Frank David Frías


Rafael Grillo: “Que otros se alimenten de lo que fui. Y buen provecho”

A Rafael Grillo lo conocí en la discrepancia. Parecía no existir un punto en el que estuviéramos de acuerdo. Hasta (romperé aquí a medias una promesa) una peleíta tuvimos con respeto, vía email, por un asunto literario que no aclararé por no romper la otra mitad de mi palabra. Volaron treinta y dos pájaros sobre el mar, un ciclón y un puñado de modas a las que muchos cedieron por esa lamentable necesidad de reconocimiento, sin embargo, de reojo, veía a aquel joven que avanzaba alimentándose y alimentando a otros, a todos, de la palabra, sin importar credos o circunstancias. Para colmo llevaba el pelo revuelto como el Cristo más promocionado, y cuando llegó el momento de contar con él para insertar algo de mi obra en su destacado sitio Isliada, me dijo sí, porque Grillo y yo podemos no estar de acuerdo en equis asunto, pero traicionar ese trabajo que ama, traicionarse, estaba y está por encima de elementos personales. Con el tiempo, lo único que logró en mí fue un gran respeto por su labor. Incansable promotor, periodista, profesor, crítico, editor, juez, antologador y sobre todo: escritor. Sentí la necesidad de que vean un hombre al que las letras de hoy en nuestra isla le deben más de siete bodas sin funeral, por que los reconocimientos tienen que dejar la mala costumbre de ir cercanos al sepulcro.   

Isliada ha sido un lugar destacado para la literatura cubana. Siento que han respondido a este sitio, y desde mi punto de vista es uno de los mejores espacios de promoción literaria. ¿Es lo que imaginaste, o aún debe ganar en algunos aspectos?

Imaginé un proyecto babélico, que crecería hasta el infinito. Uno que pudiera abarcar no sólo un nutrido repositorio o biblioteca virtual de autores cubanos y una punta de lanza en la promoción de literatura cubana y el enlace de los escritores cubanos con espacios internacionales, que es lo que Isliada es hoy, a diez años de vida. Pero pensaba, además, en crear una editorial y hasta un centro cultural con ese nombre, que estuviera enclavado en La Habana y brindando todos los servicios posibles alrededor de la literatura…con cafecito incluido. Pero uno llega hasta dónde puede, por cuestiones personales o de las circunstancias, y eso no debe ser visto con resignación o frustración, sino con orgullo por lo que al menos se ha llegado a hacer, allí donde otros hicieron menos o no llegaron a hacer nada. Aunque insatisfecho, porque hubiera querido comerme el mundo, me siento orgulloso de haber creado un espacio que la gente admira y respeta y que, además de servir para la difusión de autores con méritos aunque poco conocidos y hasta de los autores más establecidos, sobre todo ha dado un estímulo para aquellos que empiezan y ya se sienten tomados en cuenta. Lo que más me satisface actualmente es ver a quién publicó sus primeras letras en Isliada alcanzando sus primeros premios y publicando sus primeros libros. Ojalá se acuerden ellos a su vez de que fue Isliada el lugar donde debutaron.

También, el enlace que Isliada ha creado con autores de otras partes del mundo, incluso algunos nada desconocidos sino de peso en el mercado editorial, es algo que me llena de satisfacción. O haber sido un pionero de muchas cosas, como el hecho de producir libros digitales desde Cuba y promover este tipo de lectura. O sea, Isliada es lo que es aunque no sea todo lo que yo hubiera querido, pero ese “es” tiene un valor nada despreciable, en mi opinión.

¿Qué significa para ti El Caimán Barbudo?

Piensa en que mi despertar a un razonamiento literario y artístico ocurrió en la década del 80 y ahí estaba El Caimán, hablando de libros y películas que se me hizo imprescindible conocer, que ahí estaba la sección Entre Cuerdas, reseñando a los grupos musicales de rock que yo escuchaba. Piensa en que a partir de esa revista se manifestó el nacimiento de una nueva generación literaria, esa de los 80, donde estaban Eliseo Alberto, Senel Paz, Arturo Arango, Abilio Estévez, Víctor Rodríguez Nuñez, Norge Espinosa, Leonardo Padura… Ahí, el propio Padura estaba lanzando dardos críticos al policial del momento, y yo que era un lector de policiales, estaba pensando lo mismo que él, que ese policial estaba acabado. De modo que a esa edad mi sueño era llegar un día a trabajar en El Caimán Barbudo y hacer el periodismo cultural que ahí se hacía. Dio vueltas la vida, no diré que demasiadas, tampoco que llegó a pasar el águila…pero a ese lugar fui a parar a una edad bíblica, a los 33 años, y ahí sigo, recordando siempre que por mi puesto de editor antes pasaron Wichy Nogueras, Guillermo Rodríguez Rivera, Lina de Feria, Lichi Diego, en fin… y que a ellos les debo el hacer un trabajo digno.

Además, me ha acompañado durante este tiempo un grupo de colegas también muy meritorio, con los que he conformado, sobre todo, una hermandad y un sentimiento de pertenencia. Quisiera hacer como Messi y el club Barcelona, y quedarme ahí para siempre, pero, bueno, ya eso es algo que escapa de mis deseos y mi control. Mientras esté ahí, querré que El Caimán sea lo que siempre fue: un sitio de apuesta por lo nuevo y de reconocimiento de los valores importantes de la cultura, y donde se haga, o se intente, hacer de verdad algo que es muy raro de encontrar: Periodismo Cultural. Con la asunción de la Cultura en su sentido más moderno, de amplitud más allá de las fronteras de lo artístico-literario hacia las más diversas y plurales manifestaciones del quehacer humano.

Recientemente leí tu libro Revolicuento, parece, más allá de la estructura que consta de tres partes y donde los cuentos se presentan ordenados a partir de su extensión, un libro donde agrupaste la esencia de tu cuentística. Háblanos de él.

