Abraham Rodríguez Hanze


Un koan pendiente

Quizás todos seremos llamados a rendir cuentas, unas veces por Dios y otras por el sustituto designado; un hijo hecho a nuestra semejanza con precisión aterradora, como si en su figura estuviésemos contenidos nosotros mismos y colgándonos del cuello, un rosario de respuestas no dadas. ¡Es tan difícil decir ciertas palabras a un niño!, lanzarlas desde allá, donde no sabe uno si hablar como alma o como cuerpo porque los contornos dicen poco tratándose de pactos que lo trascienden todo. Maripositas blancas, recién publicado en el pasado 2023, es escenario de reconciliación espiritual; los eventos son gobernados por la traza que dejamos al respirar y nos reencuentra con seres que son inicio y culminación del ciclo existencial.

 

Recuerdo a Barbarella D´Acevedo disertando con una vehemencia hipnotizante sobre las artes escénicas del Asia frente a nosotros sus alumnos del ISA, y ahora, años más tarde, tras encontrarme con este drama, no es de extrañar que hayan sido las columnas del teatro Nō, el espacio de confluencia para personajes que me resultan de una naturaleza etérea y a la vez totalmente conectados con el medio terrenal y sus conflictos de identidad; sentirse parte, deberse a algo o alguien. El teatro Nō, es más que la apuesta por un concepto teatral predilecto, significa el escenario atinado donde colocar la gran pregunta del origen, un koan pendiente para todo aquel que pretenda encontrarse.

Curioso es que el cementerio de Fluntern sea, ya no únicamente el sitio de reposo para los muertos, sino el escenario donde se les desentierra con tal de dar luz a los enigmas de la condición humana; hay en ello una reverencia a la máxima de esta modalidad teatral que enaltece el puente entre la vida y la muerte, la unión inquebrantable entre los de aquí y los de allá.

Como mortales errantes adoramos la certeza, puede que sea ella el vehículo perfecto para la paz, quizás de poco sirva cortarse el cabello tres veces en ejercicio pleno del sacerdocio; valdría más definir de cuajo el motivo de lo que vive. Necesitamos volver a lo que alguna vez se supo, aunque haya sido olvidado con el trasiego del espíritu por incontables lares.

El texto atrae por su misticismo, la autora ha preferido moverse en el terreno de la sugestión plasmando sucesos edificados, acaso, por leyes kármicas, capaces de reencontrar cara a cara todo lo distante, cualquier asunto pendiente. Los que estamos vivos sospechamos que cierta voluntad ha preferido enlazarnos a unos seres más que a otros, aunque no sepamos exactamente por qué, y es justamente esa intriga humana que articulamos en torno a nuestra relación con el universo la que arrastra a estos personajes hacia rincones que reserven cualquier claridad, aunque para ello deban vencer temores disímiles. Así lo han hecho el sacerdote, el niño, el poeta y la autora de esta pieza, que transmuta en todos ellos a la vez, para saldar las cuentas con el tótem padre.

Encuentro a Barbarella D´Acevedo en cada personaje y hablo de algo mucho más profundo que esa convención elemental de dejarse a sí mismo sobre el papel toda vez que se es creador de lo expuesto. He sentido en esta lectura la fuerza plena de la autorreferencia de quien ha habitado en la figura de su padre y bebe de él como fuente de la que brotan todos los poetas y las más vívidas escenas.