Lismary Concepción Guzmán


«Repentista para toda la vida»

A los tres años de edad no siempre los niños son capaces de formular oraciones completas o les cuesta comunicarse adecuadamente con sus padres porque no entienden todo lo que ellos intentan expresar con su incipiente lenguaje.

Antes de los tres, en la mayoría de los casos, es más difícil aún. Sin embargo, a la edad de dos años y medio un gallito de Cienfuegos cacareó su primera décima. El Kíkiri de Cisneros lo llaman desde entonces.

Hoy, con 22 años, ya no necesita aprender de memoria las décimas que le escribía su papá o recordar con colores la estructura de cómo “pegaban” los versos octosílabos.

Foto: Argel Ernesto González

El Kíkiri es un joven delgado, de aproximadamente un metro con ochenta centímetros, que camina como si llevara en sus hombros el peso de cada décima que ha recitado en veinte años.

En sus recuerdos siempre fue repentista. Defiende el verso improvisado, incluso, llevado a una nueva vertiente, el neorrepentismo. Es esta una mezcla en la que, guitarra mediante, confluyen la décima y la canción trovadoresca.

Al Kíkiri de Cisneros lo conocen más por este nombre artístico que por el que su madre le puso: Marcos David Fernández Brunet. Según dice, “yo crecí siendo el Kíkiri, y me enteré que era Marcos David después.”

Fue su madre, precisamente, quien nunca dejó que el niño repentista perdiera la esencia de ser también Marquitos. La vida es mucho más que escenarios y canturías. Detrás de todo eso está la escuela, crecer, la universidad, un alquiler en La Habana. “Isabel Brunet es la persona que tengo en todos los momentos de mi vida”.

“Mi madre y mi padre se separan cuando tenía quince años y les agradezco a los dos que nunca me sentí solo en ningún sentido. Pasa algo, levanto el teléfono y, en dondequiera que esté, aparecen los dos juntos. Eso no dejará de ser así”.

Cuando niño su papá era un símbolo, esa persona a la que quería parecerse, hacer décimas como él –y lo sigue siendo–, aclara. “Cada vez que hago una presentación lejos de él y la puede ver en videollamada, me dice: Oye, por aquí y por aquí no. Se pasa la vida corrigiéndome en todo y tengo la suerte inmensa de que lo haga”.

Su padre no ha sido el único guía en el camino de la improvisación. Agradece a Jorge Sosa y Alberto Vega Falcón, los profesores del taller de repentismo al que llegó con cuatro años cuando no sabía aún leer ni escribir.

“Todavía tengo mucho que agradecerle a Lázaro García, y a los hermanos Novo, quienes fueron los encargados de empezar a echarme un poquito de trova adentro y, por supuesto, a mis otros padres Nelson Valdés y Ariel Barreiro, que han sido los encargados de que me se presente con trovadores”.

Otra de las personas importantes en la vida del Kíkiri es esa a la que físicamente se parece muchísimo, aunque sus carácteres difieran: su hermano, Daniel Alejandro Fernández Brunet, un apasionado del arte como él.

“Mi hermano y yo nos amamos con la vida, discutimos, salimos, lo hacemos todo juntos, y de verdad que es de las personas a las que más amo y cuido. Eso será siempre así”.

Daniel no aprendió a hacer décimas, pero sabe cuando un verso está bien o no. Es otro de los pilares familiares que sostiene a Marcos. Hasta en los escenarios a veces lo ayuda con un pie forzado o una idea que luego el Kíkiri lleva a versos octasílabos.

“Siempre quise ser repentista. Desde que tengo uso de razón es lo primero en mi vida. Mi papá me enseñó a rimar, que para mí en ese momento era hacer que las palabras pegaran. Llegué a aprenderme de memoria 72 décimas que él escribió para mí. Estaban en una libreta roja que aún se conserva en casa.”

Al Kíkiri hacer décimas le salía natural. Comenta que cuando empezó la escuela pasó trabajo para redactar textos en prosa, porque, en su cabeza, estaba ya arraigada la estructura de los diez versos octasílabos.