Bueno, no agrupé la esencia de mi cuentística, más bien reuní los cuentos que mejor me parecían de todos los que había escrito entre 2013 y 2016, y con mi visión de siempre, de no reunir solo un grupo de textos sino de hacer un “artefacto”, una suerte de performance metaliteraria, le creé una historia alrededor, con eso de que existe un sitio web llamado Revolicuento.com, de donde se pueden extraer cuentos para antologías; y así reírme un poco de la manía cubana de las antologías, y de paso reírme de mí mismo, porque he participado de esa misma obsesión con cinco volúmenes que llevan mi firma de compilador. Quería hacer un libro divertido, porque a la literatura sin humor no le encuentro gracia, y, a la vez, un libro medio revulsivo (o repulsivo), que pusiera en solfa (no sin cierto cinismo) aspectos del entorno literario nacional y también los discursos recurrentes de lo políticamente correcto, en cuestiones como raza, género, religión, identidad nacional, etc. Siempre desde una postura donde lo importante no fuera epatar o escandalizar por escandalizar, sino invocar una reflexión.

Al final salió, digamos, ese“producto”, que para mí es algo más que un libro de cuentos, y lo envié a Ediciones Unión en aquella fecha y fue aprobado por el Comité de Lectura, luego editado por la mano exquisita de Ena Lucía Portela y finalmente hecha hasta la imagen de portada por el artista Eduardo Abela, pero cinco años después, a mediados de 2021, todavía no ha salido, aunque me prometen que lo sacarán pronto en formato digital. Como yo tengo claro que ahora hacen más falta panes y malangas que libros, me dediqué a esperar, pero impacientemente, y eso me lleva hasta tu pregunta siguiente.

¿Por qué Primigenios?

Conocí el proyecto de la editorial Primigenios en una vuelta que Eduardo Casanova se dio por Cuba, para presentar aquí algunos de los primeros libros de su catálogo. Y me entusiasmó el entusiasmo de ese hombre, sus ganas de dedicarse devotamente a algo que a casi nadie le importa y que absolutamente a nadie le parece hoy lucrativo. Suma a esta razón emotiva, el hecho de que no sueño con hacerme millonario a costa de la literatura ni me quita las ganas de vivir el saber que no alcanzaré el Nobel y puede que ni el Premio Carpentier; y encima adiciona que la salida de Revolicuento.com no estaba fechada ni para las calendas griegas… y ahí está, me decidí a darle ese libro a Primigenios para engrosar su catálogo. El que conoce mi visión literaria, sabe que no soy un profeta del Canon sino un humilde sembrador del Corpus; luego, me gustan los proyectos inclusivos, esos que estimulan a la escritura y a la promoción de la lectura, más que ponerme la venda de la Justicia y alzar la balanza como en la carta del Tarot para decir quién es bueno y merece y quién no. Eso se lo dejo a los delimitadores de las primaveras… Ahora, una aclaración: la versión que publicó Primigenios de Revolicuento.com no es la misma que la que saldrá por Ediciones Unión (si alguna vez sale y se le prioriza por delante de los peces y las lechugas). Aunque no es tanta la diferencia, apenas le adicioné un par de relatos, escritos en 2019. Algo que no hice con el volumen en proceso editorial por Unión,simplemente, porque no quería complicar la presunta salida de ese libro, pensé que “capaz que lo viren hacia atrás, de vuelta a la Comisión de Lectura”, o algo así.

Eres un promotor de lujo para nuestra literatura, y no solo promocionando a nuestros escritores, sino también estableciendo lazos entre los nuestros y otros, foráneos, a través precisamente de la divulgación. Se me hace imprescindible que dejes aquí tu opinión sobre lo más destacable de nuestra obra nacional actual, y también sobre las manchas.

Padura me dijo un día que “faltaba ambición” y yo le dije que ambición sobraba, y él me respondió que “literariamente hablando” y le respondí que lo había entendido y solo bromeaba, que a mi vez quise decir que hablaba de ambición en el otro sentido. Pienso que la mancha de la literatura nacional actual es el apresuramiento, todo el mundo quiere ganar premios, publicar, llegar al mercado, rápidamente… sin percatarse de que ahí se llega cuando se escribe con ambición, literariamente hablando. Tal vez alguien me cuestione y me diga que lo que menos premia hoy el mercado es la profundidad literaria, pero es que hasta para escribir un bestseller se precisa mucho más tiempo de cocción de los textos del que suelo ver en lo que se escribe y cae en la mesa del editor o del jurado de concursos, esos lugares en donde suelo estar con mucha frecuencia y me permiten catar lo que hoy se está escribiendo.

Otro defecto, esto para los más jóvenes, es que muchas veces uno detecta la falta de lecturas suficientes, porque nadie se engañe: a aprender a escribir y a decidir de qué vale la pena escribir, se aprende leyendo. Ah, se aprende también viviendo, y eso también falta: vivencias, que permitan al escritor en ciernes descubrir que hay un vasto universo más allá de su ombligo, mucho más atractivo y necesario de llevar al papel. Por otra parte, o mejor dicho: del otro lado de la cara oscura de la luna, o sea la que está iluminada, creo que sí hay talento suficiente por ahí, y en muchos casos, con tantos graduados onelianos, siento que conocen hasta cierto punto la técnica (algo que pueden argüirme que no es imprescindible pero siempre diré que al menos nunca sobra, porque no voy a desacreditar algo con lo que, encima, me gano a medias la vida dando cursos en la Facultad de Periodismo). Otro elemento positivo es la frescura, la desinhibición, la creciente falta de autocensura… aunque lamento que, a la par, falten tijeras, “literariamente hablando”.

Se te ha visto junto a Leonardo Padura, quien es el escritor cubano más leído en la actualidad. Recuerdo haber estado en la sala Villena mientras hablabas de su novela Herejes. Ilústranos sobre esta relación.

He leído a Padura en el riguroso orden de aparición de sus libros, desde su Fiebre de caballos, cuando era un adolescente de la misma edad que el personaje de esa noveleta. Luego, sus libros de periodismo, cuando solo soñaba con escribir textos como los suyos para El Caimán Barbudo. Y a seguidas, veterano lector de policiales yo, le vi incursionar en ese género con la cuatrilogía de Mario Conde, lo que fue para mí una revelación sobre cómo escribir un nuevo policial en Cuba. Lo seguí leyendo, creciendo en mí la admiración cuando hizo La novela de mi vida y El hombre que amaba los perros, por esa ambición de enredarse en tramas tan complejas, en lo histórico, lo literario y lo humano.

