afuera.
Como espectador, la autoficción también me atrae mucho. Me sucedió con Diez millones de Carlos Celdrán y con Jacuzzi de Yunior García. Cuando el autor dentro del texto lo va construyendo y me asegura “es real”, y tengo ciertos referentes que puedo asociar, intuir, además de esa sospecha con la que juega la autoficción, es evidente que me genera una actividad más como público y un placer añadido. El siglo XXI ha demostrado que es el tiempo del “yo”, unido al auge de las redes sociales donde cada cual puede desde su cuenta personal representar su propia historia y administrar su perfil, que no es más que una reconstrucción del “yo”: mis amigos y yo, yo en mi casa, yo en México; los canales de YouTube que han ido robándole espacio a la televisión. Para mi, Facebook es la autoficción perfecta en la que uno construye identidades múltiples a partir de sí mismo, precisamente porque en las redes hacemos un proceso de selección donde no lo mostramos todo, posteamos solo aquello que nos parece relevante.
Siempre existirá la polémica. Solo hay una autoficción que no defiendo, la que está escrita “a la fuerza”, ese texto que desde su lectura o respectiva puesta en escena, hace evidente que no necesita como obra acogerse a ese pacto. Pero por lo demás, creo que es un género con grandes potencialidades para trabajar desde la dramaturgia, la puesta en escena, el trabajo con los actores y el público.
–He notado que cuando se trata de autores y/o directores que tienen una experiencia precedente, incluso en formas de teatro con presupuestos estéticos distintos a los de la autoficción, por lo general el resultado es superior porque son obras sustentadas por una investigación profunda sobre las pautas del género, escritas desde la consciencia de lo que se está tejiendo e interviniendo y sobre todo en una necesidad de desahogo que encuentra en la autoficción la mejor manera de manifestarse.
Sí, efectivamente. No puedo asegurar que lo próximo que haga será una autoficción, pero sin dudas, este trabajo me ha marcado mucho y a los actores también.
–La autoficción está muy validada en la narrativa, de hecho, empezó por ahí, asociada a grandes novelas que implicaban un cambio de perspectiva de acuerdo con las nociones más tradicionales de autobiografía y exposición de “lo real”. Sus orígenes se remontan a 1977 en Europa, con la novela Fils de Serge Doubrovsky, el que se considera el fundador del género. En los Estados Unidos ya desde la década del ´60 había una corriente llamada non-fiction-novel que agrupada todo una generación de grandes periodistas y cronistas, encabezada e iniciada por Truman Capote con la célebre novela A sangre fría (1966).
Creo que en la narrativa tiene otra dimensión, en los libros alcanza una verdad distinta, otra fuerza. Pienso en Yo, Publio, Confesiones de Raúl Martínez, en Antes que anochezca de Reinaldo Arenas. Son libros que me marcaron y ahora que lo pienso, ese pacto ambiguo que lograron sus autores fue el que me sedujo tanto.
–¿Para qué otros públicos, además del capitalino, han representado Selfie?
Estuvimos en Cienfuegos, Holguín y Sancti Spíritus. A partir de una vivencia que tuvimos en esta última provincia, decidí que siempre la primera función sería para los universitarios. Allí llevaron a los estudiantes de la Facultad de Ciencias Médicas a ver la obra, cuando los vi llegar con bocinas con reguetón puesto pensé que la función sería un desastre. Pero la verdad, es que ese público disfrutó mucho la obra y la percibieron de una manera que hasta ese momento no había visto. Era un público muy desprejuiciado y con otros referentes que necesitaba el espectáculo de otra forma. Esperaban el final, como si estuvieran viendo una telenovela (risas).
–Como espectadora también sucumbo a la necesidad de deslindar la verdad de la mentira, a la curiosidad de saber qué tomas, qué dejas de tu vida, qué alteras (risas).
Es una verdad maquillada, en la salida ilegal del país que se representa en la obra, por ejemplo, la ficción está en que yo no estuve allí ni la vi, pero es un cuento que mis padres han hecho tanto que es como si hubiera estado presente. Ni siquiera le consulté a mi mamá para refrescar la memoria, cuando ella lo vio se molestó, pasó unos días sin hablarme.
El personaje de Nelson existe en la realidad, es mi mejor amigo y cuando fue al estreno me contó que se escondía en la butaca por miedo de en cualquier momento que yo lo parara a testificar (risas).