Siempre le gustó la historia y el arte. Comenzó la Universidad estudiando Historia y Marxismo, y luego se trasladó para la carrera Historia del Arte, que cursa actualmente en su segundo año.

Aunque es estudiante universitario, desde los 17 años es miembro de la empresa de la música como artista profesional. Esta profesionalización es producto del premio por ganar el concurso Eduardo Saborí de repentismo con 15 años.

“Quiero vivir haciendo repentismo. No sé si eso representará vivir o mal vivir pero creo que no le puedo fallar a lo que me enseñó mi familia. No deseo hacer algo que no me guste por tener un poco más de dinero. Es mi decisión. Entonces, ahí estaré; no tendré la mejor casa ni el mejor alquiler, pero tengo lo que puedo, hago lo que quiero, y con eso me siento superfeliz”.

Vivir sin utopías nos hace más parecido a los animales y, como humanos, tenemos la capacidad de pensar, de tener sueños, sentimientos. Un alma que no sueña divaga por la vida sin un sentido real. “Creo que el reto que siempre me he puesto es no dejar de ser el mismo que salió de Cienfuegos, aquel que nunca quiso salir. Me identifico mucho con el niño de seis o siete años que fui”.

“Quiero tener treinta, cuarenta, cincuenta años, la edad a la que pueda llegar, pero con el mismo sello del muchacho aquel que pasa por las calles, por los escenarios regalando décimas y haciendo feliz a todo el que las acepte”.

-Si no querías salir de Cienfuegos, ¿por qué lo hiciste?

“A veces la vida no es como uno quiere, y la capital representa una buena oportunidad para todo muchacho de provincia. Así tuve que salir, mochila al hombro y con los sueños cada vez un poco más lejos. A veces me duele a llegar al fin de semana y no irme para la tierra a abrazar a mis padres, pero que todo sea por el objetivo de crecer en todos los sentidos”.

Según comparte, la Asociación Hermanos Saíz le ha permitido ser un joven de su tiempo. Le enseñó que el repentismo no solo es para los escenarios de personas mayores, sino que dentro de los públicos jóvenes cabe la improvisación,  ya sea en presentaciones para televisión, en festivales, cruzadas. Donde quiera que se presente puede estar el repentismo.

-¿Crees que te pareces a los jóvenes de tu tiempo?

“Creo que sí, por lo menos al círculo que uno se crea en el que se incluyen jóvenes del gremio, trovadores o no. Tengo amigos de todos los credos, con distintos pensamientos, y creo que el respeto es lo más importante. Algunos van a fiestas a las que no voy, y eso no quiere decir que ellos no le presten atención a lo que hago.

“Muchas veces encasillamos a las personas y sí, cada uno se desenvuelve en su entorno, que influye mucho, pero no es que no escuchen lo que está al otro lado. Aunque venga del repentismo también voy a fiestas y bailo, aunque lo haga mal -ríe-. Cuando entré al preuniversitario me chocó que venía de escuchar trova, repentismo, y ahí se escuchaba otro tipo de música”.

-¿Cómo te integras al grupo de preuniversitarios donde están los reguetoneros y reparteros?

“Es una cuestión de respeto al gusto de cada cual. Aquí todos hemos necesitado en algún momento de la vida irnos a un lugar donde te desconectes de lo tradicional”.

La décima es su vida, la que le ha permitido tener a los amigos que son también familia, a los del barrio y a los que nunca pensó conocer. Ha sido lo que lo ha salvado en momentos de su vida personal donde, a punto de estallar, encuentra en ella un refugio para desahogarse y aliviar.

También lo llevó a ganar importantes competiciones, entre ellas el concurso internacional de repentismo y controversia; y lo condujo hacia el camino de la Asociación Hermanos Saíz con 16 años.

Desde ese entonces se reconoce como otro hereje soñador que, con su voz y versos, ha dejado una parte de sí y de la AHS por todo lo largo y ancho de la geografía antillana.

“Creo que el amor a lo espiritual siempre va a existir, aunque a veces la misma sociedad y los caminos que se transitan sean complicados, aunque el arte se vaya dejando de lado por cuestiones tangibles, siempre va a hacer falta. En las mismas presentaciones veo que cuando las circunstancias no son buenas, el público disminuye.