Mi relación con Padura nace de ese respeto hacia alguien que comprende, acaso mejor que ningún otro escritor cubano, que la literatura es más que nada una “misión proletaria”, de sacrificio y entrega diaria a la manufactura de la página escrita. Una vez, después que él ya había escrito y publicado El hombre que amaba…y era un tipo celebérrimo en las cuatro esquinas del mundo, le pedí una entrevista y él me contestó aquel cuestionario en un ratico libre en un cuarto de hotel de alguna parte del mundo y, entonces, se me reveló que, además, era un escritor que no había despegado los pies de la tierra para subirse en una nube divina. A partir de ahí fue consolidándose una amistosa relación profesional, donde no me considero de sus íntimos, pero él es alguien que ha accedido a participar de mis clases de Periodismo y a la vez me ha invitado a compartir a su lado conferencias ante público; y, además de alguna que otra charla en tono informal y personal, también me ha dado la oportunidad de conocer de proyectos suyos en gestación, leer de sus manuscritos inéditos y hacerle una presentación oficial, como cuando Herejes en la Uneac. A día de hoy, a pesar de tener su tiempo siempre tan ocupado, me sorprende, y me congratula, que acepte que lo enrede de vez en cuando en alguna cosa mía, como ocurrió hace unos meses cuando el lanzamiento virtual de la edición mexicana de la antología Isla en Negro.

También me precio de tener la amistad de Pedro Juan Gutiérrez, otro escritor cubano que merece todo mi respeto, no sólo por su obra —y aquí es cuando explico por qué lo traigo a cuento aunque no me preguntes por él—, sino por su ausencia de “divismo”, esa humildad de saberse una persona como cualquiera, cualidad que comparte con Padura y que muchas veces se echa en falta en nuestro dilecto zoológico literario nacional.

Tienes una obra al parecer sólida, todos parecen estar de acuerdo en que es uno de tus mejores aciertos, su título es Juliette Massip. ¿Dónde la conociste? ¿Qué ha mejorado esta dama en tu sustancia?

Cualquiera que conozca de las venturas y desventuras de este mambí desconocido cubano que soy, tendrá noticia de que en 2017 sufrí una fuerte pérdida afectiva, de esas que son difíciles de compensar. Y sin embargo, de una manera inesperada, y que siempre consideraré inmerecida e inconmensurable, apareció en mi vida una persona con un edén en la mirada y un nirvana en la sonrisa —y soy deliberadamente cursi porque si me manifestara de otro modo no sería un enamorado—, que no sólo cambió mi ánimo de ese momento sino que me varió cualquier previsión de lo que debía hacer con mi futuro. Desde entonces hasta ahora, le debo a ella todo el júbilo que he vivido. Y si la felicidad, tal como dicen, es sólo un estado efímero, al menos cabe argumentar que uno puede mantenerse predispuesto a ser feliz, y eso ya es una actitud, estable en el tiempo y no la mera coyuntura emocional. Luego, Juliette Massip es para mí la condición sine qua non para alcanzar esa propensión al optimismo. Que dónde nos conocimos… para que tú veas, fue en Facebook… así que las redes sociales sirven también para cosas mejores que la divulgación de fakenews.

¿Cómo es un día normal en tu vida?

Me despego de las sábanas y de Juliette (lo más difícil) y a seguidas leo y edito textos de otros, leo libros de otros (en digital o papel, pero más de lo primero por culpa de los ojitos), veo películas y series que otros hacen aunque me gustaría haberles escrito yo el guion, reviso email y redes sociales y contesto el 99% de las veces; comparto posts de otros en Facebook y hago los míos también, siempre pensando en acercar buenas propuestas culturales a los demás; salgo a las calles, hago colas y logro traer algo de comer a casa; otras veces salgo a la calle solo para caminar y camino muchísimo y hago fotos, con mi Juliette de cómplice (fotos que luego subo a redes sociales y las comparto, parece que me gusta mucho compartirlo todo, excepto a Juliette, esa no la comparto), también hacemos juntos caminatas virtuales por ciudades del mundo en canales de youtube… y además, trato de hacer cada día una hora de ejercicio en casa (para no ganar sobrepeso, le tengo terror a la gordura), converso con mi hijastra (mucho, sobre todo de libros) y con mis suegros, y por teléfono con mis padres y algunos amigos (pocos, los imprescindibles); cocino de cuando en vez, especialmente si se trata de preparar asados o pescado… y entonces, sólo entonces, con el tiempo libre que me queda y las ganas que disponga, escribo mis propios artículos y mis cuentos, fraguo libros y proyectos por venir… Esto es un día normal para mí, con las actividades, excepto la primera, en un orden caóticamente variable.

Libro, canción y filme preferidos.

Aunque ayer podría haberte respondido otra cosa y mañana también, intentaré darte mis elecciones más estables… Digamos que:

Libro: El conde de Montecristo de Alejandro Dumas.

Canción: Wherethe Streets Have No Name de U2.

Película: El Padrino de Francis Ford Coppola.

He seguido tu ruta culinaria en Facebook. Déjanos aquí tu comida favorita.

Mi abuelo hacía un plato al que llamaba “queso de papas”. Cuando murió en 1980 se llevó esa receta a la tumba. He soñado que él me la dicta desde su sitio en el más allá y que yo la preparo y vuelvo a degustar ese sabor enterrado en la memoria de mi infancia. Luego, aunque sea yo un gourmet de sabores del presente, mi comida favorita, al estilo de Proust, pertenece a un tiempo perdido y a sus fantasmas.

¿Nos adelantas algo de tu proyecto literario actual?