La historia de Fanny está bastante cercana a la real, pero hay muchos elementos que fueron construidos, como aquello que apuntó Sergio Blanco: “es la verdad, pero movida de lugar”.
–En ese sentido hay una cuestión ética que tiene que ver con referir sucesos que acontecieron en las vidas de otros. ¿Cuál es la delgada frontera en la que te mueves para no dañar el espacio privado de los otros? ¿Cómo pactar con eso que tú conoces de los demás pero que no te pertenece del todo?
Precisamente como no voy a contar la historia real y voy a cambiar y a mover muchos aspectos de lugar, mi deber es cambiarles el nombre y proteger sus identidades. Creo que en Selfie la autoficción fue un recurso que utilicé para ser honesto. Es una obra que tanto desde la construcción del texto, así como desde la puesta en escena, tiene mucho de psicodrama. Por ejemplo, las fases por las que pasa el psicodrama están en este texto a nivel de estructura. Selfie es como una sesión de psicodrama, incluso, trabajamos mucho las improvisaciones a partir de las pautas del psicodrama.
Hay una pauta fundamental que empecé a escribir la obra: mostrar a jóvenes que no quisieran irse del país y aun así desearan una vida digna, y por ende, exponer lo que tenían que hacer para salir adelante, para superarse profesional y económicamente.
Queríamos además, dejar un sabor grato en los espectadores, aunque tocáramos temas fuertes, a veces dolorosos, no queríamos dejar en el público un sentimiento derrotista. Para eso, jugamos mucho con los cambios de tono, algunas escenas las contamos desde un enfoque más de comedia, y otras desde un tono más serio y dramático.
Esta obra es muy susceptible de caer en el melodrama, y por eso la cuidamos mucho con la variedad en los matices. Otro elemento que quise mantener y sacarle partido desde la puesta en escena fue el de teatro dentro del teatro. Los actores debían actuar como ellos mismos en la situación de los personajes, esa fue la premisa. No quería una caracterización forzada y ajena a ellos, por eso el pullover que trae cada uno tiene su fecha de nacimiento, aunque interpreten un personaje nunca dejan de ser los actores, los jóvenes y los seres humanos que son en la realidad.
En ese aspecto fue fundamental la asesoría del director Carlos Celdrán, en todo el trabajo con el comportamiento de los personajes, él fue mi tutor en la Maestría de Dirección Escénica y su influencia fue clave.
–Muchos creadores hablan de cómo se enriquece un texto cuando es pensado por su autor para llevarlo a escena inmediatamente después de su escritura. ¿Fue este un elemento que te ayudó a ti en particular?
Ciertamente. Me bastaron dos lecturas de los actores antes de empezar a montarlo, para cambiarle el final. Ya la dramaturga y maestra Raquel Carrió había entrado en crisis con el final y me dijo entonces que no le gustaba, pero me aconsejó que no me apurara en encontrarlo, que en cuanto empezara a trabajar con los actores, ellos mismos se encargarían de mostrarme el camino, y así fue.
–La autoficción es un doble pacto, convive entre dos mundos, lo real y lo ficcional, la verdad y la mentira, lo documental y lo reconstruido. Tal vez por eso Selfie es tan honesta, porque tiene ese dolor que nace de la dualidad, de la ambivalencia, de la ambigüedad, del desdoblamiento, de lo mutable.
Eso es Selfie. Quería de alguna manera retratar mi generación, creo que nosotros hemos tenido que pactar con muchas “Cubas” al mismo tiempo. Yo trabajo casi todas las noches en shows donde tengo que vender la Cuba del Buena Vista Social Club, Guajira guantanamera, chan-chan y mojitos. Ese es un acto complicado, la gente que lo mira desde afuera lo puede ver desde un punto de vista idealizado, pero tener profesiones tan distintas al mismo tiempo, ver tantas realidades diferentes todo el tiempo es sumamente complejo y agotador.
Ese es el dolor que llevo a Selfie, un padecimiento en el que estoy preso, no puedo salir de ahí porque lo necesito para tener una economía mejor. Entonces hago teatro en el tiempo que me queda para salvarme la vida. He tenido la suerte de poder cohabitar en los dos mundos al mismo tiempo, como muchos de mi generación.