“Pese a esto, el que asiste a una presentación que hacemos, lo agradece, y transmite a otros su experiencia. Siempre sacaremos tiempo para poner atención a las personas, a su sentir. Estaremos allí, rodilla en tierra, para regalar arte; nuestra esencia”.



En la cima, la virtud

Es 2024 y otra vez jóvenes de la Asociación Hermanos Saíz se disponen a subir la elevación más alta de Cuba, el Pico Turquino, a 1974 metros sobre el nivel del mar. Para quien escucha esa cifra pensará en casi dos kilómetros de camino, pero representan 13, desde Bartolomé Masó en Granma.

Subir el Turquino representa cumplir con retos personales, encontrar la satisfacción de quien llega a la cima de esta Isla, conocer, mientras tanto, su naturaleza. Subir el Turquino, en grupo, es otra cosa.

Para los jóvenes de la AHS significa el homenaje a Martí debajo del busto que colocó Celia Sánchez con su padre, Manuel Sánchez, y pobladores de la zona; el tributo de generaciones de cubanos al Apóstol, por las ideas que iluminaron toda una Revolución.

Yasel Toledo, presidente nacional de la Asociación Hermanos Saíz, junto al busto de Martí. Foto: Argel Ernesto González Álvarez

También simboliza la admiración a Fidel Castro y a los hermanos Luis y Sergio Saíz, jóvenes que murieron con la edad de 17 y 18 años, respectivamente. La edad de quien cursa hoy el onceno o duodécimo grado de preuniversitario. Sí, porque, a veces, un número no nos muestra tan cerca la realidad.

A ellos, quienes tuvieron la madurez suficiente para enfrentarse a los militares de la dictadura de Fulgencio Batista y fueron miembros del Movimiento 26 de Julio, se encuentra dedicada la jornada que culmina, precisamente, el día de sus asesinatos, 13 de agosto, en San Juan y Martínez.

La primera parte de este periplo-homenaje fue en Oriente. Un recorrido por distintos sitios de la historia guió a artistas de la Asociación por la provincia de Granma.

Lugares a los que el pasado llama, para revelar matices que no cuentan los libros de historia. Dos Ríos, escenario de la caída en combate de José Martí; y la casa natal de Carlos Manuel de Céspedes y su ingenio La Demajagua, donde el 10 de octubre de 1868 proclamó la libertad de sus esclavos, fueron los destinos explorados por la novel vanguardia de creadores, quienes se acercaron a otras facetas de los héroes, a una visión más humana.

Jóvenes artistas de la Asociación Hermanos Saíz en recorrido por el memorial La Demajagua. Foto: Argel Ernesto González Álvarez

Antes de comenzar el ascenso, el grupo de entusiastas llegó a la comunidad de Bartolomé Masó para entregar lo que llevan por dentro y les da razón a sus vidas: arte. La sorpresa fue grata cuando ya la alegría y el talento los esperaba a ellos. El grupo Colorimágico, integrado por niños de la zona montañosa, tenían preparado un espectáculo desbordante de música, danza, declamación y muchas sonrisas.

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  • Amaury del Río grabando parte del videoclip de su canción “A mis hermanos”. Foto: Argel Ernesto González Álvarez
  • Comunidad en Bartolomé Masó. Grupo Colorimágico. Foto: Argel Ernesto González Álvarez

Después de dos días en Granma, comenzaban el ascenso desde el campamento Altos del Naranjo hasta el kilómetro 8. Algunos ya habían vivido la experiencia y alertaban a otros de los cuidados que se debían tener.

Camino a Altos del Naranjo. Recorrido realizado en camión de montaña. Foto: Argel Ernesto González Álvarez

Puente elevado sobre el Río Yara (dirección hacia el campamento). Foto: Argel Ernesto González Álvarez

El primer tramo auguraba caminos complejos de transitar, grandes elevaciones que se traducirían en subidas y bajadas, contrario a lo que algunos pensaban de un camino de única subida y, luego, solo de bajada. Iban bordeando serranías. El principal impulso era llegar a la cima y no saberse solo en el proceso.