El pasado año participé junto a Lorenzo Lunar y el grupo de su Taller Literario de Santa Clara en una novela policial colectiva. Disfruté muchísimo ese proceso, me encantan esos retos a la inteligencia colectiva, porque trabajar con pie forzado, en mi opinión, es un desafío a las habilidades y el instinto de un escritor. En la escritura del capítulo que me tocaba, se me ocurrieron un par de personajes, una mujer y un hombre, que conformaban una típica pareja dispareja de detectives-policías. Terminado mi papel, y el de esos personajes, en esa empresa que fue como a 24 manos, me quedé con ganas de darles más vida en un libro propio. Y en eso estoy… Para mí es un desafío importante también porque nunca me había lanzado (más bien nunca he terminado) a la escritura de una novela larga.

¿Qué epitafio te gustaría en la tumba?

Cuando era joven y soberbio pensé en uno: “Toda mi audacia es pretender que no me olviden. Mi gran reto fue acostarme para siempre en la memoria”. Hoy me da risa tamaña pomposidad. Hoy no quiero tumba ni lápida. Me acuerdo de la película Los sobrevivientes y la familia que hace sopa con las cenizas del muerto. A mí no se me ocurre mejor destino que ese. Que otros se alimenten de lo que fui. Y buen provecho.



Giselle Lucía Navarro: «La palabra es una piedra que rebota dentro de mi cabeza»

Ella es una buena sinker. Agarrarla te da la sensación de tres costuras: bella, sencilla, educada. A partir de esos elementos cualquiera se iría con esa bola, como diríamos en buen cubano. O sea, creería que sus logros en tan corta carrera literaria podrían ser asunto oscuro y no profesional. Entendible si se tiene en cuenta que la predisposición podría surgir desde el amiguismo que nos desborda, los favores que algunos están siempre dispuestos a hacer a cualquier sinker que acude a los eventos, reuniones, editoriales, o viajecitos a provincia.

Perdonable también cuando muchos no son capaces de conservar en la memoria muchísimas obras de nuestros más destacados jóvenes escritores en los últimos años. Alzheimer del que escasísimos lectores escapan. Giselle Lucía es su nombre, Navarro el primer apellido y basta por ahora. Aquí no mancillaremos el talento de un artista citando los premios obtenidos, para más información: Google. Aquí, echaremos un vistazo a esta nueva creadora que nos aborda la nave deprimida. Nos llega con lenguaje directo, profundo, sin demasiados adornos para tapar el vacío como suelen hacer algunos seudointelectuales y no tan seudos, para obtener un ratito bajo la luz mortecina de una vieja farola.

Giselle Lucía es el “viento fresco luego de un verano tan largo”, como diría el trovador, es la voz que puede conectar con esos lectores dispersos, ausentes en muchos casos de nuestros más recientes artistas por el bodrio abanderado y el discurso no sincero, sino más bien oportunista y anhelante del concurso que sume una fotito en Facebook, un adulador, un rápido paso al olvido.     

¿Qué motivos o hechos determinaron el comienzo de tu carrera literaria?

Mi vida iba a estar vinculada a las letras, eso era algo inevitable. La mujer que vive dentro de mí no entiende el mundo sin la poesía. Para mí, más que un poema, es una forma de apreciar la vida, una especie de sensibilidad. La palabra es una piedra que rebota dentro de mi cabeza, no puedo evitarlo. Debo escupirla en el papel porque de lo contrario puede asfixiarme. Esa necesidad me hizo escribir.

De niña pasaba mucho tiempo en casa, escribía e ilustraba, encuadernaba mis esbozos en forma de folletos, con mucho cuidado. Nunca imaginé estudiar diseño, ahora los miro y me critico, sonrío. Durante mi infancia y adolescencia estudié danza y, entre ensayos, entrenamientos y los deberes de la escuela, no tenía tiempo para nada más. Cuando decidí que no me dedicaría a bailar sentí un gran vacío. Ahí llegó la literatura y lo inundó todo. Un día, por azar, abrí la revista Muchacha y leí un artículo sobre un taller literario, averigüé la dirección y fui. Así comencé en el grupo Silvestre de Balboa que dirigía Rafael Orta Amaro. El tiempo pasó y hoy soy quien conduce el taller. Las tertulias, los concursos, recitales, antologías y las horas de poco sueño escribiendo sin parar, todo vino tan rápido que creo que siempre estuvo ahí. La vida escribe recto sobre líneas torcidas, pero invariablemente con firmeza.

Háblame de Rafael Orta.

Las palabras no alcanzan para nombrarlo. Todo árbol crece porque alguien supo cuidar bien de la semilla. Es cierto que escribo desde niña, que gracias a mi abuela los libros se volvieron terrenos fértiles para mi curiosidad. Podríamos decir que algún tipo de talento para la palabra traje al nacer, pero lo cierto es que el día en que hablé por primera vez con este hombre y me dijo “adelante”, invitando a pasar a su taller literario, y luego, con el tiempo, repitió “confío en ti”, fue que nació la escritora.

A este hombre le debo haber forjado mi voluntad, mi confianza, mi oficio por las letras. Siempre que estoy delante de mis alumnos y comienza una clase me acuerdo de él. Llevo siete años sentada en su silla, en la misma mesa donde me sentaba de alumna. Es una mezcla de nostalgia y certeza. Creo que le he cumplido. Los maestros enseñan también al partir, porque de algún modo nunca se van.

Hay poetas que intentan decir algo en cada obra, otros, que el lector asuma el significado que más le convenga o sea capaz de entender. ¿En cuál de las dos situaciones te sientes más cómoda?

Escribo para el ser humano, apunto a su corazón. Deseo que mis poemas lleguen a su corazón y no solo a su cabeza. Los poemas que llegan a tu corazón son los que te cambian la vida. Para mí la poesía no es un entretenimiento, es algo muy serio, como una misión. Cada cual la asume a su forma. Esta es la forma en la que yo la percibo, por ello no voy disfrazar la palabra, ni inventarme un lenguaje rebuscado, ni llenar mis poemas de referencias de obras y autores solo para denotar mis horas de lectura o mi acervo cultural. Elijo la sencillez. La sinceridad y la pureza de las cosas, eso es lo que quiero transmitirles.