Actor y títere en escena: “juntos pero no revueltos”
Es común que en muchos espectáculos titiriteros se emplee el recurso de mostrar al actor que hay detrás de las figuras. En lugar de ocultarlo se privilegia su papel ya sea como un personaje más dentro de la obra, o como el titiritero que interactúa con su figura animada y con los demás intérpretes, en franca actitud de sublevación o de complicidad. Normalmente este procedimiento trae consigo otro, siendo a menudo su causa y/o efecto: el teatro dentro del teatro. Mostrar en igualdad de condiciones a actores y títeres, es un recurso que por lo general se emplea, cuando hay una expresa necesidad de contar y de añadir estímulos a esa narración dramática. También se complejiza más la fábula, pues por lo general, aunque se fundan en varios puntos y una se subordine a la otra, suelen haber dos líneas o subtramas: la historia que quieren contar los actores y la historia que cuentan títeres mediante.
Teatro La Proa de festival
El grupo Teatro La Proa, con el apoyo del Centro de Teatro de La Habana, de la Asociación Hermanos Saíz y del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, se prepara para la primera edición del festival: HABANA TITIRITERA: FIGURAS ENTRE ADOQUINES. El evento, protagonizado por espectáculos titiriteros, está planificado del día 7 al 13 de agosto, insertándose como parte de la programación de verano de la Habana Vieja, siendo una de las propuestas más atractivas no solo para los niños y las niñas, sino para toda la familia.
Leer el presente y actuar
A propósito del diálogo con los fundadores de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), resultaba imprescindible el encuentro con el teatrólogo Omar Valiño, director de la Casa Editorial Tablas Alarcos y profesor del Instituto Superior de Arte. Valiño ha mantenido desde hace treinta años un vínculo constante con la Asociación (como le llamaron siempre los de su generación). A través de los distintos roles y tareas en las que se ha desempeñado, Omar Valiño ha podido trazar un mapa preciso, con una visión comprometida, crítica y apasionada, posible solo para quien conoce la AHS desde sus primeros pasos; precisamente, porque ha aportado en la construcción de su camino. Sirvan estas notas, para ver en la mirada de un crítico las luces que no deben perderse de vista en el presente y los ecos que desde una generación pueden actualizarse en las proyecciones del futuro. [+]
Learn by heart o presentimientos en español. Presentaciones de libros en el Salón de Mayo
El arte es la voluntad de matar al padre.[1]
Emilio García Wehbi
I Encuentro[2]
La Casa Editorial Tablas-Alarcos presentará durante la XXVFeria Internacional del Libro de La Habana sus últimos títulos publicados. Las presentaciones tuvieron lugar en el Salón de Mayo, en el Pabellón Cuba, el miércoles 17 de febrero. Ya es tradición que este importante sello editorial, especializado en temas de las artes escénicas, organice eventos, presentaciones y cursos en colaboración con la Asociación Hermanos Saíz. Varios de estos títulos están firmados por dramaturgos y teóricos de amplio reconocimiento internacional. Invitamos a todos los teatristas y amantes del teatro a acompañarnos a este festejo de las artes escénicas en el marco de la XXV Feria Internacional del Libro. [+]
Hedda G y la uniformidad de un ejército estudiantil (II)
Volumen III
¡Clara busca profesor de inglés!
Andreas Bauer, uno de los directores escénicos del Theater Konstanz en Alemania, decidió tomar el texto Ayer dejéde matarme gracias a ti Heiner Müller de Rogelio Orizondo para llevarlo a escena. ¿Cómo fue este proceso que suponía otro contexto y otros idiomas? [+]
Hedda G y la uniformidad de un ejército estudiantil (I)
Volumen I
¡Donde hay Clara no hay fantasmas!, aunque la beca esté oscura y se acabe la merienda
La conversación con Clara de la Caridad transcurrió serena, mientras el ISA permanecía como un testigo inmutable, o quizá pendiente de cada una de nuestras palabras. La hierba se derramaba formando un manto salpicado de hojas, había olor a tierra mojada y a protector solar. De un lado, la maleza queriendo devorar de una vez la arquitectura trunca del gusano de Música, y del otro la beca, con su estilo constructivo Girón. Las cúpulas de la Facultad de Artes Visuales podían verse a lo lejos, las guaguas Transtur pasaban con un sonido difuso rumbo a la recién restaurada Facultad de Música. En aquel paisaje, no podía adivinarse la Facultad de Arte Teatral; sin embargo, esa mañana también se habló de teatro. [+]