Kyme Juarez Aburto, médico mexicano residente en la especialidad de Cirugía en La Habana, se unió a los jóvenes de la AHS para ascender al Turquino. Foto: Argel Ernesto González Álvarez

Iniciaron de madrugada, cuando aún las primeras luces del alba no llegaban a este hemisferio. El tiempo apremiaba y sería difícil para los que no contaban con una preparación física adecuada. La falta de iluminación hizo que los primeros kilómetros se anduviesen en grupos más amplios para aprovechar las linternas de los pocos que tenían.

Foto tomada antes de comenzar el ascenso. Iluminados gracias al camión de montaña. Foto: Argel Ernesto González Álvarez

Escribió José Martí que “subir montañas hermana hombres”, y nunca imaginó que, en la escalada hasta el Pico Turquino, rumbo a honrarlo, nacerían lazos de camaradería, de verdaderas fraternidades, entre quienes que se juntaron para esta aventura, marcada por convicciones profundas, donde el arte prevalece sobre ideas políticas o creencias religiosas.

Foto: Argel Ernesto González Álvarez

A medida que se avanzaba, cada uno iba quedando a su paso o el de algún amigo con el que transitaba. En puntos específicos de la extensa geografía hacían una parada para descansar, beber agua y alimentarse. En esos instantes, se conocían personas a las que el tiempo no había dado oportunidad de hacer coincidir por el apretado programa de actividades.

Foto: Argel Ernesto González Álvarez

Los senderos empinados fueron superados por los paisajes que rodeaban aquellas montañas y la naturaleza que en ellas habitaba. Para quien vive en la ciudad resulta una experiencia extraordinaria ver las primeras luces del día entre las nubes que se colaban en estas prominencias, con la banda sonora de aves. Ahí, natural, muy parecida a esas que algunos han escuchado solo en películas.

Foto: Lismary Concepción Guzmán

El clima del Turquino hace que crezca una flora peculiar, como la orquídea más pequeña del mundo, u otros tipos de flores, hortensias y mariposas por doquier.

Hortensia azul. Foto: Lismary Concepción Guzmán

Habían salido desde las 4:30 de la mañana del 7 de agosto. Un poco después del mediodía ya estaba todo el grupo en el campamento Santo Domingo, ubicado en el kilómetro 8 del ascenso. A pesar del cansancio que podían llevar algunos, esa tarde se grabaron escenas para un documental, se conversó sobre la realidad de los jóvenes artistas, las problemáticas que enfrentan y cómo desde su arte dar solución o mejorar aspectos de la vida que superan lo material.

Foto: Daniela Zaldívar

Fue una tarde en la que el grupo se unió más, de cantar alrededor de una fogata, de comer rápido para que otro pudiera utilizar la vajilla y los cubiertos. Ese día ya no era un grupo de más de 40 jóvenes, eran los hermanos del Ascenso al Turquino 2024 de la AHS.

Selena Ferrer, vicepresidenta de la AHS en Cienfuegos. Foto: Kyme Juarez

Tito Urrutia, director de fotografía del documental, rodando durante la Jornada 13 de agosto. Foto: Argel Ernesto González Álvarez

Parte del grupo que llegó hasta el campamento Santo Domingo. Foto: Tito Urrutia

El “de pie” del 8 de agosto fue a las 2:30 de la mañana. Había que desayunar y alistar todo para concluir los cinco kilómetros de ascenso y luego descenso. Al fin llegarían a la cima aquellos soñadores que se habían propuesto llevar su arte a lo más alto de Cuba.

La música, la poesía y la décima llegaron con los primeros rayos del sol. Se habló de la historia de la organización, de su vínculo con Fidel, de aquella noche en que murieron Luis y Sergio Saíz baleados por militares del gobierno de Batista. Yasel Toledo, periodista y escritor, presidente nacional de la AHS, contó sobre el dolor de la madre que perdía a “sus muchachos”, del padre juez, de la obra completada y la que estaba en construcción.