Federico García Lorca escribió: “Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio.” Si tuvieras que definirla, cuál sería tu expresión antológica.

Para mí la poesía es una necesidad espiritual, un contrapeso que me permite mantener el equilibrio entre las bellezas y crudezas de la vida.

Ganas el David 2019 en poesía. Obtienes el diploma, el cheque, las felicitaciones, abrazos. La promesa de un libro en la próxima feria. Los aduladores de un lado, los amigos del otro; los que buscan lo extraliterario, los que le vale un centavo el premio y sus arrabales. Llegas a casa, al fin sola, acostada; la noche es pura más allá de la ventana, ¿qué pensamientos te abordaron?

En lo único que pienso cuando recibo un premio y regreso a casa es en el próximo libro que escribiré, mi próximo proyecto, sea de literatura o diseño, un videoarte, una colaboración. Más que nada me provoca creatividad. El premio que recibes por una obra te da solo la gratificación de que esta culminó bien. Sientes una gran felicidad, no puedo negarlo, pero es solo eso. En realidad, el cuadro que cuelgas en la pared podría ser un sello de garantía de que tus horas sin dormir no fueron en vano. Para mí la garantía está siempre en los ojos y el corazón del lector.

No cazo los premios. Tampoco soporto que estos se conviertan en tus apellidos. Hay una diferencia entre el escritor y el libro. El libro es el vencedor. El escritor solo es el intermediario, aunque termine cargando las glorias y culpas merecidas e inmerecidas, aunque el libro haya brotado de él. Una obra premiada es siempre un punto cuestionable, y el libro puede convertirse en el epicentro de muchas polémicas, y eso es muy bueno, genera movimiento, te indica que hay un contexto vivo alrededor. A quién le gustaría sembrar flores en un terreno baldío. Las críticas son necesarias, ayudan a que las raíces del árbol, en este caso del libro, se asienten con más fuerza.

En cualquier caso, creo que un escritor debe disfrutar profundamente el proceso creativo y aprender que los premios son simplemente eso, trozos de papel colgados en la pared, quizás el recuerdo de un momento en el que fuiste muy feliz o la certeza de un sueño medianamente cumplido. El verdadero premio es tener la sensibilidad para crear un poema, por muy humilde que este sea. El escritor joven, también el adulto, no debe permitir que los premios o reconocimientos lleguen a tocar su ego. Allí donde el ego empieza a transformarse la creación comienza a padecer.

Cuéntame un poquito sobre el dolor de parto con Criogenia.

Este libro es una parte de mi cuerpo. Escribí Criogenia con 23 años. No puedo hablarte mucho del proceso creativo en sí porque realmente brotó tan velozmente que todavía estoy sorprendida.

Estaba terminando mi tesis en el Instituto Superior de Diseño. Recuerdo que ya no soportaba estar sin escribir, completamente dedicada a temas prácticos relacionados con mi investigación de pregrado. Fue un período difícil para mí. Fuertes experiencias, fuertes golpes habían sacudido anteriormente mi vida. Me sentía exactamente así: una mujer congelada, cuyo cerebro no podía detenerse. Ese es Criogenia. Un libro con forma de mujer y poemas con forma de órganos. Es importante en mi vida no por el Premio David, sino por todo lo que encierran los poemas, todo lo que me susurra. Criogenia fue un parto necesario, milagroso. Yo necesitaba nacer en ese parto. La mujer que llevaba dentro, por algún tiempo dormida, necesitaba despertar.

El autobombo tiene defensores y detractores. Hay quienes creen que responde a la falta de un eficiente sistema promocional, cómo lo ves, siendo una autora contemporánea ligada en gran medida a las redes sociales.

Las redes sociales son como una ventana permanentemente abierta a la que te puedes asomar en cualquier momento y gritar cualquier cosa. Siempre habrá personas que reaccionen positiva o negativamente a lo que publicas. Te confieso que llevo poco tiempo en las redes, hace más o menos año y medio de mi primera publicación en Facebook o Instagram. No publico imágenes de mi vida privada, utilizo las ventajas que tiene para publicitar espacios culturales en los que participo y compartir contenido de interés asociado a la escritura.

Es cierto que, en gran medida, cuando un artista publica su obra y habla de su trabajo pareciese que se está fomentando el narcisismo, dado que es un discurso en primera persona, el escritor es quien elige el contenido a publicar, y, por lo general, siempre se muestra con una cara agradable y perfecta, también es cierto que es así cómo funciona en el mundo del marketing y la publicidad. Creo que cada artista debe ser promotor de su propia obra, nadie mejor que él para darle el verdadero sentido que lleva y evitar que se distorsione con intereses de terceros.

El libro es un producto, con otras connotaciones simbólicas, pero como producto al fin está encaminado a insertarse en un determinado mercado, en llegar a un usuario, a un lector. Por lo general cuando hay un sistema de promoción este siempre va a mover los hilos para que el contenido responda a sus intereses. Cuando una empresa o institución publicita a un autor o un libro a veces la información se transforma. Cuando el artista es el que promueve su obra esta llega limpia al público y el propio acto de promoción podría convertirse en otra obra.

Un libro necesita publicidad. Los hábitos de la lectura y el “arte inteligente” también necesitan difusión, sobre todo en un contexto como el actual, donde el flujo de información es tan diverso y rápido, a veces agresivo. En momentos en los que los hábitos de lectura se adaptan constantemente a las nuevas plataformas, los artistas deben adueñarse también de esa circunstancia. Mientras los intelectuales sigan creyendo que tal cosa no es necesaria, estarán en desventaja. El mundo del siglo XXI es visual. Y hay que darle imagen a eso que queremos comunicar. La diferencia está en la forma en la que te acercas al lector.

El lector de estos tiempos quiere no solo leer el libro, sino conocer al autor, intercambiar con él, comunicarse con él. Y las redes te permiten establecer este intercambio, de una forma rápida, ofreciéndote la posibilidad de publicar texto, imagen, video, audios, de transmitir en vivo, desde un rincón del mundo hasta todas partes del planeta. También existen muchos puntos de vistas negativos, pero creo que debemos valernos de las herramientas que nos favorecen y explotarlas a nuestro favor, haciendo un buen uso de estas.

Por supuesto, el autor debe planificar cuidadosamente la publicidad que le dará a su libro y a su obra. Todo requiere de cierta mesura, aunque sea en redes sociales donde pareciese que cualquier cosa vale. Un comentario sin base o con prejuicio puede arruinar tu imagen ante los ojos de quien te lee, de una forma instantánea. También debe fomentarse el respeto hacia la obra ajena. Un escritor debe respetar la obra de otro escritor, aunque no le agrade. El respeto es algo necesario.

Las redes sociales constituyen una forma de sociedad virtual. Cuando entras en ellas solo debes ser tú mismo. Ser coherente con tu personalidad por cualquier medio por el que te comuniques.

Relajémonos: película, canción y libro favoritos.

Es difícil. Estas preguntas nunca me relajan, porque me cuesta decidirme por una u otra. Una película que me ha marcado muchísimo es “La vita é bella”, de Roberto Benigni, me gusta mucho el cine italiano, pienso en Fellini. También en las películas de Charles Chaplin.

En cuanto a la música, decir que es fundamental en mi vida. Amo el sonido tanto como la palabra y el color. Me conmueve profundamente la música de Mozart, Beethoven, Bach, el romanticismo, la ópera italiana, el impresionismo, el jazz, el flamenco, la música árabe y la música clásica indostaní.

Entre los autores que me han marcado podría mencionarte a Nazim Hikmet, John Robinson Jeffers, Franz Kafka, Walt Whitman, Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Miguel Hernández, Mahmud Darwish, José Martí, Eliseo Diego, Alejandra Pizarnik, Jorge Luis Borges, Juana Borrero, Rubén Martínez Villena, Jesús Orta Ruiz y Luis Rogelio Nogueras…, aunque hay muchos otros. Libros favoritos no tengo. Siempre estudio la obra en conjunto con la vida del autor. Es precisamente esa la combinación que me atrapa.

¿Qué libros tuyos encontraremos sobre el anaquel en un futuro cercano?

Próximamente verán a la luz algunos libros que espero con ansias. Hijos que necesitan salir del cascarón editorial. Es el caso del poemario El circo de los asombros, la novela ¿Qué nombre tiene tu casa? y Criogenia. Hay otros libros en la pista de vuelo, pero el proceso editorial lleva su tiempo y prefiero no hablar todavía de ellos para no malograr su nacimiento.

De tener una carrera larga y exitosa, qué epitafio te gustaría en la tumba.

Ninguno. Creo que no existen palabras para nombrar con exactitud la vida de una mujer. Tampoco creo que me acostumbre a la idea de descansar en un hueco. No me gustan las tumbas. El cuerpo es transformación y el espíritu es libertad. Ambos no pueden sujetarse a una fosa. Además, andaré durante mucho tiempo por este mundo. Es probable que antes desaparezca la idea de los epitafios. 

Contrapeso es un libro materializado, una realidad que nos invita a visitar tu desnudez, por otra parte, Criogenia es una promesa editorial con grandes posibilidades de estar en la próxima Feria Internacional del Libro, qué puntos diferenciales existen entre ambos textos.

Contrapeso es una selección de poemas, la unión de partes dispersas, podría ser la carta de presentación de una autora joven. En él hay textos de dos libros. Por otro lado, Criogenia es un libro completo, una unidad, mucho más extenso, donde cada poema está hilvanado cuidadosamente, y debe leerse en su totalidad para entender bien el sentido de la propuesta.

Selección poética de la escritora cubana Giselle Lucía Navarro

Agradezco inmensamente la disposición de Colección Sur por publicar una representación de la obra de las últimas tres autoras en ganar el Premio David. Este pequeño cuaderno, Contrapeso, que forma parte de la colección Narciso es también el reflejo del esfuerzo y de la voluntad. Agradecer, siempre agradecer, porque es en el agradecimiento donde el ser humano realmente se conoce a sí mismo, se libera de cargas y vacíos. Agradecer las palabras del prólogo a Basilia Papastamatiu, siempre se aprende a su lado, es una mujer que admiro y quiero muchísimo. También la nota de contracubierta de Edel Morales, otro amigo entrañable. Y es necesario señalar que sin la persistencia de Alex Pausides y Karel Leyva, así como Elisa Vera y Onelia Silva en el diseño, Carlos, Katy y Marlene, en el resto de las coordinaciones editoriales, estos libros nunca hubiesen salido a tiempo para presentarse en la Feria Internacional del Libro de La Habana.

Hay muchos libros parecidos en nuestra literatura de principios de siglo, escritores con el mismo discurso, los mismos intereses. Amables casi siempre, solidarios, suelen abrazarse los unos a los otros en tan solo el primer encuentro, pareciera no haber puntos encontrados. Les gusta el té, el vino, la música elitista y pasan el “Onelio”. Leen a los mismos escritores, y rara vez señalan zonas negativas en el libro de otro autor cuando ejercen la crítica. ¿Crees que hay estereotipos que deben apartar las nuevas generaciones, o te importa un rábano y te resbalas por el borde del camino?

Odio la idea de los estereotipos, las etiquetas y los grupos. No hay nada más aburrido que un grupo. Creo que eso resulta cómodo para analizar el fenómeno sociocultural, pero siempre está alejado de la realidad. La unidad del grupo debe radicar precisamente en su diversidad.

Los grupos procrean fronteras y elitismos, mientras buscan la unidad y la legitimación generan una serie de conflictos innecesarios. Al ser humano le hacen daño los grupos, pero pareciese que aún no se da cuenta de ello. La competencia por pertenecer a un gremio u otro va mutilando un montón de cosas bellas en su interior. Muchos de los conflictos que existen en el mundo son precisamente porque el hombre lucha constantemente por ser legitimado, para ser parte de un determinado grupo.