A la salida del camino. Llegando a la cima. Foto: Argel Ernesto González Álvarez

Solo tenían 17 y 18 años aquellos hermanos rebeldes. Para ellos fue este homenaje, la canción de Amaury, las décimas del Kíkiri y Adriana, la prosa de Gabriel, el performance de Luis Enrique y el documental de Claudio, Tito, Miguel y Zunzún.



Respirar con el arte

Pleno verano en Cuba. Se han registrado las temperaturas más altas de la historia. Son las dos de la tarde y el sol está, como refiere cierto dicho, “que raja las piedras”. A simple vista es difícil contar, pero probablemente haya más de medio centenar de personas repartidas entre la sombra de un árbol, la entrada del Teatro Trianón y sus laterales. A algunos les toca aguardar al sol. Este fin de semana serán las últimas presentaciones de la temporada de la obra dirigida por Carlos Díaz, “Réquiem por Yarini”.

Alguien dice que comenzó desde las nueve de la mañana, y quizás no especule, al ver la fila para comprar entradas. La venta inicia a las dos de la tarde. Hay personas sin almorzar, unos que salieron del trabajo y deben regresar, otros que a simple vista parece que vienen directo de la escuela, algunos que organizaron las tareas de la casa para dedicar un par de horas –o más- a comprar sus entradas.

En momentos tan complejos donde la comida o el transporte ocupan gran parte de la cotidianidad y la mente de muchos cubanos, produce satisfacción cómo las personas quieren ir al teatro e invierten su tiempo en comprar los boletos para, durante aproximadamente dos horas, dejar de lado las preocupaciones de la vida y sumergirse en la historia del célebre proxeneta que habitó el país a finales de los ochenta del siglo pasado, Alberto Yarini.

Lo que sucede con la obra del grupo de teatro El Público pudiera ocurrir con una de La Nave Oficio de Isla o la Franja Teatral. La cuestión es que las personas siguen buscando en el arte una escapatoria momentánea de esta rutina acelerada, donde en ocasiones el instinto de supervivencia supera los modales y, otras veces, asisten porque en esa obra se dice lo que ellos sienten; hay actores que escupen eso que a veces se nos atora en la garganta.

En Cuba, el arte se erige como una necesidad vital, un refugio donde la creatividad y la expresión se entrelazan para ofrecer esperanza y superación. Las instituciones y asociaciones que fomentan la creación artística juegan un papel fundamental al organizar talleres y actividades accesibles para todos los jóvenes y aquellos que deseen explorar su potencial. Estas iniciativas permiten que personas de diferentes condiciones económicas disfruten de conciertos y eventos culturales.

De ahí que el agradecimiento sea profundo para todos los que se dedican al quehacer artístico. Cada nota de música que nos envuelve, cada película que toca nuestro corazón y cada obra de teatro que nos hace reflexionar, representan regalos que conectan con la realidad de quienes vivieron en épocas pasadas o que, en nuestros tiempos, han enfrentado adversidades inimaginables.

A través de estas expresiones, encontramos historias que nos permite sentir un poco menos solos en el vasto universo de emociones humanas.

Agradecemos también a quienes eligen quedarse y luchar, y a aquellos que, a pesar de los obstáculos, siguen dedicando su energía a hacer que otros sean un poco más felices, aunque sea por un instante. En palabras de Nietzsche, “el arte existe para que la realidad no nos destruya”, y el eco de esa idea se manifiesta en la Asociación Hermanos Saíz, donde se afirma que “el arte salva”.



Encuentro con Manuel Herrera, Premio Nacional de Cine

El director de cine, documentalista y guionista Manuel Herrera, quien dirigió Zafiros, locura azul, uno de los mayores éxitos en taquilla del cine cubano, fue protagonista del Encuentro con en el Salón de Mayo del Pabellón Cuba.

El espacio regresó como parte de la programación de la feria Arte en la Rampa con su conductora, la periodista Magda Resik,

Manuel Herrera, considerado se un testimoniante del arte cinematográfico y la cultura en Revolución, expuso cómo el escritor debe entrar por las vetas y silencios que deja la historia.

Herrera definió el cine como una posibilidad muy necesaria para la cultura, pues tiene la extraordinaria capacidad de llegar al espectador, de contar historias y de seducirlo.