En el arte no debería existir eso. Nadie tiene las mismas vivencias, por tanto, los discursos nunca son iguales. Así como no hay dos personas iguales no existirán dos voces iguales en la poesía. Aunque seamos seres sociales debemos conservar siempre nuestra identidad, nuestra individualidad, pero sobre la base del respeto y la tolerancia que nos permite convivir en armonía.

El ser humano es un templo, en cuerpo y alma. La expresión de un artista hacia el mundo debe ser una necesidad, no la reproducción de un modelo social o una moda editorial. El artista debe ser coherente con su obra. La obra debe ser coherente con la persona. Cuando escribo o diseño no pienso en estilos, tendencias o contextos, miro a mi interior. Lo único que busco es la sinceridad conmigo misma, ser yo en todo momento, una muchacha que busca conservar la pureza de ese instinto que la persigue.

Cuatro poemas de Giselle Lucía Navarro



Generación de antologados en tiempos de soledad

El título de esta reseña (Generación de Antologados) es una de tantas definiciones utilizadas a lo largo de la novela La soledad del tiempo, del escritor cubano Alberto Guerra Naranjo, para referirse a una generación definida por las circunstancias de su tiempo, como cualquier otra, pero con situaciones singulares. 

A primera vista pareciera que no necesita una reseña más, un escrito más después de tantos que se han publicado en los últimos años acerca de ella; sin embargo, una vez leída por este servidor, me queda claro que aún necesita otras –no importa cuántas– si se trata de ubicarla entre las mejores novelas escritas en los últimos 20 años de literatura cubana.

Su eje central es el entorno literario de la isla, no su lado agradable, sino esos fantasmas reales que acechan la espiritualidad del escritor y, por consecuencia, el resultado de su trabajo, y el mapa mentiroso que se va creando a partir de un entorno donde el amiguismo, los favores, el sexo, la mediocracia –entiéndase esa tratada por Alain Deneault en su libro de igual nombre– que apela a la protección entre mediocres (yo diría inferiores) con el único objeto de protegerse y prevalecer por un tiempito en nuestras letras nacionales, o más bien sus arrabales, sin esforzarse por dejar la vida en la oración.

Semejantes agresiones a una historia letrada no serán jamás adoptadas por textos como este de Guerra Naranjo, más bien extraídos y llevados a juicio literario y moral. Cito y citaré más adelante otros por ser inevitable, un párrafo de esta novela:

“Las historias que pienso escribir no serán nuevos bodrios para las letras nacionales. De tantas malas páginas y de tantos escritores ridículos el lector se cansa. Mi novela debe ser mi sangre y mi paz. Ah, Walter Benjamín, qué claro estabas, no es la forma ni el contenido lo que importa, es la sustancia, sólo la sustancia.”

Los extremos de ese eje que mencioné son, por un lado, Sergio Navarro, un escritor de a pie que nos representa a todos: aquellos que no nos prostituimos por un puesto de poder, ni una antología para desesperados, ni ponemos la mirada en el Trono de Hierro, que intimida desde Desembarco del Rey por un viaje.

Un Jean Valjean caribeño marcado, no por la cárcel, o un obstinado y muy equivocado en sus principios Javert, sino por el sol implacable, los 10 pesos en el bolsillo, los sueños, los principios correctos y seres como el que habita en el otro extremo: Emilio Varona, funcionario acostumbrado a acumular beneficios y repartirlos según le convenga.

Este Emilio es la antítesis de Sergio. Entre ambos, pasan ante los ojos del lector historias hermosas por bien narradas, pero esencialmente duras como solo pueden serlo cuando se escribe desde el dolor. Trescientas y una páginas y 34 capítulos que bastarán, supongo, para cualquier estudioso de nuestro mundo letrado, en el futuro, cuando quiera comprender los males de un sistema literario que pide a gritos una actualización, un acercamiento a la forma en que se mueve el mercado (sí, acabo de escribir mercado), para salvarse del desamparo en que mantiene a sus mejores nuevos escritores, a costa de algunos autores, no todos, por debajo de la calidad media en un país que presume de un alto índice cultural. Treinta y una páginas que al fin han resuelto un problema: tanta literatura sobre escritores (últimos 20 años) demasiado centrada en complacer precisamente a los escritores:

“Este mundo literario, me dije mientras prendía un cigarro (después de almorzar no hay nada mejor que un cigarro), tiene demasiadas zonas que no son literarias. Escribir bien no basta. Desencadenar toda una estrategia de horas, de días, de años frente a la página en blanco, es sólo el comienzo. Después, aunque se consiga cierto éxito, llegan como al náufrago de un barco ahuecado, imprevisibles avalanchas convertidas en un mar de sombras.”

La soledad del tiempo hace ver a muchos de los más recientes escritores, algunos de la autoproclamada Generación Cero, por ejemplo, como eternos aprendices que se perdieron en la estrategia promocional y jamás en las páginas.

Los malnacidos, o mal remunerados escritores, los que no pertenecieron a un grupo literario que se entregó premios y espacios para la promoción de su basura, los que no han sido señaladas mujeres que sonríen a todos y encuentran entre el Todo al intelectualoide que la llevará a giras y antologías y promoción vergonzosa, los que no pertenecieron a talleres de dudosa enseñanza, arcaica enseñanza, esquemática enseñanza, los solitarios, los que iban al Coppelia a tomar su helado pensando cómo ubicar su novela dentro del circo, y no acompañados de aduladores embriagados de vino barato y té de manzanilla, esos, repito, los solitarios y desprotegidos, ya tienen su novela:

“¿Habría pasado el genial Julio Cortázar por los mismos pasmes que a él le sucedían? ¿Habría comprado cigarro a menudeo a un viejo renqueante, que contaría el dinero con una calma increíble antes de echarlo en el platico del bisne? ¿Habría sabido qué coño era bisne, qué coño cigarro a menudeo? ¿Habría arrastrado un colchón por la ciudad por tirarle un cabo a dos marginales? ¿Habría trabajado alguna vez de CVP, en alguna empresita de París o Buenos Aires? ¿Habría corrido detrás de un extranjero para tumbarle unos fulas e ir tirando? ¿Habría pasado los mismos trabajos para escribir una cabrona palabra? El viejo trajo los cigarros y se quedó mirándolo.

— ¿Algún problema, muchacho?

— Nada, Prendes, pensaba un poco.”

Esta novela está escrita desde el dolor, lo mencioné antes, y es posible que sea la versión artística del sufrir que ha experimentado Alberto Guerra en diferentes épocas, mientras bebía samagón de patatas, entiéndase vino de papas de a cinco pesos la botella en aquel Período Especial. En su casa a la espera de un verano mejor, mientras The Others arrojaban toda serie de ruidos que le erizaban la piel pero no lograron quebrarlo.

Carece además, La soledad del tiempo, de alardes estilísticos innecesarios, de palabras rebuscadas, y muestra con lenguaje directo, preciso, lo que se quiere mostrar. Me hizo olvidar estructuras y me atrapó en la mencionada sustancia. Querida sustancia, ausente en muchos libros sin la presión de un embargo, sin regulaciones o planes, ausente en tantos y tantos libros por falta de bomba y talento, y malas gestiones desde la editorial.

Papeles al viento, no así en esta novela que como fenómeno de nuestra reciente literatura ha logrado la reedición en tres ocasiones, rompiendo así con un esquema presente en nuestro sistema editorial donde al estar sometido a planes no es dado a reconocer el impacto de un libro mediante la reedición, sino a continuar con los siguientes en el llamado colchón editorial.

Pocos libros rompen ese esquema y muy pocos desde la calidad literaria. Quizá también esta novela se extiende más allá del anaquel porque representa a muchos, es colectiva y no individual. La individualidad es algo marcado en muchos textos recientes en la literatura de la isla. Algunos exponentes de la autoproclamada Generación Cero están marcados por una literatura individual, donde los intereses son inclinados hacia el autor y sus socios, llena de situaciones que a pocos interesan, no literarias a veces, solo de su inmediata cotidianidad y por efecto poco interesante al lector universal.

He escuchado que hay quienes le señalan a La soledad del tiempo que su mayor defecto es ser una novela para escritores. Eso solo puede afirmarlo quien no ha notado, o no quiere notar, la crítica implícita al racismo (Capítulo Sudoroso), el retrato de una sociedad donde hay maleantes y oportunistas, jineteras circunstanciales y no solo prostitutas de oficio, estafadores, un ensayo sobre el suicidio (Capítulo 27. Hospital) que me hizo recordar los múltiples ensayos que alberga esa obra universal titulada Los miserables, de Víctor Hugo.

Incluso hay un tratamiento peligroso del sexo, extremo cuando de literatura se trata, zoofilia incluida (Capítulo 10. Ay, Atencio, compadre). Es cierto que si se es un escritor cubano se entenderán guiños y situaciones implícitas, explícitas, que alguien ajeno al mundillo literario no alcanzaría a notar de inmediato, pero dudo que al terminar la obra no haya sido bien ilustrado acerca de ese mundillo; y eso es precisamente lo que la buena literatura hace, ilustrar, de no ser así, para qué leer.

Esta es novela incómoda y continuará haciéndolo:

“Los Novísimos, para mi gusto, eran una triste generación de segundones, de tipos incapaces de escribir lo que hacía falta, de cómodos mamalones de la teta institucional. No habían hecho una sola novela con vergüenza, un solo libro de cuentos que valiera, y como poetas resultaban incoherentes, caprichosos, experimentales a pulso, iconoclastas en apartamentos de microbrigada…” 

“…militantes de la mariconería organizada, del lesbianismo chato, víctimas de antologadores de ocasión, pastos de eventos literarios, pirañitas de concursos acoplados, plañideras frente a la injusticia de los viejos escritores atrincherados en sus cargos públicos…”

“… escribían a favor o en contra del gobierno, pero sin miaja, sin bomba, sin demonio. Jamás protestaban, ni pronunciaban una queja coherente, eran incapaces de concertar una buena reunión por cuenta propia, perseguían a los editores extranjeros, caían como palomas a sus pies y se acomodaban a las exigencias del mercado con una desvergüenza increíble. Hablaban mal unos de otros, se ponían trampas entre sí, cáscaras de plátano entre sí, para lograr, por ejemplo, un simple viaje a una feria del libro.”

Tampoco escapa a esta excelente mirada crítica dividida en capítulos la burla en la que se han convertido muchas citas literarias en la isla, repetitivas, dispuestas para promocionar muchas veces a quienes no merecen ninguna promoción, eso y más se refleja en el capítulo 30: Reunión de Escritores.

Ahora, esta dolorosa vuelta por las miserias del mundillo literario, y el otro mundillo que nos toca a todos, viene desde un lenguaje hermoso, no minimalista a lo cubano –¡gracias a Dios!–, sino suelto, natural, sincero, sobre todo sincero y original, sí, eso, original, distante de la cuestión repetitiva que nos invade cuando de nueva literatura se trata. Y, sobre todo, entretenido. No puedo creer que acabo de escribir esa palabra en una reseña, la escribiré de nuevo: en-tre-te-ni-do. Es claro que el propósito estuvo en la mente del señor Guerra:

“De nada vale aburrir a los lectores, ¿para qué cansarlos, para qué agotarlos? De nada vale competir con el colega inmediato y perderse en la niebla del corrillo literario, es preferible, mil veces, llegarse al Madoka, buscar una pareja entre esos hombres de pueblo, entre esas criaturas de visión insuperable, y jugar la partida de turno como si fuera la última. Eso es ser maestro, eso es ser Juan Rulfo, no más que eso. Gracias.”




Rechazo la idea de la inmovilidad

La idea de hacer esta entrevista surgió a partir del éxito editorial que mantiene la joven escritora cubana Elaine Vilar Madruga. Es un hecho raro que alguien publique un libro tras otro en nuestro entorno literario, y ella incluso va más allá de nuestras fronteras y empieza a ganar terreno en editoriales de Canadá, Italia, Estados Unidos, Chile y otros países.

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