Igualmente, lamentó la decandencia de la asistencia del público a las salas de cine, esencialmente porque es “un acto social que debe recuperarse para compartir en familia”, señaló.

El cineasta confesó sentir un gran orgullo por ser cubano y cómo le duelen las apatías. También ahondó en la necesidad de no perder la Revolución y adecuarse a los tiempos.

“Hace falta ser intrépito y enamorarse de la obra, vivir y pensar todo el tiempo en ella para que se abran los caminos y queden claras las posibilidades de por dónde andar”, aseveró el director de cine, quien además exhortó a los jóvenes a crear, porque “sin riesgo no hay arte”.

 



Presentan libros ganadores del “Calendario”

Seis libros ganadores del premio Calendario 2023 y salidos a la luz este año fueron presentados hoy en el espacio Sábado del Libro en La Habana Vieja, donde narrativa, teatro, ciencia ficción y política confluyeron para promover la literatura.

Algunos de estos títulos, según comentaron sus autores, surgieron en la etapa de confinamiento por la Covid-19; de ahí que sean textos que hablan de catarsis y esperanzas.

“Transmiten mensajes de resistencia; aunque las cosas estén difíciles pueden ser mejorables”, dijo en el encuentro Martha Acosta, autora de Refugiados.

A su vez, Giselle Lucía Navarro, quien mereció el galardón en la categoría de narrativa infanto-juvenil por Un niño perfecto, confesó que es una gran dicha mostrar un libro galardonado con este reconocimiento, uno de los más importantes que confiere la Asociación Hermanos Saíz (AHS) para jóvenes escritores.

Asimismo, Enrique Pérez Díaz, Premio Nacional de Edición 2024, definió la actividad como un espacio de consagración donde, desde el Instituto Cubano del Libro, se intenta que prevalezca la jerarquía literaria.

Con décimas que invitan a su lectura, también se lanzaron los títulos Cables de alta tensión, de Onel Pérez Izaguirre; El subterráneo, de Juan Edilberto Sosa; Salvajes y dichosos, de Rubiel G. Labarta; y La ideología revolucionaria en el trabajo. Una mirada desde el sector industrial (1961-1965), de Luis Emilio Aybar.

Además de los autores de los títulos y amantes de la lectura, estuvieron presentes Yasel Toledo Garnache y Juan Rodríguez, presidentes de la AHS y del Instituto Cubano del Libro, respectivamente, así como Miguel Cruz, director de la Casa Editora Abril, entre otros invitados.



El arte, para cambiar circunstancias

Viste el color de la pureza. Lleva su cabello corto resguardado bajo un pañuelo de encaje. Tiene otra manta de la misma tela cubriendo sus hombros. Aunque el verano se adelantó, lleva una camisa de mangas largas, igual que su falda. Su blanca tez hace resaltar los tatuajes de sus brazos. Llama la atención un mangle rojo en el antebrazo que comparte con la persona que escogió para compartir su vida.

Está en casa, sentada junto a sus flores favoritas, unos girasoles tan vivos que contrastan con el frasco de pierdas que tienen a su lado. Colgados en la pared azul cielo hay pinturas y dibujos, unas de muchos colores, otras a blanco y negro, unas con guitarras, otras que parece que hablan de luz en la oscuridad.

Pareciera que todo eso es Yeni Turiño, la muchacha que describen intranquila, la “hormiga loca de El Mejunje”, la trovadora, y más que eso, porque no solo melodías y acordes habitan en ese ser, sino las artes, diversas.

Es una mujer que ríe mientras dice lo que piensa y se nota la sinceridad cuando suelta a bocajarro los pensamientos que le vinieron de pronto.

La primera guitarra que tuvo Yeni se la compraron sus padres a los nueve años después de demostrarles que había aprendido a tocar La Guantanamera. El interés por conocer y aprender del instrumento la llevaron a la casa de cultura y luego a estudiar guitarra clásica con un profesor particular de Santa Clara.

“A lo mejor no estudié todo lo que debía. Cuando hago una canción, el resultado no es lo que tenía en mi cabeza y eso pasa cuando no se estudia música. Aprender guitarra clásica me permitió ganar en cuanto a técnica, formación de acordes y otros elementos que necesito para tener más libertad a la hora de crear. Fue mi primo quien me impulsó siempre a estudiar, quien me la sugirió a pesar de que me parecía un poco aburrido”.

Graduada de Gestión sociocultural para el desarrollo, en duodécimo grado prefería estudiar Filosofía, aunque en el año que se presentó a las pruebas de ingreso no se incluyó en el programa universitario.

“Es una carrera que me ayudó muchísimo porque tiene un espectro tan amplio, que es también lo que quería hacer. A mí me cuesta estar en un solo lugar. Un error mío, pero necesito estar en varias cosas a la vez porque eso es lo que me alimenta”.

El rock fue lo primero que la atrapó: “Yo era una friki; iba todos los martes a El Mejunje a ver a Adictos, hasta que descubrí la trova, que era realmente a lo que estaba destinada”.

Su primo, Yatsel Rodríguez, fue el puente hacia el mundo de esta música de autor, el que la llevó por primera vez a peñas y luego al mayor festival de trovadores que se desarrolla en el país, el Longina. Para ese entonces aún no tenía sus propias canciones.

“Cuando llegué al Longina y vi que no hacía falta que cantara las canciones de los demás trovadores porque ellos estaban ahí para defenderlas, me di cuenta que necesitaba las mías”. De allí nacería su primer tema, “Espejismo”.

Cuando una persona emprende un nuevo rumbo tiene referentes que lo guían. Yeni tiene muchos. Habla de los trovadores de Santa Clara, de La Trovuntivitis, de su primo Yatsel, y se detiene en la única mujer que conocía implicada en el universo de este estilo musical.

“Cuando la vi con esa forma de cantar, con ese ímpetu; cuando vi ese respeto que se le tiene a Yaíma Orozco, supe que quería ser así. Es mi referente musical más cercano, a pesar de que todos los trovadores que he conocido para mí son especiales, porque cada uno me ha ayudado a su manera con acordes o consejos.

La autora de “Volar” encuentra la inspiración fuera de ese espacio, que es su casa, en festivales, lugares nuevos, con nuevas experiencias; quizás porque necesita la libertad de quien sale de su entorno para crear.

Sus canciones las escribe para ella, el público, sus amigos. Siempre que haya una persona que quiera escucharlas, a esa persona está dedicada la canción: “A veces soy un poco egoísta y la escribo para mí porque lo necesito, como terapia personal. Evidentemente desde el punto en que uno decide ser artista sabe que está trabajando para mostrar algo; tiene esa necesidad.

“Hacer música siempre es un reto porque es hacer arte. No me veo como trovadora, sino como artista. Sé que en esta ciudad lo que decida hacer lo voy a lograr. Si decido montar un caballo, lo haré, si decido montarme en un cohete, lo voy a hacer aquí, porque he logrado cosas que nunca en mi vida pensé y han salido súper naturales”.

La música también es un refugio y un camino para llegar a otras manifestaciones del arte. Y es que, definitivamente, los encierros no aportan partituras o letras, tanto que durante los dos años de pandemia le fue imposible componer algún tema musical. Sin embargo, buscó espacios en los que, con la música que tenía, pudiera acompañar a las personas en los momentos tan complejos que se vivieron.

Los conciertos de Telegram fueron uno de estos caminos que la enlazaron con su público a la distancia. “Fue muy bueno para los que decidimos hacerlo. Entre tanta desesperación e incertidumbre, los conciertos virtuales resultaban sanadores; eran la escapatoria -por un rato- de tanto dolor y hastío.

“Jesús Pérez, de Las Tunas, y yo, decidimos hacer una peña virtual, y eso nos salvó de volvernos locos, al no poder presentarnos. Me di cuenta en ese tiempo que necesito la calle”.

Ramón Silverio, el fundador de El Mejunje, la invitó –cuando estaba despuntando en la mayoría de edad– a organizar y conducir una peña en ese sitio que tanto valor guarda para el arte villaclareño. El encuentro, que ya tiene ocho años, se llama Peña de la hormiga loca, precisamente, porque eso mismo parece Yeni; incansable va de un lugar a otro, haciendo varias cosas a la vez.

“Cada vez que pasa un año más me doy cuenta de lo difícil que es mantener un espacio porque las circunstancias son muy complicadas. A pesar de que sea una vez al mes resulta complicado ser quien canta y, además, quien debe encargarse de la producción, el sonido…

“Cuando empecé mi relación amorosa con Yasmani, ya tenía su ayuda. Hacerlo sola no es una opción, porque tengo dos que organizo. En la galería de arte tengo otra que se llama Peña sin nombre. Cada una tiene su dinámica; tienes que estar el mes entero trabajando en eso para mantener el público. No es simple.

“El Mejunje es una casa dentro de otra casa. Esa peña ha sido como mi laboratorio. Lo que se me ocurra lo hago ahí porque también es el lugar para soñar”.

Gracias a Silverio, a este refugio de todos, llegó Yeni Turiño a la actuación: “El Mejunje te lleva a hacer cosas que no te imaginas”. Es así que incursionó en el arte de las tablas. Allí se llenaba de brillos para interpretar “Cabaret”, de Liza Minnelli, y acompañar con la música el show de transformistas.

En este tipo de espectáculo Yeni es lo más parecida a ella fuera del escenario porque, paradójicamente, cuando canta y toca su guitarra suele ser su versión más tranquila.

“Luego de eso, Silverio nos invitó a Yasmani y a mí para una nueva obra titulada El Retorno del maestro, basada en la vida y obra de Raúl Ferrer, con música de Miguel Ángel de la Rosa, la cual heredé cuando él se fue para España. Así que en la obra, mientras canto, también soy la niña mala. De ahí mi interpretación en el Teatro Guiñol de Santa Clara”.

***

“El sistema de becas y premios de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) son muy necesarios porque, si bien en otros países más desarrollados es complicada la grabación de un disco o una canción, aquí encontramos más dificultades. Llegar a un estudio es costoso y también lo es hacerte de los equipos necesarios para grabarte tú mismo.

“La AHS ayuda a que los jóvenes creadores tengan la posibilidad de tener sus discos, sus videoclips. Si no fuera por la Asociación, evidentemente no iba a tener ninguno. Mi primera experiencia grabando uno fue con el proyecto Tocadiscos. Tengo la dicha de que lleve el nombre de una canción mía porque fui la primera beneficiada con ese proyecto”.

Tocadiscos ha significado mucho para la joven cantautora. A partir de entonces comenzó en el mundo audiovisual. Su primera vez en un estudio de grabación fue gracias a este proyecto, en el Guaycán de Pepe Ordaz. Ahí aprendió, con el asombro de una niña, las mañas que hay detrás de la filmación.

“Fue una experiencia lindísima de la que han surgido otros proyectos. Agradezco muchísimo todo lo que se hace en la Asociación.

“Creo que son necesarias las becas y premios. Ojalá duren mucho tiempo por el bien de los jóvenes artistas cubanos.

“En la AHS de Villa Clara aprendí lo necesario que es el arte en tiempos difíciles. Yo misma me he cuestionado si sea prudente llegar a comunidades que han sufrido desastres naturales, como el paso de un ciclón, a cantarles a personas que han perdido mucho. Así fue en Isabela de Sagua, a donde no fui, pero tengo amigos que me contaron que cuando la brigada artística llegó, los pobladores dijeron que no necesitaban artistas, sino personal para trabajar porque había muchas casas destruidas.

“Los artistas fueron por su cuenta, no porque alguien los mandó. Llevaron martillos, herramientas… Durante el día se doblaban el lomo junto a los demás y, durante la noche, actuaban. Mientras pasaron los días los miembros de la brigada se convirtieron en parte de la comunidad.

“A veces nosotros vamos para las lomas. Allá la situación está muy dura, ya sea en El Escambray o en Oriente. Hemos ido como parte de las cruzadas. Son de las cosas que he aprendido con la AHS, de la realidad en distintas geografías del país y cuán necesario resulta el arte para cambiar circunstancias o, al menos, la espiritualidad de las personas”.

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